Marinello y su hermenéutica discursiva martiana. |
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Índice
Introducción
/ 2 I.
Particularidades de su hermenéutica discursiva martiana / 4 II.
Filosofía y literatura en la lectura ensayística martiana / 32 III.
La cultura y su influencia martiana / 39 IV.
El ensayo como literatura de ideas. Tras las huellas de Martí / 48 V.
Cultura, política e identidad nacional en el martiano mayor / 78 VI.
Interpretación del antimperialismo
latinoamericanista de José Martí /108 Conclusiones
/ 119 Bibliografía
/ 126
Introducción Juan
Marinello forma parte de los pensadores cubanos que continúa de modo
creador lo mejor de la tradición del pensamiento cubano y latinoamericano
de los siglos XIX y principios del XX. Su propio discurso da cuenta de
ello. Un discurso rico en profundas cogitaciones aprehensivas de la
realidad, por estar fundado en una hermenéutica analógica de fuertes raíces
culturales, donde los conceptos, las imágenes y las metáforas no hacen más
que mostrar su carácter plural, incluyente y el numen ensayístico en que
se expresa. Su
cosmovisión, muy cercana a la de Martí, se concreta en una visión
compleja del hombre en relación con el mundo y sus circunstancias. Un
miraje cósmico de la realidad, donde el hombre se refleja en el mundo, y
éste en él, con sorprendente raigambre universal. El
elan cultural - humanista, de raíz martiana, y espíritu ecuménico que
penetra su obra y su pensamiento, imprime cualidades especiales a toda su
producción intelectual, y a las determinaciones concretas en que toma
cuerpo: la ética, la política, la estética, la historia, la filosofía,
la literatura, el arte, etc. Sencillamente,
porque el sentido cultural[1]
sirve de mediación central y aporta nuevos atributos cualificadores a un
discurso hermenéutico que une en estrecha unidad conocimiento, valor,
praxis y comunicación. Esto determina y conforma un pensamiento “alado”,
pleno de ideas fundantes y de alto vuelo aprehensivo, donde la política
dialoga con toda libertad con la moral, el arte y las diversas formas de
la conciencia individual y social del hombre, en tanto todas ellas son
zonas de la cultura existencial del hombre, y expresiones de la ascensión
humana. Al
mismo tiempo, la asunción humanista – cultural de la realidad por
Marinello, que como en Martí, cree en el “perfeccionamiento del hombre
y en la utilidad de la virtud”, encauza un pensamiento, donde la utopía
es fuente nutricia de aprehensiones varias, y motor impulsor de la
conversión de la posibilidad en realidad. Por
eso su horizonte, es la vida misma que se forja cada día. Un horizonte
que espera, desespera y alza el vuelo, en pos del porvenir, capaz de
asumirse hermenéuticamente[2] para bien del hombre y la sociedad. Esta
monografía, resume varias aristas de la hermenéutica martiana de
Marinello, desarrollada durante muchos años de investigación. Con
justificada razón, Marinello ha sido cualificado como el martiano mayor.
Sus discernimientos, mediados por una hermenéutica analógica
alumbradora, han hecho de sus ensayos martianos verdaderas joyas
literarias y filosóficas con sentido cultural y complejo.
I.
Particularices de su hermenéutica discursiva martiana. Martí,
escritor americano, la obra cumbre de Marinello, según José A. Portuondo,
consagra a su autor como el martiano mayor. Al hombre de profundo
pensamiento y sensibilidad, que con miraje de hondura y alto vuelo
revelador, descubre en la “selva” del Maestro una trinchera de ideas
para todos los tiempos. “Frente a las magnas tareas presentes cobra
suprema actualidad aquella estampa en que Martí dibuja al escritor cabal
que ha de nacerle a sus pueblos: “Así digno y libre, independiente y
sabio, conocedor de los demás y de sí mismo, a la par instruido de
inspirado, así ha de ser el que en nuestros días quiera robar una
estrella más al cielo para dejarla en la tierra perpetuamente unida a su
nombre”. Admitamos la sentencia, de lindo romanticismo martiense, y
fijemos los ojos en los fundamentos de su mandato. Sigámoslo en su
advertencia dialéctica que ordenaba seguir los rumores del tiempo,
superando los rumores vencidos”.1 Su
mensaje también es y será de validez permanente. Su discurso abierto, el relieve
de las ideas, el tono conceptual y metafórico de su decir, la búsqueda
constante del alma humana, el estilo subjetivo- no subjetivista - con que
discurren sus discernimientos, para atrapar la trama humana y buscar
salida al drama del hombre, hacen del ensayismo hermenéutico martiano de
Marinello un cosmos inagotable de riqueza
aprehensiva. “Martí,
escritor americano” y “Españolidad literaria de José Martí”,
entre otros, constituyen ricas
piezas ensayísticas que ponen de manifiesto la fuerza y vitalidad de la
hermenéutica marinelliana en la aprehensión de los textos martianos, y
en la comprensión de su colorido discurso proteico y suscitador. Un
discurso, donde el relieve de las ideas, la gracia estética y la apertura
conceptual, lo convierten en paradigma de ensayismo de alto vuelo.
Hermenéutica
y referentes
ontológicos e histórico- culturales.
Hay
en Marinello una lectura especial de los textos martianos[3].
Una hermenéutica analógica[4]
de alto vuelo capaz de penetrar en un discurso que “ve con las palabras
y habla con los colores,” sin desvirtuarlo con añadiduras subjetivista
u objetivista. La
hermenéutica marinelleana es analógica e icónica por antonomasia, por
eso no pierde los referentes ontológicos, y con ello, ni se afilia al
equivocismo[5]
relativista conducente a la concepción que
la interpretación textual sólo
la pone el lector, ni al univocismo[6]
que ingenuamente o no se aferra a la “absoluta objetividad” del texto,
hasta negar la subjetividad creadora inmanente al que lee o interpreta. El
objetivismo mata la creación interpretativa, y convierte la lectura en un
acto inerte e infecundo, es decir, un acto repetitivo que no dice nada.
Sencillamente, impone, dispone, pero no propone[7].
Es que una hermenéutica realista, analógica, como bien afirma Beuchot,
debe “(…) ser un arte y ciencia de la interpretación que tiene por
objeto la comprensión del texto con cierta sutileza y penetración. Se
divide en hermenéutica teórica y en hermenéutica práctica o aplicada;
la primera es la recolección de principios y reglas que guían la
interpretación sutil y adecuada, la segunda es la aplicación de esos
principios y reglas en la interpretación concreta de un texto. Para ello
pone el texto en su contexto apropiado. Su metodología es la sutileza,
tanto de entender un texto, como la de explicar o exponer su sentido y la
de aplicar lo que dice el texto a la situación histórica del intérprete[8].
Al
mismo tiempo, “recorre los movimientos metódicos de la apropiación o
acercamiento y del distanciamiento objetivo”[9]
para situarse así en el justo medio y evitar tanto el objetivismo como el
subjetivismo, que en última instancia tergiversan lo interpretado. Este
método interpretativo de asumir la realidad martiana por Marinello, tiene
un valor heurístico extraordinario, en tanto permite o posibilita una
lectura creadora, contextualizada, y al mismo tiempo,
lo más verídicamente acertada. Una lectura comprometida con el
destino del hombre y expresada
con pluralidad discursiva, alto vuelo cogitativo y sensibilidad ecosófico
– humanista. Por eso capta el numen de la “selva martiana”, sin a
priori o supuestos preconcebidos, siguiendo su propia lógica y las
mediaciones condicionantes. Marinello
aprehende profundamente a Martí, en su vida y espíritu,
porque sabe “jugar” con un discurso incluyente, capaz de captar
con intuición el instante, permeado de sutilezas y suscitaciones varias,
donde tanto valor posee la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, etc.,
como los conceptos mismos. Por eso con razón justificada es el
“martiano mayor.” En muchos momentos nótese algunas coincidencias de
espíritu y estilo con la hermenéutica de Gastón Bachelard[10].
Particularmente, cómo a su discurso volador y utópico sabe ponerle
“bridas” para que reconozca su génesis, historia y condicionantes y
no olvide las raíces. En
los momentos actuales cobran más vigencia aún los discernimientos
marinellianos creativos, pues la fuerte emergencia de la filosofía del
lenguaje, de la semiótica y la hermenéutica
misma, si realmente ha despejado caminos y ha contribuido a la superación
del objetivismo gnoseologista del paradigma moderno, también en algunos
casos se ha ido al extremo, sobre la base de una hermenéutica, donde todo
vale, todo es interpretación, olvidándose los referentes ontológicos,
históricos, culturales. En fin, la analogía del acto interpretativo con
la realidad interpretada se desvanece para caer en los brazos del
relativismo subjetivista. La
hermenéutica de Marinello, si bien imprime un acento especial al lenguaje
martiano, a sus conceptos y metáforas, no lo convierte en única realidad
autosuficiente, al margen de sus referentes ontológicos e histórico –
culturales. Ciertamente, para Marinello el lenguaje no es sólo medio de
comunicación y exteriorización encarnada del pensamiento. Es eso y mucho
más, pues su calidad creativa, constructiva, le es inmanente, pero sobre
la base de varias mediaciones determinadoras y condicionantes.
En fin, el lenguaje no es la morada del ser, en el sentido heideggeriano,
ni la interpretación misma hecha lenguaje, como en el giro ontológico
de Gadamer, donde el lenguaje, en tanto objeto de la comprensión, es en sí
mismo el ser. Se interpreta
la lingüisticidad del ser a
un grado extremo de absolutización tal, que el ser mismo es lenguaje. Así,
expresa Gadamer: “Nuestra reflexión ha estado guiada por la idea de que
el lenguaje es un centro en el que se reúnen el yo y el mundo, o mejor,
en el que ambos aparecen en su unidad originaria. Hemos elaborado también
el modo como se representa este centro especulativo del lenguaje como un
acontecer finito frente a la mediación dialéctica del concepto. En todos
los casos que hemos analizado, tanto en el lenguaje de la conversación
como en el de la poesía y en el de la interpretación, se ha hecho
patente la estructura especulativa del lenguaje, que consiste no en ser
copia de algo que está dado con fijeza, sino en un acceder al lenguaje en
el que se anuncia un todo de sentido. Esto nos había acercado a la dialéctica
antigua porque tampoco en ella se daba una actividad metodológica del
sujeto, sino un hacer de la cosa misma, hacer que el pensamiento «padece».
Este hacer de la cosa misma es el verdadero movimiento especulativo que
capta al hablante. Ya hemos rastreado su reflejo subjetivo en el hablar.
Ahora estamos en condiciones de comprender que este giro del hacer de la
cosa misma, del acceso del sentido al lenguaje, apunta a una estructura
universal-ontológica, a la constitución fundamental de todo aquello
hacia lo que puede volverse la comprensión. El ser que puede ser
comprendido es lenguaje. El fenómeno hermenéutico devuelve aquí su
propia universalidad a la constitución óntica de lo comprendido cuando
determina ésta en un sentido universal como lenguaje, y cuando entiende
su propia referencia a lo que es como interpretación. Por eso no hablamos
sólo de un lenguaje del arte, sino también de un lenguaje de la
naturaleza, e incluso del lenguaje de la cosas”[11]. Esta
concepción, en parte continúan la hermenéutica de Heidegger, pero en el
caso de Gadamer, sin superarla en su totalidad, la matiza con nuevas
aprehensiones que historizan y contextualizan los horizontes donde deviene
y opera el lenguaje. Así expresa: “El lenguaje no es sólo una de las
dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está en el mundo,
sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente
tengan mundo. Para el hombre el mundo está ahí como mundo en una forma
bajo la cual no tiene existencia para ningún otro ser vivo puesto en él.
Y esta existencia del mundo está constituida lingüísticamente. Este es
el verdadero meollo de una frase expresada por Humboldt con otra intención,
la de que las lenguas son acepciones del mundo. Con esto, Humboldt quiere
decir que el lenguaje afirma frente al individuo perteneciente a una
comunidad lingüística una especie de existencia autónoma, y que
introduce al individuo, cuando éste crece en ella, en una determinada
relación con el mundo y en un determinado comportamiento hacia él. Pero
más importante aún es lo que subyace a este aserto: que el lenguaje no
afirma a su vez una existencia autónoma frente al mundo que habla a través
de él. No sólo el mundo es mundo en cuanto que accede al lenguaje: el
lenguaje sólo tiene su verdadera existencia en el hecho de que en él se
representa el mundo. La humanidad originaria del lenguaje significa, pues,
al mismo tiempo la lingüisticidad originaria del estar-en-el-mundo del
hombre. Tendremos que perseguir un poco más la relación de lenguaje y
mundo si queremos ganar un horizonte adecuado para la lingüisticidad de
la experiencia hermenéutica.”[12] Momentos
interesantes del devenir del lenguaje en el acto interpretativo están
presentes en la hermenéutica gadameriana, pero olvida otras mediaciones
esenciales, inherente a la lingüisticidad de la experiencia hermenéutica.
Si ciertamente, “el lenguaje sólo tiene su verdadera existencia en el
hecho de que en él se representa el mundo”, la propia representación
del mundo está mediada por múltiples aristas inmanente al devenir de la
actividad humana (conocimiento, valor, praxis, comunicación), en tanto
modo de existencia de su misma realidad social, concretada en la cultura,
así como las condiciones en que se realiza en tanto tal: necesidad –
interés – fin – medios y condiciones, hasta el resultado final de la
representación y aprehensión del mundo. Esto significa que no es
posible hacer del lenguaje única realidad aprehensiva, al margen de la
toda la complejidad de determinaciones y condicionamientos de un proceso
dialéctico, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, a
través de la praxis. Sin
embargo hay aspectos esenciales revelados por Gadamer que se dirigen a una
comprensión hermenéutica más profunda y realista, al asumir lo histórico
desde una nueva epistemología. En su criterio. “el problema epistemológico
debe plantearse aquí de una forma fundamentalmente diferente. Ya vimos
(…), - enfatiza - que Dilthey comprendió esto pero que no fue capaz de
superar las ataduras que lo fijaban a la teoría del conocimiento
tradicional. Su punto de partida, la interiorización de las «vivencias»,
no podía tender el puente hacia las realidades históricas, porque las
grandes realidades históricas, sociedad y estado, son siempre en realidad
determinantes previos de toda «vivencia». La autorreflexión y la
autobiografía -los puntos de partida de Dilthey- no son hechos primarios
y no bastan como base para el problema hermenéutico porque han sido
reprivatizados por la historia. En realidad no es la historia la que nos
pertenece, sino que somos nosotros los que pertenecemos a ella. Mucho
antes de que nosotros nos comprendamos a nosotros mismos en la reflexión,
nos estamos comprendiendo ya de una manera autoevidente en la familia, la
sociedad y el estado en que vivimos. La lente de la subjetividad es un
espejo deformante. La autorreflexión del individuo no es más que una
chispa en la corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los
prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad
histórica de su ser.”[13] En
esta línea interpretativa otorga un papel importante, significativo a los
prejuicios[14]
(preconceptos), como condición de comprensión, siguiendo el círculo
hermenéutico heideggeriano, pero con un sentido histórico cultural más
connotado, en tanto, valora la importancia de la tradición y otras
mediaciones que lo acercan a ver incluso, algunos momentos del papel de la
praxis histórico – social, así como concebir la comprensión como fusión
de horizontes, pues “la resurrección del sentido del texto se
encuentran ya siempre implicadas las ideas propias del intérprete. El
horizonte de éste resulta de este modo siempre determinante, pero tampoco
él puede entenderse a su vez como un punto de vista propio que se
mantiene o impone, sino más bien como una opinión y posibilidad que uno
pone en juego y que ayudará a apropiarse de verdad lo que dice el texto
“(…) , descrito
esto como fusión de horizontes. Ahora podemos reconocer en ello la forma
de realización de la conversación, en la que un tema accede a su expresión
no en calidad de cosa mía o de mi autor sino de la cosa común a ambos,
”[15]
porque sencillamente, “lo que llega a nosotros por el camino de la
tradición lingüística no es lo que ha quedado, sino algo que se
trasmite, que se nos dice a nosotros, bien bajo la forma del relato
directo, en la que tienen su vida el mito, la leyenda, los usos y
costumbres, bien bajo la forma de la tradición escrita, cuyos signos están
destinados inmediatamente para cualquier lector que esté en condiciones
de leerlos. El
que la esencia de la tradición se caracterice por su lingüisticidad
adquiere su pleno significado hermenéutico allí donde la tradición se
hace escrita. En la escritura se engendra la liberación del lenguaje
respecto a su realización. Bajo la forma de la escritura todo lo
trasmitido se da simultáneamente para cualquier presente. En ella se da
una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la
conciencia presente tiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto
se ha trasmitido por escrito.”[16]
Hermenéutica,
riqueza expresiva del lenguaje y compromiso
social. El
discernimiento aprehensivo del discurso martiano por
Marinello, sin minusvalorar el valor creativo del lenguaje, no hace
del mismo centro especulativo, frente a la mediación dialéctica del
concepto, que se engendra en la propia historia de la realidad
asumida por el ser humano, como acto práctico y teórico a la vez,
y donde confluyen muchas aristas interpretativas, necesarias para
captar la esencia del texto[17],
y sobre todo, al hombre mismo.
Es una hermenéutica analógica icónica,[18]
que no separa la riqueza expresiva del lenguaje literario,
del compromiso social, es decir, el oficio
de la misión del hombre[19].
Sencillamente, refiere a Martí: “Por dondequiera que toquemos ese orbe
firme y afiebrado de su papelería le sentimos la avidez erguida y
trabajadora y el laudo de las sienes desveladas. Por lo que aquí también,
por este camino de su literatura que parecía alejamiento, desembocamos en
el asombro de una vida sin semejanza. Y una vida de esta categoría es
mucho más que una vida; es un hecho moral. Y frente a un hecho moral que
se muestra por la escritura queda en un plano secundado la indagación de
las características formales. De allí que leer un artículo o un
poema de Martí, y a veces un solo verso y una sola línea, sea una
responsabilidad de meditación en el hombre y en su mensaje. Lo que
comienza por anotación crítica termina siempre por entendimiento
trascendente”[20]. Meditación
en el hombre y su mensaje, es para Marinello cauce hermenéutico para
penetrar en el “orbe firme y afiebrado de la papelería” de Martí. Lo
que en otro momento él bautiza como “selva martiana”, y aconseja
seguirla en sus entrañas, es decir, culturalmente, para aprehenderla con la mayor hondura posible. Por
eso, su revelación martiana le permite afirmar: “el impulso creador de
Martí no se murió en él porque es una resonancia y una continuidad,
porque puso su voz en la impaciencia noble de los hombres y,
apasionadamente, en el destino de sus pueblos. Por largo tiempo todavía,
mientras subsistan las realidades primordiales que contempló, su
advertencia será oportuna y fecunda. Y después, cuando hayan sido
cambiados por otros mejores, todavía tendrá vigencia su lección de
preguntar al hombre americano – con virtud artística - cuál es su
pesadumbre y hacia dónde apunta su esperanza”[21].
No
se trata de una interpretación, que vaya más a la lingüisticidad formal
y modos literarios decorativos. Es una acción interpretativa que se sitúa
en el hombre mismo sociohistóricamente
determinado por mediaciones múltiples, pero que al mismo tiempo crea con
soberana libertad, porque su obra es expresión consumada de los anhelos
del pueblo y la época en que deviene. “José Martí – enfatiza la
hermenéutica marinelliana - es un hombre trascendental en el sentido más
limpio del vocablo. La peregrina circunstancia de escribir con la sangre
de la conducta, de realizar la vida en las palabras, muda de lugar y de
sentido los problemas que por lo común se levantan frente a los
escritores extraordinarios. Se puede discutir largamente si un gran poeta
de ayer fue clásico o romántico, si un ensayista de hoy se inclina al
misticismo o se decide por la experiencia estricta. Cuando se plantean
frente al escritor José Martí cuestiones de esta entidad hay que
resolverlas en otro terreno, en el de la actividad del hombre ejemplo:
hemos de preguntarnos si José Martí, hombre pensador y activo que
escribe insuperablemente, es romántico o clásico, religioso o
materialista. A los que están familiarizados con estas cosas no se oculta
la importancia de esta traslación de cuestiones capitales. Un hombre de
esta calidad, que se produce como unidad ascendente, abre las más duras
preguntas filosóficas. Así, al hablar del romanticismo en el caso
martiano, se levanta la cuestión a un nivel primordial, se eleva la
indagación a un plano previo de mucha cuantía: tendremos que
preguntarnos -y que contestamos -si el romanticismo es un movimiento
literario que da carácter a una época, o si se trata de un modo de
entender la vida tan viejo corno el mundo. Pero,
no queriendo Martí el oficio de escritor sino el de hombre, como dice
alguna vez, llega a ser el más rico, el más original, el más entero de
los escritores hispánicos de América. Lección definitiva para
los que todavía ponen en duda que la grandeza del artista viene de
sus íntimas potencias de hombre, y que éstas tendrán tanta fuerza
cuando se hayan asimilado la sed de un pueblo y el querer de una época”[22]. Devela
sus grandes cualidades como escritor, pero no como atributos
cualificadores aislados, sino insertos en sus íntimas potencias de hombre, que en el sentido
marinelliano – y también martiano – significa síntesis cultural
humana, fuente de progreso y sensibilidad y razón para aprehender la
historia y ser espíritu del pueblo. Por eso, ‘la vida fue para Martí
corriente tumultuosa, rica y cambiante, contradicción y ascensión[23],
en pos de la perfección del hombre y del cumplimiento del deber[24]. Hay
en Marinello - de modo consciente- una intención hermenéutica penetrante
del paradigma martiano. Indagación perspicaz que soslaya toda apología
fragmentaria de rasgos y cualidades supremas del Grande Hombre. Más le
preocupa desentrañar esencias fundantes que expliquen y den razón y
cuenta de una vida cuya misión y oficio se integran en unidad
indisoluble. Para ello, encuentra un camino: el hombre mismo en sus múltiples
mediaciones y condicionamientos, el hombre en su condición humana, en su
dación a la verdad, al bien, la belleza y la dignidad, mediados por el
amor fundante[25].
Una
hermenéutica que revela al hombre que cultiva humanidad. En
la obra de Martí descubre todo un cosmos de humanidad y al mismo tiempo,
un modelo prefigurante de valores creadores. En su reino, que es sobre
todo el hombre, impera la idea del cambio, la revolución y creación
humana en sus expresiones diversas. No hay lugar en Martí –y
Marinello lo descubre y divulga- para la deslealtad, la vileza y la
venganza estéril. Hay
mediaciones esenciales que Marinello revela, para conceptuar y concebir la
política como determinación cultural, al servicio de la identidad
nacional o regional. Mediaciones que encuentra o deduce de su propia
concepción, de la “…total identificación entre el escritor y el
hombre”[26]
que, como en Martí “… lo romántico se enriquece, se supera… por el
choque con la realidad”[27]. Es en el obrar humano,
su actividad, que imbuido por motivos nobles despierta sensibilidad y con
ello comportamientos políticos. “Lo sorprendente, lo impar de su caso
–por supuesto, se refiere a Martí- está en que la queja del artista,
sensible de la piel a la entraña, y el entusiasmo del líder, erguido
hasta el fanatismo, se maridan y asocian a lo largo de toda su existencia;
a veces en el mismo cuerpo de un escrito.”[28] Cree
en el hombre y cultiva humanidad. Su vida es toda una cultura al servicio
del porvenir, una “real utopía” que en tanto tal, anticipa, modela y
preludia una sociedad fundada en lo moral. “En Martí -señala el
intelectual cubano- el escritor es, como el héroe, un obrero del
porvenir, un espíritu sediento de convivencia ennoblecedora. Su prosa y
su verso son instrumentos políticos en el más estricto y ambicioso
sentido. Su literatura, como su acción, son desvelo cubano y trabajo por
un tiempo nuevo; por ello, para los cubanos su obra sobrepasa la
vigilancia profesoral y la consideración placentera del hombre de
sensibilidad.”[29] Esta
perspectiva hermenéutica
profunda, reveladora de esencias, donde los conceptos y las palabras, en
general, devienen núcleos proteicos del discurso, en cuanto a vitalidad,
color y fuerza que despliega, fructifica,
porque con maestría profesional y sin atenerse sólo a las fuentes del
Maestro, es capaz de penetrar “en el terreno de la actividad del hombre
y sus condicionantes objetivo y subjetivo. Marinello
escudriña y cala en la “selva martiana”, compuesta por esencias con
elan interpretativo plural, y
capta con espíritu creador su trascendencia en la empresa moral que
inaugura y en su mensaje paradigmático que le es inmanente, apoyado y
enriquecido por ser todo un estilo -en opinión de Unamuno-, “pues,
porque poseyendo el ímpetu, tiene el vehículo y porque el vehículo, la
lengua, es tan excepcional como la llama que lo lanza a ganar hombres por
los caminos de la belleza “[30] Una
obra fundadora, trascendente, plena de universalidad y contemporaneidad no
adviene ni transcurre sobre pivotes débiles. Y ese es el gran mérito de
Marinello, es decir, tomar conciencia plena del problema e ir a la búsqueda
de sus fundamentos. Primero, no contentarse sólo con “el genio
escritor”, caracterizado por Rubén Darío, “como una prosa profunda,
llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música”, ni con el
criterio del ensayista colombiano Baldomero Sanín Cano, que la definía
como “prosa maciza y elástica, con una sobriedad y elegancia helénicas,
cargadas de emociones sinceras en una continua reverberación de imágenes.”
Más que a la forma, y por supuesto, lo anterior no se reduce a ello,
Marinello enfila su pupila penetrante a las esencias del fundador y
preludiador de época, con sentido hermenéutico analógico, es decir, sin
obviar los referentes ontológicos y culturales del discurso. Revela
atributos cualificadores de la subjetividad humana martiana, que si bien
otros autores han hecho alusión, en la totalidad marinelleana emergen con
calidad propia, y sobre todo, como momentos de un todo que sintetiza
revolución y creación humanas, espíritu innovador y compromiso social. La
axiología martiana en la hermenéutica de Marinello, concebida como
sistema de valores e ideales humanos aparece inserta en esa totalidad
caracterizadora del Maestro, que integra en síntesis, sentimientos y razón.
Totalidad dialéctica abierta, cimentada en una ética consustancialmente
realista, donde el amor resulta su mediación central y núcleo
estructurador, pues ‘Martí amó con afán penetrador cuanto le era
cercano.”[31] El amor en Martí – según
la hermenéutica de Marinello - incluye expresiones disímiles del
quehacer humano: la amistad sincera, el cariño, el disfrute estético, la
contemplación de la naturaleza, la pasión humana por el trabajo, la
libertad, el sentimiento filial y conyugal, la defensa del bien, el echar
suerte con los pobres, la ternura en sus diversas dimensiones, la defensa
de la dignidad y el decoro del hombre, en fin, preside y penetra tres
atributos cualificadores de la subjetividad humana que en el paradigma
martiano se revelan como categorías centrales: el Bien, la Belleza y la
Verdad. Al
mismo tiempo, reconoce la influencia mística en Martí, y logra
emparentarlo con Santa Teresa, pues “una y otro revelan esta interna
tragedia del amor vestido de uniforme, de la ternura que se esconde
dolorida para lograr, tras la pugna borrascosa, la clara justicia que no
les tocará gozar. “[32] En
Marinello -y con esto logra, una vez más, ver la parte en el todo y en
sus raíces -la axiología, y el amor como su atributo central, no
constituyen un aspecto aislado de eso que llama Hombre, en tanto expresión
cultural humana. Por eso Verdad, Bien y Belleza resultan inaprehensibles
humanamente, si no son asumidos con las potencias telúricas del amor, que
es al mismo tiempo ternura, dignidad, lucha y redención del hombre.
“José Martí, hombre de inteligencia soberana, dijo una vez que la
inteligencia no es lo mejor del hombre. ¿Anti-intelectualisnio? ¿Condenación
a la cultura?, se pregunta Marinello, y responde, sin mediación alguna:
“No. Entendimiento maravilloso del valor
de la cultura y de la vida. Martí fue un libertador en la medida más
exacta. Por ello “la inteligencia que
sostiene el privilegio de los libros que alargan la opresión son para él
cadenas del hombre.”[33]
Una
interpretación que sigue la lógica particular del objeto y establece
diferencias. En
Martí, la cultura es concreción de la actividad humana en sus cuatro
atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación.
Producción material y espiritual humana, en y por el hombre. Por eso la
concibe como ser esencial humano y medida
de ascensión del hombre. Sobre
la base de estas premisas, es fácil, entonces, explicar el nexo martiano
entre la concepción cultural y el ser, quehacer y sentir del hombre, que
con tanta maestría revela la hermenéutica marinelliana, en Martí. Es
que para Martí, el ser
existencial humano, su quehacer y sentir constituyen hechos culturales.
Para Martí- algo propio, y diferente a su tiempo, que descubre Marinello-
la relación Hombre – Naturaleza, es una relación, donde el hombre se
naturaliza y la naturaleza se humaniza. No olvidemos el sentido cósmico -
ecosófico de su visión del hombre en relación con el Universo, que
tanto acentúa la hermenéutica marinelliana y también la de Medardo
Vitier. Dos grandes martianos que al interpretar a Martí, fieles a su
legado, no perdieron de vista los referentes ontológicos de su discurso
ensayístico, así como su numen cósmico, su visión ecuménica y el espíritu
de raíz humana. “(…) eso, la naturaleza humana, su modo
de comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí".[34] Pero la naturaleza humana inserta en el
Universo. El sentido cósmico
nuclea su cosmovisión. Hay
una concepción unitaria del ser complejo, cualificado por la analogía,
el equilibrio y la armonía universal.
"Martí vivió -dice Vitier- como una fuerza espiritual -eso
era en esencia- en contacto perpetuo con el misterio del universo.
Recuérdese aquella línea de sus versos sencillos: "y crece
en mi cuerpo el mundo…" De ahí que sintiera como suyo ese modo de
panteísmo que vibra en Emerson, desligado de todo credo formal.
Así dice Martí: "Para él no hay cirios como los astros, ni
altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y
profundas." Quién lea los Versos Sencillos hallará no
pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica.
Se siente allí un espíritu atraído por la Naturaleza, ganoso de
descansar de los hombres... |
"Yo sé de Egipto y Nigricia, de Persia y de Jenofonte, y prefiero la caricia del aire fresco del monte." "Yo sé las historias viejas del hombre y de sus rencillas, y prefiero
las abejas volando en las campanillas."[35] |
Al sentido cósmico - naturalista, presente
en el pensamiento filosófico de Martí, M. Vitier agrega, el finalismo,
que según él, "(...) late acá y allá en sus artículos.
Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magníficas por
las entrañas de la Historia". Esos
credos, que caen en lo metafísico, le robustecían la fe en cosas más
inmediatas y palpables. He ahí
cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno.
Esa es la unidad profunda que vio.
Vidente, pues, en ese sentido. A veces declara explícitamente su visión
de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el
Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y
análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia
de los hechos espirituales". Insiste en eso -en la sustantividad de lo
espiritual-. El le halla
esfera propia. También
gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo.
Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno".[36] En la Cosmovisión martiana, tanto Marinello
como M. Vitier lo enfatizan, la espiritualidad del hombre es esencial, su
subjetividad, como agente histórico-cultural.
Lo que no significa que lo hiperbolice.
Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad
inseparable. Recuérdese la
polémica en el Liceo Hidalgo, de México.
Incluso aboga por una filosofía de la relación que no separe lo
ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos.
Simplemente que lo aborde en su relación. Hay en Martí, en su pensamiento, acuciantes
notas espiritualistas. Cree
en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espíritu,
sin embargo no se desliga de la
realidad inmediata.
Sus convicciones
ideopolíticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa,
sin matar su raíz utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande,
pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta
al pensamiento de lo absoluto. Todo
ha de hacerse -declara Martí, de manera que lleve la mente a lo general y
a lo grande. La filosofía no
es más que el secreto
de la
relación de
las varias
formas de
existencia".[37] En gnoseología somete a crítica el
apriorismo y el subjetivismo. Considera
la realidad como fuente del conocimiento.
"En el hombre, -cree Martí- hay fuerza pensante, pero esta
fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes."[38]
Además "hay armonía entre las verdades, porque hay armonía
entre las cosas".[39] Su epistemología hermenéutica, siguiendo
la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo
sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único,
con referentes reales[40]. Al mismo tiempo, su siempre razón utópica
-rasgo propio de los grandes- no lo llevan a separar la teoría de la práctica. El "espiritualismo martiano", la
sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su
filosofía social. En su
concepción, el
hombre, como
sujeto sociocultural,
reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo. En la naturaleza -concepto amplio en Martí- integra todo, lo
espiritual y lo material; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un
ser activo, hacedor de historia y cultura y condicionado sociohistóricamente,
pues "nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su
pueblo".[41]
Un
discurso pleno de sentido cultural y vocación ecuménica que hace centro
suyo al hombre (con sentido ecosófico) en búsqueda constante de su ser
esencial y su ascensión ético-humana descubren Marinello y M. Vitier.
Un pensamiento que conjuga en su despliegue crítico, imágenes y
conceptos para aprehender la realidad en su máxima riqueza de mediaciones
y matices. Sobre la obra y el pensamiento de José Martí
se ha escrito mucho, no así en su arista filosófica propiamente dicha.
Medardo Vitier, en su "Martí, estudio integral, revela con
profundidad la esencia filosófica de la obra martiana, particularmente su
concepción del hombre, el sentido de la vida y los valores que le sirven
de cauces de realización humana. Logra
en función del objetivo propuesto, "situar a Martí en su mundo,
mostrando su mentalidad y eticismo, y las corrientes de cultura que alcanzó
y reflejó".[42]
El autor devela los caracteres de cubanidad, americanidad,
hispanidad y universalidad del Maestro, incluyendo la dimensión filosófica
y sobre todo la axiología que encauza su programa filosófico-pedagógico.
Con gran maestría Medardo Vitier descubre los temas esenciales,
subalternos y ocasionales en la obra del apóstol. El sentido histórico-cultural -inmanente a
su estilo- aflora espontáneamente en su aprehensión martiana.
Sencillamente hay que ser sensible -y M. Vitier lo fue en grado
sumo- para captar sensibilidad, y ésta se percibe culturalmente.
En la cubanidad de Martí, premisa
necesaria de su
americanidad y universalidad -partir de la raíz con ímpetu ecuménico-
revela el valor de la tradición. "Al
hallar una ejemplar tradición revolucionaria y al vincularla con su obra,
fijó para la cultura pública la importancia del pasado.
El pasado no significa compromiso de repetición.
Los problemas cambian. Lo
que persiste es -enfatiza M. Vitier- por una parte, el nexo espiritual que
conduce a la gratitud, y por otra, la actitud de los antepasados.
La actitud de elevación y de honradez no envejece, aunque los
problemas sean diferentes. Eso
es lo que sintió Martí, y -lo reitero- no sólo se valió de esa fuerza
sino que fijó para la posteridad el valor social de la tradición.
Mientras más original es un guiador -sea en el pensamiento o en la
acción- más se atiene a las formas superiores de lo humano, si los halla
en sus antecesores. Originalidad
-excelente idea de M. Vitier, asumiendo al Apóstol- no es desvinculación;
no lo es, si bien se mira,
ni aun en las
direcciones más excéntricas
del arte."[43] La tradición funda[44].
Es memoria para dialogar y buscar lo mejor.
Es viviente raíz para insertarse a lo universal con status
propios, de ahí su valor social... Y M. Vitier con fina sensibilidad
hermenéutica lo revela en Martí. Esto explica por qué Martí, sin desechar a Varela, a Luz, a
Mendive, asume a Emerson y otros pensadores, sin dejar de ser Martí.
Fuertes raíces alimentan el frondoso follaje y le abren cauces
hermenéutico- culturales insospechados. Estas ideas de M. Vitier son coincidentes
con la aprehensión marinelliana del Apóstol cubano, y al mismo tiempo,
claves hermenéuticas para penetrar con sensibilidad inusitada en la
“selva del Maestro.”[45] Por supuesto, el “martiano mayor” no se
queda en la tradición, ni en las influencias, coincidencias y
confluencias de Martí con sus raíces. Va más lejos. Encuentra más… Marinello,
no sólo revela las diferencias existentes entre Martí y los
románticos, modernistas y pintores abstractos
que no vinculaban su oficio a la misión humana y se regodeaban en
el discurso o en la obra artística pura al margen del drama humano y los
intereses reales del pueblo. Su incisiva hermenéutica analógica,
aprendida de Martí y pivoteada por su formación marxista, lo dirige a
las propias fuentes maternas de la lengua martiana. “Su
encrespamiento sonoro y emocionado – refiere al discurso de Martí - se
volverá economía tajante; su queja romántica, convicción serena y
acerada. No habrá mejor belleza, sino belleza distinta en el hijo leal.
Nadie denunciará la filiación perfecta, porque, por ser hondamente
martiano, será también, como Martí, entidad sintética y ansiosa, sano
y batallador en una escritura sorprendente, llena de cicatrices ilustres y
crecida en el ejercicio de dominar sobre los pariguales. Como Martí, -el
hijo de su letra será hombre de comunicación y mando, de misión y
destino, hombre de pueblo y multitud en su propósito vital; y hombre
solitario, sin hijos evidentes ni sucesores ostensibles, en la palabra
inesperada.”[46]
Pero asido a las raíces con vocación ecuménica, inusitada originalidad
y espíritu creador. “El
no entendimiento, o e1 mal entendimiento de la originalidad literaria de
José Martí, - escribe Marinello - ha desorientado a muchos en la
consideración de su obra (…) En el intento, legítimo, de encontrarle
filiación a la obra martiense, sale a plaza lo de su españolismo
literario. Yo creo que ha llegado la hora de poner en orden, en límite,
esta interesante cuestión. Veamos cómo debe, a nuestro juicio,
entenderse – enfatiza Marinello. Está
en el verso y en la prosa de Martí, muy visible, muy viviente y muy
sostenida, la marca de España. La llevaba en la sangre canaria y
valenciana; la heredaba sin hurtarla. Su posesión pasmosa de lenguas y
culturas, la genuina universalidad de su visión, no podían apartarlo del
dominio enérgico, carnal, pleno, de la lengua de sus padres. Martí sabía
que «la vida necesita raíces permanentes». Era demasiado sensible y
demasiado avisado para beber con desgano frívolo la leche del Arcipreste
y de Cervantes.”[47]. Marinello
descubre que “toda lengua es un camino; por alguno ha de transitarse, y
sólo se llega a la altura con respiros sobrados para la propia voz cuando
el camino recorrido es muy familiar, muy nuestro. Martí sabía que la
lengua exige, para dar el fruto más válido, un amor difícil y sabio, de
superficie y de entraña, de esperas y solicitudes. Martí amó con afán
penetrador cuanto le era cercano, El idioma, que le venía en las venas,
había de ser para él amor sin tibiezas ni traiciones. Ningún escritor
americano posee su raigal españolismo idiomático. Cuando algunos españoles
lo reclaman suyo por razón del habla y de la escritura tienen mucha razón,
pero no toda la razón. Las
grandes fidelidades tienen instantes de puntual reverencia (…). De ahí
viene que muchas gentes -y yo me incluyo entre los pecadores, y el
arrepentimiento me salve-, hayan dictaminado que nuestro escritor está
hecho a la sombra de algunos maestros españoles y que su prosa es a veces
Gracián, más allá Quevedo y a trechos Santa Teresa.[48] Son
indiscutibles las influencias, coincidencias y confluencias con las
fuentes españolas. Incluso, Martí, como señala Marinello, se promete a
sí mismo hacer libros “con su propio modo de ver y lenguaje”. Pero
realmente el sello martiano brilla por su presencia, y es perceptible en
todas partes. Su sensibilidad cósmica, su rica espiritualidad y sus
convicciones ideopolíticas, imprimen un elan especial a su discurso y a
las otras mediaciones
coincidentes que encauza, y Marinello lo devela con profundidad. “No
puede haber consciente imitación de los padres de la lengua. No hay
sucesión sino coincidencia, no obediencia sino entendimiento en la maestría
expresiva y en parecidas actitudes del ánimo. Una revisión completa de
la obra de Martí ofrecería de seguro una riquísima escala de
inflexiones españolas, desde las muy remotas hasta las muy cercanas,
desde las recibidas por la vía profunda de la evocación erudita hasta
las admitidas en el contagio de la polémica”[49].
“Y en cada ocasión encontraríamos la entraña idiomática abonando
coincidencias de la sensibilidad o del pensamiento.”[50] Es
que la hermenéutica de Marinello va a las raíces y a la vocación ecuménica
del discurso martiano. En Martí, devela influencias confluencias y
coincidencias con las raíces cubanas, fuentes españolas y otras.
Lo teresiano[51],
lo gracianesco[52], lo quevedesco[53] merodea como duende en la
obra martiana, pero teñida por su subjetividad
y por su estilo rutilante propio[54].
Ya en Martí las ideas, pensamientos y sentimientos alados devienen
cosecha propia. Por supuesto, existe un círculo hermenéutico[55]
insoslayable, es decir, todo
un aval cultural que precede a la aprehensión hermenéutica, a la
interpretación textual, a la comprensión del texto, expresado en saberes
previos, que en gran medida, como preconceptos, pre-juicios, (precomprensión),
etc., integran la tradición. Tradición
que afirma, se supera, y condiciona
un discurso analógico en sus varias determinaciones y mediaciones[56],
que sin inmovilizarlo en su obrar creativo, evita caer en los brazos del
relativismo subjetivista. Esto
lo desentraña y revela la hermenéutica de Marinello en Martí. Por eso
puede seguir el método martiano por analogía y diferencias al mismo
tiempo, sin mengua de su
grandeza, y penetrar en las sutilezas de la selva del Maestro.
Sencillamente, como martiano y marxista sabe seguir la lógica particular
del objeto especial, sin obviar la complejidad, las diferencias específicas
y la pluralidad discursiva. Por eso, hizo mucho, dijo más…, y seguirá
diciendo… En
los momentos actuales, cuando algunas corrientes de pensamiento intentan
“hermeneutizar” la aprehensión de la realidad, mediante un
equivocismo absoluto, conducente al relativismo subjetivista, la hermenéutica
analógica icónica que no olvida los referentes reales
y el sentido histórico - cultural de toda interpretación, resulta
necesaria e imprescindible. Por eso, la hermenéutica marinelliana
discursiva martiana es un ejemplo paradigmático que abre caminos y señala
horizontes. Del
mismo modo, ante las posiciones contrarias al equivocismo absoluto, es
decir, al univocismo objetivista, también la hermenéutica del martiano
mayor constituye un baluarte inexpugnable. Su acción interpretativa es la
antítesis de ambas visiones reduccionistas, porque se afinca
creadoramente en la idea alada martiana, hecha cultura en él, de que
“la vida humana es la mutua
e indeclinable relación de
lo objetivo y lo subjetivo”[57], y la interpretación,
por la propia analogía que debe mantener con la realidad que interpreta,
constituye una metáfora de la vida, en su más amplia extensión
connotativa[58]. Estamos
en presencia de una rica hermenéutica analógica icónica marinelliana,
capaz de revelar la esencia del discurso martiano con la mayor objetividad
posible. Una hermenéutica incluyente, donde los momentos conceptuales y
los metafóricos “juegan” en una dialéctica interpretativa amplia,
compleja y plural.
II. Filosofía y Literatura en la lectura ensayística martiana. Ensayismo con filo, de raíz incluyente y humano ecumenismo: “(…), porque lo que
quieren los hombres, escritores o no, de mi orilla ideológica, es que los
intelectuales honestos y ansiosos de obra duradera, trabajen en el área
de su foro propio por la llegada de una realidad social que, por su
radical justicia, permita e impulse tareas creadoras (...) Y ese trabajo
ha de producirse sin banderías excluyentes ni parcialidades
debilitadoras.”
Juan Marinello, “Meditación Americana”. La
gran obra no se cualifica por la dimensión cuantitativa de conocimientos
e información, sino ante todo por lo que dice y suscita para el presente
y la posteridad. Precisamente el ensayismo martiano de
Marinello hizo mucho, pero dijo más. Se trata de un ensayismo
ansioso de humanidad, que conjuga en estrecho haz filosofía y literatura,
con elan cultural, y que no da la espalda al drama humano, porque está
consciente que la cultura es por antonomasia sensibilidad humana y rica
espiritualidad para bien del hombre. La
concepción de la cultura
como ser esencial del hombre y medida de su ascensión humana, acompaña
como “duende” inquieto la hermenéutica de los ensayos de Marinello.
Son en sí mismos vuelos cogitativos en perenne búsqueda de bondad,
verdad y belleza, Relámpagos iluminadores desplegados con fuerza política,
en el espacio, para captar horizontes que esperan, desesperan y guían
lo porvenir que queremos, deseamos y preludiamos. El
ensayo, como literatura de ideas, es en Marinello, su oficio vital como
escritor, coloreado por una misión redentora que lo convierte en letra
con filo. Un ejercicio meditador que fluye sin cesar por cauces
insospechados y tortuosos en pos de alumbrar, más que cerrar. Es
un discurso buscador, abierto, que con infinita fidelidad al género ensayístico,
no dispone, no impone, sino propone para poner, agregar, añadir y decir,
siendo. Por eso, más que el tratamiento sistemático del tema, el
contenido se impregna de subjetividad y sello personal, en un acto
ideatorio que interdisciplina y transdisciplina por su esencia cultural,
la filosofía, la literatura y otras ciencias humanas.. Pensar
la subjetividad, dando riendas sueltas al espíritu, es constante vocación
del ensayismo de Marinello. Por eso pensó bien a Martí y con hondura
accedió a su “selva” de ideas y premoniciones. La
ensayística marinelliana es amplia, vasta y exuberante, pero donde más
frutos aporta, en mi criterio, es en la revelación de Martí como
totalidad trascendente. Es aquí donde brilla la escritura alada de Marinello y su hermenéutica
analógica. La
filosofía y la literatura, sin proponérselo el autor, fundan un diálogo
constante de búsqueda de sentido para expresar nuevas aprehensiones y
discernimientos. Con
inusitada fuerza conceptual e interpretativa, Juan Marinello indaga en las
fuentes nutrientes martianas, consciente, además, que cuando las
influencias son sentidas, dejan de serlas3, se integran al
discurso creativo totalizador
con tono propio y raíces firmes. Muchos
estudiosos de la obra martiana consideran la producción intelectual de
Juan Marinello en torno a José Martí como una excelente contribución
fecundante, no sólo por la profundidad creadora con que desentraña las
esencias filosóficas del Maestro, sino además, por la fuerza estilística
permeada de agudeza, belleza y originalidad personal. Su discurso
interpretativo martiano –todo “una voluntad de estilo” mediado por
un ímpetu de alto vuelo sintetizador- capta de forma inusitada en cuerpo
y alma el espíritu del Maestro. La
asimilación profunda de la rica tradición del pensamiento humanista
cubano, latinoamericano y universal, vinculado estrechamente con la dialéctica
marxista y leninista que ha asumido creadoramente, le abre caminos
insospechados a Juan Marinello en la búsqueda martiana. Su enfoque –síntesis
concreta de la articulación dialéctica del marxismo con lo mejor y más
avanzado de nuestra tradición- se traduce en un método que en pos de la
totalidad, no pierde de vista las múltiples mediaciones en que deviene el
objeto investigado. Un
método hermenéutico afincado en el hombre, su vida, sus
circunstancias y contextos socioculturales e históricos para determinar
cauces interpretativos reales sin apriorismos. Sencillamente, es el hombre
(Martí) como sujeto - agente que piensa, siente, actúa y se comunica con
el entorno histórico-cultural en que se despliega su pensamiento
alado y su praxis alumbradora. Marinello
está consciente que para asumir a Martí, hay que actuar con sentido
cultural y complejo. Por eso su intelección se dirige al hombre desde una
perspectiva interpretativa abarcadora que no pierde de vista el entramado
de mediaciones en que se despliega su quehacer histórico – cultural.
En
Martí, Marinello, revela un modelo a seguir, en cuanto a valores se
refiere. Martí cree en el hombre y cultiva humanidad. Su vida es en sí
misma una obra cultural al servicio del porvenir, una “real utopía que
en tanto tal, anticipa, modela y preludia una sociedad fundada en la
moral”. En Martí – escribe Marinello – el escritor es, como el héroe,
un obrero del porvenir, un espíritu sediento de convivencia
ennoblecedora. Su prosa y su verso son instrumentos políticos en el más
estricto y ambicioso sentido. Su literatura, como su acción, son desvelo
cubano y trabajo por un tiempo nuevo; por ello, para los cubanos su obra
sobrepasa la vigilancia profesoral y la consideración placentera del
hombre de sensibilidad”6 Marinello
penetra en el humanismo martiano y en el sistema axiológico que le sirve
de sostén. Devela que el “misterio martiano” se sustenta en una vida
que ha hecho del deber su primera necesidad. En
la aprehensión martiana de Marinello, en plena sintonía con el discurso
del Maestro, el hombre ocupa un lugar central. Es que partir del hombre y
su actividad, concretada en la cultura, constituye en esencia el núcleo
estructurador del método marinelliano. Esta
visión metodológica no es casual. Sigue la lógica especial del objeto
especial, pues “(…) desde su primer día vigente – se refiere a Martí
– aquel en que se reveló a su conciencia el mundo empedernido y el
mundo ansioso, hasta el día en que dejó la tierra por el camino que había
elegido, fue su preocupación primera el hombre y su destino10”. Pero el
hombre concreto, real, hacedor de historia y cultura. El hombre que
vincula indisolublemente el oficio y la misión comprometida con las
grandes masas, con el pueblo. Por eso “hay que entenderlo como un
conjunto de anticipaciones fecundas que marcan nuevas posibilidades de
ascensión11”. Anticipaciones
fecundas, fundadas en un pensamiento donde los momentos ético, estético
y político, se presuponen hasta integrarse en una totalidad unitaria,
pues “las grandes páginas revolucionarias – y no hay mayor que José
Martí en la escala cubana – han de estimarse en el conjunto eficaz, en
la medida real de sus servicios, en el balance estricto de su rendimiento
patriótico”12. Marinello,
por las exigencias propias de su método, descubre a Martí como totalidad
trascendente. Es difícil encontrar una arista del pensamiento martiano
que no haya sido objeto del discernimiento hermenéutico de Marinello. El
ideario integral martiano, su antiimperialismo, latinoamericanismo,
anticlericalismo, antirracismo, en la intelección de Marinello, totalizan
una vocación martiana, nacida de una cultura militante que afirma la
identidad humana y cree en la utilidad de la virtud y el perfeccionamiento
del hombre. Marinello
devela en Martí, al hombre de todos los tiempos, al guía espiritual que
rechaza la guerra y la violencia y la promueve y proclama para el bien común.
Al hombre que ha convertido la patria en agonía y deber, en pos de una
República con todos y para el bien de todos, donde su ley primera sea el
culto a la dignidad plena del hombre. Por
eso, su revelación martiana le permite afirmar: “el impulso creador de
Martí no se murió en él porque es una resonancia y una continuidad,
porque puso su voz en la impaciencia noble de los hombres y,
apasionadamente, en el destino de sus pueblos”13.
Pero
la asimilación creadora de la “selva” del Maestro por Marinello, no
se reduce a la comprensión y descubrimiento de un método que reproduce a
Martí como totalidad trascendente. Además, es cauce hermenéutico de
implicación heurística que encuentra concreción en su visión integral
y compleja de Martí. En
Marinello, razón utópica y realidad trascendente compendian una unidad
orgánica mediada por la praxis creadora. El hombre como sujeto histórico
–cultural, proyecta lo por venir con arreglo a sus necesidades e
intereses. Por eso exige mirar el presente con ojos humanos y comunicarse
con el pasado “con sed de futuro”, para realizar la obra humana con
“raíces y propósitos”. La
tesis marinelliana de concebir al hombre como posibilidad infinita de
excelencia y creación, siguiendo a Martí, en sí misma lleva el sello de
la razón utópica que orienta su discurso. Un discurso de alto vuelo
cogitativo y belleza estilística que no evade el drama humano. Todo lo
contrario, es consustancial a él. Su
programa de resistencia y de lucha, sin soslayar lo inmediato, se orienta
a la mediatez, como profundo veedor que mira hacia el futuro. No separa la
teoría de la práctica. Sabe que la teoría alumbra caminos y la praxis
cambia, corrige y comprueba. Por eso el sedimento utópico de su pensar
impulsa los vuelos de alturas sin perderse en el horizonte. La praxis
misma comporta terrenalidad del pensamiento y adecuación a fines. Se
trata de una filosofía de la praxis o de la subjetividad, en constante diálogo
con la realidad para aprehenderla humanamente en bien de la sociedad. En
los momentos actuales: tiempos de batallas de ideas, Marinello, con plena
fidelidad martiana, continúa construyendo utopías realistas en su
pueblo, sobre la base de prácticas creadoras que no separan el oficio de
la misión, la ciencia de la conciencia y la razón de los sentimientos.
III.
La cultura y
su influencia martiana. Más
que indagar sobre el concepto socio- filosófico de cultura y su presencia en el
discurso de Marinello, se
impone, en mi criterio, determinar la especificidad cualitativa de su hermenéutica discursiva en su abordaje martiano,
cosmovisivo, en los marcos de la concepción del hombre. La
intención no se dirige a la búsqueda de una teoría sustentadora de
fundamentos raigales - que existe, pero que requeriría de una investigación
más abarcadora de la obra de Marinello-, sino más bien de las ideas
rectoras que presiden la conexión de la cultura con la concepción de! hombre, es decir, cómo esta última
conforma una visión integradora determinada de la cultura. Esto
significa que el camino hermenéutico seguido se dirige a nuevas esencias,
a partir de un discernimiento más profundo de la idea que encauza la
concepción general de Marinello en tomo al problema.
Se trata de nuevas vías que no se circunscriben, tanto a la letra,
a lo empíricamente registrable, como al espíritu ideatorio que anima su
obra, siguiendo a Martí.
La
universalidad de la cultura y sus fundamentos cosmovisivos. No
es difícil advertir en la obra de Marinello una concepción integradora
de la cultura, que le otorga status de universalidad. Calidad ésta no sólo
a la cultura mundial, legitimada por la historia, sino también a la
cultura nacional, cuando arranca de sus raíces y se inserta a lo general
por derroteros propios y con ímpetu de trascendencia, por los valores
sociales y humanos que le son inmanentes. En Marinello, además, no hay
identificación alguna de la cultura con la instrucción -lo que no
implica su ausencia total, a veces pasajera, siguiendo la tradición-, o
como algo exclusivo de un hombre determinado. La
concepción de la cultura se desprende de su intelección del hombre como
posibilidad latente de excelencia y creación, y como ser social que
proyecta y realiza su ser esencial mediante la práctica. Visión
totalizadora que impregna con fuerza inusitada la resonancia de las
influencias martiana y marxista. Sobre
estos pivotes se eleva la concepción marinelliana de la cultura; ante
todo, como producción humana, como proceso y resultado de la actividad
del hombre, condicionada en su génesis y desarrollo por sus necesidades,
intereses y fines, que el hombre despliega y concreta en relación con el
mundo y la sociedad misma en que se inserta como sujeto. La
concepción de la universalidad de la cultura, en tanto producción
humana, expresión de su ser esencial y medida de su desarrollo, está en
Marinello como idea rectora, porque concibe al hombre corno sujeto,
sociohistóricamente determinado y portador de la práctica social. El
hombre como resultado de la cultura, y al mismo tiempo haciendo historia[59]
y cultura. Cultura que
encarna la misma historia -como su ser esencial- y va trasuntando en su
devenir la huella humana en su producción material y espiritual. Producción
que en su carácter procesal y como resultado -en la concepción de
Marinello- sólo se integra a la cultura humana, cuando da cuenta y razón
de la realidad en que se desenvuelve el hombre, “(...) pues sólo cuando
el oficio se ejerce en una contemporaneidad consustancial -en la que
aparece siempre la señal del futuro- se alcanza la creación de ejemplar
permanencia”[60].
Permanencia que en sí misma encama la cultura en su universalidad,
porque encarna la propia actividad humana en sus múltiples dimensiones,
hasta convertirse en acervo de la nación y calidad definidora de
humanidad con vigencia y cauces de realización hacia el porvenir. Por
tanto, “(...) carece de poder fecundante lo que se teje con hilos de
sombra, lo que se construye a contrapelo de la realidad circundante, que
es aquella en que se anuncian los grandes cambios inminentes. Lo que
soslaya tal realidad -expresa enfáticamente Marinello- queda herido en la
entraña y desnutrido de vigencia”[61]
En fin, no configura, no se realiza como corpus critico de la nación, que
en sí mismo constituye un atributo cualificador que define la verdadera
cultura. Permanencia,
autoconciencia crítica dirigida al futuro, imbricación a las raíces, a
las entrañas de la realidad, signan universalidad y vigencia social a la
cultura. Por eso “perdura y queda el Quijote-enfatiza Marinello- porque
bajo el ropaje insuperado se siente latir la sangre insatisfecha,
queriendo salirse de su tiempo”[62]. La
concepción de la cultura, como totalidad y en tanto universalidad, no es
posible deducirse al margen de una visión profunda del hombre, como
sujeto social complejo. Por este camino -un enfoque sociocultural y
complejo- Marinello desarrolla un discurso de alto vuelo teórico y con
imaginación creadora. Su vasta cultura universal, y el conocimiento
profundo de la tradición cubana, incluyendo la realidad de su tiempo histórico
y la aprehensión original del pensamiento martiano y el marxismo, lo
pertrechan de las claves teórico-metodológicas y prácticas
adecuadas. Su entendimiento del hombre no sólo como ser social,
sino además, de lo que determina y define su calidad social, resulta
imprescindible para la comprensión de la cultura como totalidad compleja
y concreta que fija la actividad humana en su dinamicidad estructural, en
tiempo, espacio y otras mediaciones que implica la sociedad, como
organismo natural, y al mismo tiempo, como interacción práctica entre
los hombres, en una etapa determinada del proceso humano (formación
social). Estas
premisas cosmovisivas imprimen concreción a su teoría de la cultura. Le
permiten discernir especificidades propias, derivadas de las bases heterogéneas
que determinan las sociedades clasistas. Con ello, el intelectual cubano
sabe apreciar los valores universales que le son inherentes a la cultura y
las alteraciones propias que le impregnan las relaciones de clases,
incluyendo las manipulaciones ideológicas de que es objeto, ya que en el
capitalismo se encuentra “(…)
la contradicción omnipresente entre la ideología que defienden los
grupos usufructuarios del orden establecido y la que impulsa una
transformación que mira hacia un orden más justo”[63] Este
modo de abordar el problema, más que soslayar la universalidad de la
cultura, la presupone -si nos atenemos al concepto marinelliano-,
pues la cultura verdadera implica producción humana, por y para el
hombre, en tanto expresa su esencialidad existencial, en dirección al
futuro, o al menos aquello que en tanto está permeado de humanidad, no es
pasajero, permanece, se integra al cuerpo de la cultura y es fuente
inagotable de creación social; lo que no significa, en modo alguno, la
negación nihilista de aquellos valores que crean los hombres que no
integran los grupos y clases de las grandes masas, y que, consciente o
inconscientemente, su obra se integra a la cultura popular, al patrimonio
de la nación, cuando tiene espíritu ennoblecedor y sigue la línea del
progreso. Marinello
comparte -o al menos se deduce claramente de su discurso- el criterio de
la heterogeneidad estructural de la cultura en las condiciones del
capitalismo y la necesidad de asimilar “(…) la creencia de que el
desarrollo cultural limpio de presiones ilegítimas y nacido de las
generosas tradiciones nacionales, es el sendero más firme para hacer del
saber y la invención una gran empresa universal. Esta verdad- enfatiza
Marinello, destacando el valor de la cultura socialista y su desarrollo y
defensa- nos fuerza a luchar
sin descanso contra toda sumisión deformadora y, en término primero,
contra el imperialismo, enemigo mayor de la verdadera cultura”[64].
En
su trabajo “Socialismo y cultura”, Marinello exalta al socialismo,
como condicionante “... de la verdadera cultura, de la cultura humana,
humanista y libertadora”[65],
sin con esto negar status tal a lo que se produce fuera del
socialismo con fines esencialmente humanos y a la tradición nuestra que
encauzó dicha línea humanista. Consecuencia y medida de esta intelección
es la ubicación del Maestro como su antecedente directo. “ Y no hay
pequeña vanidad nacional- escribe Marinello-
en proclamar que fue Martí ejemplo anticipado de esta nueva medida
de la tarea creadora. Haciendo de la palabra y de la acción un solo
servicio fraternal, dejó, para su tiempo y para el nuestro, estas dos
verdades primordiales: que la virtud expresiva no es cosa distante, sino
porción del sentido de la sociedad y del hombre y que, en la medida en
que se es fiel a las grandes causas del tiempo en que vivimos, se superan
y culminan las calidades de la tarea intelectual.”[66] Una
concepción cultural - reiteramos, de la cultura- de esta naturaleza, la
anima un ímpetu de apertura, de creación humana y revolución. No hay
oficialismo dogmático ni razones excluyentes, pero sí ideas, conceptos y
principios comprometidos con la ciencia del hombre, en un mundo
internamente contradictorio que exige hacer del oficio y la misión una
unidad indisoluble perenne de dación humana y social. Dación humana y
social que resulta vacua y abstracta si da la espalda a la “tragedia del
hombre” y no se determina en posiciones políticas que vehiculen la
creación de las condiciones necesarias de realización humana en el
camino de su liberación, “del libre vuelo de las fuerzas, por tanto
tiempo comprimidas, que hacen de cada ser humano una ocasión de grandeza
inmedible.”[67] En
esta misma lógica de dilucidación de la cultura en su calidad de
universalidad concreta, la riqueza conceptual marinelliana se expresa
también en el hecho de no copiar caminos trillados y no hacer coro a las
posiciones- socio centristas -que enraizaron en algunos marxistas- en
detrimento de la individualidad creadora del hombre. Marinello no hace de
lo social una entelequia suprahistórica, en torno a la cual lo individual
devenga su siervo incondicional hasta esclavizarlo y matar lo vivo que
late en cada hombre. No
se trata del reconocimiento de la susodicha ‘independencia relativa”
en los discursos y en las palabras, que no desechamos de entrada, pero que
en algunos textos, más que calidad humana, a veces es una consigna vacía,
un dogma, y no la verdadera
asunción de la subjetividad humana, en todas sus raíces y en sus
posibilidades latentes de excelencia y creación, como la definió Martí.
Es decir, hacer del hombre sujeto real, “cuyas excelencias no puede
medir la imaginación más exaltada “[68] La
determinación social -ciertamente inmanente a la naturaleza humana y ley
histórica condicionante- no existe hipostasiada del quehacer humano.
Precisamente, lo que hace social al hombre es su actividad transformadora.
Lo social existe en y por el hombre, lo mismo que lo individual es, en
tanto tal, y se despliega y realiza como ser socializado, inmerso en la
sociedad, de la cual es su producto y resultado. El
reconocimiento de la libertad individual creadora en la cultura y su
sujeción a leyes es indiscernible, al margen de la comprensión de lo que
hace social al hombre. Cuando se comprende este problema -y Marinello es
consecuente con ello, siguiendo a Martí- resulta fácil intelegir lo
social no como una estructura asfixiante que ahoga la creación
individual, sino como un proceso dinámico, dialéctico, engendrado por la
actividad humana. Con ello se comprende cabalmente la historia social
humana y la cultura como historia de su desarrollo individual, y así se
evitan reduccionismos y simplificaciones en el abordaje de los dos polos
que conforman la unidad. Una
concepción de la cultura
-aunque no sistematizada en una obra especial, como es el caso de
Marinello- dimanante de su cosmovisión del hombre como agente histórico-cultural,
resulta reveladora para desentrañar múltiples problemas de carácter
sociofilosófico de la subjetividad humana y su inserción
cultural. Marinello
no culmina su estudio, por supuesto, en la fijación de los presupuestos
de partida, sino que de su discurso se deriva inferencias que en su
desarrollo dan respuestas a problemas concretos con una óptica
alumbradora, que establece diferencias especificas. Como en Martí, su
discurso no sólo fija la presencia total del hombre en el discurrir histórico
y como protagonista de la cultura que concreta y trasunta su actividad.
Accede al hombre mismo, a la subjetividad humana, hasta determinar sus
componentes estructurales y los modos de dirigirlos hacia la creación
social humana. Indaga con fina sensibilidad en los momentos gnoseológicos,
axiológicos, praxiológicos y comunicativos; aspectos que en su concepción
del hombre y la cultura, si bien no se someten por separado a un análisis
específico, aparecen como totalidad orgánica del quehacer
humano. Tiene primacía, dado su oficio, misión y estilo, la
arista axiológica del hombre, lo que no implica, por supuesto, la
subestimación de los momentos restantes; pero los valores, dimensionados
en términos de ideales humanos, ya sean de naturaleza ética, estética,
política, económica, jurídica, etc., emergen en todo el discurso. Los
valores de carácter ético, político y estético marcan pauta por su
presencia y fuerza conceptual e imaginativa, y sirven de mediación
esencial al ideal de racionalidad humana que nuclea su concepción del
hombre y la cultura. La eticidad, entendida como axiología de la acción,
constituye, además de un impulso creador en dirección a la cultura como
obra del pueblo, un desvelo perenne henchido de proyección y con miraje
profundo hacia el deber-ser. La
política, pensada como determinación cultural, y con ello, cimentada en
sustratos ético-morales, constituye su medio idóneo para realizar el
ideal de redención social que su programa proyecta
en defensa del hombre y la identidad nacional. En
fin, se trata de un nuevo pensar, que afincado en la tradición cubana, en
un proceso de continuidad y ruptura, se constituye en autoconciencia crítica
del hombre y la cultura Un corpus crítico,
que presidido por ideas rectoras con elan martiano, nacido de una
concepción profunda del hombre y su actividad, piensa la cultura como
universalidad concreta que no sólo expresa la esencialidad del hombre,
sino además se integra como parámetro cualificador de su desarrollo,
progreso y superación humana.
IV.
El ensayo como literatura de
ideas. Tras las huellas martianas “En
Marinello, pensamiento y estilo convienen admirablemente con la índole
peculiar del ensayo, el género difícil de literatura creadora e
interpretativa que ha cultivado siempre. Su pensamiento es agudo y
original; pero fragmentario, inductivo, de ritmo irregular, más apto para
ir iluminando sucesivamente aspectos parciales de la realidad, que para
reunirlos y captarlos en un
solo haz. A pesar de poseer Marinello acento y actitud de predicador laico
y el don de una elocuencia insinuante, y sin perjuicio de la unidad
fundamental de sus ideas, difícilmente podrá encontrarse un escritor de
calidad semejante que en el tratamiento de sus temas se nos muestre menos
sistemático, menos orgánico, menos arquitectónico, de estructura menos
oratoria. Movilidad y flexibilidad son las primeras notas distintivas de
su pensamiento (…)”
Raimundo
Lazo, “Páginas Críticas”. El
ensayo, como literatura de ideas, es en Marinello, su oficio vital como
escritor, coloreado por una misión redentora que lo convierte en letra
con filo. Un ejercicio hermenéutico meditador que fluye sin cesar por
cauces insospechados y tortuosos en pos de sembrar ideas aladas para bien
del hombre y la humanidad. Más que cerrar, como en Martí, señala
horizontes, pues está convencido que la imposición epistemológica
resulta infecunda y estéril. En
correspondencia con lo anterior, este capítulo dirige su atención
particular a tres momentos esenciales, a saber: v
Una breve aproximación al
ensayo como género literario de búsqueda, creación y con numen filosófico-
cultural. v
La especificidad de la ensayística
marinelliana. v
Y su rica concreción en
“Martí, escritor americano”. No
se pretende agotar un tema tan rico en aprehensiones, pues su intento
mismo, ipso facto, lo descalificaría como tal. Es sólo una búsqueda que
informa y propone (…) para
acercarnos a la “selva” ensayística del grande martiano: Juan
Marinello. I. El ensayo: búsqueda y creación La
concepción del ensayo, como el ensayo mismo, tiene su historia.
Como género literario no siempre su definición conceptual[69]
ha coincidido con su contenido real.
Ha primado con frecuencia la superficialidad definitoria y
acomodaticia de encuadrar un concepto, con independencia de su correlato
con la realidad y el espíritu animador del sujeto que piensa, siente y
actúa.[70]
Sencillamente, por tradición lógica hay que definir, aunque se
empobrezca lo definido. ¿Actitud nihilista ante las definiciones lógicas?
Por supuesto que no, siempre y cuando se conciban en su relatividad
aproximativa, como acercamiento al objeto y a sus diversas mediaciones que
lo hacen complejo. Es
necesario tener en cuenta la especificidad del objeto y el sujeto que lo
aprehende, es decir, seguir
la lógica especial del objeto especial y su inserción histórico-cultural. Por
eso, los grandes espíritus ensayistas- y nuestro continente es pródigo
en ello- no rehúyen las definiciones como punto de partida del discurso
analítico y sintetizador, pero las completan con las caracterizaciones y
otras formas aprehensivas, incluidas las propiamente
tropológicas en la configuración del discurso[71].
No
siempre el rigorismo lógico y los prejuicios formales que le son
inherentes han reinado absolutamente con sus secuelas autoritaristas. Sin
embargo el género ensayístico ha sufrido sus nefastas consecuencias.
Se ha considerado ejercicio intelectual de menor grado.
Medardo Vitier, mente de alta estirpe de Cuba y América, lo
ilustra con fuerza convincente: "(...) Kelly, el hispanista inglés,
que tanto predicamento alcanza a virtud de su Historia, ni siquiera usa la
palabra ensayo en las líneas que escribe sobre D. Miguel de Unamuno. Es cierto que fija la importancia de la figura, pues dice:
"Es un talento múltiple: erudito, crítico, poeta (...) pero no
apunta la función del ensayista ni se detiene a ese respecto en otros
coetáneos de Unamuno que con sus ensayos dan fisonomía a las letras españolas
(...) Estudia los escritores románticos (...) mas de aquella concepción
del mundo que comunicó tono inconfundible a la época literaria, no hay
noticia (...) El ensayo es en ellos- se refiere también a Ortega y Gasset-
y lo ha sido para la sensibilidad española en estos decenios de la
centuria, cosa orgánica, sustantiva, porque ha examinado, del novecientos
acá, los motivos y valores del alma nacional."[72] Esta
tendencia, por suerte, no se impuso.
La concepción de que las fronteras entre los géneros literarios más
que absolutas, son movedizas, inestables y relativas, convirtióse en
convicción y la tesis del grande ensayista martiano, Juan Marinello, de
que el
tratado impone y el ensayo pone, abre cauces de sorprendente valía.[73]
Y es que el ensayo -sin menospreciar los otros géneros literarios
que cumplen sus respectivas funciones en la literatura-, posee
particularidades propias que enriquecen, avivan y vitalizan el pensamiento
creador y la ascensión humana. Su
miraje sociocultural antropológico permeado de espiritualidad
escrutadora, convierte en indisoluble haz la filosofía, la literatura, el
arte, la sociología y todas las ciencias del hombre para desplegarse con
fuerza hacia la naturaleza del cosmos humano en relación con su universo
cultural y social.[74] El
elan filosófico cultural que resume y nuclea al ensayo, en su
esencialidad, posibilita que el discurso que lo encauza vincule en
estrecha unidad las ciencias del hombre.
Evita por su propia naturaleza, la especialización discursiva, que
aunque en los tratados didácticos intente agotar los problemas en
sistemas coherentes, enseña, pero no cultiva.
Y la enseñanza es parte de la cultura, pero no la cultura misma,
que implica por sobre todas las cosas, sensibilidad humana, razón utópica
y conciencia crítica. Triada
imprescindible para la formación humana.
¿Aversión a los tratados? Indudablemente que no, pues organizan
la mente, informan, sistematizan los conocimientos y valores heredados. Pero para la flexibilidad dialéctica, la comprensión de la
cultura del ser existencial humano y la búsqueda creadora, el
discurso ensayístico es insustituible.
Se trata de una necesidad de humano propósito, presente en todas
las latitudes de la civilización humana. En
Europa, la tradición ensayística por exigencia cultural, a partir de
Montaigne encuentra desarrollo y concreción.
Grandes mentes excepcionales de las letras y la filosofía, sin
proponérselo, recurren al ensayo para expresar su ser esencial y el
devenir de sus circunstancias temporales, intereses y fines humanos.[75] En
España, la historia del ensayo, como expresión también de la
subjetividad humana, en perenne búsqueda de la creciente espiritualidad y
los problemas del hombre, en relación con la sociedad, encuentra grandes
cultivadores[76].
Durante el siglo XIX el ensayo continúa cultivándose con vigor y se
consolida en su forma actual con la Generación del 98. Larra publicó numerosos artículos en periódicos y revistas
de la época, posteriormente recopilados en Colección de artículos dramáticos,
literarios, políticos y de costumbres (1835-1837, 5 volúmenes) y Ángel
Gavinet (Idearium español) es el antecedente más inmediato de la
Generación del 98. Le siguen
Unamuno (En torno al casticismo; La
vida es sueño) y Azorín (Los pueblos; Castilla).
La erudición queda representada en la obra de Menéndez Pidal,
autor de reconocido prestigio en Europa.
Los principales exponentes de la corriente ensayística anterior a
la guerra son Ortega y Gasset (España invertebrada; La
rebelión de las masas), Eugenio d'Ors (Glosario)
y Gregorio Marañón (Enrique IV de
Castilla; Don Juan). (Ibídem) que
hicieron época e influyeron con fuerza en nuestra América. En
América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural.
Su propia conformación histórica y su ímpetu de resistencia a no
ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crítica
ante su realidad y la alienación que la acompaña.
Emancipación humano-cultural, política y social impulsan una
específica actitud. Los
hombres de letras y su producción espiritual se convierten en
autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raíz
americana y espíritu ecuménico. A
todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al
"hombre natural", en el decir de José Martí: su rica
espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser
imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad.
Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única
en sus propósitos. Un ser pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse
para revelar realismo mágico y lo real maravilloso porque está presente
en sus propias circunstancias. Esto
y mucho más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas
latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los
colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de
alto valor cogitativo y numen cosmovisivo.[77]
En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como
totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada.
Porque, según expresa Martí en su magistral ensayo Nuestra América:
"La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol
glorioso el chaleco colorado. La
prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea."[78]
Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural
que lleva dentro el discurso. La
tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado dispone
y el
ensayo pone,
cualifica con creces
la naturaleza expresiva y la inagotable
riqueza subjetiva de éste.
Dos rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al ensayo: el
sello personal del escritor y el despliegue no sistemático del tema.
Ambos imprimen sentido filosófico-cultural al discurso: por la cósmica
aprehensión del asunto y por la sensibilidad de expresión con que se
asume. Oigamos a modo ilustrativo el verbo de Martí en su grande
estilo ensayístico: "Él traía su religión -se refiere al magno
predicador Henry Ward Beecher- oreada por la vida.
Él venía del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el
indio. La nostalgia misma de
su iglesia pobre le inspiró una elocuencia sincera y amable.
Hacía tiempo que no se oían en los púlpitos acentos humanos.
Le decían payaso, profanador, hereje.
Él hacía reír; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se
atrevía a arrancar aplausos! Él no tomaba jamás su texto del Viejo
Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y
la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la naturaleza.
En lógica, cojeaba. Su
latín era un entuerto. Su
sintaxis toda talones. Por
los dogmas pasaba como escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las
aves, como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los
hombres experimentaban emociones viriles!"[79] A
los dos rasgos señalados -cualidades esenciales del ensayo-
se derivan otros,[80]
que no
por secundarios, restan valor al género.
Todo lo contrario: emanan de ellos para completarlos: la imaginación,
predominio de los sentimientos, las imágenes, las emociones.
El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con
ello, pleno de aperturas y aprehensiones.
El estilo es dúctil, sugerente y tolerante.
Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo
absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva.[81]
No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero
lo hace por cauces culturales con alto vuelo cogitativo.
Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero
los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas.
Cultiva humanidad y axiología de la acción con nobles propósitos.
Hay pedagogía en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural.
Por eso no es normativo, sino comunicativo.
Parte del yo personal, pero como se dirige a la persona humana y a
sus motivos capitales, respeta al otro.
Fluye con desenfreno el mundo interior del escritor, con
sentencias, frases aforísticas, ideas
grandes por
sus posibles
varias recepciones
e interpretaciones, metáforas, dichos populares, etc. pero no
siempre con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad,
encontrar consenso y lograr empatía. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo, refiere a la
vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre nuestro asunto con
excelsa maestría: “Tiene (...) innegable
objetividad en cuanto
nos va presentando el contenido del Quijote.
Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas personales que
hallaríamos en una historia literaria donde el autor dedicase uno o más
capítulos a la interpretación del famoso libro.
Porque Unamuno se vierte todo él, con su irremediable desasosiego
espiritual en esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero que consigue
inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la vez de humana
universalidad que él sazona con su propia psiquis atribulada. Su libro estudia, sí, el Quijote, y nos guía a verlo en lo
profundo, pero las mejores esencias de este trabajo son de aportación
personal. No es cosa de
erudición sino de sugestión. Ni
es la prosa didáctica que un plan frío ordena en yuxtaposiciones lógicas,
mesuradas, sino el fluir creciente de un lamento que se enciende en profecía
o se quiebra en lágrima viril. El
vasco "fino y fuerte", aclimatado en Castilla es allí la voz
viviente de la España grande. Nos
da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un estudio de riguroso método
filológico."[82] Por
supuesto, aquí nos detenemos en el ensayo literario-filosófico, bueno,
con vuelo de altura. Hay ensayo y ensayo.[83]
Pero imbuido en el espíritu de este género, nos dirigimos a lo
grande, a lo más perfecto, a los que han ganado status paradigmático por
su excelencia espiritual y su trascendencia.
No es posible pensar el ensayo en nuestro idioma sin recordar a
Unamuno, Ortega y Gasset, José Martí, José Vasconcelos, Alfonso Reyes,
José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Juan Marinello[84],
Medardo y Cintio Vitier, entre tantos que lo han cultivado en España y en
nuestra América, con devoción, talento y oficio. Estos
grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros tipos de prosa, como el
tratado (texto didáctico, manual, etc.), la monografía, la crítica, el
discurso, el artículo, etc. han
convertido el ensayo, más que en un género literario, en una misión de
creciente humanidad y eticidad concreta.
Sus propensiones fundadoras les han permitido develar en el ensayo
infinitos menesteres espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y
conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la formación del
hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no es bueno -enfatiza Martí-
que llegue el dirigir a ahogar (...) Garantizar la libertad humana -dejar
a los espíritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de
ajenos prejuicios las naturalezas (puras y vírgenes)- ponerlos en aptitud
de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía
marcada, he ahí el único modo de poblar la tierra de una generación
vigorosa y creadora que le falta. Las
redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales.
La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure
la libertad espiritual. Urge
libertar a los hombres de la tiranía, de la convención, que tuerce sus
sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un
caudal pernicioso, ajeno, frío y falso.
Este es uno de esos problemas
misteriosos que
ha de resolver
la ciencia humana (...)" [85] Esto
explica por sí solo, el por qué el ensayismo ha formado parte
consustancial de los grandes humanistas, preocupados por el drama del
hombre y por revelar todo lo que contribuya a la ascensión humana.
Explica, además, por qué se relievan y se incrementan con más
fuerza en los momentos de crisis existenciales, en las etapas de cambios y
períodos transicionales que más afectan al hombre, los valores y la
cultura. Es
en sí mismo, el ensayo, una escritura crítica de reflexión y búsqueda
en torno a problemas sensibles del hombre o relacionados con él.
Un discurso, a veces con ribete agónico, en función de las
disyuntivas que presenta la realidad humana y su discernimiento para
elegir lo que humanamente se considera más racional por parte del
escritor. Por eso en su
interior hay una intencionalidad expresa que signa la lógica del
problema, pero ajeno a fórmulas o esquemas preconcebidos.
Hay recursos técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados
por su subjetividad indagadora y su capacidad personal. El
ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez
discursiva. Ante la revisión
de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan
ineficaces y poco atrayentes. La
osadía, la exposición al riesgo y la valentía son atributos
cualificadores del buen ensayista. Como
también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue
Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la
forma y una señal (...) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos
más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto
de su comunicación. Flota en
sus períodos también ese polvo inasible del misterio humano (...)
Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores
ensayos. Dígase gracia estética
si se quiere."[86] Gracia
estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la
elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las
idas. Unido a la coherencia
del discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas.
El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos hace cómplice
y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella
cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos
labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la
pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada,
sierva de amor y al mal, rebelde. Ha
muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto.
Llorarlo fuera poco. Estudiar
sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes
naturalezas y digno de ellas. Trabajó
en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver
morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador! Sus
manos, hechas
a manejar los tiempos,
eran capaces de crearlos. Para
él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los
hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto.
El lo dio a mares (...) Cuando tenía que dar, lo daba todo; y
cuando nada ya tenía, daba amor y libros (...)
Él, que
pensaba como
profeta, amaba
como mujer." [87] Estamos
en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza
ensayística expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo.
La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir
en sus cauces culturales, imprime razón estética.
La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están
insertos a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa
bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por
cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y
la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor con
profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura,
pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad
humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico,
acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del
pasado que sirve de raíz? Por
eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen
ensayo[88].
Todavía más: es su mediación central.
Porque lo
dota de
sentido cosmovisivo
al hacer centro suyo la subjetividad en sus
varios atributos
cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al
mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura.
Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo
funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una
cultura de la sensibilidad y la razón. Martí, escritor americano, de
Marinello, da cuenta de ello. En
fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica
conciencia crítica, razón utópica realista y cultura de la
sensibilidad. En
los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la
homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que
sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho
que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización?
Por supuesto que no. Es
un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura.
Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayística
fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raíces con
vocación ecuménica. El
ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad, no puede hacer coro
con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural
y la negación de los principios humanistas que propagan algunas
corrientes posmodernistas. No
se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos
verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del
tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vacíos
existenciales. Ante
el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en los inicios del
siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer.
Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol
de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas.
Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la
bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados (...)
Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".[89] En
resumen, no permitamos que muera la utopía, porque es matar la esperanza.
Los síntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden
aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra
espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el
pesimista que también existe. La
salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se ponen
en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura.
La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su
ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir. Y el ensayo,
por su naturaleza específica, es y será un vehículo esencial para
realizar sus nobles propósitos.
El
ejercicio ensayístico como misión y oficio. El
ejercicio ensayístico de Marinello abre camino, porque es camino mismo,
no término. Alumbra, porque es luz en sí mismo. Penetra con hondura,
porque va a la raíz del hombre con ímpetu cultural. En
su obra no concibe el oficio y la misión del hombre separados. Eso
explica por qué asume el ensayo como literatura de ideas. Si bien
sobresale como poeta de alto vuelo, el ensayo le brinda más posibilidades para unir en un solo haz la política
y la literatura. Por eso ante la afirmación de
Luis Báez: “Posteriormente usted deriva hacia el ensayo”,
Marinello responde: “El introducirme más profundamente en las luchas
políticas, lógicamente, me tiene que inclinar o me tiene que acercar al
conocimiento de problemas sociales, políticos, de otro tipo. Es decir,
problemas que tienen una mayor magnitud de meditación que de inspiración. Entonces
ya parece natural que vaya derivando, como muchos de los escritores de mi
tiempo, hacia el ensayo. El ensayo ha sido, después, la forma permanente
de expresarme; porque encontré en él, debo decirlo, algo así como la
unión de la preocupación por los problemas
de nuestro tiempo con la inclinación por el trabajo literario. Es
una cosa muy explicable. Esos ensayos- continúa Marinello-han sido
biografías, recuerdos de hombres notables, sobre problemas sociales, políticos,
y, claro, más que todo, sobre problemas de la actividad de creación
literaria, de crítica literaria. Porque en ello se combina
la necesidad de expresar criterios sobre problemas vitales de la
literatura de nuestro tiempo, en la que coinciden la preocupación política
con la inclinación hacia la expresión artística”[90] Se
trata de un ensayismo comprometido, cuyo autor no desdeña su oficio como
literato, sino que lo une a la política, en tanto misión humana
redentora. En esto hay mucho de Martí, pues el tema de la unidad misión-
oficio, es recurrente en la revelación martiana de Marinello. Es difícil
encontrar un trabajo suyo sobre Martí, donde no haga énfasis en esta
arista del pensamiento del Apóstol. Es
que la propia condición de hombre[91]
en la concepción de Marinello se funda en el “mirar” el entorno con
ojos humanos, en no hacer de su oficio sólo un medio de vida, al margen
de la sociedad y sus problemas. Para Marinello, evadir la realidad dramática
del hombre, en provecho propio, es traicionarse a sí mismo como hombre.
Es negar su propia naturaleza cultural y humana. Su
ensayística, independientemente del tema que trate, no olvida al hombre.
Su método sociocultural antropológico, nacido en agónicas batallas,
determina un color especial a su discurso, y
Martí y la realidad nacional son sus fuentes nutrientes
principales. Su referencia a Martí da cuenta de ello: “¿Se sobrepone
el Apóstol al genio?”¿Hubiera sido genial Martí sin vaciar su fuerza
inigualada en un empeño apostólico? Lo que en último término maravilla
en él no es su obra de escritor, de orador, de poeta, sino la capacidad
egregia para adecuar esa obra a la obtención, a la realización práctica,
de un ideal (…) Por un momento parece que vive en Martí el postulado
gorgiano, la conciencia de la imposible exteriorización del momento poético.
Pero coloca bien pronto frente al secreto impenetrable e ilimitado del
grande artista, el secreto también oculto, también inmensurable, de los
pueblos.”Ellos leen lo que no se escribe-dice-,. Ellos oyen lo que no se
habla”. Y si para él no tiene significado la vida que no se vierte en
la de los demás y había
dicho “que el deber de un hombre está allí donde es más útil”, el
poeta queda forzado, fatalmente, a proyectar su obra en bien del mundo”[92]. Este
modo de concebir en el hombre, la misión y el oficio en estrecha unidad,
imprime un numen especial al ensayismo de Marinello. El discurso se torna
humanista por excelencia y los valores, insertados en la cultura, encauzan
sus aprehensiones y discernimientos por nobles propósitos. Sencillamente,
es el hombre, pensando al hombre a través de la axiología de la acción,
que a veces con ribete agónico
y dramático, hace del deber, su consagración humana, y al hombre mismo,
eterna vocación de servicio. Así, dirá de Mariátegui “Mariátegui
fue un hombre dramático en un coro de hombres trágicos. Afirmó mientras
todos dudaban. De ahí su fuerza. Hundió las manos con dolor de creación
en carne angustiosa. De las palpitaciones de esa carne hizo su ritmo. De
ahí la validez permanente de su mensaje (…) La virtud dramática de
Mariátegui lo cambia de artista en político (…) Para Mariátegui no
habrá arte nuevo sino arte actual, es decir,
revolucionario. Arte en que se traduzca adecuadamente la inquietud
política y el anhelo social”[93]. Lo
que dijo con su prosa poética sobre Mariátegui, le es aplicable a él.
Su mensaje también es y será
de validez permanente. Su discurso abierto, el relieve de las ideas, el
tono conceptual y metafórico de su decir, la búsqueda constante del alma
humana, el estilo subjetivo- no subjetivista - con que discurren sus
discernimientos, para atrapar la trama humana y buscar salida al drama del
hombre, hacen del ensayismo de Marinello un cosmos inagotable de riqueza
aprehensiva.
“Martí,
escritor americano”, ensayo de ensayos. Un
discurso proteico, expresado en
imágenes conceptuales o en conceptos ansiosos de vuelo, presente en la
totalidad de la ensayística de Marinello, cobra relieve destacado en
“Martí, escritor americano”. Un
ensayo de ensayos, capaz de pensar la subjetividad del Maestro en
su profunda intimidad, y revelar en ella, todo un universo pletórico de
bondad, verdad y belleza, y al mismo tiempo, al hombre de pensamiento y
acción. En
“Martí, escritor americano”, la crítica literaria y el ensayo, a
veces marchan unidos- no olvidar que los límites genéricos son
relativos-, pero se impone con soberana autonomía el segundo. El
tema central es Martí[94],
y el Modernismo, una mediación esencial que le sirve de base para revelar
las esencias martianas. Un discernimiento
de aprehensiones varias, cuya primera parte descubre la relación de Martí
con las literaturas europeas, particularmente la española y la francesa,
incluyendo las influencias francesas en los escritores de América. También
su agudo análisis se detiene en la búsqueda de un camino propio
americano, la especificidad de la poesía lírica del Apóstol y con
acento especial, lo que diferencia a Martí del Modernismo[95]. En
la segunda parte, la personalidad de Martí, en sus dimensiones varias, es
objeto central de la ensayística marinelliana. Énfasis especial adquiere
la dilucidación de las causas principales que distinguen a Martí del
esteticismo abstracto del Modernismo o de algunos modernistas, porque
Marinello también establece
diferencias. Aborda a Martí como un creador de inusitada genialidad
literaria, comprometido con el destino del hombre, y las consecuencias que
se derivan de dicho proceder revolucionario para su magna obra con ansia
de altura. Sin
embargo, mi propósito no es adentrarme en la polémica Martí-
Modernismo, pues aunque no acabada, mucho se ha dicho y hecho después de
escribirse “Martí, escritor americano”, incluyendo al propio autor.
El objetivo es otro: revelar la grandeza ensayística en esta obra,
haciendo hincapié en las especificidades que lo cualifican como un ensayo
de ensayos, donde el género literario brilla con propia luz, tanto por la
forma como por el contenido. Es
un discurso, como en la gran mayoría de sus ensayos, de entraña
martiana. Tanto penetró en sus exégesis martianas, que a veces las
similitudes estilísticas son empíricamente registrables, sin menoscabar
lo propio suyo y su consagrada autonomía como escritor. “Martí,
escritor americano”, es una joya ensayística literaria, con excepcional
vuelo filosófico- cultural. En él están presentes las características
más pronunciadas del ensayo como género de búsqueda y creación[96]: v
Acento
propio del escritor.
Su discurso inquieto, que espera, desespera y alza el vuelo, movido
por convicciones humanistas que aspira convencer y
concretar, deviene mensaje penetrante de su yo interno[97]. Algo así como una
hermenéutica del sujeto que se afana en realizar, sin supuestos
preconcebidos, las necesidades, los intereses y los fines que dicta su
subjetividad[98]. Por eso a veces semeja
“aguaceros de ideas” con potentes alas y en perenne asechanza,
expresadas en letras con filo: “Para encontrar la otra poesía, la de más
ancha lealtad americana, no importan el tema y el estilo, tenemos que
saltar de los poetas de la Independencia, que tan genuinamente vibran con
la voluntad de su tiempo, a los poetas postmodernistas, pasando, desde
luego, por la abundancia fiel de José Martí. El enfrentamiento de la
realidad como problema y conflicto, como dilema trágico, - enfatiza
Marinello con acento crítico- no es virtud modernista y con esto queda
dicho que el movimiento no apunta a lo más alto. Que a veces se rompe la
consigna, se quebranta la limitación, es exacto: son las ocasiones
excepcionales que confirman la ley. Escritores de tantas dotes y
curiosidades no podían quedar inmunes a las cuestiones capitales de su día.
Los vientos de la calle los inquietan alguna vez y suenan en sus cantos;
pero le son vientos ingratos, y pronto vuelven a guarecerse tras los
vitrales historiados”[99]. La
simple lectura del fragmento identifica al autor, en cuanto a modo
subjetivo de expresión se refiere. La naturaleza ideológica de sus ideas
da cuenta de sello personal: el modo propio y a veces directo, sin rodeos,
con que asume la crítica, los criterios y las ideas están envueltos en
su aura personal y comunicativa, porque quieren persuadir al otro,
proponiendo. El estilo se torna libre de convenciones, porque su fin es
develar raíces para bien del hombre. Defiende su verdad con fuerza, pero
soslayando los autoritarismos y las intolerancias, por eso la crítica es a veces
dramática y ríspida, pero sin dejar de reconocer los valores del otro. Al
referirse a Rodó su discurso obra con mesura. “Cede, en parte a los
hierros que lo oprimen, pero le sobran fuerzas y honestidad para denunciar
la opresión. Rodó es víctima de sus rectores ideológicos (…). Pero
el noble maestro uruguayo vive en su medio latinoamericano, al que ama y
quiere servir. Son muy conocidos sus ensayos en busca de una literatura
consustanciada con las necesidades y apetencias de la que él llamó magna
patria. Por otro lado, no puede librarse de la “Torsión ética” que
Alfonso Reyes adjudica como virtud permanente al pensamiento americano, ni
menos de una activa tradición que empuja a hacer de la literatura una
tarea de fecundidad social”. El
acento propio de Marinello como ensayista de alta estirpe, lo hace
inconfundible, tanto por la subjetividad de su escritura, como por el
relieve de las ideas, la gracia expresiva y su
tono coloreado y vibrante, en fin, por la gracia estética que
imprime a sus ensayos, y por
estar insertos en la cultura. Es que discurre, como “(…) una crítica
poemática, individual e intuitiva, a la que no podemos pedir el dato
cierto, la dialéctica rigurosa, la expresión precisa, ni las
conclusiones categóricas, sino la agudeza y originalidad del juicio
personal y la belleza de la forma creadora”[100] Es
que Marinello, como escritor se vierte todo en su obra. Su personalidad,
hecha al mismo tiempo oficio y misión, encuentra en el ensayo ricos
cauces aprehensivos para que su pensamiento y sensibilidad
traduzcan con eficacia las necesidades del hombre. v
Tratamiento
no sistemático del tema. Es un
rasgo definitorio del ensayismo en general, y en Marinello cobra relieve
destacado. El fluir de las ideas aladas se resiste al rigorismo sistemático.
Busca cauces y se despliega con libre autonomía. La exposición, su forma
elocutiva por antonomasia, si bien se auxilia de la narración, la
descripción, la argumentación, etc., siempre mayorea, predomina y se
impone, en correspondencia con la razón de ser del género. Como no
existen barreras infranqueables entre los géneros literarios, en la ensayística
marinelliana, de modo episódico aparecen otros[101],
pero para darle color, fuerza y vitalidad al devenir de su discurso libre,
ondulante, atrevido y buscador. Más le interesa el sentido de las cosas que su apariencia misma, pues como
bien él afirma, siguiendo a Martí, “(…) el sentido de las cosas
arranca siempre de sus relaciones comprobables y de su realidad más
profunda”[102]. El
tratamiento libre, no sistemático del tema asumido, brilla por su
presencia en “Martí, escritor americano”. Basta sólo mirar el índice
de los ensayos que lo estructuran para notar la ausencia de sistema. Los
epígrafes más que dirigirse a informar,- y
por supuesto la información no está reñida con el ensayo-
le interesa suscitar. Esto se puede ilustrar con el primer capítulo
o ensayo: El Modernismo. Su contenido, con mano maestra y
cincelante, Marinello lo despliega en siete epígrafes, a saber: 1.
Lo nuevo. 2.
Actitud. 3.
Testimonio. 4.
La cárcel de la sensualidad. Realidad y apariencia. 5.
Absentismo, apoliticismo. 6.
La coincidencia concluyente. 7.
Un juicio decisivo. Hay
una voluntad expresa que no puede resolver el tratado, sino el ensayo, que
propone y abre con toda libertad. Por supuesto, el mismo tema puede ser
abordado por un tratado didáctico,
pero en función de enseñar, organizar los contenidos, etc. El ensayo de
Marinello se mueve por otros cauces y con otros propósitos: exponer un
movimiento literario y suscitar nuevas aprehensiones, a partir de su
propia meditación del problema y con vivas reflexiones, en torno a las
varias aristas del tema. Por
eso el tratado enseña, informa, organiza, sistematiza y con ello, al
mismo tiempo, impone, inmoviliza. El ensayo, suscita, dialoga y cultiva con el
sesgo espiritual que le
imprime el escritor al discurso. Es que el torrente discursivo de ideas no
puede encerrarse, porque pierde su sentido de búsqueda y creación. Al
mismo tiempo, el tratamiento no sistemático del
problema asumido, no guarda relación de antítesis con la
coherencia lógica. Hay en “Martí, escritor americano” una lógica
impecable, pero no rigorismo sistemático. La lógica deriva y se
construye del objeto especial trabajado, y del contexto real que se
analiza. Una lógica abierta, flexible y tolerante que establece
diferencias, porque se funda en la historia y la cultura. Por eso del
Modernismo dirá: “Captar la vida y el ambiente de los pueblos de América,
traducir sus inquietudes, sus ideas y sus esperanzas, a eso tendió el
Modernismo en su etapa final, sin abdicar por ello de su rasgo característico
y principal: trabajar el lenguaje con arte”[103]. En
Marinello, como grande ensayista, la asunción no sistemática de los
temas tratados, más que empobrecer su
intelección de los problemas que
convierte en objeto de estudio, se enriquece. En “Martí, escritor
americano”, además de mostrar su genialidad literaria y gran oficio
como ensayista, sus discernimientos dan cuenta de su maestría
para alumbrar caminos
con las implicaciones estéticas, filosóficas y políticas que deriva de
sus análisis críticos. v
Vocación
de atisbos y gérmenes. “Martí,
escritor americano” es una fuente inagotable de atisbos y gérmenes.
Marinello piensa el ser americano, si quedarse en él. Dirige su
pensamiento con sentido utópico, a veces “romántico”, y también
realista, tras las huellas martianas, con impulso de inquietud. Con miraje
profundo, contempla el horizonte para asirse a él, preludiar lo por venir
y acercarlo a nosotros. Es un
hombre de alma política, comido de humanidad, que sabe muy bien el papel
que le corresponde a la intelectualidad, en la revelación del ser
esencial de nuestra América. Por eso exige mirar nuestro mundo con ojos
humanos, es decir, ser sensible a sus problemas y a la obra por hacer.. La
luz martiana lo alumbra y encauza, para penetra en su “selva”y ver más
lejos. “Cuando Martí compone una de sus grandes oraciones políticas o
literarias no tiene en su mente realizar una obra de novedad alquitarada,
y menos amoldar sus potencias a determinadas corrientes. La creación
queda dominada todo el tiempo por la intención generosa. Es el impulso
cordial el que manda la resonancia varia y el hallazgo propio”[104] Es
que los atisbos y gérmenes, propios del discurso de los grandes
ensayistas, encauzan la creación y dinamizan la actividad en pos de ella,
y Marinello fue un creador. La
razón utópica, que todo lo
mueve, es inmanente al ensayismo de Marinello, por eso su obra hizo mucho
y dijo más. Y por lo mismo, seguirá diciendo. v
Dignidad
de las ideas. En
“Martí, escritor americano”, como en toda la ensayística de
Marinello, la dignidad de las
ideas matiza con fuerza la expresión discursiva. A la facundia
desbordante y a la elocuencia
robusta le acompaña
el don de la palabra grande, noble, con ímpetu de altura para
comunicar mejor. Es como si la bondad, la verdad y la belleza se unieran
en estrecho haz para construir un discurso sincero y leal. La sinceridad y
la lealtad imprimen dignidad a las ideas. Con plena propiedad del que sabe
decir y decir bien con grandeza de ideas, asume a Martí como paradigma.
“En la gran encrucijada debe ser Martí una fuerza definidora. Tiene
para nuestros escritores, la autoridad de la obra, el poder del ejemplo
letrado. Martí (…) es el caso del artista que logra las mayores alturas
en obediencia a sus criterios primordiales, con lo que deja confirmada la
autenticidad de su magisterio (…). Su verso- síntesis de su escritura
siempre poética- crecerá en la obra americana. Y, como quiso y esperó,
la huella de su vida, su integrada lección, crecerá también bajo la
hierba. En una germinación libertadora, digna de sus pueblos, digna de su
genio atormentado y generoso”[105]. Es
una ensayística sustanciada y “adornada” por el porte elegante de las
ideas y la nobleza de la palabra sincera, amorosa y humana, con evidente
resonancia martiana. Un bello
decir y hacer, comprometido con los destinos del hombre. v
El
encanto de la comunicación.
Con sorprendente espontaneidad,
el discurso de Marinello comunica al grado de la conversión, por su
encanto inusual. Su ensayismo como
literatura de ideas, deviene espacio comunicativo. Como siempre parte
del hombre, y su
subjetividad, concretada en la cultura, su expresión discursiva llega al hombre,
hasta identificarse con el mensaje que piensa y siente
suyo. Su discurso es comunicativo, porque está hecho de entrañas nobles
y porque en sí mismo, es leal, no traiciona. Hay acción comunicativa,
además, porque las ideas están cargadas de humanidad,
traducidas, tanto en la teoría como en la praxis. La fuerza de la
palabra se agiganta, cuando está pivoteada por el ejemplo. Sin ello, el
decir, aunque sea muy bello, resulta huérfano de ideas. Por
eso cuando su exégesis martiana se despliega sin fronteras, muchas
similitudes encontramos. Sería
herir su extremada modestia, pero es así. “De esa circunstancia, de esa
doble condición de inventor de un estilo y regidor de un mundo literario,
arranca su riqueza de vaticinio y su precisión asombradora. El hombre
vigilante de la libertad, de la riqueza y justicia de la América Hispánica,
pudo penetrar como nadie en los dominios sutiles de la creación artística,
sin olvidar un punto su deber político, pero sin poner de lado una sola
vez los caminos palpitantes de la encarnación personal. Los que miraron
hacia él pidiéndole fidelidad a su tarea orientadora encontraron que
cumplía con su deber, predicando con el ejemplo de su prosa. A los que,
gentes de su cuerda imaginativa, le admiraron la rica originalidad, le
mostró con ella, el rumbo inexcusable”[106]. “Martí,
escritor americano”, resume un ensayismo fecundo, y el encanto de la
comunicación que lo impregna, consagra a su autor como ensayista mayor de
nuestra América. En él se reúnen muchos valores estéticos y sobre
todo, humanos. La acción comunicativa
es eficaz porque está afincada en hondas raíces: sentido cultural
(humano) del discurso, subjetividad desbordante, gracia, tono, aire
aprehensivo suscitador y relieve
de las ideas. Mentalidad
concentrada del ensayista.
Los grandes ensayistas poseen el don de la concentración mental, y
Marinello en “Martí, escritor
americano”, hace gala de ello. Su concentración es tal que
inconscientemente se mete y bucea en cuerpo y alma en el asunto que trata.
Absorto, y sin necesidad de un plan prefijado como haría el tratadista,
se vierte todo su discurso para “ver” con las palabras y “hablar”
con los colores, con un discurso incluyente que emplea las varias formas
aprehensivas de que dispone el hombre, ya sea el concepto, el símil, la
metáfora, etc. Lenguaje directo y tropológico “juegan” y se
concilian, sin mengua de la verdad que busca[107].
Sólo interesa la meditación
profunda para captar la realidad en su complejidad real y en sus mediaciones dialécticas. Su ejercicio
literario es meditativo, por antomasia, y con ello, esencialmente
filosófico. El elan filosófico- cultural, es inmanente al ensayismo
Marinelliano. Hace filosofía en la literatura y en ésta filosofía. Su
discurso es de vuelo cósmico en su base. Su cosmovisión unitaria del
ser, como en Martí, encauza sus análisis. Sencillamente, como su
intelección parte del hombre inserto en la cultura, los eternos problemas
y preguntas filosóficas emergen sin ir tras ellos. Son parte
consustancial de su “mirar” al hombre en relación con el mundo,
particularmente el suyo, nuestra América. “Para Martí – y para él
también, pues su concentración mental lo
hace cómplice- aparecía indispensable ofrecer su América como un
todo profundo, dinámico y victorioso. Urgía dar “vida a la América”,
hacer “resucitar la antigua, fortalecer y revelar la nueva”…Mídase
el tamaño del empeño. Para nuestro héroe, dar vida a la América
significaba entenderla y exponerla como un gran proceso unitario en que lo
antiguo se prolongase orgánicamente en el presente y hacia el futuro.
“Resucitar el pasado” suponía usufructuar un caudal de grandezas
impresionante y útiles; como fortalecer y revelar lo nuevo aludía a una
obra de esclarecimiento y presencia en el escenario universal. Esta
concepción martiana- donde hay tanto de enjuiciamiento histórico como de
previsión política- expresa cómo se desarrolla en nuestro escritor la
idea de integración americana que está en los libertadores
de todo el Continente”[108]. La
concentración mental de Marinello, con su discurso ondulante, no sistemático, a
veces apotégmico, pero siempre
meditador, “hizo camino al andar” y no permitió que los “árboles
impidieran ver el bosque”.Por eso su
“Martí, escritor americano”, además de presentarnos a Martí y su
revelación americana como totalidad trascendente, califica como ensayo
americano de alta estirpe. En
fin, el discurso ensayístico de Marinello, muy
a lo martiano en su esencia, sigue alumbrando y continuará
abriendo caminos, porque él mismo es camino que abre horizontes,
y luz parpadeante que marca señales para captar el instante y
continuar diciendo.
V.
Cultura, política e identidad nacional en el martiano mayor. Los
temas cultura, política e identidad nacional con ímpetu martiano, son
recurrentes en la obra de Marinello. Conceptos claves que en su hermenéutica
analógica adquieren un color específico y determinan
un discurso ensayístico de extraordinaria hondura. Discurso, que
en su devenir histórico evoluciona, encauza proyectos y se enriquece a sí
mismo, en correspondencia con la realidad nacional que le sirve de
sustento contextual. Los
años comprendidos en la década de los años 30 del siglo XX cubano están
impregnados de nuevas calidades definidoras y modos existenciales de hacer
cultura, arte, política, en función o no de la identidad nacional, su
desarrollo y preservación. Son años complejos y difíciles, en los
cuales los sectores intelectuales cubanos, conscientemente, tienen que
tomar posiciones: o miran la realidad nacional de frente, con ojos
militantes, o la evaden, para regodearse en su producción abstracta, lo
que es más “cómodo”, o, sencillamente glorifican el status quo existente, para alinearse así a la reacción en contra
del ideal nacional y en defensa de intereses de clases muy definidos. Son
años inciertos, ha fracasado la Revolución del Treinta, hay confusiones
ideológicas, pero la herencia acumulada de la “década crítica” que
le precedió, así como el despertar de la conciencia nacional, si bien
inmerso todo en confusiones e indefiniciones, marcará su huella indeleble
a la posteridad. “Sus gérmenes formadores –refiere Marinello a su
llamada “década crítica” (1920-1930)- poseen raíces muy profundas,
de las que suben las grandes floraciones que hemos contemplado después.
No es casual que en estos diez años – ni antes ni después- hayan
ocurrido hechos como estos: La
Revista de Avance, Venezuela Libre, América Libre y la radicalización
de Social. Añádase la aparición,
en este lapso de tiempo, del primer Manifiesto Antiimperialista, Y, ya con
significación excepcional –continúa Marinello- la fundación de la
Confederación Nacional Obrera de Cuba y el Partido Comunista, primer
partido leninista de nuestra historia.”14 La
década de los años 30, como todo tiempo histórico, tiene sus premisas.
Hay una cosecha, una memoria, avalada por acontecimientos trascendentales
que ella sucede, e incluso toda una tradición anterior sintetizada en
Martí que, aunque en parte desconocida o desvirtuada en la república
neocolonial, existen. El antimperialismo de Mella y Martínez Villena ha
trascendido e impulsado nuevas directrices socioculturales y políticas.
La nueva conciencia nacional, protagonizada por la juventud, exige nuevos
enfoques y discernimientos del pensamiento revolucionario del Apóstol y
de la realidad nacional. En
todo este proceso de lucha y búsqueda nacionales no está ausente la
figura de Juan Marinello. Joven de fina inteligencia y dotes
excepcionales, cuyas cualidades pone en función de la cultura nacional y
la realización plena de la liberación de su patria. Como poeta, como
escritor lírico, se inicia con originalidad creadora, con su estilo nuevo
e innovador. “Liberación” (1927), según Regino Boti”… unce
definitivamente a Cuba a la nueva poesía, (…) haciendo del canto algo
cogitativo, trémulo, espacial, sujeto al suelo por invencibles atavismos,
pero con las alas potentes ansiosas de vuelo y eternidad (…) Sólo el
hombre que se siente muy firme sobre sus talones puede elevar su canto
hasta las más puras abstracciones…”15
Sin
embargo, su excelsa sensibilidad humana, sus convicciones ideopolíticas,
forjadas en el combate en que se dirimía el destino de la nación cubana,
lo alejan de su poesía intimista y las abstracciones, sin que con ello
renuncie a su vocación poética que impregnó toda su producción
intelectual. El
ensayo, género literario en que encuentran
cauces expresivos por excelencia, los fundadores de La
Revista de Avance y otros destacados intelectuales, constituirá el
arma de combate en el quehacer político-social, crítico-literario y, en
fin, cultural-revolucionario de Juan Marinello. Su tesis, “que el ensayo
pone y el tratado dispone”, en un creador de su naturaleza, lo conduce a
elegir el primero, como medio más propicio para el despliegue de sus
energías e inquietudes político-sociales y culturales.16
Como
toda obra humana, creadora, la ensayística de Marinello, experimenta un
proceso de evolución, en cuanto a profundización y enriquecimiento se
refiere, en la medida en que profundiza en la realidad, amplía su
horizonte cultural y acumula experiencia. La década de los años 20 fue
su prueba de fuego, y emerge junto a Mella, Martínez Villena y otros
destacados jóvenes revolucionarios, como figura de alto calibre político,
revolucionario y hombre de la cultura, con pleno reconocimiento en su
medio intelectual y en los predios de la crítica literaria más exigente.
Sus dotes como escritor, la originalidad de estilo, su espíritu
innovador, que en muchos casos llevan el signo martiano y unido a su vasta
cultura, que no soslaya lo popular y el dominio profundo de la lengua, ya
a partir de los años 30, hacen de “los ensayos de Marinello (…)
apotegmas que la lógica de su entusiasmo enlaza alrededor de hombres e
ideas.”17
En
la ensayística marinelliana de la década de los años 30, ocupan su
atención temas diversos en torno a la cultura, el arte y la política;
sin embargo, su núcleo central gira en torno a la figura de José Martí
– y coincidimos con los críticos y exégetas del intelectual cubano-
que esta asunción al Maestro resultó determinante en su madurez como
escritor y elemento catalizador en su creación fundadora como hombre de
pensamiento y acción, que al igual que el Apóstol, hizo de su oficio y
misión una unidad indisoluble. Misión y oficio, como dos momentos de un
todo único –revelado y altamente valorado por Marinello en Martí-
preside y pervade en toda su dimensión su ensayística. Pero la
influencia martiana y también marxista no se reducen a esta determinación,
sino que, tanto con ello, le aportan un método de aprehensión de la
realidad, que en Martí supera y sintetiza la rica tradición del
pensamiento cubano y lo más valioso del legado universal: el enfoque
sociocultural-antropológico, que vincula sentimiento y razón como parámetros
cualificadotes de humanidad, y hace del hombre y su devenir un
proceso-resultado de la cultura, en tanto encarnación del ser esencial
humano y medida de su desarrollo, ascensión y trascendencia.
En
esta dirección, y ya en un momento de su evolución intelectual que
expresa los signos de madurez como escritor, y en posesión de un método
que arranca del hombre en su realidad dramática y en sus múltiples
mediaciones, los temas cultura, política
e identidad nacional, traducen y trasuntan una obra creadora puesta al
servicio de la transformación de la realidad nacional y en función del
pueblo. En
los ensayos publicados en la Revista
de Avance emergen múltiples asuntos que compendian la unidad orgánica
entre cultura y política, como expresión humana que debe realizar el
bien del hombre. En “El poeta José Martí” (1929), escribe Marinello:
“y para él –refiere a Martí- no tiene significado la vida que no se
vierte en la de los demás y había dicho que” el deber de un hombre está
allí donde es más útil, -el poeta queda forzado, fatalmente, a
proyectar su obra en bien del mundo…”18
En
los marcos de la relación cultura-política e identidad nacional, vista
como un todo, dimanante del hombre y transida de humanidad, discurre en
otros problemas capitales como la relación e interconexión entre lo
universal y lo singular propio, lo autóctono y lo foráneo, los elementos
integradores de la identidad nacional, el lugar de la cultura afrocubana,
el mestizaje, la relación entre el ser americano y el deber-ser, en nexo
estrecho con las inquietudes cubana y americana, la conciencia de nuestro
ser y los sentimientos en la proyección social, el lugar y papel del
artista del hombre humanista que hace de la cultura, la política, el
arte, etc., un programa fundador de lo nacional con vocación universal,
un servicio al sumo bien del pueblo y la humanidad. El
ensayo “Sobre la inquietud cubana” (1929) es una meditación americana
en sí misma, con defensa de la identidad de nuestro ser existencial y una
protesta a continuar siendo fieles copiadores de la cultura europea y
presa fácil del imperialismo norteamericano. Sin embargo, la protesta no
se queda en sí misma, lleva un mensaje, un llamado a la acción. “La
inquietud de hoy es esencialmente –trágicamente- política en su
sentido más amplio y lejano. La tragedia no sólo está en la inquietud,
sino en los caminos para realizarla”19.
Hay una toma de conciencia de los problemas reales que afectan a nuestro
pueblo. “La pugna entre las viejas construcciones y el nuevo sentido”,
pues”… están divorciados de modo radical…la personalidad
–dignidad nacional- con el bienestar de sus pobladores.”20
Al mismo tiempo, hay “una realidad jurídica –la Enmienda Platt- y una
realidad histórica –la absorción económica- constituyen al gobierno
de Cuba en guardián de los intereses norteamericanos.”21 Al
igual que en “Juventud y vejez” (1928), donde defiende la libertad, el
derecho al futuro, ante la opresión que invade a la nación, aquí el
optimismo revolucionario se impone, pues “no vemos, -enfatiza Marinello-
sin embargo, esta tragedia americana como seguro naufragio de los valores
espirituales”22.
Ese optimismo real, de raíz nacional martiana se cimenta en su cosmovisión
humanista que ubica al hombre como centro del acontecer sociocultural y
político y cree en las virtualidades que potencian y sirven de sustrato a
su humanidad. Se pone de manifiesto, además, cuando asume la personalidad
del pensador marxista peruano. “En Mariátegui –señala Marinello en
el ensayo “El amauta José Carlos Mariátegui”, publicado con motivo
de su deceso, junio de 1930- la obra intelectual no puede ser cosa
inseparable de su presencia, porque él estaba en su obra y su presencia
empieza ahora. Por venir de su aliento de hombre su palabra nació con
piernas incansables. Como toda palabra transida de humanidad y codiciosa
de porvenir será la suya viva y reciente…”23
El
hombre, concebido como presencia, proyecto y síntesis de la cultura que
encuentra modos de realización en el arte, la política y en todo su
quehacer social permea el método marinelliano. De aquí dimana su
intelección de la cultura como ser esencial humano, enraizada en el
pasado y siempre mirando al porvenir. Por eso, la política en su criterio
resulta una determinación de la cultura, un todo, consustancial a una
unidad superior, el hombre, como hacedor de historia, comprometido con la
realidad y las exigencias de su época. Por eso jerarquiza en todo alto
nivel la divisa esencial de Mariátegui: “No soy un espectador
indiferente del drama humano. Soy, por el contrario, un hombre con una
filiación y una fe.”24
Fe, que en la comprensión de Marinello significa”…ser parte encendida
del drama del mundo…,25
ser hombre dramático en un coro de hombre trágicos, afirmar mientras
todos dudaban”…”hundir las manos con dolor de creación en carne
angustiosa.”26
En sí, fe es hombre con ideales, cultura militante comprometida, política
militante. En
la ensayística de Marinello la cultura, en tanto producción humana, es
tal, en la medida que “traduzca adecuadamente la inquietud política.
Concibe a esta siguiendo al Amauta como “la trama misma de la
historia” y “el anhelo social”27
que es en primera instancia el afianzamiento de la identidad nacional, con
vocación de universalidad. La
política como “trama misma de la historia”, en Marinello implica, más
que todo, vía de acción social y humana y, por tanto, determinación y núcleo
de la cultura. En esta lógica conceptual, y consecuente con su concepción
de lo político, como “forzoso servicio en las banderas del hombre”28,
se pregunta: “cuando lo político es la corriente vital, ¿puede algo
quedar a sus márgenes?”29
Problema este extraordinariamente controvertido y polémico, pero en el
discurso de Marinello y el método con que piensa la realidad humana,
aporta múltiples claves interpretativas que dan fe y cuenta de su razón,
o al menos de los fundamentos lógicos que avalan su criterio. En
primer lugar, no se puede olvidar su concepción de lo político, dando
continuidad a Martí, como hecho cultural, como fenómeno humano,
inmanente e inserto en la cultura, como una de sus determinaciones
esenciales. En
segundo lugar, no es posible soslayar el sentido auroral, preludiante,
proyectual que impregna la ensayística de Marinello. Ese constante
transcurrir –aprehendido de Martí- del ser al deber-ser que penetra la
obra de Marinello constituye un impulso, para el cual “la afirmación
cumplida es menos fértil que la leal sugerencia.30”
Perder de vista esto, es condenarse a no entender el estilo ni el mensaje
de la ensayística marinelliana. Es cerrar las vías de acceso a su
“propia selva”, no seguir su ritmo y quedar fuera de su sintonía. La
asunción de los temas cultura, política e identidad nacional no se
reduce sólo a los trabajos publicados en la Revista
de Avance; todo lo contrario. Si ciertamente son recurrentes y a veces
reiterativos en los ensayos de los años 30 y de las décadas sucesivas,
también es indudable que alcanzan un nivel superior de profundización. El
ensayista descubre nuevos vínculos y condicionamientos en correspondencia
con nuevos tiempos históricos, experiencias acumuladas y una profundización
mayor en el pensamiento martiano y el marxismo creador. La
obra ensayística de Marinello en la década de los años 30 es vasta,
profusa y muy rica en cuanto a temática de crítica literaria se refiere31.
Escrita en condiciones difíciles ante el acoso policíaco, la persecución,
la cárcel y el destierro, varios ensayos fueron escritos en la cárcel o
en la clandestinidad. Sin embargo, “el pensamiento se desarrolla en
libre y prolongada espiral alrededor de una idea matriz, y va amplificándose
y transformándose con prodigalidad asombrosa32.”
En
el contenido de los ensayos de este período, reflejando la realidad de la
época, está presente la angustia cubana y americana –ciertamente, como
señala Ángel Augier- pero siempre abriendo brechas de discernimiento y
planteando propuestas para superar el callejón sin salida que otros
vaticinaban y consideraban cerrado, y sin alguna vía de acceso. A
los problemas de la cultura contemporánea, incluidas por supuesto la de
Nuestra América y la cubana, dedica atención especial en su ensayística.
La relación entre lo universal y lo particular es un tema recurrente, así
como el imperativo de afianzar, preservar y desarrollar lo propio, para
encontrar nuestro ser esencial e insertarnos en la cultura universal con
derecho soberano y ser contemporáneo, en tanto hombre emancipado, libre,
virtuoso y digno que sabe labrar el futuro como sujeto, asido a la tradición,
con memoria histórica y personalidad colectiva. En
los marcos de esta búsqueda constante del ser esencial que sirve de
sustrato a la cubanidad, los temas cultura, política e identidad nacional
y sus interconexiones y mediaciones continúan desarrollándose. De una
forma u otra y con expresiones disímiles, como su método se funda en el
hombre y su despliegue procesal en la cultura, por exigencia lógica, su
discurso transita tales determinaciones. Se trata, además, de un
ensayista de vasta cultura, fina sensibilidad y comprometido con la
realidad nacional. Por eso en él, “una simple alusión –señala Angel
Augier- marca una vasta extensión cultural, y el concepto de cultura, en
él, no excluye jamás la veta inagotable de lo popular33”.
“Negrismo
y mulatismo” desarrolla un trabajo profundo relacionado con el
componente negro en la cultura cubana, así como la identidad mestiza que
caracteriza a nuestra nación. En la poesía de Guillén descubre “la
cultura de raíz”, y con ello, “un hecho americano del más amplio
significado”, porque ella –la poesía- es parte de nuestra carne
porque encontramos… nuestro ayer, nuestro presente y nuestro mañana34.
En
dirección al tema martiano –predominante en la ensayística de esta
etapa, y en las subsiguientes también- los temas objeto de análisis
adquieren un relieve inusitado, y no es casual, pues en Martí encuentra
lo que busca en toda su integridad. Martí piensa la realidad a partir del
hombre y su actividad que se encarna en la cultura. “Por eso –enfatiza
Marinello- el artista no es en él hombre distinto del político, del
meditador, del Apóstol. El arte no puede ser para Martí sino ejercicio
de humanidad. Su prosa y su verso son los cauces de una energía
bienhechora. Su pensamiento es siempre un intento de exaltar lo mejor del
hombre.35”
Ejercicio
de humanidad que en la obra martiana deviene pivote central en la revelación
del ser existencial de nuestra América, de su identidad en tanto tal, así
como la revelación de la esencia rapaz del coloso del Norte en acechanza
perenne y en relación de antítesis con los propósitos genuinos de
nuestros pueblos. En esta obra fundadora de Martí, donde cultura, política
e identidad constituyen un todo único indisoluble, la ensayística
marinelliana penetra, y extrae sus fundamentos orientadores, tanto en la
concepción del problema como en la aprehensión del método capaz, de
pensar el objeto y reproducirlo creadoramente en su totalidad trascendente. En
esta dirección de reflexión y discernimiento del problema, el ensayo
“Americanismo y cubanismo literarios” resulta conclusivo. Ante la
pregunta: ¿Muestra lo político el quilate irreductible de un grupo
humano o sólo una esquina ocasional del criterio colectivo?, Marinello
responde, apoyándose en la historia: “Los mejores observadores
del 19 atisbaron el alma criolla de la conmoción que produjo el ansia de
independencia política. La revolución contra España fue,
innegablemente, oportunidad de sublimación de muy significantes aristas
espirituales del criollo36 En
la ensayística marinelliana de la década de los años 30, además de dar
respuesta a una etapa convulsa de nuestra historia, pone de manifiesto el
talento excepcional del autor, así como la originalidad creadora y la
belleza expresiva que caracterizan todo un método todo un estilo para
revelar en su esencia la unidad, cultura, política e identidad nacional
en su síntesis. Además, íncitamente, la ensayística del creador y político
cubano está mediada por una idea central que imprime sustancialidad y
coherencia al discurso: que no hay
identidad nacional auténtica, más que enraizada en la cultura del
pasado, en los combates del presente y en la tarea común de los que
construyen el porvenir. Se trata, más que todo, de un programa
cultural, diseminado en su rica y variada ensayística, cuyo ideal de
racionalidad, fundado en el hombre, sus necesidades, intereses, fines y
medios, hurga en la modernidad de Cuba y Nuestra América para hacer de la
cultura y la política la autoconciencia auténtica de la liberación, y
de la praxis, su instrumento de realización efectiva. Si
bien en la producción de Marinello el problema cultura, política e
identidad nacional, inmanente a su concepción del hombre, ya se integra
como cuerpo teórico coherente de su discurso en la década de los años
30, cuya expresión la integran los ensayos recogidos en su libro Literatura
Hispanoamericana, Hombres, Meditaciones, en toda la obra posterior
continúa su desarrollo y sistematización. Sin
embargo, en Martí, escritor americano –su obra capital-, Meditación americana, “Sobre el Modernismo, Polémica y definición”,
“Conversación con nuestros pintores abstractos”, “Lenin y la creación
artística”, “Literatura y Revolución”, y “El escritor Aníbal
Ponce”, entre otros, la intelección dialéctica en torno a la relación
cultura-política-identidad nacional, en tanto totalidad orgánica que
dimana de una teoría y un método en su plena madurez, resulta más
reveladora y profunda. Se desentraña y amplía nuevas aristas del
problema, se devela otros nexos esenciales, determinaciones y
condicionamientos que dan cuenta de los nuevos avances de la teoría y el
método que alumbra su discurso. La profundización en el pensamiento y la
obra de Martí, sustanciada además por su penetración marxista y en la
cultura americana y universal, imprimen nuevos horizontes al camino
recorrido. En
Martí, escritor americano
–Martí y el Modernismo- en la medida que se ve impelido de establecer
relaciones entre el Modernismo y Martí, el intelectual cubano desarrolla
conceptos e ideas capitales en torno a la dialéctica, cultura, política
e identidad nacional, en tanto exige al creador lealtad americana y
compromiso con su tiempo. Lealtad
y compromiso social que en la cosmovisión marinelliana
implica no convertir el arte, la literatura y la cultura en general
en una empresa política, codificada en un discurso propagandístico
unidimensional y pobre en contenido. El concepto es otro y más profundo
porque es consecuente con la búsqueda del hombre en sus humanas, cuya
obra debe fundarse, como en Martí, en el mejoramiento del hombre, como
“….traducción eficaz del clamor colectivo37
en el camino americano… en la búsqueda… de lo propio y el ansia de
información reciente y universal.”38 Hay
mediaciones esenciales que Marinello revela, para conceptuar y concebir la
política como determinación cultural, al servicio de la identidad
nacional o regional. Mediaciones que encuentra o deduce de su propia
concepción, de la “…total identificación entre el escritor y el
hombre”39
que, como en Martí “… lo romántico se enriquece, se supera… por el
choque con la realidad”40.
Es en el obrar humano, su actividad, que imbuido por motivos nobles
despierta sensibilidad y con ello comportamientos políticos. “Lo
sorprendente, lo impar de su caso –por supuesto, se refiere a Martí-
está en que la queja del artista, sensible de la piel a la entraña, y el
entusiasmo del líder, erguido hasta el fanatismo, se marinan y asocian a
lo largo de toda su existencia; a veces en el mismo cuerpo de un
escrito.”41 De
esta concepción marinelliana, de identificar al creador con el hombre
–entiéndase bien el concepto hombre y sus connotaciones, que asimila de
Martí- es fácil comprender las transiciones dialécticas que median la
relación cultura-política. Es que la cultura, en tanto tal, sintetiza,
compendia e integra en sí la condición humana, dirigida a la realidad
social en su naturaleza contradictoria, lo que de por sí, deviene política,
al saberse y sentirse el hombre al mismo tiempo sujeto, agente activo del
movimiento social. Es como si cultura y política, en la dinamicidad del
proceso social tomaran cuerpo en el hombre, sensible a los latidos de la
realidad. De ahí que la política verdaderamente humana no resulte un
aditamento más del devenir humano, sino un modo en que la propia cultura
humana se expresa en términos de acción real en bien del progreso del
propio hombre y la sociedad. Sobre esta base encuentra Marinello las
claves explicatorias del desinterés que anima a los grandes hombres, el
fundamento de los ideales que la cultura humanista sedimenta, la
satisfacción plena e incondicional en la que el hombre es capaz de asumir
el deber patrio hasta inmolarse por una causa política que considera
fuente nutricia de ascensión humana. Su faro y guía es Martí, como
hombre, que puede ser extensible a la más simple cultura, pero con
calidad de hombre.42
“Nuestro héroe ha evocado largamente la guerra y la muerte. Quiere
servir a la guerra con sus máximas calidades; por ello sube a lo más su
asistencia práctica, política, instrumental; por ello produce una
literatura en que la utilidad engendra la belleza…Goza de una dicha no
pensada porque la suma de quebrantos y tormentos ha confluido en la gozosa
ocasión de ofrendarlo todo. Si para él el deber se identifica con el
sacrificio, ahora el mayor deber ha de confundirse con el sacrificio
pleno, el de la propia vida. Esto
explica y brinda fundamentos sólidos, en los marcos de la dialéctica:
cultura, política, identidad nacional, a la misión martiana de concebir
la patria como agonía y deber, y la de todo hombre comprometido –sin
condición alguna- con los problemas cruciales que palpitan en la realidad
social de su tiempo, en pos del futuro. En
el devenir cultura, política, identidad nacional, Marinello descubre todo
un universo de vínculos necesarios para comprender el proceso mismo de
dicha unidad. En primer lugar –lo reiteramos- la identidad que establece
entre el creador y el hombre; en segundo lugar, el vínculo que revela
entre el hombre y la cultura, donde esta última define el ser humano en
su esencialidad; determinación que en sí misma la cualifica –a la
altura- como modo de proyección del hombre en su actividad transformadora
y en el cambio de las circunstancias sociales para realizar sus fines.
Esto significa, al mismo tiempo, la mediación de motivos de naturaleza ético-moral,
implícitos en la relación cultura-política, que impulsan a la primera
(cultura) a concretarse en posiciones, normas y acciones sociales (política)
en correspondencia con su concepción del mundo, las necesidades sociales
y el ideal que dirige su actuación en la sociedad. Por eso “Martí
encuentra en la manigua no la justificación de su concepto vital.”43
Concepto vital, que en la intelección marinelliana expresa la hombría
misma, encarnada en una cultura de raigambre transformador, impulsada por
la conciencia de deber patrio, por la responsabilidad personal y por lo
que ha hecho razón de su existencia: la emancipación de su pueblo
oprimido. De ahí que su “asistencia práctica, política,
instrumental” en el Apóstol la sienta como “llegada a su naturaleza
plena”, y “la utilidad engendre belleza”. |
La
mediación ético-moral en la transición cultura-política –que tanto
reitera y valora Marinello, en su exégesis martiana o de otra
personalidad- tiene una importancia capital. Abre vías de acceso a la
comprensión de la literatura, el arte, etc., y todo el quehacer humano
creador, no encerrado en sí mismo, en su expresión elitista y esotérica, como arte por el arte, como cultura por la
cultura, en tanto tales, sino en su utilidad social, al servicio del
desarrollo de lo propio y de la defensa y preservación de la identidad
nacional. En tercer lugar, en el movimiento dialéctico cultura, política,
identidad nacional, el intelectual cubano, a la medición ética, en
calidad de sustrato subyacente, vincula además el momento estético, en
unidad indisoluble, como elemento que estimula la actividad humana, no sólo
por el deber y los imperativos de naturaleza moral sino que, conjuntamente
con ello, implica ejercicio de acción colectiva social, de compromiso político,
en fin, de imbricación orgánica de misión y oficio, como hecho
cotidiano, fundado en una cultura de la razón y los sentimientos. En
cuarto lugar, en la articulación cultura, política, identidad nacional,
si bien se asienta en el conocimiento del hombre, Marinello jerarquiza la
mediación axiológica en alto grado, consciente que los valores humanos,
en múltiples formas de expresarse, son momentos catalizadores de creación
humana y generadores de medios necesarios para convertir en praxis las
posibilidades de excelencia y creación que se llevan dentro del hombre,
cuando los desvelos sociales –ideales políticos en primera instancia-
se convierten en convicciones.44
La
unidad cultura, identidad nacional en Marinello –en general siempre
tomando a Martí como modelo de hombre- significa la cultura como servicio
al pueblo, sustentada en un espíritu animador de igualdad social, virtud
y dignidad nacional. Es, al mismo tiempo, cultivar lo endógeno con miraje
universal de futuro Consciente,
además, de la tesis martiana de que “nada es el hombre en sí, y lo que
es, lo pone en él su pueblo”, Marinello, exige a la cultura, al
escritor oír la voz del pueblo, unirse estrechamente a la realidad y ser
consecuente con la necesidad histórica, pues “nunca la realidad ofreció
al artista –y esto resulta muy actual-(…) tan clara ocasión de
grandeza”45
como la de ser hijo de su pueblo y de su tiempo. “Todo estará en que
nuestro escritor –que en Marinello y Martí es ante todo el hombre-
conjugue un difícil equilibrio de espontaneidad e intención, de ímpetu
y conciencia. Sin acudir al razonamiento adoctrinador (…) por vías de
la legitimidad, (…) no
explicando sino evidenciando (…) debe ofrecernos toda la vida por las
veredas más específicas y sensibles.”46
. Decir y hacer que como en “Martí se mueve dentro de un entendimiento
profundamente humano… que traspasa lo puramente literario y sólo puede
lograrlo una transformación social que sitúe a los hombres en una
verdadera y radical igualdad.”47 En
“Sobre el Modernismo. Polémica y definición”, el discernimiento de
la relación cultura, política e identidad nacional, en tanto sistema, no
hace más que profundizar las tesis anteriores en cuanto a la “capital
razón de ser hombre de entraña política, lo que determina, interpretar
el hecho cultural… con hondo sentido histórico”48,
al igual que en “Conversación con nuestros pintores abstractos”,
donde con calidad del oficio, prueba con solidez argumental y coherencia lógica”
que…cuando se sustrae al hombre de la tarea que los hechos configuran su
presente y su futuro dejan de contar.”49
No
se trata de una intención destructiva o una aversión a la pintura
abstracta, en defensa de la figurativa, sino de un llamado al clamor del
pueblo, ávido de riqueza espiritual ennoblecedora que encauce su camino
liberador.50
Ante este mandato del hombre, del pueblo –fuente nutricia de todo
creador- no hay tarea más importante que dar respuestas a la necesidad
nacional, que es hacer de la cultura un baluarte político de la nación.
Son alternativas ante las cuales se define más que la expresión
cultural, en tanto tal, la humanidad del hombre y su destino y razón de
ser, en su toma de partido por el bien común. Por supuesto, Marinello está
consciente como marxista de que “el caso nacional, entendido como un
proceso en marcha, adquiere sentido, sustancia, realidad, en virtud de la
lucha que lo anima, y las clases que impulsan esa lucha tiñen todo el
proceso con su acción y presencia.”51La
conciencia obrera rectorando el proceso más humano del hombre, porque
sintetiza el interés nacional, exige de la cultura determinaciones políticas
que dan acceso a la empresa portadora del progreso, no definiciones políticas
en términos doctrinarios, sino captar creadoramente las señales de la
realidad nacional, y con ello contribuir al programa de educación
popular, que en fin de cuentas conduce a una toma de conciencia en las
masas. Establecer
al mismo tiempo una comunicación entre la obra del creador y el pueblo,
que se derivan de ella. Esto, sencillamente, en la concepción de
Marinello es poner la cultura al servicio de la nación, de sus intereses
cardinales, en manos del sujeto que protagoniza su bregar hacia el
progreso y la verdadera ruta humana.52 En
la obra marinelliana – humanista en esencia- la relación cultura, política,
identidad nacional (o regional latinoamericana) está presente de formas
disímiles. Es cierto que no es la intención central del ensayista entrar
en disquisiciones teóricas en torno a definiciones y estructuras. Más le
preocupa –y esto es muy importante- su relación y condicionamiento en
la praxis misma. No se trata de carencia de carga teórica en el discurso,
ni presencia empirista en el método sino de un estilo,53
donde la imagen y el concepto actúan en acción recíproca, sustentada en
el aliento de un artista de la palabra y militante de la historia y la
cultura y la política con raíces propias y sentido universal. Con
criterios científicos –asumimos su propio decir- sobre el desarrollo de
las fuerzas sociales, Marinello, sin detenerse mucho de modo especial en
las determinaciones conceptuales, logra síntesis insuperables en torno al
objeto que investigamos. En “Lenin y la creación artística” hay
ideas, síntesis, conceptos íntegros e imágenes reveladoras. “La
observancia del dictamen leninista,54
vía hacia el futuro, está afirmada, enriquecida, -escribe Marinello- en
nuestro caso por la presencia cálida y cercana de Martí. Si el mandato
de Lenin es el deber en marcha, el ejemplo de Martí es el impulso histórico
que llena de sustancia y sentido la tarea ínminente.”55
No
le es difícil a Marinello establecer coincidencia entre Lenin y Martí,
respecto a la cultura y sus determinaciones, a pesar de sus circunstancias
y tiempos históricos específicos, pues el deber en marcha, la tarea
presente, en el caso cubano, está sustanciado por el impulso histórico
martiano. Ambos se complementan y en síntesis superior expresan la
cultura en su dimensión humana, donde el sujeto “…entienden su misión
como encargo de un gran pueblo en un gran momento de la historia
humana.”56
En
Lenin, Marinello encuentra con espíritu martiano,57
nuevas determinaciones en la relación cultura, política, identidad
nacional. Las relaciones clasistas, ínsitas en la cultura misma, como
expresión de su devenir en la política –mediación que Martí en su
madurez ya empezó a avizorar- con Lenin encuentran su expresión sistemática
y su desarrollo en los marcos de su teoría del hombre y la sociedad, con
“una nueva dimensión dialéctica de la cultura”. Concepción que, sin
negar los valores universales de la cultura, muestra su carácter heterogéneo
de acuerdo con intereses de clases, lo que posibilita comprender en las
nuevas realidades” en qué medida trabaja una expresión de cultura por
mantener las viejas estructuras opresoras, en qué grado actúa para
derribarlas, dando paso a una convivencia en que la tarea intelectual se
produzca sin trabas ni contradicciones, cumpliendo sus objetivos
inseparables y legítimos.”58
Marinello
valora en alto grado la existencia de una teoría de la cultura y una política
cultural leninista, cuyo espíritu fundante, por su resonancia humana,
encarna el ser del pueblo y con ello, un programa, “…por la que la
igualdad perseguida será el basamento de apropiación humana59
y posibilidades reales de acceso a la cultura, por una política
inteligente afincada en lo propio, pero con vocación de universalidad y
trascendencia e identidad propias. En
su intelección “sólo con esta conciencia unificadora entre libertad y
cultura –libertad para la cultura, cultura para la libertad-, puede
emprenderse una ruta ascendente, sin contradicciones ni retrocesos”.60
Sin contradicciones, no en el sentido metafísico, sino a partir de crear
las condiciones necesarias por medio de la subversión de la realidad y su
transformación para que el hombre se realice como tal y florezcan sus
potencialidades creadoras en toda amplitud. Un
entendimiento dialéctico profundo en torno a la cultura, la política y
la identidad nacional revela el intelectual cubano. Es significativo el
lugar que asigna a los cambios sociales, que si en sí mismos son expresión
de una cultura revolucionaria, acontecimientos suyos, también la moldean
a los tiempos y espacios históricos. Los cambios sociales –hechos históricos
culturales en esencia- manifiestan el propio devenir de la cultura en sus
determinaciones, incluyendo la política y sus cauces de dirección humana
cuando captan las necesidades y los intereses del pueblo. Cuando
la cultura refleja en su síntesis el ser nacional –según Marinello-
coincide con el progreso y sirve de fuente inagotable de enriquecimiento
de la identidad nacional. De lo contrario, se repliega en los intereses de
los sujetos que representan el poder dominante, en detrimento del
verdadero propósito del pueblo y de su creación libre,
pues”…mientras subsiste la enajenación del trabajo humano (…)
carece la cultura de la radical libertad en que toma cuerpo su mejor
magnitud.” “El renaciente –escribe Marinello, refiriéndose al libro
Humanismo burgués y humanismo
proletario, de Aníbal Ponce- sueña con el hombre en plenitud, y el
intelectual del XIX con la élite de espíritus liberados y abstractos;
pero los dos acuden en definitiva –hijos de su clase- a proclamar “la
supremacía del hombre que piensa sobre el hombre que vive”, con lo que,
al obedecer a quienes los sustentan, restan fecundidad a sus
creaciones.”61
Realización
humana, realización social y nacional en la comprensión de la cultura y
la política de Juan Marinello se determinan, autocondicionan y presuponen
recíprocamente. Hay una idea matriz que atraviesa su discurso, la idea
del cambio de las circunstancias, como prerrequisito dinamizador de la
historia y la cultura y como premisa misma del desarrollo del hombre y la
sociedad, dimanante del hecho de la imposibilidad –en una sociedad
dividida en clases- del abordaje de la dinámica cultural, soslayando las
contradicciones que le son inherentes y a partir de presupuestos metodológicos
homogeneizantes. Hay
que establecer diferencias específicas, porque la sociedad fundada en las
contradicciones de clases imprime su sello distintivo a la cultura. Evadir
este problema es simplemente actuar con entidades abstractas, cuyos
resultados a lo más que llegan es a postular una antropología,
conciliadora de polos antitéticos. La asimilación creadora del
marxismo-leninismo le aporta a Marinello los medios teórico-metodológicos
para la comprensión científica del movimiento social, incluyendo la
cultura y su determinación política en relación con el destino de la
nación. El
espíritu martiano que anima toda su obra, que “(…) enseñó para
siempre que la singularidad, la originalidad sorprendente de la obra viene
de la lealtad a las grandes causas contemporáneas y de traducir en cada
instante la voluntad libertadora de los pueblos”62
se completa con un método que exige discernir especificidades concretas
en las estructuras sociales de la nación. Comprender que se requiere de
definiciones revolucionarias para revelar en los marcos de la cultura
nacional lo progresivo y lo regresivo y lo que verdaderamente se encarna
como hecho cultural en la línea del desarrollo de la nación cubana, pues
“…a las viejas servidumbres y a las injusticias mantenidas
–prejuicio social, supeditación de la mujer, educación insuficiente y
deformadora, monocultivo, miseria campesina y desempleo creciente-, ha
venido a sumarse, como una gran fuerza unificadora de lo regresivo, el
dominio imperialista,”63
En
tales circunstancias, defender la cultura nacional es alinearse a la clase
que lleva en sí “la voluntad emancipadora, la misión creadora y
fidelidad a su claro humanismo”, es decir, la clase proletaria como
portadora del progreso. Con esto, Marinello demuestra a los creadores cuál
es la entraña de la encrucijada y los medios para salir de ella. Salvar
su misión creadora es hacer de su creación y su obra un ejercicio
revelador constante de la realidad nacional y, con ello, un quehacer
comprometido con los que sufren la opresión y al mismo tiempo preludian
el porvenir de la nación y su identidad. El
reconocimiento de la heterogeneidad social, emanado de las diferencias
clasistas, aporta al discurso de Marinello nuevos fundamentos en el
entendimiento de la relación cultura, política e identidad nacional. Lo
provee de medios necesarios para develar la compleja trama social en que
se desenvuelve la sociedad cubana prerrevolucionaria, así como encaminar
con sentido político la actividad y obra creadoras de la intelectualidad
cubana. Posteriormente al triunfo de la revolución, en un nuevo momento
del devenir cubano, cuando el ideario martiano-marxista empieza a
encarnarse en la cultura con nuevos mirajes y a partir de otras premisas,
con el pueblo como sujeto, la obra de Marinello, continuó su línea
ascendente en la revelación del problema. Nuevamente,
en su discurso, los temas, cultura, política e identidad nacional, además
de ser ideas centrales de su obra, aparecen como núcleos conceptuales, en
su interconexión recíproca y en constante espíritu superador perneado
de urgencia y vuelo teórico-práctico por su resonancia capital y
significación, en un pueblo que encuentra, al fin, el rumbo humano de
realización social y las vías sociales de objetivación humana, pues
“honremos a nuestro héroe elocuente haciendo a todos los hombres dueños
de sus destinos, sin privilegios y humillaciones, y construimos el mundo
que él no pudo, en que la equidad visible de la naturaleza es un espejo
de la existencia humana.”64
Marinello,
como Martí, más que todo, exige al artista, al creador, en fin, al
hombre, labrar el presente y hacer el futuro, imbricado con la realidad
nacional. Exige a la cultura –para que adquiera su status real- hacerse
militante, captar la situación nacional con pupila política. Con ello,
se integra al ser nacional, y defiende la identidad cubana. En
este sentido, no hay posición cultural, política o estética, etc, -en
fin cultura nacional- sin raíces y propósitos. Es decir, no hay
identidad nacional, al margen de una cultura humana, comprometida con el
contexto social en que transcurre el destino del hombre, del pueblo. Al
mismo tiempo, cuando la identidad nacional se enraiza en el pueblo, como
conciencia histórica y personalidad colectiva, se convierte en fuerza
vital, razón suficiente y sensibilidad cotidiana que incentiva y moviliza
con sus valores la creación individual y social de las grandes masas,
“que al integrar lo nacional como voluntad, dinamismo y cambio (…)
ostentan la marca de su ímpetu y la señal de su triunfo”.65
Triunfo que en sí mismo es rescate, reafirmación de lo propio y
expresión cualitativa de la identidad nacional en desarrollo y progreso.
Razón
utópica y realidad trascendente Tanto
su oficio -gran escritor ensayista- como su misión humanista y patriótica
determinan en Marinello un discurso y una praxis, perneados de razón utópica.
Una gran utopía cuando se engendran sobre la base de necesidades e
intereses auténticos es capaz de trascender la realidad y realizar el ser
esencial del hombre y de los pueblos66
El
numen utópico es inmanente al pensamiento de los hombres que se consagran
al deber67.
Marinello lo aprehendió de Martí y fue consecuente con él hasta sus últimos
días. En
Marinello, razón utópica y realidad trascendente compendian una unidad
orgánica mediada por la praxis creadora. El hombre como sujeto histórico
–cultural, proyecta lo por venir con arreglo a sus necesidades e
intereses. Por eso exigen mirar el presente con ojos humanos y comunicarse
con el pasado “con sed de futuro”, para realizar la obra humana con
“raíces y propósitos”. Valora
con entusiasmo las grandes ideas e ideales que encauza la cultura, ya sea
de índole literaria, artística, ética o política. En Mariátegui
encuentra al hombre artista y político soñador que hurga en la realidad
para transformala. Sobre él dirá: “La luz vertical aparecida en el
pecho del hombre dramático taladra gozosamente su representación
trascendente de las cosas. Todo late en ella hacia un fin propio. En el
hombre –humanidad no puede existir la tragedia. Esta nace del choque
entre el anhelar y la fatalidad negadora del deseo. En la fe enérgica no
tiene parte la posibilidad negativa”68
Destaca
Marinello, la razón proyectual del hombre en la lucha por lograr lo que
quiere. Ideales que hechos conciencia y traducidos en fe, poseen una
fuerza indetenible. “Tener una fe es ser parte encendida del drama del
mundo. Salvarse o perderse en el mundo. Cuando la fe se ausenta la comedia
llega (…)” 69 La
tesis marinelliana de concebir al hombre como posibilidad infinita de
excelencia y creación, siguiendo a Martí, en sí misma lleva el sello de
la razón utópica que orienta su discurso. Un discurso de alto vuelo
cogitativo y belleza estilística que no evade el drama humano. Todo lo
contrario, es consustancial a él; se afirma y actúa en pos del cambio de
las circunstancia por la ascensión del hombre. Marinello
fue un gran soñador. ¿Pero quién que es, no sueña? El intelectual orgánico
soñó mucho, dio riendas sueltas a su imaginación creadora y vio
realizado lo que muchos consideraban quimeras de la razón. Fue como Martí,
como Mariátegui, y como Marx y Lenin un hombre de alma política, un
hombre “de filiación y fe”, inconcebible sin la potencia utópica que
se esfuerza por transitar del ser al deber – ser. Por eso, ante la
pregunta : ¿El momento de mayor emoción política?, Marinello responde
sin vacilación: bueno, me parece, creo que no hay duda, que el momento de
mayor emoción, dentro de mi vida política –que ha sido en gran parte
toda mi vida- fue, sin duda, el instante en que Fidel proclama socialista
a nuestra Revolución. Muy
explicable –continúa Marinello, respondiendo a Báez-porque, en verdad,
esa declaración supone la realización del objetivo al que ha dado uno
todo su esfuerzo. Es cierto, no se puede negar que es así. Es el momento
de mayor emoción porque hemos estado toda la vida soñando y creyendo que
no era tan cercana esa solución por la que se trabajaba. Cuando
se declara socialista nuestra Revolución, fue, como tú recuerdas, en los
días de Playa Girón. Es una
cosa muy grande para uno, es la realización de un objetivo perseguido
durante toda una vida”70
Con
sencillez expresiva, el grande utopista realista, confiesa de modo diáfano
la realización de su gran utopía. Su utopía ha devenido realidad
trascendente y fuente de nuevas utopías para la resistencia y la lucha,
para continuar la obra y enriquecerla con nuevas experiencias y nuevas
aprehensiones generadas en la praxis creadora de una revolución que
prioriza por sobre todas las cosas la cultura del ser, pues “jamás el
recuerdo de Martí –enfatiza Marinello, apuntando a la obra de la
revolución - ha iluminado una perspectiva tan unida a sus sueños magnos.
Bajo su bandera inmortal marcha su pueblo hacia la creación de una
convivencia justa, feliz y creadora en que van a cuajar los sacrificios y
los heroísmos de una decisión revolucionaria que sobrepasa el siglo”71
En
la revolución triunfante, vio Marinello la realización práctica de la
utopía martiana y marxista que creadoramente asumió. En ella vio
“(…) la construcción de un mundo que dará al hombre medidas
insospechadas de su poder”72
. En
los momentos actuales: tiempos de batallas de ideas, Marinello continúa
construyendo utopías realistas en su pueblo, sobre la base de prácticas
creadoras que no separan el oficio de la misión, la ciencia de la
conciencia y la razón de los sentimientos.
VI.
Interpretación del antimperialismo latinoamericanista de José Martí. La
visión martiana como totalidad trascendente de Juan Marinello, cimentada
en un vasto conocimiento de la obra del Maestro, un estilo penetrador de
esencia y un método hermenéutico capaz de pensar el objeto en su devenir
real, constituye una contribución valiosa al análisis del pensamiento
revolucionario antimperialista y latinoamericanista de José Martí. No sólo
por los problemas que elucida y resuelve en la comprensión del paradigma
del Apóstol, sino además, por el modo en que señala nuevos derroteros
para estudios ulteriores. Durante
los años 1880-1895 Martí permanece en los Estados Unidos. En este período,
sin desatender los problemas y acontecimientos de Nuestra América-
incluso más que nunca en función de ellos- dedica su atención especial
a la revelación de la realidad norteamericana, sus conflictos,
contradicciones y su lugar en el concierto de los pueblos del continente.
Su indagación penetradora no es en sí misma un ejercicio de afición
intelectual, sino una necesidad insoslayable en defensa de la identidad de
los pueblos de Nuestra América. De ahí que el antimperialismo martiano
está en función, precisamente, de su latinoamericanismo, al igual que lo
están sus idearios antirracista y anticlericalista. Su preocupación
capital, primaria, es lograr la realización libre
del ser latinoamericano,
después de revelar en sus “pueblos naturales” la riqueza humana
necesaria para afirmarse como hombres creadores y dignos. Naturalmente,
el antimperialismo martiano no surge por generación espontánea[110]. Es un resultado que transita parejamente con
su evolución ideológica hacia
el democratismo revolucionario, radical sobre la base de la constatación
y el análisis de la realidad norteamericana en su propio terreno. En los
primeros instantes de su aproximación al fenómeno, y apoyándose
fundamentalmente en la información que
aportaban los libros, llegó incluso a exaltar los valores de la otra América.
Pero pronto comprendió la naturaleza rapaz del imperialismo naciente y el
peligro que acarreaba para Nuestra América. “El sustento primordial y
el origen de lo que pudiera
llamarse, recordando su dicho, su revelación americana, - según
Marinello - están en su temprana conciencia de que el continente se
escinde en dos porciones distintas y opuestas. Fue José Martí el primer
pensador de este costado del mundo que proclamó en todo su significado la
contradicción entre el Norte y el Sur de América”[111] Esta
contradicción Marinello la descubre en sus fuentes y raíces, a partir de
una comprensión sociocultural -de dimensión histórica- de alto vuelo teórico
– conceptual y metodológico,
que incluye el prisma político del problema en su connotación cultural
humana corno realmente emerge del concepto martiano[112]. En
la revelación americana y su conclusión esencial: la contraposición
Norte - Sur, fundada principalmente en “su naturaleza opresora y su
magnitud continental”[113]25) refiriéndose al primero, Martí supera en
alto grado las reconocidas diferencias y matices expuestos antes de él.
Hay una penetración profunda en la totalidad del fenómeno, que
magistralmente Marinello devela en sus fuentes y raíces, es decir, como
totalidad histórica cultural en cuyo devenir, mediado por múltiples y
diversos condicionamientos, determinaciones, el continente americano se ha
escindido en dos partes, donde una amenaza la existencia propia de la
otra, donde, desarrollo de una implica la depauperación de la otra, donde
la brutalidad egoísta en función de sus intereses trata de aplastar la
riqueza humana y la creación social de nuestros pueblos. Entonces, no se
trata de la lucha entre barbarie y civilización, sino entre oprimidos y
opresores que en la propia historia alienante y de dominación se ha ido
conformando[114]. El
conocimiento de la realidad latinoamericana y al sopesar lo que había de
grandeza humana en sus pueblos y de fragilidad en sus repúblicas
-caudillismo, mimetismo exotista, colonialismo mental, cultural- conducen
a Martí, a penetrar en la esencia de la realidad económica y política
del coloso del Norte y su afán expansionista hacia Nuestra América.
Proceso antimperialista que tiene toda una historia en la evolución ideológica
del Maestro. Sobre esta temática resulta revelador por su acuciosidad
documentada el trabajo de lbrahím Hidalgo “Notas sobre el origen del
antimperialismo martiano”. Lo más significativo en esta dirección de
discernimiento del problema es que el autor no reduce el antimperialismo
martiano sólo a su etapa de madurez, en las propias entrañas del
monstruo, sino que apoyándose en valiosos estudios como “Dos vidas
paralelas: Martí y Lenin”, de .José Antonio Portuondo, “El
americanismo de Martí”, de Andrés Iduarte, “Martí en su (tercer)
mundo”, de Roberto Fernández Retamar, y otros, siguiendo la orientación
general de la extensa obra de Roig de Leuchsenring sobre el
antimperialismo martiano, y a partir de la propia obra martiana, indaga
minuciosamente en “los pasos iniciales de la formación antimperialista”
del Maestro antes de 1882. El
antimperialismo martiano, tal y como lo revela Juan Marinello está
totalmente integrado a su ideario latinoamericanista en su expresión
sociocultural y política más amplia del pensador que hizo del hombre y
su cultura el objeto central de su reflexión teórica y de su praxis política
social. El antimperialismo martiano tiene su historia vinculada
estrechamente con su latinoamericanismo, refleja la evolución misma del
fenómeno imperialista en los Estados Unidos y alcanza su madurez plena a
partir de 1886-1887, en que la radicalización del Maestro emerge con
fuerza convincente, trasuntada en la necesidad impostergable de
“desarrollar una estrategia a la que todo debe subordinarse, en pos del
destino de Cuba y su patria grande: América Latina. Estrategia
antimperialista-latinoamericanista que encuentra reflejo fiel y
perspectiva auroral, en cuanto a alcance sociocultural y político se
refiere, en defensa de la identidad latinoamericana, en Nuestra América”(189l),
las crónicas para La Nación, de Buenos Aires, que recoge los
acontecimientos de la Conferencia Internacional Americana (l889-l890), y
la carta inconclusa a Manuel Mercado, desde la trinchera de lucha cubana
(1895), por impedir a tiempo que los Estados Unidos caigan con esa fuerza
más, sobre nuestras tierras de América. Si
bien en la obra de Marinello se revela el latinoamericanismo martiano en
vinculación estrecha con el antimperialismo y otras mediaciones
-antirracismo, anticlericalismo, antianexionismo, etc., - exigido por su
propio método con el que asume o intenta traducir la herencia martiana,
lo más valioso de sus interpretaciones radica en el hecho de que, sin
soslayar del todo el aspecto económico, determinante en última
instancia, en el despliegue del fenómeno, hace hincapié especial en el
factor cultural-humano que media la axiología de la acción en toda la
revelación americana de Martí, en tanto “es no sólo orientador profético
de todo el continente, sino conductor responsable de una acción
libertadora.”[115] En
“Fuentes y raíces del pensamiento Antimperialista de José Martí”
aparecen de modo sucinto y con carácter sintético las claves
interpretativas de la gran revelación martiana, de su mensaje y su
programa en lo esencial, a manera de “senderos matrices en la selva
gigantesca y luciente.”[116]
Senderos matrices que Marinello deduce y vincula a su “inabarcable
resonancia humana”[117].
Momento esencial que reitera, siendo fiel a la naturaleza verdadera que
encauza el antimperialismo martiano. Sobre la base que sirve de sostén a
dicha obra – la humanidad y devoción que siente por sus pueblos
oprimidos- con magisterio inusitado y con ánimo didáctico, Marinello
transita en su explicación del fenómeno, pues “... las realidades
circundantes -las fuentes- lo llaman el enjuiciamiento válido y estricto.
Las raíces de su naturaleza impar le franquean e imponen el entendimiento
profundo y la advertencia precursora”[118] Las
realidades circundantes –fuentes- del antimperialismo de Martí el exégeta
martiano las expone y despliega en su expresión sistémica, que explica
“tan magno e inesperado entendimiento de su tiempo y del nuestro”[119],
pues cuando “(…) maestros como Domingo Faustino Sarmiento y Justo
Sierra… miraban hacia el Norte como a plausible dechado, nuestro
libertador denunciaba, sin atenuación ni pausa las entrañas del
monstruo…”[120] La
primera fuente la explica sobre la base de la historia de formación de
las dos Américas, de sus orígenes, y de ahí deduce a partir de la obra
martiana los destinos que le esperan en función de “la diferencia en el
arranque y el desarrollo”[121], así como el inevitable conflicto entre el
Norte y el Sur, y los deslumbrados por el mejoramiento material no
“advertían el reforzamiento de la opresión secular con el arribo del
monopolio extranjero.”[122] Al
mismo tiempo, la percepción de la realidad norteamericana, junto al cono
cimiento de Nuestra América y la sensibilidad de Martí para captar las
esencias, “(...) cuenta con el superior entendimiento del hombre, sin
color ni apellido y con el registro incansable de sus miserias y
grandezas. “[123]
Revela, además, cómo el poder económico, en la medida que se concentra
se hace más brutal e inhumano y arremete sin compasión sin contra el
hombre, al que considera inferior por razones raciales o de otra índole,
pero que en realidad lo convierte en instrumento de dominación
imperialista. Sin embargo “(...) esa coyuntura de conocimiento y relación
-inserto sin excepción en la perspectiva universal humana, integra una
fuente decisiva- en el antimperialismo de Martí”[124],
pues otros carentes de tal sensibilidad e imbuidos por intereses de clases
no pudieron explicar en su esencialidad la contradicción Norte - Sur y
sus consecuencias. Otro
momento esencial -fuente del antimperialismo de Martí- Marinello lo
devela en la interpretación del proceso histórico del continente. Para
Martí lo indígena “no es un elemento decorativo del pasado (…), sino
un suceso de imborrable impronta, cuya existencia no puede separarse de la
vida presente y futura de sus pueblos.”[125] El respeto de Martí al indio, a la cultura autóctona
-además del humanismo americanista que lo sustenta- tiene por base la
certidumbre de que la dominación la utilizan los nuevos conquistadores
para afirmar su poder. Por eso Martí valora -y, porqué no, sobrevalora-
el linaje humano de su ‘pequeño género humano” desvalido, para de ahí
construir su doctrina emancipadora. “Si se va al fondo de las cosas
-enfatiza Marinello-, se advertirá que cuando traza Martí una estrategia
de la creación latinoamericana está combatiendo, dígalo o no, contra
toda injerencia deformante.”[126]
El ensayo “Nuestra América” es un programa que, sin negar lo
universalmente humano, apela a lo autóctono, a “injertar el mundo, pero
el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. En
su lucha agónica por la preservación de la identidad de Nuestra América,
las relaciones económicas Norte-Sur le preocupan sobremanera, pues el
desbordamiento económico del Norte no haría más que esclavizar a los
pueblos del Sur del continente. Este problema no hará más que acrecentar
su llamada “inmensa impaciencia americana”, que resume su fiel defensa
durante el Congreso Interamericano, celebrado en Washington en 1889, y en
la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, en 1891. Ahora,
“sí en los comienzos de su madurez aparece la sospecha incipiente, el
combate ocupa al final lo céntrico de su tarea revolucionaria.”[127] Las
raíces del antimperialismo martiano Marinello las asume en vinculación
estrecha con las fuentes, pero destacando la subjetividad humana del
Maestro y su determinación en su peculiar axiología de la acción,
enraizada en los valores humanos, hacia “su culto a la unidad y a la
libertad del hombre”. Tales postulados, inseparables de su perspectiva y
de su acción, lo conducen a mantener, frente a todas las circunstancias,
-destaca Marinello- un enjuiciamiento de esencial justicia y larga
vigencia.”[128]
Unidad y libertad que cualifican la identidad fundamental humana que en
Martí alcanza un grado de sustantividad tal que media todas sus
consideraciones ético-políticas. Martí comprende -y Marinello es leal
al revelarlo- que “la acción imperialista hiere en lo más hondo la
unidad del hombre. Sale de su naturaleza rebajarlo en todos sus intereses
legítimos desde el de la subsistencia hasta el de la creación.”[129] La
unidad fundamental humana en Martí incluye todo el cosmos humano, que lo
define como tal, como integridad digna de respeto, amor, sensibilidad y
razón. Por eso, después de comprender la esencia rapaz y envilecedora
del imperialismo, y la acechanza de éste sobre su botín, “aunque a
veces lo disimula -refiere Marinello a Martí-, toda peripecia le pasa por
el corazón antes de llegar al dictamen justiciero.”[130] La
libertad, concebida como máxima posibilidad humana de elegir, poner sus
fines, es en Martí inseparable de su ser, un modo imprescindible de la
existencia, un final destino, como “religión definitiva, en el sentido
de su carácter sagrado, inviolable y pedestal a rendir culto. Por eso,
“... si la acción imperialista venía a quebrantar la libertad de los
latinoamericanos y de cada una de sus patrias, el combate a quien lo
realizaba había de producirse sin pausas ni atenuaciones.”[131]
Sin libertad, y Martí lo defiende con su consecuente antimperialismo, no
hay vida digna, justa y creadora. El
hombre dominado, encerrado, no puede crear, como el pájaro enjaulado,
cuando canta su canto no trasciende. Se oye a sí mismo, no se comunica,
ni se legítima en los productos de su ser esencial que crea con las
fuerzas de sus potencialidades humanas. Sin libertad no hay verdadera
creación humana. Martí lo sabía y al verla amenazada por el coloso del
Norte, orgulloso, omnipotente, avasallador, intenta impedirlo. La libertad
de su patria -siempre en él centrando un ímpetu de agonía y deber- tenía
que poner límites al gigante de las siete leguas, cerrar filas como las
raíces de los Andes, la unión de nuestros pueblos en tomo a una cultura
de la dignidad y la independencia en defensa de nuestro ser existencial
latinoamericano con vocación de universalidad, constituye el mensaje
antimperialista del Maestro. “Por ello -señala Marinello- vencedor de sí
mismo, hombre de su tiempo y de todos
los tiempos, nos va entregando Martí, en el buceo difícil y necesario,
la rara sustancia en que cuajan el amor sin orillas y la claridad que nace
de ese amor.”[132] Pero un amor que en función del pleno derecho
a existir con entidad propia, sintetiza sentimiento y razón, y con ello
una autoconciencia de la liberación que invoca la guerra, la lucha, en
defensa de la cultura y del hombre, como premisa necesaria para la
consecución y la preservación de la paz y la concordia entre los pueblos
del continente americano. El
gran mérito de Marinello, en la revelación de la esencia del
latinoamericanismo de Martí, radica en gran medida en la aprehensión
creadora del espíritu-método hermenéutico- que anima la obra fundadora
del Maestro. El enfoque sociocultural y complejo con que aborda el objeto
le permite descubrir en su dimensión
humana la realidad histórica, en tanto totalidad sistémica, donde
el antimperialismo imprime sustancialidad y concreción al
latinoamericanismo martiano. Todo concebido en su unidad orgánica, como
proceso y resultado de la revelación americana de Martí, cuyos
componentes estructurales se condicionan
y presuponen mutuamente, para expresar en síntesis un paradigma
emancipador, capaz de servir de modelo teórico-práctico para la liberación
definitiva de Nuestra América.
Conclusiones. No
es común iniciar unas conclusiones – siempre inconclusas, como
realmente son - con un poema;
pero la complejidad de la realidad contemporánea, urgida de pluralidad
discursiva, lo justifica. En otros momentos lo he dicho, y lo repito: No es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico
del pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona
de modo a priori y teleológico la realidad existente, para hacer una
unidad o identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier
naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber
profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo
o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso
humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos.,
donde participan todas las formas aprehensivas de la realidad de que
dispone el hombre. Una
verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico-
culturales en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la
prueba de la praxis social. Lo mismo que un discurso epistemologista puro,
por parcial y abstracto, deviene especulativo y
se condena per se a “que los árboles le impidan divisar el
bosque”. He
ahí el valor de un discurso plural, libre de prejuicios reduccionistas,
capaz de reconocer también los cauces poéticos del lenguaje como formas
aprehensivas de la realidad en búsqueda de la verdad.
Marinello,
en sus búsquedas martianas, jamás excluyó forma alguna expresiva. Sabía
a plenitud la significación de la pluralidad discursiva del lenguaje: |
“A
Marinello”
Un
hombre de pensamiento y acción sembrado en la trinchera. Grande
martiano, con fuerte verbo, facundia y elocuencia en el decir. Hizo
de su oficio y su misión resistente madera de justicia y libertad.
Y de sus ideas, plenas de altura, un crisol resonador. En
poesía mucho hizo y cultivó
con pasión… “Liberación,”
expresó con fina lira, fuerte razón renovadora. Una
constelación de metáforas augurantes de tensión. Toda
una imagen inquietante, crítica, con alma fundadora. En
él, la filosofía, la literatura y la política se hermanan. Hay
en ellas energía de pensamiento y praxis que convoca. Un
estilo, donde bondad, verdad y belleza emanan, siempre. Y
un bello y vital mensaje, que a todos toca. Mucho
hay en su cernida prosa fulgurante. Como
ensayista brilló con propia luz y gran ecumenismo. Su
discurso vestido de colores, siempre encuentra continuante. Marinello,
siempre está presente. Su
obra continúa nutriendo nuevas utopías. Porque
hombres de su estirpe, jamás mueren, siempre viven.
Son
estrellas que modelan y afirman realidades… Espíritus
vivientes que dicen, comunican, y alumbran horizontes. |
El
“martiano mayor”, lo reitero, hizo mucho, y dijo más…Por eso sigue
diciendo. Su profunda hermenéutica
discursiva martiana, fiel a su legado, supo penetrar con audacia en lo que
el propio Marinello llamó “la selva martiana”, a través de un método
hermenéutico, capaz de desentrañar las sutilezas de un discurso
abundante en metáforas, símiles, analogías, etc., además pletórico de
epigramas, aforismos, sentencias, y sobre todo, de una rica simbología
creadora que requería de discernimientos profundos para ser fiel en la
interpretación de su discurso, y al mismo tiempo, siguiendo los juegos
lingüísticos del Maestro y la rica subjetiva en se encauza su discurso. Naturalmente,
Marinello, consciente o inconscientemente, opera con determinadas claves
hermenéuticas[133]
en la interpretación martiana, a saber: Marinello,
libre del psicologismo hermenéutico objetivista, no trata de reconstruir
psicológicamente la
intención original del autor. Sabe que es imposible, pues el
interpretante siempre añade. Revive el acto creador martiano, pero a
partir de su contexto y otras mediaciones ancladas a la vida,
particularmente al sentido de futuridad de su discurso. Por eso dice,
refiriendo a Martí y el modernismo: “La concepción que pone
el acento primordial en la expresión inusitada tiene largas
razones de existencia. En lo íntimo de esta perspectiva late la vieja
tendencia a distanciar el arte de la vida, a hacer del creador una antena
de imparidades, no un traductor singular de las ansiedades y esperanzas
que mueven a sus contemporáneos.”[134] Oficio
y misión son inseparables en Martí, y Marinello lo capta con impar
elocuencia. “José Martí- enfatiza Marinello – supera al Modernismo
por la capital razón de ser hombre de entraña política. De entraña política
en el más amplio
entendimiento; no sólo porque entregue su vida a libertar a su isla, sino
porque interpreta el hecho cultural hispanoamericano con hondo sentido
histórico y porque advierte y pelea contra el gran peligro en marcha: el
imperialismo de los Estados Unidos. Martí tiene un concepto político de
la lengua; mantiene que ésta debe acoger los elementos fecundos, sin
denuncia de su básica estructura, a fin de que sea un vehículo de unidad
y de lucha para los pueblos hispanoamericanos.”[135] Marinello,
comprende que la obra martiana está comprometida con el destino de la
realidad de nuestra América, su
identidad, en tanto prerrequisito
de su propia existencia
libre. Su interpretación
martiana no separa el texto del contexto, el discurso de la realidad. Es
que “en la hermenéutica, la
totalidad es la tradición, el mundo de la experiencia y de la comprensión,
mundo de la cultura; en la metafísica, la totalidad es el ser. Más allá
de la tradición y del mundo, está el ser. Por eso algunos han pretendido
que no se puede rebasar la tradición ni los límites del propio mundo,
cultural; pero se olvidan de que sólo se puede interpretar el mundo a la
luz del ser, al modo como, también, sólo se puede conocer el ser a
partir del mundo. Hay un “círculo a la vez hermenéutico y metafísico”[136]
Marinello,
revela el ser existencial martiano y su calidad política como atributos
cualificadores de su modo de decir y hacer. Por eso puede
establecer diferencias entre los discursos abstractos que se alimentan de
a priori y se regodean en una cultura en general, inexistente, al margen
de sujetos reales. “El
intérprete se enfrenta a un texto; pero ese texto apunta a un mundo, crea
un mundo posible o abre a un mundo ya dado. Este apuntar hacia un mundo es
algo connatural al texto, y nos deja con el problema de su estatuto ontológico
(real, ficticio, posible, etc.), con lo cual entramos a la metafísica. El
interpretante y el objeto parecen coincidir con lo que Frege denominaba
sentido y referencia. El sentido, que es lo que captamos con la mente al
conocer una expresión, conduce a la referencia, que es la realidad
representada. Dado su carácter de mediador, es inevitable que el sentido
nos conduzca a la pregunta por la referencia; y eso nos conduce ya a la
pregunta ontológica,”[137]
es decir, a los referentes reales, de donde se nutre el imaginario
individual y social. El
imaginario martiano - y Marinello lo devela con inusitada maestría-aguijoneado
por su mediación política, está inserto en cuerpo y alma a la realidad
dramática de Nuestra América. Sencillamente, ha echado suerte con los
pobres de la tierra, y su discurso es consecuente con ello. Es que “la
literatura no puede ser cosa ajena a la grandeza humana: – nótese que
la hermenéutica analógica marinelliana va a las raíces – y si cada
tiempo –parafraseando a Martí- trae su literatura, será más grande la
que mejor responda a la voluntad superadora de la época”[138] Marinello
al interpretar a Martí, reintegra el texto a su contexto vivo. Es como si
hiciese hablar a Martí en contextos nuevos. “Reintegrar significa aquí
no tanto integrar, que eso suena algo impositivo, sino
ayudar al texto a cobrar al
menos en parte el sentido inicial que tuvo, por medio de la recuperación
parcial también de la intencionalidad del autor. Hay una especie
de lucha entre el autor y el lector en la arena del texto. Algunos
humanistas creen que necesariamente ganará el lector, y que siempre la
interpretación será subjetiva. Hay otros que se empeñan en darle el
triunfo al autor y esperan que la interpretación sea objetiva. Pero yo
prefiero pensar que más bien hay un entrecruce entre lo objetivo y lo
subjetivo. No se puede alcanzar la plena objetividad, pero tampoco tenemos
que renunciar a ella y abandonarnos al subjetivismo. Hay lo que yo llamo
una interpretación limítrofe, que reúne en una línea lo subjetivo y lo
objetivo, y que, aun aceptando la intromisión de la subjetividad, nos
deja la suficiente objetividad para que podamos decir que no traicionamos
al autor cuyo texto estamos interpretando.”[139] En
esta dirección opera la hermenéutica discursiva martiana de Marinello:
un discurso que afincado en el texto martiano con entera fidelidad, sabe
imprimir su subjetividad creadora sin objetivismo ni subjetivismo.
Establece límites, porque hace de la hermenéutica una pragmática
encauzadora de infinitas vías de acceso y superaciones. El
pensamiento del martiano
mayor, fundado en su formación marxista, y asido a la filosofía de la
praxis, sabe de la necesidad de asumir la realidad subjetivamente, como
praxis, en tanto ésta es una esencial relación sujeto – objeto y
sujeto – sujeto, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente.
Presupuesto esencial para comprender hermenéuticamente la tesis martiana:
“Nada absoluto es verdadero. La vida humana es la mutua e indeclinable
relación entre lo objetivo y lo subjetivo. En
el hombre hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni
desarrolla sin cosas pensantes.”[140]
He
aquí la clave hermenéutica martiana que
Marinello asume creadoramente en sus discernimientos martianos. Una
hermenéutica analógica e icónica que soslaya tanto el objetivismo como
el subjetivismo, en la medida que no olvida la analogía del mundo
espiritual con el mundo material. No pierde los referentes reales
para acercarse al universo textual martiano, y así mostrar su
trascendencia y actualidad.
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Sentido cultural, porque todo su discurso, al igual que en Martí,
parte del hombre y la actividad humana concretada en la cultura. Al
mismo tiempo concibe la cultura como ser esencial del hombre y medida
cualificadora de su ascensión. Por eso tanto la política como la ética,
son consideradas como zonas de la cultura, como expresiones concretas
de ella, que las funda y media en todo su devenir. [2] La hermenéutica sirve a la historia no sólo al interpretarla, sino al recordarle lo que debe ser evitado, lo que estuvo mal, lo que más vale que no se repita. Señalar errores y subrayar aciertos. El juicio de la hermenéutica se vuelve juicio ético cuando da pie para cualificar de bueno o malo moralmente lo que se relata como hecho histórico. Descubre sentido, pero también abre la posibilidad de una imputación ética, de bondad o maldad. La hermenéutica da paso a la ética al posibilitar el paso de lo meramente descriptivo a lo valorativo, al juicio práctico moral. (Mauricio Beuchot. Perfiles esenciales de la hermenéutica. Hermenéutica analógica. Tratado de hermenéutica analógica, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 1997, p. 14.) 1 Marinello, J. J. Martí, escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, pp. 326-327. [3]
En el acto hermenéutico hay un texto, un autor y un intérprete. El
texto puede ser de varias clases: escrito, hablado
y actuado (o plasmado en otros materiales, y aun se ha tomado como
texto el puramente pensado). Precisamente la sutileza interpretativa o
hermenéutica consiste en captar la intencionalidad significativa del
autor, a pesar de la injerencia de la intencionalidad del intérprete.
El intérprete pone en juego un proceso que comienza con la pregunta
interpretativa frente al texto; sigue con el juicio interpretativo del
intérprete, juicio que suele ser primero hipotético y luego categórico;
y se pasa de hipotético a categórico mediante una argumentación que
sigue una inferencia hipotético-deductiva, o reproductiva, o
abductiva. En todo caso, la argumentación interpretativa sirve para
convencer a los otros miembros de la comunidad o tradición hermenéutica
acerca de la interpretación que se ha hecho. Beuchot, M.. Perfiles de
la hermenéutica. En del propio autor “Tratado
de hermenéutica analógica
UNAM, México, 1997, p. 16 [4]
“Debido a la crisis de fundamentos que se alega en la filosofía
reciente, se ha pensado que la hermenéutica no puede tener
fundamentación en la ontología. O se le da sólo una fundamentación
ontológica muy débil, por considerar que la ontología ha sido
afectada por el sesgo hermenéutico que ha tenido en la actualidad.
Esto se ve en la ontología hermenéutica que plantea Gadamer, y en la
ontología débil que para ella propone Vattimo. En todo caso, es un
proceso de desontologización de la hermenéutica. Ciertamente la
hermeneutización de la ontología ha sido muy benéfica para esta última,
pues le ha restado pretensiones; pero ello no autoriza para llegar a
la desontologización de la hermenéutica misma. Por eso se impone una
reontologización de la hermenéutica” (ibídem, p. 1) [5]Equivocismo:
Interpretación subjetivista (Absolutización de la subjetividad),
donde la objetividad se soslaya por completo, y todo lo pone el
sujeto interpretante. Por eso, según esta visión todo vale, toda
interpretación es susceptible de equivocarse o resulta un equívoco.
Esto conduce al relativismo subjetivista. Todo vale, y por ello mismo,
nada vale...Imagínese las consecuencias que trae una concepción tal
con relación a la verdad, a los valores, etc. [6]
Univocismo: Interpretación objetivista (absolutización de la
objetividad) que según el sujeto interpretante, debe expresar
realmente lo que dijo el autor, ya sea en texto escrito, en una
pintura, en un discurso, etc. Esto significa que el interpretante no
agrega nada de su subjetividad, de su creatividad. [7]
“Y es que, en definitiva, se abre la puerta a un pensar analógico,
a una racionalidad analógica (y no sólo a una hermenéutica analógica),
que no caiga en la prepotencia de la univocidad, del univocismo, ni en
el relativismo de la equivocidad, del equivocismo. Es una racionalidad
abierta y a la vez rigurosa, que no se cierra en el único enfoque y
en la única verdad, de modo reduccionista; pero tampoco se abre
indefinidamente a cualquier enfoque y las demasiadas verdades, sino
que reconoce un límite para las verdades y los enfoques, de modo que,
pasando ese límite, se da lo falso y lo erróneo. Pero ya se ha dado
cabida al pluralismo, a un pluralismo dialogante, pues la analogía
hay que establecerla mediante el diálogo, en el diálogo de los que
están en el camino de su búsqueda”.
( Ibídem, p. 17)
[8]
Marinello, cuando trabaja la “selva” martiana no pierde el sentido
histórico – cultural del texto y el contexto en que se despliega el discurso del
Maestro. Por eso garantiza la analogía del
decir, con la realidad dicha. [9]
Ibídem, p. 16 [10]
“Cuando un alma sensible y culta recuerda sus esfuerzos por
trazar, según su propio destino intelectual, las grandes
líneas de la Razón, cuando estudia por medio de la historia
de su propia cultura se da cuenta de que en la base de sus
certidumbres íntimas queda aún el recuerdo de una ignorancia
esencial. En el reino del conocimiento mismo hay así una falta
original, la de tener un origen; la de perderse la gloria de ser
intemporal; la de no despertar siendo uno mismo para permanecer como
uno mismo, sino esperar del mundo oscuro la lección de la luz”
(Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Fondo de
Cultura Económica, México, 2000, p. 7). [11]Gadamer,
G. Verdad y método, Sígueme,
Salamanca 1977, p.567-568. [12]
Ibídem, p.531. [13] Ibídem, p. 344. [14]“Este
es el punto del que parte el problema hermenéutico. Por eso habíamos
examinado la depreciación del concepto de prejuicio en la Ilustración.
Lo que bajo la idea de una autoconstrucción absoluta de la razón se
presenta como un prejuicio limitador forma parte en verdad de la
realidad histórica misma. Si se quiere hacer justicia al modo de ser
finito e histórico del hombre es necesario llevar a cabo una drástica
rehabilitación del concepto del prejuicio y reconocer que existen
prejuicios legítimos. Con ello se vuelve formulable la pregunta
central de una hermenéutica que quiera ser verdaderamente histórica,
su problema epistemológico clave: ¿en qué puede basarse la
legitimidad de los prejuicios? ¿En qué se distinguen los prejuicios
legítimos de todos los innumerables prejuicios cuya superación
representa la incuestionable tarea de toda razón crítica?” (Ibídem,
p. 344) [15] Ibídem, pp. 466 – 468. [16] Ibídem. [17] Una hermenéutica de esta naturaleza, no separa el texto del hombre que lo escribe, ni el contexto histórico – cultural que antecede, y sirve de mediación central. Sencillamente sigue fielmente el método de la hermenéutica analógica: la sutileza y la penetración, sin a priori innecesarios. [18]“ La hermenéutica que yo propongo es, como he dicho, además de analógica, icónica. Esto significa que se vincula con aquel tipo de signo que algunos llaman icono y otros símbolo. Icono le llama Charles Sanders Peirce, y es la acepción que le doy aquí. El icono abarca otros tres tipos de signo: imagen, diagrama y metáfora. Es la analogía, que abarca lo que se acerca a la univocidad, como la imagen, lo que oscila entre la univocidad y la equivocidad, como el diagrama, y lo que se acerca a la equivocidad, como la metáfora, pero sin caer en dicha equivocidad. Con eso, la iconicidada-analogicidad permite encontrar la discursividad cercana a lo unívoco donde ésta se requiere, de manera axiomática o casi, y obliga a un tipo de significatividad de tipo apegado al modelo, como la que tiene la imagen icónica, aunque no sea mera copia. Permite además una interpretación que no se queda en la estructura discursiva aparente o superficial de un texto, sino que avanza a su estructura profunda, por la semejanza de relaciones, como en el diagrama, y no sólo con el modelo de la imagen, que, en su modalidad excesiva de copia, fue el que privilegió el positivismo (Beuchot, M. Obra citada, p. 18. Nótese cómo esta aprehensión profunda es seguida por Marinello, anticipadamente a los estudios hermenéuticos actuales. Simplemente, siguiendo a Martí, se adelantó a problemas contemporáneos concomitantes de saberes emergentes. [19]
“Andan en nuestro grande hombre trenzados de tal modo la ansiedad
libertadora con el decir inesperado e infalible, que la vibración
redentora nos saca con frecuencia de los cauces del menester crítico”.
(Marinello, J.- Testimonio. Anuario del Centro de Estudios Martianos
7/1984, p. 167). [20]
Marinello, J. Españolidad literaria de José Martí. Once ensayos
martianos. Comisión Nacional de la UNESCO, La Habana,
1965, p. 26. El
subrayado es mío. R. P. P. [21]Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 292. [22] Ibídem. [23] Ibídem, p. 30. [24] Sobre esta parte ver Pupo, R. Aprehensión martiana en Juan Marinello. Editora Academia, La Habana, 1998, pp. 58-71. Naturalmente estos problemas se trabajan desde otra perspectiva teórico – metodológica, pues ya han pasado más 10 años de su publicación. Sin embargo existan otros temas y mediaciones afines que no se trabajan en este ensayo. [25] Sobre esto ver Marinello,
J. “J. Martí, escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La
Habana, 1962. [26]
Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta nacional de Cuba, La
Habana, 1962, p. 196. [27]
Ibídem, p. 197. [28] Ibídem, p. 196. [29]Ibídem, p. 48. [30] Ibídem, p. 28. [31] Ibídem, p. 32. [32] Ibídem, p. 42. [33] Ibídem, p. 50. [34]
Ibídem, p. 318. [35]
Vitier, M. Valoraciones II. Edición citada, p. 99. [36]
Ibídem, p. 101. [37]
Martí, J. El poema del Niágara, O.C. T. 7. Edit. Nal. de Cuba, La
Habana, 1962, p. 232. [38]
Martí, J. Cuadernos de Apuntes, O. C. T. 21 Edit. Nal. de Cuba, La
Habana, 1965, p. 54. [39]Ibídem,
p. 55. [40] “Más allá de la tradición y del mundo, está el ser. Por eso algunos han pretendido que no se puede rebasar la tradición ni los límites del propio mundo, cultural; pero se olvidan de que sólo se puede interpretar el mundo a la luz del ser, al modo como, también, sólo se puede conocer el ser a partir del mundo. Hay un “círculo a la vez hermenéutico y metafísico” (Beuchot, M. Obra citada, p. 19.) [41]Martí,
J. Henry Ward Beecher, O. C. T. 13. Edit.
Nal de Cuba, La Habana, 1964, p. 34. [42]
Vitier, M. Martí, estudio integral, La Habana, 1950, p. 10. [43]Ibídem,
pp. 27-28. [44] “En la hermenéutica, la totalidad es la tradición, el mundo de la experiencia y de la comprensión, mundo de la cultura; en la metafísica, la totalidad es el ser” (Beuchot, M. Obra citada, p. 19). [45] Habría que hacer un análisis comparativo entre la hermenéutica de Juan Marinello y la Medardo Vitier en la asunción del discurso martiano. Se nota una sorprendente coincidencia, incluyendo el estilo. Muchas raíces los unen. [46] Marinello, J. Españolidad literaria de José Martí. Obra y edición citadas, p. 31. [47] Ibídem. [48] Ibídem, p. 32. [49] Ibídem. [50] Ibídem, p. 33. [52] Ibídem. Pp. 34 – 37. [53] Ibídem, pp. 37 – 38. [54] Esto es empíricamente registrable en “Españolidad literaria de José Martí” y en “Martí, escritor americano. Ensayos, donde la hermenéutica marinelliana hace gala de maestría interpretativa con excelsa objetividad. [55]
Expresión acuñada por Heidegger en Ser y tiempo para referirse a la
aparente circularidad del proceso de toda hermenéutica: para
comprender es necesario haber comprendido ya previamente, es decir, ha
de existir una pre-comprensión anterior a toda comprensión. Según Heidegger, toda interpretación se
mueve dentro de la estructura del «previo», y la enfoca a partir del
estudio de la pre-comprensión. Toda interpretación que haya de
acarrear comprensión, tiene que haber comprendido ya lo que trate de
interpretar. Pero este círculo no es un círculo vicioso, sino que
permanece abierto, y expresa la estructura existenciaria del «previo»
peculiar de la existencia. Ricoeur concibe el círculo hermenéutico
como una manifestación del círculo de la creencia: creer para
comprender, comprender para creer. Gadamer, por su parte, enfoca el
problema del círculo hermenéutico desde la rehabilitación de los
pre-juicios y, en la línea de Heidegger, considera la interpretación
desde esta peculiar estructura de la pre-comprensión que son los
prejuicios insertados en la tradición. De esta manera, la
interpretación aparece como la actualización de un proyecto. En
contra de Schleiermacher, que sostenía la necesidad de asimilar la
misma vivencia que inspiraba al autor del texto a interpretar, Gadamer
sostiene que la interpretación supone una fusión de horizontes. [56] Es aquí donde tiene lugar la fusión de horizontes que hace al discurso interpretativo rico en mediaciones, pues al mismo tiempo es contextual, intercontextual, multicontextual y complejo. Una perspectiva de esta naturaleza – seguida consciente o inconcientemente por Marinello- determina una aproximación profunda al discurso del Maestro. Es como bien llama Mauricio Beuchot: “la hermenéutica analógico-icónica. Analógica, porque centra la interpretación o la comprensión más allá de la univocidad y de la equivocidad. El positivismo ha sido univocista, y nos ha frenado mucho en el saber; pero ahora muchos exponentes de la postmodernidad se han colocado francamente en la equivocidad, y eso también frena el conocimiento. Pues bien, entre la univocidad y la equivocidad encontramos la analogía, la analogicidad. Ella nos hace abrir las posibilidades de la verdad, dentro de ciertos límites; nos da la capacidad de tener más de una interpretación válida de un texto, pero no permite cualquiera, y aun las que se integran se dan jerarquizadas según grados de aproximación a la verdad textual. Esa jerarquía y esa proporción son aspectos de la analogía, que es el nombre que la matemática griega daba a la proporcionalidad. La analogía permite, pues, diversificar y jerarquizar. Es un contextualismo relativo, no absoluto, y ello nos da la posibilidad de abrir nuestro espectro cognoscitivo sin perdernos en un infinito de interpretaciones que haga imposible la comprensión y caótica la investigación, sobre todo en el movedizo terreno de las humanidades. No creo que el plantear la analogía, el límite proporcional, que tiene que ver mucho con la prudencia, la moderación epistémica y práctica, sea entibiar el agua ni trivializar la interpretación. Es algo arduo y complicado el buscar la adecuada proporción que se debe dar a cada interpretación, para eliminar las que sean irrelevantes o falsas, y para dar a las relevantes una jerarquía según grados de aproximación a la fidelidad al texto, lo cual haga que algunas de ellas tengan esa unidad proporcional de la verdad del texto, proporcional o analógica como la verdad misma, en cuanto propiedad trascendental del ser, que también es analógico” (Beuchot, M. Obra citada, p. 16.). [57]
Martí,
J. Obras completas. T.
21. Editorial Nacional de Cuba,
La Habana, 1967, p. 54. Y
enfatiza, además: “La vida es la relación constante de lo material con lo inmaterial. (…) La vida es ideal y real, con realidad en el orden de la idea y realidad en el orden exterior universal” ( Ibídem. p. 242) [58]
“(…) Tan metafísicos son
los que por ignorancia o soberbia espiritual niegan la importancia
indiscutible del elemento material en nuestra vida, y la dependencia
de la materia a que está sujeto el espíritu, -como aquellos que, por
ignorancia también, y también por espiritual soberbia, niegan la
importancia visible del espíritu en la vida del hombre, y la
dependencia del espíritu a que la materia está también sujeta”.
(Martí, J. Obras completas. T. 23. Editorial Nacional de Cuba, La
Habana, 1967, p.316). 3 “Andan en nuestro grande hombre trenzados de tal modo la ansiedad libertadora con el decir inesperado e infalible, que la vibración redentora nos saca con frecuencia de los cauces del menester crítico”. (Marinello, J.- Testimonio. Anuario del Centro de Estudios Martianos 7/1984, p. 167). 6 Ibídem, p. 48. 10 Ibídem, p. 50. 11 Ibídem, p. 72. 12 Ibídem, p. 74. 13 Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 292. [59] “La historia- escribe
Marinello- , cualquiera que sea su orientación, es el testimonio de
un tramo del tiempo y de la tierra, es decir, la puntual anotación de
un momento de la vida en marcha” (Marinello, J. Creación y Revolución,
Edición UNEAC, La Habana, 1973, p. 194. [60]
Ibídem, p. 172. [61] Ibídem. [62] Ibídem, p. 175. [63]
Ibídem, p. 199. [64] Marinello, J. Socialismo y Cultura. Contemporáneos. Noticias y memorias II, Ediciones UNEAC, La Habana, 1975, p. 240. [65] En esta dirección conceptual, Marinello afirma: “Nunca fue la cultura en nuestro suelo este noble ejercicio superador abierto a todas las criaturas, que crece y vence en la Cuba socialista. Una revolución que enseñó a leer a todos los cubanos no puede sino asegurar a cada uno el goce de las más cumplidas manifestaciones de la ciencia y el arte. Si nuestra revolución echó abajo toda diferencia injusta viene obligada, por su condición socialista, a dar a todos y a cada uno la misma posibilidad en el conocimiento y en la creación”. ( Ibídem, 239) [66] Ibídem. [67] “Si la cultura, en su condición de bien universal, sólo puede lograrse en una sociedad socialista, queda dicho que el modo mejor, el modo infalible de servir a la cultura es el de luchar por el socialismo”. (Ibídem) [68] Ibídem, p. 239. [69]"Escrito, generalmente breve, en el que se expone, analiza y comenta un tema, sin la extensión ni profundidad que exigen el tratado o el manual." (F. Alvaro Francisco Cervantes, Diccionario Manual de la Lengua Española. Edit. Oriente, Stgo. de Cuba, 1979, p. 292); "Escrito generalmente breve y sin pretensiones de tratar a fondo una materia" (Enciclopedia Sopena. Tomo I. Barcelona, España, 1930, p. 963); "El ensayo literario es género de confluencias y posibilidad de eclosión reordenadora, aunque también puede ser pretexto para la huida de ingratas responsabilidades y refugios de piruetas ideológicas (...)" Enrique Ubieta. Ensayos de identidad. Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1993, p. 8). "(...) el ensayo, que el propio Reyes llamó "centauro de los géneros", es en sí mismo lo bastante dúctil como para devorarse la mayor parte de su obra, cambiando tranquilamente de rostros" (Roberto Fernández Retamar. Prólogo a Ensayos. Alfonso Reyes. Casa de las Américas, La Habana, 1968, p. XVII). "El término ensayo como signo de un concepto literario, no se rinde a la definición, a causa de su riqueza ideológica (...) Comprende, empero dos rasgos bien acusados en el ensayo: el acento propio del escritor y el tratamiento no sistemático y riguroso del asunto" (M. Vitier. Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana, 1935, p. 11.) "Ensayo, composición literaria que tiene por objeto presentar las ideas del autor sobre un tema y que se centra, por lo general, en un aspecto concreto del mismo. Con frecuencia, aunque no siempre, el ensayo es breve y presenta un estilo informal. El género se diferencia así de otras formas de exposición como la tesis, la disertación o el tratado." (Ensayo. Enciclopedia Microsoft (R) Encarta (R) 98. (C) 1993-1997. Microsoft Corporation) [70]
Ver de Vitier, M. Apuntaciones literarias. Edit. Minerva, La Habana,
1935, p. 11. [71] El discurso de Marinello es un caso ilustrativo, donde tanto los conceptos lógicos como las metáforas se despliegan libremente en pos de aprehender el objeto en sus varias mediaciones. [72]
Medardo Vitier: Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana,
1935, p. 10. [73]"Si
bien algunas obras de escritores latinos como Cicerón, Séneca y
Plutarco pueden considerarse prototipos del género, el ensayo es
fundamentalmente invención del escritor francés Michel Euquem de
Montaigne. El desarrollo
de esta forma literaria es resultado de la preocupación por el ser
humano demostrada durante el renacimiento, que estimuló la exploración
del yo interior en relación con el mundo exterior.
Los Ensayos de
Montaigne (como el propio autor quiso llamar a las breves y personales
meditaciones en prosa que comenzó a publicar en 1580) surgieron en
una época de grandes cambios intelectuales y sociales; un período en
el que los europeos revisaron sus opiniones y valores sobre temas de
muy diversa naturaleza: la muerte y la posibilidad de una vida futura,
el viaje y la exploración o las relaciones sociales.
Temas que todavía hoy son los principales asuntos del ensayo
contemporáneo." (Ensayo. Enciclopedia Microsoft (R) Encarta (R)
1993-1997. Microsoft Corporation. [74]
"Comoquiera el ensayo se presta a la expresión de un amplio
espectro de preocupaciones personales y su estilo no es ni mucho menos
fijo. Ni siquiera se
inscribe en los límites de la prosa, como ponen de manifiesto los
poemas de Alexander Pope, Ensayo
sobre la crítica (1711) y Ensayo
sobre el hombre (1733). El
ensayo es un género flexible que el autor desarrolla y cultiva a su
antojo. Puede ser de carácter
formal, como los Ensayos o consejos civiles y morales (1527-1625) del
filósofo y estadista inglés Francis Bacon; o distendido y coloquial,
como Sobre el placer de la caza,
del crítico inglés William Hazlitt.
También puede ser lírico, como Los bosques de Maine, de Henry
Thoreau. En ocasiones puede adoptar la forma epistolar, como se pone
de manifiesto en las obras del escritor británico Oliver Goldsmith (Ciudadano
de mundo, 1762). Entre
los más atrevidos experimentadores del siglo XX destaca el escritor
estadounidense Norman Mailer, creador de un estilo que combina la
biografía, el documental, la historia, el periodismo y la ficción en
obras como Ejércitos de la noche (1968), donde reflexiona sobre las protestas
que levantó la Guerra de Vietnam." (Ibídem). [75]
"El ensayo se ha cultivado desde los tiempos de Montaigne en
numerosas lenguas. La
tradición francesa vive un extraordinario momento con las
meditaciones de corte político y social de autores existencialistas
como Albert Camus (Resistencia,
rebelión y muerte, 1945) y Simone de Beauvoir (El
segundo sexo, 1949). El
novelista alemán Thomas Mann, galardonado con el Premio Nobel de
Literatura, fue uno de los ensayistas más prolíficos de su país,
como se pone de manifiesto en su voluminosa colección titulada Ensayos
de tres décadas (1947). El
escritor alemán de origen búlgaro Elías Canetti consagró veinte años
de su vida a la monumental investigación Masa y poder, cuyo primer
volumen vio la luz en 1960. En Italia cabe mencionar a Cesare Pavese (Diálogos con Leuco; La
Literatura norteamericana y otros ensayos), Italo Calvino (Punto
y aparte; Colección de arena) y Leonardo Sciascia (Fiestas religiosas en Sicilia; La
cuerda de los locos; Crucigrama),
que realizaron importantes aportaciones al debate literario y político
de la posguerra europea. El
ensayo ha gozado de gran popularidad en Polonia con las obras del
poeta Zbigniew Herbert y el crítico Jan Kott.
Entre los más destacados ensayistas rusos destacan Ivan Turguéniev
(Apuntes de un deportista, 1852) y Alexandr Solzhenitsin, que continuó
la tradición un siglo más tarde ofreciendo un retrato realista de
las injusticias sociales. Al
igual que Mailer, Solzhenitsin combinó la ficción con el reportaje y
sus ensayos alcanzaron proporciones gigantescas en obras como Archipiélago Gulag (1974-1978)." (Ibídem). [76]
"Al margen de la figura de fray Antonio de Guevara, considerado
un importante precedente del ensayismo español, los autores más
destacados aparecen en el siglo XVIII, impulsados por la fuerte
corriente europea. Feijoo
Cartas eruditas y curiosas,
1742-1760) realizó una importante labor divulgadora del pensamiento
europeo que contribuyó a elevar el nivel cultural de la época.
Las dos grandes figuras del ensayismo dieciochesco con Cadalso
y Jovellanos. Cadalso
analiza en sus Cartas marruecas
(1789) las causas de la decadencia española, mientras que Jovellanos
dedicó su vida y su obra a ofrecer soluciones prácticas para los
problemas del momento. Algunas
de sus obras más notables son Informe
en el expediente de la ley agraria (1795) y Elogio
de las Bellas Artes (1782)".(Ibídem) [77] En América Latina, la influencia de la ilustración y las revoluciones del siglo XVIII, propiciaron la aparición de numerosos trabajos. La Carta a los españoles americanos, del jesuita peruano exiliado Juan Pablo Viscardo, es uno de los primeros de una larga lista de autores: Francisco Miranda, Andrés Bello, Fray Servando Teresa de Mier, Manuel Palacio Fajardo y Vicente Rocafuerte, que escribieron a principios del siglo XIX. Posteriormente se pueden citar muchos ensayistas más. Los argentinos Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento; los chilenos Francisco Bilbao, Benjamín Vicuña y Manuel Recabarren; el uruguayo José Enrique Rodó; el cubano José Martí, y más recientemente, en México, Justo Sierra, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Octavio Paz y Edmundo O'Gosman, ente otros muchos. (Ibídem).
[78]
Martí, J., Nuestra América. O. C. Tomo
6. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 21. [79]Marti,
J. Henry Ward Beecher. Su vida y su obra. O.C. T. 13, Edit. Nacional de Cuba, La Habana, p. 64,
pp. 39-40. [80]
Ver Vitier, M. Obra cit. pp. 17-25. [81]
"La mentalidad del ensayista suele ser concentrada.
Emerson, por caso, es un espíritu intravertido, un meditador.
Lo es también Carlyle. Gustan
de espaciar sus contemplaciones en los ámbitos del yo.
Son los ensayistas filosóficos." (Vitier, M. obra citada,
p. 16). [82]
Vitier, M. El ensayo. Apuntaciones Literarias. Editorial Minerva, La
Habana, Cuba, 1935, p. 14. [83]
"(...) hay una tendencia al abuso del término: con frecuencia se
titulan ensayos trabajos de rigurosa economía didáctica en su vida
interna. A veces es una
aportación suelta, pero de pura objetividad, esto es, carente de
rasgos subjetivos sobre un tema cualquiera." (Ibídem, p. 16). [84]
“Marinello es un escritor cordial complicado con el intelectualismo
característico de la inmensa mayoría de nuestros ensayistas
contemporáneos. La libertad, la abundancia y el calor de la expresión
están siempre compensadas por la tendencia analítica, y la intención
filosófica se traduce a través de la expresión realista y
pintoresca y de la imagen tomada democráticamente de la vida de todos
los días. Marinello es, pues, en resumen, un crítico de arte y de
cuestiones sociales que cree en el valor dialéctico de la intuición
y que nos habla con el lenguaje del poeta y del novelista”( Raimundo
Lazo. Páginas Críticas. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La
habana, Cuba, 1983, P.507) [85]
Martí, J. Libros. Notas.
O. C. T. 18. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 290.
Las notas aquí citadas forman parte del plan del libro que
Martí soñó realizar, titulado "El concepto de la vida".
Seguramente hubiera sido un magno ensayo con acuciante elan
filosófico-cultural. Lamentablemente,
su muerte en el campo de batalla, luchando por la independencia de su
patria no le permitió realizar su gran proyecto. [86]
Vitier, M. Obra citada, p. 22. [87]
Martí, J. Cecilio Acosta. O. C. Tomo 8. Edit. Nacional de Cuba, La
Habana, 1963, p. 153. [88] “Martí, escritor americano” de Juan Marinello, es un ejemplo elocuente. [89]
Martí, J. Nuestra América. O. C. Tomo 6. Edit. Nacional de Cuba, La
Habana, 1963, p. 15. [90]
En Luis Báez. Memoria Inédita. Conversaciones con Juan Marinello.
Editorial SI- MAR, S.A., La Habana, 1995, p. 117. [91]
“En Mariátegui la obra intelectual no puede ser cosa inseparable de
su presencia, porque él estaba en su obra y su presencia empieza
ahora. Por venir de su aliento de hombre su palabra nació con piernas
incansables. Como toda palabra transida de humanidad y codiciosa de
porvenir será la suya viva y reciente cuando ya no diga la verdad”
(Marinello, Juan. El Amauta José Carlos Mariátegui. Revista de
Avance. Prólogo y selección de Martín Casanova. Colección Órbita.
La Habana, 1972, p. 351. [92] Marinello, Juan.”El poeta José Martí”. En Revista de Avance. Prólogo y selección de Martín Casanova. Colección Órbita. La Habana, 1972, p. 294. [93] Marinello, Juan. El Amauta José Carlos Mariátegui. Obra y Edición citada, pp.354- 355. [94] “En estas páginas, llenas de viva significaciones para la América española, el gran escritor Juan Marinello (…) realiza con hondura y sensibilidad uno de los estudios más lúcidos y enjundiosos de cuantos se han intentado sobre la obra literaria de Martí. Particularmente, por lo que toca a las relaciones de dicha obra con el fenómeno o movimiento denominado Modernismo, que tan acusadas personalidades produjo en este continente y tan dilatadas repercusiones tuvo en todo el mundo de habla española, el estudio de Marinello contiene juicios, ideas y sugestiones que, desde muchos puntos de vista, podemos considerar como nuevos y muy originales. Por ello mismo, tales aportaciones elevan y vivifican el vasto caudal de la crítica literaria en América, en cuanto atañe, no sólo a Martí y sus contemporáneos, sino a un más conjunto de autores, obras, escuelas y tendencias, hasta llegar hasta nuestros días”( Juan Rejano. Marinello, interprete de Martí. En Martí, escritor americano. Contraportada. Obra y edición citadas). [95] Por supuesto, los análisis de Marinello en torno al Modernismo y su diferencia respecto a Martí es un tema muy discutido posteriormente, y aunque Marinello no renunció a sus tesis esenciales algunas ideas posteriormente fueron matizadas. Para algunos autores, Marinello, defendiendo el lugar de la misión del escritor, en sus análisis sobre el Modernismo, minusvaloró la significación e importancia del oficio. Es un tema abierto, controvertido y sugestivo, como son los propios del ejercicio ensayístico, que no cierra e impone, sino propone para que la creación sea eficaz y fecundante. [96] En mi criterio, nadie como Medardo Vitier ha penetrado con más hondura desde el punto de vista teórico en los rasgos caracterizadores del ensayo. En América, particularmente en México, es reconocido por sus grandes aportaciones, más que en su propia patria. Quizás se deba por desconocimiento. En mi caso, me apoyaré en él para revelar las especificidades cualificadotas en “Martí, escritor americano”, de Marinello. ( ver de Medardo Vitier . Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana, 1935 ) [97] “El estilo de Marinello es de una clarísima filiación martiana, como a lo lejos lo denuncia la frase nutrida y cálida, el tono admonitorio, el simbolismo, y sobre todo, la inusitada mezcla de las abstracciones propias del escritor puramente académico y especulativo con la expresión concreta y pintoresca del escritor realista que gusta plasmar su pensamiento en imágenes familiares” (Raimundo Lazo. Obra citada, p. 504 ) [98] Ver de Raimundo Lazo: Juan Marinello, Ensayista Hispanoamericano. Páginas Críticas. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1983, pp. 496- 507. [99] Juan Marinello. “Martí, escritor americano”. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 25. [100] Raimundo Lazo. Obra citada, p. 497. [101] Lo mismo existe con la narrativa. En las obras de García Márquez, Carpentier, Lisandro Otero, y otros, es fácil encontrar momentos ensayísticos, biográficos, etc, pero en función de su género. La trama humana no puede ser captada en su complejidad, empleando un solo género. Sería mutilarla y hacer estéril su sentido. [102] Juan Marinello. “Martí, escritor americano”. Edición citada, p. 19. [103] Ibídem, p. 13. [104] Ibídem, p.152. [105] Ibídem, pp. 326- 327. [106] Ibídem, pp. 227. [107]
Soy de los que piensa que tanto la
filosofía como la poesía son hijas de Sofía. No creo que una
exprese pensamiento y la otra, sentimiento. Tampoco que la filosofía
tenga que expresar su discurso sólo a través de conceptos y categorías
y la poesía, mediante imágenes y metáforas. Ambas como formas
aprehensivas humanas pueden y en realidad lo hacen, operar con las disímiles
formas que la lengua emplea para expresar la realidad. Esto, por
supuesto no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las
circunscribe a un discurso unívoco. Es
hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes
heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar
atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y
abstractos. La complejidad de la realidad y sus varias mediaciones nos
obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades para abrir nuevos
cauces a la subjetividad humana. En esta dirección Marinello hizo
mucho…, con su mente concentrada, flexible e incluyente. La
subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la
realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus
atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué
separarlos? Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica.
Pero por ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son
modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre. Modos que se complementan, amplían y completan para asumir
la realidad con más concreción. El
discurso filosófico con elan poético, trabaja con pensamiento alado
y sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí da cuenta de
ello. La poesía
en sí misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al
mismo tiempo pensamiento, sentimiento, acción y comunicación. ¿Quién
puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesía? Tanto
la filosofía como la poesía, con
numen cultural, captan la realidad como sistema complejo
y abren cauces infinitos de aprehensión humana. [108] Ibídem, p.272. 14 Recopilación de texto sobre Juan Marinello. Casa de las Américas, La Habana, 1979, p. 31. 15 Recopilación de texto sobre Juan Marinello. Casa de las Américas, La Habana, 1979, p. 289. Boti, R. “La nueva poesía en Cuba” 16 Sobre la especificidad y los valores de Juan Marinello como ensayista, ver Raimundo Lazo (1983): “Juan Marinello, ensayista hispanoamericano”. Páginas Críticas. Edit.Letras Cubanas, La Habana, pp. 496-507. 17 Ibídem, p. 498. 18 Marinello J. “El poeta José Martí”. Orbita de la Revista de Avance.(M.Casanovas, prol.. comp.) Edit. UNEAC. La Habana, 1978, p. 294. 19 Marinello, J. Sobre la inquietud cubana. Orbita de la Revista de Avance, La Habana, 1972, p. 330. 20
Ibidem, p. 337. 21
Ibidem, p. 331. 22
Ibidem, p. 337. 23 Marinello, J. El Amauta José Carlos Mariátegui. Orbita de la Revista de Avance, La Habana, 1972, p.351. 24 Ibídem, p. 353. 25 Ibídem, p. 353. 26 Ibídem, p 354. 27 Ibídem, p.355. 28 Ibídem, p. 356. 30 Marinello, J. Creación y Revolución. Edit. UNEAC, La Habana, 1973, p.2. 31 Marinello, J. Literatura Hispanoamericana. Meditaciones. Edit. UNAM, México… 32 Rizo, R. Páginas críticas. Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1983 p. 439. 33 Augier, A. Orbita de Juan Marinello. Edit. UNEAC. La Habana, 1968, p. 28. 34 Marinello, J. Literatura Hispanoamericana. Hombres. Meditaciones. Edit. UNAM, México, 1937, p. 89. 35 Marinello, J. “Martí, artista” Ibídem, p. 13. 36 Marinello, J. “Americanismo y cubanismo literarios”. Ibídem, p. 105. 37 Marinello, J. Martí escritor americano. Imprenta nacional de Cuba, La Habana, 1962, p. 34. 38
Ibídem, p. 68. 39
Ibídem, p. 196. 40
Ibídem, p. 197. 41 Ibídem, p. 196. 42 “Cuando se siente en medio de los hombres sencillos y bravos que realizan su gran anhelo revolucionario, su invención literaria, siempre cargada de lirismo, se prende el hueso de las cosas y nos entrega un testimonio en que se tocan los relieves materiales, destacados en su más preciso arranque”. (Marinello, J. Martí escritor americano, p. 211. 43 Ibidem, p. 210. 44 “Desde luego que la razón capital está en haber sido Martí, sobre toda otra cosa, un hombre de entraña política. La condición política hay que entenderla aquí en su mayor anchura y como elemento inseparable de toda proyección martiense. Nos referimos a aquel modo vital de sentir toda solidificación como oportunidad de servicio benéfico: a aquella sensibilidad solidaria y magnánima que lo une de por vida al destino de sus semejantes. Esta irradiación martiana, tiene –enfatiza Marinello- en la unidad hombre-cultura-política-identidad nacional en Martí (…) un objetivo preferente que le absorbe lo mejor de su energía: la liberación de su isla; pero quien haya entrado en su naturaleza descubre pronto que su tarea central no lo aparta de otros intentos redentores y que de haber encontrado a Cuba libertada, hubiera ofrecido a otras ansiedades trascendentes su prodigiosa actividad y sus magnas facultades.” Ibídem p. 223. 45 Ibídem, p. 304. 46 Ibídem, p. 305. 47 Ibídem, p. 328-329. 48 Ver “Sobre el modernismo. Polémica y definición”. En Juan Marinello (1964): Once ensayos martianos. Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, p. 166. Aquí resalta, por su profundidad y su tono conclusivo, la tesis ”… que ninguna obra humana puede ser ajena al destino del hombre y que es dentro de su unidad positiva-superadora donde se producen los mejores logros artísticos.”Ibídem, p. 175, 49 Marinello, J. Meditación americana. Edit. Procyón. Buenos Aires, 1959, p. 104. 50 Ibídem, pp. 117-128, que incluye los epígrafes significativos: “Servidumbre y revelación”, “Decisión”, y “La entraña de la encrucijada”. 51 Ibídem, p. 121. 52 “La Revolución Cubana –advierte el intelectual cubano ya en un nuevo tiempo histórico- está diciendo cómo el enderezar los caminos de la cultura nacional y hacerla vehículo de empeños singulares es cosa de mucha dificultad y obstáculo, pero todo quedará salvado si se pone a un lado, en la misma medida, la espontaneidad sin entraña y el mando de los caudillos europeos. La nueva literatura latinoamericana es una realidad en marcha y, como en los días de la independencia, su crecimiento y vuelo están asegurados por la lucha de veinte pueblos contra el enemigo común. Casi no hay que decir que no trata de abogar por una limitada expresión militante, que debe lograr por sus vías la mejor dignidad; se trata de traducir con fidelidad esencial y creciente sorpresa la imagen de un mundo de costados innumerables que asciende apasionadamente a su destino”. Marinello, J. (1973): “Sobre el vanguardismo en Cuba y en América Latina”. Op. Cit., 39 p. 80. 53 Sobre el estilo de Marinello como ensayista ver de Raimundo Lazo (1983): “Juan Marinello ensayista hispanoamericano” 54 “Tenga presente nuestro hombre de letras _señala Marinello- que por acción de los cambios revolucionarios que vivimos e impulsamos su audiencia es virtualmente ilimitada. La universalidad de la educación y una tarea editorial sin estorbos –preocupaciones esenciales también en el desvelo de Lenin-, hacen de cada compatriota un lector. Y si esta feliz coyuntura señala un enaltecimiento del aporte social de lo literario, llama también a un compromiso que no pudo concebirse en otros días.” Marinello, J. (1971): “Lenin y la creación artística”. 55 Ibídem., p. 95. 56 Ibídem., p. 94. 57
“Será leninista –y también martiano en la intelección de
Marinello- nuestro poeta, nuestro ensayista, nuestro teatrista y
nuestro narrador si se siente fundido en la hazaña de un pueblo que
estás haciendo de lo heroico un modo de existencia; lo será si hunde
su avidez en las fuentes activas de nuestra tradición progresista y
libertadora… si alcanza a entender lo literario como
menester altísimo por su resonancia humana y su carga
ilimitada de sorpresa… si busca al mismo tiempo en la gran peripecia
común y en la marca de la revolución sobre la intimidad de sus
contemporáneos… si sabe usar la información sin fronteras y el
aula para todos que pone la revolución a su servicio… si se
ejercita en el acogimiento certero del torrente inmedible de la
ciencia y la teoría que conmueve nuestra época… si sabe lo propio
y no ignora lo ajeno…” Ibídem.,
p. 94. 58
Ibídem., p 101. 59
Ibídem., p. 101. 60
Ibídem., p. 101. 61 Marinello, J. Ocho notas sobre Aníbal Ponc3e. En Augier, A. Orbita de J. Marinello, Edit. UNEAC, La Habana, 1968, p. 233. 62 Marinello, J. Literatura y Revolución. En Creación y Revolución. Edit. UNEAC, La Habana, 1973, p. 216. 63 Marinello, J. Conversación con nuestros pintores abstractos. En Augier, A. Orbita de J. Marinello. Edit. UNEAC, La Habana, 1968, p. 124. 64 Marinello, J. Discurso de clausura del III Seminario Juvenil de Estudios Martianos el 28 de enero de 1964. Dieciocho ensayos martianos . Edit. Política La Habana, 1980, p. 333. 65
Marinello, J. Meditación americana. Edit. Procyón B.Aires, 1959, p. 121. 66 “El Quijote vive y vale por lo que hay en él de aliento germinal, de ansiedad remansada, de iluminada expectación frente a una sociedad que se incorpora entre breñas y despeñaderos” (Marinello, J. Meditación americana. Edición cit.p.30). “ Ningún proceso de cultura vigoroso y fecundo puede producirse separado de un gran objetivo libertador” (Ibidem, p. 33) 67 “El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no puede renunciar nunca a las utopías. Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla” (Castro. F. Un grano de Maíz. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1992, p. 302.) 68 Marinello, J. El Amauta José C. Mariátegui. Revista de Avance. La Habana, 1972, p 354. 69
Ibídem, pp 351-354. 70
Báez, L. Memoria inédita. Conversaciones con Juan Marinello.
Edit. Si-Mar, S.A, La Habana, 1995, pp 180-181. 71 Marinello, J. El Partido Revolucionario Cubano, creación ejemplar de José Martí. En Siete enfoques marxistas sobre José Martí. Edit. Política., La Habana, 1978, p 156. 72 Ibídem. [110] Ver Marinello, J. Fuentes y raíces del antimperialismo de José Martí. Dieciocho ensayos martianos. Editora Política, La Habana, 1980, pp. 335 – 339. [111] Ibídem, p. 326. [112] El abordaje de este problema en Martí, aparece en varios trabajos de Marinello, pero lo sistematiza en Fuentes y raíces del antimperialismo de José Martí. Dieciocho ensayos martianos. Editora Política, La Habana, 1980, pp. 335 – 339. [113]
Ibídem,.p. 339. [114] Este trabajo no tiene como objetivo la profundización en el antimperialismo martiano y su historia, pues sobre este tema mucho se ha escrito y con excelsa calidad. Baste revisar: “José Martí, antimperialista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984. En esta obra aparecen excelentes ensayos de autoridades en la materia, como: Emilio Roig de Leuchsenring, Philip S. Foner, Ramón de Armas, Julio Le Riverend, Ángel Augier, José Antonio Portuondo, Roberto Fernández Retamr, así como otros trabajos de destacados autores como Jorge Ibarra, Pedro Pablo Rodríguez, José Cantón Navarro, e Ibrahím Hidalgo, entre otros. [115]
Ibídem, p. 335. [116]
Ibídem, p. 335. [117]
Ibídem,p. 335. [118]
Ibídem, p. 346. [119]
Ibídem. p. 347. [120]
Ibídem, p. 347. [121] Ibídem. [122]
Ibídem, p. 336. [123]Ibídem, p. 338. [124]
Ibídem, p. 380 [125]
Ibídem,p. 380. [126]
Ibídem,p. 341. [127]
Ibídem, p. 343. [128]
Ibídem, p. 345. [129]
Ibídem, p. 346. [130]
Ibídem, p. 346. [131]
Ibídem, p. 346. [132]
Ibídem, p. 347. [133]
Claves hermenéuticas, que en la actualidad desarrolla con gran
profesionalidad Mauricio Beuchot en sus estudios interpretativos. Ver Beuchot, M. Tratado de hermenéutica analógica, México:
UNAM, 1997. Esta edición digital, 20 de noviembre de 2000. [134] Marinello, J. Qué cosa fue el modernismo. Réplica. Once ensayos martianos. UNESCO, La Habana, 1965, p. 176 [135] Ibídem, p. 166. [136] Beuchot, M. Obra citada. [137] Ibídem. [138]
Marinello, J. Qué cosa fue el modernismo. Réplica. Once ensayos
martianos. UNESCO, La
Habana, 1965, p. 174. [139]
Beuchot, M. Tratado de hermenéutica analógica, México:
UNAM, 1997. Esta edición digital, 20 de noviembre de 2000. [140] Martí, J. Cuaderno de Apunte No. 2. Obras completas. Tomo 21. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 54. |
Libro del Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana
Ver, además:
Juan Marinello en Letras Uruguay
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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