Conductor Rolando Revagliatti |
En
la vereda de un cine céntrico, después de descubrirnos cuando abandonábamos
la sala, Adriana se apresuró a notificarme que estaba separada y que
compartía con tres gatos un departamento. Nos conocíamos de cuando su
marido y yo correteábamos chacinados para la misma empresa. La voz ronca,
hablaba y fumaba mucho. Como ya era habitual, yo hablaba y fumaba con
moderación. En un café me contó que andaba a la caza de chofer para su
Ami: no sabía manejar y se negaba a aprender. Vendía a farmacias
sacarina y bicarbonato. Mostré interés por la vacante, aunque por esas
cosas (y bolas sin manija), casi no había estado ante un volante tras mi
oprobiosa obtención de la licencia profesional. (Clases y más clases de
conducción de automotores en academias de Parque Centenario. En una, dos
series de diez clases. En otra, una de diez y otra de cinco. En otra, una
de cinco. En otra, una de diez. En el examen, pretendiendo estacionar,
volteé un caballete. Pero había estado magnífico en el teórico: que dónde
quedaba el Hospital Pirovano, que cuál era la continuación de San
Pedrito. Tomé más clases en otras academias. Por fin, en un examen en el
que también volteé un maldito caballete, me aprobaron [apalabrado
influyente en la Dirección de Tránsito].) Fue así que combine con
Adriana horarios de trabajo y pago. Practiqué durante una mañana y a la
siguiente, después de sacar el Ami del garaje, la pasé a buscar en plan
laboral. Una noche me pidió que subiera a su departamento dos pesadas
cajas. Jugué con los micifuces. Acepté pan con manteca espolvoreado con
azúcar mientras salíamos al balcón. Como por inercia me insinué físicamente.
Me eludió preservando acaso el incipiente vínculo empleadora-empleado.
Procuró al rato retenerme, pero acaso preservando el incipiente vínculo
empleado-empleadora, me fui. A las cuatro semanas, en una esquina de Villa
Pueyrredón, por embatatamiento mío, choqué a un taxi. ¿La piña?:
importante. Adriana no me saluda desde entonces. Me siento culpable como si hubiese sucedido ayer. No digo que soy piloto de fórmula uno, pero ahora manejo bien. Guío un camión (Scania) con acoplado en el tramo Zapala-Buenos Aires. También, Patquía-Rosario. Y antes conduje micros de la Chevallier. Cuando el martes me crucé con Adriana por el obelisco, dio vuelta la cara. Parece mentira. Lo que es el rencor. En la actualidad tengo la edad que entonces ella tendría. Y está apetecible. Más que antes, qué diablos, sin duda. Y sin duda, Adriana, aunque reniegue, Adriana, me debe un romance. |
Rolando Revagliatti
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