Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

Y Capulí, Vallejo y su Tierra

(Telúrica de julio, entre el 24 al 26 en Santiago de Chuco)

10 de julio 
Batalla heroica de Huamachuco
Esta tierra es sagrada, ¡defiéndela!
Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Amor sublime

 

El 10 de julio es día de la heroicidad, al cumplirse el aniversario de la Batalla de Huamachuco, librada entre los montoneros de Andrés Avelino Cáceres y el ejército chileno en el año 1883.


Constituye una página de heroísmo sublime de hombres humildes o de quienes como Leoncio Prado –hijo del Presidente de la República– era indoblegable en la defensa de la dignidad humana y frente a la invasión.


Sacrificio rayano en el holocausto, enarbolando el estandarte del honor y la fe en nuestro destino.


El ejército de Cáceres era en su gran mayoría de indígenas, quechua hablante, prójimos sencillos, campesinos y no soldados.


No eran militares sino labriegos, artesanos, hombres de trabajo que sufriendo las más duras penalidades marcharon únicamente por el amor sublime a su tierra, a su pertenencia, a sus hogares.

2. El ancestro Incaico

 

Es la reserva moral sufrida y legítima que constituye la vena más prístina y fiel de la patria, porque deviene del ancestro incaico.


Y digo mayormente porque en esa epopeya también lucharon peruanos de otras condiciones sociales, profesionales, de oficios diversos, desempeños, grados o edades que hacen un arco iris, imagen precisa por su naturalidad, belleza y sentido de vida fecunda.


Había niños como Francisco Gamero cuyo cadáver quedó regado en el campo.


Había hombres viejos como Manuel Tafur de 67 años que sucumbió perforado de balas en el fragor de la batalla.


 Antes, Manuel Tafur vio caer a su hijo de 34 años, gritando a pulmón lleno "¡Viva el Perú!".


Juan Gasco frisaba 69 años y la noche anterior escribió: "Estoy resuelto a morir en defensa de mi patria". Y murió, pleno de convicción y esa fe que el cierzo ni la nevasca no podrán borrar jamás.

3. ¡Hombre de Huamachuco!

 

Casi todos los jefes y oficiales cayeron en el campo de batalla. Y fueron los primeros en caer.


¿Eso qué prueba? Un hecho muy sencillo: ya no peleaban con la cabeza sino con el corazón.


Ya no se peleaba con la mente puesta, o con la inteligencia, sino con la sangre borboteando su nívea espuma.


Por eso Vallejo escribió acerca del voluntario y miliciano:


 "Cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía mundial..."

Eso diría César Vallejo hombre de Huamachuco. Y no me equivoco y lo recalco. Porque yo, que soy de Santiaguino, habiendo nacido en la misma calle en que nació el poeta de España, aparta de mí este cáliz, amándolo entrañablemente, digo en este caso y en su honor: ¡Hombre de Huamachuco!


Porque solo se puede decir tal a todo varón íntegro, como lo fue Vallejo. Porque a todo ser auténtico y valeroso debiéramos llamarlo entre nosotros:


 ¡Hombre de Angamos! ¡Hombre de Arica! ¡Hombre de Huamachuco!

4. Nunca la ira fue más santa

 

César Vallejo en el Himno a los Voluntarios de la República se refería a los mismos voluntarios y a la misma causa.


Más aún: Vallejo pudo escribir los versos que escribió por nacer y crecer en la tierra donde nació y creció, y por el ancestro de estas batallas que allí ocurrieran.


Porque entonces sabía cómo se guerreaba con la entraña, como sabe hacerlo un país de fibra legendaria.


Como cabe esperarlo de esos hombres retados con abismos y montañas abruptas.


Porque nunca la ira fue más santa, más pura la sangre derramada y nunca vistió de más aurora la muerte.


Y eso ocurrió en Angamos, aconteció en Arica, volvió a suceder en Huamachuco, y tantos otros lugares santos. Pináculos así sean llanuras, cúspides y altares en relación al fervor que debemos tener por el legado del cual desde entonces y desde mucho antes somos herederos.

 

5. ¡No olvidarnos jamás!

 

En la misma línea de fuego se habían juntado todas las sangres del Perú.


En la misma trinchera aguardaban vigilantes todas las tonalidades de mejillas y pómulos morados. Luchaba el Perú de todas las sangres.


En el mismo grito estaban todos los matices, en el iris de aquellos ojos el prisma de todos los colores. En las formas diversas del pabellón de las orejas todos los arrullos.


En todas las arremetidas y caídas el mismo tejido tembloroso de nuestro ser.


Nunca nos unimos tanto como para morir con gloria.


Ver caer a los jefes y oficiales desconcertó a los soldados, pero tenían que morir, porque era ineludible.


Porque en esa dimensión ya no importan resultados sino cómo se asumen los hechos de la vida y de la historia.


Importa en qué pliegue de la hombría te eriges para defender lo que es tuyo y del común que somos.


Ahora de lo que se trata es de ¡no olvidarnos jamás! de procesar que hay pérdidas que honran o enaltecen por lo que se defiende, por cómo se dieron los hechos y quienes lucharon. Así como hay victorias que enlodan, denigran y envilecen.

 

6. En la fibra de cada uno

 

Cáceres en pleno fragor fue herido.


Leoncio Prado sobrevivió unos días con una bala en el pecho y la pierna hecha astillas.


Aún así fue fusilado. Otros 200 fueron asesinados con sable al ser alcanzados por la caballería.


O fueron desgarrados por el pecho o por la espalda con el "corvo", o puñal curvo. Pero sabían que iban a morir así, para que a nosotros nos constara.


O fueron fusilados de rodillas y por detrás, sin derecho a tener tumba ni poder ser sepultados, como afrenta por no ser militares.


Esto por el alto honor de ser montoneros, es decir hombres que suspendieron sus faenas para defender su tierra.


De 1440 que ingresaron a batalla en Huamachuco murieron más de mil. Fue un holocausto.


En la fibra de cada uno de esos hombres estábamos tú, me encontraba yo, empuñando en la mano el lapicero con que te escribo hermano del alma, borbotándome las lágrimas.

 

7. No dormían

 

Para librar esta batalla este ejército mítico de peruanos comandados por Cáceres cruzó sin abrigo y sin calzado los nevados de la Cordillera Blanca.


Lo hizo subiendo y bordeando la laguna de Llanganuco, por un camino de piedras heladas y cortantes.


Murieron por centenas porque si no tenían hojotas ni atuendos menos iban a tener para medicinas.


Ese ejército escalaba peñas y abría caminos sobre los abismos.


Luego avanzó por el Callejón de Conchucos.


Pocos tenían fusiles, las balas les eran escasas, nadie contaba con bayoneta.


El enemigo con el cual se enfrentaban tenía abundantes fusiles y carabinas con pertrechos más que suficientes y sofisticados.


Una poderosa caballería y 9 cañones Krupp de montaña.


Era más que suficiente para dormir tranquilos, pero no dormían.


La noche anterior a la batalla definitiva los desalojamos de la ciudad donde estaban acantonados.

 

8. ¡Qué inmenso honor

 

Quienes se lanzaron el ataque en el amanecer del día 10 de julio fuimos nosotros, quienes después de cinco horas empezamos a ganar la batalla.


Este triunfo ya era tan claro que las campanas de la iglesia de Huamachuco tocaron a rebato repicando victoria, luchando con pundonor, honra y coraje.


En los partes de guerra de Alejandro Gorostiaga en varios momentos informa que Cáceres fue vehemente en sus decisiones.


Que este coronel arisco e impulsivo ya veía ya consumado el éxito a favor de su ejército.


Ejército de runas, de hambrientos y descalzos.


¡Qué honor para el brujo de los andes!


¡Qué inmenso honor se brinda de ese modo a tropas que no habían comido, que estaban famélicas, en donde ni el Comandante General tenía un pan qué probar!


Tan es así que De los Heros en su informe refiere:


"El General –así lo nombra, como: General– desde el 6 no ha tomado casi alimento alguno, sosteniéndose únicamente con agua de coca endulzada con chancaca..."

9. Ganamos heroicidad

 

De mi pueblo, Santiago de Chuco, marcharon a luchar 200 hombres que formaron voluntariamente el Batallón Libres de Santiago de Chuco.


No tenían armas.


Cogieron sus picos y palas y enfilaron, uniéndose a los montoneros de Cáceres, quien en su Memoria registra:


"En medio de la penuria general contribuía el pueblo de Santiago de Chuco con la sangre de sus hijos y con sus recursos a la defensa de la patria, desafiando la ira del enemigo que le castigó después...".

Por eso, me conmueve cada calle y cada esquina porque no se me olvida y hasta escucho las serenatas que se cantaron en la despedida.


Paloma blanca,
blanca paloma
vuelve a tu nido,
ni te remontes
por esos montes
donde yo lloro.

Me conmueve el adiós a la mujer amada, el último abrazo con los padres y con los hijos.


¡Cuán sentido sería ese canto! ¡He imaginado esas notas porque marchaban a morir, ofreciendo generosamente su corazón para tener lo que jamás debemos olvidar ahora!


¡Tuvimos grandeza moral frente todo aquel peligro, desafío o adversidad!

 

10. Una patria hermosa como una espada en el aire

 

Perdimos una batalla y hasta la guerra en la cual nos defendimos ya que fue, de parte del enemigo, una guerra de agresión.


Pero ganamos heroicidad y eso es inconmensurable.


En toda aquella aciaga contienda la bandera peruana jamás fue arriada por rendición en ningún combate ni batalla.


¡Esa es nuestra herencia!


Nadie se rindió en ninguna llanura, quebrada o colina.

 

El portaestandarte de la Batalla de Huamachuco, Germán Alba, juró morir antes de que dejar que la bandera fuera arriada. ¡Y cumplió con su deber haciendo que flameara invicta hasta después que fuera ferozmente acribillado en lo alto del cerro Sazón!


Aquel contingente de humanidad indignada sabía que ese día dejaban desamparados y huérfanos a sus hijos. Pero sabían que peor era dejarlos huérfanos de honor y dignidad.


¡Que eso no se olvide jamás, de lo contrario sería traicionarlos! Olvidar aquello es deslealtad, no extraer lecciones de estos hechos sería desatino.


Porque, ¿qué muestra de amor más sublime que dar la vida por tus amigos? Esta verdad lo dijo Jesús.


¿Qué muestra más honda dar la vida por tu heredad, por tu pedazo de tierra, cielo y agua?


Nos legaban así una patria hermosa como una espada en el aire. Huamachuco si fue una hecatombe de dolor es a la vez una apoteosis de gloria.

 

11. Y eso debe fortalecernos

 

Hay en la juventud actual cierto dolor y vergüenza de esta guerra perdida, porque más nos han hablado de los pillos y canallas, que siempre los hay.


Pero hay mucho que ganamos y debemos valorar, de lo contrario el sacrificio puro de tantos hermanos sería en vano.


La gran multitud fue heroica: la mujer, el niño, el anciano.


Y creo que pocos son los pueblos que tienen ejemplos tan hondos y magníficos de heroísmo y de valor, como los que puede el Perú ostentar en la Guerra del Pacífico.


Y eso debe fortalecernos.


En la cuna de César Vallejo, mi tierra, se cuenta oralmente el siguiente suceso que lo he puesto por escrito para ti.


Esta es una historia de fe en nuestra tierra, en los valores supremos, en nuestro destino y en la solidaridad, utopía que los incas lo hicieron posible como realización humana, organización social e himno a favor de la vida.


¡Y de eso somos herederos!

Ver: Siguiendo a un valiente - Episodio en la Batalla de Huamachuco

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

Ir a índice de América

Ir a índice de Sánchez Lihón, Danilo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio