En  busca de Rafael Alberti

por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com

Estaba en  busca  de  Alberti y  naturalmente  se  me  ocurrió  ese  título  para  esta  charla;  pero creo que  todavía lo  estoy  buscando. de  todos los poetas  de la  generación del   27  Alberti es el  más  difícil  de  encontrar, de  definir,  de  apresar. Cuando uno   cree  que  Alberti, en "Marinero en tierra",    hace   una poesía matinal  a lo Juan Ramón Jiménez,  aparece algún  verso  inquietante y  misterioso,  cuya última  explicación encontraremos en "Sobre  los  ángeles";  un verso que  parece    escrita bajo  un  signo muy distinto de las  "Arias  tristes"  de  Jiménez.   Pero aparece otro libro y  uno   ve a  Alberti  con su caballete  de poeta  en los pueblos de  Castilla,  de uno en  otro  y  toma como una  instantánea de cada uno  de  ellos;  pero  el libro se  llama, no menos   misteriosamente,  "La amante". Uno  busca  a la  amante,  y cuando la encuentra  aparece en  un  poema  sin  verbos:

Por amiga,  por  amiga.

Sólo por  amiga.

 

Por  amante,  por  querida.

Sólo por  querida.

 

Por esposa no.

Sólo por  amiga.

 

Poema en que la amante  deja  de   ser  amante. Amiga,  y  ahí te  quedas. Se recorre el libro  y se encuentra verdadera emoción;   pero cuando  aparece de nuevo la  amante,  las  cosas  se  enfrían.  En  un poema  le  requiere madrugar:

"Madruga la  amante mía

madruga  que yo lo quiero....

no   esperes  que zarpe  el día

que  yo  te   espero".

 

 Esto  suena  a   una  cita por   teléfono.  No   somos  versados en las  costumbres de los  amantes,  pero  se nos  ha  informado que  suelen  dormir juntos.  Uno  de los  amantes  viaja  permanentemente; pero  los dos  se  esperan  al alba.  Las menciones  a la amante  son siempre frías; quizás  tienen   el frío  de la muerte. Así:

 

Zarza  florida.

Rosal  sin vida.

 

Salí  de mi  casa,  amante,

por  ir al  campo a buscarte.

 

Y  en una  zarza  florida

hallé la  cinta  prendida,

de tu delantal, mi  vida.

 

Hasta  aquí,  parece que  todo  va bien,  y  que  se encontrará con la  amante,  con la  que  tampoco  esta  vez  ha dormido, luego  de  encontrar la  cinta  del delantal;  pero:

 

Hallé tu  cinta  prendida,

y más  allá,  mi  querida,

te encontré muy mal herida

bajo  del  rosal, mi  vida.

 

Zarza florida,

rosal  sin  vida,

bajo  del  rosal,  sin  vida.

 

Fin del  poema.  Es muy hermoso,  y  difícil  explicar por  qué;  sobre  todo  es  difícil  explicar por  qué la  amante tiene  que  morir,  aunque sea  bajo  un  rosal.  Pero no  hay  sobresaltos ante la amada muerta  bajo el rosal;  no  hay  Romeo  envenenándose  ante lo que  cree es Julieta muerta. Sin duda la  amante ha sido  un  pretexto  para   combinaciones  del  palabras  aliteradas  como  zarza,  rosal,  cinta   y combinaciones de  colores,  rosa, rojo,  el  todo bajo  el  esfumino  gris  de la muerte;  hasta que  en algún momento pensamos  si  la amante no  sería  la muerte,  y  Alberti   el clásico "joven  prometido a la muerte";  hipótesis nada  imposible  si  tenemos en cuenta  que  el  poeta de    "La amante"   está  enfermo,  al  parecer  de   tuberculosis,  y  busca el  aire  campestre  como  se  hacía  antes  del  descubrimiento  de los  antibióticos  para su  tratamiento.  Más  tarde leemos   el libro autobiográfico  de  Alberti "La   arboleda  perdida"  y  allí nos  dice varias cosas:  primero que la amante   existió,  pero al comienzo o  antes  del viaje y  que no lo  acompañó;  y   al fin  del libro  Alberti  sugiere  que la  amante  fue  más  soñada  que  real.

 

¿Es  Alberti  un  poeta  frío, entonces?  El mismo  dice  que temió  que  "la  belleza  formal... se  apoderó  de mí  hasta casi   petrificarme el  sentimiento" ("La   arboleda  perdida")  Sin  duda no,  porque  unas páginas  más  allá  aparece  a  la  vez con temperatura  y metafísica a la  vez,  en  un   poema  que    apreciaría Lao Tse,  el hombre que estuvo  80 años en el vientre de su  madre,  profundidades  metafísicas   que  no  esperamos en un  poeta  joven:

 

¿Por  qué me  miras  tan serio,

carretero?

 

Tienes  cuatro mulas  tordas,

un caballo  delantero,

un carro de ruedas  verdes,

y  la   carretera toda

para ti,

carretero.

 

¿Qué más  quieres?

 

 

Quizás  os  he  convencido  de las  dificultades prácticas de tocar, de alcanzar, de  apresar a Alberti.   Justificaré un poco mejor la  razón de  este  pensamiento: por qué   es tan  difícil, si no  imposible,   de  apresar.

            

Alberti  cumple  la regla  de oro  de la evolución de un poeta  que  acuñó  Eliot  cuando escribió que "el  progreso  de un  artista  es un  continuo  autosacrificio,  una  continua   extinción de la  personalidad". De  los poetas de la  generación del 27,  aún  de los  poetas  españoles  del  siglo  XX,  es uno  de los que más ha  borrado  su  personalidad,  en forma  deliberada  y  por mor de  la  obra  a realizar. Todo  existe para llegar a un  libro,  escribió Mallarmé;  y  algo hay  en Alberti  de la   estética  de Mallarmé,  el  poeta que   tomó  como tema  o   como  disparador  de uno de sus  poemas  al reflejo  del  sol  poniente en la  espuma  de un vaso de   cerveza.  En  algún  momento  Alberti se  sintió en la  obligación de   escribir  poemas políticos,  militantes, que  apenas  pueden  recordarse;  en  varios momentos  situó  sus  poemas en contextos  geográficos a los que  alude  delicadamente, como  la  costa del  Paraná o  Punta  del Este;  pero siempre, en todos los poemas  es mucho  más  el  paisaje  que  el  poeta.  Lo  vemos salir al campo  con  su libreta   de  apuntes  y detenerse por cualquier motivo;  y   veremos  que  muchos  de sus  buenos poemas tienen  temas  tan  humildes y  circunstanciales como  un  boleto de  tranvía,  las  hormigas,  una  hoja   pegada en  el  zapato,   un  árbol descuajado o las  atajadas de Platko  en el  arco del Barcelona en un  encuentro con San Sebastián  en  1928,  o  aún el poema  que honra  los  productos destilados  de la  casa  Pedro Domecq.  Leemos  "La  arboleda  perdida" y nos  enteramos de muchas  cosas  de  Alberti  y  de  su  familia,  pero en  ningún  momento  Alberti se  siente interesante. Cuando  parece que  va a  hablar, por  ejemplo,  del  despertar del  sexo,  habla  de  sus  compañeros y  de las meretricias costumbres  de los  señoritos de  Cádiz. Cuando  habla  de sus  primeros  amores lo  vemos  trepando por los tejados con una amiga.  Es  difícil  encontrar en toda  su  obra un  poema  erótico,  un  poema  que  diga algo  sobre el autor y sus amores. Con  toda su  libertad  de   espíritu,  parece que  fuera de las uniones  legales  apenas hubo  espacio  en  su vida para  Eros. Pero  en este  punto  nos  preguntamos a  dónde  conducía esa  indiferencia  por  el objeto;  y  creemos  notar que esa  indiferencia por los objetos  reales  tiene  su causa en  que  para  Alberti el  gran  objeto de la  poesía, si no el  único,  es la  palabra.

Diríamos  que  la  regla  de oro del autosacrificio de la  personalidad  no la  cumple  con exceso;   y  por momentos  pensamos en  aplicarle  a Alberti  lo que  dice  Eliot  de  Montaigne:  ("una niebla,  un gas,  un elemento  fluido  e  insidioso"). ¡Aquí de nuevo  el  estado  fluido! Invectiva que  apenas es tal, porque es poco más que la  personificación  del  tema   del  hombre  que  formula  Montaigne  ("Ciertamente, el hombre  es un  tema   maravillosamente  vano, diverso  y  ondulante").

            

Pero volvamos al principio. Lo  único que debe interesarnos de un  poeta  es,  por  supuesto,  su poesía;  y si   desmenuzamos la de Alberti  al fin  encontramos  la  palabra.  No  decimos que  no  tenga  objeto;  y claramente decimos que no  es una  impostura. Alberti ha  creado un  universo  que no necesita  de ningún  otro elemento como  soporte; es tan  impersonal  como indestructible. Y sus mejores  realizaciones,  como  veremos,  son  fantásticas construcciones  de palabras,  en las  cuales  el sentido  está reducido  al mínimo;  casi  podríamos decir que su  único sentido  es la música  del  verso,  el  a menudo  extraordinario encantamiento verbal.

            

Todo el  problema que  debemos  plantearnos es cómo lo  hizo,  con  qué  golpes de la  suerte acertó,  cuáles  fueron  sus  éxitos  y  sus  fracasos. Hemos  oído  decir que en Alberti es  interesante la  peripecia  humana;  nosotros  afirmamos  que es  respetable,  dolorosa,  con las penas  del  exilio  y la  necesaria  sensación de  pérdida;  pero  aunque  aquí  y  allá,  sobre  todo  en "Retornos de lo vivo lejano"  se  evoca a España desde el extranjero,  no  hay   dolor  ni  nostalgia.  Intenta el  regreso  de una  vivencia,  pero  no la  padece. 

            

Baudelaire, que  es el  primer  autor  que  cita  Alberti en " Marinero  en tierra", escribió  que  para un hacer  un poeta  se  necesitaban  dos  cosas:  un  químico  perfecto y  un  alma  santa.  El  químico   aprende su  oficio,  y  hay  en la poesía  mucha  más   deliberación  y  trabajo  del que suele  pensarse.  Pero, sin perjuicio de  analizar más  tarde  al  químico. ¿Cua´les  y por qué son las palabras que motivan a  Alberti  para construir  sus  edificios verbales?  O mejor  ¿qué  pensar del alma de  Alberti, fuera  de su  amor  por la  palabra?

            

Hay una  primera  señal  de  dolor,  de  inquietud y casi de  espanto.  El poeta  de las  playas y  del mar, de los salineros y  de las dunas  del  Puerto  de  Santa  María  en Cádiz, tiene  moradas subterráneas.  Lo poco que sabemos  de la  experiencia  del  horror  en Alberti  aparece  en  esta  forma, por demás  vaga:  "Un  desasosiego inexplicable, un tormento  angustioso, lleno  de insomnios  y pesadillas  nocturnas..."  ("La  arboleda  perdida"). Esta  angustia  aparece en  este  poema   de  "Marinero en tierra" donde pregunta a  su  padre:

 

El mar, la mar,

el mar.  ¡Sólo la mar!

 

¿Por  qué me trajiste,  padre,

a la ciudad?

 

Por qué  me  desenterraste

del mar?

 

En sueños la marejada

me tira  del  corazón.

Padre, ¿ por qué me trajiste

acá?"

 

Alberti   estaba  desterrado, ay,  antes  de  conocer  el destierro. El mar  aparece  aquí  como algo  seguro,  firme  como   la  tierra,  algo  de lo que  no  es bueno  salir. El mar  es invocada dos  veces,  y  alternativamente, como  masculino  y femenino:  el  mar y la mar;  y el  poeta  se  decide por la mar. Algo  hay  en la  obsesión de Alberti por la mar del mito del andrógino;  y el poeta   elige el  componente  femenino,  la  mar;  sin duda la madre,  a la  que  no  se  nombra,  pero  que en un  poeta  de una tan  extraordinaria  sensibilidad  para las  palabras  aparece  entretejida  en el  poema.  Mar,  madre:   se  puede entrever   a  través  de  este  reproche   al  universo  amniótico  y  aún   la  nostalgia del  óvulo  infecundo, del que  no  será  forzado a  salir al  exterior,  a  dejar el mar  donde  flotará,  luego de la fecundación;  pero también  debemos  pensar  en  Proteo, el dios  marino   de la mitología  griega,  que se transforma  y  que  posiblemente ha sido mujer.

 

A  estos   versos  donde  se reniega del nacimiento   se relaciona  un  fragmento no menos  inquietante de  "El  alba del alhelí",  "Madrugada  oscura":

 

Algún  caballo  alejándose,

imprime su pie en el eco

de la  calle.

¡Qué  miedo,

madre!

 

¡Si  alguien  llamara  a la  puerta!

¡Si  se  apareciera  padre

con su túnica  talar

chorreando...!

¡Qué  horror,

madre!

 

Antes  de leer "La  arboleda  perdida"  en busca de la relación de Alberti con su  padre,  podríamos detenernos en la  túnica  "talar". No es una vestimenta masculina;  es,  clásicamente,  la  túnica hasta los  talones de los religiosos. Religiosos  a los que,  particularmente en  los  jesuítas, en cuyo  colegio se  educó   Alberti,  se les llama  "padre";  y más  adelante  hablaremos  de la  educación religiosa  en  España  a comienzos de  siglo, que es,  para nosotros,  la  única impronta de la que Alberti, con todo su  impulso hacia  la libertad, nunca pudo  borrar.  "¡Cuántos brazos y angustiados  pulmones hemos visto luchando fiera y  desesperadamente por  salir de  esas simas, sin alcanzar  al fin ni un momentáneo puñado de sol!" escribe en "La  arboleda perdida".  Y   refiriéndose  a Bécquer,  que en muchos  aspectos, no  sólo  en  su  primera  afición por la pintura,  es un  alma  gemela de  Alberti, dice: ""Todas las rimas de  Bécquer  se me  aparecen como  escritas a tientas,  por las  noches,  sentado o recostado al borde de su lecho..." También habla del miedo  de Bécquer,  casi como una  confesión,  cuando  dice  que  "...tenía miedo... miedo de encontrarse  a  solas con sus  dolores,  acechado por  recuerdos que  se le  agigantaban"  ("El sol"  de  Madrid,  6  set. 1931).  Podemos pensar  que  él mismo  fue teatro de  esas luchas,  de las  que  tal vez  sus angustiados pulmones estuvieron entre  las  primeras  víctimas.  Y en "La  arboleda  perdida" encontramos un  padre  ausente,  que  sin salir de  España, en  su  profesión de  vendedor de  vinos,  se pasa hasta  más  de dos años  fuera  del  hogar.   Es  posible  que,  como  a  Odiseo,  los  suyos  no los reconozcan. Y todavía  hay en "La  arboleda  perdida" un  dolor,  casi neurótico,  por no haber  tenido  una  mejor  relación  con  su  padre.  "... no lo  traté ni supe  cómo era hasta  en los  últimos  años de  su vida" (La  arboleda perdida, pag. 16).   Tal parece que lo  ve por  primera  vez  cuando muere; y   es un  extraño el que  muere.  Alberti se  siente en deuda con  su  padre,  siente no haberle  hecho llegar mejor sus  sentimientos filiales;  quizás  no  advirtió, ni siquiera cuando escribió,  ya en el exilio,  "La   arboleda  perdida",  que él  iba a  homenajear a su  padre reproduciendo  sus  viajes del microcosmos  de  España en una  escala  atlántica. Si el  padre  elaboró un   extraño  laberinto  dentro de  España  que nunca llegaba  de vuelta  al  hogar,  Alberti   estuvo más  de  cuarenta  años  fuera  de  España,  en Francia  y  en   París, en   la Argentina y  dentro  de la  Argentina en Castelar y en el Paraná, en el Uruguay, en Italia,  para  volver a España  en  1977 y  terminar su  aventura  humana  en el mismo  Puerto  de  Santa  María  que le vio  nacer una  noche de  tormenta.

 

La  nostalgia de la  preinfancia  perdida  cuando  fue  desenterrado  del mar tiene su  realización  en  uno de los poemas  que  preferimos  de Alberti,  "Paraíso perdido"  que  está  en "Sobre los  ángeles": 

A través de los siglos,

por la nada  del mundo,

yo, sin sueño,  buscándote.

 

Tras  de mí,  imperceptible

sin rozarme los hombros,

mi  ángel muerto,  vigía.

 

¿Adónde  el Paraíso,

sombra, tú  que  has  estado?

Pregunta con silencio.

 

Ciudades  sin  respuesta,

ríos  sin habla, cumbres

sin ecos,  mares mudos.

 

Nadie lo  sabe. Hombres

fijos,  de pie, a la orilla

parada  de las tumbas,

 

Me  ignoran.  Aves  tristes,

cantos  petrificados,

en éxtasis el  rumbo,

 

ciegas.  No  saben nada.

Sin sol,  vientos  antiguos

inertes,  en las  leguas

 

por andar,  levantándose

calcinados,  cayéndose

de espaldas,  poco dicen.

 

Diluidos,  sin forma

la verdad  que en    ocultan

huyen de mi los cielos.

 

ya en el fin de la  tierra,

sobre  el  último filo,

resbalando los ojos,

 

muerta en mi la esperanza,

ese pórtico verde

busco en las negras  simas.

 

¡Oh  boquete de  sombras!

¡Hervidero del  mundo!

¡Qué  confusión de  siglos!

 

 

¡Atrás,  atrás! ¡Qué  espanto

de  tinieblas  sin  voces!

¡Qué  perdida mi alma!

 

 

- Angel muerto,  despierta.

¿Dónde  estás? Ilumina

con tu rayo el retorno.

 

Silencio. Más  silencio.

Inmóviles los  pulsos

del  sinfín de la  noche.

 

¡Paraíso  perdido!

Perdido por  buscarte

yo, sin luz para  siempre".

Después  de  esto  no podemos reducir a Alberti  a los poemas  donde juega con las  palabras,  donde  parece  deleitarse con la  repetición de la  letra  "i",  o con   experimentos  como " Diablo./ Vocablo./ Venablo./ Arrumba.   / Derrumba.Retumba./....Clama./ Embalsama./ Derrama./ Inflama./ Proclama./ Re-clama/ Llama". Sería de interés  investigar la  presencia del mar  en la  poesía,  y  sin duda  que  Alberti  debería  figurar en uno  de los  primeros lugares en la investigación,  por la  cantidad  de veces  en  que es mencionado el mar,  o lo fluido,  o  los  ríos;  y  es  curioso que  haya  vivido  siempre o  casi siempre  cerca del  agua.  En  Cádiz, en  Punta del Este, en el "río  como mar", en el Paraná.

            

Pero  el mar,  o la mar,  tiene  todavía  otro sentido.  No hay  precisamente  descripciones  del mar;  no  se  siente  casi  su  presencia física;  el  poeta  tiene una  relación  muy  fuerte,  muy  magnética, con el mar,  pero no  lo percibe  como  objeto, ni  siquiera como  objeto de su  poesía. El mar  aparece como  una totalidad,  como  un  conjunto  de  casi infinitas posibilidades. Hojeando  los  poemas  de Alberti,  en  particular los de  "Pleamar",  donde  parece  intentar navegar  al océano pero  como  desde una  orilla  de  poemas  de una  línea, el mar  es tantas cosas que se confunde con el universo;  sobre  todo, es tan ilimitado que se confunde con la libertad.

            

Hemos  visto que  Alberti se  educó en el catolicismo,  y  por  los jesuitas, que  le  dejaron   cierto rencor.  Alberti es  tan  generoso  que  todo el  horror de las pláticas,  esa  visión  del  infierno que  se  creía  tan eficaz y  moralizante,  le merece  apenas un poema sombrío, "Colegio (.S.J.). "

 

Veo los  años,

los mismos  que ahora escucho volver a mí  esta  tarde

colgados de  sotanas,

espantajos  oscuros

......

Oigo cómo  me   invaden crucifijos,

despiadadas penumbras  de  toses con rosarios  y  vía- crucis,

y  un  olor a  café,

a desayuno  seco,

descompuesto en las  bocas  tibias de los  confesonarios.

 

No  es  posible que  vuelva  este mismo  paisaje,

que reconquiste ni por un momento  su sueño

embrutecido de moscas,

formol  y  humo.

 

......

 

No  es  posible,

no quiero

no es  posible querer para vosotros la misma infancia  y muerte.

 

No  hay  casi acusaciones,  salvo las  estéticas;  pero esa impronta nunca  se borró. Y sin embargo esa  enseñanza era,  como  el mar,  universal:  comprendía  todo  y  abarcaba  todo.  ¿Cómo  pudo  conseguir  la  liberación? Alberti  nunca  dice  expresamente cuándo  perdió la  fe en el  catolicismo, la  religión de sus  padres y  de sus  maestros,  pero sí  dice  cuándo  adquirió  otra  fe, una  fe nueva,   mucho más  afín a sus  ansias de libertad;  la fe en el  arte, que  fue  su  religión,  y   quizás  más  aún la fe  en la  civilización:  porque  su arte  no  es un arte  primitivo,  ni  ingenuo,  ni decorativo,  ni  paisajístico.  Es un  arte ciudadano, y  su  camino  de Damasco no  fue  el mar, ni las dunas,  ni los  arbustos de la  costa de Cádiz,  ni  la  sierra  de  Guadarrama,  con todo lo que  ello  valió  para  el  poema:  fueron los  salones   del Museo del  Prado. Amó  más  las Venus del Tiziano que a las  de  carne  y hueso;  le  parecieron,  y  son,  más  densas  de  significados,  más  valiosas como  instrumentos de  comunicación. Un azul  de Veronese es tan bueno o  mejor  que  el  cielo mismo.  Pero dejemos que  él mismo  diga  este momento  en que  la Belleza  barre, con el viento que  sopla desde otras  épocas,   como  el  personaje  mitológico de la  "Primavera"  de  Botticelli,  que puede  con  todas las  cenizas del  Infierno:

 

¿Por  qué a mi  adolescencia las  antiguas  figuras

le movieron  el  sueño misteriosas y  oscuras?

 

Alberti  se encuentra con el  Renacimiento, y lo  encuentra  vivo;  y  sin duda  aprendió  en las  salas  de los  italianos  mucho más  del Renacimiento que  nosotros  con los  libros  de  Burckhardt y Panofsky. Adquiere así,  con  extraordinaria  rapidez e impacto,  un sentido  histórico;  y no   reconstruye en "A la pintura" la  historia  del arte plástico en el Renacimiento,  sino  que  descubre,  en los instrumentos del  pintor, en los  colores y  en los  grandes  artistas plásticos, un  pasado que está  vivo  aún,  y  que  produce ese  milagro de la  inmortalidad  que en  vano  prometen  los  corredores oscuros del colegio.

           

Alberti vive el Renacimiento  como una  época  en  que  el mundo está  a punto de liberarse,  aun  a liberarse  del cristianismo,  como  lo  dice  Nietzsche en "El  Anticristo",  y  casi lo consigue. Pero  individualmente:

           

"Y -oh  relámpago súbito-  senti  en la  sangre mía

arder los litorales  de la mitología".

 

Aquello  fue  un reencuentro, no  sólo con  la  palingenesia  de la  civilización  grecolatina,  sino con sus  ancestros, los  Alberti, de origen  italiano:

 

" y oí  desde  tan métricas, armoniosas ventanas

mis andaluzas fuentes  de  aguas  italianas".

 

Aquello fue  un  exorcismo,  y

 

"Mis  oscuros  demonios, mi color del  infierno

me los llevó  el  diablo,  ratoneril  y  tierno

del Bosco...."

 

Los  cuadros de los pintores italianos,  en particular los de  Tiziano, "metieron  en mi  sangre para siempre el anhelo de una  perpetua  juventud, de una  ilimitada,  luminosa  armonía". ("La arboleda perdida"). Descubrió  su "pertenencia de mis raíces  a las  civilizaciones  de lo  azul y lo blanco..." Y en el  poema que dedica al Tiziano dice:

 

"¡Oh juventud! Tu nombre es el Tiziano".

....................................................................

¿Cuándo otra  edad vio plenitud  más  bella,

altor de luna, miramar  de  estrella?

 

Obtenido  el sentido  histórico obtiene  también  la  consciencia  del signo. Su mundo  fue  modificado por el arte,  y  como  dice en "A la  pintura", invocó  al  pasado para  que  le  devolviera aquel momento  de  revelación y magia:

 

Díerame  ahora la locura

que en aquel  tiempo me  tenía

Para  pintar  la  Poesía

con el pincel de la  Pintura.

 

Con esta consagración al  verbo  llega a Alberti la libertad,  pero  los  antiguos  terrores  son  reemplazados por una nueva  angustia. Los  intelectuales  de comienzos  del  siglo XX  creyeron que la  unión  de los  obreros del mundo  impediría la  guerra;  pero  una  ola  de nacionalismo  barrió  con  el  pacifismo y  se fue  a la guerra  que  se  supuso  terminaría con  todas las  guerras, con  flores  en los fusiles. La  guerra  barrió  con las  esperanzas de los intelectuales  de   crear un  mundo mejor y  sobre  todo  demostró  que  para nada  pesaban en los  acontecimientos que  hacían  girar al mundo;  y  así  aparecieron los  movimientos  nihilistas,  como Dadá y los  comienzos del  surrealismo.  Pero  también el  período de las  primera  guerra mundial  trajo  la  esperanza,   la revolución  rusa de  octubre  de   1917;  y  Jules  Romains  la   llamó, en el  título de uno de los últimos  de los  26  volúmenes  de "Los  hombres de buena  voluntad",  "Esta gran claridad  en el Este". No  era  cualquier  revolución:   era una  revolución  conducida  por  intelectuales,  en lucha  abierta contra  quienes  creían en la espontaneidad  de las masas;  era una  revolución  inspirada en  textos filosóficos  que invitaban  a transformar el mundo  y  mostraban cómo  hacerlo, luego  de  pasar  revista a toda la  historia  de la humanidad.

           

Alberti pasó  de una  idea  totalizadora,  de una  religión que  explica  todo, el pasado, el presente y  el  porvenir,  a una  filosofía que  también lo  explica  todo y   cuya  anunciación es el momento en que  Lenin  llega a la estación de  Finlandia de  San Petersburgo:  el momento  en  que,  como  dice  Edmund  Wilson,  por  primera vez  en la  epopeya humana  una  filosofía de la  historia  calza y  hace  girar  una  cerradura histórica.   Alberti es  generoso y  propenso  al  sacrificio. En  algún momento abomina de  sus  primeros  versos,  indudablemente burgueses.  Viaja   varias  veces  a la Unión  Soviética y  convence o  casi convence a García  Lorca  de que  solicite el carnet del  partido  comunista. El  resto de la historia es conocido:  su  adhesión  a la República,  sus poemas  políticos,  el  concepto de la  poesía y  el  arte  como arma;  aquel  verso  de Machado a  Enrique Lister "Si mi  pluma  valiera  tu  pistola/  de   capitán,  contento moriría".  Y Alberti  llega a  escribir,  casi con desesperación en su "Nocturno",  que es   a la  vez  un  poema  comprometido,  militante,  y  requiem por  sus  objetos más  queridos,  las  palabras.

 

Cuando  tanto se  sufre  sin sueño  y por la sangre

se escucha que  transita  solamente la rabia,

que en los  tuétanos  tiembla  despabilado el odio

y en las médulas  arde continua  la  venganza

las palabras  entonces no sirven:  son palabras.

 

Balas,  balas.

Manifiestos,  artículos,  comentarios,  discursos,

humaredas perdidas,  neblinas  estampadas,

¡qué  dolor de  papeles  que  ha de  borrar el viento

qué  tristeza  de tinta  que  ha de  borrar el  agua!

 

Balas,  balas.

 

Ahora  sufro lo pobre,  lo  mexquino  lo  triste,

lo  desgraciado y  muerto que tiene  una  garganta

cuando  desde el abismo  de su idioma  quisiera

Gritar lo que no puede por  imposible  y calla.

 

Balas,  balas.

 

Siento  esta noche  heridas de muerte  las  palabras.

 

 Poco a poco  las  aguas  poéticas  de Alberti  vuelven a  su cauce;  pero  de su  experiencia  política  y  filosófica  queda un   hombre  renovado y  universal,  un creyente en la libertad y en  las  potencias  del  hombre;  y a  medida que  pasan los  años  sus  respiración es más  honda,  su visión  es más  amplia.

 

Pero  ¿dónde  está  la  poesía?  No está,  naturalmente,  ni  en la  anécdota, ni  en el tema, así  sea  el vasto mar;   menos  aún en la  emoción;  y  todavía hoy   se  confunde  pasión con  poesía. Dice Alberti  muy  justamente que la  poesía es  el  acento y  el tono, que  no  son  ni  expresan la  personalidad,  pero que la implican  y  de  ella  dependen. "Acento"  y "tono"  tienen  las  palabras.   La  poesía   para  Alberti  tal vez no  sea un  objeto real; pero  es  algo que  puede  captarse, que  puede  quizás  cazarse,  que cae en nuestras  redes.  Por eso,  parte  de la  poesía está  en  el  trabajo  de  salir en su  busca;  y  parte está  en  tener suerte  con la cacería.  Así  escribe en "Pleamar":  "¡Oh  poesía del juego,  del  capricho,  del aire, de lo más  leve  aún  imperceptible: no  te olvides que  siempre  espero tu visita".   En una   entrevista  que concedió a Natalia Calamai,  Alberti  dijo:  ".. yo  estoy de  acuerdo con la frase  atribuida a  Picasso:  yo no busco,  encuentro. .. yo soy un poeta muy  experimental..."   También  escribió: "Hay que  arriesgarse, hay que   explorar  hasta  pedrderse  o incluso hasta  morirse" (El Sol, Madrid,  19  de junio  de  1936). Hasta  un  poeta  del rigor  y la  organización,  como  Valéry,  escribió que  el  primer  verso nos lo  dan los  dioses;  y Borges  pide  perdón  al lector, por  si le ocurrió  escribir   un  buen  verso,  el haberlo  usurpado  previamente.

            Falta  saber cuáles  son los  instrumentos que  Alberti  empleó;  o,  para  volver a Baudelaire,  cuál  fue  su  química.  Si  decimos que su  instrumento  predilecto es el  idioma,  diremos  una  tautología, porque  no otro medio tiene  el  poeta  de  apresar la  poesía.  Pero  hay  en  Alberti  una  sensibilidad  absolutamente   extraordinaria  para el idioma,   como  sonido y  como  sentido. Alberti  se  extasía  ante la palabra  "naranjeles", que en  efecto  tiene  algo  de  naranjal  y  de   vergel,  y  ante la  palabra  "Cantegril", del mismo  modo  que  no  soporta  "terruño".  Y  cada  tanto lo  vemos  experimentando  con los sonidos puros,  como  un  pintor  que busca en su  paleta un nuevo  color  a partir  de los  que  ya  posee;  del mismo  modo  que  el músico no  tiene, al fin,   otro  instrumento que  el  do  - re - mi. Así las  repeticiones, donde algunas  veces  logra una  sensación de  construcción, de  sabia  arquitectura y  otras  de juego;  y  diré que el  poema  de  "A la pintura"  que en nuestro  sentir  debe  haberle  sido más  satisfactorio a Alberti,  por  afinidades  electivas,  es el que  dedica a  Piero della  Francesca:

 

 

Arquitectura ilesa,

incólume  armonía.

pesa la  geometría

y la luz  también  pesa.

 

......................

 

Nada  suspende el  vuelo.

aquí la  forma  aferra

sus plantas en la  tierra

como si fuera  el  cielo.

 

Pero  de los poemas que  Alberti  tejió,  more  geometrico,  preferimos  una de las  "Baladas y canciones  del Paraná",  donde  la  repetición,  a partir de objetos muy  comunes   logra levantar de las palabras un  halo   metafísico: la "Balada  de lo que el viento  dijo":

 

La  eternidad bien  pudiera

ser un  río,  solamente,

ser un caballo olvidado

y  el  zureo

de una paloma  perdida.

 

En cuantro el  hombre  se aleja

de los hombres, viene el viento

que ya le dice otras cosas,

abriéndole  los  oídos

y los  ojos, a  otras cosas.

 

Hoy me  alejé de los  hombres

y solo en esta  barranca,

me puse a mirar el río

y vi  tan solo un caballo

y escuché  tan solamente

el zureo

de una  paloma  perdida.

 

Y el viento  se  acercó  entonces,

como quien va de  pasada,

y me  dijo:

la  eternidad bien pudiera

ser un río  solamente,

ser un caballo  olvidado

y el  zureo

de una paloma  perdida.

 

Naturalmente,   el poema  más  célebre de Alberti  en este  punto   es el  octavo poema  de la "Metamorfosis del clavel", donde  es imposible  encontrar un  sentido explícito,  pero  donde  la  sugestión  verbal es  tan fuerte y la música interna  del  verso  tan poderosa, que  todos la  comprendemos de inmediato,  aunque  difícilmente  podríamos  explicar  qué es lo que  comprendemos:

 

Se  equivocó  la  paloma.

Se  equivocaba.

Por ir  al norte fue al sur.

Creyó que el  trigo  era  agua.

Se  equivocaba.

 

Creyó  que el mar era el cielo;

que la noche,  la mañana.

Se   equivocaba.

 

Que las  estrellas, rocío;

que el calor, la nevada.

Se  equivocaba.

 

que tu  falda era tu blusa;

que  tu corazón su casa.

Se   equivocaba.

 

(Ella  se durmió  en la  orilla,

  en la  cumbre de una  rama).

 

Es posible  que  como  virtuoso  del  idioma  Alberti  no haya  podido  superar la  destreza  de  Darío,   también  un virtuoso  de la  palabra  pero con unas  clara  afición a los  objetos  reales, a la musa de  carne  y  hueso.  Alberti  tiene  con  Darío  una  relación ambivalente que no  es  difícil  de  justificar dado  semejante  abuelo. Es injusto  con él, y  se  equivoca   al punto  de  titular  "Marquesa Rosalinda"  a un intenso y   agridulce poema que se  llama,  en realidad, "El  clavicordio  de la  abuela".  En un   artículo  publicado en "El Sol"   de Madrid  (18  de  agosto de  1931),  habla  de métrica  en conocedor,  y  dice: "Yo no le aconsejaría a usted los de nueve"  (sílabas) "por su lamentable  sonido  a Marquesa  Rosalinda"  Es natural.  Más  de un  poeta debe  haberse  preguntado, presa  de la  desesperación: ¿qué poesía  puedo  escribir luego de Rubén Darío?  Y todavía  debemos  advertir que cuando  Alberti  nace a la  poesía  ya estaban  allí  Antonio Machado  y  Juan Ramón Jiménez, que  habían descubierto  y  explorado   nuevas  Floridas,  nuevos campos  poéticos. Luego,  como  Borges,  recapacita cuando  comprende  realmente a Darío y  escribe  "Pero  en la  actualidad  ni hasta  el propio Rubén Darío toca como  debiera  el  corazón de las  nuevas  generaciones" (pag.114 de "La  arboleda  perdida").

           

En materia de música,  pues,  es difícil no  cederle  la  derecha  a Alberti y lo  vemos ejecutar  difíciles  proezas. Escribe,  por  ejemplo, un poema en una  extraña  combinación métrica  de octasílabos  y  decasílabos;  el  tema  que  trata es entre malevolente y  atroz;  el  efecto  es pura música:

 

No quiero, no,  que te rías,

ni que  te pintes  de  azul los ojos,

ni que te empolves  de  arroz la cara,

ni que  te pongas la blusa  verde,

ni que  te pongas la  falda  grana.

 

Que quiero  verte muy  seria,

que quiero  verte  siempre muy pálida,

que  quiero  verte  siempre  llorando,

que  quiero  verte  siempre  enlutada.

(El  alba del  alhelí).

Pero  volvamos al  alma.  El poeta  padece, siente,  sufre,  pero  es  estoico. Dejemos  a Alberti que se  despida  de ustedes con una  mezcla de  profesión de  fe,  de  varonil autodominio,  de sincera esperanza:

 

Nos dicen: Sed  alegres.

Que no  escuchen los  hombres rodar en nuestros cantos

ni el más  leve  ruido  de una  lágrima.

.....................

Me miro  a mí  me escucho  esta mañana

y  perdido  ese miedo

que me atenaza  a  veces  hasta dejarme  mudo,

me  repito: Confiesa,

grita  valientemente que  quisieras morirte.

..........................

Sonreíd. Sed  aleg res. Cantad la  vida  nueva

pero yo, sin vivirlo  ¡cuántas  veces  la  canto!

....................................

Perdonadme  que  hoy  sienta pena y  la diga.

No me  culpéis. Ha sido

la vuelta  del  otoño.

 

 

 

A fondo - Rafael Alberti                                                                                                                                                                      03 jul 1977

Entrevista de Joaquín Soler Serrano al poeta gaditano Rafael Alberti, con motivo de su regreso del exilio, quien repasa su infancia, sus inicios en la poesía, su relación con poetas como Federico García Lorca, su "primo", en la Residencia de Estudiantes, o Salvador Dalí,  con quien dice no mantener ninguna relación en esos momentos por haberse convertido en un "mercachifle". Rafael Alberti se detiene en su faceta de ilustrador e interpreta algunas de sus creaciones.

 

 

Abierto en el aire - Rafael Alberti                                                                                                                                           10 dic 1988

En este espacio, se tratan aspectos de la vida y la obra del poeta entre 1963 y 1978. Su estancia en Argentina y posterior traslado a Italia, donde concluye su exilio, y su regreso a España, tras la muerte de Franco. y la ley de Amnistía. Ya en España, el programa recoge su participación en las elecciones de 1977, y su elección como diputado por la provincia de Cádiz, así como, en lo estrictamente literario, el reconocimiento público de su obra, por fin en su propio país. 

 

Discurso Rafael Alberti, Premio Cervantes 1983                                                                                                                     23 abr 1984

Rafael Alberti (Puerto de Santa María, 1902-1999) recibió el Premio Cervantes 1983 con un discurso en el que descubre los paralelismos entre su vida y la del ilustre Miguel de Cervantes, según él, “el escritor más genialmente iluminado de todos nuestros clásicos, al que hay que amar más que a ninguno, sintiéndolo el más sufrido y golpeado, el más profundamente ligado a nuestro pueblo, el de mayor presencia y latido moral en medio de su tierra”. 

A él le dedica su discurso Alberti, pero también a esos otros poetas, escritores, que, como él mismo, sufrieron el dolor del exilio… Los llama la “España peregrina”: Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, José Bergamín, Miguel Hernández, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda… Impulsado por ellos, Rafael Alberti repite una y otra vez la letanía: “¡Cuán cara eres de haber, oh dulce España!”.

 

 

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

El  presente ensayo  está basado  en una conferencia  pronunciada en las  Jornadas  Albertianas de la  provincia de  Corrientes, Argentina,  en el año  2004. En la presente edición  se publicó,  en el  año  2008, en la revista  “Relaciones” 

 

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