Semblanza |
Soy
lo que soy desde que se murió mi mamá. Me sentía libre al principio,
liberado. Me lo merecía. Mientras ella vivía fui un pelagatos. En la
gran ciudad. No voy a revelar cuál era mi ocupación. En todo caso,
digna. Mientras ella vivió, “el hijo de la sucia” me endilgaban. El
slogan dolía. Y dolía también el otro slogan: “El hijo del vecino”.
En referencia al quiosquero, el solterón de la casa de al lado. Y algo
hubo, algo pasó. En
efecto, mi mamá no era propensa a la higiene. No era, tampoco, una mujer
dada, que se pudiera decir, comunicativa. Estrictamente, gruñía en
ocasiones. Yo le preguntaba: “¿Vino Isabel a buscarme?”: gruñido.
“Mamá, ¿me hacés el nudo de la corbata?”: gruñía y me hacía el
nudo de la corbata con una pericia deslumbrante. Le comentaba: "Me
aumentaron el sueldo”: gruñido. Y le proporcionaba una generosa porción
de mis ingresos. Trabajaba yo doble turno y ganaba por ese turno doble el
ochenta por ciento de lo que se me abonaba por el turno simple. Y aún me
quedaba un ratito para darle algunos besos a mi novia de la infancia, la
adorable, la resignada Isabel. Escasas emociones en los primeros treinta años
de mi vida. Ahora soy un trashumante, difusamente melancólico. De Isabel me despedí, apenas después de tomada la ruda resolución de vagabundear. A mi mamá la llevo en el espíritu a donde quiera que me traslade y con quien sea que me junte. Admitan en mi semblanza que la añoro. Tengo para mí que acabaré por hastiarme. |
Rolando Revagliatti
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