El ombligo oblongo |
1 Alma, si tanto me has querido, por qué no dejaste que también tu cuerpo me quisiera de vez en cuando, una vez por mes. |
2 Somos
todos los mismos. Los hombres se peinan, se disfrazan. E incitan al
espacio. Nosotras nos aparecemos como contingencia, médano solidario. Los
hombres truecan sus fichas sinuosas: apuestan porque viene de lejos que
vienen de lejos; con la implacabilidad de los insoterrados,
procuran la esperanza y su verde boca: el sueño; si nadie nos desdice,
somos los mismos, todos. Los hombres escancian alcoholes, se adormilan,
arriman los hombros, inyectan un virus, un detrito libre y proclamado. ¿Y
el hambre?... Está allí..., por allí, deglutiéndose (para revertirse).
El hambre es un presentimiento.
(Los soldados y las meseras de otro siglo, las ochavas y los peldaños de
otro siglo, imagínense, las reinas y los ancianos de otro siglo; las
violaciones y los aparatos de otro siglo, de otro siglo, las plantaciones
y los mostrencos de otro siglo, los circuncisos y las apestadas de otro
siglo, de otro, y desde aquel, éste es un presentimiento, un hambre.) En
el andarivel los hombres y nosotras, los caballeros y la historia; en el
andarivel las mujeres y la seda, y en las alcantarillas, los hombres a
contraluz (y sus especias); ¿o acaso no es aquello, no viene siendo el
horizonte, no vienen siendo los hombres el amanecer?... 3 Por
un lado morirse, sí. Eso no se cuestiona. (Por otro, uno no se muere
nada; sufre como un caballo; gesticula contra la sombra, topándose; busca
alguna amiga —de esas que quedaron en amigas no se sabe por qué— como
para contraponerse con la sombra —sombra, fantasma, fantasmón— de la
verdadera —¿verdadera?— detentadora de los piolines —sí,
piolines— unidos a los cuales uno...) Por otro lado, urdir tácticas
ofensivas —contraofensivas, pero que no parezcan— de esas para las que
somos tan lisamente idóneos cuando no nos dejamos interesar por la
persona que —persona, no mujer con la que uno. 4 A
ese ser como una casa, amé. Yo creía poco que habría como él alguien.
Preveía poco su existencia. Y seguro que no allí, que no entonces. Allí
era donde decidí estar, quedarme; entonces
fue únicamente entonces, después
nunca. Mientras, me estacionaba suave sobre el barro — ¿cuándo se dice
decolar?—. Como yo lo amé cuando lo amé... 5 a)
Dinamito el sistema de alarma. b)
Desafilo los cuchillos que sostienen mi carne. c)
Contrapunteo con cuerdas idiotas. d)
(...) 6 Esta
chiquita tiene ganas de ponerse nerviosa. Más nerviosa. No lee ni medio.
Subió alterada, con chispas. Desde que sacó el boleto, tímida, con los
ojos al voleo, flaquita e inquieta no logra sosegarse, no posa casi los
ojos en ese libro de texto ni en esa figura o foto, no sé, en esa
ilustración. Me atrae que nos mire. Podría aceptarse que hiciera el séptimo
grado, pero no, ya debe estar en la secundaria, y así, la presumo justa
para emborracharla con una gota. Mira, mira, los muchachos tenemos algo,
los otros —nosotros— y los de su edad. Mira corto, sin conciencia, “¿qué
hace este libro en mi falda?”, lo cierra, un dedo lo inserta como señalador,
“¿cuándo me va a pasar algo?”, ¿cuándo le va a pasar algo? Estos
huevos pétreos en un jarrito seco sobre la hornalla van a estallar, van a
restallar. La restañaría, en mi clínica de muñecas reconstituiría sus
pétalos, la insertaría —toda ella como señalador— en el nomenclátor
de la sensualidad, le permitiría confiar, ser alguien, confiar en ella,
ser ella, acuciarme, acosarme, y de ahí en más subíme al cuerpo, en qué
camilla querés, te bajo el alma, atravieso la foto del libro de texto con
un alfiler misterioso, admitamos la guerra, bando contra bando, tu crecimiento
me preocupa. 7 ¿Sabés qué me dijo?... Que yo era, que toda yo era una anguila intensa, a quien no disuadía ni la muerte ni nada.
8 Da
terror cuando hacés uso de tus potiches y se te ve, te veo,
obstinadamente dándote color, manos de colores encima de tu cara, orejas,
cuello, y parece varias veces que ya está, que qué más se puede, pero
no, vos sabés muy bien que el párrafo sigue, agregás eufemismos,
sintagmas, trazos, ripio, añadís paréntesis... Yo te sigo, atribulado,
tanta escritura, interrumpí por vos, por lo que más quieras el coito con
nadie, acabá, decidí que ya estás sumamente hermosa, declaráte
realzada. Que venga el punto final, mirá, el consabido rebusque, yo ahora
te lo escribo: punto final. 9 Cerré
la puerta con cuidado, casi ni la cerré, prendí
la luz del corredor, el ascensor estaba en el piso, bajé,
llegué a la esquina, allí
me puse una pastilla en la boca, recolectaban la basura, crucé,
doblé, mi casa es cerca, seguiría durmiendo, ahora yo
dormiría, no
sabía que me miraría en el espejo largo del placard, que me desvestiría
frente a mí, que el strip-tease melancólico me remataría y me daría el
hachazo terminal, el colofón, y
me pal-pal-paría, y
un café con la desnuda, y
ahora sí. 10 Ahora,
hoy, acá, en este bar, me ocupo de mis cosas; desacrosantado me atengo,
bajado de la rama, basto, limoso. Bar al que yo concurría con aquella en
la que estoy pensando. ¿Y con cuántas otras asimiladas a un paisaje
borroso? Aquella
en la que estoy pensando. Aquella en la que estoy pensando no alcanzó
tanta historia en este bar; los mozos no la reconocían, yo estaba cansado
de vivir, ella de trabajar, pero no es eso. Acaso porque es la más
reciente acá (Paraguay y Suipacha). La más reciente adentro de mi bar,
adentro de mi cuerpo, adentro de mis nervios; planamente, calcáreamente
la evoco, sin gracia, sin calificarla. Es verdad: también camina o mira
una vidriera o guía un automóvil; también algo como ella lo hace.
Indefectiblemente alguien no es ella (aquella). También aspiro a que
cruce por mi aliento o esquina; a que me llame, me espere, me contemple.
Buenos Aires sabía mucho de ella. Digo sabía cuando sabía conmigo. Digo
que surja la que estoy pensando. Aquellamente invariable que varió.
Maniobró hacia el ozono, depuso la credulidad, desfascinada por un
espejito corvo no se sobrepuso, me avisó que no podría con ella. Con.
Ella. 11 Sí,
se ve que sabe, que se regocija. Sí, sabe. Se huele que sospecha. La
madre lo crió así. Lo hizo educado y ubicado. Carmen, esa putita
desganada, lo extraviaba de su entorno de empanadas de dulce, lo torcía.
Hice esa lectura —“Upa”— hace mucho. Lo encarajinó al bicho con ayuda de sus
manos. No ciegas, no. Sí, de sus manos. Si no hubiera sido por esos dedos
suyos procaces, tan de estar sobre todo lo inestable. Sí, lo vi claro. Lo
tuve claro cuando la mamatreto
se ocupó de las fórmulas, de los requisitos: “La hago aquí
depositaria...”, “Señorita, aquí la hago depositaria...”, “Aquí
la hago depositaria, señorita...” Me extendió a su hijo correctamente.
Yo... austeramente parpadeé una vez. Sabía que Carmen, ésa, espiaba. La
mamatreto dijo... El dijo... Yo dije: sobran las traslaciones (si
simplemente nos queremos). Usted me lo cuida, se adivinaba. Yo estoy acá,
¿eh?, la otra. Y bueno, hay que sacar la cara, poner la cara, exponer la
cara para recibir al sol y a la luna, para que la intemperie y el encierro
se regocijen como él, mi melocotón, yo voy a ser más sabrosa que
Carmen, más sensitiva, me decía, que ésa, argüía, que esa insulsa,
pero... ¡Mi Dios!, nunca podré
aprender a ser tan insulsa, tan... No, yo soy otra, hay que buscarme,
tengo mis valores, y sin embargo nos queremos. 12 Frase:
“Tu Maternidad Cabalga Sobre la Montura de la Muerte”. (Además, los
chicos sólo ponen a los chicos en foco.) Te reís con toda la cara,
intervenís por completo, como cuando me gusta andar por
allí, completamente. Entra Tal, entra Cual. Cual: virgen y atómico.
Los chicos horadan desde su estatura. Mi amor: de los yiros que te conté,
una estaba embarazada, muy embarazada. Me disputaban ella y otra. Ganaron
las dos. Los tres asistimos al alumbramiento. En esa misma cama de cuerpos
encaramados, encaramuzados, cadena pestífera, se abrió de un respingo la
enchastrada; fuimos cuatro parientes atónitos, casados al parir, hervidos
y arrasados. No las besé más. Ni recibí caricias ni sepulté el sabor
terrible de esos huesos en mi melancolic.
Huí como un hombre. Pagué más, pagué otra vez. Ellas...: las
irrestituibles. Sin golondros..., mortecinas, omisas. (Golondro:
familiarmente deseo, capricho.) Entra Tal, entra Cual, sin decidir no
entrar otros no entran. Aplauden, alardean. Me alarmo porque siempre me
alarmo. Pensamos vos y yo cómo se llamarían nuestros hijos, sentimos que
serían muy nuestros. Hoy, que no te puedo ver así, no me puedo ver así.
De nuestra combinatoria todo lo soñamos: color de ojos del primero,
cabello del segundo, la tercera parecida a quién no y etcéteras en un
jardín en una fotografía. Empalme rápido con que estuve celoso del aire
que respirarías, el enrarecimiento de fragancia obscena por el que te
dejarías anidar, la otra que serías si por mí no fueras, cuan
beligerante con otro macho gacho, somera con un hortera, atorranta con un
lavativa, sensual con uno lindo triste, más plena que conmigo con un
amigo. Se cortó la leche, la buena y la mala. Yo estaba embretado otra
vez con la clepsidra. Una piojosa que se paró en medio de la calle (y
llovía) subió al coche, dijo que se llamaba, que no era rica, que le
agradaban las medias finas, que... ¿le permitiría posar su lascivia
sobre mí?, que con denuedo dejaría que lo hiciera, espeté; las mamas
truculentas y el infame al palo bochornoso; desnuda era peor, vos sos
divino, divino, con una como ésa te querrán muchas. Hagamos otra bacanal
y gratis, propuso la grasienta, yo antes me la corto, y chupo todavía
estalagmitas, una tras otra las yirantas, y chupo todavía. 13 Estaba
flojita. Flojita y zumbona. Era un buen dolor. Un dolor bueno. A vos te
gustaba mi dolor. Un dolor precioso.
Miraba para atrás... y sí...: yo era otra. Un riíto a los pies de la
montaña, un rulo en mi frente. Empezaba a ser mía de la mejor manera. Te
posesionaste de mi cintura, me quebraste y me soldaste, y más, me tiraste
lejos toda, me desparramaste, y ahí supe o entreví cuánto era, y cuánto
quería constatar cuánto era; y claro, ingenuamente... Te me tirabas, me
besabas, había mucho tiempo, me descompaginabas. Quizá olvidé que era
mi primera vez, que alguien violovió
mis sueños (...), con lágrimas, con légamo, con no certeza, con no
consigo (...), sin mí. 14 La
gente se consuela en plena calle. Se frota. Se mima. Y hunden sus narices
en solapas y pechos. Y tragan prendedores, botones, mastican amuletos,
auscultan, y en plena calle se abrazan, se lamen las orejas. ¿Qué sé yo
de algo?... Hicimos la calamidad. 15 Dime quién eres y te diré quién eres. Yo te creo, amor, yo confío en ti. Sé que ha de ser un duro reaprendizaje, que la descastada vacila, que en tu molinillo muelo mi fe, que sólo por guitarra canto, recambio y no muelo nada, y me cobijo, te doy a desconocer entre mis piernas, no quiero vacilar, quién sos, a vos no te conozco, hablá, hablá, disquemos, bailemos este vals, disquemos y por donde sea... ¡perimir la Muuuueeerrrte todavía!... |
16 Único en el Mundo Las
minas que me vienen de otros tipos tienen
que hacer
al fin se
van a
horario me
vienen de las madres me
vienen de los hijos de
la hermana mayor de
“la muchacha” güay
de arrogarme un derecho que no tengo güay
de salpicarme con gotas de otras lluvias las
mías las produzco cuando quiero (...) en
su cielo como trepidaciones como
rayos como huevos como
perforaciones güay
de creer que güay güay
de pensar que yo soy
Fernet Branca. |
17 Sudé
mucho y lloré. Mi viudez, aunque no suficientemente prematura, me
embargaba. Me anudaba y desanudaba. Empecé por entonces; en rigor: antes.
In memoriam. “Sí, soy joven como lo parezco.” Y ese velorio
resfriado, ese velorio, y la enguantada conglomeración y floreada
hartura, cuánto me siento,
sonidos como niños de una flauta, la grupa de la potra, lo maté de un
tetazo primero, de un revés, borra y racha borracha, de un aplanamiento,
como una eutanasia, como una hipodérmica con polipropileno, ni atinó a
refulgir su campanilla de alarma, jamás abrió tan grande la boquita de
su jeta ese morfón, vos, que apenas
me merodeabas te entenebrecías, seguí de largo hasta el esófago,
creo. No me opondría resistencia nunca más. ¿Y a qué pariente azoté
con una cala? Y fugué. Escaleras abajo del estupor generalizado me percibí
aérea y aguachenta, claro...: tanta vigilancia... Y empezaban a radiarse,
a ramificarse ¡¡las Hormonas de la Libertad!! Patitas yo sé muy bien
para qué las quiero, doblé varias veces varias esquinas, atravesé una
plaza, un desdentado gondolero me aligeró de cierto escozor o rutilancia:
y me tornó hojarasca: una viga italiana el gondolero. El aire era el ahire,
así se podía, mujeresmente, yo, ¡qué agradecida! ¿Qué me estaba
ocurriendo otra vez? 18 Fue
el lunes. Hace un montón: hoy es miércoles. Y la recuerdo con una
pronunciada más que alarmante —y tengo necesidades alarmantes de
alarmarme— exactitud. (¿Y cuándo tanto?... Sí, otras veces. ¿Pero...
tanto?) (No me hago las preguntas desvaídamente.) Ahí estaba yo: en el
asiento de cinco, contra la ventanilla opuesta a la puerta de salida, en
el colectivo cincuenta y nueve, desde Belgrano al centro. Y es verdad que
desde que nos vimos la asolé con sobrio regocijo. Despejé toda probable brizna, de tal suerte que sólo la deletérea
desesperación me granulaba. Ella y su soltura (enloquecedora), de
espaldas a las ventanillas de su lado (y del mío); y así todo el tiempo
(me pongo nervioso, quiero que ustedes carguen —háganlo, por favor—
nuestras firmes...): intenciones, examen, dejarse por el otro. (Estoy
copado, copadísimo, ustedes no saben... Sí, también el sol en la mañana
y la lluvia en la ventana; la rosa en su pecho, y sus brazos. Brazos. Ella
era —era, era— una mujer para apretar.)
Y el tipo a mi diestra se las picó y ella enseguidísima sorteó a una
mujer y estuvo junto a mí, leía “La Opinión” —los titulares—,
se bajó en el obelisco casi, y yo también, y la emprendió por Lavalle,
y yo detrás, cruzamos la avenida más ancha del mundo y no caminaba
despacio. Se acercó a las puertas de un cine para observar los afiches y
aproximándome inquirí si uno podría conocerla. Siguió caminando y yo
detrás. Se acerca a otras puertas de otro cine, la campaneo desde la
vereda de enfrente y al darse vuelta me ve pero no durante sólo un
instante, y esa mirada era de aquellas otras en el colectivo. Desde luego,
todo volvía a ser auspicioso, recíproco, se reenhebraba el collar. Se
mete en una galería comercial, yo detrás estimando desde dónde
retornar, y se detiene en una vidriera. Regresa hacia Lavalle, sale,
retoma hacia el bajo y yo detrás. Me acerco en el cruce con San Martín y
digo algo así como que me gustaría saber si tengo chance, y ni bola,
ella sigue caminando, y me hinché y furioso desaparecí y ¿qué
carajo ahora el estrangulado hago yo alarmarme?... 19 No
sabía chupar ni sabía meterse. Todo en él merecía quedarse afuera. Bien afuera que esté. 20 El ombligo oblongo. O. Vista apaisada del ombligo. Té canalla. Varios invitados y ninguno. Ejemplifón. Ejem solo. Casi era un chiste con él. Se hubieran, pocos, atrevido. Mientras que a nada hubiésemos llegado. (La pobre se fue con su narcisismo entre las piernas.) Desensatá tu pelo. Él resplandece con una sonrisa de pajarera. Cuando esta flor se abra... ¿Por eso me cuesta?... Tan allá no puedo con mi boca. Subida a los zapatos, sin dificultades. Las púberas pertrecheras empiezan a probar sus caras de interesantes. (Va acunado.) (La ranura genial.) Quejándote: “¡Qué esfuerzo, Dios mío, qué esfuerzo!” Y surge entonces como un anuncio, como un rastro. |
Rolando Revagliatti
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