“El tiempo y los Conway”
de John B. Priestley, en el teatro Circular. |
Este estreno de “El tiempo y los Conway” es un acontecimiento en nuestro teatro, y las razones son varias. La primera es que se trata de un espectáculo en serio, a años luz de los “stand up”, “artes performáticas” obras sobre improvisaciones, “artistas” que vienen del Carnaval, “dramaturgia del actor” y otros artefactos cuyo único fin visible es llegar “a escena”, a “fondos concursables”, etc. Un segundo mérito es la elección de un buen libreto, cuidadosamente elaborado, que se presenta en lo que creemos es la traducción de Aurora Bernárdez (1958), hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez y que fue esposa de Julio Cortázar. Un tercer orden de méritos está en la consciencia, estudio y aplicación con que María Varela puso en escena la obra. De la dirección en sí misma hablaremos más adelante; celebramos aquí que no se haya cambiado, hasta donde nos auxilia la memoria, ni un nombre propio ni un diálogo. El tema del tiempo, o mejor de su posible refutación, ha sido una constante en Priestley, al punto de consagrarle un libro entero (“Man and Time”) lleno de datos curiosos, de interés científico e histórico y a menudo misteriosos; pero el encanto, que parece inmarcesible, de “El tiempo y los Conway” no viene de esas especulaciones, carácter que comparte con “Esquina peligrosa” y “Yo estuve aquí una vez”. El perfume de la juventud de “El tiempo y los Conway” (1937), que reaparecerá más tarde, en la obra de Priestley, en las reminiscencias, a veces interrumpidas, como en “El tiempo y los Conway”, de “Gregory Dawson” “(Bright day”, 1946) tiene clara relación con las muchachas en flor que conmovieron la estadía de Marcel en Balbec (“A la sombra de las muchachas en flor”, 1919). También es posible rastrear “El tiempo y los Conway” en el no menos memorioso Chejov, con cuyas obras “El jardín de los cerezos” y “Las tres hermanas”, “El tiempo y los Conway” guarda algunas curiosas semejanzas. En “El jardín de los cerezos” el importante tercer acto comienza con una fiesta, pero no en el lugar en que acontece sino en una pieza auxiliar, lo que es análogo al primer acto de ”El tiempo y los Conway”; hay en ambas obras una propiedad familiar en peligro, en la que debe invertirse dinero para luego venderla fraccionada; hay en ambas algo de un réquiem por una noble forma de vivir que se muere y una obertura no menos fúnebre para el nuevo tiempo en que van a triunfar los Lopajin y los Beevers (y los Hitler). En cuanto a “Las tres hermanas”, que aquí son cuatro y de cuyo destino se trata ampliamente, hay en ambas piezas la reveladora presencia de unos versos que se dicen dos veces con diferentes significados (Pushkin en “Las tres hermanas”, Blake aquí). En ambas piezas el padre ha muerto; en ambas piezas sólo una de las hermanas (Olga, Kay) es plenamente lúcida; ambas concluyen la pieza hablando al futuro. La reminiscencia o recuperación del ayer se ha intentado infinidad de veces: “El tiempo y los Conway” es una de ellas, y una de las pocas que mantiene, a más de setenta años de su estreno, una frescura, una lozanía y una gracia que asombran y conmueven. En este sentido, el definitivo triunfo de la dirección es haber logrado que una flor tan delicada atravesase el tiempo, el espacio y hasta un idioma diferente hasta llegar a nosotros, intacta y enriquecida por ese largo y azaroso tránsito. Un aspecto que explica en parte el buen éxito de la puesta en escena es el acierto del “casting”, especialmente en las cinco jovencitas (Sara de los Santos, Paola Larrama, Dahiana Méndez, Cecilia Lema, Aline Rava). La pieza, que no es precisamente breve, se da en su integridad o muy poco menos; y es admirable cómo Varela maneja, en el breve espacio de la sala 1 del Circular, el entrecruzamiento de diez personajes, todos ellos con vida, actividades y destinos propios. También se lucen: la viva y señorial madre (Alma Claudio), los dos varones, que se alejan hasta llegar casi a las antípodas, pero siempre vivos (Moré y Fernando Vanset), el enigmático y luego intimidante Ernest Beevers, una brillante interpretación de Claudio Castro y Oliver Luzardo como el abogado amigo y consejero de la familia. El estreno de “El tiempo y los Conway” fue una noche de muy buen teatro. También el tiempo del buen teatro se puede recuperar. EL TIEMPO Y LOS CONWAY, de John B. Priestley, por el teatro Circular. Con Alma Claudio, Sala de los Santos, Paola Larrama, Cecilia Lema, Dahiana Méndez, Moré, Fernando Vanset, Claudio Castro, Oliver Luzardo y Aline Rava. Vestuario de Soledad Capurro, escenografía de Fernando Scorsela, iluminación de Pablo Caballero, música de Gregorio Bregstein, dirección general de María Varela. Estreno del 18 de junio, teatro Circular, sala 1. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
La República - 23 de junio de 2010
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