1.
Siempre
pasas por aquí
–
He venido a despedirme.
–
¿A despedirte? ¿Por qué?
–
Me voy de voluntario a la guerra
–
Sí; de voluntario en el Batallón Libres de Santiago de Chuco. Vamos a
darle alcance al coronel Andrés Avelino Cáceres en el paraje de Tres Ríos.
–
¿A estas horas ya parten?
–
Sí, María. ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?
–
Sí. Te conozco.
– Dime, a ver, quién soy.
– Vives en el barrio San Cristóbal. Has terminado la escuela. Tocas
en la banda. Juegas fútbol. Y siempre pasas por aquí.
–
¿Todos los días?
– Sí, todos los días.
– ¿A qué hora?
– A las cinco.
– ¿Me has visto siempre?
– Sí, siempre.
– ¿Y tú a mí?
– ¡Sí! ¡Siempre!
– Y, ¿por qué?
– Porque te adoro, María.
– Y, ¿a qué hora parten?
– De aquí a una hora. A las cuatro de la mañana.
– Y, ¿desde dónde van a partir?
– Nos estamos reuniendo en la Plaza de Armas. Tenemos que alcanzar al
ejército de Cáceres en Tres Ríos.
– Espérame. Voy a pedir permiso para abrir la puerta. Y salir.
–
¿Te dieron permiso?
– Sí.
– Y, ¿qué te han dicho?
– Mi hermana sabía que se alistaban voluntarios para ir a la guerra y
me ha dejado venir.
– Gracias María, y discúlpame que haya venido a estas horas, pero no
podía irme sin despedirme de ti, por lo menos gritando a través de las
paredes de tu casa.
– ¿Has gritado?
– ¡Si! En realidad, yo marcho a la guerra por amor a ti, María. Para
que sepas de mi valor y de mi entrega. Por eso he venido y he llamado a
tu puerta.
– Mañana, me preguntarán más. Me dirán, quién tocó a estas
horas, pero estarán de acuerdo cuando sepan el por qué.
– Nunca te hablé antes. Pero te amo, María. Ya me alisté en el
batallón que parte a la guerra. Vamos a pelear por honor. Es probable
no regresemos. Pero todo quiero hacerlo por ti y la patria.
– ¿Y, muchos van?
– Somos doscientos y salimos a las cuatro de la mañana.
– Y ahorita ¿qué hora es?
–
Ya son las tres de la mañana.
– Te haré fiambre para el camino. Estaré en la plaza antes de las
cuatro.
– ¿Me conoces entonces, María? ¿Me has visto?
– ¡Sí! Jugaste fútbol el último domingo y anotaste un gol. Y después,
miraste para dónde yo estaba.
– María: Esta es nuestra tierra, tenemos que defenderla. ¿Por qué
la invaden? Estas son nuestras casas, ¿por qué las incendian? Estos
son nuestros hermanos, ¿por qué los matan? Ultiman a heridos en los
campos de batalla.
– Son crueles e infames.
– Hay familias íntegras que han sacrificado las vidas de sus hijos,
sus alegrías, sus ilusiones. ¡Que yo jamás olvide su memoria, María!
Hay quienes se han lanzado a ciegas a las filas enemigas únicamente por
el coraje de gritar su valor, no importándoles ser acribillados. Por
ellos yo me alisto y marcho. Y por ti, María.
En la calle, ya con atuendo de soldados, traje de bayeta blanca, hay
muchachos que cantan y se despiden entonando endechas bajo un balcón,
con estremecedora ternura.
Cantan:
¿Quién al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quién ha visto a dos amantes
sin motivos separarse?
Ya
todos reunidos en la plaza, hay una voz de mujer que se alza y dice:
– ¡Hijos, esposos, amados nuestros! Reciban esta bandera que hemos
cosido con nuestras manos. Lleva nuestros anhelos, esperanzas y ruegos:
¡Sean valientes! ¡Regresen triunfantes! ¡Vuelvan victoriosos!
– ¡Que viva el Perú!
– ¡Viva!
– Aquí les queremos y necesitamos. Les suplicamos que vuelvan, pero
vuelvan vencedores, con la cabeza en alto y, ojalá, que con la gloria.
– ¡Viva Santiago de Chuco!
– ¡Viva!
– En esta bandera hemos puesto todo el amor de madres, de esposas, de
amantes, de hermanas. Hemos puesto nuestra vida. La entregamos para que
la lleven en alto, con arrojo y honor!
–
¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
Enfundado en su chalina y con voz de trueno habla don Santiago Calderón,
Comandante del batallón:
– Milicianos, ¡hermanos chuquinos! ¡Ahora soldados! ¡Milicianos! ¡Héroes!
Esta bandera la han hecho nuestras madres, nuestras esposas, nuestras
hermanas, nuestras amadas.
– ¡Viva!
– En cada costura están sus ojos, sus manos, su aliento. En cada
puntada están sus latidos que nosotros llevaremos para hacernos
grandes. ¡No las defraudemos!
– ¡Eso es, don Santiago!
– Hasta sus lágrimas de despedida están en esta bandera bendita, que
la han cosido todas juntas, y en ella han puesto sus besos: madres,
novias, hermanas, hijas. Gracias, mil gracias a todas ustedes.
– ¡Qué viva Santiago de Chuco!
– ¡Que viva!
– Yo les pido a todas ustedes que se acerquen y la vuelvan a besar ¡para
que jamás se nos olvide! Y que si derraman lágrimas sobre ella, que
esas sean de valor y de coraje. ¡Para que seamos gigantes en la
contienda! ¡Para que seamos inmensos en la lucha!
El
comandante, a las cuatro en punto de la mañana, con el brazo en alto,
el ceño fruncido y la voz enérgica, da la última orden:
– ¡Marchen!
Y desfilan hasta las afueras del pueblo.
En la sombra de las calles, las bastas de los pantalones de bayeta
blanca se agitan con ritmo acompasado, dejando caer un golpe seco y
parejo de pasos marciales en el empedrado
– ¡Dios mío, protégelos!, ¬–se oye decir a una madre.
La bandera roja y blanca desaparece en la sombra, al final de la calle.
Quienes los siguen, apenas han tenido minutos para abrazarse antes de
que iniciaran la bajada por la cuesta de "Salesipuedes",
desapareciendo en la hondonada del camino.
– No puedo volver sola a mi casa. El corazón se me estruja. Parece
que se me fuera a salir o estallar. –Dice una señora.
– ¿Y, por qué no vamos tras ellos? ¡Pero, vamos!
–
¡Vamos! Si ellos renuncian a todo, nosotras ¿por qué nos quedamos?
– ¡Sí! ¡Sigámoslos!
– Yo también voy, si ustedes se animan.
– Yo voy.
– Yo también. Pero preparémonos rápido. Llevemos ropa, ollas para
cocinar, víveres, abrigo.
– Vayamos tras ellos. Nos van a necesitar. De repente caen heridos y
mueren por falta de auxilio, porque no hay nadie que los recoja.
– ¡Vamos!, porque sino nunca sabremos qué les ha ocurrido. Y eso sería
lo peor.
– Entonces, a las ocho nos vemos, ¿qué les parece? Y aquí.
– Yo tengo una mula.
– Yo tengo un pollino.
– Tráiganlos. Llevémoslos. Que nos ayuden a cargar las cosas.
– Entonces, ahorita volvemos. ¡Vamos!, ¡vamos!
9.
La noche
en que ellos se fueron
María
dejó todo esa noche. Y se fue con su rebozo junto a las mujeres que no
quisieron desprenderse de sus esposos, hijos, hermanos o novios, sino
seguirlos.
– Y tú, ¿cómo es que has venido? ¡Si apenas eres una niña!
– Tú, no vas. ¡De ninguna manera! ¡Dios sabe qué te puede pasar!
– Yo quiero ir.
– ¿Has pedido permiso a tus padres? ¿Quiénes son?
– A mi hermana le he pedido.
– Tú, ¿no eres María? ¿La hermana de la señora Yolanda?
– ¡Sí!, –dice ella con su rostro hermoso, con sus ojos lentos y
profundos.
– Pero, tú ¿por quién vas? ¿Quién va de ti en el batallón? Tu
hermano. ¿Quién?
– Déjenla ir. Estamos en guerra. ¿Por qué la van a preguntar ni
prohibir? ¿Acaso, está aquí segura si se queda? Entonces, si quiere
ir con nosotras, que venga.
Los
caminos ya no eran oscuros, como en la noche en que ellos se fueron,
pero tampoco están luminosos. Hay en ellos una sombra de dolor. Y en el
alma una inquietud muy honda.
Ya caminando juntas, doña Josefa le dice:
– ¿A quién sigues? ¿A un hermano? ¿A un enamorado?
– A un valiente.
– Cuando avisaste a tu hermana, ¿qué le dijiste? Y ella, ¿qué te
dijo?
– Le dije así: un contingente va a la guerra. Quiero ir tras ellos,
junto a otras señoras. Me miró, me abrazó temblando y me dijo: ¡Está
bien! ¡Lucha por tu patria! Y luego me susurró: ¿qué necesitas
llevar? Y ella misma me arregló este atado
– ¿Sabes? Yo conocí a tu papá y a tu mamá. ¡Qué te habrán
contado pero ellos murieron.
– Sí, eso mismo me han contado.
– Pero tu hermana felizmente se casó con don Juan, un buen hombre
bueno que los ha protegido a todos ustedes.
–
¡Sí!
– Y tu hermana es una buena mujer.
– Que admira mucho al comandante Andrés Avelino Cáceres.
– Y tu valiente ¿quién es? ¿Quién de ti va en el batallón?
– Se llama Manuel.
– ¿Es tu novio? ¿Tu enamorado?
– Nunca hemos hablado, sino recién anoche en que vino a despedirse a
mi casa. Va adelante.
– ¿Te despertó sin que lo conocieras?
– ¡Sí! Lo oí entre sueños. Y nadie más en mi casa lo escuchó. Ni
mi hermana, ni don Juan, su esposo, ni mis sobrinos.
–Entonces ¿qué eres con tu Manuel? ¿Enamorados?
– Una ilusión.
–
¿Nada más?
– Ahora, también orgullo y preocupación, temor de que le pase algo.
– ¿Nada más?
– Ahora creo que por mucho más. Ahora él va a la guerra, a luchar. Y
yo voy a la guerra, por él. Nuestras vidas están cambiadas, la una por
la otra.
– ¿Sólo por él?
– Por él, como por el bien. Y por el abuso que no hay que permitir.
El grupo de mujeres pasa por la hacienda Porcón, sin detenerse. En
Hijadero hacen un fogón y asan papas.
En Tres Ríos pensaron alcanzar al batallón Libres de Santiago de Chuco,
pero ellos ya han partido.
Es de noche y el camino es arisco.
Acurrucadas alrededor de la candela se sirven un mate de tilo.
13.
La luna
boga brillante
Son
32 mujeres. La mayoría, madres que han dejado en el pueblo a sus hijos
pequeños por seguir al hijo que va a la guerra, esposas que van detrás
del esposo.
El camino tiene un adelante y un atrás. ¿Cómo será el día de mañana?
La vida, ahora, es tan incierta. Más aún, en la víspera de una
batalla.
Intentan dormir, envueltas en sus rebozos, tratando de recordar, de
olvidar y también escudriñando qué será del futuro.
La luna boga brillante en lo alto del cielo.
– Tenemos que disimularte, niña.
– No puede estar a la vista del mundo una muchacha tan linda como tú.
– Sí, es muy bonita en estos tiempos de guerra.
– Tiznémosla. Rapémosla el cabello. Vistámosle de hombre.
– Dejen a la niña tranquila. Duérmanse. Será mejor que todos
descansemos.
En
la orilla de Tres Ríos donde se pernocta, bajo el rumor insondable de
las aguas turbulentas del río que atruena, la mujer vieja, acunándola,
le dice en confidencia:
– Tú, mi hijita, auque vieja morirás doncella. Ese es tu signo. Eso
he visto en tus manos y en tus ojos.
– Mamá Josefa, gracias por protegerme. Córtame el cabello. Rápame
como soldado. Yo iré a luchar al campo de batalla.
– Ay mi niña. ¡Qué días sombríos son estos.
– ¡Pero también pueden ser días de luz, mamá Josefa! Y hasta de
triunfo.
– Ay, cómo Dios te escuchara.
– Anoche lo he soñado a Manuel, mamá. Y al amanecer un sentimiento
muy hondo hacia él me ha embargado. Ahora sé que lo amo con toda mi
alma. Y sabiendo que está en peligro me espanta perderlo.
– Y él, ¿qué siente?
– Nunca hemos hablado de nosotros, salvo para despedirse anteanoche.
Pero ahora sé que siempre nos hemos tenido presentes. Y ahora sé más:
que lo seguiré adónde él vaya.
– ¡Y lo estás siguiendo, hija mía!
15.
Los hijos
que se han ido
Es
tiempo de siembra y no hay siembra. Es tiempo de aporque y no hay
aporque. Es tiempo de deshierbe y no hay deshierbe.
El labriego, el sembrador, el artesano han empuñado las armas y
defienden su tierra, su patria y el bien sobre el mundo.
El sastre, el carpintero, el tallador, recuerdan la perspectiva de las
calles que han dejado, en donde nacieron y edificaron su hogar.
¡Y es eso lo que defienden!
Desde el balcón, el recuerdo de los viejos tejados que se extienden en
lontananza, las flores silvestres del muro, la lluvia buena de la casa
en calma.
Sobran nostalgias en los caminos irremediables.
Sobran suposiciones, sobran anhelos de encontrar el rastro de los hijos
en los recodos del camino. O en los rastrojos de los campos, o en las
gavillas de las parvas. O en las grietas de las piedras.
El rastro de los esposos en la llanura serpenteante. De los hijos que se
han ido.
16.
Dos sombras
conversan
Ya
no hay casas, ni chozas, solo campos llenos de ichu y agua fría que
corre a chorrillos por la tierra negra.
Una garza desprevenida se eleva desde el suelo.
¡Morir por la patria, qué honda esencia!
Allá, al atardecer ya se divisa Yamobamba.
Se pernocta en las márgenes del río Coñachugo, a campo traviesa. La
gente tiene miedo.
En la noche los ladridos angustiados de los perros, las casas esparcidas
en la sombra tambalean. Se estremece también nuestro pulso en las
venas, y nuestro aliento.
Todos se acurrucan contra el frío. Se arrellanan uno con otro en la
oscuridad juntando sueño con sueño, alma con alma, latido con latido.
El fuego aún restalla. Y en torno a las brasas, abultadas en la negrura
de la noche, dos sombras conversan.
–
Córtame las trenzas ahora, mamá Josefa. Y me haré soldado.
– Mañana te las cortaré las trenzas a la luz del alba.
– Gracias, madre.
Amanece.
– ¡Ay, niña! ¡Qué destino deplorable es este que corta tan tiernas
trenzas!
– No llores, madre.
– ¡Y arrebata de la tierra tan suaves espigas!
Y María vistió de varón. Y de soldado. Y cuando lo hizo, se lo veía
enterizo y apuesto. Y adoptó por nombre José.
Ya ingresan a Huamachuco, ciudad vieja, honda, resonante.
¿Ciudad guitarra, sonora como una campana, de casas vetustas, de
puertas altas con artesonado de madera!
Ciudad clarín.
– Los chilenos anoche se han visto obligados a desocupar el pueblo y
han corrido al cerro Sazón. Ahí se han parapetado.
– ¡Hasta ahí subiremos!
–
Y ustedes, mujeres, ¿por qué han venido? ¡Estos son días de
peligro!
– Hemos venido porque no podemos permitir que ataquen nuestra casa y
no salgamos a defenderla.
No podemos permitir que incendien nuestros campos y no luchemos por
ellos. Que nos roben y quedarnos impávidas.
– Y no podemos permitir que nuestros hombres luchen solos.
– Porque luchar en esta guerra es luchar contra todas las guerras.
– Pasen, pasen. ¡Aunque nos maten!
– Nuestros hombres ya están en sus trincheras.
– Combatirán sin habernos visto
– Ni saben que estamos casi al lado de ellos, aquí en Huamachuco.
– Pero María, les llevará noticias de nosotras.
– Sí, madre. Pero no me diga María, sino José. Y ya debo irme.
– Se te ve un mozo lindo y fuerte.
– Déjame que por última vez te abrace y te bese, hija mía. Dios te
proteja.
– Adiós.
19.
Al pie
de esa bandera
Ya
amanece.
– Anda con cuidado, paloma. ¡Pétalo de mi alma! Yo estaré esperando
tu regreso.
– Adiós, madre.
– Adiós. ¡Soldado José!
Recibe el golpe frío del viento en la calle.
El pueblo yace sumido en un silencio de muerte.
En las últimas casas, a las afueras del pueblo José encuentra un
destacamento peruano.
– ¡Alto! ¡Quién vive!
¬– ¡Soy peruano y vengo a luchar por mi patria!
– ¿De dónde eres?
– De Santiago de Chuco. He venido detrás del contingente que comanda
el Coronel Santiago Calderón.
– ¡Qué trayecto has seguido!
– La hacienda de Porcón, Hijares, Tres Ríos y Yamobamba.
– Entonces, ¡viva el Perú!
– ¡Viva!
20.
Que ella
nos una para siempre
–
El contingente Libres de Santiago de Chuco, se ha incorporado al Batallón
del Norte. Su posición está allá, en el cerro Purrubamba. ¿Ve la
bandera? Apúrese. Se va a iniciar la batalla.
– ¿Sabe disparar?
– Nunca. Nunca antes he tenido un fusil en mis manos.
– Lo recogerás de alguien que caiga delante de ti.
– Enséñeme a usarlo.
– Mira, primero revisas la carga: para eso abres el fusil, jalas esta
palanca, abres la caserina. Introduces y encasquetas aquí las balas.
Cierras y luego apuntas, por esta mirilla...
– He comprendido. ¡Adiós!
– Allá, en ese cerro.
La bandera peruana flamea en lontananza sobre el campo verde. Se bate
roja y blanca. Colores totales, de fragor, de catarata. Bandera chorro
de luz, aliento a lo eterno, belleza insigne.
Y al pie de la bandera hombres que son hermanos.
¡Que ella nos una para siempre!
–
¡Peruanos!, –arenga el comandante Recavarren– ¡Luchemos por
alcanzar la victoria! Si vencemos hay que agradecerle a Dios. Si hay que
morir, ¡es una decisión hermosa y plena de valor morir este día! ¡Viva
el Perú!
– ¡Viva!
Suena el clarín y se arroja a la contienda el Batallón del Norte
Del cerro Sazón, donde están apostados, bajan oleadas de chilenos
disparando sus armas.
La lucha es estruendosa por las descargas de artillería.
A cada columna enemiga la detenemos y la hacemos retroceder.
Pero la reemplaza otra que baja corriendo. Son feroces. Su oficio es la
guerra. Han caído varios, pero ninguno es Manuel.
– ¿Dónde está? Debe ser alguno que va adelante. –Piensa María.
–
¿Conoce al soldado Manuel Ramos?
– ¿Soldado? ¡Dirá Teniente!
– ¿Teniente?
– Es el que va adelante. Ayer ganó su grado al capturar un cuartel
enemigo.
– ¿Lo conoce?
– Es ese. Lucha como león.
– Y, ¿sabe, por qué?
– Por la patria. Mire, va arriba. Nosotros lo seguimos.
– ¿Aquel?
– ¿Cuál?
– Y tú, ¿de dónde eres?
– De Santiago de Chuco.
– ¿También? Son bravos los chuquinos, ¿no?
– De ahí es él. ¡Son bravos los chuquinos!
El
combate se ha iniciado a las seis de la mañana. Ya son las doce del día
y por fin hemos escalado el cerro y estamos en la cima.
Las campanas del pueblo desde aquí ya se escuchan tocar a victoria.
Les hemos dado duro. Los hemos vencido. Solo resta rematar la jornada.
Tengo heridas, pera cada una de ellas es para que despierte y no
desfallezca. Estamos a treinta metros de las ruinas incaicas que coronan
este cerro. El enemigo ha empezado a huir.
La sangre me ciega. Siento que he caído hacia adelante.
El corazón me oprime el pecho. Siento que alguien me llama.
– ¡Manuel!, –escucho.
Estoy en el suelo.
Me palpo con las manos que se empapan con mi sangre.
Tengo destrozado el pecho. Alguien se acerca, alguien me auxilia. Y me
habla.
Apenas escucho.
24.
Uno al lado del otro
acompañándonos
–
¿Manuel? ¡Manuel querido!
– Si. ¿Quién eres soldado?
– ¡Manuel! ¡Manuel querido! ¡Soy María!
– ¿María?
– Sí, María. ¿De Santiago de Chuco?
– ¡Estoy herido!
– Manuel. ¡Te he seguido!
– ¿Quién?
– Soy María, de quien fuiste a despedirte.
– ¿María? ¡Ah, María! ¿Eres tú?
– ¡Sí!
– María. Hubiera querido hablarte tanto, hubiera querido escucharte
tanto. ¿Cómo has venido?
– Sí. Por ti. ¡Por ti, amor mío!
– María. Te amo hasta el infinito. No viviremos juntos pero estaremos
uno al lado del otro, acompañándonos.
– ¡Amor!
– No comeremos del mismo bocado pero nos alimentaremos juntos.
25.
Caballos
que se acercan
–
¡Amor!
– No tendremos los hijos que debimos haber tenido, pero estaremos en
todos los niños del mundo.
– ¡Sí, amor!
– ¡María!
– ¡Mira Manuel, amor mío, cómo es la guerra! Es pasajera, en cambio
nuestro amor es eterno... y sublime.
– He luchado por ti, María. ¿Lo sabes?
– Sí, lo sé, mi amor.
– ¿Qué pasa? ¿No hay disparos de los nuestros?
– No. Ya no hay municiones.
– Manuel, te he seguido. Y mira este altar donde tú y yo estamos,
donde me uno a ti para siempre contigo. Consagrados el uno al otro.
Ahora con tus manos en mis manos. Y tu cabeza en mi regazo. Mío para
siempre...
Traquetean las balas. Traquetean y hay tropeles de caballos. Hay
tropeles de caballos que se acercan.
Documentación histórica de este relato
El
ejército del comandante Andrés Avelino Cáceres fue un ejército
de hombres de trabajo, muchos de ellos campesinos.
Ejército de arcilla, de humus, de gleba.
Ejército de entraña de la tierra que se alzó contra el crimen.
Fue un ejército de dignidad, de hombría, de energía que da el valor
de estar hechos de honor y nobleza.
Porque al final, así se pierda una batalla o una guerra, se gana con
victoria suprema, simplemente por el motivo por el cual se lucha.
Aquella madrugada del 7 de julio de 1883, lo mejor de la juventud de
Santiago de Chuco salía a unirse con el Ejército de la Resistencia
comandado por el coronel Andrés Avelino Cáceres.
2.
El testimonio
de Andrés Avelino Cáceres
Cáceres,
aquel héroe mítico en un fragmento de su Memoria, presentada en
1886, dice así:
“El pueblo de Santiago de Chuco, tan entusiasta por la causa
nacional, inmediatamente, como se verá después, nos mandó una
columna de sus hijos, que participaron en nuestra desgracia el 10,
batiéndose bizarramente contra los enemigos de la Patria.
“A las 3 pm. llegaron a nuestro campamento de los Tres Ríos
como doscientos hombres de Santiago de Chuco bajo las órdenes de su
jefe, don Santiago Calderón, y de otras personas notables, a
prestar sus servicios en el ejército.
3.
Patriótica
y
elevada conducta
“La comisión organizada en ese pueblo mandó pan, harina y
aguardiente para el ejército, fiambre y un buen coñac para el
general y los jefes.
“Así se portaba el patriota pueblo de Santiago, parte de sus
hijos venían a tomar puesto en la defensa de la honra del Perú, y
los que no pudieron hacerlo, mandaban víveres para nuestros
sufridos soldados.
“Esta patriótica y elevada conducta del pueblo de Santiago de
Chuco, fue mirada por el jefe chileno como un gran crimen, que
castigó con un cupo de diez mil soles (que se elevó después a
quince mil) que debían de pagarse dentro de tres días, bajo pena
de incendio y asesinato.”
4.
Vanguardia
en la batalla
Dirigían
aquel contingente: 1er Jefe, Coronel Santiago Calderón; 2do Jefe,
Comandante Manuel Dionisio Porturas; 3er Jefe, Mayor Manuel María
Uceda; Capitán Ayudante, Manuel María Escobedo; Capitán
Abanderado, Domingo Paredes Vásquez. Todos ellos tuvieron que
dejar su tranquilo oficio y ocupación para coger las armas y, con
el corazón exaltado, defender a su patria.
Un día antes de la batalla esta columna en Huamachuco capturó
un cuartel con municiones, muestra de arrojo que le sirvió para ser
los primeros en ser lanzados a la contienda e integrar el Batallón
del Norte, que fue la columna de vanguardia en la batalla, siendo
los primeros en morir del contingente de Santiago de Chuco:
Belisario Vásquez Ciudad (Teniente), Manuel R. Vera (Subteniente),
Santiago Neira (Sargento).
La
historia que narro es referida a Manuel Ramos Vásquez, enrolado
como clase en el Batallón Libres de Santiago de Chuco y que en la
gesta de Huamachuco adquirió el grado de teniente.
Murió a treinta metros de las trincheras del ejército invasor,
habiendo ascendido, palmo a palmo, hasta coronar la cumbre del cerro
Sazón donde se había atrincherado el enemigo.
La tradición oral en Santiago de Chuco guarda el nombre de María
como la niña que lo siguió.
¡Qué destino el de estos adolescentes que suspendieron sus sueños
para asumir responsabilidades en los campos de batalla, nacidos en
un pueblo que ha contribuido con contingentes de hombres a todas las
guerras, en donde se han defendido ideales nobles y sublimes, como
lo fue también la Guerra de Independencia y después!
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