1 — Tu primer poemario acabo de leerlo por tercera vez, y el tercero, de
1997, acabo de leerlo por cuarta vez. Ambos aparecieron a través de una
colección (“Todos bailan”) de un sello (Libros de Tierra Firme) cuyo
responsable ha sido un editor y poeta de extensa trayectoria: José Luis
Mangieri (1924-2008). Y de aquí salto a aquella noche en la que vos con
Alicia Grinbank y Alfredo Palacio, en uno de los seis encuentros que
conformó “Mirá Lo Que Quedó”, le realizaron una entrevista a Mangieri.
¿Quisieras referirnos cuál es tu recuerdo de él y en qué aspectos
principalmente lo valorás?
AB — Rolando, en principio te agradezco, tamaño esfuerzo de lectura el
tuyo. Espero no te hayan resultado muy pesados esos dos textos.
Efectivamente, ambos publicados por el recordado José Luis. Lo conocí en
1984, a poco de emerger de su largo exilio interior tras la sombra
dictatorial que todos padecimos, en un encierro que no le debe haber
sido fácil a un tipo activo y andariego como él. Fue en casa de viejos
amigos. A partir de ahí, y desde que le llevé los originales de “Arcas o
pequeñas señales”, se fue consolidando un vínculo, en su casa de la
calle Mercedes, en largas charlas con mate o café, ginebra, empanadas,
asados que rápidamente inventaba con el fácil expediente de “Albertito,
¿te quedás?..., ponemos un par de churrascos en la parrilla…” …, y yo…:
“Dale, José Luis, cruzo a comprar un vino…”. Valoro su condición
abierta, su generosidad, el sentido del humor, siempre irónico, su
sencillez, su percepción para captar dónde había un texto poético de
calidad entre todo lo que pasaba por sus manos, su irrenunciable
militancia y su honestidad para sostener sus ideas (no sólo las
políticas), su sentido de la hombría… ; y entre lo más destacado, el
apoyo que brindó a la generación de poetas que emergieron después de la
noche ‘76-‘83, cuya publicación y difusión sostuvo con esfuerzo y
convicción, la misma con la que había lanzado su ya legendaria editorial
“La Rosa Blindada”. Tampoco hay que perder de vista que desde su
militancia poética, política y social irrenunciable, cuando Juan Gelman,
ya en democracia, no podía volver a la Argentina por no sé qué estúpida
cuestión de formalidades legales paridas en tiempos de indigencia (tenía
que pagar una ridícula multa de miles de dólares para no ir preso, o
algo así, no recuerdo bien los detalles), él fue uno de los que movieron
cielo y tierra, junto con Horacio Verbitsky, para que una de las mayores
voces de la poesía argentina, pudiera ser dignamente recibido en su país
natal. Me pareció entender que algunos miembros del oficialismo de aquel
momento se hicieron los distraídos.
Supimos en 2008 que José Luis estaba enfermo y que había decidido
quedarse en su casa, acompañado por sus hijos. El primero de noviembre,
estábamos unos cuantos amigos comiendo un asado en casa de Leopoldo
Castilla, “el Teuco”, cuando Marcos Silber atendió el teléfono y se
enteró que había fallecido. Quedaban unos pedazos de carne en la
parrilla, tibias por los rescoldos que aguantaban… Preveíamos para la
nochecita meter más fuego y mandar carne para seguirla, pero la parca
nos hizo cambiar los planes, fuimos al velatorio de José Luis en la
Biblioteca Nacional. Me veo parado esa tarde, delante de la parrilla,
cuchillo en mano y puteando, llorando al amigo, al poeta, al editor,
todos callados; así es la vida.
2 — No son tantos los autores que conforman un libro con un único poema.
Sos uno de ellos. Tales el édito “Riachuelo” (de 2008) y los inéditos
“Para un programa de disolución”, “Golpe de vista en Paraland”, “Opaca
no es la noche”, “Química orgánica” y “QOII”. (Añado que de los cinco
poemas que constituyen tu tercer libro, el que le da título, ocupa ocho
páginas.) ¿Cómo los elaborás? ¿Hay “desfallecimientos”, en ocasiones,
durante cada proceso? ¿Hay alguno que hayas previsto y que desecharas o
abandonaras por no satisfacerte la ejecución?
AB — Es posible que sean pocos, en el ámbito local, los que escriben
poemas extensos, en todo caso yo no conozco, o a lo sumo a un par.
Conmigo creo que tiene que ver con un algo, como una tendencia, que
viene desde el principio. Mi primer poemario puede ser visto casi como
un poema extenso, un solo tema con diferentes momentos, articulado como
un solo poema. En ese caso fue planeado como un libro, con diferentes
momentos y casi un mismo lenguaje, pero no como un solo poema. Con
“Ausentes con aviso” ya aparece la visión de un solo poema extenso, que
es el que da título al libro. Ahí, como en los otros casos que mencionás,
ya se trata de un solo poema como proyecto.
En general, cuando aparece la visión que dispara un texto uno empieza a
escribir y en un momento sabe que el poema se está cerrando; y entonces
hay que abandonarlo, como he escuchado que dicen: los poemas no se
terminan, se abandonan. Pero en el caso de los extensos veo que empieza
algo que pide pista y siento que no se cierra; es ahí donde se impone
una especie de trabajo para organizarlo y que no se vaya de las manos.
Desfallecimientos no hay, porque mientras están en proceso de escritura
me campea una especie de obsesión, una curiosidad por lo que va
apareciendo, por saber a dónde va; lo llevo a cuestas al poema. Ahí
aparecen puntos como de condensación, como remansos de una corriente,
que es por donde algo que parecía abandonado versos atrás, se precipita
y reaparece como más condensado, completándose, o resignificado, y lo
que parecía haber perdido su eje en una digresión, reaparece y restituye
el foco del poema, que sigue siendo el mismo pero está en otro lugar. En
la ejecución es como si supiera a dónde voy pero sin saberlo del todo y
el poema va encontrando el camino pero dando vueltas, haciendo como que
se va por las ramas. El más extenso que he escrito es “Riachuelo”, que
es una mirada histórica y personal llevada de la mano por ese curso de
agua espesa donde vi flotando las botellas y los bidones en la capa de
aceite, como dice al principio del poema. Esa fue la imagen que lo
disparó. Coincidió con un tiempo en que viajaba a menudo a la ciudad de
La Plata por trabajo, en el 2000; iba en tren, a la mañana temprano,
cruzaba por ese puente de hierro viejo, bastante más arriba de la
desembocadura, en invierno, con niebla, recién amaneciendo, un par de
veces vi unos chicos que andaban cirujeando, ya a esa hora.
Entre el sueño, el frío, la niebla, el sol que apenas está asomando, la
mirada se me hace muy distorsionada, muy subjetivizada sobre los seres y
las cosas, y uno ahí está como con la guardia baja y las cosas te entran
como más fácil, y más profundo, y esa creo que es la condición, en mi
caso, con la mirada medio atravesada, para que se disparen visiones que
van a parar a palabras y a veces a poemas, extensos o no.
Nunca deseché un poema extenso, en todo caso algunos los he retrabajado
más que otros. “Visitas inoportunas” también es de poemas extensos; son
sólo cuatro poemas, no tan largos como “Riachuelo” o los otros que están
inéditos, que ocupan un solo libro, pero sí son poemas de varias
páginas.
3 — El poeta Rubén Chihade (1941-2001) afirmó hace más de quince años
que vos detenés y perpetuás las imágenes. ¿Compartís esta afirmación?
¿Lo harías extensivo a todos tus tratamientos, a todos tus “asuntos”?
AB — Mirá qué cosa, a pesar de que fuimos muy amigos y nos veíamos mucho
con Rubén en sus últimos años de vida, nunca tuvimos oportunidad de
discutir esa opinión. Me gustaría, ya que traés el tema, recordarlo y
decirte, y decirme, que me gustaría tenerlo a Rubén cerca; se fue joven,
nos dolió mucho su muerte a todos los que lo queríamos, que no éramos
pocos; era un tipazo, muy buen poeta, gran animador y organizador de
ciclos de poesía, encantador y siempre dispuesto a comunicar a los
poetas entre sí.
No sé si detengo y perpetúo las imágenes, puede que en su visión de mis
textos él observara esa cualidad. En el proceso de la escritura, que,
valga la digresión, considero el más importante de todos, incluyendo la
corrección o el retrabajo, la lectura pública (hecha por el propio autor
o por otros) y la publicación, con presentación incluida y panegírico a
cargo de los amigos, es donde las imágenes aparecen y uno debe tratar de
sujetarlas para que no pierdan su potencia, porque las imágenes tienen
esa energía en sí misma, esa potencia, que tiende a dilapidar su fuerza
y pueden llegar a desleírse en el texto; no se jode con las imágenes,
hay que respetarlas, casi amarlas y hacerlas fluir escanciadas en el
texto del poema para que su efecto sea preciso y no una dilapidación
verbal, o la temible caída en un lugar común (que es como una imagen
desbarrancada por un precipicio). Tal vez en ese sentido de querer
sujetarlas, para que doten de máximo sentido y expandan el texto, es lo
que Rubén captó y quiso expresar diciendo esto que plasmó en la
contratapa del libro. Ya no tendremos modo de saberlo. Desde fines de
aquel trágico diciembre de 2001, Rubén integra las vastas legiones de la
nada.
4 — Tus últimos libros presentados han sido “Estación de nosotros”, a
través de la colección Pippa Passes del sello Buenos Aires Poetry, y
“Visitas inoportunas” por Editorial El Jardín de las Delicias. Contanos
sobre esas visitas, esa estación, ese nosotros.
AB — Sí, acompañado por los poetas y amigos Luis Benítez y Alfredo
Palacio, y al cuidado de Juan Arabia, otro querido y joven amigo y
poeta, como editor, se presentó “Estación de nosotros”, que fue escrito
durante 2010. Aunque salieron casi juntos, “Visitas inoportunas”,
publicado por la editorial dirigida por Luis Bacigalupo, fue escrito
mucho antes, entre 2000 y 2002. El azar, que rige cada instante de
nuestra existencia, hizo que su publicación uniera los ocho a diez años
que separan a esos libros.
“Visitas inoportunas” es donde se condensa la impresión de la mirada
puesta sobre obras de arte, cosa que aparece suelta en varios trabajos
míos. Como te decía, se trata de cuatro poemas basados en una pintura y
tres esculturas. De algún modo fue resultado de los efectos que me
produjo la lectura de “Autorretrato en un espejo convexo”, de John
Ashbery, sumado a mi admiración por todo lo que una observación detenida
sobre una obra de arte puede suscitar en la mirada, en mi caso
particular, disparando múltiples reflexiones, imágenes, sentires y
pensamientos. Son visitas y son inoportunas porque un visitante que mira
una obra hasta querer arrancarle sus manifestaciones más escondidas,
aunque sean producto de la imaginación del que mira, mínimamente es un
sujeto poco oportuno, casi como una especie de usurpador.
“Estación de nosotros” es un poemario cuyo eje es el amor; no es un
libro de amor; suelo decir que es mi libro ‘sobre’ el amor y no ‘de’
amor, un diálogo entre lo tierno, lo hondo y oscuro que tiene el amor y
el entorno en que suele darse, la vida diaria con su realidad, sus
miserias y sus espantos, las imposibilidades, los recuerdos y las
brutalidades de la vida y de la historia, todo junto y mezclado en la
puta realidad, digamos.
5 — ¿Cómo “sobrellevás”, Alberto, mantener concluidos y sin socializar
trece poemarios? Sobrevuelo los títulos y elijo algunos de los que me
provocan curiosidad: “Para un programa de disolución”, “Opaca no es la
noche”, “QO II”, “Evanescentes, in propios y pequeño”. ¿Podrías tentar
una semblanza de esas propuestas?
AB — En principio, no veo la escritura, la mía al menos, como un
desarrollo que haya que socializar. La escritura de poesía la vivo como
un ahondar en una experiencia vital y estética y a la vez como un
proceso de conocimiento, algo que no se puede dar de otro modo que no
sea intentando hacer poesía, y no estando seguro nunca de lograrlo. Por
eso afirmaba antes que el momento más importante para mí es el de la
escritura. Todo lo demás es suplementario; si se puede publicar, está
bien; si el juicio estético de un determinado jurado lo premia, está
bien; si se publica y muchos lo leen, está bien; si se presenta y uno
disfruta tomando un vino con los amigos, también está bien, pero
insisto, lo más importante ya sucedió.
“Para un programa de disolución” es donde describo mi conciencia del
azar; por ejemplo, mi abuelo materno, que combatió en la primera guerra
mundial 1914-1918, vio explotar cañonazos y destrozar compañeros a pocos
metros de sus ojos y a él no le tocó morir; otra vez, enfermó de malaria
(muy común en la guerra de las trincheras) y lo internaron: su
regimiento (o como se llamara) de más de tres mil quinientos hombres,
fue aniquilado pocos días después en una avanzada, sus enemigos no
tomaron ni un prisionero. Si hubiera muerto ahí, yo no existiría. Eso
aparece brevemente en ese libro, donde reforzar ese pensamiento del azar
y convertirlo en un sentir se parece bastante a un proyecto de
disolución de ciertas pretensiones del yo, esa cosa que hace que nos
creamos que somos algo cuando somos menos que una brizna en el viento
del universo. Aclaro que no tengo creencias religiosas, cosa que,
sospecho, facilita estas aventuras del pensar y del sentir en la
trabajosa tarea de integrarlos.
Los otros libros tienen que ver con que la opacidad no es un fenómeno de
la oscuridad ni de la noche, tampoco del llamado espíritu o como
prefieran denominarlo, sino que es un existir que lo portamos a la luz
del día, está siempre presente, en todos los intersticios que podemos
ver en cada instante de la vida, en nosotros y en los otros, falta nomás
agudizar la mirada para percibirlo: la poesía puede aportar esos
espacios de agudeza. La química orgánica (hay un libro que se llama
“Química Orgánica” y este otro, al que vos te referís, “QOII”, cuyas
iniciales responden a Química Orgánica II, como si fuera que al primero
le quedaba algo por expresar) es la que regula este milagro de
equilibrio inestable que es la vida, donde se despliega desde lo más
denso de nuestra materialidad, hasta lo más sutil, eso que nombramos con
las palabras alma o espíritu, “esa parte que no sale en las
radiografías”, pero que forma unidad indisoluble de todo lo que somos y
se diluye en la nada cuando nos llega el momento.
“Evanescentes, in propios y pequeño” es un libro en preparación sobre el
que mucho no sé todavía, son todos textos breves; los Evanescentes tal
vez dan cuenta de lo que se escapa en palabras por entre los dedos de la
escritura; los Impropios aluden quizá a lo que no nos pertenece (como si
de verdad algo nos perteneciera); y lo Pequeño es acaso la mirada de la
poesía sobre lo ínfimo, lo que desechamos o no percibimos, como
convencidos de su irrelevancia, y sin embargo esas existencias o
entidades nos dan algún testimonio de la existencia nuestra, como si la
reafirmaran, y hablan de nosotros mucho más de lo que creemos.
6 — En algunas de tus respuestas denotás cuánto gravita en vos el
sentimiento de la amistad. Y como resulta que anoche terminé de volver a
leer “Argentino hasta la muerte” de César Fernández Moreno, arribo a la
página que antecede al índice: “Dedicatoria”; allí, antes de nombrar a
los once varones (Francisco Urondo, Miguel Brascó, Ramiro de Casasbellas…)
a los que dedica cada uno de los once poemas que conforman el poemario,
señala: “Los amigos son distintas versiones de uno mismo, piedras de
toque de nuestro vivir, que en mi caso es tal vez sólo escribir, ya que
sólo en el escribir he podido tal vez conquistar la plena libertad de mi
vivir.” ¿Qué nos podrías agregar?
AB — En alguna etapa de la vida es probable que la amistad tenga más que
ver con esa suerte de apareamiento de los afectos con un otro, más por
lo que se nos parece que por lo que difiere de nosotros. Me parece
razonable que así sea cuando el humano, en los primeros años de su vida,
busca reafirmar su identidad, siempre frágil, ante la evidente
superioridad, tanto de lo llamado real como de lo imaginario. Después,
es discutible si los amigos son o no son otras versiones de uno mismo, o
cuan bueno es que sea de ese modo. Tengo para mí que si algo me
enriquece es lo diferente y no lo semejante, y que si algo me hace
crecer como persona es lo que se me opone y no lo que me facilita las
cosas o me mantiene en zonas de comodidad. Ya que estamos con esto,
recuerdo una frase del Zaratustra de Nietzsche que dice que el hombre
del conocimiento tiene que aprender a amar al enemigo y a odiar al
amigo. Si la experiencia poética es, como sostengo, una forma azarosa e
inefable de acceder a espacios de conocimiento (y a lo mejor por puertas
no convencionales), además de una experiencia estética, de un lenguaje
para dar testimonio, entonces esa frase se comprende más fácilmente
aunque no sea sencillo digerirla.
7 — ¿A qué cuestiones o iniciativas a las que hayas estado abocado te
provocaron decepción?
AB — No sabría decirte. He tenido una vida simple, con sueños y
pesadillas a mi escala, creo. Decía, siendo un chico, que me gustaría
ser físico nuclear o piloto de aviones, pero nunca me lo propuse
seriamente, tal vez por pereza o falta de determinación; cosas de
chicos. Y por otra parte parece que he aprendido a manejarme bastante
bien las decepciones como para dejarlas atrás en el tiempo sin
sobredimensionarlas o llevarlas a cuestas como las famosas heridas
abiertas…; también he tenido la fortuna hasta ahora de no padecer
grandes desgracias personales, y esto debe ayudar bastante.
8 — Parece que Juan Ramón Jiménez opinó que Pablo Neruda era un gran mal
poeta. ¿Opinarías así de alguno?
AB — Creo que hay poetas y también hay escritores que escriben versos.
Los poetas verdaderos han sido, son y serán pocos. La poesía es un algo
muy hondo, una especie de juego grave y a la vez uno de los más serios
que existen, y que se debe realizar a conciencia sin saber nunca del
todo si sirven las herramientas que tenemos, o ni siquiera cuáles son, y
cuál es el resultado. Especialmente, la gran obra me atrevería a decir,
el gran trabajo, es el de la preparación del poeta, la construcción de
sí mismo como poeta. Esta seriedad no quiere decir solemnidad, ni que
uno de los recursos de la poesía no pueda ser el humor; hay humoristas
que hacen un trabajo poético, y son poetas. Tampoco quiere decir que no
nos riamos de nosotros mismos, y de nosotros mismos, también, en
nuestros intentos con la poesía. Se trata de un hacer para ser, que debe
ser tomado con responsabilidad, como para que cualquiera de los que
escribimos algunos versos andemos por ahí llamándonos poetas. Voy a
hablar por mí y de mí: escribo versos desde hace casi cuarenta años y si
quienes los lean creen que lo soy, estaría bueno que, para sí mismos, lo
fundamenten, más allá del halago que pueda significar para mí ser
llamado poeta. Esta regla que me aplico, la uso como norma.
Respecto de lo que dijo Jiménez, pienso que Neruda era un coloso de la
imagen y la palabra, sin embargo tan disímil de Vallejo, o de Montale, o
de su tradicional rival Vicente Huidobro, por hablar de naves del mismo
calado y para hacer corta la lista; habría que ver con qué comparaba en
su interior y hacia afuera Juan Ramón Jiménez cuando emitió esa opinión.
No obstante me parece un buen juego de palabras, una especie ingeniosa
de oxímoron.
9 — ¿Las poéticas de qué autores dirías que han logrado “descolocarte”?
AB — La primera gran descolocación tuvo que ver con mi descubrimiento
del lenguaje poético y sin duda fue Rilke. Fue para mí una suerte de
dislocación del mundo…; algo de límites y alcances antes insospechados.
Felizmente, la capacidad de asombro y la mirada inocente sobre el
espacio poético (ojo, dije inocente, no ingenuo) sigue viva y me logro
asombrar siempre que aparece algo que me descoloca. No me engancho con
la cosa sentimental o el juego deliberadamente efectista; sí, lo hago,
con esas relaciones que permite el lenguaje que abren la mente a ver las
cosas de otro modo; ése es el gran trabajo poético, así se crea un mundo
que amplía la mirada sobre lo que nos rodea. Desde ese lugar nos
sorprende Juan Gelman. Desde su talento para estas cosas nos deslumbran
Pound y su hijo Eliot, o Dylan Thomas, y más aquí cerca, Juanele Ortiz o
Francisco “Coco” Madariaga, o el ingenioso y meticuloso Borges.
No pierdo de vista que hay una muy interesante movida poética entre los
jóvenes, con resultados sorprendentes y procedimientos absolutamente
innovadores de ver el mundo.
10 — Ante la eventualidad de que te impongan la multi reencarnación en
un científico, en dos deportistas, en tres árboles, en cuatro aves, en
cinco directores cinematográficos: ¿a quiénes elegirías?
AB — No creo en la reencarnación pero vamos a jugar un poco. No tomaría
ninguna de esas opciones, elegiría el innumerable aire (con ese adjetivo
que usó un poeta griego para denominar la brillantez de mar picado en un
mediodía de sol; dijo “la innumerable risa del mar”). Hace unos días,
leyendo una novela que me prestó un amigo y que me tiene atrapado (“El
reino de los réprobos”, de Anthony Burgess), un personaje, de los
múltiples que pueblan la obra, piensa: “acaso las palabras no fueran
sino formas del aire”. Otro ejemplo de mirada poética de un escritor que
escribe novelas y que bien puede ser un poeta. Sí, elegiría el aire, sin
duda, por ser metáfora de la libertad, y por esa probabilidad que nos
abre la frase.
11 — ¿Creés que fue modificándose en las últimas décadas la relación de
la poesía con el mercado editorial del libro? ¿Y el panorama de la
creación y difusión de la poesía en la actualidad?
AB — Sí, absolutamente. No sólo por la irrupción de la web, los blogs,
las redes sociales y todo lo basado en la tecnología, con su sueño de
instantaneidad y omnipresencia. Casualmente, hace una semana, escuché a
una poeta decir que una potencial alumna de sus talleres no podía
enviarle poemas, de los más recientes, porque le habían robado el
celular: la chica escribía sus poemas y los tenía guardados en la
memoria del celular.
En otro orden, Amazon poniendo en jaque a la industria editorial, es una
incógnita en el sentido de no saber a dónde va a parar la producción y
comercialización de libros. Igual creo que es un tema que no desvela a
los poetas, aunque sí, creo, no debe ser visto con liviandad. No
obstante, escritores y poetas van a seguir habiendo. En el ámbito local,
las editoriales independientes, pequeñas, muchas de ellas muy buenas,
van ampliando el panorama para la publicación de poesía.
12 — ¿Qué te saca de quicio? ¿Te tocó, en alguna etapa de tu vida,
sentirte “un bicho raro”, o sospechar que los demás pudieran estar
percibiéndote de ese modo?
AB — Me saca de quicio la injusticia, una “cualidad” ampliamente
distribuida, socializada, en este pedazo de tierra y agua, con aire
respirable, que llamamos planeta. Han habido (hay y habrá) muchos
momentos en mi vida en que, por alguna causa, no siempre del todo clara,
o absolutamente oscura, me he sentido descolocado del mundo, como
mirando los seres y las cosas desde atrás de un cristal y aislado en un
universo propio y ajeno a todo. Pero he aprendido bastante a convivir
con estas zonas opacas de uno mismo, donde pasan cosas que uno nunca
sabe porqué ni para qué ocurren pero están allí, salen de allí, suceden,
son parte nuestra y, eso sí, son nuestro compromiso. No nos hagamos los pelotudos de decir “ay, no sé..., es que me puse medio loquito y no
sabía qué hacía o qué me pasaba”: …esa historieta de irresponsables, no.
13 — ¿Dirías que sos intuitivo o que a veces actuás a base de
corazonadas? Y además encomillo un par de frases de una novela de Haruki
Murakami: “No era un dolor intenso”: ¿es prosa? “Era tan sólo el
recuerdo de un dolor intenso”: ¿es poesía?
AB — A esta altura de mi vida no sé bien lo que soy, me resisto a ese
verbo que te congela en un modo fijo “de ser”, prefiero el verbo hacer,
y ser lo que hago mientras el tiempo me dé. Procuro alguna forma de
equilibrio entre esas dos supuestas oposiciones: lo intuitivo y lo
racional. ¿Y si lo intuitivo fuera una racionalidad no racionalizada
todavía porque nadie lo pensó de ese modo? Me gusta a veces hacerme
estas preguntas aunque puedan parecer absurdas. Recuerdo en algún poema,
escrito hace mucho tiempo, haber puesto algo así como que “el azar es,
acaso, una certeza desconocida”. Y las palabras, la palabra… con su
feroz y hermosa cualidad: poder decir cualquier cosa; debemos tener un
enorme cuidado con la palabra y las palabras.
Hay un algo de poesía flotando en lo de Murakami. Hay novelistas que son
poetas (lo quieran o no). Si no mirá cómo Thomas Pynchon comienza su
famoso libro “El arco iris de gravedad”: “Llega un grito a través del
cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué
compararlo.”
*
Alberto Boco selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Árbol de oro /
Los perros cueteros /
Palomas en el cable de la luz /
Puente Saavedra /
Tardecitas y:
ciudad en su siglo
mirado de cierto modo
cualquier alejandría que se hunde
tiene agonistas y mercaderes
verseadores putas y cronistas del tiempo
cabalgan en el azar
pasiones breves e incestos de época
bares pobres y nurseries por si las moscas
levantan artefactos y cosas
para después del derrumbe
(del libro inédito “Redes” – Escrito durante 2002 – 2003)
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Alberto Boco y Rolando Revagliatti.
*
http://www.revagliatti.com.ar/070620a.html
http://revagliatti.com.ar/030804_boco.html
www.about.me/rrevagliatti |