"Los discípulos en Sais" de Novalis. ("The novices of Sais", traducción de Ralph Manheim,  prólogo de Stephen Spender, 129 pags. Archipelago Books, New York, 2005, 4a. Impresión).

El arquero y sus flechas
por
Jorge Arias

En memoria de Carlos Cousillas,

para quien "Los discípulos en Sais"

fue su libro de cabecera.      

La primera frase del libro dice todo: "Varios son los caminos del hombre... Quien los siga y compare, verá emerger extrañas formas que parecen pertenecer a una gran escritura cifrada que podemos leer en todas partes...En todo presentimos la clave de una escritura mágica" pero sin forma, "como si el  alkahest, el solvente universal de los alquimistas, hubiera sido vertido sobre nuestros sentidos". Por todas partes se llegará a Roma; el libro es una discusión libre de los caminos que conducen a una verdad oculta, que, al fin de cuentas, está también en el comienzo de los caminos.

"Los discípulos en Sais" es un libro tan vario como los caminos del hombre; hay diálogos, conatos de controversia, muchos viajes, un episodio sentimental y  un poema que lo recuerda. El lector siempre está perdiendo el   hilo; La narración parece un ensayo estocástico, como si el libro hubiera sido escrito a vuela pluma, sin tomar aliento, con materiales dispersos y diversos y sin correcciones; como si el autor imitara  al pescador que "...cuanto más al azar lanza su red ... mejor es su captura" y tratara al pensamiento como un arte análogo al de los arqueros Zen, que aciertan con sus flechas un blanco que no han visto.

La primera parte del libro se titula "El discípulo". Una voz, de alguien que no se identifica pero que resultará ser el maestro, dice que "lo incomprensible es solo el resultado de la incompresión, que busca lo que ya tiene... la sagrada escritura no necesita explicación". El maestro revela que  de niño era muy curioso y que viajó mucho; tiene ante sí una "sagrada runa". De sus discipulos, unos abandonaron sus enseñanzas por el comercio, otros viajaron a lejanas tierras. El maestro elige un niño que tiene algo mágico o divino, porque "donde hay un niño, hay una edad de oro", (Novalis, "Observaciones misceláneas". No.96). El niño emprenderá un largo viaje y al regresar  sucederá al maestro,  en la enseñanza. Otro discípulo, que no comprendía las ideas del maestro, cambia de pronto, se aleja, vuelve  feliz y alegre. Maestro y discípulos oyen su canto exaltado; el discípulo trae una piedra que el maestro pondrá con las otras runas.

Un discípulo que no viaja y permanece en un estado de introspección, sueña con una doncella dormida que lo espera. No puede ni quiere comprender al maestro, pero el maestro quiere que siga su camino;  alienta al discípulo y al mismo tiempo lo ayuda a no entender. Hay un fin de capítulo, un templo donde debe ocurrir una revelación, y, allí, "como ningún mortal puede alzar el velo, debemos tratar de ser inmortales; quien no busca levantar el velo, no es un verdadero discípulo de Sais".

Una segunda y última parte se titula "Naturaleza" donde Novalis vuelve al tema principal, la perdida unión perfecta entre el hombre y la naturaleza, que la poesia puede recobrar. Debemos "restaurar el simple estado natural" donde todo era familiar y compañero y se encontraban, en vez de explicaciones cientificas, mitos y poemas  sobre hombres, dioses y bestias.

Según Novalis, los caprichos o invenciones de la naturaleza coinciden con la personalidad humana; por eso la poesía es el instrumento de elección de los verdaderos amantes de la naturaleza, un medio de conocer las verdades ocultas que se hallan bajo el velo de la diosa, en Sais. Hermanada a la naturaleza, la poesía es creadora de otra entidad natural, el poema. Esta convicción recuerda, mutatis mutandi, al evangélico "Sed perfectos como el padre celestial es perfecto" (Evangelio según San Mateo, 5.48); no imitar ni rivalizar con la naturaleza sino crear de la nada  formas al infinito, tan válidas como las del Cosmos y además autónomas e independientes.

La idea de la necesaria unión con la naturaleza aparece en múltiples disertaciones del maestro y los discípulos; para sorpresa del lector aparece, en medio de sus discursos metafísicos, una historia propia de una revista infantil, sobre los temas clásicos de niños perdidos y amores recobrados. El joven Jacinto y su amada Pétalo de Rosa son felices; de pronto, sin dar explicaciones, en Novalis nadie explica ni tiene que explicar su conducta, Jacinto parte de viaje y abandona a su amada, lo que suscita un poema donde Pétalo de Rosa llora el amor perdido; Jacinto, en su peregrinación mística, llega a levantar el velo de Isis: allí está Pétalo de Rosa. Se reúnen para siempre, se casan, tienen hijos, viven en familia, son felices. A pesar de esta exaltación de la mujer y de la diosa, Novalis dice también, impertérrito, que "...Alguien tuvo éxito y levantó el velo de la diosa en Sais. Pero qué vio?. Maravilla de las maravillas, a él mismo". ("Fragmentos logológicos II, No.29)

Luego de este Intermezzo, "Los discípulos en Sais" vuelve, con  variadas formas y razones, a la comunión con la naturaleza: "Estamos relacionados con todas las partes, del Universo, como con el futuro y el pasado" "(Observaciones misceláneas", No.91); no obstante, las páginas finales están dedicadas al elogio de los científicos y de las personas simples, que pasan su vida cubiertos por la oscuridad del rebaño, como los artesanos y quienes se ocupan en tareas campestres, aquellos que día  a día luchan contra la naturaleza.

En este punto termina el manuscrito de Novalis, editado como libro en 1802  por sus amigos Ludwig Tieck y Friedrich Schlegel; cuál seria la conclusión no es dificil de imaginar. "Los discípulos en Sais" es una narración circular, que finaliza y renace varias veces. Habría nuevas y originales parábolas y pensamientos sobre la busca del absoluto; pero ya hemos visto que el velo de la diosa ha sido rasgado y que la revelación será, una vez más, que todo el saber posible estaba en el principio. Novalis roza fantasias iniciáticas, con sus alusiones a  la alquimia y a las runas; seguramente le interesó la alquimia con sus elixires, retortas, matraces y sublimaciones, por esa infatigable búsqueda, a través del ensayo y el error, que culminó en la quimica moderna.

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Creemos intuir, adivinar, o imaginar al joven que escribió "Los discípulos en Sais". Nacido en una familia noble de la Alta Sajonia, el 2 de mayo de 1772, es audaz, enérgico y emprendedor, nada lo arredra; es indulgente con sus contradicciones, raptos y frases, como esa mención de las "sagradas runas", que promete y a nada conduce. Es noblemente reservado: no hay una línea que sugiera confesión o efusión; es obra de un lagarto el único momento tierno del libro, el poema sobre la pena de amor de Pétalo de Rosa.

A los 22 años Novalis se enamoró de una adolescente de doce años, Sophie von Kuhn en 1794; se comprometen para el matrimonio. Ella padece tuberculosis, él, estudia Medicina para cuidarla y hasta curarla; Sophie  muere de tuberculosis a los quince años, en 1797. Novalis escribe en su homenaje los "Himnos a la Noche", de corte clásico. Muere a los 29 años.

Novalis ocultó su buen corazón, no cortejó el misterio, trabajó como ingeniero en una muy terrestre y pedestre mina de sal; pero sus ideas e imágenes, a menudo insondables, iluminan como inesperados e inestables meteoros. Fue, quizás a pesar suyo, único y casi infinito. A la lectura, parece que Novalis no terminará nunca; pero no se termina nunca con Novalis.

Para este artículo empleamos la traducción de Ralph Manheim. Hemos consultado con provecho el prólogo de Margaret Mahony Stoljar a la edición de los "Philosophical Writings" State University of New York Press 1997 y el prólogo de Andrés Ibáñez a la edición de "Los discípulos en Sais" de Wunderkammer,  colección cahiers, 2019.

por Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

 

 

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