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Cuatro piezas de teatro en Buenos Aires |
Estas cuatro piezas de teatro que vimos recientemente en Buenos Aires (febrero 2012) dieron que pensar. Primero, la idea del teatro como un arte independiente de la literatura, teoría sin un pensamiento claro que la respalde y que circula de boca a oído en el medio teatral, encuentra su refutación en la creciente dependencia del teatro respecto de la vida cotidiana y de la historia; y esta incapacidad de crear mitos propios es un fenómeno en el que los “investigadores” parecen no haber reparado. Así “La última sesión de Freud” de Mark St. Germain, encuentro imaginario del creador del psicoanálisis (1856- 1939) con el teólogo, ensayista, novelista poeta, y erudito Clive Staple Lewis (o “C.S. Lewis”, 1898 -1963) sucede al comienzo de la segunda guerra mundial (1° de setiembre de 1939); “Mineros” dramatiza la historia de un grupo de mineros devenidos pintores en Ashington, Inglaterra en 1934. En el primer caso el ya visto encuentro imaginario de dos antagonistas nos compensó con un diálogo a menudo brillante sobre temas como la existencia de Dios, la ética, el papel del sexo en nuestras vidas y aún ingeniosas conjeturas sobre la historia real de ambos agonistas.
La segunda reflexión viene impuesta por las otras tres obras. En dos de ellas, “Mineros” y “Filosofía de vida” la puesta en escena ha modificado el texto original en forma drástica: un personaje muere en la versión argentina de “Mineros” y no en el original; inversamente, un personaje que muere en “Filósofo declara” (original mexicano) es salvado de la muerte en la versión argentina, titulada “Filosofía de vida”. Dadas estas circunstancias, difícilmente podemos juzgar las obras originales, porque no nos llegaron como fueron escritas. Este atentado al derecho del autor, derecho que, digamos de paso, no es “el derecho a un salario digno” sino tan sólo el derecho a que su obra no sea plagiada ni deformada, es constante, aún en nuestro medio, como el absurdo final que se incrustó en “Agosto” en la versión de El Galpón.
Tercera reflexión, la más lúgubre: con la sola excepción de “La última sesión de Freud”, las obras que vimos vienen simplificadas hasta un nivel próximo a la verba de los payasos que animan fiestas infantiles. Lo más molesto son dos recursos indignos: el primero es un panículo adiposo de gritos, improperios y palabrotas que destruyen todo diálogo, rompen el ritmo y desvían el interés del espectador de la trama, aunque suscite, eso es lo que se busca, risotadas miserables; el segundo es una banda sonora prepotente que pretende conmover con estruendos y hasta con la novena sinfonía de Beethoven Es evidente, en estos casos, que. directores y adaptadores inferiorizan y subestiman al público, desde el mismo momento en que descreen de la bondad de las obras que presentan. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario
"La República", que ha autorizado esta publicación.
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