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Colette y la importancia de los sombreros |
Quienes,
en
la
grave compañía
de Miguel de Unamuno,
creen que Colette fue
una
autora
de novelitas frívolas, que es
como creer que Proust fue un cronista de la nobleza en decadencia o
que Valéry
Larbaud
fue un
play boy que
recorría Europa en coche cama, deberían leer "El
kepis", una novela
corta -81
páginas en la
edición de
Fayard, 1943- escrita cuando la autora tenía más de setenta años,
y que muestra la culminación de un
arte
narrativo
tenazmente conquistado. "El
kepis" cuenta la última aventura amorosa de una mujer que envejece,
Marco, amante de un joven teniente, Alexis Trallard. En medio de los
juegos del amor, Marco se pone el
kepis de su amante, lo que
provoca en el teniente un cambio
en su
visión y deja, en ese
punto y hora, de
ver
a su amante. Le han sido patentes las injurias del tiempo,
"...el surco
de arroyo
seco
que
excava,
después
del amor,
el párpado inferior, y esta
llama ebria que se demora sobre los rasgos maduros que consume.. ¡Y
encima el kepis!...su
pícara visera por delante del ojo que
guiña
travieso..." El
cambio de
panorama provocado por la nueva ubicación del kepis produce una
iluminación; pero también
rompe un
hechizo. Vemos
sin ver, porque lo damos
por descontado,
como
esa
puerta familiar
de una
casa de
alguien que
hoy
queremos,
pero que
supo
ser,
la
primera
vez
que la enfrentamos,
cuando
apenas
conocíamos al
ser
querido, el
pórtico
de los misterios, un acceso
al más
allá no menos extraño
que el pozo
Kalikoros
o la no menos misteriosa puerta en el muro del cuento
homónimo de H.G. Wells. Si nos afligiera
una separación
la
puerta
recuperaría
gradualmente
el misterio, del mismo
modo
que
la persona
amada
iría
perdiendo su
encanto,
que
creímos tan
personal y
como indiscernible
de sus huesos,
para
adquirir
otros, quizás
más
comprometedores,
o
para
perderlo todo. La
renovación del
asombro es
recomendable, pero, como
la
visión de
Dios,
puede
ser
fatal. No
era esta la primera vez que este cambio
de
perspectiva basado en un
sombrero
inadecuadamente
colocado producía, al menos en la literatura, reacciones
sorprendentes. En la no menos
notable
novela
corta
de Balzac
"La muchacha de los ojos de
oro", otros
objetos de vestuario sobre
otro cuerpo
produjeron
consecuencias
tales
como
para
que la heroína
comprendiera
que, "...sin
saber
de qué
crimen era
culpable.. iba a
morir..." Paquita
Valdés,
que hasta
conocer a Henri
de Marsay ha sido
el
enigma "virgen,
pero no inocente", viste a
su amante,
en medio de juegos
amorosos
análogos a los de Marco y Alexis, con un
traje
de
terciopelo
rojo y un
sombrero
femenino. Esta nueva
visión
de De Marsay
le
actualiza
a Paquita
una verdad
para nada oculta, sólo soslayada, del mismo modo que al teniente
Trallard el kepis sobre la cabeza de Marco le revela la inocultable
vejez
de su amada. Paquita
pronuncia unas palabras imprudentes y
reveladoras, que
se
vinculan con el trágico
desenlace, pero cuyo exacto sentido sólo logramos comprender
cuando concluimos la lectura
de la novela
y vemos, como a la luz de un
relámpago, al verdadero
protagonista
de la
obra. ¿Recuerda
el lector
el desenlace de "El
último
tango
en
Paris"? También allí hay, como en "El kepis", una
pareja de
edades desiguales, y, como
en "La muchacha de los
ojos de
oro" una relación casi anónima y un cuestionamiento
de la
identidad de
los
protagonistas. También, en un momento fatal,
Marlon Brando se pone un kepis y mira
a María Schneider con
expresión
pícara. Sigue un crimen. ¿Homenaje de Bertolucci a
Colette, recuerdo a medias
consciente de una o dos lecturas, simple coincidencia? Luego de
matar a su amante, ella se preguntará, en medio de las
sombras,
quién era
él. La próxima vez que vea un sombrero, sea prudente y manéjelo con precaución. Puede hablar demasiado. |
Jorge
Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.
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