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Camino al trabajo y medio dormido abro la puerta.
Lo primero que veo es la niña despierta.
Ella me conoce, sabe de mí y me ayuda a seguir (...)
Aclara mis pensamientos, alumbra mis sentidos
y me despeja la vista para contemplar el día.
Pero hoy la niña, como paloma intranquila,
me ha saludado de modo inusual.
Con mirada nostálgica no acaricia ni el aire ni el sol (...)
¿Será que presiente el dolor que la acecha?
No sé, pero malos presagios refleja en su rostro.
Razones tenía: una tormenta “humana”, la atacará sin compasión.
Como fieras sedientas, con machetes en mano la convertirán en espantapájaros.
Le arrancan los brazos, la cabeza, el abdomen, el tronco y su hermoso vestido verde.
Ella clama con dolor y pide ayuda, pero nadie la escucha.
El lugar que tanto alegra, parece sordo, ciego y mudo.
Nadie oye sus lamentosos quejidos y su despavorido llanto.
Han convertido a la niña verde, de ojos azules con ribetes morados en añicos deplorables.
Dos almas magnánimas, mejoran su rostro, curan sus heridas (...), y ella quiere vivir (...)
Los transeúntes, habituados a contemplar la sonrisa alegre de la niña verde,
miran consternados y con desconsuelo a la paciente víctima.
Aún pareciendo un bicho raro, sigue mirando y hasta con amor sonríe para alegrar a la gente.
Pero todavía no ha llegado su grande amigo.
El que la alimenta, la cuida y la mima.
¿Cómo podré mirarlo sin reflejar mi tristeza y causarle dolor?
Ahí se acerca, caminando cansado y mirando hacia abajo
Todavía no me ha visto, ¿o no quiere verme?
No, él siempre acostumbra detenerse frente a mí a disfrutar mi belleza.
Al fin lo hace, pero absorto, consternado, ansioso y furioso...
¡Cuánta ira y rebeldía veo en sus ojos!
Sigue detenido (...), no sube los escalones para entrar a su casa.
No toma las llaves de su bolsillo...
Su esposa abre la puerta y acongojada y triste comenta el incidente...
Nada pudimos hacer (...), tarde llegamos.
La insensibilidad desconoce la belleza y la bondad.
La destrucción de la niña verde, con ojos azules y ribetes morados se ha realizado.
Pero ella, como buena e inagotable dadora se resiste a morir.
Para fines de año seguirá alumbrando con luz de estrella.
Continuará obsequiando sus bellas flores a sus amigos de siempre:
los enamorados, los niños y a todos los ojos que llevan o quieren luz.
En noviembre estrena su vertido verde,
cicatriza sus heridas y extiende sus brazos.
En diciembre, aún apenada y tímida,
ya semeja un frondoso árbol y empieza a dar luz.
Nuevamente, bellas flores adornan la calle, el entorno y enriquecen espíritus.
Ha nacido como el ave fénix y ya hermosa como antes, olvida lo pasado.
Pero con ironía y sin odio, mira también sonriente a los malhechores
que han hecho de la poda una tala sangrienta y un evento funeral.
La niña verde, de ojos azules con ribetes morados,
sigue viviendo y esparciendo amor, bondad y belleza.
Está de fiesta, y como siempre dio amor (…), eternamente vivirá.
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