Esta representación de la ópera “La flauta
mágica” tiene varios y muy atendibles méritos. El primero es la
convocatoria pluripersonal, con mucha gente sobre las tablas, en el
linde del atestado mundo real: a diferencia del teatro corriente, no
sentimos aquí la necesidad de que alguien abra una puerta o una
ventana. El segundo es el franco protagonismo de la música, generalmente
desplazada en nuestras tablas a funciones ancilares de escenografía por
ondas. El tercero es el intento de una síntesis de las artes, ínsito en
toda ópera y pocas veces llevado a la práctica, con actores, músicos y
cantantes en vivo.
Dentro de nuestros rudimentarios conocimientos de música, solistas, coro
y conjunto instrumental exhibieron las indispensables habilidades
técnicas y de interpretación del difícil oficio. Si hasta aquí hemos
dicho algo que prácticamente equivale a “paso”, en cambio podemos decir
algo de la escenificación. El espacio “Tractatus” fue un ámbito adecuado
para el misterioso y atrayente argumento de la ópera, lleno de
peripecias, sentidos arquetípicos, personajes enigmáticos y situaciones
siniestras. Algunas innovaciones fueron innecesarias y convencionales,
como la conversión de personajes en militares y enfermeras; otras
fueron lugares comunes, como las alusiones a los crímenes contra
mujeres que son de las más graves deshonras del Uruguay. En este punto
el director Sergio Luján ha hecho suyo el dictamen de Pablo de Tarso de
que hay que predicar con ocasión y sin ella; y ha encontrado suficiente
justificación en el accidentado libreto.
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