El Gran Hotel Viena y sus fantasmas |
Un edificio con el aspecto que el Gran Hotel Viena tiene en la actualidad no puede estar exento de convertirse en el escenario de fenómenos paranormales. El imaginario colectivo y el rumor lo han convertido en un “sitio encantado” y no son pocas las historias de fantasmas que circulan en el pueblo, que hacen referencia a sucesos escalofriantes ocurridos dentro de sus derruidos muros. Siempre
me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en historias fantásticas
que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con organizar una reunión
frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de verano— para
advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia temas
que meten miedo y que, generalmente, tienen como protagonistas a fantasmas
de distintos tipos. En circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando ocultas relaciones, antes no tenidas en cuenta. La noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental, sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con gran éxito editorial. Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo. Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios reflejos. Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo. Depende del lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo. Por ello, una Historia de los Fantasmas nos obliga a recorrer los senderos —ya exitosamente transitados— de otras historias, como la del cuerpo, la de la muerte o la de la lectura. Significa, también, dejar abierta una puerta al estudio de los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII indican una progresiva secularización y un olvido de los deberes y normas trascendentes, para centrarse únicamente en la condición inmanente del ser humano). En muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas cosas al mismo tiempo. La creencia en la existencia de fantasmas es un hecho generalizado que se fija prácticamente en todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore referidos a ellos, testimonian —directa o indirectamente— el interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte; al tiempo que explicitan la propensión de una época determinada a seleccionar respuestas, entre un repertorio cultural particular, en consonancia con las demandas de una situación concreta. Occidente
ha tenido —con las muy variadas entidades intangibles de su
imaginario— una
relación
que se advierte cualitativamente cambiante en momentos determinados de su
historia; y múltiples han sido los factores que se conjugaron para que
los fantasmas sean hoy lo que la literatura muestra y mucha gente sostiene
que son. Por todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la
experiencia temerosa ante los fantasmas —así cómo la
conceptualización, atributos y cualidades que de ellos se ha tenido— estuvo
—y está— social, cultural e históricamente determinada. Los fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el individualismo. Banderas
visibles del antirracionalismo, los fantasmas —apareciendo y
desapareciendo— denuncian
insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas
esperanzas, no del todo creídas. Las
apariciones piden, denuncian, exigen. Desenmascaran una intimidad hipócrita,
egoísta y morbosa, que el grupo se ha cuidado muy bien de resguardar. Éste
es quizás el motivo por el cual el concepto “fantasma” fue
incorporado en algunas escuelas de psicología nacidas a fines de
principios del XX.[1] Durante los días que pasé en Miramar (provincia de Córdoba), una de las cosas que me llamó la atención fue el marcado interés que las personas mostraron por “los fantasmas del Gran Hotel Viena”. Permanentemente oíamos con mi mujer historias “raras” de sucesos aún más extraños que se llevaban a cabo en el abandonado complejo hotelero. Admitamos que su estructura invita a imaginar espectros y que no es difícil dejarse llevar por la imaginación. Sus ruinosos sectores son estimulantes. Los pasillos y habitaciones, carcomidos por la humedad y los años, generan escalofríos (máxime cuando se los recorre de noche, como lo hice junto con tres personas más). Las puertas, azotadas por el viento que viene desde el “mar” y el ulular de esa misma brisa recorriendo todos los recovecos, ponen los pelos de punta. Así todo, no vimos ningún fantasma. Pero, como dice el dicho, “que los hay... los hay”... al menos en el imaginario colectivo. En las últimas dos semanas del mes de junio de 2009, un equipo de cineastas norteamericanos desembarcaron en Miramar. Buscaban material para un documental de televisión y sorprendieron al pueblo por el organizado despliegue técnico que pusieron en marcha. El primer mundo descubría Miramar y los comentarios no dejaron de circular de boca en boca. La productora intentó imponer un férreo silencio en torno al trabajo, pero ya se sabe que “en pueblo chico, infierno grande”. Cuando llegué a Miramar, poco más de siete días después, las historias circulaban por todos lados. ¿Qué
venían a buscar, desde tan lejos? ¿Criminales
de guerra? ¿Testimonios que descubrieran algún nazi disfrazado de buen
vecino? ¿Ustachas croatas sobrevivientes? ¿Imágenes para algún
programa de ecología? ¿Flamencos?... No. Nada de eso. Venían por fantasmas. Y parece que ellos sí los encontraron en el Gran Hotel Viena (ya todos sabemos lo fotogénicos que son los espectros, desde principios del siglo XX).[2] El tema estaba candente. Bastó con anunciar que iríamos al Gran Viena por la noche para que los vecinos desembucharan típicas historias sobrenaturales relacionadas con almas en pena. Naturalmente, los guías del hotel han sido, desde siempre, los depositarios de la mayor parte de este patrimonio intangible. No hay película de terror que transcurra en algún hotel tenebroso que no tenga una habitación embrujada, escenario de una pasada carnicería o hecho truculento. Tampoco sus pasillos están ausente de fantasmas de niños, ni espectros femeninos que se dejen ver deambulando en la oscuridad. El Gran Hotel Viena
los tiene. ESPECTROS
COSTEROS Los residentes del hotel en los años ’80 —aquellos que hicieron de cuidadores o intentaron algún emprendimiento comercial poco exitoso— juraron haber oído pasos que subían por la escalera y caminaban hasta la habitación 106 del sector de clase media, cuando se sabía que el edificio estaba completamente vacío. Incluso me informaron que los documentalistas yanquis filmaron dos fantasmas, uno de ellos, justamente, en la habitación citada y otro en el gran salón comedor del sector más elegante del hotel. Un taxista me contó que “Hay por lo menos dos fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se veía a un hombre, pero de un tiempo a esta parte también se ve una mujer triste. En el hotel desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década de los ’40. Nunca se supo nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una mera figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que toman los turistas. Hace una semana, durante la filmación, traje a una mujer y sus hijas al hotel. Ellas vivieron en él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron el edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese motivo. Cuando nos acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas y no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les producía una enorme angustia volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó que sentía cómo una presencia se sentaba en la cama junto a ella. Todos los miembros de la familia sintieron esa presencia fantasmal mientras vivieron en el hotel”. También me relató que un turista, sacando fotos desde el patio del hotel, captó a un hombre alto, de bigotes tupido, con traje color gris, asomado de la ventana de la habitación 61 (sector principal). El propietario de la foto nunca la entregó (dijo haberla perdido), pero ciertos funcionarios de la secretaria de turismo —sostuvo— la habían tenido en sus manos. Incluso me confesó que, en la habitación 106, un familiar cercano creyó ver una figura sentada sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si la figura era de hombre o mujer, aunque juró haberla observado. Pero eso no es todo. La encargada de la boletería del Gran Hotel me relató una historia de la que ella misma fue protagonista: “Durante el verano pasado —enero o febrero de 2009— subí al primer piso (del sector clase media) a cerrar las persianas y cuando estaba haciéndolo, desde el interior de un placard ubicado a mi lado escuché claramente una voz que me habló al oído. No entendí lo que dijo. Grité y bajé llorando. Me caían las lágrimas. Desde entonces me da mucho miedo entrar sola en el hotel. Subir, no subo más.” ¿Sugestión? ¿Un mero error? Posiblemente.
Pero lo interesante es que muchos creen a pie juntillas en estas
historias, como la de ese plomero que, mientras arreglaba partes del
hotel, salió corriendo lleno de miedo, anunciando que “algo
había” es ese sitio abandonado. Otra historia digna de un filme gótico de la productora británica Hammer es aquella que relata sobre los misteriosos movimientos de un sillón de la habitación 61. Cuentan que, personas allegadas al cuidado del hotel, encontraban regularmente un sillón colocado mirando hacia la ventana que da al patio central. Como les daba mucha impresión (“Era como si alguien invisible estuviera allí sentado, mirando hacia fuera”), lo sacaban del sitio que tenía y lo colocaban apoyado contra la pared. Lo sorprendente es que, al otro día, y sin que nadie —aparentemente— mediara, el sillón volvía a aparecer en la posición anterior. Nadie supo qué fue lo que pasaban, como tampoco nadie sabe hasta ahora qué factor extraño es el que parece producir pasos por los pasillos de los pisos superiores del sector de clase media. Mi mujer y yo los escuchamos hace unas noches desde el hall de entrada en la planta baja. En teoría no había un alma en el primer piso. ¿Cañerías conduciendo aire? ¿Pisos que se dilatan y crujen por la amplitud térmica entre el día y la noche? ¿Una “ilusión óptica del oído”, como decía un viejo paisano? El contexto invita a tener la mente predispuesta a cosas extrañas. Admitamos algo: no es común toparse con un gigantesco hotel en ruinas, ni con una ciudad hecha escombros, debajo de una laguna. En
Miramar, los fantasmas del pasado están por todas partes.[3] Fernando
Jorge Soto Roland Profesor
en Historia Febrero
de 2010 Email: sotopaikikin@hotmail.com Notas: * Profesor en Historia por la facultad de Humanidades de la UNMdP. [1] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge (1997). Visitantes de la Noche. Aproximación al devenir histórico de los fantasmas en el imagino de la cultura occidental, Mar del Plata, Editorial Martín,. [2] Véase en www.youtube.com bajo el título Ghost’s Hitler parte 4/4 y Enigmático Hotel Viena. [3] Para conocer otras historias de fantasmas en el Gran Hotel Viena, véase: SOTO ROLAND, Fernando Jorge (2010). Nueva Visita al Gran Hotel Viena, Uruguay, edición digital, Los fantasmas del Gran Hotel Viena - Nueva visita al Gran Hotel Viena |
por Fernando
Jorge Soto Roland
Profesor
en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata
enero
de 2010
Email: sotopaikikin@hotmail.com
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Fernando
Jorge Soto
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