A modo de epílogo |
¿Pertenecer
(permanecer) al romanticismo es un estigma, con lo que ello involucra en
plano místico, o evita ser lo que se dice de sí mismo? Pero ¿qué se
entiende por ser romántico? Al margen del perimido movimiento hay, bajo
esos términos, una manera de percibir y de trasuntar, que no desdeña ni
el coloquialismo ni la pasión frente a los hechos. No únicamente en esto
el romanticismo sigue tan vigente como en el siglo pasado. representatividad: ¿no se observa al actor que imagina una pausa en la escena eterna? El lenguaje celebra,
como Nicolás Olivari o Girondo celebraran, con palabras que se mastican (contagio)
o se duelen, las osamentas de una forma nuestra del subsistir (city,
bienestar y cortesía). Se prueba en la ausencia de hermetismo (herencia
y muerte) y en la implementación de recursos (“a mi más madre”
como quien diría “a mi masmédula”). digo
de mí: entro en él. Advierto que me estoy rememorando o
camuflando con palabras. ¿Es que se construye el poeta de otro modo? flor:
¿es un soneto trunco? ¿Por qué? ¿Para que lo complete el devenir o el
otro escondido en cada uno? para
nombrar tus nombres: difícil. Después
de... mi gauchito con rouge... ¿la enumeración de los machos que
quisieron ser y no fueron —...machos, fachos o borrachos, que es casi lo
mismo...— concluye con esa invocación a un padre aureolado por los héroes
imaginarios como los eduardos y emilios arrancados del horror del citado
devenir que todo entumece, aun las leyendas? Este padre... ¡cuánto pesa!
¡Aparece y desaparece constantemente! ¡Qué ganas de psicologizar! Pero
soy sólo lector. menú: ¿es un antipoema? La palabra invasora arrasa el sentido y lo somete al
puro escarceo expresivo, procurando un significante inquieto. El poema a Roberto
Arlt (nombres en la noche) ¿es ilusorio? ¿busca ex-profeso la comparación
subreal en un escritor tan nítido? ¿Qué ha visto, Rolando, desde esa
plataforma mediúmnica, sino las alternativas de su nombre? ¿No se juega
“con los deslindes”? ¿O es que no se debe jugar, sino repitiéndolos
amorosamente, con los libros, con los árboles, con los hijos? Especulares: “una
mujer mira a una mujer que mira a otra mujer mirar a otra...” (reino
animal): con la abrupta entrada de una estrella de cine, propone, de
pronto: ¿es que, también a través de las aguas del cristal los mundos
de la razón se tornan esa sin razón que, Goya entendía, engendran
monstruos? He aquí la escritura
automática donde todo vale. Bretón afirma que ejerce una directa
influencia sobre el actuar. Y que su riqueza depende del grado en que ésta
exista ya en el interior del escritor. En Rolando el inconsciente vela la
fortuna de un lenguaje a lo Góngora, con alianzas intrépidas y
desfallecimientos, también. Pero éstos están teñidos, como en los
cuadros de Delacroix, por un aire de cataclismo donde caballos agonizan
entre las carnes de las favoritas. Todo es así. No hay austeridad pero ¿es
esto un reproche? ¿Debe serlo? ¿Sólo habrá poesía cuando la palabra
se transforme en sílaba? “...el recuerdo de
ese papá me puede...” Este ME me vuelve loco. ¿Quién, cómo era ese
padre? ¿Por qué en este libro su impronta, dije, va y viene como la
trayectoria de pájaros migrantes? No me conforma que, por un laberinto
ignoto, llegue el hijo: “...¡no carne de mi no carne! ¡no letra de mi
no letra!...” porque ¿desde dónde viene? Nunca lo sabré. Y el mismo
Rolando se interpela. Resulta pavoroso que, a continuación, en septiembre
asalte, otra vez, el padre, como única chance. Es que, como diría
Yourcenar, no somos sino el paréntesis vivo de incontables muertes. ¡Qué
bueno sería sumergirse en este material para desentrañar qué otro
humano existe bajo la letra! Pero, claro, vuelvo a las preguntas: ¿es una
gata (felino en el dormitorio) o
será un tigre disimulado? No creo que, con menos fuerza, pueda ir y venir
de los ensueños en una fiesta que me trae a Huidobro. ¿“me enfrento o
me acoplo”, yo también (simetría)
al... traidor de turno que traduzca (traduce) padre...? Lo estoy haciendo
resultándome insoportable sostenerme en esta tensión. Felizmente, un
respiro: la tía negra. Parto en búsqueda..., alentado por la confesión “de
humanitis, humanidad” con que se define hasta llegar al testamento de plebeyo.
Riquísimo festín. Trozan y destrozan. ¿Por qué afirma su virilidad al
ser “...dulce objeto de la vivaz parsimonia de una fellatio...”? En
realidad él sabe que no es cierto, que todo vacila, aun en la más férrea
de las decisiones. Y lo sabe bien. Tanto que en la saga de la novia,
interpretándose por el tío que regala alcancías (el motivo me lo
guardo) regresan las verdades hasta una confidencia: “...no sé a quién
quiero más si a mi novia o a mi caballito de madera...” Tropiezo con palabras
en peligro de ahuecamiento (siendo
y como sean). Dejo que se pierdan algunos autobuses —¿en qué libro
no conviene hacerlo?— y me tomo el que me lleva hasta los cortísimos
poemas. Desde familia a abstracto hay un desgranar de años. Algo ha pasado. Con el
delicioso bucólica resucita el
poeta. encierros se organiza con
imágenes de acerada claridad. Recomienzo el camino de los “payasos
paulatinos”, corcoveo, sobre escritura reducida a su esencia para
acceder al arcano total: freud.
Y aquí conviene detenerse. ¿Debe el lector seguir o inquirirse? ¿Convocar
a sus propias sombras o conjurarlas? Debe perseverar y... seguir, porque
hay un premio: un actor se prepara, donde el ritmo enunciativo parece preñar un
final de efectividad extraordinaria. Luego otro libro. Una
crónica histórica articulada en dos por cuatro o en seis por ocho, no
importa, porque lo que acontece sí que importa. ¡Cómo parlotean, desde
tanta niebla, los fantasmas! La crueldad del tiempo los ha reunido en la
procesadora de la memoria. Se diluyen en un sueño del cual se
arrepintieron de partir. Advienen aforismos bajo las alas del pájaro
al trino. Y con un perfume a Nicolás Guillén (“¿es teresita
secundina purificación como el puerto rico de los estados unidos de su
mamá?”) nos regodeamos en las formas de Octavio Paz que Rolando gusta
describir: la gatidez de los gatos, el descaminamiento del camino o el
apiear del pie. Así, interceptando con lupa aun los más remotos corcovos
de la retentiva, arribo al tramo 8 de largo de aquí largo de aquí, absolutamente logrado... salvo el
final. Pareciera en éste, como en otros casos, que el autor temiera a la
seriedad y que a todo quisiera propinarle un brochazo de ironía. Malgré
lui, el texto se resiste y
planta los brochazos afuera, convirtiéndose en independiente. Me sondeo: ¿el poder
del cine está en ser recuerdo? Porque Rolando va y viene (¡más
“vayvienes”!) por actores, películas, momentos, títulos que, recién
ahora avizoro que integra mi experiencia tanto como la vida o su extinción
de familiares queridos. Releo y me parece atisbar, digo, a lo mejor, que
ése es el hilo del laberinto, la mano del Dante. Si le concedemos a esos
nombres el poder de exorcizar, veremos. Digo, dentro de la luz negra de
quien reside “...en la ternura de la inalterable gelsomina...” o en
“¿cómo me traduzco que incide en mí que hoy haya muerto bette
davis?” Huyendo de lúdicos
avatares la poesía calza mariposas: “...el ocio es amor o nada es otra
cosa que no ocio...”. Llegamos, ya llegamos al final. Desde esas letanías
que en hijos para
(no) sacarle el cuerpo a la muerte (en las que destierro de inmediato
ese “(no)” y supero el rítmico batir de palmas con que incita a
acompañarse aleaciones) todo
empieza a ordenarse en los afirmativos y negativos enunciados de un
manifiesto personal. a preguntarse
llaman retoma la tradición de la escuela “beat”. Como si Ginsberg
pispeara tras una cortina, el clima de excitación se introduce tanto que
pareciera ya haber acontecido en otra parte. Me reprocho: estás buscando
excusas. Es que, la verdad, te hubiera gustado escribirlo a tí. a
preguntarse llaman trasciende las líneas o los límites de la página.
Las voces, el coro, recitan cada verso por separado. Yo, nosotros, somos
auditorio. Luz cenital. Cámara negra. Guantes, máscaras, un saxofón
ronco. Y el ritmo, el ritmo, el ritmo nos embriaga hasta que una voz, una
voz de solo murmura:
“...al que le caiga le caiga
al que le quepa le quepa
el sayo
el sayo te va o elige tú el sayo que te va/ya...” Nada más. En fin. Al menos no podrán decir: a este libro ni lo ha leído. |
Juan Carlos Pellanda
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