Declaración del recién nacido
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Madre, ¿son las auroras así, de sangre? Vengo a través de ti, desde tu carne, pero mi alma es un viento ingobernable. Vengo a través de ti, desde muy antes que signaran tu cuerpo mis iniciales; como luz que se agita entre cristales, asombrada del rumbo de sus imágenes, que navegan, ya dioses, unas, plurales. Madre, ¿son las auroras así, de sangre? Sólo nacer podía, tú bien lo sabes: no fue un crimen rasgarte el sexo, madre, tan tenso como el falo pálido amante que en ese laberinto del que era clave, buscaba una salida, su desenlace. (Muerto en su laberinto yo fui la llave). Madre, ¿son las auroras así, de sangre? Largo el camino y largo este abrazarte desde dentro de ti, mi primer trance: siento, ya consumado el traspasarte, la tristeza divina de los amantes; estoy aquí, vencido, triunfante, nadie. Que este instante de amor inevitable, más fuerte que nosotros, como un derrame de la vida que cruje para salvarme, no es para mí un principio, es acabarme. Yo no te amaba, estaba esperando un viaje, el toque de agonía que me lanzase como de pez a pájaro, del agua al aire; que si ha nacido un niño ha muerto, sabes, el suave prisionero, tu habitante. Quisiera que me digas de veras, madre, ¿son así las auroras, crepusculares?
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Jorge
Arias
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