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Carlos Castaneda: "El conocimiento silencioso", 1986.

El Evangelio según San Carlos
Jorge Arias

Carlos Castaneda, que una vez  llegado a la fama declaró haber nacido en San Pablo, Brasil, el  25  de diciembre  de  1935, ser  huérfano de madre desde los seis años y haber sido  abandonado por su padre, publicó, en la editorial de la Universidad de California, Los Ángeles, y como libro de antropología "Las enseñanzas de Don Juan: la vía yaqui del conocimiento" (1968). El libro narra su encuentro, en los desiertos del sur de Arizona y más tarde en las planicies  de Sonora, en México, con un indio yaqui conocido como  visionario y brujo, don Juan Matus, así como su posterior   aprendizaje de la  brujería,  bajo la  dirección de  don Juan  y con abundante  empleo  de peyotl y otros  alucinógenos.

Eran los años del descubrimiento del Zen por las  editoriales de los Estados Unidos, con sus súbitos satori  o iluminaciones,  los  años del nacimiento de la contracultura  hippie y  de las  teorías  de Timothy Leary, que recomendaba  los  alucinógenos  para la  práctica de la  psiquiatría. En un mundo  saturado por la  cultura  de la droga, el libro  de  Castaneda, que  pasó  por un  informe científico, causó  sensación.  Adoptado por la  contracultura, se  transformó en un  best  seller que aseguró la  fortuna de  su autor: hacia  1975  había  vendido más  de  cuatro millones  de  ejemplares. A la obra inicial siguieron  segundas  y terceras partes, como "Una realidad separada: más  conversaciones con don Juan" (1971), "Viaje  a  Ixtlán: las lecciones  de don Juan" (1972), "Historias  de poder" (1974), "El  segundo anillo de poder" (1978). Castaneda es hoy un  millonario, muy difícil  de  entrevistar y  aún  de fotografiar (sólo  consiente  fotografías  parciales de  su rostro, con  sombrero), que  reparte su tiempo entre una casa cercana a la  playa de  Malibú  y un  apartamento en Los  Ángeles.

"El poder  del  silencio", o "El conocimiento silencioso", fechada  en 1986, es una  continuación  de "Las  enseñanzas  de don Juan". Nada  ha cambiado en relación a los  primeros  textos: el fin de la brujería es obtener "...un grado de  conciencia  acrecentada",  "percibir lo que la percepción  común no puede  captar" (11);  "... el objetivo  final de los brujos es  alcanzar un estado  de conciencia  total y   ser capaces  de experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a disposición del hombre" (17). Para  lograr  este fin, los métodos de  enseñanza de que se  valen los  brujos  suelen ser los golpes  en el mejor estilo de los maestros Zen (87, 128),  o la producción,  con efecto equivalente, de emociones fuertes, aun mediante  el recursos  de colocar  al  aprendiz ante peligros  graves,  reales o imaginarios (101, 102, 111, 113, 269). Se  advierte que  durante la  enseñanza es posible morir, pero que "...ése es un  riesgo que todos debemos  correr" (266).  Por  supuesto,  allí  está  la  droga:  "En el pasado  yo  te  daba plantas  de poder...hiciste lo posible  para  convencerte de que lo que  experimentabas eran  alucinaciones.. medios... para…hacerme entrar en estados de conciencia  acrecentada" (75).

El fin de esta  iluminación es entrar en contacto con el "intento",  "una  fuerza...  indescriptible...todo cuanto existe en el cosmos está...ligado a esa  fuerza". Una  fuerza  que  el lector  asocia inmediatamente con Dios,  sobre  todo cuando  se define a  la  brujería  en términos  compatibles con casi  cualquier  religión  (140).

Todo esto  se logra mediante "...una  conducta   secreta, furtiva y  engañosa... a la  que don Juan llama  el "acecho".  El  acecho es  fértil  en  cambios  y en suposición de  identidades, al punto que  para  don Juan  "....vestir a un brujo macho  de mujer es más eficaz, para entrar en la conciencia acrecentada, que empujar su  punto de encaje,  pero más  difícil de  ejecutar" (97).

Al llegar aquí no puede menos de enunciarse, por lo menos  como hipótesis, que  el libro, lejos de  ser  un  compendio de la enseñanza oral de un inubicable indio yaqui, al que sólo Castaneda  ha visto, sea la creación de un antropólogo con  conocimiento  de las  religiones. Tenemos  la  convicción de  que  un especialista podría identificar, una por una, todas las  enseñanzas de don Juan con  textos  al alcance  de  quien se lo proponga. Por nuestra  parte  hemos  encontrado  buenas  dosis de  chamanismo  (282), mística  cristiana (Santa Teresa, Kempis,  145 y  150), o meramente  ascesis, que el mismo  don Juan  dice  conocer  ("...Todo esto se  parece al manual  de  vida monástica",  300). Hay enseñanzas  clásicas  de la yoga, con el   despertar de kundalini (136), el animismo primitivo (135) y  la ciencia  occidental, cuando  habla sin ton ni  son de  "campos de  energía"  y de  "catalizadores" (52, 139). Hay hasta reminiscencias de meros charlatanes, como las "intervenciones  quirúrgicas" hechas  a mano por    Arigó, que Castaneda, contra la  evidencia,  da como auténticas (158, 160). Están las doctrinas, con su  impávida  promesa de dominar la muerte, de "Los Rosacruces, A.M.O.R.C." (87, 125),  las  teorías  sobre la  relación  psiquiatra - paciente del  psicoanálisis  (163), del entrenamiento  autógeno  de  Schulz para la relajación (195),  elementos de  "Las  puertas  de la  percepción" de Aldous  Huxley, donde  ya  aparecían el peyotl y la  mescalina. Ya  en plena  literatura, además  de Juan Ramón Jiménez,  a quien don  Juan  ha  leído  y  recomienda, encontramos las  ideas  de Rilke  sobre la muerte  propia, las  de Robert Graves sobre los  orígenes de la  poesía (146),  los  "globos de fuego"  de Ray Bradbury (16, 226) y la palingenesia  de  "Por  el camino de  Swann"  (100). 

El pilar  sobre  el que se  apoya la saga de don Juan,  el encuentro maestro – discípulo, es un  clásico de la literatura. En muchos momentos  don  Juan  y Castaneda  recuerdan a Sócrates y Platón, a Boswell  y  el Dr. Johnson,  a Goethe  y Eckermann, a Sherlock  Holmes  y  el Dr. Watson (Conan Doyle),  a Vorge  y  Quinette  (Jules  Romains). Don Juan  se  parece al mago  Dgpa Kunlegs, cuya  historia nos  cuenta  Alexandra  David Neel en su libro "Místicos y magos del Tibet". Es posible que los encuentros  del autor con don  Juan Matus  hayan  ocurrido, no en los hondos desiertos de  Sonora  sino  en las no menos  insondables  llanuras de la biblioteca de la  U.C.L.A.  Como dice  Castaneda en este  libro, "... todas estas historias poseían la misma estructura, sólo diferían los  personajes" (82).

Una investigación llevada a cabo por la revista "Time" reveló, en el número del 5 de marzo de  1973, que "Carlos Castaneda" era en realidad  Carlos Arana Castaneda, nacido  en Cajamarca, Perú, el  25 de  diciembre  de  1925  (y no  de  1935), hijo de un orfebre llamado Carlos Arana Burungaray y de  Susana Castaneda  Novoa  (o Castañeda: quizás  "Castaneda" es una anglicización, ya que en inglés no existe la ñ) y  que  tuvo una esmerada educación. Tenía, según sus compañeros, la  obsesión de  emigrar a los EE.UU.; mientras tanto, como muchos  otros  jóvenes  de  clase media, vivía ociosamente, frecuentando el juego bajo sus  diversas formas de carreras  de  caballos, dados y naipes. Ensayó, con  sus conocimientos, la  clásica  biografía  apócrifa  del "nacimiento  del  héroe": "Carlos Castaneda"  es  abandonado por sus padres y  criado por extraños, pero alcanzará  gloria y triunfos, como Edipo, Moisés, Sargón, Ciro. Confrontado con la verdad, con su biografía fraguada,  Castaneda  dijo: "..pedirme que verifique mi vida dándoles  mi  estadística, es como  emplear a la ciencia para validar la  brujería". Quizás el  autor  siguió  aquí las pautas  del “acecho”:  una conducta  "...secreta,  furtiva  y engañosa" . En este libro Castaneda vuelve a  contestar a  sus detractores cuando dice: "...el  brujo que relata historias y que  cambia el final de un relato  real y socialmente aceptado…lo hace bajo la dirección y los  auspicios  del  espíritu" (152).

Una reflexión final. Castaneda  omite todo  enjuiciamiento y  casi toda mención a la realidad de Latinoamérica,  a su  pobreza,  pese  a que su  héroe  es un  indio  yaqui  de  México.  Todo el destino  del hombre  latinoamericano  parece  carecer, en sus libros,  de  relación con la economía  y  el orden  social. No  tiene  importancia si puede sobrevivir al primer  año  de  su vida, ni si se alimenta, educa, crece adecuadamente. Que  40.000 niños  mueran  de hambre  cada  día en el Tercer Mundo,  ocurre en una realidad  separada del universo  de don Juan.  Desde su  Olimpo  personal de Malibú, Castaneda nos envía este  mensaje: "... importaba un  comino lo que  fuera nuestro destino siempre que lo  enfrentáramos con abandono  total"  (141). Ya sabemos cómo  se  lograba  el "abandono  total";  pero a la  cultura  de la  droga, prudentemente   abandonada, ha sucedido la droga  de la  cultura. A falta  de pan buenas  son  brujerías. Ocupémonos  del intento, del punto  de  encaje, del acecho,  del Águila.  Como  todos los cultos, el evangelio según Castaneda sólo ofrece a los desposeídos, dosis de  peyotl o mescalina, reales o figuradas.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

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