Angelo, Gallimard, 1995, 245 págs. Le hussard sur le toit, Gallimard 1995, 499 págs.

Hay edición española de Anagrama. Le bonheur fou, Gallimard 1957, 461 pags, Mort d un personagge, Grasset.  1984, 183 págs.

 

El cuarteto del húsar

por Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com

 

La obra de Jean Giono (Manosque, Francia, 30 de marzo de 1895,  9 de octubre de 1970)  parece ilustrar esta idea de  Nietzsche:

"Ese Pathos desorbitado y fantástico con el que hemos apreciado las acciones más insólitas, se hace pagar con el desprecio que dedicamos a las acciones cotidianas e insignificantes. Somos bufones de la rareza y hemos devaluado así el pan de cada día" ("Fragmentos póstumos", Tecno,  T.III  pag. 529)

Estamos en una civilización que aprecia sufrimiento y dolor, resabio teológico del sacrificio;  sus consecuencias son el héroe y el mártir. El siglo XIX tuvo a Napoleón, grave, incapaz de bromas y al conde de Montecristo, condenado, crucificado y resucitado; sólo los grandes hombres parecían aptos para honrar la empresa de vivir. A mediados del siglo XX,  luego de dos guerras que no enfriaron el culto del dolor, Sartre escribió que "Uno de  los principales motivos de la creación artística es ciertamente nuestra necesidad de sentirnos esenciales con relación al mundo". Una ilusión. Dijo también que el hombre es una pasión inútil. "Pasión" lo define como elocuencia y oratoria; inútil, el hombre, sin esfuerzo, lo es. Camus con su "hombre rebelde", su "Hay solo un problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio", su Sisifo trepando con su piedra, fue un segundo trombón para el mismo fortissimo. Leímos a Unamuno, "El sentimiento trágico de la vida", título que  habla por si solo y cuyo gran tema es si el alma del hombre  es inmortal.

Giono desdeña estos coturnos. Descree de si mismo: "Nada es verdadero. Ni siquiera yo; ni  los míos;  ni mis amigos.". Ha vivido casi  toda su vida en Provence y ha escrito un libro con  ese titulo; comienza con "No conozco Provence"; y "No hay Provence. El que la ama, o ama al mundo o no ama nada"; para conocer Provence  "nada es mejor que Shakespeare". Dice que las autopistas "flagelan paisajes vírgenes con sus lentas ondulaciones", detesta la "sociedad de la muerte",  la civilización actual; pero Gusta de la contradicción y de la paradoja; sugiere que  las fábricas de  Mestre, que afean la  llegada a  Venecia, podrían ambientar una tragedia en el futuro; dice que detesta el mar y que la catedral de Milán no vale nada; se deleita con rincones de París y, en general, con lugares donde no  van "ni los estetas ni los historiadores"; nunca discute, calla, fuma su pipa. Encuentra grande lo pequeño; todo es fluido y se modifica; comienza a escribir, se le ocurre esbozar un personaje porque "quería ver, antes que nada, cómo reaccionaba el héroe en una situación dada". Ese esbozo, comienza a tejer sus propias intrigas; al fin es  toda una  novela, "Angelo"; el lector podrá unirla a la trama general. Todo es prólogo y esbozo, cuestionado y modificado por sucesos posteriores e incansables interpretaciones.  Angelo, tal como se le ha encomendado, mata en un duelo a espada al barón Schwartz; más tarde se preguntará por qué le dio una chance  y no lo mató como lo haría un sicario. El lector espera que  Angelo y Pauline lleguen al amor físico; el último libro, "Muerte de un personaje". nos deja  concluir que sí, que ha ocurrido, pero fuera de la narración. Han tenido un hijo, del que se ignora todo, aún el nombre; que vive en Marseille, juega a las cartas, cuida a su anciana madre; a su vez ha tenido un hijo, al que llamó Angelo.

Giono, con su gusto del lugares pequeños,  es sociable.  Nada como los amigos, y sus libros quieren la amistad  del lector. Forman parte de una  larga y cálida familia, toda la literatura de Occidente, y lo hace ver. Escribe "Nacimiento de la Odisea ("Naissance de  la Odisée"), una glosa  de Homero; admira al rudo hidalgo de la Mancha; hay ecos de las "Geórgicas" de Virgilio en su religiosa atención a tierra, plantas y árboles; hay una reminiscencia del bosque de Birnam en el animado bosque de "Las verdaderas riquezas" ("Les vraies richesses") que "avanza, cubre llanuras, desborda colinas... empujando los escombros de la civilización de la  muerte";  la muerte de Pauline,  en "Muerte de un personaje"  evoca la muerte de la abuela en "A la sombra de las muchachas en flor";  algo hay de Faulkner en la narración mediante alusiones casuales e incompletas; y el extraño fratricidio de las últimas páginas de "La felicidad loca" ("Le bonheur fou") donde Angelo, sin una clara razón, mata a su hermano de leche Giuseppe, evoca la sorpresiva muerte de Charles Bon a manos de su medio hermano y admirador Henry Sutpen, en "Absalón, Absalón"  de Faulkner.

Una conjunción favorable de astros hizo que Giono descubriera a Stendhal y se deslumbrara con su gracia y frescura, al punto que esta tetralogía podría definirse como un cuarteto  de "Variaciones sobre el tema de Stendhal, La cartuja de Parma".  Angelo, hijo de la duquesa Ezzia Pardi y un sacerdote, evoca de  inmediato a Fabrice del Dongo, hijo natural del teniente Robert y la marquesa del Dongo; y hay frecuentes elegancias e ironías sobre los personajes, muy a lo Stendhal: "Estaba en un estado de exaltación extrema: estaba en el pais natal de la libertad"; "Sin que se diera cuenta, sus ojos tenían los fuegos del amor más vivo"; "Ella había comprendido que las heridas de amor propio y aún de amor no son crueles sino en un cuerpo helado".

En una disposición más próxima a la de los caballeros andantes, salir a la vida y recibir aventuras, Angelo atraviesa una epidemia de còlera en el Sur de Francia en "El húsar en el tejado" ("Le hussard sur le toit", 1951) y la rebelión de Piamonte y Lombardía contra la dominación austriaca ("La felicidad loca"). Es imposible resumir lo que sucede en ambas novelas y aún determinar cuál puede ser el nudo de ambas novelas o de las cuatro,  siendo claro que se relacionan entre si por la presencia, y aún la lejana menoria, de Angelo, que al final de "Le hussard sur le toit" ha  salvado la vida de su amor, Pauline de Théus, enferma de cólera.

Giono no se toma demasiado en serio. Para él escribir es un juego; sus consignas son felicidad y libertad. Se desvaloriza, y exagera, cuando se confiesa falso; en el "Viaje a Italia" se ridiculiza al mostrar  su afán de parecer sabio ante sus compañeros de viaje confundiendo unas matas con los fuegos fartuos producidos por el protocarbolato en Pietragala. Aún su héroe, Angelo, el caballero  sin miedo y sin tacha,  es devaluado; al fin de cuentas, como a Fabrice del Dongo en "La cartuja de Parma", no se le ve realizar ninguna hazaña. Es coronel de húsares del reino de Cerdeña a los veinte y cinco años; pero si bien es un eximio  esgrimista y jinete, su grado militar fue comprado con dinero por su madre, la duquesa Pardi. 

Una vez apreciado Giono por su modestia, cabe la admiración por la verdad que sabe imprimir a la trama, donde a través de muchos y muy poblados episodios, nada parece construido ni pulido; y se adivina una sólida doumentación, muy bien disumulada, sobre los aspectos históricos, en particular en  "Le bonheur fou" ("La felicidad loca").

Siempre distante y casi evanescente, es tan difícil terminar con Giono como fue empezar a valorarlo. Quedan espacios en blanco, que parecen tener vida; sucesos  fuera de la percepción del lector, como los amores de Angelo y Pauline, el nacimiento del hijo, su infancia y educación, las muertes del marqués de Théus y de Angelo. Se abre un horizonte de sueño, casi infinito, tan amplio y abierto como los grandes paisajes de montaña que fueron el lugar de predilección de Giono.

por Jorge Arias
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