Grupo |
Somos
ocho. Estoy desde hace tres años. Y tenemos una sesión individual con
alguno de los dos terapeutas. Ella es médica y él es psicólogo. Nos
reunimos en el consultorio de Elsa los miércoles a las diecinueve. Tanto
Elsa como Fernando son mesurados. Elsa, a veces, efectúa interpretaciones
humorísticas, brillantes, pero sin perder la seriedad. Fernando
interviene menos y, por lo general, hace el cierre. Cuando
empecé, mi fragilidad emocional me destrozaba. Por cualquier boludez me
ponía colérico o destemplado. En mi casa no me aguantaban. Cuando mi
hermana me encaró blandiendo la tarjeta de Fernando, no opuse
resistencia. Mi hermana temía mi reacción. Me tomé cuatro días para
darme impulso y llamé al número de Fernando y concerté una entrevista.
Venía él como con mucho recorrido con adolescentes. Y con adolescentes
jodidos: drogadictos, chorros... No como yo. Rendía
poco en el industrial, repetí segundo año. Nunca había agarrado a una
chica del brazo, siquiera. Me mandé una...: me hice operar
innecesariamente del dedo de un pie. Yo sostenía que ese dedo estaba
“flojito”, “debilitado”, sin la consistencia de los otros. Así
que los hijos de puta del sanatorio me rebanaron. Al
principio de tratarme, quería superar mi timidez. Y me masturbaba sin
convicción. Ahora, en cambio, salgo con una mina que si bien no me
recopa, me conforma, me... Procuro largarme más en la cama. Con la
primera que cogí estuve rígido. Siempre. Todas las veces. Y con la
actual, no soy un fenómeno. Para despabilarme, aporta Nico, el mayor del
grupo; tiene cinco hijos. Es respetado por su franqueza y su tacto. Opina
que lo que sea puede ser dicho. Es librero de volúmenes usados y de ocasión. Clarisa
es una chica triste. Bueno, no tan chica. Y sin embargo, sí. Y el pescado
sin vender. Sin pareja, es un garrote, no hace valer sus atractivos. Es
eficiente en lo suyo: computación científica. Mantiene al padre,
postrado, atendido por una empleada. Está con que su madre murió por su
culpa, en un accidente tremendo en la ruta interbalnearia. Ella estaba en
la primaria cuando sucedió. Volvían de vacaciones. La
contrafigura es Amalia. Amalia Noemí. Es un tiro al aire, estuvo
internada en un neuro-psiquiátrico de Venezuela. Convivió con varios
tipos desde que se fugó de su casa. Y se las rebuscó. Con uno, yiró por
la India. Con otro, incursionó en artesanías en Bruselas. Con amigas,
recorrió miles de kilómetros en jeep. Cómo me gustaría que me diera
bola. Aunque si me diera bola habría que declararlo, y no podríamos
seguir juntos en el mismo grupo. Que
fue lo que pasó con Marta y Adolfo. En abril estaban los dos. Pero
empezaron a verse por separado, ocultándolo, hasta que cuando resolvieron
comunicarlo hacía ya semanas que se encamaban. Produjo revuelo en los demás;
en Clarisa, indignación. En Josecito, otro compañero, un pobre de espíritu,
gracia. Yo me sentía atontado. También me calentaba Marta. Y hubiera
calzado conmigo más que con Adolfo. Por edad y temperamento. Adolfo le
lleva quince años y Marta me lleva dos. Quedó Adolfo con nosotros. Es
uno de esos “obse” parsimoniosos que no sé qué pudo haberle visto
Marta. Adolfo es traductor de alemán y da clases de gramática castellana
a ejecutivos de una red de bancos. Tenemos
un homosexual proletario en el grupo: Facundo. Vende cosas. Sobre todo en
los trenes del Sarmiento. A Adolfo le regaló bolígrafos, a Josesito una
guía de calles, a Mariana una tijera de podar, y a mí me arregló con
una perchita. Es bastante ocurrente, aunque por ahí se zarpa. ¡El sí
que se esfuerza por costearse la terapia! Mariana fue la última en incorporarse al plantel. A ella la paso cuando no se pone en estrella. Y ahora que me oigo me viene un bajón, pero un bajón, como si me licuara, como si los estuviera traicionando. |
Rolando Revagliatti
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