Galileo Galilei de Bertolt Brecht, en el Teatro Solís


por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

Como Chejov, a quien vinculan varios puntos de contacto, Brecht tiene poca suerte en nuestro medio teatral. La “Vida de Galileo” de Brecht se presentó siempre  con el  título infiel de “Galileo Galilei”: curiosa coincidencia a propósito de una obra que trata de la traición. Más grave fue que tanto la puesta en escena de Héctor Manuel Vidal (1982-1983) como la de Héctor  Guido (2004) mostraron la pieza emasculada: algo  tan pobre y  desvalido como un episodio más de la lucha entre la Ilustración o Iluminismo y el “Oscurantismo”, ¡cientos de años después de Voltaire! Aceptado este punto de vista, resulta acertado el juicio de un inteligente crítico que creyó fuera de época poner en la picota “(al) oscurantismo que Brecht denunciaba”. La afirmación implícita es que Brecht, siempre alerta, actual y provocador, habría incurrido en el anacronismo de enjuiciar la Inquisición y, por elevación, otras entelequias tenebrosas como “la intolerancia”. Por supuesto, la pretensión de que las ideas de Brecht en “Galileo Galilei” sirven para atacar una dictadura, en el caso la dictadura militar uruguaya, va  mucho más allá de traicionar al autor: es sencillamente ridícula. Felizmente,  aquí estuvo Coco Rivero para reivindicar a Brecht.

 

Enseña Darko Suvin en “Heavenly  food denied: Life of  Galileo” en “The Cambridge Companion to Brecht”, p. 139/140, que Brecht escribió tres versiones de la obra y aún que podría haber proyectado una cuarta. Tanto en la primera, de 1938, como en la segunda de 1944 como en la última  de 1947, el tema principal es la traición de los intelectuales, en el caso la cobardía de Galileo al retractarse. El tema fue potenciado en las dos últimas versiones para  enjuiciar, indirectamente, a los científicos que cooperaron en la  creación de la bomba atómica. Hay en todas las versiones una ironía final de Brecht sobre su tema de que los oprimidos no se liberan porque en el fondo no lo quieren: “Quien aún esté vivo no diga “jamás” /…¿De  quién depende que siga la opresión? De nosotros” (“Elogio de la dialéctica”) Los inquisidores de  Galileo no estaban autorizados a torturarlo sino, a lo más, a mostrarle los instrumentos: eso bastó,  pero si el sabio hubiera resistido, habría triunfado en toda la línea. Como Sonia y el tío Vania en “Tío Vania” de Chejov, la tragedia de Galileo es que se  ahogó en un vaso de agua: vivió, vivieron, una tragedia que no existía.

 

Hay otros temas que podrían ser  el centro de una puesta en escena válida. Está presente en cada página la necesidad del espíritu crítico, el “elogio de la duda”,  título de uno de los mejores poemas de Brecht, que equivale al arte de un pensamiento eficaz. A menudo Galileo  es Brecht, como cuando dice “La miseria de la mayoría es antigua como la montaña, y desde el púlpito y la  cátedra se la declara indestructible”. Un segundo tema es la demostración de que,  como en “Santa Juana de los Mataderos”, buscar la verdad es peligroso; aún está el tema, que aparece en muchas escenas, de la alimentación, tanto en un sentido corporal como  espiritual. Finalmente, y no el menor, está el tema de los deberes del científico (“…yo sostengo que el único objetivo de la Ciencia es aliviar las fatigas de la existencia humana…Tal como están las cosas, lo más que se puede esperar es una estirpe de enanos inventores que podrán alquilarse para todo”) Brecht habría tenido mucho que decir hoy, cuando la Ciencia, cocinera y niñera, nos provee de juguetes, placeres y pasatiempos y, bruja, nos  provee de armas de destrucción masiva.

 

La puesta en escena de Coco Rivero, concebida como una superproducción, con una convincente escenografía de Gustavo Petkoff,  atiende fielmente el sentido de la obra. Tuvimos la impresión de que faltó énfasis y remate y que el espectador debió ver más crudamente la condenación de Galileo y su inanidad como  científico luego de la retractación; pero aquí llegamos a un punto donde no es posible sino  respetar los fueros de un director que vertió la pieza pulcramente. Para su mejor destino, Rivero  contó con un intérprete de excepción en Juan Worobiov, un Galileo exquisitamente ambiguo e irresistible, héroe y villano a un tiempo. En el  extenso elenco destacamos a Fernando Dianesi como Federzoni, Luis Martínez como Andrea Sarti, Diego Arbelo como Sagredo y Gabriel Hermano en la hermosa (y literal) miniatura del pequeño  monje.

 

Cuando Bouvard y Pécuchet, en la novela homónima de Flaubert, adquieren “la facultad lamentable de ver la estupidez humana y no poder soportarla”, los personajes alcanzan al autor: Bouvard y Pécuchet ya son Flaubert. En “Galileo Galilei” a menudo el personaje es el autor; pero cuando Brecht declaró ante la comisión Mc Carthy en 1947, negó pertenecer al Partido Comunista, con lo que, estrictamente, dijo la verdad; pero también presentó a sus hermosos poemas revolucionarios como meros panfletos antinazis, en cuyo momento negó rotundamente la verdad. En ese punto y hora volvió a ser Galileo; el Galileo de los cuadros finales.

 

GALILEO GALILEI, de Bertolt Brecht, traducción de Oswald Bayer, versión de Coco Rivero, por la Comedia Nacional. Con Juan Worobiov, Renzo Lima, Luis Martínez, Isabel Legarra, Martín Bonilla, José Ferraro, Fernando Dianesi, Diego Arbelo, Jimena Pérez, Leandro Ibero Níñez, Martín García, Fabrticio Galbiati, Andrés Papaleo, Gabriel Hermano, Fernando Vannet,  Daniel Espino Lara y Levón. Escenografía de  Gustavo Petkoff, iluminación de Pablo Caballero, vestuario de Mercedes  Lalane, música de Eder Fructos, dirección de Coco Rivero. Estreno del  27 de  mayo  de  2017, teatro Solís.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com 

 

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