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“El canto de las sirenas” de Álvaro Ángel Malmierca
Elegía marítima desde las ciudades de la llanura
por Jorge Arias

“Billy Budd” es la última obra de Melville  y  quedó  inconclusa, siendo  editada por  primer a vez en 1924. Es una novela corta, que  ocupa en la edición de  The Library  of  America unas 82 páginas. Los primeros capítulos, hasta el 21, que narra el  juicio de  Billy Budd,  son de  la  extensión común en el género y  la  época;  más  adelante, hasta  el capítulo 27, son breves; los tres últimos, del 28 al 30, son enigmáticos. El 28 presenta la muerte del Capitán Vere, después del  desenlace; el 29, que  contiene el extracto de una imaginaria gaceta de la época, desmiente abruptamente  todo lo que hemos leído sobre la inocencia de Billy Budd;  el 30 es una coda que  contiene una balada escrita en los clásicos pentámetros del verso inglés sobre la muerte del  Hermoso Marinero. La  balada estaba preludiando las dos óperas que se compusieron sobre esta  historia (Ghedini, 1949; Britten, 1951)..    

El argumento  es misterioso por donde se mire y  susceptible de varias interpretaciones. En  guerra Inglaterra y Francia, ésta bajo el Directorio Revolucionario, Billy Budd (Germán Weinberg), un marinero hermoso que desconoce su origen, es  compulsivamente reclutado para el navío de guerra inglés “Bellipotent” (que pudo  traducirse por  “Invencible”). Billy  tiene un defecto al hablar,  sobre todo  bajo  presión; es ingenuo y  muy  popular entre sus compañeros. Tanta inocencia es perseguida en por lo menos dos sentidos por el “maestro de armas” Claggart (Juan Antonio Saraví) que lo acosa y,  al fin, lo acusa de traición ante su superior, el  decente y  concienzudo Capitán Vere (Ariel Caldarelli), un héroe trágico, el  personaje  más  interesante de la  obra. Sucede un incidente  violento: la  simpatía del capitán por Billy  y su convicción de que  no ha cometido delito alguno chocan con la  razón de  Estado: la necesidad que  tiene como  jefe del barco de cortar de raíz  los motines, frecuentes en la  época. Antes  de morir Billy pronuncia con afecto el  nombre  del  capitán, y  Vere recuerda y menciona  a Billy cuando la muerte le llega. 

Existe en la novela, aunque no explícitamente, otra significación. La conducta de Claggart, que es soltero a los 53 años, hacia Billy, aunque  objetivamente impecable, es típicamente la del homosexual paranoide, siniestramente posesivo: si Billy no entiende o, si las entiende, no acepta sus medias palabras, ha de destruirlo. En cambio la conducta, también formalmente impecable del capitán Vere, también soltero, hacia  Billy, es un amor con algo de la ternura de un  padre hacia un hijo. Hemos visto la  contraposición de estos dos amores en la magnífica pieza de Michel Marc Bouchard “Los lirios” (2001; en francés “Les feluettes”) que dirigió precisamente Juan Antonio Saraví; y  nos es azar que  tanto el  autor de una de las óperas que se  compusieron sobre la historia de Billy Budd (Benjamin Britten) como su libretista (Edward Morgan Forster) eran homosexuales.

La versión de Alvaro Malmierca, aunque conserva el misterio de Melville,  centra  la  acción  en su  verdadero héroe,  el capitán Vere, que es descrito con diálogos precisos y  expresivos, todo un  hallazgo de  riqueza psicológica,  profundidad  moral y  originalidad. En algún momento nos  pareció  que la  obsesión del  capitán Vere con su enemigo, el barco francés  “L’Athée” (“El Ateo”) tiene algo de la obsesión del capitán Ahab tras la ballena blanca, lo que sería una acertada “intetextualidad” a costa del mismo autor. Hay que decir, antes que nada, que se encontró para interpretarlo a un actor que lo hizo de maravillas,  Ariel Caldarelli. Exacto en los  tonos, perfecto en la dicción, muy en su  papel  en los gestos y  actitudes. El  resto del elenco  está a la altura,  tanto en un teniente que trasmite y  cumple  órdenes (Hugo Giacchino) como en Billy (German Weinberg); pero el  marinero viejo, Donald,  por lo  que creemos extraído de “el danés” (The Dansker) de Melville,  a cargo de Roberto Fontana, por momentos se roba la  pieza. Inteligentemente,  Donald funciona, en parte, como el coro de la antigua tragedia; y en parte como el contrapeso humorístico, que equilibra  y destaca por  contraste el angustioso drama de Billy Budd.

“El canto de las sirenas” -un  título que  no  comprendemos del todo-  no  es una adaptación de  la  novela de Melville,  sino una  obra independiente: como tal, está muy  bien lograda y bien llevada a buen puerto por la  dirección de Mariana Wainstein  y Juan Antonio Saraví. Atrapa el interés del espectador, lo entretiene,  lo  conmueve y, cuando nos deja,  quedamos entre soñadores  y reflexivos.

EL CANTO DE LAS SIRENAS, de Alvaro Angel Malmierca, con Ariel Caldarelli, Germán Weinberg, Juan Antonio Saraví y Hugo Giacchino. Escenografía  de  Osvaldo Reyno, vestuario de Soledad Capurro, luces de Eduardo Guerrero,  música de Ariel Caldarelli, puesta en escena de Mariana Wainstein y  Juan Antonio Saraví. En teatro del Centro Carlos Eugenio Scheck.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

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