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Las evanescentes expediciones nazis al Uritorco

por

Fernando Jorge Soto Roland *

 

 

PRÓLOGO

Sin mediar más “pruebas” que rumores inconsistentes, de escasa circulación y sin consignar el origen de esos testimonios orales, el recientemente fallecido periodista argentino Jorge Camarasa, afirmaba en su último libro, América Nazi, que hacia fines de la década de 1930 el NSDAP había organizado y enviado a la localidad cordobesa de Capilla del Monte una expedición “científica”, dirigida por la Ahnenerbe, para buscar y encontrar, en las inmediaciones del hoy famoso cerro Uritorco, nada más ni nada menos, que el Santo Grial y el Bastón de Mando de los comechingones.[1]

Más allá de lo extraña y mística que pueda resultarnos esa búsqueda, y de las tremendas dudas que despierta de entrada, cabe destacarse el supuesto (posible, pero extremadamente poco probable de ser verificado in situ) que nos remite a la existencia de los restos que la operación nazi habría dejado desperdigados por la zona.

Efectivamente, Camarasa sostiene que, en los rincones perdidos de las sierras y fuera de los circuitos turísticos comunes, aún reposan, en ruinas, las excavadoras, grúas y máquinas pesadas utilizadas por los seguidores de la svástica.

Aunque en lo personal descreo por completo de la historia, considerándola un ejemplo más del esotérico y delirante universo que despierta la región, me resulta por demás interesante tratar de reconstruir los motivos por los cuales tanta gente cree en ello y porqué un periodista de fama internacional le dedicó tiempo y esfuerzo a lo que, en principio, no parece ser más que un mito, tan infundado como aquel que refiere la existencia de submarinos nazis hundidos en las costas patagónicas.[2]

LOS HIJOS DEL RUMOR 

Ubicuos, siempre activos, pero evanescentes como los monstruos de la criptozoología, los nazis del imaginario parecen haber estado recorriendo el mundo entero sin importarles demasiado las fronteras políticas, el celo soberano de los países por los que supuestamente anduvieron o los accidentes geográficos que debieron superar.

Remando contra todos los obstáculos imaginados, la mítica eficiencia alemana no se habría amedrentado a la hora de levantar “bases secretas” en lugares imposibles, ni invertir cuantiosas fortunas en pos de reliquias, objetos sagrados y “espacios vitales” donde expandir o, en su defecto, reeditar tras la derrota militar, al Tercer Reich.

De acuerdo con algunos escritores un tanto fantasiosos, los nazis, guiados por ese famoso brazo de las SS llamado Ahnenerbe (La Herencia Ancestral), no dejaron prácticamente región del planeta sin explorar.[3]

Desiertos, selvas y montañas, ínsulas, mesetas y cerros, no habrían resultado trabas para ellos. Tal como lo afirman las leyendas que circularon en la posguerra (resucitadas a mediados de los años 1980 por ciertos periodistas), sendos representantes del régimen nazi habrían estado sembrando “nidos nacionalsocialista” por todas partes; amén de indagar respecto de ciertos objetos de poder, según el lenguaje del esoterismo-conservador de nuestro días.

Como era natural, la Argentina no quedó exenta de esas visitas. La propaganda norteamericana de entonces y el evidente antiperonismo que esgrimieron muchos de sus divulgadores, se encargaron de sembrar y alimentar los rumores respectivos. Y así, la desolada Patagonia, el impenetrable monte misionero, los aislados cerros y cordones montañosos de la geografía nacional, o pocos significativos pueblos del interior del país, terminaron convirtiéndose en los hipotéticos escenarios donde, alguna vez, habría ondeado la cruz gamada.

Ni siquiera el territorio antártico o el mismísimo centro de la Tierra,  por no hablar de supuestas ciudades subterráneas, tipo Akakor, quedaron al margen de la maligna presencia hitleriana.[4]

Pero, ¿qué tenían/tienen los nazis de especial para que ello ocurriera? ¿Qué extraña fascinación despertaron y siguen despertando en ciertas mentes imaginativas, inclinadas a creer en conspiraciones reales e inventadas?

Ensayando una primera respuesta, diremos que ellos encarnan al Mal por antonomasia. El peor de los enemigos. El diablo en la Tierra. Y hay motivos para ello. El nazismo fue un régimen criminal y despiadado. Artífice de invasiones, injusticias, fusilamientos y creadores de campos de exterminio en donde la humanidad terminó cuestionándose su propia racionalidad. Son los villanos más famosos, con más prensa y, como tales, las estrellas de una trama macabra. ¿Qué sería la saga de Star Wars sin Darth Vader, o Sherlock Holmes sin el doctor Moriarty? ¿Qué relevancia tendría James Bond sin la siniestra organización Spectre o Batman sin el Guasón?

Los chicos buenos (y los no tan buenos) semejan santos cuando se los contrasta con los nazis. Y si ese contraste está guiado por el infantilismo a que nos tiene acostumbrado Hollywood, los malos serán muchísimo más malos. Poderosos. Eternos. Presentes en todos lados.

Si bien los testimonios orales alcanzaron en los últimos cincuenta años el renombrado status de fuentes históricas, ninguna investigación prudente puede agotarse en ellos. No bastan en sí mismos, a menos que lo que se desee sea reconstruir parte del universo imaginario de un grupo o región.[5] Y, aún así, el número es lo que cuenta. Sólo a partir de un corpus abundante de testimonios podría intentarse una aproximación al tema. Por ende, tratar de probar que un acontecimiento extraordinario tuvo lugar de manera objetiva, apoyándose únicamente en escasos testimonios grabados, no es bueno, serio ni conducente en ningún trabajo honesto.[6]

Pero es lo que ocurre en muchos escritos de divulgación e informes brindados a través de los medios masivos de comunicación, especialmente en ciertos documentales afectos al misterio, a las conspiraciones y el esoterismo. En esos casos no importa la cantidad ni la calidad de las fuentes. Sólo interesa generar “el clima” adecuado y dar por cierto hechos de los que no se tienen certeza. Una vez arrojados al ruedo del rumor, sólo cabe esperar que crezcan y se pase del “se dice” al “ocurrió”, sin aparente contradicción.[7]

Los ejemplos sobran, pero tomemos uno que está directamente relacionado con las inasibles expediciones que nos ocupan.

En una producción televisiva, puesta al aire por el Canal Infinito a fines de la década de 1990 (Uritorco, un lugar mágico), se daba cuenta de la visita de expedicionarios nazis a Capilla del Monte, tras relacionar al cerro Uritorco con ovnis, energías telúricas, gemas sanadoras, ciudades subterráneas, reliquias medievales y templarios.[8] Seguidamente, con voz grave y cadenciosa, el locutor sindicaba que: 

“(…) el principal enclave nazi en la provincia de Córdoba estaba en la misma zona donde está el Cerro Uritorco”.[9]

No planteaba condicionales de ningún tipo. La afirmación era taxativa, como si la misma no requiriera ser comprobada y se estuviera ante una verdad indiscutible. Dicho así, el norte de la provincia parecía haberse convertido en una prolongación del Reich alemán; y, aunque es cierto que en la vecina ciudad de La Falda existió un grupo de nazis declarado (los propietarios del Eden Hotel), es una exageración caratular todo el norte cordobés como el principal enclave nacionalsocialista del país.[10] Lamentablemente estaban mucho más y mejor distribuidos por toda la geografía nacional.

Una vez preparado el escenario de la trama se da paso a dos testimonios grabados, con los cuales se pretendía asentar la idea de las mentadas expediciones y de los supuestos restos que la misma dejara desperdigados por el lugar.

Al respecto, el guía de montaña Alfredo Francisco Lobo decía: 

“Se han hallado elementos de expediciones muy antiguas, de hace setenta, ochenta años… Elementos de la década del ’30, del ’40, de acuerdo a lo que cuentan los más viejitos. ‘Los gringos’ les decían ellos, pero no eran italianos, sino alemanes”.

Inmediatamente después, el locutor informa que el propio Lobo había encontrado restos de esa olvidada expedición en el Uritorco; y es el guía quien confirma los dichos, atestiguando: 

“Es un recipiente que tiene cuatro svásticas en sobre-relieve. Un recipiente de lata, o material similar, oxidado. Lo encontré en un ranchito. Estaban usándolo (¡increíble!) de batea, donde lavaban cosas y elementos”.

Por lo que sé, hasta el momento el recipiente es la única evidencia material que une a la región con los escurridizos expedicionarios del Tercer Reich. Nada se ha dicho de las grúas y excavadoras que refiere Camarasa. Pero, ¿puede inferirse que los nazis deambularon por las inmediaciones de Capilla del Monte a partir de un testimonio del que no se da prueba material alguna? Porque, hay que aclararlo, el supuesto descubridor no entregó el objeto en cuestión, ni siquiera fotografías de su endeble hallazgo.

Claro que, incluso de existir efectivamente el recipiente con las svásticas grabadas, ¿se lo podría considerar una prueba cabal de las excursiones nacionalsocialistas en la zona? En mi opinión, no. Eso implicaría derivar demasiadas conclusiones de un hecho de por sí nimio. Por otro lado, como cualquier estudiante de arqueología sabe, los objetos arqueológicos cobran valor documental únicamente cuando se los relaciona y analizan en el contexto en que han sido encontrados. Sin ese contexto no es posible decir ni afirmar nada seriamente. De ahí que los cacharros antiguos robados en tumbas por huaqueros profesionales pierden valor histórico desde el mismo momento en que son quitados del sitio en donde reposaban desde hacía siglos.[11]

Lo mismo sucede con el recipiente mencionado.

Por otro lado, convengamos que una caja rectangular con cruces gamadas (de esta forma parecería describirla con gestos)  no es algo común de encontrar en un rincón cordobés. Aún así, y dada la fuerte corriente inmigratoria alemana que el mismo documental anuncia, no sería nada extraño hallar objetos de ese tipo. Podría ser un souvenir de la guerra o parte de alguna colección de material bélico que se haya desperdigado y perdido. En realidad, podría llegar a ser muchas cosas, si es que efectivamente ese recipiente fue encontrado.

Minutos más tarde, la apuesta del guionista no mejora.

En un nuevo intento por instalar a los deambulantes nazis en la serranía cordobesa, se convoca el testimonio de quien dice ser un descendiente de los indios comechigones y antiguo poblador de la región, el señor Hugo Jaime, aparente testigo presencial de los hechos durante su lejana infancia. 

“Yo tenía ocho años… Me crié atrás del cerro Uritorco (…). Vinieron como cuatro hombres que traían aparatos (…). Yo miraba como andaban entre las piedras, en los arroyos. Metían aparatos en los arroyos. Para mí, buscaban minerales”.[12]

Inmediatamente después, el locutor hace una aclaración fulminante:  

Pero buscaban el Santo Grial”. 

Si sacamos el testimonio de Jaime del contexto melodramático en el que se lo injerta en el film, y dejamos de lado la edición de imágenes (en las que se muestran a soldados, oficiales y partidarios nazis saludando al Führer en ceremonias públicas de Alemania), desechamos los pasajes de la expedición (bien documentada) del año 1938 al Tíbet, omitimos los rayos y centellas adosadas por computadora al perfil negro del Uritorco y desoímos la música de fondo, veremos que los dichos del “testigo” no aportan nada a la hora de comprobar la hipótesis de los exploradores alemanes.

¿Qué tienen de extraño y misterioso cuatro tipos con “aparatos” buscando “algo”, hace más 60 años? ¿Podemos apoyarnos sólo en el recuerdo de un anciano para aseverar que una expedición nazi recorrió el Uritorco buscando la más importante y mítica reliquia de la cristiandad? ¿Basta con haber vivido en la zona mucho tiempo para convertirse en una “autoridad” indiscutible en la materia? ¿No es mucho?

Además, ¿de qué tipos de “aparatos” habla Jaime?[13] ¿Podían sólo cuatro personas (por más alemanes que fueran) manipular lo que el rumor afirma eran grúas y excavadoras? Es todo muy poco creíble.

LA FASCINACIÓN POR LA TECNOLOGÍA ALEMANA

La tecnología siempre fue motivo de orgullo para quien la posee. Desde la antigüedad, pero muy especialmente a partir de mediados del siglo XVIII —cuando Inglaterra diera los primeros y promisorios pasos hacia su industrialización— las máquinas fueron sinónimo de poderío, ingenio y superioridad, tanto económica, política como militar.

Con el advenimiento de la modernidad y la expansión europea sobre todo el planeta, el avance tecnológico sirvió para justificar el imperialismo y su proclamada «misión civilizadora», además de representar el Progreso y convertirse en un modelo a ser imitado por todos, en todas partes.

Exportalo, fue la excusa que esgrimieron los países desarrollados para controlar las materias primas y los mercados de las regiones subdesarrolladas. Importarlo, fue el sueño que las oligarquías locales tuvieron para parecer un poco más «civilizadas» y adscribir a los intereses y negocios de las principales potencias, sin pensar o preocuparse por la dependencia que ello producía. De hecho, muchos terminaron convirtiéndose en socios, gerentes y leales testaferros de aquellos que poseían (y proveían) la tecnología.

Su poder hipnótico fue enorme y al poco tiempo los países altamente tecnificados consiguieron no sólo imponer sus tornillos, poleas y motores de vapor, sino también sus gustos («buen gusto»), modas, valores, ideología e idiomas.

La tecnología subyuga, genera adherentes. Se convierte en la principal abanderada de la propaganda de aquel que la tiene. Representa la fuerza, la vitalidad y la inteligencia. Modifica vidas y, por sobre todas las cosas, genera asombro. Nuestra capacidad para asombrarnos es vencida constantemente por ella. Tal vez sea ese el motivo por el cual en todas la guiadas turísticas el avance tecnológico se convierta en el «as en la maga» que el guía profesional tiene para producir exclamaciones de sorpresa entre sus clientes/turistas; del mismo modo que las películas yanquis se encargan de exhibir en cada fotograma todo el obsceno arsenal de tecnología aplicada a la industria bélica. Y a este punto es a donde quería llegar: la guerra.

Nadie puede hoy dudar de que los conflictos armados hayan sido importantes catalizadores de innovación tecnológica. El arte de matar más rápido y eficientemente impulsa a la creatividad, y la diferencia entre asombrar o no al enemigo se traduce en victoria o derrota respectivamente.

De todas las guerras que la humanidad padeció, la Segunda Guerra Mundial es la que incubó un mayor avance cuali y cuantitativo, alcanzando su cenit el 6 de agosto de 1945, cuando los EE.UU. tiraron la primer bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Pero unos cinco o seis años antes el paradigma del avance tecnológico estuvo representado por otro país: la Alemania nacionalsocialista de Adolf Hitler. Tanto caló en el imaginario colectivo, que todavía hoy en día hay gente que le atribuye al nazismo mayores progresos tecnológicos de los que realmente alcanzó. ¿Acaso no se oyen a diario a los delirantes cultores de las conspiraciones afirmar que los ovnis son en verdad un proyecto secreto («proyectos negros», como les dicen) de técnicos alemanes?

Si en verdad es así (cosa que niego con fervor militante), de poco le sirvieron sus «platos voladores» para conquistar el mundo durante mil años. Apenas duraron doce. Pero eso no fue excusa para que la eficiencia alemana adoptara el ropaje de mito, hasta hoy día.

Para unos cuantos, las supuestas expediciones nazis siguen mostrando los destellos de esa admiración residual. Incluso por un simple y misterioso “recipiente” con svásticas o anodinos “aparatos” utilizados en piedras y arroyos. 

LAS OTRAS EXPEDICIONES 

La historia de América muestra que, desde los días de la conquista europea (siglo XVI), las quimeras más inverosímiles arrastraron a centenares de hombres en pos de “Dorados Fantasmas”. Mitos movilizadores gracias a los cuales extensas áreas geográficas fueron relevadas e incorporadas a la fuerza por la entonces todopoderosa soberanía del Imperio español.

El tiempo ha pasado, pero ese impulso (hoy romántico) se mantiene vigente y activo en muchos espíritus inquietos, especialmente entre los productores de programas televisivos con pretensiones científicas. Es que el intento por encontrar ruinas perdidas en lugares inhóspitos no ha cesado y los sitios inaccesibles siguen ejerciendo un poderoso influjo. Son espacios en donde la imaginación continúa alimentando a los sueños inconclusos.

Hay mucho de aventura en esas búsquedas. También de exageraciones y mentiras. No en vano todos los años se publican artículos rimbombantes (generalmente en revistas y diarios no especializados) que anuncian el “gran descubrimiento” de tal o cual ciudadela o sitio arqueológico perdido (tal vez el caso del Paititi sea el más emblemático y el que mejor conozco).

Pero así como un día la noticia emerge con grandes titulares, al siguiente desaparece cayendo en el olvido. La lógica del periodismo-ficción se impone. Las tonterías de hoy tapan a las bobadas de ayer y así el ciclo se reinicia alentando a otros potenciales “descubridores” a conseguir los 15 minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol.

Esa es la forma en la que se mantienen los mitos. Así atraviesan generaciones, incitando la ambición de fama y fortuna.

Podría señalar unas cuantas de esas fantasías tan buscadas, pero el Santo Grial, aparentemente perseguido por siglos, es una de las más simbólicas; y ya no importa que Indiana Jones lo haya perdido en la grieta de un templo escondido de la ciudad de Alexandreta.[14] Muchos insisten con ahínco. Prosiguen la pesquisa, ya no en el Cercano Oriente o castillos abandonados de Europa Occidental, sino en las entrañas mismas del cerro Uritorco y sus inmediaciones. Tal como lo  hicieron los nazis de la leyenda, hacia fines de los años ’30.

Una verdadera genealogía del delirio.

En los primeros meses del año 2000, promediando el agónico siglo XX, los integrantes del Grupo Delphos, una organización privada de neto corte nacionalista y orientación ultracatólica, emprendieron lo que definieron como “una expedición” a la región vecina a Capilla del Monte, en pos del sagrado cáliz. Guiados por los preceptos vertidos por el sociólogo nazi Jacques de Mahieu y las improbables teorías del místico abogado Guillermo Terrera, Delphos se propuso al mismo tiempo probar y descubrir la presencia de templarios en las sierras del norte de Córdoba, aduciendo que la zona era “mágica y con fuerte magnetismo telúrico”.

Como era de esperar, al regreso de la excursión, aseguraron haber encontrado un supuesto templo en el interior de una caverna que confirmaba sus dichos. Claro que no sólo no identificaron el lugar exacto del hallazgo (típico de los esotéricos devenidos en arqueólogos de fin de semana), sino que tampoco exploraron el interior de la cueva, por no estar equipados con las linternas necesarias (¿?). De todos modos, a pesar de lo improvisada que resultó la empresa, publicaron un “informe” en el que daban cuenta de tan soberbio descubrimiento.

Pero los mal iluminados miembros del Grupo Delphos no estaban al tanto de que unos días antes, para la Semana Santa del año 2000, otro grupo competidor, de idéntica ideología y lazos (según Camarasa) con círculos militares y católicos integristas, habían estado en el mismo “templo” con mayor éxito que ellos.[15]

El Priorato General de Argentina de la Orden Soberana y Militar del temple de Jerusalén, encolumnado detrás de su Gran Maestre y guiado por el especialista en montaña Alfredo Guillermo Lobo (el guía que aseguró encontrar los restos de la expedición nazi de los años 30), afirmó haber ingresado efectivamente en la cueva y hallado símbolos templarios, cruces y papeles, además de otros íconos propios de la mentada orden medieval.

En años sucesivos, hasta el 2005, las exploraciones siguieron su curso, pero manteniendo el rasgo de secretismo que tanto los caracteriza. No revelando la localización exacta del lugar, “por razones de seguridad”, según ellos.

¿De dónde salen estas historias?

¿Hay algún fundamento real, comprobado históricamente, que permita, en principio, darles cierta legitimidad o son el producto de la más pura y desatada imaginación?

La respuesta es positiva y la encontramos en las expediciones que la Ahnenerbe organizó desde mediados de los años 30 por diferentes partes del mundo.

En cierta literatura de características fantásticas, existe la tendencia de buscar en el pasado antecedentes prestigiosos y comprobados que justifiquen los delirios e inventos del presente. Las improbables incursiones nazis a Capilla del Monte no son la excepción a la regla.

LA HERENCIA ANCESTRAL

Compuesta por estudiosos, intelectuales y científicos alemanes, inescrupulosos y llenos de ambiciones personales, la Deutsche Ahnenerbe, Studiengesellschaft für Geistesurgeschchte (Herencia Ancestral Alemana, Sociedad para el estudio de la Historia de las Ideas Primitivas) o simplemente “Ahnenerbe”, se constituyó en una de las dependencias de las SS más importantes y, hasta hace relativamente pocos años, una de las menos conocidas.

Equipada con nutridas bibliotecas, laboratorios, talleres y museos, la Ahnenerbe, que en su mejor momento llegó a tener bajo su mando a 139 académicos y 82 auxiliares, entre cineastas, fotógrafos, pintores, bibliotecarios y médicos, fue creada por Heinrich Himmler en 1935. Su finalidad era clara desde el principio: inventar mitos, tergiversar el pasado de la humanidad, manipular los datos arqueológicos y transmitirle a la opinión pública esos resultados, con el solo fin de mostrar los increíbles logros de los ancestros del pueblo alemán.

A tal fin, ordenó, equipó, subvencionó y envió varias expediciones a lo largo del mundo. No fueron muchas, pero las suficientes como para que algunos escritores se abrazaran de ellas e inventaran otras que nunca existieron.

 

Michael Kater, historiador canadiense especializado en historia del nacionalsocialismo y autor de uno de los pocos libros, documentados y serios, sobre la Ahnenerbe[16], es, junto a Heather Pringle[17], escritora científica especialista en arqueología, quienes mejor han investigado la historia de la nefasta institución. De sus pesquisas es importante rescatar la honestidad intelectual con la que han trabajado, sin caer en fantasmagorías y exageraciones, ciñéndose a las fuentes que existen hasta el momento y evitando las interpretaciones esotéricas a las que nos tienen acostumbrados los periodistas sensacionalistas.

Lejos de cometer los mismos pecados que ellos critican en sus libros, Kater y Pringle, hacen a un lado las especulaciones fantásticas y, guiados por la documentación encontrada, nos informan que de los 961 expedientes de la Ahnenerbe que han sobrevivido, se puede concluir con certeza que sólo hubieron ocho expediciones nazis, antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y que ninguna tuvo por destino a la República Argentina.

Por el contrario, los países que los “académicos nazis” recorrieron fueron Suecia, Finlandia, Croacia, Irak, Francia, Grecia, Libia y el Tíbet.[18] Nada indica que Himmler se haya interesado por el cerro Uritorco y su energía telúrica. Y si bien existían planes para cuatro expediciones más (suspendidas todas por los avatares del conflicto iniciado en 1939), tampoco en esos casos se menciona el norte cordobés.[19]

Pero fue uno de esos proyectos cancelados el que se convirtió en la matriz que desató las interpretaciones imaginarias de algunos divulgadores deshonestos. Me estoy refiriendo a la expedición proyectada por el arquitecto y escritor Edmund Kiss, quien afirmaba haber localizado, en un viaje personal realizado en 1928 (antes de entrar en la Ahnenerbe), las ruinas de una antigua colonia nórdica en Tiahuanaco, en pleno altiplano boliviano, con una antigüedad (según él) de 17.000 años.

Era una locura total, pero Himmler quedó fascinado por la teoría y decidió darle al “sabio” el apoyo financiero necesario para confirmar sus delirantes ideas.

Kiss quería regresar a Bolivia y explorar el Lago Titicaca, sobrevolar la cordillera de los Andes y validar científicamente la presencia de arios en la América precolombina. Pero no fue posible. El conflicto armado obligó derivar los fondos de la expedición hacía otros asuntos más acuciantes y el proyecto se pospuso. La derrota del Tercer Reich hizo que la prórroga fuera permanente.

Estos datos, en los que los nazis aparecen explícitamente relacionados con América del sur, bastaron para que se elucubraran otras expediciones imaginarias, ubicando a lo secuaces de Hitler en diferentes partes de la geografía argentina. Los expedientes de la Ahnenerbe se transformaron así en el telón de fondo de una trama de ficción que se sigue repitiendo hasta el día de hoy; y que esotéricos, místicos y herméticos sabios vernáculos se encargaron de difundirlas con relativo éxito.

Claro que para ello también se agarraron de otra empresa, debidamente documentada. Esta vez en el misterioso Infierno Verde brasileño: el Amazonas. Otra zona aislada, lejana y poco transitada.

En 2008, Jens Glüsing, un periodista-investigador alemán residente en Río de Janeiro, sorprendió a todos con la publicación de su libro Das Guayana-Projekt: ein deutsches abentour am Amazonas, en el cual se revelaba la existencia de una expedición nazi, desconocida (o muy poco conocida) hasta entonces, en las selvas del Brasil.[20]

Las fotos desempolvadas por Glüsing asombraron aún mucho más. En especial una de ellas, en la que se observa la tumba de uno de los miembros de la expedición, fallecido en la selva, flanqueada por dos aborígenes.

La imagen es impresionante: una cruz de tres metros de altura, coronada por una svástica y un epitafio en el que se lee: "Joseph Greiner murió aquí en 2/1/36, al servicio de la investigación alemana, víctima de la fiebre – Expedición Alemana al Jary, 1935-1937”.

La escena parece sacada de una película de aventuras clase B.

En primera instancia genera una extraña sensación de anacronismo que, como resulta lógico, lo agregan los dos indios que posan a un lado del monumento funerario. Es imposible no sorprenderse. Hay cierta descontextualización en la imagen. No todos los días se encuentra una cruz de ese tamaño en el interior de la selva. Por esa razón, no faltaron quienes, siempre conducidos por la más desatada imaginación, relacionaron a la expedición en cuestión con una de las mentiras más chapuceras que se hayan publicado en la década de 1970. Me estoy refiriendo a las llamadas Crónicas de Akakor, libro escrito por el periodista alemán Karl Brugger en el que se mezclan civilizaciones antediluvianas, extraterrestres, tribus misteriosas, la Atlántida, un cacique amazónico más que falso y ¡dos mil alemanes refugiados, tras la guerra, en la ciudad subterránea de Akakor! [21]

Pero nada era más lejano a esos dichos.

El denominado Proyecto Guayana se inicia en octubre de 1935 cuando tres alemanes, Gerd Khale, Gerard Krause y Otto Schultz- Kampfhenkel,  arribaron a la ciudad de Belén do Pará, en Brasil, con la misión pública de realizar un relevamiento científico y exhaustivo de la cuenca del río Jari.[22]

Durante los dos primeros meses de estadía, iniciaron la tramitación de los permisos correspondientes. Una tarea burocrática y aburrida que, a la postre, resultó sumamente fructíferas ya que el pequeño grupo de exploradores consiguió el apoyo del varias instituciones relevantes del país. En primer lugar el Museo Goeldi, en segundo término el Museo Nacional de Río de Janeiro y, tal vez el apoyo más importante, el de la Fuerza Aérea del Brasil, que por entonces estaba dividida en facciones (los pro-alemanes y los pro- norteamericanos).

El arribo de los germanos estuvo acompañado por la sorpresa. Como era de prever, los sudamericanos se mostraron estupefactos ante los equipos que los europeos traían. Especialmente un avión con el cual Otto Schultz- Kampfhenkel pretendía probar una técnica novedosa por entonces: la fotografía aérea.

Otto Schultz- Kampfhenkel, director y jefe de la empresa, era geógrafo, zoólogo y un avezado aviador, afiliado al nazismo en 1934.

Si bien algunos autores, como Jorge Camarasa, sugieren que la expedición a la Guayana fue apoyada y subvencionada por la Ahnenerbe, todo eso es un craso error.

La institución dirigida por Himmler no participó en absoluto ya que de hecho acababa de ser fundada, dando sus primeros y timoratos pasos. Lo que si se sabe es que Schultz- Kampfhenkel recibió el patrocinio del Ministro de Aeronáutica de Hitler, el Mariscal Hermann Göering. Pero la expedición en sí no tuvo un carácter oficial. Entre otras cosas, porque el Tratado de Versalles prohibía expresamente las exploraciones oficiales de Alemania por el mundo.

De todos modos, el proyecto sí tenía un plan secreto. Uno muy personal.

Schultz-Kampfhenkel se había propuesto reconocer la región amazónica vecina a la Guayana francesa con un doble propósito. El primero crear las bases para un asentamiento de alemanes en el lugar; y el segundo, transformar esa colonia en un punto de reabasteciendo para una futura invasión al territorio controlado por Francia.

En el informe final que Schultz-Kampfhenkel presentó en 1937, a su regreso del Brasil, a Heinrich Himmler, se sugería explícitamente ocupar la zona. Pero Himmler rechazó de plano el proyecto. Tenía otros problemas que solucionar sobre su escritorio. Por otro lado, después de 1940 se volvió innecesaria una invasión a la Guayana ya que el territorio de toda Francia estaba bajo en control, directo e indirecto, del nazismo.

Como resultado de esta aventura Schultz-Kampfhenkel publicó en 1938 un libro, Rätsel der Urwaldhölle, en el que aparecieron algunas de las fotos que se adjuntan en este artículo y, naturalmente, no se explicitaba la intensión secreta que le había dado al viaje.

Dos de las fotos desparecerían en la reedición de 1953 (la de la cruz y la de la canoa por un río en la que se observa una bandera con la svástica) por estar prohibida la reproducción de cualquier simbología nazi, tras el fin de la guerra.

Del mismo modo, Schultz-Kampfhenkel produjo un film documental, distribuido por Universum Film AG (UFA), en 1938. Este material permaneció olvidado durante 70 años.

Recién en la década de 1970 se hizo pública una versión bastante edulcorada en la que no parecía ninguna alusión nacionalsocialista y se hablaba únicamente de la vida cotidiana de los indígenas de la selva.

Así, las intensiones ocultas de Schultz- Kampfhenkel pasaron a hibernar indefinidamente.

PALABRAS FINALES

En mi opinión, las noticias del Proyecto Guayana, del mismo modo que las referidas a la cancelada expedición de Edmund Kiss a Bolivia, crean los antecedentes en los cuales se sostienen (de forma inapropiada) todas las locas teorías respecto de las excursiones nazis en la zona del Uritorco.

Retoños absurdos que carecen de la más mínima comprobación.

No tenemos fechas concretas de las supuestas expediciones.

No hay pruebas ni recuerdos que señalen en qué parte de Capilla del Monte se instalaron los visitantes.

No hay testigos confiables del paso de los expedicionarios.

Nadie vio las maquinarias ni al personal que presuntamente las operaban.

Hasta la fecha ninguna persona encontró los restos del equipamiento, aparentemente perdidos por la serranía.

No existe documentación alguna que apoye la historia, ni datos respecto de quien la dirigía o qué buscaban en concreto.

En conclusión, nada indica que las expediciones nazis hayan tenido realmente lugar. Y no somos los incrédulos los que tengamos la obligación de probar algo que no ocurrió. No invirtamos la carga de la prueba. Son los que defienden la realidad de los hechos mencionados los que deberían dar señales inequívocas de que efectivamente ocurrieron.

La cuestión se reduce, por lo tanto, a un mero amasijo de afirmaciones en las que se mezclan, de manera desproporcionada, fantasías, rumores, mentiras, delirios, interpretaciones erróneas, creencias esotéricas y el deseo, siempre presente, de misterio y aventura.

Buenos Aires

Abril de 2015

FJSR

Notas:

* Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP.

[1] Véase: Camarasa, Jorge y Basso Prieto, Carlos, América Nazi, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2014.

[2] Al respecto, véase: Valentini, Mónica y García Cano, Javier “Arqueología e historia. La búsqueda de los submarinos alemanes en aguas argentina” (pp. 101-119), Y el capítulo de Ronald Newton, “Las actividades clandestinas de la Marina Alemana en aguas argentina entre 1930 y 1945, con especial referencia a la rendición de dos submarinos germanos en Mar del Plata en 1945” (PP.65-101), en Argentina y la Europa del nazismo. Sus secuelas, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.

[3] Véase del autor: “Los caballeros arios del Uritorco” en El Cerro, la Meseta y el Fuerte. Una aproximación crítica a la mitología del cerro Uritorco y la meseta de Somuncurá. Disponible en Web: http://www.falsaria.com/2015/03/el-cerro-la-meseta-y-el-fuerte/ 

[4] Hay delirantes que incluso insisten en decir que hay bases lunares (sic) nazis, a la espera de una futura invasión a la Tierra. O una conspiración nazi/extraterrestre para dominar el mundo. En realidad hay fantasías para todos los gustos. Sólo algunas guardan cierto recato racional, volviéndose así más creíbles.

[6]Las supuestas expediciones nazis en Córdoba lo son, sin lugar a dudas.

[7] Guillermo Dangel, en su libro Todo sobre el Uritorco y la ciudad de Erks (2012) también hace referencia a una expedición nazi de la cual “(…) un grupo de investigadores habrían permanecido cerca de un año trabajando en las inmediaciones del cerro Uritorco y luego regresó a su país. De ésta época [que el autor ubica entre 1937 y 1938) se conocen historias que planteaban una gran actividad minera como también la existencia e túneles naturales que traspasaban el cerro Uritorco de lado a lado, donde se encontraron esqueletos humanos de antigua data, de comechingones se dijo en un principio. Pero todo quedó en versiones, conversaciones de sobremesa y nada más”. (pp. 99-100).

[8] Véase: Uritorco, un lugar mágico, una Producción de Cuatro Cabezas. Disponible en Web: https://www.youtube.com/watch?v=NEd7Y0fL1CM

[9] Ibídem, minuto 32’,

[10] Véase del autor, El Eden Hotel de La Falda, Provincia de Córdoba. Disponible en Web : http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/eden_hotel_la_falda.htm

[11] Véase del autor: Vasijas y Ladrones. Disponible en Web: http://www.edhistorica.com/pdfs/VASIJASLADRONES_ARTICULO_.pdf

[12] Video citado, Uritorco, lugar mágico, minuto 34’ aprox.

[13] Hugo Jaime es un creyente convencido de la existencia de extraterrestres, de la ciudad subterránea de Erks y un claro representante de la llamada New Age. Se autodenomina chamán y descendiente directo de los aborígenes locales. Defiende la tesis de Guillermo Alfredo Terrera que nos habla de la presencia de templarios (Parsifal) en la zona en siglo XII y de subterráneos que recorren toda América, desde donde la Hermandad Blanca Universal gobierna el mundo. Propietario de la famosa Posta El Silencio, en Capilla del Monte, es promocionado como “Sabio conocedor de plantas, piedras y zonas energéticas”. Para mayor información véase un reportaje que le realizaron en la revista digital Mantra. Disponible en Web: http://www.mantranews.com.ar/archivo/2004/enero/newsdiferentes.html

[14] Véase film: Indiana Jones y la última cruzada (1989). Dirección Steven Spielberg.

[15] Véase: Camarasa, Jorge, “Más allá de los ovnis, templarios y secta Moon en el Uritorco” en  revista La Central, N° 9, nov/dic 2008, Córdoba.

[16] Véase: Kater, Michael, Das Ahnenerbe SS 1935-1945, Studien Zur Zeitgeschichte, De Gruyter Oldenbourg; 4th edition (March 8, 2006)

[17] Pringle, Heather, El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi, Debate, Argentina, 2008.

[18] Ibídem, pp. 33-34.

[19] Los planes se orientaban a investigar Irán, las Islas Canarias, Islandia y los andes bolivianos.

[20] Glüsing, Jens, Das Guayana-Projekt: ein deutsches abentour am Amazonas, Ed. Links Christoph Verlag, 2008.

[21] Para tener una visión general de esta tontería, véase La Crónica de Akakor, disponible en Web : https://descubriramerica.wordpress.com/relatos-de-una-antigua-ciudad-perdida-en-la-amazonia/tatunca-nara-el-indio-blanco-de-amazonia/ . O leer directamente la obra de Brugger (1976) disponible en Web: http://www.bibliotecapleyades.net/arqueologia/akakor/akakor.htm

[22] El malogrado Joseph Greiner se agregaría un poco más tarde a la expedición, como capataz y encargado de suministros. Greiner era un alemán criado en Brasil. Un joven marinero, empresario y confiable a los ojos del director de la empresa. Razón por la cual podemos sospechar que también comulgaba con la ideología nazi, visto que otros deseosos candidatos habían sido rechazados por carecer de simpatía con el régimen de Hitler.

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

octubre de 2014

Email: sotopaikikin@hotmail.com

 

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