Lugones y Borges por Antonio Requeni |
Leopoldo Lugones |
Jorge Luis Borges |
A comienzos de junio de 1974 estaba yo en la redacción de La Prensa, tecleando en mi Olivetti, cuando el secretario de redacción se acercó a mi escritorio y me dijo: —La semana próxima se cumplirán cien años del nacimiento de Leopoldo Lugones. En el suplemento literario se va a publicar un artículo sobre el centenario. ¿Por qué no lo ve a Borges y le pide que hable sobre don Leopoldo? Esa misma tarde llamé por teléfono a Borges para pedirle una entrevista. Al advertirle que era para hablar de Lugones me respondió: —¿Pero para hablar bien, no? —Usted tiene absoluta libertad para decir lo que quiera —le respondí. Al día siguiente me encaminé hacia el departamento de Borges, en la calle Maipú. El escritor me recibió con su habitual cortesía, me hizo sentar junto a él en el austero living y comenzó el reportaje. Pero antes querría aclarar que la respuesta telefónica del día anterior tenía para mí una explicación; en El tamaño de mi esperanza, libro de 1926, figura un capítulo contra Lugones, a quien Borges calificaba de «poeta frangollón y ripioso». Seguramente, arrepentido, años más tarde prohibió reeditar esa obra que, contra su voluntad, fue reimpresa después de su muerte. El rechazo de aquel libro no se debía solamente a ciertas «pedanterías de estilo» —como aduciría Borges—, sino a la actitud irreverente hacia Lugones que el escritor compartía con otros jóvenes de su época. Posteriormente, en el ensayo «Leopoldo Lugones», escrito por Borges con la colaboración de Betina Edelberg, las diatribas y sarcasmos respecto de la poesía lugoniana se convirtieron en elogios. Con todo, el más elocuente acto de contrición aparecería en el prólogo de El Hacedor, libro de 1967, donde Borges ensayó un encuentro imaginario impregnado de admiración y respeto hacia el autor de las Odas seculares, admiración que evidenció al responder a mi pregunta sobre cuáles eran para él los valores más importantes de la escritura lugoniana. El comienzo de la respuesta fue contundente: —Lugones fue y sigue siendo el máximo escritor argentino. En él se cifra toda nuestra literatura—. Y agregó—: Es sabido que aquí fue el principal poeta del Modernismo. Recuerdo que en su conversación le gustaba referirse con una gratitud filial a su amigo y maestro Rubén Darío (así lo calificaba). Como Lugones era un hombre más bien soberbio, creo que significa mucho que reconociera la influencia tutelar de Darío sobre él, aunque su obra fuera muy distinta. Lugones había leído mucho más que Darío. Escribió una prosa muy superior a la de Darío, además compuso cuentos como los de Las fuerzas extrañas en una época en que esa clase de literatura no tenía cultores. Creo, además, que todo lo que se escribió después es inconcebible sin Lugones. Un gran poeta como Ezequiel Martínez Estrada es inconcebible sin Lugones; Don Segundo Sombra es inconcebible sin El Payador. Y no podemos olvidar que Lunario sentimental fue muy anterior al movimiento ultraísta. —¿La poesía de Lugones tiene aún vigencia o podemos considerarlo un poeta del pasado? —pregunté a continuación. Presentía la respuesta: —Lugones es un contemporáneo. Más allá de las consideraciones históricas —agregó—, los versos de Lugones me causan emoción, una emoción desde luego verbal. Todos los poetas, los buenos poetas, causan emoción a través del lenguaje, pero en la obra de Lugones se siente más el lenguaje, se siente tanto que a veces se interpone entre lo que el poeta quiere decir y lo que dice. Creo que hay estrofas de Lugones que viven más allá de lo que el poema se propuso. Y Borges, con su portentosa memoria citó: —Cuando Lugones compara una puesta de sol con un violento pavo real verde delirando en oro, usa palabras que tienen como una rigidez heráldica, un esplendor, que hacen de ellas no una comparación con el ocaso, sino un objeto verbal que el poeta agrega al mundo. Comenté entonces que la obra poética de Lugones solo tiene, aparentemente, una importancia local, ya que no ha tenido la vasta repercusión de la de Darío. Borges pareció restar importancia al hecho de la difusión o trascendencia de la obra poética de Lugones, así como la de influir sobre autores de otras latitudes, como ocurrió con la poesía de Darío, e insistió en el aspecto verbal de su obra. —Si admiramos a Góngora o Quevedo —dijo—, que fueron poetas también verbales, poetas en los que se siente ante todo las palabras más que las emociones que las inspiran, creo que no podemos prescindir de Lugones. Y eso está más allá de que Lugones fuera argentino y cordobés. Por ejemplo, no se ha señalado que un libro secundario de Valle-Inclán, La pipa de Kif procede del Lunario sentimental, de Lugones. Y tras unos instantes de silencio, añadió: —Para nuestra literatura Lugones no deja de ser un hecho histórico. Se dice que Facundo y Martín Fierro significan más para los argentinos que cualquier libro de Lugones, pero Lugones, por su Historia de Sarmiento y El Payador supera aquellos libros fundamentales. Confieso que no me atreví a exponer mis dudas sobre esa afirmación de sesgo inevitablemente polémico. Preferí cambiar el eje del interrogatorio. —¿Usted conoció a Lugones? —pregunté. —A Lugones lo habré visto una media docena de veces —contestó—. El diálogo con él era difícil porque era un hombre más bien áspero, autoritario, que tendía a formular sus juicios en epigramas, y entonces cualquier tema lo cerraba inmediatamente con una sentencia. Era una especie de tribunal que juzgaba en última instancia. Entonces uno se cansaba de una conversación en la cual los temas eran efímeros. Tanto es así que al pensar en Lugones mis labios dibujan instintivamente la palabra «no», que era lo primero que él decía a cualquier idea que se ofrecía a su juicio. Yo creo que empezaba negando y luego inventaba las razones para su negativa. Era muy admirado, muy respetado, pero no creo que fuera un hombre querido. No me pareció de buen gusto recordarle que en su juventud había expresado una crítica despectiva hacia la poesía de Lugones, pero le pregunté si la actitud del poeta al proclamar «la hora de la espada» en el aniversario de la batalla de Ayacucho, había influido en el rechazo de muchos poetas jóvenes de su tiempo. Borges pareció captar la intención subyacente de mi pregunta. Contestó: —Los años me han convencido de que lo que más interesa de un poeta es su poesía y no sus opiniones políticas. ¿A quién le interesa hoy, con excepción de algunos historiadores, que Dante Alighieri haya sido güelfo o gibelino? La charla prosiguió algunos instantes más, hasta que las primeras sombras de la tarde invadieron la habitación. Borges no se daba cuenta porque estaba envuelto en su propia sombra, la de sus ojos sin luz. Por otra parte, el reportaje no debía ser muy extenso, pues el secretario de redacción me había advertido que sería el complemento de un artículo más largo. Entonces me despedí. Me hubiera gustado que Borges expresara su opinión o su hipótesis —literaria, seguidamente— acerca del suicidio de Lugones, pero la encontré en el párrafo final de su libro ya citado, el Lugones escrito con Batida Edelberg en 1955. El párrafo, pleno de lucidez y sutileza, como todo lo escrito por Borges, dice así: Acaso cabe adivinar o entrever, o simplemente imaginar, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios verbales, hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue callado y solo a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte. |
por Antonio Requeni
Texto leído en el acto de la Academia Argentina
de Letras celebrado en la 44.a Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el
13 de mayo de 2018.
Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXXI enero-junio de 2018 Nos 345-346
Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras
Link del texto: http://www.catalogoweb.com.ar/biblioteca-digital/b20172019.html
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