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Heiner
Müller |
La angustia, la pregunta, la filosofía. Hace poco más de un año dijimos aquí estas palabras de Brecht: "¡No temas preguntar, compañero!/¡no te dejes convencer! /Compruébalo tú mismo! /Lo que no sabes por ti /no lo sabes. Repasa la cuenta /tú tienes que pagarla. /Apunta con tu dedo a cada cosa/y pregunta..." Esta exhortación a la crítica y al análisis es adecuada como epígrafe para cualquier obra sobre Müller: no sólo porque fue explícitamente un continuador de Brecht, sino porque él mismo se ocupó de la misma crítica y autocrítica, y hasta escribió, |
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como todo discípulo debe decir de su maestro, que aceptar a Brecht sin crítica es traicionarlo. El poema de Brecht elogia la pregunta; y se nos ocurre que Müller fue un hombre que interrogaba sin cesar. El se ha referido, en un poema que dedica al historiador Mommsen y al incendio de sus papeles, a “El temor de la soledad, disimulado en el signo de interrogación.” Y dice de inmediato que él escribe en el vacío, y que por eso no necesita puntuación; pero este angustioso escribir en el vacío no impide que esa misma escritura interrogue, y que interrogue angustiosamente, porque se niega todo punto de apoyo. Pero Müller va más allá e interroga las respuestas, como en el poema “Dos cartas:“Tú has aprendido a interrogar las respuestas” o en el “Viejo poema“: “…de noche, atravesando a nado el lago que te cuestiona”. Nadar en un lago que nos niega, escribir en un vacío que también nos niega, aserrar las ramas del árbol en que nos apoyamos. Todo esto suena mucho más a Nietzsche que a Marx y conjeturamos que el lago es el de Silvaplana; eso nos va mostrando un hombre mucho más vulnerable, más imaginativo, más delicado que Brecht. Donde Brecht suena a maestro de escuela, Müller parece el alumno díscolo. |
Pero Müller ha seguido la teoría del teatro de Brecht, tan mal comprendida, teoría que implica una intensificación del diálogo entre el espectador y la escena. El espectador es cuestionado; se trata de forzarlo a un compromiso; si no ha de participar, por lo menos ha de pensar. Nada debe dársele hecho; nada de teatro digestivo o digerible; el espectador debe trabajar con o contra el autor, nunca quedará inerte. El autor debe despertarlo, como sea; según Müller, hasta “El teatro necesita ser puesto en duda”. Debemos dudar de nosotros, de la página blanca, de nuestros instrumentos. Esta conducta es mucho más clásica y menos innovadora de lo que suele creerse. Si leemos a Platón, a Epicteto y aún a Séneca observamos que la mayor parte de lo que dicen Sócrates o Epicteto y lo que expone Séneca son preguntas, en los dos primeros casos a sus discípulos; preguntas cargadas de intención y de sentido, por las cuales el filósofo guía a sus discípulos a descubrir lo que ya saben pero no les es manifiesto. Se sabe que el método de Sócrates, basado en la interrogación, es la mayéutica, o ciencia de los partos. Algo nos hace quedarnos en la antigüedad clásica y particularmente en Grecia, tratándose de Müller, que ha revisado exhaustivamente su mitología y su teatro (Medea, Edipo, Filoctetes, Ayax, Heracles). Los griegos se complacían en los diálogos filosóficos, donde se discutía el amor y la eternidad, como si fueran un juego; pero también en los enigmas, que eran interrogantes con cláusulas de muerte. Así la esfinge atormentaba a Tebas con el enigma cuya solución es el hombre: el animal que comienza su vida en cuatro patas, tiene dos al mediodía y concluye con tres. La trampa del enigma, que siempre debe existir, está en las patas, que postulan un animal: creemos que el hombre no lo es... Acertar con la solución del enigma o errar tenía graves consecuencias: si el caminante se equivocaba, era devorado por la esfinge; cuando Edipo resolvió el enigma, la esfinge se suicidó. Más tarde Edipo, el primer detective, descubre que el asesino es él mismo. Menos conocido es el acertijo que terminó con la vida de Homero, que no pudo resolverlo. Se le había profetizado que si volvía a su isla natal, Quíos, moriría; Homero, imprudente y quizás creyéndose inmortal, vuelve a Quíos. Unos niños, en otras versiones un pescador, plantean un enigma. “Lo que cazamos está detrás, lo que no cazamos está con nosotros”. Homero quedó sin respuesta y murió a los pocos días (solución: las moscas). Incidentalmente encontraremos el interés de Müller por los enigmas policiales en el conocido poema “Autorretrato a las 2 de la mañana del 20 de agosto de 1959”, cuando dice: “Sentado a la máquina de escribir. Hojear/ una novela policial. Al fin/ saber lo que ya sabes/ el secretario de rostro liso y barba tupida/es el asesino del senador”. La pregunta, el cuestionamiento puede verse también en la afición de Müller por los reportajes, donde forzosamente ha de contestar preguntas. Cuando los leemos, tenemos la sensación de que no siempre Müller tiene una idea clara de lo que va a decir; y a menudo parece decir cosas en las que no creía del todo pero que se le revelaron en el curso de la conversación. Uniendo
a los griegos con la teoría del teatro de Brecht,
Müller trata de estimular al espectador con sus acertijos. No es
un autor fácil de
leer, y confesamos haber leído ocho veces “La
misión” antes de tener algún atisbo del tema de la obra y aún de
cuál es su argumento. Pero esto, ni debe arredrarnos ni es tan peculiar
de Müller. Si examinamos desde el punto de vista de su
dificultad nuestras propias lecturas, pronto verificaremos con Paul
Valéry que “Casi todos los libros que estimo y
la totalidad de los que me han
servido para algo son libros
bastante difíciles
de leer”. Lo
mismo podemos decir del arte en general, en particular del arte
plástico. ¡Cuánto rechazo rodeó las primeras exposiciones de los
“impresionistas”, cuántos años necesitó Picasso
para ser aceptado! “Necesitamos
lo que nos pone a prueba”,dice
Müller en “La construcción”. El mundo de la vida común, rutinaria,
muerta, elude las preguntas; en nuestro país se mide “la conflictividad”; Müller,
expresamente, dice creer en el conflicto. Dice: “…sí, peor que el capitalista. El
capitalista al menos no hace preguntas…El hecho de no ser
inmediatamente accesible tiene sus ventajas…La
accesibilidad va de
par con la comercialización… el éxito llega
siempre antes de que haya producido un verdadero
impacto….Sólo puede
haber impacto si en el teatro el público está dividido, si se lo enfrenta con la realidad. Pero esto
significa que no habrá ni unanimidad ni éxito. Hay éxito cuando todo el
mundo aplaude, lo que equivale a que
no hay nada más que decir”.
Es notorio que las obras dramáticas de Müller obligan a los directores
de escena a ser libres: el texto de “Máquina
Hamlet”, que no pasa de unas diez páginas, ha dado lugar
apuestas en escena de siete
horas. La memoria
y el
pasado. Ataques a la
memoria Pero Müller vuelve a la interrogación sobre sí y recurre, como en el fondo hace toda pregunta, a la memoria, la más misteriosa entidad del hombre. Ha tratado de ser la memoria de la humanidad, reexaminando gran parte de los mitos griegos, releyendo y refutando a Shakespeare, en una forma tan extensa que debe tener un significado preciso: Müller cree, como Nietzsche, que está casi perdido el legado de la Antigüedad clásica, y eso por obra del cristianismo; y es posible que su actualización de los mitos griegos tenga la finalidad política de sustituir al cristianismo por una nueva palingenesia de la civilización griega, como lo intentó el Renacimiento. Aquí
tocamos un tema muy
curioso del mundo moderno, que es la pérdida (y aún la progresiva
destrucción) de la memoria. El fenómeno
lo señala Eric Hobsbawn en la “Historia del siglo XX”, pag.13: Escribe Müller:
“En esta constelación, mortalidad, memoria, historia, todo lo que hace
de un sujeto un sujeto y destruye
la funcionalización, de pronto
se carga de utopía. En el
film de ciencia ficción ‘Blade Runner’
las computadoras van a la huelga porque quieren ser mortales… el que no
puede morir no puede vivir. Ante la total funcionalización del
sujeto por la tecnología, la frase ingenua de Jean Paul tiene sentido:
‘La memoria es el único paraíso de donde no podemos ser expulsados.’”
Este
ataque al pasado llega con el desarrollo de
la tecnología. Dice Müller: “Lo que se elimina
es la experiencia...Como lo ha observado
Walter Benjamín, la fotografía turística conduce a la
extinción de la memoria. El que no puede recordar no tiene ya experiencias. Los sentidos
son colonizados por las máquinas”. La experiencia de Müller con la memoria y con la máquina aparece en el protagonista de “Máquina Hamlet”, que ya no es Hamlet, y que dice hacia el final: “Quiero ser una máquina”. También escribió: “¿Qué son los adulterios de la Antigüedad ante la copulación con la bomba?... Yo querría ser una grúa mecánica, solo con la nieve….¿Qué sé de mí? Las montañas de la luna son para mí una tierra menos extraña” (“La construcción”). O “…aquí se inventa el hombre nuevo. El hombre máquina. Por qué no probar”. (“Tractor”). Müller concluye que la máquina, condición de la existencia social, devora esta misma existencia social y elimina al proletariado como protagonista de la historia: el porvenir podría ser de un híbrido de hombre y máquina. La memoria y el fin de la historia La afirmación de Althusser de que Marx descubre la historia es un tanto extrema. Marx destaca que la historia ha sido escrita por sus mismos protagonistas: no hay hechos históricos, sino una elección de circunstancias con las que cada historiador reescribe la historia, naturalmente dentro de ciertos límites. La historia es memoria de la humanidad; nada más lógico que la posibilidad de reescribir la historia de la humanidad, si podemos manipular la nuestra. Oscar Wilde, en “El crítico como artista” acuñó esta frase: “Nuestro único deber hacia la historia es reescribirla”. Müller se plantea en varias oportunidades el tema del fin de la historia. Naturalmente, él es un marxista, no tan claramente como Brecht; pero si la historia ha terminado, ha terminado sin la emancipación del hombre, sin la transformación del mundo (y del hombre) en una sociedad sin clases. Una alusión simbólica a este fin de la historia está en las diversas descripciones del cuadro de Klee “Angelus Novus”. Las descripciones del cuadro de Klee por Walter Benjamin y por MÜller son de una calidad literaria como para transformar al cuadro de Klee, para nuestra época, en algo semejante a la Gioconda de Leonardo para el Renacimiento, y las glosas de Müller y Benjamin en el equivalente del brillante fragmento de Walter Pater sobre el cuadro de Leonardo. Dice Benjamín del “Angelus Novus”: “Un
ángel que parece que fuera a distanciarse de algo a lo que está mirando.
Sus ojos están muy abiertos, su boca está
abierta y sus alas extendidas. Así debe ser el ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde
nosotros vemos la apariencia
de una cadena de acontecimientos,
el ve una sola catástrofe que sin cesar apila piedras sobre piedras y las lanza a sus pies. Querría detenerse un momento para
despertar a los muertos y recomponer lo que ha sido aplastado. Pero
una tormenta sopla del Paraíso, ha
tomado sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. La
tormenta lo lleva irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda,
mientras la montaña de piedras crece hasta el cielo. Lo que
llamamos progreso
es esta tormenta.” Y Müller: “Detrás
de él asciende el
cieno del pasado, lloviendo
detritus sobre alas y hombros con el sonido de tambores enterrados, en
tanto ante él se
amontona el futuro que
oprime sus ojos, hace explotar sus ojos como estrellas, acalla su voz, lo
ahoga con su respiración. Por un instante puede verse el batir de
sus alas, pueden oírse aún las piedras que caen delante,
encima, detrás, más ruidoso cuanto más se exaspera su vano
movimiento, esporádicamente en tanto disminuye. Entonces
el momento se cierra
sobre él, enterrándolo rápidamente donde se
posó; el ángel
desventurado está allí, esperando a la historia en la petrificación de
vuelo, mirada, respiración. Hasta que
renueva el palpitar de poderosas alas se comunica en ondas a la
piedra y anuncia el próximo vuelo”. En muchos aspectos Müller habla del comunismo como Utopía; es como si hubiera dejado de creer en la posibilidad de un gran cambio histórico y social. Y aún dice en un reportaje que ”Socialismo, comunismo o cualquier otra utopía no tienen chance si no ofrecen una dimensión teológica”. Pero ¿es real que la historia ha terminado? Casi todas las religiones hablan de un fin de los tiempos, con la nueva Jerusalem del Apocalipsis y el previo Diluvio Universal. Plutarco encontró un paralelo entre Grecia y Roma ; Vico entendió que la historia era circular y podía reproducirse; Hegel creyó que la victoria de Napoleón en Jena y la consecuente caída del feudalismo en Alemania era el fin de la realización de la Idea en la historia, lo que ya era un “fin de la historia”. Spengler y Toynbee desarrollan las ideas de la decadencia de Occidente y de la mortalidad de las civilizaciones. Marx, a su vez, afirma la emancipación del hombre en una sociedad sin clases; pero es evidente que alcanzada la sociedad sin clases se detiene el curso de la historia. Pero ninguna de estas ideas o prototipos de ideas tuvo tanta repercusión como el libro de Francis Fukuyama sobre “El fin de la historia”, libro que sitúa el fin de la historia entre la caída del imperio soviético y el triunfo del anglocapitalismo. Toda esta reflexión sobre la historia, su fin y el valor de las utopías refleja la angustia y los temores de Müller; no refleja, creemos, sus convicciones. Más me convence en “La misión”, cuando ve en el porvenir del mundo a América Latina como fuerza de transformación. Si leemos las “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, una indisimulada apología del imperialismo, vemos cómo y por qué los imperios terminan, agotada su misión cultural. En la Villa Adriana, cuyas ruinas aún pueden verse cerca de Roma, el emperador reprodujo lo mejor de su imperio; pero al traer cerca de Tívoli al canal de Canopus, que es de Egipto, era evidente que los bárbaros ya estaban dentro del imperio romano. Esto nos lleva a la conclusión de esta conferencia, al anti- Müller. Si el comunismo es una Utopía, si hay que crear una nueva religión, aquí se nos ha colado Dios. Si todo debe centrarse en el cuerpo, olvidando que palabra, cerebro, ideas son cuerpo, entonces hay, como dice Müller, un conflicto entre cuerpo y concepto, entre el hombre y su inteligencia; pero si inteligencia y voluntad no son cuerpo, ¿qué son? ¿el espíritu inmortal? En tal caso, hay un alma inmortal y un Dios eterno. Por eso, cuando escucho estas voces “el mundo es así”, “así son las cosas”, el pobre evangelio de la resignación que se predica desde los púlpitos de la caja tonta y desde los diarios como antaño sucedía con sus antepasados, los púlpitos de las iglesias, sé que esta concepción es un error, como es una ilusión la sensación de “tiempo quieto” en el cerebro de los deprimidos. Como dice Müller, “La vida es que algo sucede, que algo pasa. Cuando nada más pasa, entonces todo terminó”. “Los grandes problemas están en la calle”, dice Nietzsche, uno de los maestros de Müller. Miramos a la calle, y allí, en sus variedades y peligros, están los problemas que debemos afrontar para verdaderamente vivir, aunque ello sea, como dice MÜller, “sin expectativas ni esperanza”. Al llegar aquí recordé las palabras de un poeta que ustedes conocen mejor que yo: “Ele morrera e eu morrerei. Ele deixara a tabuleta e eu deixaré meus versos e a lingua en que foram escritos estos versos...En outros satelites de outros sistemas... coisas como gentes continuaram fazendo coisas como versos...” (Fernando Pessoa: “Tabacaria”). Recuerdo ahora mi ciudad, Montevideo. El árbol más común en sus calles es el plátano. Hace unos pocos meses era invierno y no tenían hojas. De pronto, sin que nadie diera la orden, comenzaron a bullir sus ramas, tan quietas que parecían muertas. Sin duda no sabían lo que hacían; pero lo iban a hacer a la perfección y no hay poder en el mundo que pueda impedírselo. Y ese impulso debería devolvernos a la humanidad y a nuestra historia sin fin. Porque ahora tenemos en nuestras calles el bosque sagrado o, si se quiere, la catedral gótica, porque sus ramas se unen en ojivas esculturadas, desde un lado al otro de la calle: estamos en el siglo XIII. En verano y otoño algunas hojas cambiarán de color y tendremos a Claude Monet; en invierno la red de sus ramas, lineal como todo dibujo pero viva, es Jackson Pollock; y si miramos bien la corteza encontramos, algo más atrás en el tiempo, a Paul Signac. Aun hoy, en primavera, una hoja amarilla cae al suelo; se oye un gorrión. No hay angustia ni en el ascenso del follaje ni en la caída. Todas las civilizaciones han nacido y han muerto, porque son obras humanas, y sobre las ruinas han cantado los pájaros. “Escribo desde mi lecho de muerte”, dice Galloudec al comienzo de “La misión”. Sí, escribimos y vivimos en el lecho de muerte. Esta conferencia, como la esencia del teatro, según Müller, participa de una emoción irrevocable: un hombre agonizante le habla a un público que también agoniza. “La muerte de todo hombre me disminuye, porque estoy incluido en la humanidad” (John Donne: “Meditaciones”). Pero allí mismo “… el palpitar de poderosas alas se comunica en ondas a la piedra y anuncia el próximo vuelo”.
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Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Conferencia dictada el 27 de noviembre de 2006, en el “Terreiro da Tribo” del grupo “Oi Nois Aquí Travéiz” de Porto Alegre
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