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“El canto de las sirenas”
de Álvaro Ángel Malmierca |
“Billy Budd” es la última obra de Melville y quedó inconclusa, siendo editada por primer a vez en 1924. Es una novela corta, que ocupa en la edición de The Library of America unas 82 páginas. Los primeros capítulos, hasta el 21, que narra el juicio de Billy Budd, son de la extensión común en el género y la época; más adelante, hasta el capítulo 27, son breves; los tres últimos, del 28 al 30, son enigmáticos. El 28 presenta la muerte del Capitán Vere, después del desenlace; el 29, que contiene el extracto de una imaginaria gaceta de la época, desmiente abruptamente todo lo que hemos leído sobre la inocencia de Billy Budd; el 30 es una coda que contiene una balada escrita en los clásicos pentámetros del verso inglés sobre la muerte del Hermoso Marinero. La balada estaba preludiando las dos óperas que se compusieron sobre esta historia (Ghedini, 1949; Britten, 1951).. El argumento es misterioso por donde se mire y susceptible de varias interpretaciones. En guerra Inglaterra y Francia, ésta bajo el Directorio Revolucionario, Billy Budd (Germán Weinberg), un marinero hermoso que desconoce su origen, es compulsivamente reclutado para el navío de guerra inglés “Bellipotent” (que pudo traducirse por “Invencible”). Billy tiene un defecto al hablar, sobre todo bajo presión; es ingenuo y muy popular entre sus compañeros. Tanta inocencia es perseguida en por lo menos dos sentidos por el “maestro de armas” Claggart (Juan Antonio Saraví) que lo acosa y, al fin, lo acusa de traición ante su superior, el decente y concienzudo Capitán Vere (Ariel Caldarelli), un héroe trágico, el personaje más interesante de la obra. Sucede un incidente violento: la simpatía del capitán por Billy y su convicción de que no ha cometido delito alguno chocan con la razón de Estado: la necesidad que tiene como jefe del barco de cortar de raíz los motines, frecuentes en la época. Antes de morir Billy pronuncia con afecto el nombre del capitán, y Vere recuerda y menciona a Billy cuando la muerte le llega. Existe en la novela, aunque no explícitamente, otra significación. La conducta de Claggart, que es soltero a los 53 años, hacia Billy, aunque objetivamente impecable, es típicamente la del homosexual paranoide, siniestramente posesivo: si Billy no entiende o, si las entiende, no acepta sus medias palabras, ha de destruirlo. En cambio la conducta, también formalmente impecable del capitán Vere, también soltero, hacia Billy, es un amor con algo de la ternura de un padre hacia un hijo. Hemos visto la contraposición de estos dos amores en la magnífica pieza de Michel Marc Bouchard “Los lirios” (2001; en francés “Les feluettes”) que dirigió precisamente Juan Antonio Saraví; y nos es azar que tanto el autor de una de las óperas que se compusieron sobre la historia de Billy Budd (Benjamin Britten) como su libretista (Edward Morgan Forster) eran homosexuales. La versión de Alvaro Malmierca, aunque conserva el misterio de Melville, centra la acción en su verdadero héroe, el capitán Vere, que es descrito con diálogos precisos y expresivos, todo un hallazgo de riqueza psicológica, profundidad moral y originalidad. En algún momento nos pareció que la obsesión del capitán Vere con su enemigo, el barco francés “L’Athée” (“El Ateo”) tiene algo de la obsesión del capitán Ahab tras la ballena blanca, lo que sería una acertada “intetextualidad” a costa del mismo autor. Hay que decir, antes que nada, que se encontró para interpretarlo a un actor que lo hizo de maravillas, Ariel Caldarelli. Exacto en los tonos, perfecto en la dicción, muy en su papel en los gestos y actitudes. El resto del elenco está a la altura, tanto en un teniente que trasmite y cumple órdenes (Hugo Giacchino) como en Billy (German Weinberg); pero el marinero viejo, Donald, por lo que creemos extraído de “el danés” (The Dansker) de Melville, a cargo de Roberto Fontana, por momentos se roba la pieza. Inteligentemente, Donald funciona, en parte, como el coro de la antigua tragedia; y en parte como el contrapeso humorístico, que equilibra y destaca por contraste el angustioso drama de Billy Budd. “El canto de las sirenas” -un título que no comprendemos del todo- no es una adaptación de la novela de Melville, sino una obra independiente: como tal, está muy bien lograda y bien llevada a buen puerto por la dirección de Mariana Wainstein y Juan Antonio Saraví. Atrapa el interés del espectador, lo entretiene, lo conmueve y, cuando nos deja, quedamos entre soñadores y reflexivos. EL CANTO DE LAS SIRENAS, de Alvaro Angel Malmierca, con Ariel Caldarelli, Germán Weinberg, Juan Antonio Saraví y Hugo Giacchino. Escenografía de Osvaldo Reyno, vestuario de Soledad Capurro, luces de Eduardo Guerrero, música de Ariel Caldarelli, puesta en escena de Mariana Wainstein y Juan Antonio Saraví. En teatro del Centro Carlos Eugenio Scheck. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
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