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Josh, un estudiante solitario y
descentrado, a las veces maltratado por sus pares, mata a seis
compañeros con un rifle. Respecto de alguno pudo tener el torpe motivo
de los celos; de los otros, ninguno. Es una historia triste, quizás
herencia del celebrado Raskolnicov de “Crimen y castigo” y del “acto
gratuito” de surrealistas y existencialistas. Es la historia de las
dificultades de adaptación de los jóvenes de la pequeña burguesía en
peligro, que la sonoridad de los medios de prensa, siempre al acecho de
primeros planos, sangre y fuego, alienta más que documenta. Las
víctimas, de a una y también en coro, reprochan al protagonista: “¿por
qué me mataste?” Una excursión al pasado presenta a los padres del
asesino, a los que el joven pide que le compren el rifle, en el tono
quejoso de los caprichos infantiles; los padres argumentan y ceden; el
autor pasa por alto esta abdicación, imagen virtual del crimen que va a
seguir.
No hay más trama ni drama en esta pieza del norteamericano Willliam
Mastrosimone (New Jersey, 1947). Aparte de un estribillo, muy
“literario” que quiere llevarnos a la almita desdichada del criminal,
hay sólo una crónica, sin relieve ni personajes, lineal como una
