En
busca de
Rafael Alberti por
Jorge Arias |
Estaba
en busca de Alberti y
naturalmente se me
ocurrió ese
título para
esta charla;
pero creo que todavía lo estoy
buscando. de todos los poetas de
la generación del
27 Alberti es el más
difícil de
encontrar, de definir,
de apresar. Cuando uno
cree que
Alberti, en "Marinero en tierra",
hace una poesía
matinal a lo Juan Ramón Jiménez,
aparece algún verso inquietante
y misterioso,
cuya última explicación
encontraremos en "Sobre los
ángeles"; un verso que parece
escrita bajo un signo muy
distinto de las "Arias
tristes" de Jiménez.
Pero aparece otro libro y uno
ve a Alberti
con su caballete de poeta en los
pueblos de Castilla, de uno en otro
y toma como una
instantánea de cada uno de ellos; pero
el libro se llama, no
menos misteriosamente,
"La amante". Uno busca
a la amante,
y cuando la encuentra aparece
en un
poema sin
verbos: Por amiga,
por amiga. Sólo por
amiga. Por amante,
por querida. Sólo por
querida. Por esposa no. Sólo por
amiga. |
|
Poema en que la amante deja de ser amante. Amiga, y ahí te quedas. Se recorre el libro y se encuentra verdadera emoción; pero cuando aparece de nuevo la amante, las cosas se enfrían. En un poema le requiere madrugar: "Madruga
la amante mía madruga
que yo lo quiero.... no
esperes que zarpe
el día que
yo
te espero". Esto
suena a
una cita por
teléfono. No
somos versados en las
costumbres de los amantes, pero
se nos ha
informado que suelen
dormir juntos. Uno
de los amantes
viaja permanentemente;
pero los dos
se esperan
al alba. Las menciones
a la amante son
siempre frías; quizás tienen
el frío de la muerte.
Así: Zarza
florida. Rosal
sin vida. Salí
de mi casa,
amante, por ir
al campo a buscarte. Y en
una zarza
florida hallé la
cinta prendida, de tu delantal, mi
vida. Hasta
aquí, parece que
todo va bien,
y que se encontrará con la amante,
con la que
tampoco esta
vez ha dormido, luego
de encontrar la cinta del
delantal; pero: Hallé tu
cinta prendida, y más
allá, mi
querida, te encontré muy mal herida bajo del
rosal, mi vida. Zarza florida, rosal
sin vida, bajo del
rosal, sin
vida. Fin del poema. Es muy hermoso, y difícil explicar por qué; sobre todo es difícil explicar por qué la amante tiene que morir, aunque sea bajo un rosal. Pero no hay sobresaltos ante la amada muerta bajo el rosal; no hay Romeo envenenándose ante lo que cree es Julieta muerta. Sin duda la amante ha sido un pretexto para combinaciones del palabras aliteradas como zarza, rosal, cinta y combinaciones de colores, rosa, rojo, el todo bajo el esfumino gris de la muerte; hasta que en algún momento pensamos si la amante no sería la muerte, y Alberti el clásico "joven prometido a la muerte"; hipótesis nada imposible si tenemos en cuenta que el poeta de "La amante" está enfermo, al parecer de tuberculosis, y busca el aire campestre como se hacía antes del descubrimiento de los antibióticos para su tratamiento. Más tarde leemos el libro autobiográfico de Alberti "La arboleda perdida" y allí nos dice varias cosas: primero que la amante existió, pero al comienzo o antes del viaje y que no lo acompañó; y al fin del libro Alberti sugiere que la amante fue más soñada que real.
¿Es
Alberti un
poeta frío, entonces? El mismo dice
que temió que
"la belleza
formal... se apoderó de mí
hasta casi petrificarme
el sentimiento"
("La arboleda
perdida") Sin
duda no, porque
unas páginas más
allá aparece
a la
vez con temperatura y
metafísica a la vez, en
un poema
que apreciaría
Lao Tse, el hombre que estuvo
80 años en el vientre de su madre,
profundidades metafísicas
que no
esperamos en un poeta
joven: ¿Por
qué me miras
tan serio, carretero? Tienes
cuatro mulas tordas, un caballo
delantero, un carro de ruedas
verdes, y la carretera toda para ti, carretero. ¿Qué más
quieres? Quizás
os he
convencido de las
dificultades prácticas de tocar, de alcanzar, de
apresar a Alberti. Justificaré un poco mejor la
razón de este
pensamiento: por qué es
tan difícil, si no
imposible, de
apresar.
Alberti cumple la regla de oro de la evolución de un poeta que acuñó Eliot cuando escribió que "el progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". De los poetas de la generación del 27, aún de los poetas españoles del siglo XX, es uno de los que más ha borrado su personalidad, en forma deliberada y por mor de la obra a realizar. Todo existe para llegar a un libro, escribió Mallarmé; y algo hay en Alberti de la estética de Mallarmé, el poeta que tomó como tema o como disparador de uno de sus poemas al reflejo del sol poniente en la espuma de un vaso de cerveza. En algún momento Alberti se sintió en la obligación de escribir poemas políticos, militantes, que apenas pueden recordarse; en varios momentos situó sus poemas en contextos geográficos a los que alude delicadamente, como la costa del Paraná o Punta del Este; pero siempre, en todos los poemas es mucho más el paisaje que el poeta. Lo vemos salir al campo con su libreta de apuntes y detenerse por cualquier motivo; y veremos que muchos de sus buenos poemas tienen temas tan humildes y circunstanciales como un boleto de tranvía, las hormigas, una hoja pegada en el zapato, un árbol descuajado o las atajadas de Platko en el arco del Barcelona en un encuentro con San Sebastián en 1928, o aún el poema que honra los productos destilados de la casa Pedro Domecq. Leemos "La arboleda perdida" y nos enteramos de muchas cosas de Alberti y de su familia, pero en ningún momento Alberti se siente interesante. Cuando parece que va a hablar, por ejemplo, del despertar del sexo, habla de sus compañeros y de las meretricias costumbres de los señoritos de Cádiz. Cuando habla de sus primeros amores lo vemos trepando por los tejados con una amiga. Es difícil encontrar en toda su obra un poema erótico, un poema que diga algo sobre el autor y sus amores. Con toda su libertad de espíritu, parece que fuera de las uniones legales apenas hubo espacio en su vida para Eros. Pero en este punto nos preguntamos a dónde conducía esa indiferencia por el objeto; y creemos notar que esa indiferencia por los objetos reales tiene su causa en que para Alberti el gran objeto de la poesía, si no el único, es la palabra. Diríamos
que la
regla de oro del
autosacrificio de la personalidad no la cumple
con exceso; y por
momentos pensamos en
aplicarle a Alberti
lo que dice
Eliot de
Montaigne: ("una niebla, un gas,
un elemento fluido
e insidioso").
¡Aquí de nuevo el
estado fluido!
Invectiva que apenas es tal,
porque es poco más que la personificación
del tema
del hombre
que formula
Montaigne ("Ciertamente,
el hombre es un
tema maravillosamente
vano, diverso y
ondulante").
Pero
volvamos al principio. Lo único
que debe interesarnos de un poeta
es, por
supuesto, su poesía;
y si desmenuzamos
la de Alberti al fin
encontramos la
palabra. No
decimos que no
tenga objeto;
y claramente decimos que no es
una impostura. Alberti ha creado
un universo
que no necesita de ningún otro
elemento como soporte; es tan
impersonal como
indestructible. Y sus mejores realizaciones,
como veremos,
son fantásticas
construcciones de palabras, en las cuales
el sentido está
reducido al mínimo;
casi podríamos decir
que su único sentido
es la música del
verso, el
a menudo extraordinario
encantamiento verbal.
Todo
el problema que
debemos plantearnos es
cómo lo hizo,
con qué
golpes de la suerte
acertó, cuáles
fueron sus
éxitos y
sus fracasos. Hemos oído
decir que en Alberti es interesante
la peripecia humana;
nosotros afirmamos
que es respetable,
dolorosa, con las
penas del
exilio y la
necesaria sensación
de pérdida;
pero aunque
aquí y
allá, sobre
todo en "Retornos
de lo vivo lejano" se evoca a España
desde el extranjero, no
hay dolor
ni nostalgia.
Intenta el regreso
de una vivencia,
pero no la
padece.
Baudelaire,
que es el primer autor
que cita
Alberti en " Marinero en
tierra", escribió que
para un hacer un poeta
se necesitaban
dos cosas:
un químico
perfecto y un
alma santa.
El químico
aprende su oficio,
y hay
en la poesía mucha
más deliberación
y trabajo
del que suele pensarse.
Pero, sin perjuicio de analizar
más tarde al
químico. ¿Cua´les y por qué son las palabras que motivan a
Alberti para construir
sus edificios
verbales? O mejor
¿qué pensar del alma
de Alberti, fuera de su amor
por la palabra?
Hay
una primera señal de
dolor, de
inquietud y casi de espanto.
El poeta de las
playas y del mar, de
los salineros y de las dunas
del Puerto de
Santa María
en Cádiz, tiene moradas
subterráneas. Lo poco que
sabemos de la
experiencia del
horror en Alberti
aparece en
esta forma, por demás
vaga: "Un desasosiego inexplicable, un tormento angustioso, lleno de
insomnios
y pesadillas nocturnas..."
("La arboleda
perdida"). Esta angustia
aparece en este
poema de
"Marinero en tierra" donde pregunta a
su padre: El mar, la mar, el mar.
¡Sólo la mar! ¿Por
qué me trajiste, padre, a la ciudad? Por qué
me desenterraste del mar? En sueños la marejada me tira
del corazón. Padre, ¿ por qué me trajiste acá?" Alberti
estaba desterrado, ay,
antes de
conocer el destierro.
El mar aparece
aquí como algo
seguro, firme
como la
tierra, algo
de lo que no
es bueno salir. El mar es invocada dos veces,
y alternativamente,
como masculino
y femenino: el
mar y la mar; y el
poeta se
decide por la mar. Algo hay
en la obsesión de
Alberti por la mar del mito del andrógino;
y el poeta elige
el componente
femenino, la
mar; sin duda la
madre, a la
que no
se nombra, pero
que en un poeta
de una tan extraordinaria sensibilidad para
las palabras aparece entretejida
en el poema.
Mar, madre:
se puede entrever
a través
de este
reproche al
universo amniótico
y aún
la nostalgia del
óvulo infecundo, del
que no
será forzado a
salir al exterior,
a dejar el mar
donde flotará, luego
de la fecundación; pero
también debemos
pensar en
Proteo, el dios marino de
la mitología griega,
que se transforma y que
posiblemente ha sido mujer.
A
estos versos
donde se reniega del
nacimiento se relaciona un fragmento no
menos inquietante de "El alba
del alhelí", "Madrugada
oscura": Algún
caballo alejándose, imprime su pie en el eco de la
calle. ¡Qué
miedo, madre! ¡Si alguien
llamara a la
puerta! ¡Si se apareciera padre con su túnica
talar chorreando...! ¡Qué
horror, madre! Antes
de leer "La arboleda
perdida" en busca de la relación de Alberti con su
padre, podríamos
detenernos en la túnica
"talar". No es una vestimenta masculina;
es, clásicamente, la túnica hasta
los talones de los
religiosos. Religiosos a los
que, particularmente en
los jesuítas, en cuyo colegio se educó
Alberti, se les llama
"padre"; y más
adelante hablaremos
de la educación
religiosa en
España a comienzos de
siglo, que es, para
nosotros, la
única impronta de la que Alberti, con todo su
impulso hacia la
libertad, nunca pudo borrar. "¡Cuántos brazos
y angustiados pulmones hemos
visto luchando fiera y desesperadamente
por salir de esas simas, sin alcanzar
al fin ni un momentáneo
puñado de sol!" escribe en "La
arboleda perdida". Y
refiriéndose a Bécquer, que
en muchos aspectos, no
sólo en
su primera afición
por la pintura, es un
alma gemela de
Alberti, dice: ""Todas
las rimas de
Bécquer se me
aparecen como escritas a tientas, por
las noches, sentado o recostado
al borde de su lecho..." También habla del miedo
de Bécquer, casi como
una confesión,
cuando dice
que "...tenía
miedo... miedo de encontrarse a
solas con sus dolores, acechado
por recuerdos que se le agigantaban"
("El sol" de
Madrid, 6
set. 1931). Podemos
pensar que
él mismo fue teatro
de esas luchas,
de las que
tal vez sus
angustiados pulmones estuvieron entre
las primeras
víctimas. Y en
"La arboleda perdida"
encontramos un padre
ausente, que
sin salir de España,
en su
profesión de vendedor
de vinos,
se pasa hasta más
de dos años fuera
del hogar.
Es posible
que, como
a Odiseo,
los suyos
no los reconozcan. Y todavía
hay en "La arboleda
perdida" un dolor, casi neurótico,
por no haber tenido
una mejor
relación con
su padre. "...
no lo
traté ni supe cómo
era hasta
en los últimos
años de su vida"
(La arboleda perdida, pag.
16). Tal parece que lo
ve por primera vez
cuando muere; y es un extraño
el que muere. Alberti se siente
en deuda con su padre, siente no
haberle hecho llegar mejor
sus sentimientos filiales;
quizás no
advirtió, ni siquiera cuando escribió,
ya en el exilio, "La
arboleda perdida",
que él iba a
homenajear a su padre
reproduciendo sus
viajes del microcosmos de
España en una escala atlántica.
Si el padre elaboró un extraño
laberinto dentro de
España que nunca
llegaba de vuelta al
hogar, Alberti
estuvo más de
cuarenta años
fuera de
España, en Francia
y en París, en la
Argentina y dentro de la Argentina
en Castelar y en el Paraná, en el Uruguay, en Italia,
para volver a España
en 1977 y
terminar su aventura
humana en el mismo
Puerto de
Santa María
que le vio nacer una
noche de tormenta. La
nostalgia de la preinfancia perdida
cuando fue
desenterrado del mar
tiene su realización en
uno de los poemas que preferimos
de Alberti, "Paraíso
perdido" que
está en "Sobre
los ángeles": |
A través de los siglos, por la nada
del mundo, yo, sin sueño,
buscándote. Tras de
mí, imperceptible sin rozarme los hombros, mi ángel
muerto, vigía. ¿Adónde
el Paraíso, sombra, tú
que has
estado? Pregunta con silencio. Ciudades
sin respuesta, ríos sin
habla, cumbres sin ecos,
mares mudos. Nadie lo
sabe. Hombres fijos,
de pie, a la orilla parada
de las tumbas, Me ignoran.
Aves tristes, cantos
petrificados, en éxtasis el
rumbo, ciegas.
No saben nada. Sin sol,
vientos antiguos inertes,
en las leguas por andar,
levantándose calcinados,
cayéndose de espaldas,
poco dicen. Diluidos,
sin forma la verdad
que en sí
ocultan huyen de mi los cielos. ya en el fin de la
tierra, sobre
el último filo, resbalando los ojos, muerta en mi la esperanza, ese pórtico verde busco en las negras
simas. ¡Oh boquete
de sombras! ¡Hervidero del
mundo! ¡Qué
confusión de siglos! ¡Atrás,
atrás! ¡Qué espanto de tinieblas
sin voces! ¡Qué
perdida mi alma! - Angel muerto,
despierta. ¿Dónde
estás? Ilumina con tu rayo el retorno. Silencio. Más
silencio. Inmóviles los
pulsos del sinfín
de la noche. ¡Paraíso
perdido! Perdido por
buscarte yo, sin luz para siempre". |
Después
de esto
no podemos reducir a Alberti a
los poemas donde juega con
las palabras,
donde parece
deleitarse con la repetición de la letra
"i", o con
experimentos como "
Diablo./ Vocablo./ Venablo./ Arrumba. / Derrumba.Retumba./....Clama./ Embalsama./ Derrama./ Inflama./ Proclama./ Re-clama/ Llama".
Sería de interés investigar
la presencia del mar en la poesía,
y sin duda
que Alberti
debería figurar en
uno de los
primeros lugares en la investigación,
por la cantidad
de veces en
que es mencionado el mar, o
lo fluido, o
los ríos;
y es
curioso que haya
vivido siempre o
casi siempre cerca del agua.
En Cádiz, en
Punta del Este, en el "río
como mar", en el Paraná.
Pero
el mar, o la mar,
tiene todavía
otro sentido. No hay
precisamente descripciones del
mar; no se siente
casi su
presencia física; el
poeta tiene una
relación muy
fuerte, muy
magnética, con el mar, pero
no lo percibe como objeto, ni
siquiera como objeto de su poesía.
El mar aparece como
una totalidad, como un
conjunto de
casi infinitas posibilidades. Hojeando
los poemas de
Alberti, en
particular los de "Pleamar",
donde parece
intentar navegar al océano
pero como desde una orilla
de poemas
de una línea, el mar es tantas cosas que se confunde con el universo;
sobre todo, es tan
ilimitado que se confunde con la libertad.
Hemos
visto que Alberti se
educó en el catolicismo, y
por los jesuitas, que
le dejaron
cierto rencor. Alberti
es tan
generoso que
todo el horror de las
pláticas, esa
visión del
infierno que se
creía tan eficaz y
moralizante, le merece apenas
un poema sombrío, "Colegio (.S.J.). " Veo los
años, los mismos
que ahora escucho volver a mí
esta tarde colgados de
sotanas, espantajos
oscuros ...... Oigo cómo
me invaden
crucifijos, despiadadas penumbras
de toses con rosarios y vía- crucis, y un olor a café, a desayuno
seco, descompuesto en las
bocas tibias de los confesonarios. No es posible que vuelva
este mismo paisaje, que reconquiste ni por un momento
su sueño embrutecido de moscas, formol
y humo. ...... No es posible, no quiero no es
posible querer para vosotros la misma infancia
y muerte. No
hay casi acusaciones,
salvo las estéticas;
pero esa impronta nunca se
borró. Y sin embargo esa enseñanza
era, como el mar, universal:
comprendía todo
y abarcaba todo.
¿Cómo pudo
conseguir la
liberación? Alberti nunca
dice expresamente cuándo
perdió la fe en el catolicismo, la religión
de sus padres y
de sus maestros,
pero sí dice
cuándo adquirió
otra fe, una
fe nueva, mucho
más afín a sus
ansias de libertad; la
fe en el arte, que
fue su religión, y
quizás más
aún la fe en la
civilización: porque
su arte no
es un arte primitivo,
ni ingenuo,
ni decorativo, ni paisajístico.
Es un arte ciudadano,
y su
camino de Damasco no
fue el mar, ni las
dunas, ni los
arbustos de la costa
de Cádiz, ni la sierra
de Guadarrama,
con todo lo que ello
valió para
el poema:
fueron los salones
del Museo del Prado.
Amó más
las Venus del Tiziano que a las
de carne
y hueso; le
parecieron, y
son, más
densas de
significados, más
valiosas como instrumentos
de comunicación. Un azul
de Veronese es tan bueno o mejor
que el cielo mismo. Pero
dejemos que él mismo diga este
momento en que
la Belleza barre, con
el viento que sopla desde
otras épocas,
como el
personaje mitológico
de la "Primavera"
de Botticelli,
que puede con
todas las cenizas del
Infierno: ¿Por
qué a mi adolescencia
las antiguas figuras le movieron
el sueño misteriosas
y oscuras? Alberti
se encuentra con el Renacimiento,
y lo encuentra vivo;
y sin duda
aprendió en las
salas de los
italianos mucho más
del Renacimiento que nosotros con los libros
de Burckhardt y
Panofsky. Adquiere así, con
extraordinaria rapidez
e impacto, un sentido histórico;
y no reconstruye
en "A la pintura" la historia del arte plástico en el Renacimiento, sino que
descubre, en los
instrumentos del pintor, en
los colores y
en los grandes
artistas plásticos, un pasado
que está vivo
aún, y que produce ese
milagro de la inmortalidad que
en vano
prometen los
corredores oscuros del colegio.
Alberti
vive el Renacimiento como una
época en
que el mundo está a
punto de liberarse, aun
a liberarse del
cristianismo, como
lo dice
Nietzsche en "El Anticristo", y casi lo
consigue. Pero individualmente:
"Y -oh
relámpago súbito- senti en la sangre mía arder los litorales
de la mitología". Aquello
fue un reencuentro, no
sólo con la
palingenesia de la
civilización grecolatina, sino
con sus ancestros, los
Alberti, de origen italiano: " y oí
desde tan métricas,
armoniosas ventanas mis andaluzas fuentes
de aguas
italianas". Aquello
fue un
exorcismo, y "Mis
oscuros demonios, mi
color del infierno me los llevó
el diablo,
ratoneril y
tierno del Bosco...." Los
cuadros de los pintores italianos,
en particular los de Tiziano,
"metieron en mi
sangre para siempre el anhelo de una
perpetua juventud, de
una ilimitada,
luminosa armonía".
("La arboleda perdida"). Descubrió
su "pertenencia de mis
raíces a las civilizaciones de
lo azul y lo blanco..." Y
en el poema que dedica al
Tiziano dice: "¡Oh juventud! Tu nombre es el
Tiziano". .................................................................... ¿Cuándo otra
edad vio plenitud más bella, altor de luna, miramar
de estrella? Obtenido
el sentido histórico
obtiene también
la consciencia
del signo. Su mundo fue modificado por el arte,
y como dice en "A la pintura",
invocó al
pasado para que
le devolviera aquel momento
de revelación y
magia:
Díerame
ahora la locura que en aquel
tiempo me tenía Para pintar
la Poesía con el pincel de la
Pintura. Con
esta consagración al verbo
llega a Alberti la libertad, pero
los antiguos
terrores son
reemplazados por una nueva angustia.
Los intelectuales de comienzos del
siglo XX creyeron que
la unión
de los obreros del
mundo impediría la
guerra; pero una
ola de nacionalismo
barrió con
el pacifismo y
se fue a la guerra
que se
supuso terminaría con
todas las guerras, con
flores en los fusiles.
La guerra barrió
con las esperanzas de
los intelectuales de
crear un mundo mejor y sobre todo
demostró que
para nada pesaban en
los acontecimientos que hacían
girar al mundo; y
así aparecieron los
movimientos nihilistas,
como Dadá y los comienzos
del surrealismo. Pero
también el período
de las primera
guerra mundial trajo la
esperanza, la
revolución rusa de
octubre de
1917; y
Jules Romains
la llamó, en el
título de uno de los últimos
de los 26
volúmenes de
"Los hombres de buena voluntad", "Esta
gran claridad en el
Este". No era
cualquier revolución:
era una revolución
conducida por
intelectuales, en lucha abierta
contra quienes
creían en la espontaneidad de
las masas; era una revolución
inspirada en textos filosóficos que
invitaban a transformar el
mundo y
mostraban cómo hacerlo,
luego de pasar revista a
toda la historia de la humanidad.
Alberti
pasó de una idea totalizadora,
de una religión que
explica todo, el
pasado, el presente y el
porvenir, a una
filosofía que también lo explica
todo y cuya
anunciación es el momento en que
Lenin llega a la estación de
Finlandia de San
Petersburgo: el momento
en que,
como dice
Edmund Wilson,
por primera vez
en la epopeya humana una filosofía
de la historia
calza y hace
girar una
cerradura histórica. Alberti
es generoso y
propenso al
sacrificio. En algún
momento abomina de sus
primeros versos,
indudablemente burgueses. Viaja
varias veces
a la Unión Soviética
y convence o
casi convence a García Lorca
de que solicite el
carnet del partido comunista. El resto
de la historia es conocido: su
adhesión a la República,
sus poemas políticos,
el concepto de la
poesía y el
arte como arma;
aquel verso
de Machado a Enrique Lister "Si mi
pluma valiera tu
pistola/ de
capitán, contento
moriría". Y
Alberti llega a
escribir, casi con
desesperación en su "Nocturno",
que es a la
vez un poema comprometido,
militante, y
requiem por sus
objetos más queridos,
las palabras. Cuando
tanto se sufre
sin sueño y por la
sangre se escucha que
transita solamente la
rabia, que en los
tuétanos tiembla
despabilado el odio y en las médulas
arde continua la venganza las palabras
entonces no sirven: son
palabras. Balas,
balas. Manifiestos,
artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas,
neblinas estampadas, ¡qué
dolor de papeles
que ha de
borrar el viento qué tristeza
de tinta que
ha de borrar el
agua! Balas,
balas. Ahora
sufro lo pobre, lo
mexquino lo
triste, lo desgraciado
y muerto que tiene una garganta cuando
desde el abismo de su
idioma quisiera Gritar lo que no puede por
imposible y calla. Balas,
balas. Siento
esta noche heridas de
muerte las palabras. Poco
a poco las
aguas poéticas
de Alberti vuelven a
su cauce; pero
de su experiencia
política y
filosófica queda un
hombre renovado y
universal, un creyente
en la libertad y en las
potencias del
hombre; y a
medida que pasan los
años sus
respiración es más honda,
su visión es más
amplia. Pero
¿dónde está
la poesía?
No está, naturalmente,
ni en la
anécdota, ni en el
tema, así sea el vasto
mar; menos
aún en la emoción;
y todavía hoy
se confunde
pasión con poesía.
Dice Alberti muy justamente que la poesía
es el
acento y el tono, que
no son
ni expresan la personalidad,
pero que la implican y de ella
dependen. "Acento" y
"tono" tienen las
palabras. La
poesía para
Alberti tal vez no
sea un objeto real;
pero es
algo que puede
captarse, que puede
quizás cazarse,
que cae en nuestras redes.
Por eso, parte
de la poesía está
en el
trabajo de
salir en su busca;
y parte está
en tener suerte
con la cacería. Así
escribe en "Pleamar":
"¡Oh
poesía del juego, del capricho,
del aire, de lo más leve
aún imperceptible: no
te olvides que siempre espero
tu visita". En
una entrevista
que concedió a Natalia Calamai,
Alberti dijo:
".. yo
estoy de acuerdo con la frase atribuida
a Picasso:
yo no busco, encuentro. .. yo soy un
poeta muy experimental..."
También escribió: "Hay
que arriesgarse, hay que
explorar hasta
pedrderse o incluso
hasta morirse" (El Sol, Madrid, 19 de junio
de 1936). Hasta
un poeta
del rigor y la
organización, como Valéry,
escribió que el primer
verso nos lo dan los dioses;
y Borges pide
perdón al lector, por si le ocurrió escribir
un buen
verso, el haberlo
usurpado previamente.
Falta
saber cuáles son los instrumentos
que Alberti empleó; o,
para volver a
Baudelaire, cuál
fue su
química. Si
decimos que su instrumento
predilecto es el idioma, diremos
una tautología,
porque no otro medio tiene
el poeta de
apresar la poesía.
Pero hay
en Alberti
una sensibilidad
absolutamente extraordinaria para el idioma, como
sonido y como
sentido. Alberti se
extasía ante la
palabra "naranjeles",
que en efecto
tiene algo
de naranjal
y de
vergel, y
ante la palabra
"Cantegril", del mismo
modo que
no soporta "terruño".
Y cada
tanto lo vemos
experimentando con los
sonidos puros, como un pintor
que busca en su paleta un nuevo color
a partir de los
que ya posee; del mismo
modo que
el músico no tiene,
al fin, otro instrumento
que el
do - re - mi. Así las
repeticiones, donde algunas veces
logra una sensación
de construcción, de sabia arquitectura
y otras
de juego; y
diré que el poema
de "A la
pintura" que en nuestro sentir debe
haberle sido más
satisfactorio a Alberti, por afinidades electivas,
es el que dedica a
Piero della Francesca: Arquitectura ilesa, incólume
armonía. pesa la
geometría y la luz
también pesa. ...................... Nada suspende
el vuelo. aquí la
forma aferra sus plantas en la
tierra como si fuera
el cielo. Pero
de los poemas que Alberti tejió,
more
geometrico, preferimos una
de las "Baladas y canciones del
Paraná", donde
la repetición,
a partir de objetos muy comunes logra levantar de las palabras un halo metafísico:
la "Balada de lo que el
viento dijo": La eternidad
bien pudiera ser un
río, solamente, ser un caballo olvidado y el zureo de una paloma
perdida. En cuantro el
hombre se aleja de los hombres, viene el viento que ya le dice otras cosas, abriéndole
los oídos y los
ojos, a otras cosas. Hoy me
alejé de los hombres y solo en esta
barranca, me puse a mirar el río y vi tan
solo un caballo y escuché
tan solamente el zureo de una
paloma perdida. Y el viento
se acercó
entonces, como quien va de
pasada, y me dijo: la eternidad
bien pudiera ser un río
solamente, ser un caballo
olvidado y el zureo de una paloma
perdida. Naturalmente,
el poema más
célebre de Alberti en
este punto
es el octavo poema de la "Metamorfosis del clavel", donde
es imposible encontrar un sentido
explícito, pero
donde la
sugestión verbal es
tan fuerte y la música interna
del verso
tan poderosa, que todos la comprendemos
de inmediato, aunque
difícilmente podríamos explicar
qué es lo que comprendemos: Se equivocó
la paloma. Se equivocaba. Por ir
al norte fue al sur. Creyó que el
trigo era
agua. Se equivocaba. Creyó
que el mar era el cielo; que la noche,
la mañana. Se equivocaba. Que las
estrellas, rocío; que el calor, la nevada. Se equivocaba. que tu
falda era tu blusa; que tu
corazón su casa. Se
equivocaba. (Ella
se durmió en la
orilla, tú en
la cumbre de una rama). Es
posible que como virtuoso
del idioma
Alberti no haya
podido superar la
destreza de
Darío, también
un virtuoso de la
palabra pero con unas
clara afición a los objetos reales,
a la musa de carne y hueso.
Alberti tiene
con Darío
una relación
ambivalente que no es
difícil de
justificar dado semejante abuelo.
Es injusto con él, y
se equivoca
al punto de
titular "Marquesa
Rosalinda" a un intenso
y agridulce poema que
se llama,
en realidad, "El clavicordio
de la abuela". En un artículo
publicado en "El Sol"
de Madrid (18
de agosto de 1931),
habla de métrica
en conocedor, y
dice: "Yo no le
aconsejaría a usted los de nueve"
(sílabas) "por su
lamentable sonido
a Marquesa
Rosalinda" Es natural. Más
de un poeta debe
haberse preguntado,
presa de la desesperación:
¿qué poesía puedo escribir luego de Rubén Darío?
Y todavía debemos
advertir que cuando Alberti
nace a la poesía
ya estaban allí
Antonio Machado y
Juan Ramón Jiménez, que habían
descubierto y explorado nuevas
Floridas, nuevos
campos poéticos. Luego,
como Borges, recapacita
cuando comprende
realmente a Darío y escribe
"Pero
en la actualidad
ni hasta el propio Rubén
Darío toca como debiera
el corazón de las nuevas
generaciones" (pag.114 de "La
arboleda perdida").
En materia de música,
pues, es difícil no cederle la
derecha a Alberti y lo
vemos ejecutar difíciles
proezas. Escribe, por ejemplo, un
poema en una extraña combinación métrica de
octasílabos y decasílabos; el
tema que
trata es entre malevolente y atroz; el efecto
es pura música: No quiero, no,
que te rías, ni que
te pintes de
azul los ojos, ni que te empolves
de arroz la cara, ni que
te pongas la blusa verde, ni que
te pongas la falda
grana. Que quiero
verte muy seria, que quiero
verte siempre muy pálida, que quiero
verte siempre
llorando, que quiero
verte siempre
enlutada. (El alba del
alhelí). Pero
volvamos al alma.
El poeta padece,
siente, sufre, pero
es estoico. Dejemos
a Alberti que se despida de ustedes con una mezcla
de profesión de
fe, de
varonil autodominio, de
sincera esperanza: Nos dicen: Sed
alegres. Que no
escuchen los hombres
rodar en nuestros cantos ni el más
leve ruido
de una lágrima. ..................... Me miro
a mí me escucho
esta mañana y perdido
ese miedo que me atenaza
a veces
hasta dejarme mudo, me repito:
Confiesa, grita
valientemente que quisieras
morirte. .......................... Sonreíd. Sed
aleg res. Cantad la vida nueva pero yo, sin vivirlo
¡cuántas veces
la canto! .................................... Perdonadme
que hoy
sienta pena y la diga. No me
culpéis. Ha sido la vuelta
del otoño. |
A fondo - Rafael Alberti 03 jul 1977 |
Abierto en el aire - Rafael Alberti 10 dic 1988 |
Discurso Rafael Alberti, Premio Cervantes 1983 23 abr 1984 |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
El presente ensayo está basado en una conferencia pronunciada en las Jornadas Albertianas de la provincia de Corrientes, Argentina, en el año 2004. En la presente edición se publicó, en el año 2008, en la revista “Relaciones”
Editado por el editor de Letras Uruguay
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