ÁNGEL
RAMA: Las máscaras democráticas
del modernismo.
|
La máscara y el rostro |
Marx... veía
como un crimen ofrecer a los obreros
algo que estuviera por debajo
de lo perfecto. FRIEDRICH
ENGELS |
La primera dificultad con
la que tropieza el lector
común en la lectura
de este libro[1]
es la incertidumbre respecto del
tema tratado y
los propósitos del autor. El título
pertenece al lenguaje
figurado,
pero no es sencillo
saber qué
se quiso decir
con él. Se habla mucho
de máscaras, de democracia
y de modernismo,
pero en ninguna parte se
definen las "máscaras democráticas
del modernismo". Rama
afirma en la página 49 que el
tema de
su ensayo es el
período
histórico que llama de
la "cultura
democratizada", que se
extendería desde
1885 a
1910, período que
sería
a
su vez parte del "proceso
de
democratización"
que se extiende desde 1870 a
1920 (páginas 16, 31, 35
y 109),
pero esto desde el punto de vista de la relación entre los
"comportamientos
sociales" y sus
"paralelas
expresiones literarias" que son "las que aquí nos
interesan" (pág. 31).
Para un análisis de esta magnitud y complejidad, era necesaria
una hipótesis, así como supuestos
teóricos
en base a los cuales organizar la investigación; luego sería necesaria una
adecuada recolección e interpretación de datos y, finalmente, una
exposición clara de los resultados obtenidos. Como se verá a
continuación, ni las
hipótesis eran
razonables, ni los
supuestos
teóricos son sólidos, ni los datos fueron adecuadamente
recogidos e interpretados,
ni los resultados fueron
expuestos en forma
inteligible.
I
En cuanto a los supuestos
teóricos, en las
páginas
12 y
13 se menciona a la
lucha de clases, expresándose, luego
de una cita textual de Marx, y
como opinión
personal del autor,
que: "...la
habitual
emergencia...de una clase…
implica
una modificación... de los
valores vigentes en la
sociedad a
través de una
guerra de ideas
(también
estéticas) que preludia la
posterior guerra
de las
armas... Este... proceso, que
teje la dinámica de
la sociedad,
también es reproducido
por el
arte".
Aunque
a primera vista no lo
parezca, dada la similitud
de los términos, no es lo mismo la
"lucha
de clases"
para Marx, probablemente su
más notorio expositor, pero no
el primero, que la "lucha de clases"
para
Rama. Y menos
aún se
corresponde la lucha
ideológica
del marxismo con la
guerra de
ideas estéticas
de Rama, o con su reproducción en el
arte de la lucha de clases. |
|
La lucha ideológica del marxismo es la "lucha entre la ideología burguesa y todas sus formas de manifestación y la ideología proletaria, basada en la teoría marxista de la historia”[2]. Que la "lucha ideológica" sea reproducida por el arte, como pretende Rama, es un supuesto teórico carente de toda demostración. No tiene apoyo en la doctrina de Marx, quien no solía juzgar a la literatura desde el punto de vista político o económico y que escribió: "...ciertos períodos de supremo desarrollo artístico no tienen ninguna vinculación directa, ni con el desarrollo general de la sociedad, ni con la base material y la armazón de su organización".[3]
Esta
reducción del arte a un simple
fenómeno económico
es uno de los supuestos teóricos,
y erróneo,
del economicismo, y
subyace en todas las expresiones
vulgares del marxismo;
y análogos
errores pueden
encontrarse en este libro a
propósito de los conceptos de
"infraestructura"
y también de
"economicismo".
"Infraestructura"
es un concepto
mencionado de pasada en la
página 14, en medio de
una explicación
general de la historia
de los siglos
XVIII y XIX: "Por debajo de las
sucesivas conquistas -técnicas o
artísticas,
políticas o sociales- de
estos
dos siglos
largos" (sic) "y
dirigiéndolas... desde la infraestructura, se encontrará al
impetuoso crecimiento demográfico y económico de las
sociedades
occidentales..." Para Rama, por tanto, la infraestructura es algo donde se encuentra al "crecimiento demográfico y económico". Es claro aquí que, a menos que la palabra "infraestructura" esté tomada en un sentido distinto del corriente en la teoría marxista, sus afirmaciones implican un grave error de concepto. Para Marx la infraestructura es el conjunto de las relaciones de producción, y absolutamente nada más.[4]
Es
también evidente el
error en que el autor incurre cuando
se refiere
al "economicismo"
en la página 134:
"...(el) economicismo dominante entre la clase
trabajadora
y
su
aspiración meramente
reformista
a conquistar mejoras materiales, sin atender
a la exhortación de la
revolución social que
formulaban los intelectuales".
Lo
que el
autor
llama
"economicismo" no es tal; podrá ser, en todo caso,
"sindicalismo"
o "tradeunionismo". Los
economicistas no han
renunciado a la revolución social, aunque
privilegien,
para llegar a ella,
la
lucha
económica.[5]
II
Los datos históricos que contiene este libro son tan
variados como
difíciles de verificar. Retendremos un par de
ellos como ejemplo del método de
Rama, y son sus afirmaciones sobre el imperialismo y sobre
el impresionismo.
En la página 16 Rama afirma que
"El proceso democratizador había
entrado
en América Latina
de la mano de la
expansión económica imperial
hacia
1870..." La
idea no es nueva en el
autor, y ya había sido adelantada en su libro "Rubén Darío y el
modernismo" en estas frases:
"...La incorporación de América Latina al sistema
creado por la
burguesía europea
triunfante
se intensifica
hacia 1870, al
día siguiente del
aplastamiento de la Comuna" (pag. 24).
Anotemos al pasar que ningún día
de
1870 pudo ser el "día siguiente" del
"aplastamiento"
(sic) de la Comuna, ocurrido
en 1871, y pasemos a
la frase siguiente:
"...si preferimos hablar de 1870 es porque esa
fecha indica la
intensificación de la expansión imperial del capitalismo europeo y del norteamericano"
(pag. 26).
Idea que, al parecer, toma Rama de Luis Alberto Sánchez,
quien la habría expresado, según palabras del autor, en su
"polémico e improvisado" "Balance y liquidación del novecientos" (pag. 27).
Naturalmente, desde los
imperios
de la antigüedad es posible
hablar
de imperialismo, pero mencionado el concepto
hoy, la respuesta
inmediata es identificarlo con una fase
del
capitalismo; pero, en este
caso,
hay que notar que la
aparición del
imperialismo
se sitúa en 1895
y no en
1870.
El comienzo del imperialismo
norteamericano se ubica en
1898, en ocasión de la
guerra
con España y
con la ulterior
guerra de las
Filipinas. En
1870 los norteamericanos aún no habían integrado los estados de Colorado y Arizona y
ni siquiera había ocurrido
la derrota de George Custer
por
"Toro Sentado" en Little Big Horn (1876). Para llegar al
imperialismo los Estados
Unidos debían
no sólo superar la
resistencia india sino a las
propias fuerzas
políticas internas que
predicaban el
"aislacionismo".
El imperialismo aparece a su primer expositor, el economista inglés -en modo alguno marxista- J.A. Hobson en "..el reciente cambio de la política exterior americana, que ilustran la guerra de España, la anexión de las Filipinas, la política respecto a Panamá y la nueva aplicación de la doctrina de Monroe a los nuevos estados sudamericanos".[6] Podría decirse que lo que aparece hacia 1870 sería la inserción de América Latina en la economía mundial (o, si se prefiere el término de Rama, en la economía - mundo). En este caso, aún corregida así la tesis del autor, tampoco sería exacta, ya que los productores agrícolas europeos resistieron el ingreso de materia prima barata por lo menos hasta, aproximadamente, 1850, momento a partir del cual se produce "... la articulación de otras áreas al mercado mundial mediante la exportación de materias primas".[7]
Es
verdad que Rama menciona,
no al "imperialismo",
sino a su
"expansión económica";
pero nosotros lo logramos advertir qué puede ser un
"imperialismo"
reducido a "expansión económica" y
sin ninguna repercusión
política.
Debe notarse que para
Rama la noción de "imperialismo"
tiene gran
importancia, porque supuso
la refutación de la teoría
de la historia de
Marx, quien, al parecer, no había
previsto
el fenómeno. Dice Rama
en "Rubén Darío y el modernismo",
página
23: "La
razón secreta
que quebrantó
el augurio de Marx y
que, contrariando sus palabras, hizo del fin del
siglo el comienzo de
la "belle époque" fue lo que nosotros llamamos
la expansión
imperial del capitalismo".
Aquí sucede algo más grave que la mera inexactitud
histórica, porque Rama
identifica
a la humanidad con
algunos cenáculos
decadentes de
Montmartre. La "belle époque" fue un
vago lapso que se extiende desde 1900 al comienzo de la
primera guerra
mundial (1914). Si la "belle époque"
existió (porque lo
creemos sólo un término de chroniqueur, de
vigencia puramente periodística), fue en un ámbito muy pequeño.
Mencionarlo como un
fenómeno tan considerable
como para refutar, así
fuere
en un punto,
a toda una teoría de
la historia, es
un error de
discriminación;
pero lo más grave es
que el comienzo del
siglo XX, la
"belle
époque", no fue una
época de prosperidad.
salvo para una ínfima
minoría.
En Latinoamérica fue la
época en que los trabajadores
del caucho, en la cuenca del Amazonas, estaban afectados por
el beri beri en un 50%[8];
en nuestro país,
ya independiente,
era la época en que "... en 600 conventillos, hacinados, habitaban
entonces casi veinte mil trabajadores" con jornadas de trabajo
de 14, 16
y 18 horas. La miseria rural era tal que
la revolución de 1904 pudo
ser calificada
de "huelga armada de
protesta de los
desgraciados"[9].
Aún en Francia, no bien se
salía de los cabarets de Montmartre y, en general,
de los privilegiados,
para los que cualquier
época
puede ser
"belle",
la prosperidad no se veía.
Dice André Maurois:
"...el poder de compra
de las masas
era insuficiente y los salarios muy
bajos".[10]
En la página 14, y sin que
venga
del todo
a cuento, Rama menciona al impresionismo como un
efecto del "proceso de
democratización" del siglo XIX. Nos dice
que
el impulso transformativo de la estética
impresionista
"...operó
contra el realismo
anecdótico de Courbet (exceptuados sus solitarios retratos de rocas)..."
Es un error. Courbet no sólo no fue enemigo de los
impresionistas sino
que
influyó en ellos
y fue
su amigo.
Rama
incursiona en el campo
de
la sociología y afirma que
"...su"
(de los impresionistas) "peculiar medio fue el de los
pequeños empleados y
operarios... (y) pueblerinos que acudían
a las capitales,
de la baja
clase media" (pag. 14).
Como en el caso anterior, esto es un nuevo error
de
hecho al que lo lleva
su afán de encontrar un
paralelo entre lo que
él cree es la “lucha
de clases” y las variaciones
artísticas.
Degas era hijo de un banquero, Toulouse Lautrec pertenecía a la
aristocracia, Manet, Bazille, Berthe Morisot y Cézanne
nacieron en la riqueza[12].
De quien podrían predicarse
inclinaciones
revolucionarias o populares fue, nada menos, su
"enemigo"
Courbet, el "realista anecdótico"
que participó en la
insurrección de la Comuna, que fue juzgado y
condenado por la
destrucción de la columna Vendôme (1871), a quien se confiscaron sus
bienes
y se forzó a exiliarse
a Suiza,
donde murió.
Pero
todavía llega
Rama, para apuntalar
sus tesis,
a la invención de hechos que
no ocurrieron. No se
sabe por qué tiene
que citar Rama a
Salammbó, de Flaubert,
obra que no leyó, ni,
mucho menos, qué tiene que ver Flaubert con el modernismo; pero el
suceso ocurre en la página
53. Allí sostiene Rama que, ante la vulgaridad y sordidez de las
ciudades
industriales, los escritores, o bien las enfrentaban,
denunciándolas, o bien
procuraban
huir de ellas
mediante el "...exotismo que les
permitía ilusionarse
con ordenamientos
gráciles y refinados".
Para Rama, Flaubert
practica esta
evasión en "Salammbô".
Si no es fácil saber qué quiere decir
con "...ordenamientos gráciles y
refinados", más difícil
aún es entenderlo
en relación a
"Salammbó".
Quizás se refiera Rama a los sacrificios de
niños cartagineses
en el altar de Moloch
(capítulo XIII), que llevan al lector
al borde de la náusea,
o la crucifixión de Hanon, o la muerte de un
mercenario por un león (que luego come de
él) bajo la mirada atenta de un soldado cartaginés. Con este empleo
del lenguaje podríamos ilusionarnos, con no menor
propiedad, con los
"ordenamientos
gráciles y
refinados" de
Auschwitz, Dachau o Bergen
Belsen. Aún parece
dudoso que Rama haya leído
a Flaubert, porque es un salto
en el vacío
suponer que Flaubert
hubiera
abdicado, en "Salammbó",
de su pesimista
visión del género humano. Como
Rama no leyó la novela, aunque finge conocerla, no sabe que, aunque
ambientada en Cartago, allí se
muestra, una
vez más, toda la "torpeza y… vulgares pasiones" de la humanidad
(no privativas de las
"ciudades industriales").
III
A partir de aquellos fundamentos
teóricos tan
originales como
inconsistentes, a lo que se sumó la debilidad de la documentación en
materia histórica, podía esperarse en
"Las
máscaras democráticas del modernismo" algún hallazgo circunstancial
en materia de literatura, donde
suponíamos
más firmes los
conocimientos del autor. No
obstante, el producto de la
tarea de investigación
emprendida
(desarrollo de la
lucha de
clases a través de la literatura
hispanoamericana en el
período
1885 / 1910) es insatisfactorio.
Si bien hay luchas y
querellas estéticas,
no es claro que hayan tenido relación alguna con la "lucha de clases" y menos aún en
el sentido
peculiar de la "guerra de ideas". Parecería que la literatura de la
época, empeñada en contrariar a Rama, no vertió el conflicto social
básico
en poemas o prosas.
Pero, en vez de
descartar la hipótesis, el
autor
recurre al forzamiento
de los hechos, para
que cumplan y
demuestren la hipótesis enunciada.
Así, en la página 26 Rama decide que el
prólogo de Martí al
"Poema del Niágara" de Pérez
Bonalde (libro de
1882, y por tanto fuera
del período
observado; pero a
Rama le
sirve todo) contiene
"...algunas de las
características del sistema
productivo democrático que se había inaugurado para la
poesía". Pasemos por alto la
"inauguración"
de un sistema productivo
(para el autor los
acontecimientos más
inmateriales suceden
en fechas fijas) y aún la dudosa existencia de un
"sistema productivo
democrático", que no define, y aún la molesta
cuestión de por qué se inaugura un sistema productivo
para la poesía y no
para la novela, el ensayo o
la pintura mural.
Pero sigamos. Rama nos informa que
este
sistema productivo se caracteriza
por a) el predominio
del poema
corto; b) la
universalización del arte
poético, que "..nacía del comercio de
todos y entraba en un
tráfago multitudinario" (pag. 26)
y c) al auge del
individualismo y la libertad.
Examinada la página,
se advierte que estas características del
"sistema productivo democrático" son, la primera (el predominio del
poema breve) una ocurrencia sin mayor
fundamento que no logra
explicar, por
ejemplo, por qué el "Canto a la Argentina"
de Rubén Darío no
es más breve que la
oda
"A la agricultura
de la zona
tórrida" de
Andrés Bello;
la segunda
y la tercera no son caracteres del
"sistema productivo democrático",
sino, simplemente, de la
democracia.
Un nuevo forzamiento de
hechos
por palabras
sucede en el capítulo IV, titulado
"La
canción del oro de la clase
emergente",
pags. 143 y ss. Rama
sostiene que el oro define
"...los verdaderos ideales de la modernización" y pasa a
demostrarlo con la
literatura
y dentro de ella con estas piezas
de convicción: a) un artículo
de revista de
Justo Sierra donde se
afirma que el dinero hace a los
hombres libres; b) La "Canción del oro", de Ruben Darío;
c) un artículo de Darío sobre
la
"cólera del oro",
publicado en "La Tribuna"
de Buenos Aires, donde dice que los poetas
han sabido cantar al oro;
d) el título del libro de Lugones "La montañas del oro" y e) el ensayo de
Reyles
"La muerte del cisne".
Los cuatro
primeros casos son
inconvincentes, porque no se ve la representatividad de Justo Sierra, y
las menciones
de Darío están muy
lejos de tratar al oro
como un ideal. En cuanto a
la
última, aceptarla
sería juzgar
al modernismo por las
ideas de Reyles. Y todavía
habría que ver si realmente Reyles eran tan
"materialista"
como él mismo quiere hacernos creer.
Probablemente su
misma vida
demostró, más
reveladora que sus roncas palabras, que
existían cosas y placeres, de ningún valor, que, desgraciadamente para
él, le importaban mucho
más que el
dinero.
Pero, en el juego
de Rama de entresacar
citas, al
azar de la memoria o de las lecturas, ¿cómo no advierte que el
"elogio"
del oro en "La canción del oro" es irónico? Cuando Darío,
según Rama, se
"...alarmará de que Reyles
diga que "las relaciones de
los hombres son y no pueden
menos de ser relaciones
pecuniarias" (pag. 146), ¿por qué esta
"alarma" de Darío no logra
contrapesar sus
propios
dichos en "La
cólera
del oro" y aún las
afirmaciones de
Reyles? Pero Rama
tiene réplica para
todo: dice que quienes entonaron la
canción del oro "se sienten
obligados a silenciarla". Es decir que las afirmaciones de
materialismo deben tomarse por su valor facial; pero en cambio,
las declaraciones de desinterés y
el rechazo de la avaricia no
valen por sí
mismas, sino que,
tortuosamente, prueban el
deseo
de ocultar aquella
pasión.
Pero Rama insiste con el
tema. Dice que "(el oro) en el
modernismo es una
imagen obsesiva, en
torno a la cual se rota, a
la que se vitupera o alaba, pero de la
cual
no pueden separarse los
escritores" (pag. 143). El supuesto es discutible: no se entiende
por qué si una imagen o un
concepto se repiten
ya son sin más
el ideal de vida de un autor. Con esta
forma de
razonar podríamos decir que el ideal
del modernismo es la
animalidad, dada la frecuencia de la
aparición del cisne, o el
amor humano, tema mucho más frecuente en la literatura
modernista que el oro.
Todo
esto no puede dejar en
las sombras a lo infamante e
injusto de la acusación, particularmente desagradable
tratándose de Darío,
cuyo amor por la
poesía y
la literatura, demostrado por
sus largos estudios y
lecturas, nos resulta muy
evidente. Cuando Darío, en el
prólogo de "El canto errante"
dice "El verdadero artista comprende todas las maneras y halla la belleza
bajo todas las formas. Toda la gloria y toda la eternidad
están en nuestra
conciencia", ¿estaba ocultando su avaricia y
sólo trataba de engañarnos con bellas palabras? Cuando dice
"Lavemos bien de nuestra
veste /la amarga
prosa:/ soñemos en una
celeste / mística rosa"
¿sólo
oculta una chatura
sustancial, como se
ocultan las materias fecales? (pag. 146). Como resulta evidente, estos desatinos tienen por causa un erróneo fundamento teórico, que es el “marxismo vulgar”, la difundida idea de que los fenómenos artísticos pueden deducirse directamente de la economía.[13]
IV
Un examen del capítulo III del libro
("la
guardarropía
histórica de la sociedad burguesa") nos permitirá observar,
primero, la forma en que el autor leyó y
comprendió los autores
que menciona como respaldo de su tesis y, segundo, cómo la exposición es
forzada a llegar , no importa
por qué fantásticos
caminos del pensamiento, a cierta minúscula crónica de
costumbres, sin conexión con el tema
propuesto, pero que Rama
había
resuelto incluir en alguna
parte del libro.
Rama sostiene que Nietzsche
"percibió que el proceso de democratización, que aborrecía, y el baile
de máscaras eran la misma
cosa" (pag.80). Pero Nietzsche se refiere a la máscara considerada
como expresión, más
que como disfraz. Habla
aún de una máscara que no es una creación nuestra, sino de la
sociedad, que tiende a
transformarnos en lo que ha resuelto que
seamos: "...algún día
se le abrirán los ojos y verá que, a pesar
de todo, hay allí
una máscara de él". Otras
veces la máscara tiene una relación dialéctica con el
rostro ("¿No
sería la antítesis,
tal vez, el disfraz
adecuado con el que
caminaría el pudor de un dios?") , otras veces
la máscara trae
observaciones originales sobre
qué es lo que realmente oculta, como cuando escribe
"...No son las cosas peores
aquellas de que más nos
avergonzamos; no es sólo perfidia lo que se oculta detrás
de una máscara; hay
mucha bondad en la astucia".
Pero
todo esto y mucho más
que
dice Nietzsche,
cuya riqueza no hemos
podido siquiera sugerir, es
reducido por Rama a esto:
"Fiel a su deambular
crítico, también Nietzsche
elogiará
la demanda de máscaras" (pag.
82). Obsérvese la
introducción,
como de contrabando, del término
económico "demanda". La
frase, que para nosotros no tiene sentido, es un artefacto
puramente verbal destinado aquí a relacionar las máscaras
con la economía, del mismo modo que hizo antes a propósito del
"sistema productivo
democrático".
Las afirmaciones de Rama, además, son contradictorias
con sus mismos supuestos. En efecto, no se
comprende cómo Nietzsche, que
según Rama aborrecía
la democratización (pag.
80) y detestaba la sociedad
mercantilista
y democrática (pag. 132), luego de comprobar que el proceso de democratización y
el baile de máscaras son la misma cosa, se pone a elogiar la
"demanda de máscaras" que conducirá al
"carnaval
democrático". Sin duda, Rama
debió creer que salvaba la contradicción adjudicando a Nietzsche un
"deambular
crítico", que es
tratarlo de
divagador.
La lectura que a continuación hace Rama de Marx también con referencia a
las máscaras, tiene el mismo efecto
empobrecedor del texto consultado. Dice Rama que Marx "...observa el comportamiento de sus protagonistas, que se
vieron obligados a enmascararse a la romana" para poder
cumplir sus designios
(pag. 83). El autor no
proporciona la fuente; pero la alusión es al "18 Brumario de Luis
Bonaparte",
Editions Sociales, 1976, pags. 15/17. Dice
Marx: "Los hombres...aun cuando
parecen ocupados en transformarse, tanto ellos como las cosas, en crear
algo completamente nuevo, es
precisamente en esa época
de crisis
revolucionaria que evocan temerosamente los espíritus del
pasado, les piden
prestados sus
nombres, sus
consignas,
sus trajes, para aparecer sobre la
nueva
escena de la historia
bajo ese disfraz
respetable y
con ese lenguaje
prestado. Así Lutero tomó la
máscara del
apóstol Pablo, la Revolución de
1789
a 1814 se revistió
sucesivamente con el traje de la República
romana, luego con el traje
del
imperio romano, y la
Revolución de 1848 no supo hacer
nada mejor que parodiar,
sea 1789, sea
la tradición revolucionaria
de 1793 a 1795".
Marx ve en las máscaras que adoptan a veces los
personajes
de la historia, no un
disfraz, sino un
guión del papel
histórico que van a cumplir;
inseguros aún de
su misión, se auxilian con los
textos de
épocas pasadas
y paralelas. Aún
compara bellamente
Marx al personaje
histórico que
retrocede ante un papel que no
domina con quien, al aprender una nueva
lengua,
"...la traduce
siempre a su lengua
materna, pero (que) no puede asimilar el espíritu de la
nueva, ni servirse de ella
libremente, sino cuando llega a usarla sin siquiera
recordar la lengua materna y logra aún olvidar por completo
a esta
última" (pag.16).
En
una frase de un género
que le es característico,
Marx, casi en la misma
página, enuncia una tesis que contradice
claramente la idea de
Rama "La resurrección de los
muertos en estas
revoluciones, sirvió en consecuencia
para
magnificar las nuevas
luchas, no para parodiar
las
antiguas; a exagerar
en la imaginación la tarea
a cumplir, no a sustraerse a su
solución refugiándose en la realidad; a reencontrar el espíritu de la
revolución y no a evocar nuevamente su espectro". (pag.17). Aún diremos que la sola idea de enmascararse, con propósitos de
ocultamiento, así fuere "a la
romana", hubiera horrorizado a Marx, siempre reacio a las conspiraciones y
a la clandestinidad.
Pero ¿cómo compaginar este
capítulo que, bien que mal,
andaba por las alturas de Nietzsche y Marx, con cierto manuscrito
dotado de picantes
alusiones eróticas,
que existe en nuestra Biblioteca Nacional y que a Rama le parece
interesantísimo? Con este fin el
autor escribe una
memorable transición que
merece titularse
"El imperialismo, última
fase del erotismo":
"No
era
suficiente
con disfrazarse
uno mismo: también era necesario disfrazar
al mundo circundante",
afirma Rama en la
página 84. Y
agrega
que
la escenografía de los
teatros donde se manifestaría el "arte
de la decoración" (?) "fue
(trasladada) de la escena pública a la escena privada, provocando
la
apoteosis del
amoblamiento" (pag.84).
No es claro que las escenografías
teatrales sean el
origen de la "apoteosis del
amoblamiento", si es que tal
"apoteosis" existió; y
no se comprende
por qué el origen del amoblamiento
del siglo XIX está en el teatro y no, digamos, en el amoblamiento
del siglo XVIII. Anotemos,
de paso, un
reiterado tic del autor, la introducción subrepticia de la
"demostración"
mediante una manipulación de las palabras: al hablar arbitrariamente
de
"escena privada",
en vez de decir
"vida
privada", le está
dando un aire teatral y
enmascarado a toda la vida,
cualidad que es precisamente lo que debería
demostrar.
Pero Rama no se arredra y pasa velozmente de la descripción de una casa
chilena a otra
mexicana, que poseía
una sala pompeyana y otra azteca. Para empalmar estas divagaciones
con el amoblamiento, los disfraces y
el carnaval, encuentra la frase salvadora que lo liga
todo. "Sin necesidad de caminar mucho, se atravesaba la
historia entera,
disfrazándose de cada
época por el azar de la mirada que se
excitaba con esta variedad carnavalesca" (pag. 85). ¿Por qué, en el
pensamiento de
Rama, se "excitaba" y no se "tranquilizaba" la
mirada ante la
variedad? Lo
veremos de inmediato.
El
capitalismo, sostiene el autor, se
basa también en la
fuerza del deseo. "Es posible
inscribir culturalmente"
(sic) "esta eclosión finisecular" (el imperialismo) "como una
expansión desmesurada del
deseo",
a la vez
apetito de
goce y
de poder (pag. 87). Ya
llegamos al "imperialismo, última
fase del erotismo".
Todavía, antes de ligar las máscaras democráticas,
Nietzsche
y Marx con el manuscrito
de
Julio Herrera y
Reissig que lo obsesiona,
nos adelanta una nueva tesis, no menos
delirante que las anteriores:
"...el
erotismo que entonces
adviene al mundo se caracteriza por una raigal incapacidad para
manifestarse y alcanzar su intensidad más
alta
si no es mediante el travestido" (pag. 88).
El lector común ya no
entiende nada. No comprende
qué es ese erotismo "que
entonces adviene al
mundo", ni
de dónde
salió, ni cómo se las arreglaron nuestros antepasados para
amarse sin él. ni,
menos aún, por qué
ese erotismo del siglo XIX -generalización propia de una ciencia
casi sobrehumana, que haría
temblar a cualquiera menos al autor- sólo alcanza su
"intensidad más
alta" mediante el
travestido. Pero, ¿se
alude a la
homosexualidad con el
"travestido"?
¿Un hombre y una mujer
sienten más placer si se disfrazan del sexo
opuesto?
Pero sigamos. Rama, para
facilitar el pasaje de Nietzsche
y Marx a Herrera y Reissig
hace escala en Darío y dice
que "Divagación" de Darío es "...un catálogo
de disfraces,
para
encender el hambre erótica hispanoamericana" (pag. 88). El lector
hispanoamericano sabrá si necesita de los disfraces (o de
"Divagación") para encender su
"hambre erótica"; a
partir de nuestras frías lecturas declaramos inocente al poema de los
propósitos que Rama le
atribuye.
Y llegamos por
fin a
"...un
documento precioso sobre ese
marco real sobre el que debían ajustarse las máscaras
del deseo" (pag. 93/94) que es un "libro de
psicología social"
que escribió hacia 1900
Julio Herrera y Reissig
y que Rama consultó en su
manuscrito, existente en nuestra Biblioteca Nacional, Departamento de
Investigaciones Literarias. De inmediato
Rama encuentra a las máscaras, en el punto en que Herrera
y Reissig dice que las
mujeres uruguayas
son "...como
parodias
vivas de su sexo"
(pag. 94). Y sigue largamente, con comidillas de chroniqueur: nos cuenta
cómo el sexo
oral ingresa a
nuestras costumbres en esa
época, y nos informa, sabiduría
sobrehumana, que los latinoamericanos del siglo
XIX
"...todavía no sabían qué era
el erotismo" (pags. 98 y 99). ¡Sin duda, puesto que no llegaban a su
"intensidad
más alta",
con el travestido!
V
La cantidad
de las afirmaciones de Rama que no
tienen ninguna demostración, o
son inverificables o directamente
erróneas, es casi increíble. Hay
aún
afirmaciones respecto de las
que nada puede decirse, ni siquiera que son
falsas, porque nada
dicen; y tan grande es el abuso del
lenguaje
figurado, que
cuando el lector no advierte que el autor
no está
diciendo nada,
duda de si está o no
en su sano juicio.
Por si
algún lector quisiera
completar la tarea y analizar otras
afirmaciones que contiene el libro, formulamos a continuación un
sintético catálogo de
errores.
1. Conceptos
no definidos, ambiguos
o mal definidos.
Un ejemplo es el
ya visto
"proceso de
democratización".
La expresión
parece clara, pero una vez que el
autor precisa
que el "proceso de
democratización aparece en América
hacia 1870, lo que
excluye a Artigas y a
Bolívar, ya
no es
tan clara.
Otros ejemplos: "estratos emergentes" (pag. 13), "dinámica de la sociedad"
(pag.13), "novela
emocionalista"
(pag. 13), "democratización artística"
(pag. 13), "regímenes
de expresión" (pag.
14), "naturalismo mecánicamente
legalizador" (pag. 14),
"reacomodaciones culturales" (pag.34), "gramática colectivizada"
(pag.45), "poética epocal" (pag. 64),
"erótica en movimiento" (pag.88), "rejilla colonizadora" (? pag. 90), "creación literaria
repentinista" (pag. 123),
"cuerpos doctrinarios
internacionales"
(pag. 113), "el imaginario
latinoamericano" (pag. 101),
"economía- mundo" (pag. 102),
"régimen de prestaciones" (pag. 102), "tamización reductora" (pag. 90), "facilismo democrático"
(pag. 45), "catálogo
epocal importado" (pag. 50),
etc.
2. Afirmaciones
inverificables.
En la "novela
emocionalista" y en el
"melodrama romántico", "la prosa triunfa
sobre la
poesía" (pag. 14).
La
"democratización"
produce: la novela
emocionalista (detestable género del que el autor no proporciona un solo
ejemplo), el melodrama
romántico, el "realismo de prosa y
poesía", la "pintura
impresionista", y el
"simbolismo poético" (pag.14). "No hubo quien no viviera
el período como una
subversión"
(pag. 17).
Machado de Assis y Martí
abren el camino
"...a la
novela
y
a la poesía moderna, respectivamente" (pag. 39)
"...(la) superficialización, improvisación, oportunismo que, fatalmente,
acecharon a una promoción juvenil y urgida"
(pag.40).
"El triunfo de la impresión sobre el estudio fundado y
pormenorizado fue
la consecuencia del autodidactismo"
(pag. 43).
3. Afirmaciones
falsas.
"La aceleración
histórica
subvierte los
valores
que las sociedades usaban como normas"
(pag. 79).
"Delmira Agustini... construyó la primera versión
femenina
del universo del
deseo"
(pag. 104).
La
historia
nace
del "desmoronamiento de los
absolutos
religiosos" (pag. 79/80).
La cultura superior tuvo como instrumento de
comunicación a los diarios; la
cultura
de las
clases medias tuvo como
órganos
predilectos a las
revistas
ilustradas (pag. 116).
"...las equivalencias del valor que la movilidad
del cambio había
instaurado", producen
"la refulgencia
metafórica
de la
escritura" (pag. 173).
Son características americanas las
"sonoridades
procedentes
de
enormes
fuerzas
naturales"
y la "exuberancia
tropical"
(pag. 175).
"Las masas famélicas de inmigrantes... procuraban ansiosamente las
indispensables y básicas conquistas materiales... sin parar mientes
en
cómo o
cuándo"
(pag.
17).
4. Verbalismo
grandilocuente.
"Un proceso de dinámica producción literaria, acumulativa
e integrativa" (pag.
62).
"...una desarticulación de los tiempos culturales a la europea"
(pag. 37). "la apertura del
diafragma del
conocer
histórico" (pag. 79). "…notorios reelaboradores de máscaras según los modelos
internacionales de la
hora" (pag. 119). "...no sirvió" (la argumentación de Darío)
"a evidenciar,
a robustecer el yo, sino
a
disolverlo
en pulsiones
de
tiempo y circunstancia,
atroz
ley de
época que
profetizó Rimbaud,
que analizó Bergson, que
noveló
Proust,
y contra la
cual militaron los
latinoamericanos, que si no lograron derrotarla, al menos
la
contrabalancearon" (pag. 65).
"...(el) público adecuado a la revista, el cual estaba brotando
tumultuosamente
en el tráfago
social
de fin de
siglo"
(pag. 118).
"La
bisagra en que esta liberación (de
la influencia
francesa) "se alcanza,
parece
ser ese "año climatérico" de
1893..."
(pag. 71).
"Ese tiempo no sólo fue el
de la mayor expansión espacial
de los hombres
europeos
sobre la
tierra, sino también
el de la mayor expansión
temporal que alcanza la humanidad
en su recorrido por el planeta"
(pag. 72).
Pero nada más
pomposo que
esto:
"Se
subieron"
(los
estratos emergentes) “al
barco del mundo
sin reparar en medios,
en franca pelea; venían de las profundidades, de los márgenes
desdeñados, y se hicieron un lugar entre los que ocupaban
espaciosos
puestos
sobre
cubierta"
(pag. 15). 5.
Expresiones
emotivas. Para
presentar mediante el
lenguaje una "lucha de clases"
que no se consigue encontrar en los
textos, el autor recurre a expresiones enérgicas. "Impetuoso" es la
palabra de orden: sirve para identificar a un crisol (sic) en la
página 23, a la forma en que surge la
"democratización"
(pag.50), al reflorecimiento del carnaval en la segunda mitad del siglo
XIX (pag. 160), a la "onda placentera"
que surge desde el rococó (pag. 87). "Brusco" es también un adjetivo predilecto:
"brusco avance de la
prensa" (pag. 35), "bruscos
deterioros de
precio y volumen" (pag. 33),
"bruscas irrupciones
democráticas"
(pag. 52), "la
modernización comprueba bruscamente" (pag. 34).
Los jóvenes "... irrumpieron desde la calle tratando de apoderarse
de la literatura" (pag. 15).
También hay "Hirviente
período" (pag. 28)
e "hirviente demos"
(pag. 50). 6.
Contradicciones. a) En la
página 53
parece que
“…la vulgaridad, la sordidez, la tristeza de las ciudades
industriales que emergen en el
siglo XIX ha sido descripta y contada mil veces”; pero luego en la
página 179 Rodó “candorosamente
creía que la visión de las
ciudades que ofrecían las obras literarias europeas eran fieles retratos de la realidad, engaño
que muchos
compartieron
con él, y del que sólo se liberaron cuando cruzaron el Atlántico y fueron
a verlas” ¿No conocía
Rodó aquellas
obras? ¿No existían medios de información que le permitieran
salir de su error, quizás con
esas mismas novelas que contaron “mil
veces” la “vulgaridad, la
sordidez” de dichas
ciudades? Y aún, ¿son los
viajes,
o las observaciones de
los viajeros, casi forzosamente superficiales, medios confiables para
conocer realmente a una
ciudad, europea o no? b) En
“…las ciudades latinoamericanas…fue aún mayor lo informe de un
crecimiento que carecía de la planificación de un
Haussman…(pag.54). En
cambio,
en “La
ciudad letrada” Rama
dice lo contrario: “Lo que
ocurrió
en el París de 1850 a
1870 bajo el impulso del
barón de Hausman… se vivió hacia fines de siglo en muchas ciudades americanas…” (pag.103). Rama escribe
equivocadamente en ambos libros
“Hausman”
en vez de
“Hausmann”
que es el nombre verdadero. c) Una
onda de placer “…acompaña el triunfo
histórico del espíritu burgués, en visible pugna con los principios
de trabajo y
austeridad que se
predicaban y otorgaron su fisonomía a la era victoriana” (pag. 87).
Parece
olvidar el autor que la “era victoriana” fue también
una era burguesa.
d)
En la
página 173 los poetas
modernistas han sido “arrojados”
dentro del “vasto texto universal”;
poco antes, en la página
164, los mismos poetas son
“…arrojados a la lengua
española, que hablaban
todos los días”.
VI El libro, que es un
libro de investigación sobre
historia
y literatura, carece de toda mención de fuentes. Abunda,
es cierto, en referencias
y citas al pie del capítulo, indicando el origen de los
textos que se transcriben,
pero no hay referencias
que expliquen cómo el
autor llegó a saber lo que afirma. Tal
por ejemplo, los
párrafos que hemos señalado
sobre la relación de los impresionistas con Courbet o sobre el
erotismo del siglo XIX. Las mismas referencias al pie de
cada capítulo suelen ser
erráticas. No sabemos, porque el texto no nos
informa, en qué consistió la crítica
de Marinello al modernismo y a Darío (pag. 174). Sabemos que se
trata de una “exégesis ruda”, que
existió una “persuasiva
respuesta”
de Manuel Pedro González y que hubo
“…seguidores que prolongaron el
esquematismo”;
se nos informa, finalmente,
que la tesis fue expuesta en un libro editado en México en 1959 y
recogido en recopilaciones de 1961 y 1965, pero no se puede ni
sospechar, con el solo libro de Rama, qué fue lo que Marinello dijo. Cuando se cita un libro que integra una
edición de obras
completas o escogidas,
parece necesario decir de cuál de
ellas se trata. Cuando Rama menciona sin más las “Oeuvres choisies”
de Marx, vol. I pags. 142-3, el lector común, que carece de esa edición,
no tiene cómo situar la cita (pag.29). Las reiteradas citas que se hacen de
“El
eterno retorno” de
Nietzsche (pag. 106) son todas
erróneas y pertenecen,
en realidad, a “El gay saber”
(o “La gaya
ciencia”). La explicación de
este error arroja luz sobre la impaciencia con que se
buscaron los datos: la
edición que se cita, de
Aguilar, une bajo el mismo
título
“El
eterno retorno -
Obras póstumas 1871 -1888” varias
obras, de las cuales la más extensa
es “El gay
saber”, que ocupa las páginas
69 a 314, en tanto que “El
eterno retorno”, aunque es la
primera que aparece, se
extiende por sólo unas quince páginas. Yendo
directamente al fragmento
356, se puede creer,
engañado por el título de la tapa, que se
está leyendo “El eterno retorno” y
no, como sucedió, “El
gay saber”. Es probable
que muchas conclusiones lleguen al lector por sí
solas, con la mera exposición del contenido
de este
libro. Es claro el apresuramiento, la impaciencia ante la tarea de
recolección de datos, la
precipitación con que elaboró hipótesis, la dificultad o incapacidad
para
definir el tema de que
trata, la falta de crítica de esas hipótesis, a menudo ridículas, la
dificultad –y casi
incapacidad- para definir el tema que trata, la ausencia de una
auténtica curiosidad
intelectual, el desplazamiento de la
tarea de pensar al acto de escribir. Esto causó un estilo hinchado,
una divagación permanente, plagada de personificaciones y adornos
de seudoerudición en materias variadísimas, adornos que atraviesan el texto como meteoros buscando a la
vez el impacto de su flamígera ciencia y el inmediato olvido,
distraída la atención crítica del lector por
el vértigo de alusiones y
generalizaciones. Desorden este
que sorprende en quien dijo
de
Zum Felde que el "viejo
crítico" había
utilizado
"...estimaciones
'a ojo de buen cubero' cuando aún no se habían afinado los
instrumentos de análisis histórico
cultural, que son
bastante recientes"
("La generación crítica",
pag. 136). Rama habla de americanismo raigal, del
hombre americano
arrojado al texto
universal;
pero su reino no es
de este mundo. Quien halla la refutación de Marx en los esplendores
de la "belle
époque", quien
recomienda
una estadía en Europa como única
forma de ser consciente de lo americano
y aún para
saber cómo
son las ciudades
europeas (pags. 72 y
179), quien ve la diferencia entre la empresa
europea y la
latinoamericana como
la diferencia entre "...las
disciplinas de trabajo" y el
"amasijo desordenado de la vida popular
americana"
(pag.55), le atribuye al Viejo Mundo una
superioridad que ninguno
de
sus hijos debe haber
soñado en atribuirle. Nos
preguntamos, además, a quiénes está
dirigido este libro.
No es para el lector
común, un obrero o un empleado;
su lectura no es fácil
para nadie. Su público
es, seguramente, un
público de escritores, de intelectuales, un público quizás semejante
al que describe Rama
en la página 124: "...escritores (que)
constituían
prácticamente todo
el circuito de
producción y
consumo". Si esto es así, y así lo suponemos con
fundamento en la aprobación
social de este libro, cabría
sugerir algunas reflexiones sobre el intelectual uruguayo. A propósito
de la reciente poesía señalamos en
“Asamblea”,
el 1º. de agosto de 1985,
estas características de alguno de sus autores, características que,
tal vez no
casualmente,
pueden decirse también de Rama: ausencia de autocrítica, confusión,
impaciencia, falta de una reconstrucción organizada de la experiencia,
falta de un auténtico compromiso con lo mejor del pasado cultural,
distinto del saqueo para hacer citas; todo
esto a través de un lenguaje abstruso, casi inaccesible, sin
comunicación fácil con el lector. A la vez
temidos y
despreciados por el
pueblo,
es tal el temor reverencial que el hombre común siente ante los
intelectuales (profesionales, funcionarios,
maestros, dirigentes, etc.) que no se atreve a
juzgarlos. Aún quienes no
tenemos más remedio que
considerarnos
intelectuales, lo que siempre
está
a punto de avergonzarnos, estamos enfermos de respeto por la letra
impresa, por los títulos profesionales, por el retumbar de las palabras
"difíciles"
con que se quiere
intimidar al vulgo,
por los "ídolos
de la tribu", que
tienden a colocar al
intelectual, y por razones
nada ideales, más allá de toda crítica, pretensión esta tan
absolutamente increíble que no
dejamos nunca de asombrarnos cuando la vemos reaparecer tercamente,
una y otra vez, para peor
en boca de los más jóvenes, como el espectro de un autoritarismo que ha
hecho presa en nosotros y que no nos abandona. ¿Son, o somos, los
intelectuales uruguayos, cuyo
peso en el presupuesto nacional es tan grande,
"monstruos
sagrados", seres a la vez
deformes, peligrosos
e inaccesibles? Finalmente, reconociendo la validez y
el interés, tanto de la
interpretación social y
económica de la literatura como de la
interpretación psicoanalítica, aún quedará por realizar el estudio del
valor de las obras producidas. La recolección de datos debe tener un
límite: una vez que
averiguamos que
Darío solía cenar en el Auer’s Keller o en el Royal Keller, no
hemos avanzado un paso, todavía, para saber por qué nos emociona el
“Poema del otoño”,
por qué aquella frase
“Pues aunque hay pena y nos agravia/ el sino
adverso/ por nosotros corre la savia/ del universo” nos puede producir un estremecimiento tal como
si los dos últimos versos nos estuvieran
sucediendo realmente. Es posible que aún fuera necesario intentar
definir cuáles son los propósitos de la literatura; preferiremos hacerlo
con palabras ajenas, no
tanto,
quizás, por modestia como por
pereza, por no tomarnos el trabajo de buscar en nosotros mismos esa
gloria y esa eternidad que
Darío afirma que guardamos en nuestra memoria:
“…un libro se escribe,
no para multiplicar la
voz, meramente, sino para
perpetuarla. El autor tiene algo que decir, que
ve que es útil y
verdadero, o bellamente útil. Hasta
donde alcanzan sus
conocimientos, sabe que nadie
puede decirlo. Está obligado a exponerlo, clara y
armoniosamente, si puede: en todo
caso, claramente. En el
resumen de su vida encuentra que esta es la cosa, o
el grupo de cosas, que
le son manifiestas: la
parte de verdadero conocimiento, la visión la cantidad de luz
solar de que le ha sido
dado apoderarse en la tierra. Se sentirá obligado a
fijarla en el mundo para siempre, a grabarla en la roca, si puede, diciendo:
‘Esto es lo mejor de mí…’ Este es su escrito; es, en su pequeña escala
humana, y sea cual fuere el
verdadero
grado de inspiración que
haya en él, su inscripción o escritura. Este es un libro” (Ruskin,
“Sésamo y lirios”,
Austral, pag. 41).
Notas:
[1]
ÁNGEL
RAMA:
Las máscaras democráticas del modernismo.
[2] Marta Harnecker: Los
conceptos elementales del materialismo
histórico, 6a. ed. Siglo XXI pags. 204/205.
[3] Citado por Edmund Wilson en "Literatura
y
sociedad", Sur, pag.141.
[4] Harnecker,
obra citada, pag. 87.
[5] Harnecker,
obra citada, pag. 237. [6] J.A. Hobson: The evolution
of modern
capitalism, pag. 263.
[7] Celso Furtado: La economía
latinoamericana desde la Conquista Ibérica hasta la revolución
cubana, pag. 49.
[8] Josué de
Castro: Geopolítica
del hambre, pag.139.
[9] Carlos Machado: Historia de los
orientales, pags. 241
y 248.
[10] Histoire de
France, pag. 285.
[11] Signac:
D'Eugène Delacroix au NeoImpressionisme,
pag. 48, Francastel,
El impresionismo, pags. 23
y
85, Gaunt,
Los impresionistas,
pag. 16.
[12] Arnold
Hauser, Historia social de la
literatura y
el arte, T. 3
pag. 203. [13] Harnecker, obra citada, pag. 91.
|
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Este artículo fue publicado en el quincenario “Asamblea” en diciembre de 1984.
Editado por el editor de Letras Uruguay
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