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El aire es el
lugar de la poesía |
La vista de la torre Eiffel y el Campo de
Marte desde el palacio Chaillot, en París, es justamente célebre. La
visión abarca un horizonte amplísimo, y sin embargo el espectador no se
siente perdido en una inmensidad, porque multitud de pequeños detalles
acompaña el movimiento de sus ojos desde lo más próximo a lo más lejano.
Las escalinatas, los jardines., los surtidores, el Sena nos guían hasta
la soledad un tanto severa, republicana, del Campo de Marte y la
emergencia audaz de la torre. Las fuentes y los surtidores, en
particular, tan empeñados en alejarse de la tierra y tan vencidos por la
pesantez, adelantan y sugieren aquella aquella gigantesca señala de la
voluntad del hombre de ascender al cielo; tal vez el tercer elemento de
esta progresión, hasta ahora, esté, a miles de kilómetros de distancia,
en Cabo Kennedy. |
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ofrecernos es un ruidoso pájaro volador. Pero los objetos que más vuelan allí, al parecer posados definitivamente en el doble frente del palacio, son dos poemas de Paul Valéry escritos en grandes letras doradas sobre el blanco de la piedra. El efecto es extraordinario, porque algo hay en Valéry cercano al monumento, a la escultura, y también al oro y al bronce. No nos sorprendería encontrar sus versos, firmes como columnas, severos y nobles como el mármol, en el vecino Arco del Triunfo. Uno de ellos, a la izquierda de quien mire de frente al palacio, dice así: |
Tout homme crée sans le savoir, |
(Todo hombre crea sin saberlo / mientras respira / pero el artista se siente crear / su acto compromete todo su ser / su pena bienamada lo fortifica). Celebramos el espíritu democrático, a la vez exacto y verídico, de que todo hombre es creador y que crea mientras respira o con tanta naturalidad como respira.
No sólo el intelectual es creador, porque
todo es creación. Vivir es creación. Nadie ha podido pasar por la vida,
diría Valéry, sin aportar a las infinitas imágenes que nos rodean una
nueva forma o un nuevo matiz. Aquí el verso de Valéry es casi religioso,
al asombrarse ante el espectáculo del hombre. |
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Jardines de Villa Cimbrone en Ravello |
Los jardines de Villa Cimbrone en Ravello
no son menos famosos: los separa del centro del pueblo una larga
ascensión, en cuyo trayecto el turista pasa por dos iglesias; está tan
lejos de Ravello, cuya pequeñez es ya sorprendente y mucho más, y más
arriba, de todas las miserias humanas, como decía Nietzsche de Sils
Maria. Es posible que Villa Cimbrone esté edificada, con sus jardines, a
no más de unos seiscientos metros de altura; pero es de tan difícil
acceso y está tan empinada sobre un precipicio por e lado que da a la
bahía de Atrani y aún hacia el Oeste sobre el valle del Dragón, por
donde vemos espantados la carretera por la que osamos trepar a Ravello,
suspendida a veces en el vacío, mínimamente dibujada, como si hubiera
sido tallada con un cuchillo tosco en las estribaciones de la montaña, y
que parece así aún más cerca del cielo, más aérea, más olvidada de la
tierra y el dolor. |
Oh moon of my delight that knows no wane |
(Oh luna de mis delicias, que no
menguas /la luna del cielo se alza una vez más/ cuán a menudo, alzándose
más tarde, me buscará/ en este mismo jardín, en vano) |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Jorge Arias es crítico de teatro
Para Todos
La 2 - Coloquio - La poesía 30 jun 2015 |
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