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Temblequean las sillas, roñosísimos y quemados los mantelitos, las paredes, rugosas y coherentemente húmedas, así como el techo, con ondas. El olor ambiente casi se oye. Sobre el mostrador campean sándwiches de pan francés envueltos en un plástico transparente, aunque no lo bastante, y en otro envoltorio de idéntico material e inconfundible aspecto, se exhiben facturas apelmazadas. En la mesita aquella, fumando, mientras aguarda el comienzo del show, mi novio lee el capítulo onceavo de “Las Alas de la Paloma”. Soy una de las potras en bikini maquillándose en un cuartucho con insignificantes pretensiones de camarín. |
Rolando Revagliatti
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