God: An Anatomy, de Francesca Stavrakopoulou, N. York, 2022, 591 pags.
 

Humano, demasiado humano 
por Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com 

La autora, nacida el 3 de octubre de 1975, es catedrática de la Biblia y Antiguas Religiones en la Universidad de Exeter, Inglaterra. Cuando estudiante quedó intrigada al ver que los dioses de la antigüedad, con la única excepción del Dios de la Biblia, tenían representaciones corporales.

Los estudios bíblicos, según la autora, suponen que Yahveh no tiene cuerpo; es una entidad invisible que se da a conocer con palabras misteriosas a través de profetas.  

Una lectura atenta del Antiguo Testamento le reveló que el Dios cuyas actividades relata era una deidad corporal y que la excusa automática de la cátedra de que no se pueden tomar las descripciones del Dios de la Biblia literalmente sino como metáforas o aún momentos poéticos, no tenía fundamento válido.

“God” quiere demostrar que Yahvé es un Dios de gran porte, hermoso y muscular, con poderes sobrehumanos, pasiones terrestres y predilección por lo fantástico y lo monstruoso; perfecto equivalente de los demás dioses de la Antigüedad. “God” pasa prolija revista a toda la anatomía y aún a la fisiología de Yahveh que menciona la Biblia: pies, genitales, torso, espalda y más allá, adentro y afuera, el vientre y los intestinos, manos y tacto, rostro y mirada, cabeza, perfil, sentidos, sensibilidad, garganta y aliento, jadear y tragar; con un suplemento sobre libros sagrados y una autopsia.

Un mérito mayor del libro es la erudición, justificada por copiosas referencias documentales en 68 páginas de notas al pie, un útil glosario y un índice onomástico; no menor mérito son la claridad y la frecuente amenidad de la exposición.

En negativo observamos dos faltas de sobreabundancia. La autora no renunció a ninguna de sus agudas observaciones; tampoco renuncia a ocurrencias ociosas. Por ejemplo, describe largamente (pags.126 y 127) la obra plástica de Jeff Koons y su esposa Ilona Stalker (la “Cicciolina”) “Hecho en el cielo” (1990) para llegar a la pobre conclusión de que, en el mundo del arte, esta obra fue la primera vez que apareció un Adán circunciso; más adelante (pags. 283/284) se extiende sobre si un incendio que destruyó una iglesia en Daniels, South Virginia, el 3 de marzo de 2019, destruyó o no destruyó, aquí por milagro, las Biblias que contenía la iglesia.

Si el establecimiento de los hechos es impecable, no pasa lo mismo con su interpretación. Stavrakopoulou peca por forzar sus demostraciones y querer ser sensacional y provocativa. Reseña, a propósito de los pies divinos, y en las páginas 83 a 84, la escena del los Evangelio de San Lucas, 7, 36 a 50, en que, en una casa de fariseos, una pecadora lava, besa y unge los pies de Jesús. El episodio, para el lector desprevenido, es un homenaje ritual, que Jesús esperaba recibir de los fariseos. Pero para Stavrakopoulou, en cambio, fue un acto de “estimulación sexual y juego erótico...una de las escenas con mayor carga erótica del Evangelio”. Afirmación muy dudosa, porque ese lavado de pies era lo que esperaba (y no obtuvo) Jesús de los fariseos: para concordar con el pensamiento de la autora, Jesús habría esperado de los fariseos un acto, no sólo erótico sino además de un erotismo homosexual, lo que no concuerda con el ascetismo de Jesús y de los fariseos.

En otro momento Stavrakopoulou interpreta un pliegue de una tela sobre el cuerpo de Jesús en un grabado del siglo XVI como un pene erecto que anuncia, otra vez la vitanda metáfora, la resurrección; finalmente, cuando examina en las páginas 334 a 335 el Cantar de los Cantares, 5, 10 -16, que para este lector es un cálido homenaje a un hombre de carne y hueso, para la autora el amado es “una estatua divina en un templo. Es un dios”, con lo que incurre otra vez en el mismo error que reprocha a la “cátedra”, reducir menciones corpóreas y claramente eróticas a metáforas de la divinidad.

El libro revela a través de una extraordinaria erudición un propósito crítico. Stavrakopoulou quiere dinamitar la imagen actual de Dios, invisible e inmaterial, mostrando su antecedente corpóreo y demasiado humano: el libro  es un buen alegato del  ateísmo, que la  autora declara en su prólogo, ateísmo militante que refuerza con ironías que recuerdan a Voltaire;  y la autora no transa ni con el Dios de Spinoza, el Dios inmanente a la realidad que es la única sustancia. Desde este punto de vista, “God” es inferior a “The god delusion” (“La ilusión de Dios”), de Richard Dawkins (2006), más científico, quizás demasiado apasionado, menos irónico.

Stavrakopoulou concluye con lo que ya sabíamos: que el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. “Este fue un dios más como lo mejor y lo peor de nosotros. Un dios hecho a nuestra imagen” (pag.423).

Como escribió Vaz Ferreira (“Fermentario”, pag.134), “No es cierto que los hombres hayan hecho a los dioses a su imagen y semejanza. Los hicieron mucho peores”.

Nota;

Agradezco a Teresita Beltrán la oportuna cita de Vaz Ferreira sobre el tema.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

 

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