La corriente |
Una
anciana baja al pavimento y vuelve a subir a la vereda, sosteniéndose en
un
Ford
Falcon bordó estacionado sobre J. A. Pacheco de Melo (y casi avenida
Pueyrredón). El semáforo está descompuesto. Muchos taxis ocupados. Otra
anciana, aferrada a una mujer con anteojos ahumados,
cruza Pacheco de Melo, y recién entonces la primera, la amedrentada,
emprende el esfuerzo superior de cruzar, más bien descuajeringándose. Hoy,
en análisis, me quedé en el repaso sustancioso y pormenorizado de mis
padecimientos físicos. Y en que ayer conocí al médico de la familia de
Su, especialista en huesos. Le llevé las radiografías de espalda y
rodilla derecha que me saqué a fines de septiembre por indicación del
traumatólogo de la obra social, quien, además, determinara tratamiento
kinésico en base a masajes, onda corta, ultrasonido, lámpara y
ejercicios. Me preocupa la rodilla: molesta tanto al subir escaleras. Lo
de la espalda es ya crónico, estoy resignado, hace media vida que me
duele en ciertas posiciones y cuando escribo a máquina. El tratamiento
kinésico resultó un paliativo, y exclusivamente para la rodilla. Pero
desde hace dos semanas está la rodilla como antes de haberlo comenzado.
Por otra parte, este médico le otorgó trascendencia a los vestigios de
sangre detectados en la orina. En el examen de la rodilla localizó la
movilidad excesiva de la rótula, me explicó la función de los
ligamentos, confirmó que las radiografías no evidencian lesión, y
encomendó placas de ambas rodillas con piernas flexionadas. Aseguró que
no hay nada definitivo que pueda hacerse, ni por la espalda ni por la
rodilla. Está al acecho un proceso de artrosis. Y él considera que la rótula
podría, alguna vez, fisurarse. A
mi analista le hablé del Genozim. Y de la muestra de semen que el viernes
llevé al laboratorio por prescripción del andrólogo, a propósito de la
escasa movilidad de mis espermatozoides. Y claro, cuando oí “escasa
movilidad de mis espermatozoides”, me resonó “excesiva movilidad de
la rótula”. Me siento raro no tomando el Genozim. Percibía ternura
por ese remedio escrupulosamente ingerido durante meses, junto con uno de
los tres (Control K, Holomagnesio y Vegestabil) ordenados por el nuevo
cardiólogo (extrasistolia ventricular cumpliendo un lustro). He
bebido té de boldo (el cardiólogo me prohibió el café, el té común,
el mate), y estoy con hambre. Me rondan ideas e ideítas, algunas
sugerentes, ¿en cuál incursionar? ¿En la que abriría con un introito
reflexivo sobre el enturbiamiento de algunos de nuestros mejores
recuerdos? ¿En la concerniente a la ingratitud, a las bruscas o
paulatinas desvinculaciones que nos inferimos irresponsablemente los unos a los otros? El caso de Jorge en el
setenta y cinco (¡diez años ya!), o el de Ramón Guldris en el sesenta y
tres. Y la disolución, la pulverización. Con mujeres con las que salí
me quedó un sedimento... He
pedido un sandwich de pan negro, de crudo y queso, a un mozo zombie de
esta confitería Alabama. Empecé garabateando en verde, pero la Edding
1700 agotó su tinta y la sigo en azul con una Sylvapen. Mi consumición
en esta sentada ascenderá a un austral con treinta, según los tickets.
Se sorteó la lotería de Navidad y no parece que nos hayamos favorecido
Su y yo con nuestras participaciones. Pasó una muchacha ofreciendo
Curitas y ahora invaden el local chicos mendigando. Me solazo con el
tarjetón de un instituto de investigaciones agropecuarias y bromatológicas
recibido por nosotros para la ex-propietaria de nuestra casa. Al lado de
un dibujito con personajes aureolados, reza:
“¡Paz y Bien! Con la confianza plena en el Amor Providente del Señor y
en la intercesión omnipotente de la Santísima Virgen, ruego a Ud. y
familia ante el Niño Dios, encareciéndole al Salvador del Mundo los
colme de sus mayores Gracias durante 1986. ¡Que Dios les Prodigue sus Prístinas
Bendiciones!” Y firma un otro señor
cuyo apellido nombra al instituto. Hum... Pergeñar las características
probables de alguien capaz de redactar en
serio o disponer la impresión con su clisé comercial de eso,
supone un tránsito peligrosísimo y por ello fascinante, por los
desfiladeros de lo írrito (para expresarlo con intriga). Redondear,
redondear la crónica antes de que la corriente me abandone. Pienso en
esta materia prima, en estos enunciados. Pienso en la novela que planeo. Y
especulo, también, organizando un relato con esta recortada información:
En una aldea siciliana, Enzo Gennaro Basunca es agraviado por dos amigos,
hermanos entre sí. Jura vendetta.
Ofensores y familia desaparecen sin dejar rastros. Dos décadas después,
Enzo se entera de que esa familia reside en la capital de una provincia
norteña. Llega a esa ciudad, los descubre, y asesina a cinco integrantes.
Es condenado a cadena perpetua. E indultado, tras cuarenta y seis años en
la cárcel, excelente conducta y precaria salud. Viaja a Buenos Aires para
visitar a su único hijo vivo, su nuera, nietos, bisnietos y tataranietos.
Y en un hospitalito de Gerli muere, antes de cumplir los cien. Fin. Desde
dónde el planteo, allí hay una historia; seca, brindarla económica;
toquecitos para clima, alguna línea de diálogo, y tal vez un título a
obtener del remate. Fin, fin. Dejaré en la mesa una cifra en billetes y monedas que incluirá propina, me levantaré, le haré un gesto al mozo y me iré cantando, remando, sin dolor, transportado por mis ensoñaciones, plausible, sagrado, y también yo atravesaré J. A. Pacheco de Melo, reafirmando imprescriptibles condiciones, de prisa. |
Rolando Revagliatti
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