Yo también leo y escribo |
Cuando
en “Una noche con Hamlet”, Vladimir Holan
-aquel estupendo poeta checo- dice: -Veo un hombre y lloro,
Revagliatti -mediante un imaginario contrapunto- lo reconvendría: -Donde
ponemos la agonía/ algo/ no cabe (página
). Ha
de constar que no soy un experto en la obra de
Rolando Revagliatti y todo aquello que desde “su acá” hasta
“mi acá” suceda y se transcriba, deberá ser entendido en función de
un aprovechamiento activo de su escritura y de un diálogo donde
prevalecerán la indagación y el intento de resaltar algunos tópicos. A
fines de los ‘80 llegó a mis manos la primera edición de estas
“Obras completas en verso hasta acá”, de Ediciones Filofalsía.
Recuerdo la dificultad que me plantearon dichos textos. No podía con
ellos. ¿Qué buscará este señor?, me dije, yo, frecuentador de poetas
argentinos de las décadas de los ‘40 y ‘50 y por ende, acostumbrado a
una poesía en la que predomina en mayor o menor medida el sesgo
surrealista. Por otra parte, tenía bien leídos a Girri, a Giannuzzi, a
Gelman, a Olga Orozco, a Pizarnik y sabía que los poetas jóvenes solían
encolumnarse detrás de estos nombres. Ya
el título de uno de los poemas de Revagliatti me resultó extraño:
“Los papás queman”: una joda, a éste le sobra la plata,
pensé. Sin
embargo, el apellido del poeta aparecía aquí y allá: en revistas de
poesía, en publicaciones que llegaban del interior del país, se lo veía
en algunas antologías: sus textos circulaban. Sé
que no es infrecuente que la obra de un autor se muestre
refractaria a las primeras lecturas, le
pasa a mucha gente. Cuando
conocí a Revagliatti en su ciclo de poesía “Julio Huasi”, en el año
2001, me encontré con un hombre serio pero cordial, de trato amable y muy
respetuoso con los poetas convocados.
El suyo fue uno de los ciclos que más me entusiasmó. Llamaba
la atención su forma de recitar: teatral, su gestualización era
seca y controlada, con una tensa apoyatura en el silabeo de algunas
palabras, y un tono que se sostenía y regulaba mediante pausas
inesperadas: al margen de su pintoresquismo, se trataba de un sujeto
fogueado en el arte de leer en público. Intercambiamos sendos libros esa noche y a partir de una nueva lectura (me había obsequiado su poemario Tomavistas), comprendí que existía otro modo, por demás válido, de relacionarse con el fenómeno de la poesía. Si la poesía y la narrativa respondieran a parámetros equivalentes, yo propondría este subtítulo para las OC de Rolando: novela de iniciación. Es que, precisamente, y en tanto relato, se han puesto en marcha fragmentos de una historia personal, se ha establecido un diálogo con padres, novias, abuela, maestras, se han recorrido los espacios y las modas que cifraron un aprendizaje y una pertenencia adolescente. Pero el tema excluyente es el de las relaciones humanas. ¿Cuánto de seducción habrá en esta escritura? Por lo pronto, no la habitual, no la conocida y devaluada; y, desde luego, no parece casual la insistencia de su autor por licuar cualquier mirada complaciente. Dentro de un esquema donde el chiste, la ocurrencia y lo caricaturesco se despliegan con desigual fortuna, y más allá de los procedimientos que, consciente o inconscientemente, Revagliatti hubiere incorporado, una sombra deseada sobrevuela sus textos: la del lector estupefacto. (“Un globo ocular estupefacto”, así concluye uno de los poemas, pág. .) Cuando
yo medio no existía/ yo era
demasiado yo/ para mí solo (página
). He aquí uno de los primeros indicios del programa de apertura que Rolando eligió para su obra. Programa que se fue consolidando a través de una práctica minuciosa y consecuente. Gran difusor de publicaciones propias y ajenas mediante el correo postal en épocas en que no había Internet, presentó espectáculos teatrales en base a textos poéticos, coordinó ciclos, eventos de poesía, talleres literarios, y desde el año 2005 tiene un sitio en la web. A propósito, hay más de 2000 páginas del buscador Google donde recabar información sobre su obra. Aquel abundante yo del fragmento arriba citado debía hacerse carne. A esta altura, muchos de quienes lo conocen deben tener una sensación similar a la mía: me resulta difícil prescindir del recuerdo de sus recitados cuando comienzo a leer sus textos. El oído, impregnado de las modulaciones de su voz, parece asociarse con una suerte de deja vù poético; me sucede incluso con poemas que jamás le escuché. Todo apunta a la vitalidad en la poesía de Rolando. Inmanencia es una divinidad terrestre que inventé hace un tiempo, y a quien imaginé dispensadora de dones especiales, como las delicias del amor, las peripecias conyugales, las temperaturas agradables, la saciedad, los juegos..., es decir, eso que en tanto Diosa le competería. ¿No la han visto atravesar descalza los jardines de la casa de Rolando? ¿No se percataron que charlaba con Nicolás Olivari, con César Vallejo (ni una lágrima en ellos) y con un Oliverio des-solemnizado hasta los tuétanos? Inmanencia, la Diosa, hacía su trabajo. Y el poeta, por su parte, espigaba unas líneas a su amada: “Seguirla”:
Se refugió la perinola de tus pretensiones/ en el cuchitril de
mi indolencia/ halló la calefacción exigua/ que dejaba en la almohada mi
cabeza// Me
arrojé a mis brazos/ cuando supe en lo hondo/ que maltrecha y dormida me
esperabas/ para seguirla/ todavía (pág.
). No tocamos una cuestión menor cuando, remitiéndonos a algunos conceptos de Harold Bloom, pretendemos señalar precursores en la poética de Rolando Revagliatti. ¿De qué se apropia nuestro poeta, qué rechaza, en qué medida la tradición deposita una antorcha en sus manos para que su poesía avive o desmerezca el fuego? Olivari, Vallejo, Huasi, Girondo, no conforman una línea de cuatro impasable y, sin embargo, defenderían buena parte de la forma expresiva que eligió Rolando (eligió, en este caso, vale tanto como decir fue elegido). Decíamos de aquel jardín despojado de los lamentos de Olivari y Vallejo, lugar donde Girondo no pudo ser solemne: ellos donaban familiaridad, materia vinculante. Rolando, desde una absoluta inmanencia, ha capturado ciertos datos, ciertos significantes de estos inolvidables poetas, aunque en un aspecto tan particular que las conciencias desgarradas de Vallejo, Huasi y Olivari no vuelven recicladas, infladas de sí. La problemática es distinta, el drama, otro. Drama que a partir del título delimita un “hasta acá”, como dando a conocer el campo operativo de sus conjuros poéticos. Hablo de una riqueza desplegada en estas OC. Mediante la vena amatoria, Revagliatti ensancha su registro desde lo que podríamos llamar su orilla más convencional hasta su ampulosidad más fervorosa. Subordinado al discurso coloquial (peripecial y/o lúdico) el tema del amor frecuenta su poesía, particularmente en las secciones “El fotógrafo cargado” y “Espasmitos espantosos” : “Como”:
Qué bueno que el amor/ se imponga en el poema/ qué bueno que qué
bueno/ yo te poemo como te amo/ te poamo (pág.
). “¿Tropezón?” (estrofa final): No me embauqués/ cuando no sea tu propósito hacerlo/ desprestigiáme de a poco/ ante mí/ prestigiáme de golpe/ tropezáte conmigo una vez/ que después siempre (pág. ). Veamos
qué dice Rolando de su poesía: -“Aún
esmerándome no me imagino alcanzando una abarcadora definición de mi
poesía. Sé que abunda el sarcasmo, la ironía, el humor falsamente
ingenuo, la burla, el trastrocamiento. Sé también que escribí textos
donde esto no aflora. Reconozco que me agrada “ponerme en peligro”,
literariamente hablando. Acaso atormentado por el espectro de la
mediocridad, de esa amenaza, de ese horror. Más vale morir inventando que
seguir perdurando en la repetición. Más vale chillar en procura de
alguna armonía disparatada que albergar el conformismo del gimoteo”
(texto extraído del sitio Mis poetas contemporáneos de
Gustavo Tisocco).(2) -“...más
que la anécdota propiamente dicha, me inclino por el cómo los personajes
transitan por sus pasarelas. Les cuento también lo que me sucede con los
noticieros televisivos: me extasío escudriñando, no tanto el cebo de la
noticia sino los gestos de los involucrados y la dicción de locutor, o
las personas que aparecen por detrás de lo que es principal en las imágenes”
(texto extraído de Revista
Teína, abril-junio de 2004).(3)
¿Elegir o ser elegido por la expresión? A las propensiones, las construcciones, dice Rolando, pero esas construcciones: ¿cuánto de innato aportan, con cuánto de lectura se levantan? La forma, de la que apenas pueden consignarse implicancias ligeras, hebras finas, ¿cómo estructura su secreto? ¿No estaremos rumiando una pregunta inacabable? ¿El balbuceo, el ingenio, el artefacto de Nicanor Parra? ¿Dónde las proporciones? ¿No hay en estos poemas algo que podríamos llamar marcas de arranque, algo arrebatado que busca definir, decirlo todo, porque todo parece que hirviera? (Y ahí está la palabra, como una pinza de entomólogo, al acecho.) Pero además: ¿cómo creer en originalidades a esta altura de los tiempos? “Obras
completas en verso hasta acá” está constituído por 4 secciones, a
saber: “Los papás queman”, “El fotógrafo cargado”, “Espasmitos
espantosos” y “El cirujano poetón”. En “Los papás queman” se perfila una época (los ‘50 y ‘60), las tiendas Harrod’s y su descripción enumerativa, los paseos familiares, las preferencias infanto-juveniles, la consolidación de la sexualidad (complejo de Edipo mediante, ineludible), las posibilidades de nombrar la nostalgia (con no poca crudeza). El título de este capítulo, codificado por mi burdo intento de dilucidación personal, sería: “Los papás cogen”. Pero hay joyitas como esta: Diana Dors/ acerca sus tetas de nácar/ a mi sopa/
¡Yeeeeeah!... Diana (pág.). “El
fotógrafo cargado” alude a un extraño personaje en el poema inicial e
inmediatamente comienzan a aparecer los nombres de unas señoritas de
linaje vario. Ahh, las pasarelas del ojo poético…, niñas:
esplendorosas como Constanza, inconsecuentes como Ana, instantáneas como
Nora, anheladas como Eliana M. Cada una con su estereotipo, configuradas
por un decir que las vive y reinventa. |
…toda que es toda/ que si usted no la
ama ni la deja/ es que ni la critica/ es que ni es/
usted/ y ella sí/ ella es toda.
(fragmento
de “Constanza”, pág. ) |
De
“Espasmitos espantosos” habíamos adelantado algo. En este bloque de hacer el amor se trata. (El yo poético,
fuertemente presentificado, no
iba a perderse tamaña oportunidad, esa “graaan aventura”, como reza
uno de los poemas.) Transcribo
una curiosidad gramatical donde con eficacia se enlazan 6 verbos
consecutivos: ...me
toca saludarte/ emocionarte/ dejarte haciendo que te vayas. La
serie “El cirujano poetón” que
cierra el volumen, a diferencia de las anteriores, ofrece una diversidad
temática. Destaco especialmente “La musa merodeadora” y “A la
nostalgia”, poemas donde lo poético logra una
fuerte impronta existencial. Otros
textos apuntan a desestructurar el sentido
con un trabajo directo sobre el
lenguaje tal como se ve en “La dexyuprilora” y “Cirú”. El extenso
y arrollador poema surrealista “Mil novecientas ochenta y cuatro”
responde a esta última propuesta. Finalmente,
intentaré señalar algunas características de la poética que Rolando
emplea en este libro, y que a lo largo de su amplia trayectoria fuera
templando y complejizando. Es
común que inicie los primeros versos con un arranque inesperado, con un
espacio que predispone a la tensión (una gran fuerza centrífuga, diría
la escritora Lucila Févola). Cito como ejemplos:
“¡Ay! me tildo/ me reviso...” o, “Recórcholis y
Albricias...” o, “Esa mujer es un tugurio”. Otro
procedimiento es el de cruzar los textos
con datos de la mitología clásica o popular, o utilizar recortes
de la refranesca a través de
alguna variante de desmonte, con
el propósito de alterar el significado tradicional: “Los papás queman
porque amanecen más temprano”, “¡Qué lleno de mujeres era mi
valle!”, “Una se malogró en plena senectud”. De
este modo se llega al suceso humorístico, desplegando a veces la figura
del antihéroe, o la del distraído , incluso
la del energúmeno atrapado en su anomia social. Parodiar es otra
de las más caras tentaciones de Rolando: “llegué a apostar que me querías”,
dice en su poema “La abuelita”. Quedan
a consideración del lector especializado algunos guiños vinculados con
el psicoanálisis, disciplina que nuestro poeta ejerce desde hace un buen
tiempo. Macedonio
Fernández, hablando de sus
autores predilectos, confesaba:
“Sólo Quevedo me mantiene despierto”.(4) Revagliatti no busca con-moverte, estimado lector (al menos desde el presupuesto de lo que debería ofrecer un poema), tampoco se le ocurriría ir a tocar tus fibras íntimas. Como has podido ver, sus Obras Completas te han provisto de un material nervioso, generoso y vital. Algo de luz para tu insomnio. (1) Alusión a “Leo y escribo”, de R.R., Ed. Recitador Argentino,
Bs. As. , 2002. (2) http://mispoetascontemporaneos.blogspot.com (3) http://www.revistateina.com (4) Extraído de una entrevista que junto a Pablo Gisone hiciéramos a Adolfo de Obieta, hijo de Macedonio, en el invierno de 1988, y que fuera publicada en el número 5 de la revista de literatura “Tamaño Oficio”. |
José Emilio Tallarico
(Epílogo de José Emilio Tallarico incluido en la edición electrónica del poemario
"Obras completas en verso hasta acá", cuyo tercera edición corregida en soporte papel verá la luz durante el corriente año)
Buenos Aires, noviembre de 2006
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