Personajes |
De
Rebecca, Una Mujer Inolvidable, el castillo después del incendio.
Acción en todo el predio. Nuestros personajes memorizaron —algunos—
sus parlamentos. Hay de los que jamás farfullarán. Incluso un gran puñado
no habrá de darse a conocer. Apenas se humedecen cuando diluvia, y las
espectrales ruinas no son escondite. Advertimos sobre la conveniencia de
aspirar a la aprehensión sintetizadora. Hallaréis acaso humor y descrédito;
perspicacia y barullo; fundamentalmente, espejismo. Acaso. De
cara a las olas, La Novia, treinta y nueve años, fogosa. Su vestido anti-inflamable,
por detalles en el modelito, nos remite a la década del cuarenta. La
fijeza de su mirada se disipa al declarar: —Mis
amigos: en esta escena nos diferimos: para más luego, para otra etapa. Es
de gran estatura, pero no soberbia; es pura, pero no ignorante; sus pestañas
son largas, pero no tupidas. Belígera, en ocasiones. Ríe y se desgrana.
Ofertaría sus incontables suspiros a sucesivos postores; y a postores
para toda la vida. No es todavía de noche. —Debo
enfatizarlo: tengo un entripado. De no ser así no estaría acá. Con
ustedes. Resquebrajándome. Se
pasa la lengua por el labio superior. —Se
me murió el poeta. A él fui prometida. Obsequio y musa. No logró
captarme como sí otros hombres. Y como las damas. Muy bajo en el ranking
mi poeta. Versos menudos, hálito íntimo. Flaco, clásico. Sus
manos unidas en el ramo de novia. —El
no vino: se me murió. Y me mandaron sola. Me arrasaron sin forcejeos.
Ataviada. Hubo emoción. Contenida. ¿Por qué nosotros, por qué ahora,
por qué aquí?... Los designados. El ser visuales pronuncia el desafío.
Señan con una caricia. Su
vestido: es de cola. —Encuentran
abiertas las ventanas o se arraciman. Soy el móvil. O bien, es preciso
que lo sea. Piensa.
Solloza. Debajo de su tocado. —Mi
belleza es una confabulación. Paradigmática. Los menos, agonizan. Los
escabulleron. Sustraídos y depositados. Pasan letra o la olvidan. Aquí
caímos de pie los sobremurientes. Los imperecederos. Se adivina. Piensa.
Solloza. —Tuve
mis encantos laxos cuando jovencita. Hubo contramarchas. Hoy es de un
modo, pero mañana... Un gigante triste mi mamá. Un gigante triste en su
cumpleaños. El
Hada Madrina no está lejos. Indescriptible a simple vista. Procura
aprender un libreto. Nadie distinguiría las frases que desacomoda, que
trueca, que zangolotea. —“El
drama de lo monocorde. ¿Y qué del drama de lo monocorde?... Mi hermana
me dio el ultimátum, mi maestro se distrae, mi amante me dejó.” Repite.
Dos veces. —“No
soy lo que se espera de mí. ¿Quién es lo que se espera, quién lo
logra?” Memoriza
sin voz. Hojea nerviosamente. Se sienta sobre una roca. —“Sé
que me dilapidan invocándome. Sabemos hasta un punto. Hasta un punto
final.” Repite
varias veces (como al “padre nuestro” o al preámbulo de la Constitución). —“Si
no nos atuviéramos sería aún espantoso. El desgarramiento. El
desgarramiento. El desgarramiento.” Repite
leyendo. Así como: —“En
efecto, soy quien supone. Admitiré errores y poderíos. Me esfumaré sin
lágrimas. Elusiva, muy elusiva. Permitiré que me restañe. No cejaré en
mi propósito, si lo tengo. Alucinaré, abdicaré. Me constituyo en cada sílaba.
Argucia mínima, apretada. El rey asomará y asombrará. Bello como una
bandada. Límite para los circunflejos. Tremolantes los enormes senos de
La Monja. Los míos en paz. Los enormes, incandescentes. Ahora, beben.
Pero los míos, nunca.” Subido
a un árbol, contempla Otelo las estrellas. Se organiza, siempre se
organiza. Su vozarrón estremece. Cuelga de sus vestiduras una larga y
lacia peluca blonda. —
¡Ay, qué solos se quedan los vivos! ¡Qué vacilantes, con tanta mocha
reciedumbre! ¡Con tanta descomedida lucidez! Canturrea: —“Un
Antonio me miró y
un José y un Rafael...” Sigue: —
¡Qué impávidos, qué solos se quedan! Apelmazados, estoicos. Transliterados.
Colinas, inútil terciopelo. Un
mástil, al que se halla atado por una pata, El Pato Salvaje de Ibsen. Con
un cable telefónico. La
Novia posa para cámaras fotográficas imaginarias. Estornuda. Arregla su
atuendo. Maldice inaudible. Shakespeare,
descalzo. Se despereza. Corretea seiscientos metros hasta donde ha dejado
su calzado, en la entrada de la finca. Simula sorpresa al encontrar una
bicicleta de carrera (turquesa) al lado de su calzado. Soba a la
bicicleta. Retorna cansino a la espesura. Simula dormir. Duerme. Se
despabila. Se despereza. Corretea hasta donde ha dejado su calzado. Simula
sorpresa al encontrar la bicicleta. La soba. Retorna cansino. Simula
dormir. Personaje
de Schiller: más de un cartelito indica: “Personaje de Schiller”.
Denota desorientación. Se saca y pone los cartelitos. También sus
prendas. —Soy
los hombros de Wallenstein. Los dedos de Amalia de Edelreich, pero, de
ningún modo su paladar. El brío y la intemperancia de... Presunto
desdichado, romántico y autocompasivo. Teme
a los rayos. —Temo
a los rayos, a la ira. El
Hada Madrina fuma y tose. Los pómulos con esparadrapo. El
Pato Salvaje de Ibsen tironea del cable, lo muerde. La
Novia ha ido descangayándose. Orina creída que lo hace para admiradores. Shakespeare
infla las cubiertas de la bicicleta. Silba. La monta y da vueltas
complacido, cabellos al viento. Tiene hambre. Landrú
y La Monja, despatarrados. Una mano de Landrú, debajo de las faldas de La
Monja. Palpa. Otelo
palpa su muserola en el ñandubay. Sufre. Se aplica la peluca con esmero
exquisito. Se posesiona. Sacúdese, fusiónase. Pronto tendrá sueño. La
Novia ofrenda su ramo a quienes la injurian. Se calman los injuriantes. La
besan. La besan y se van. A
El Pato Salvaje de Ibsen le sangran las encías. Traga. Un
corifeo escruta el anuncio del periódico: paredes de una gruta. Pintura
abstracta lo matiza. El corifeo no es un lince. Y el periódico
—dijimos— no es manuable: “Intelectual rudimentario, aliancista,
nada socrático, anhela mantener lazo con joven que se emperifolle dentro
de una gama estólida, no afrentosa, alerta a estímulos discontinuos, sin
embargo.” “Una Empresa hay que se dedica (la nuestra) a subvertir (al
destino sería presuntuoso) un cierto ordenamiento de lo fortuito, dentro
del campo del conocimiento entre aquellos cuyos proyectos de vínculo sea
la unión sexual.” El
Hada Madrina gesticula, se rasca. Áfona se encamina hacia La Novia, hacia
los animalejos que se dispersan junto con lugareños, gnomos e
infinitesimales. La Novia, exangüe, yace. El Hada Madrina le alcanza su
libreto. Áfonas gesticulan: macabro. El Hada Madrina, febricitante, se
zambulle entre las piernas de La Novia. La Novia se inclina. Lee: —“El
drama de lo monocorde. ¿Y qué del drama de lo monocorde?” Lee
gritando: —“¡Mi
hermana me dio el ultimátum! ¡Mi maestro se distrae! ¡Mi amante me dejó!” Magallanes
es un recién venido. Su simpatía, su exultación... ¿pueden criar
adeptos? ¿Cree que es una isla este paraje? ¿Es una isla? Formúlase
interrogantes de variada incidencia en la cotidianeidad. Lo trajo el mar.
Perora. Lo hizo también al descender de su barca, al aposentarse y
reconocer la playa. La playa de juguete. Solázase con la gratitud del
vecindario. Trénzase con el rufián, con la doncella. Siempre desde su
plinto. Incrépase con tonsurados y correveidiles. Desgañítase con las
incorregibles, con los bufones. Adora la intemperie. Refriega su prosapia
a los empedernidos. Agente viajero. —
¿Qué es viajar? Viajar es despejar. Desde el lugar común. O la frase:
“Nos convendría despejarnos”. Cuando a la aventura de la existencia
le birlamos la aventura, no sólo la aventura le birlamos. Hay otro
desposeimiento, otro poseer. No se posee la propia existencia si no se la
arriesga. Si no se la recorre, si no se la mora. Si no se la viaja, si no
se la etcétera. Landrú
y La Monja duermen despatarrados. Otelo
sueña que Shakespeare lo come. Le pasa por arriba, y previamente
deshuesado, con parsimonia, lo manduca. Con todos los dientes y en su
propia salsa. Ya no sufre, objeto de esa pasión. Por
delante del telón, El Personaje
de Schiller, ridículo oriflama. —Únome
a lo prístino de su escepticismo. Y a lo prístino de aquélla... —señala
a La Monja—, que no cesa de dormir. La Monja despierta, sobresaltada. Piel blanquísima. Landrú despierta. La llama, la invita. La Monja sonríe. Sin acudir. El Personaje de Schiller se masajea las sienes. Landrú invita. La Monja acude. Sin sonreír. Se entrelazan encarnizadamente. El Personaje de Schiller se masajea las sienes, ahora, en cuclillas. “Y cae, cae el cielo a terrones.” |
Rolando Revagliatti
Ir a índice de América |
Ir a índice de Revagliatti, Rolando |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |