Prólogo |
“Redundio = gerundio en redondo” |
Según
el Pequeño Larousse Ilustrado, ROLAR quiere decir dar vueltas en redondo.
Su gerundio es ROLANDO, esto es dando vueltas en redondo (galicismo). RE-VA:
va y va. Sin volver. Español castizo. GLI
ATTI: los actos, más tano que los tallarines. ROLANDO
REVAGLIATTI: El que dando vueltas en redondo va y va sobre los actos. A
Mandrake le serrucharon el cráneo. Tuvo buena cicatrización. Su magia
consiste en convocar frases que provocan la penumbra y la oscuridad. Fragmentos
de Rolando que va y vuelve a ir sobre los actos: ahí están para muestra
el Caballero Español con su invitación programada que siempre fracasa,
la mujer que talla en jabón y repite su frase: “Nosotras no la matamos.
Se murió sola.” El Hombre que se suicida con lo suyo comete actos
comentado por un parlante que repite su mensaje hasta que termine de
trajinar y suceda el apagón final. Alguien abre los dedos, embalsa arena
fina y la deja libanizar (justo en el momento en que Mandrake anuncia:
“No es tanto el dolor, sino que sangra.”). El mago Mandrake sangra y
sus palabras mediatizan la realidad, la realidad, la realidad... El
Hombre que bracea sobre la mesa no deja de tener razón cuando sentencia
entre brazada y brazada: “¡Qué capítulo, señor, escribiríamos todos
si no tuviéramos que remar!...” La luna como una pastilla de Alka
Seltzer cuelga de un hilo de coser pero el Hombre ni la mira y además la
tutea como una vulgar trotacalles. Cosa
de nunca acabar y de nunca empezar. Se gasta lo que hay y no existe ningún
relevamiento sobre lo que aún queda en el ovillo. Ellos dialogan sobre
imponderables. ¡Qué lujuria senil! El mundo destila lujuria senil. El
viejito se dormirá con el numerito ROLANDO entre sus dedos que luego caerá
de sus dedos. Todo caerá despacio como si se precipitaran bulones de
goma. El Angel cubre a los niños con su sábana blanca, para ocultar sus
juegos eróticos. Los niños nunca duermen: “Le hundimos los bichitos en
el agua. Le cantamos el bolero.” Nada termina. Re-va.
Va y vuelve a ir. No regresa. No hay vuelta para volver a ir. Es el que va
dos veces. El que no conoce el viaje de vuelta: jinete que cabalga únicamente
corceles que van. Dando vueltas en redondo porque SOLAMENTE SE PUEDE IR
DOS VECES HACIENDO VIAJES EN REDONDO. No hay otra manera de ir y volver a
ir sin volver, que haciendo viajes en redondo (ROLANDO: dando vueltas en
redondo). La fatalidad de llamarse de una manera también es un viaje de
ida. Pongámonos nostálgicos: la vida es esencialmente un viaje de ida
(la palabra misma lo contiene: vida). Seres
trasnochados sorprendidos por sus propios textos que viajan en góndolas
oscuras en medio de tempestades de utilería. Las palabras son ganglios
que gotean y supuran incertidumbre. El derrumbe se produce en sordina y
los pesca a todos enzarzados en pensamientos que no descansan, amotinados
en la misma nuca, expresados turbiamente con una claridad aterradora. Hay
luces curvas y torvas que vaporizan la escena. Sería mucho simplificar
decir que estamos asistiendo a un drama sicoanalítico, pero “por algo
será”. Teatro
redondo que se regodea en no avanzar, eludiendo la perentoriedad del
conflicto, porque es conflicto en sí mismo. Para sí. Para no. Para ni.
Para so. Se da el fenómeno de asistir a un curso de acciones sin futuro,
que obliga a no alentar expectativas. La acción se agota en sí misma y a
menudo no es antecedente ni consecuente. Teatro sin futuro. Teatro
optimista. El
lenguaje no apela a los sentimientos sino a la tiranía caprichosa de las
ideas que bullen en la nuca. La palabra es portadora de acción: es acción
en sí misma y nunca ilustra ni comenta la acción física de los
personajes. No nos pongamos pedantes. Los hombres y las mujeres hablan de
cosas íntimas, fuleras, callosas, vergonzantes. Parecen desandar
continuamente el tiempo, ese tiempo que se desplaza por las ventanillas de
los trenes y queda embolsado en el furgón de cola. Uno siente que detrás
hay una sala de espera de mayólica, con salivaderas de hierro enlozado,
higienizadas con creolina. Humor viciado por la falta de aire, por el olor
del sexo que surte entre las enaguas. La pobre humanidad retrocediendo
cualquier cantidad de pasos, descuajada, errática, agolpada entre las dos
caras de un vidrio opacado por la fina lluvia de otoño. Pero por ventura está la pietá. El descenso de la cruz. La lánguida eternidad abandonada en brazos de la madre adolorida. ¡Pobrecitos! Se la pasan llorando sangre, tendiendo la mano al padre ausente, amarrados a las tetas de la madre omnipresente. Las palabras circulan, se atropellan, chocan, estallan, brincan entre los hombres y mujeres que degradan la escena. Se vive entre los socavones de la conciencia. El mundo exterior aparece tan deformado que ni es ridículo. Más bien todo lo visible aparece patético sin que nadie haga nada para que lo sea. Todos los personajes hablan con la cabeza en la mano. Todos terminan encallando y preguntándose a pesar de sí mismos: “¿Qué hago yo conmigo ahora? ¿Qué hago yo conmigo ahora?...” “Me falta la cabeza...” “Los fantasmas vienen a caballo. Diversos. Nunca llegan y siempre vienen.” Esto hay que leerlo y archivarlo en la frente. Si uno lo ve, tal como sucede con las imágenes visuales, las palabras que uno oye viéndolas pasan como esos “fantasmas diversos”. No vienen ni llegan. Pasan. Y el teatro no es un libro que se puede volver atrás. Lo cual es una verdadera lástima. Porque sería hermoso que en la representación cada espectador pudiera parar el espectáculo, hacerlo regresar a un tramo que desea retener o regozar y luego saltar hasta el hiato. Peligroso. Muy peligroso. Eso sería volver a ir pero no en redondo. Y entonces Revagliatti no tendría nada que ver con esta operación, más que nada por llamarse Rolando. |
Germán González Arquati
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