Sentido cultural y utópico de una  obra creadora

por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo.

La presencia de la utopía y la realidad es consustancial a toda obra creadora, y la razón utópico-realista, un atributo cualificador de todo creador con vuelo de altura.

Carpentier es un caso de mente privilegiada.  Su pensamiento profundo, escrutador de esencias, fundado en la realidad histórico-cultural, marcha junto al hombre sensible que busca sentido y razón de ser[1] a toda obra humana.  Pero razón de ser para proyectar y trascender y no para quedarse en ella como simple espectador.  Su miraje sensible –siempre cogitativo- busca sentido para acercarse al ser mediato o transitar y realizar el deber-ser.  Por eso afirma: “(...) Los hombres pueden flaquear, pero las ideas siguen su camino y encuentran al fin su aplicación (...) Me apasiono por los temas históricos (...): porque para mí no existe la modernidad en el sentido que se le otorga; el hombre es a veces el mismo en diferentes edades y situarlo en su pasado puede ser también situarlo en su presente (...) Amo los grandes temas, los grandes movimientos colectivos.  Ellos dan la más alta riqueza a los personajes y a la trama”.[2]

Es un hombre de ideas grandes y su intelección y su praxis se dirigen a lo grande y absoluto.  Como en Martí –y Carpentier lo toma de referente en múltiples ocasiones- el hombre es posibilidad infinita de excelencia y creación. Un rico cosmos pleno de espiritualidad, capaz de descubrir grandeza, porque la lleva dentro.

Su rica cosmovisión concibe la historia como hazaña de la libertad, y al hombre como su protagonista, que movido por grandes ideas y sentimientos, construye la cultura y se realiza en ella.

Hay en Carpentier un mundo inagotable, que concreta y despliega en su obra artístico-literaria.  Una obra con constante presencia del hombre en relación con el mundo.

Cada obra del gran escritor cubano realiza un proyecto humano o le abre vías de acceso.  Y cada proyecto, un modo particular de realizar la utopía sin agotarla.

Su  método y su estilo, plenos de raíz identitaria latinoamericana, como tienen por base al hombre, son al mismo tiempo cauce desbordante de ansias de ecumenismo, vocación cósmica y sentido cultural.  Y su discurso, un incesante “viaje a la semilla”, como “(...) búsqueda de la madre o búsqueda del elemento primigenio en la matriz intelectual o telúrica”.[3] Pero una búsqueda que no termina en lo que encuentra.  Lo encontrado es base generatriz de nuevas aprehensiones, discernimientos, proyectos y nuevas búsquedas de trascendencia humana. Porque lo humano en Carpentier es trascendente por esencia.  Su huella endeleble lo marca todo para vivificar el presente y proyectar el futuro, lo por venir.

Por eso en Carpentier, tal y como señala Alexis Márquez, “hay un aspecto (...) que cada día adquiere mayor importancia y significación, como es el sentido premonitorio que está presente con harta frecuencia en sus escritos. Releyendo sus trabajos periodísticos de hace veinte o treinta años, se sorprende uno al descubrir la aguda intuición que lo llevó a señalar hechos futuros que hoy son realidad plena y tangible.  Lo mismo ocurre en sus novelas y cuentos”.[4]

Su sentido premonitorio fundado en todo un quehacer prático-espiritual, capaz de vehicular pensamiento y sensibilidad, a través de grandes ideas e imágenes, da cuenta no sólo de la razón utópica realista que la encauza, sino además, de una excelsa capacidad anticipatoria, que algunos llaman “reflejo anticipado”. [5]

El reflejo anticipado o la capacidad anticipatoria es inmanente a la creación artístico-literaria de Alejo Carpentier, como le es propio, también a Martí y a los grandes creadores.  Y no es, en modo alguno, una intuición ideatoria “pura”, incondicionada y a priori. Es un ejercicio creador que traduce la necesidad, los intereses y los fines humanos, mediados por la praxis, en resultados culturales para bien del hombre y la sociedad latinoamericana.

Resultados culturales –la creación en sí misma- que nucleados en su filosofía humanista con cauces literarios de expresión, captan la existencia humana como proceso complejo, al hombre con sus fuerzas y debilidades, con sus fisuras psíquicas y sus ansias de afirmación.  Al hombre en el drama humano y sus deseos de ser, para trascender.  Pero no al hombre aislado, sino en sus circunstancias y contextos que le imponen la historia y la sociedad en que se desenvuelve.

Al mismo tiempo, el creador humanista, sin “colorear” la realidad de la vida, sus determinaciones y condicionamientos histórico-culturales, no impone a ultranza la sinrazón del vivir y la resistencia y la lucha.  No dispone, ni impone reacciones deterministas trilladas de comportamientos.  Todo lo contrario, propone alternativas de salida a los sujetos.  Crea espacios comunicativos que posibiliten la elección, es decir, la libertad que cada cual debe encontrar con sus propios esfuerzos para ser y encontrarse.  Cree en el hombre y sabe que se impone tareas para mejorar, sin olvidar que no siempre alcanza lo que quiere, pero debe luchar por lograrlo.[6] Porque la lucha misma acompaña al destino del hombre y a su sentido de la vida.  Lo que el hombre no puede olvidar es el horizonte que tiene ante sí, es decir, la utopía que todo lo mueve y los proyectos que dan acceso a ella.

Es que para Carpentier, el hombre mismo es un proyecto en pos de la libertad.  Un proyecto con necesidades que debe asumir en la praxis para realizar su ser esencial.  Si ciertamente es hijo de su época, de su tiempo histórico, de su espacio geográfico, esto no significa que fatalmente el destino predestine su existencia.  Su subjetividad, hacedora de proyectos, si bien no es una “varita mágica” salvadora,  ella puede abrirle caminos, pero “caminos que se hacen al andar”.  Se requiere de la acción asumida con pasión, fuerza y dolor para vencer obstáculos y abrirse al porvenir.

La obra de Carpentier es universal por su esencia y propósitos, y realiza su universalidad en nuestras tierras de América.  También por la conjunción de un raigal espíritu identitario latinoamericano y su siempre vocación ecuménica, en su obra, nuestra América se inserta a la universalidad con status propio.[7]

Su gran utopía, la realización de nuestra América, continúa toda una tradición con sólidos fundamentos en el pensamiento y la obra de Bolívar, Martí y otros fundadores.  Revelar el ser esencial de América Latina, las potencialidades creadoras de nuestros hombres y pueblos devino propósito primario, y su rica y vasta obra literaria, su determinación concreta.  Como en Martí, su producción literaria penetró con creces en la realidad latinoamericana e hizo mucho y dijo más para la contemporaneidad.  Consciente de los retos y acechanzas internos y externos aboga por la unidad de nuestra América, “Nuestros destinos están ligados ante los mismos enemigos (...), ante iguales contingencias.  Víctimas podemos ser de un mismo adversario.  De ahí que la historia de nuestra América haya de ser estudiada como una gran unidad, como la de un conjunto de células inseparables unas de otras, para acabar de entender realmente lo que somos, y qué papel es el que habremos de desempeñar en la realidad que nos circunda y da un sentido a nuestros destinos.  Decía José Martí en 1893, dos años antes de su muerte: “Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, nos darán la clave del enigma hispanoamericano”, añadiendo más adelante: “Es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo”. Y para entender ese pueblo –esos pueblos- es preciso conocer su historia a fondo, añadiría yo”.[8]

He ahí, el valor de una utopía cuando se hace terrenal y dialoga con la realidad.  Impulsado por la utopía de nuestra América, Carpentier echa mano a la obra.  Asume nuestra América con visión holística.  Estudia profundamente sus raíces, su historia, su cultura.  Cada obra suya, con los recursos literarios iluminadores que posibilita su oficio como creador, revela aristas inagotables de aprehensiones del ser latinoamericano y al mismo tiempo busca y crea conciencia identitaria, de pertenencia. “Y es, además –refiere Padura a lo real maravilloso- esencia histórica, orígenes, literatura comprometida, rostro y alma de América”.[9]

En la gran utopía de nuestro Premio Cervantes, lo real maravilloso, como síntesis cosmovisiva, como asunción estética de la realidad o método creativo, es al mismo tiempo un proyecto que accede a la utopía, sin culminarla.  Lo mismo que junto a él, y dándole concreción, operan entre otros, tres invariantes que asoman sin cesar en el discurso: el tiempo, el hombre y la revolución, avalados por el elan barroco “(...) que emana de nuestra realidad y se magnifica en su estilo literario”.[10] En fin, una totalidad cosmovisiva capaz de hacer transparente a la razón y a la sensibilidad la América nuestra en todas sus concreciones, en la unidad de lo diverso y en su perenne ímpetu de ser y trascender con personalidad propia en el concierto de las naciones.

Utopía y realidad, tematizan un diálogo perenne en la cosmovisión y en la praxis de Alejo Carpentier.  Y esto no es casual; estamos en presencia de un creador sensible que hizo de su oficio y la misión una totalidad unitaria inseparable.

Su oficio, como escritor proteico, todo un artista de la palabra y la imaginación creadora.  Una voluntad de estilo, con recursos literarios múltiples para recrear la realidad en relación con el hombre con inusitada originalidad y elevado espíritu cogitativo.

Su misión, un hombre consagrado al trabajo, alumbrado por una filosofía humanista que hizo del hombre y su ascensión, objeto primario de su vida.

Es difícil encontrar a un hombre creador que haga del oficio y la misión, “las dos caras de una misma moneda”, que no desarrolle en su máxima expresión la razón utópica.

Carpentier como Martí, Marinello y tantos otros fundadores, es por naturaleza y vocación, utópico.  Su raigal humanismo le abre infinitos horizontes.  No hay consagración humana al margen de la utopía, como no hay utopía al margen de la consagración humana.

Hombres de esta naturaleza creen en el valor de las ideas, y en su quehacer teórico-práctico, se guían por ellas y las construyen de nuevo, si las circunstancias lo exigen.

Carpentier fue un eterno cazador de utopía, porque creyó en el perfeccionamiento humano y en la posibilidad real de la reconciliación del hombre consigo mismo en la cultura.  Por eso hizo de su literatura grande, cauce expresivo de pensamiento alado, con luz de estrellas.

En él, filosofía y literatura se complementan recíprocamente, para imprimir al discurso, vocación cósmica y sentido cultural: todo un cosmos en búsqueda del hombre y de su creciente humanidad para realizar la grande utopía de nuestra América.

Notas:

[1] “El ser –escribe Umberto Eco- no es un problema de sentido común (es decir, el sentido común no se plantea como problema) porque es la condición misma del sentido común (...) El ser es el horizonte (...) Hay siempre algo, desde el momento, que hay alguien capaz de preguntarse por qué hay ser en lugar de nada” (Eco, Umberto. Kant y el ornitorrinco. Edit. Lumen, Milán, Italia, 1997. P. 26).

[2] Leantes, C. Confesiones sencillas de un escritor barroco. Edic. citada, p. 69.

[3] Habla Alejo Carpentier, Obra citada, p. 26.

[4] Márquez, Alexis. Homenaje a Alejo Carpentier. En de Carpentier. A. Razón de ser. Edic. citada, p. 13. Destacando el sentido premonitorio carpenteriano, Márquez añade: “La Revolución cubana ha sido para él (...) la superación definitiva del Mito de Sísifo.  Porque al  incorporarse de lleno en sus tareas, por primera vez, ha sentido que el duro batallar de cada día no es el recomienzo de la labor frustrada del día anterior, sino un avanzar sin pausa, un progresar constante hacia metas que cada día van adquiriendo palpitante realidad.  De modo que el hoy de Carpentier, militante de la Revolución y copartícipe en la construcción de un nuevo destino para su pueblo, estaba ya latente en las páginas de Los pasos perdidos” (Ibídem).

[5] “Hay en el relato ‘Semejante a la noche’ un pasaje en que este sentido de lo premonitorio alcanza un impresionante grado de lucidez.  Es una clara alusión- enfatiza Márquez- al fin de la Segunda Guerra Mundial y a la liquidación del nazismo, dice: “ahora acabaríamos para siempre con la Nueva Orden Teutónica, y encontraríamos, victoriosos, en el tan esperado futuro del hombre reconciliado”. ¿Es, acaso, aventurado pensar que en tales palabras, escritas en 1946, mucho antes del triunfo de la Revolución cubana, fueron entonces el presentimiento de lo que hoy la humanidad ha comenzado a vivir como realidad objetiva? (Ibídem, pp. 13-14). 

[6] ¿Puede el hombre moderno, sabedor de que es posible hacerlo, sustraerse a las peripecias de su época? –interroga Carpentier, a partir de una idea de los pasos perdidos-.  Mi personaje, el que habla en primera persona, lo logra. Pero su época lo alcanza –en este caso, a través de la música –como la muerte, cierta tarde alcanzó al jardinero de Ispahán, del apólogo famoso.  Todo hombre debe vivir su época, padecer su época, gozar su época -si gozos le ofrece- tratando de mejorar lo que es.  Lo demás, es literatura que responde al anhelo de evasión que –desde Rimbaud- sintieron muchos escritores, hasta muy entrados los años actuales.( Vázquez, E. “Habla para Granma, Alejo Carpentier. “Entrevista para Granma, La habana, A. 5, No. 73, p. 5, marzo 27de 1969.)

[7] “No es necesario ser guiado por un excesivo amor a nuestra América, para reconocer que en las pinturas que adornan el templo de Bonampak, en Yucatán, se nos presentan figuras humanas en escorzos de una audacia desconocida por la pintura europea de la misma época –escorzos que se aparean con muchos años de anterioridad, con el de un Cristo de Mantegna, por ejemplo.  Y eso no es todo: sólo ahora estamos empezando a percibir el singular y profundo trasfondo filosófico de las grandes cosmogonías y mitos originales de América” (Carpentier, A. Razón de ser. Edic. citada, pp. 21-22).

[8]Ibídem, p. 27.

[9] Padura, L. Obra citada, pp. 70-71.  Y agrega el especialista carpenteriano: “mientras tanto lo maravilloso sigue ahí, lo insólito continúa siendo cotidiano en esta singular América nuestra, que entendemos mejor después de leer a Carpentier... Lo importante, ahora, es que la clase magistral del narrador cubano no termine con sus libros. Hay que aprender su magnífica lección y como él, escribir la literatura que corresponde a nuestras esencias”. (Ibídem, p. 71.).

[10] Ibídem, p. 150.

 

por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana

 

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