“El accidente” se incluye en la llamada
“estética de la fragmentación”, a cuyo corpus doctrinario, enunciado por
Lyn Hejinian (San Francisco, EE.UU., 17 de mayo de 1941) hemos podido
acceder. Hejinian propone fragmentar y subvertir el lenguaje como medio
de representación; trata a la palabra separada de su significado,
celebra la ambigüedad y la indeterminación, se complace en la
arbitrariedad del encastrado final de los materiales.
Nada muy nuevo, salvo que ahora es distinguido decir que se
“deconstruye” para luego obtener el “constructo”: el “periodismo
cultural” jamás cejará en su lucha por decirnos que se acaba de inventar
el paraguas. Los surrealistas, en particular André Breton (1924)
agotaron las posibilidades arbitrarias, a veces creadoras, de la
“escritura automática”; existió también, y no solo en plástica, el
“collage”, como en costura el “patch work” y la española "colcha de
retazos". Demócrito se nos había adelantado al sostener que, siendo el
número de los átomos del universo un número finito, sus permutaciones
también lo son, por lo que todo volverá a ser: tendremos nuevamente, la
Ilíada y sus fragmentaciones, pero también la prosa de Mario Levrero y
la oratoria del general Manini Ríos.
En esta línea artística Peveroni y Dodera despedazan para deconstruir
"El combate de la tapera" (1888) de Eduardo Acevedo Díaz (Villa de la
Unión, Montevideo, Uruguay, 20 de abril de 1851 – Buenos Aires,
Argentina, 18 de junio de 1921), un accidente de tránsito contemporáneo,
unas escenas de tortura y violación a cargo de intemporales “fuerzas del
orden”, que también matan en escena a George Floyd, claramente aludido,
el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis, Minesota; y, una constante en
Peveroni, música popular. Hemos tratado de encontrar el vínculo entre
estos episodios o siquiera una argamasa que los pegue y no la
encontramos; creemos que no lo hay.
Recordar el cuento "El Combate de la tapera" de Acevedo Díaz, es triste.
El tiempo lo ha deteriorado, demolido o deconstruido sin necesidad de
fragmentarlo. Está incluido, por supuesto, en nuestros programas de
literatura, debe haber ensayos enteros comentándolo; nadie lo lee. Es
una evidente imitación de las novelas de Émile Zola, como ”Germinal”;
está correctamente escrito, contiene detalles, bien registrados, de un
combate real; está bien impostado, pero no tiene timbre, está bien
armado, pero no se ve qué se quiso edificar; tiene estampas y siluetas,
no personajes; a pesar del ruido, las balas y el movimiento, no hay
acción. Siempre se dirá, a propósito de Acevedo Díaz, que contribuyó a
crear ese fantasma, la “identidad nacional”.
La mención de crímenes y torturas, al parecer sucedidas durante la
dictadura militar 1973 – 1985, es todo un enigma. Como literatura de
denuncia llega muy tarde y ninguna mención hay a la embozada apología de
los crímenes de los militares que se hace hoy; el accidente no supera el
parte policial y George Floyd merece mejor consideración que formar
parte, en esta lejana Montevideo, de un ingrávido homenaje que no
alterará el pulso de la policía de Minneapolis.
“El accidente” ha realizado, sin duda sin saberlo, un pequeño prodigio.
Es una obra de teatro sin trama ni argumento, sin personajes que se
puedan identificar, sin dialéctica, sin un propósito visible, sin ideas,
ni malas ni buenas, sin diálogos que revelen, se acoplen, funcionen; sin
preámbulo, desarrollo, resolución; sin un comienzo claro y un final que
se pueda decir.
La puesta en escena sucedió en medio de la penumbra que parece estar de
moda; tal vez su molesta semioscuridad esté en paralelo con la puesta en
escena Adriana Ardoguein es una buena actriz, pero si juzgáramos por “El
accidente”, no podríamos decirlo.
El accidente (pesadillas patrióticas y otras creencias), de Gabriel
Peveroni y María Dodera, con Adriana Ardoguein, Romina Capezzuto,
Gabriela Pintado, Adrián Prego, Franco Rilla, Nicolás Suárez Estreno del
3 de noviembre de 2020, teatro Solís, sala Zavala Muniz. |