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“Ala de criados” de Mauricio Kartún, en el teatro Solís.
Mas crónicas de “niños argentinos”
por Jorge Arias

Escribe Verónica Pagés en “La Nación”  que con “Ala de criados”, “…después de ‘El niño argentino’, Mauricio Kartún vuelve a hincarle el diente a la clase alta argentina de principio del siglo pasado”. No  estamos convencidos de que algo, tan siquiera, de la “clase alta argentina” de comienzos del siglo XX  estuviera  representado,  ya sea en “El niño argentino”  como en “Ala de criados”. Lo de “hincar el diente”, que parece  tomado en el  sentido de agresión,  como podría  hacerlo el conde  Drácula,  nos  sorprende. Suponemos que la escritora se  refiere tan  sólo al sentido de  “murmurar de otro, desacreditarlo” y no a “acometer las dificultades” (todo esto  según el diccionario de la Real Academia Española)  de un asunto no planteado,  que sería el  enjuiciamiento de dicha clase.

El autor no se propuso un examen del  comportamiento de ese  estrato social; y el  aire ligero,  un tantico frívolo, otro poco casual, de la  obra nos indica como  sentidos a la comidilla  y  el chismorreo.  Se sigue tan de cerca de el  ocioso veraneo del  tres tilingos en Mar del Plata en 1919  que el  espectador no puede ni imaginar qué  sucedió  en la “semana trágica” de enero de 1919 en Buenos Aires, bajo la  presidencia de Hipólito  Irigoyen..

Dice el  programa de mano, que debemos suponer escrito por Kartún o por lo menos con su  aquiescencia, que “Se daba en Argentina un  incipiente proceso de industrialización… que permitió la  formación de un  proletariado urbano”. Es un error histórico.El “proceso de industrialización” no “permite” la formación de un  proletariado urbano, no lo ambienta ni  tolera,  como si el “proletariado”  fuera un hongo o  una maleza  que  vino de no se sabe dónde: la  industria  y el comercio necesitan y crean al proletariado. Pero sigue Kartún: “Corrientes de pensamiento revolucionarias…llegadas de la mano de la abundante inmigración europea,  encendían en los trabajadores la llama de la revolución social”. Al parecer esos foráneos, esos “naciones”, como se llamó a los inmigrantes, vinieron a prenderle fuego a un país idílico;  pero la  idea es  falsa. La  Argentina,  y en  particular Buenos Aires, fue destino de inmigración,  una inmigración  para nada revolucionaria, desde mucho antes de 1919 y la  “incipiente industrialización”:  el  tercer censo de la ciudad de Buenos Aires demostró, en 1914, que más de la mitad de sus  habitantes había nacido en el  extranjero,  lo que se refleja en los sainetes de comienzo de siglo, con sus  italianos y  sus españoles, pero  también con sus  ingleses, sus franceses y  sus alemanes.  Y si  en la “semana trágica”, “la… experiencia de la Revolución Rusa era vista… como una amenaza para las  clases dominantes”, la verdad es que “los disturbios sociales”  que menciona Kartún surgieron a  raíz de una reivindicación muy semejante a la de los “mártires de Chicago” (1º  de mayo de 1886) que nada tuvieron que ver con la revolución  rusa: la reducción de la jornada de  trabajo de  11 a 8  horas,  lo que no  era ninguna  “…amenaza pavorosa para las clases dominantes”,  como no lo es ahora su  realización, con  jornadas de  trabajo aún más  reducidas. Y es por lo menos curioso que  el programa no informe sobre los muertos entre los manifestantes obreros, en las  varias veces que la policía  de Buenos Aires  abrió contra ellos fuego de armas largas.

No nos sorprende este desdén por el dato preciso. La obra abunda en  rebuscamientos, adornos y  alusiones a tópicos de la  época,  que hoy no resuenan en ninguna memoria humana de menos de setenta años, como las  referencias a los cigarrillos balsámicos del Dr. Andreu. Otras  menciones son derechamente inexactas: en 1919 los  protagonistas no  podían cantar, como lo hicieron, no  sabemos si en serio o  en broma,  la canción “Nieve”,  de la que  fue coautor Agustín Magaldi, compuesta en  1935. Palabras como “boludo” o  “pelotudo” no existían en 1919; sólo aparecieron en el habla vulgar  hacia los años ’50. Las reiteradas alusiones de “Ala de criados” a “La guerra” del militar prusiano Carl von Clausewitz, hoy un libro de culto del que muy pocas personas  saben algo más que la frase famosa “la guerra es la continuación de la  política por otros medios”, nos parecen también muy poco probables en boca  de los vacuos protagonistas.

La pieza es muy poco más que crónica y anécdota. Nos enteramos de cosas que no  sabíamos  acerca de la práctica del tiro a la  paloma, con los lanzadores  de palomas a mano y  las previsibles patotas antiobreras  de “niños argentinos”. Los personajes actúan como  títeres: no  bien empiezan  a hablar, comienzan a repetirse.  En la trama, son  harto previsibles tanto la revelación de la homosexualidad de  Pancho como la seducción de Tatana  por Pedro.  Y no hay más argumento ni  trama  ni conflicto..

Hay, eso sí, un derroche de alusiones eruditas y  de cruces y  señales hacia otras obras y  aún  hacia otros géneros. Tatana, que ha vuelto de sus estudios en Suiza,  parece haber leído, antes de que escribieran, a Lacan,  Foucault y Julia Kristeva,  por ejemplo cuando dice, más de una vez “la metáfora es la linyera de la literatura”. Si  las frontales alusiones a “La  gaviota” de Chejov son evidentes, muy  pocos o ninguno de los  espectadores  tienen ni  siquiera noticias de  “Germinal” de  Emile Zola,  lo que hace muy difícil de comprender por qué se lo menciona  insistentemente  como  el  Gran Satán  de la izquierda. Hay inclusive una desaforada  alusión escenográfica a “Los días felices” de Samuel Beckett, con esa roca por la que aparecen y donde se ocultan los  hombres, siempre referidos a la mujer,  siempre en su  sitio,  frente al  público, con su  traje de montar moderno,  que  disuena con las  polainas de los hombres.

A  través de tantas alusiones cultas,  el espectador es inferiorizado,  sometido y forzado a admirar. Se da en el caso de “Ala de criados”, como en el “El niño argentino”, el mecanismo de coacción magistralmente descrito en el  capítulo  3  de “El  arte de la controversia”  de Arthur Schopenhauer. Primero aparece una opinión, a   cargo de dos  o tres personas.  Luego otras pocas, que creen a  aquellas capaces y  sabias,  dan la  opinión por buena y  la aceptan. Los  círculos se amplían, y al fin todo el mundo asiente, por  pereza, por no tomarse el trabajo de tener una idea propia, por  espíritu de  rebaño. Al fin,  hay un  efecto “cascada”;  y los que  sólo han  repetido como loros la  opinión de los “sabios”, son los que con más virulencia atacan a quienes se  atreven a tener ideas propias. Así padecemos una legión de falsos valores, de escritores tan ilegibles como venerados: Onetti,  Marosa di Giorgio, Mario  Levrero,  Cristina Peri Rossi…El programa de  “Ala de criados” viene con un  redoblar de tambores: nos intimida con la  relación de los  once premios que mereció la  pieza.. Si no la  admiramos, somos unos ignorantes. Entre ellos  está, por supuesto, el  premio de la Escuela del Espectador, de Jorge Dubatti… ¡es  gente que  sabe!  

No logramos entender los méritos de la dirección, del mismo Kartún. Los personajes entran y salen  trabajosamente de atrás de la molesta  roca, caminan un poco para enfrentarse entre   y nos  cuentan  algo; la música  incidental, de época,  parece sugerir algo… y no  dice  nada.. La interpretación es monótona,  y  es difícil de  explicar cómo Kartún,  que  tiene experiencia del teatro, pudo marcar el continuo falsete de Emilito. El  falsete, con  sus muy  escasas posibilidades de variación  en  volumen,  tono, emisión y  proyección, es monótono y pesado a los  cinco minutos de empezar;  y  aquí  tenemos que  soportar al  Emilito  por más de una hora y media.

Hemos oído decir que “Ala de criados” ataca a las “clases dominantes”  poniéndolas en ridículo. Pero si  se trata de la  crítica de la sociedad, ¿no  existen hoy en la  Argentina,  seres no menos  ridículos que aquellos tres pitucos?  Nos preguntamos aún si no hay una  cierta complacencia en Kartún  con sus  niños argentinos;  por lo menos  hay cierto sentimiento de  piedad. Son, en “Ala de criados”, más  patéticos  y miserables que cualquier otra cosa.

ALA DE CRIADOS,  dramaturgia  y  dirección de Mauricio Kartún, con Alberto Ajaka, Esteban Bigliardi, Rodrigo González  Garillo y Laura López  Moyano.  Escenografía de Graciela Galán, vestuario de Gabriela  A. Fernández, iluminación de  Alejandro Le  Roux, sonido de  Guillermo Juhasz. En  teatro Solís, estreno del  28  de  enero.

Jorge Arias
Jorge Arias es crítico de teatro en exclusividad para el diario "La República", que ha autorizado esta publicación.

ariasjalf@yahoo.com 

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