Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente |
La filosofía y su discurso plural |
Se
hace énfasis especial en la necesidad de que la filosofía supere el
paradigma reduccionista de corte gnoseológico y asuma la realidad a través
de las infinitas formas aprehensivas
que posee el hombre. Como el conocimiento y
la verdad se construyen en espacios comunicativos, no es posible
continuar reduciendo el saber filosófico a la epistemología y a la
lógica en el sentido tradicional. Es necesario adoptar una actitud
inclusiva que valore justamente la importancia de los varios modos que
posee el hombre en la asimilación de la realidad y la construcción de la
verdad, particularmente la metáfora y todas las dimensiones del lenguaje
tropológico, concebidas a
veces,
erróneamente, como figuras
decorativas y no lógicas . Introducción. La filosofía es un saber sintético- integrador[1] sobre el mundo en relación con el hombre, y la relación hombre – mundo, en tanto abstracción de máxima generalidad, encuentra concreción en la actividad, como relación sujeto- objeto y sujeto- sujeto. En la praxis, en tanto núcleo fundante de la actividad humana, lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, devienen idénticos. Por eso, a través de la praxis los momentos cognoscitivo, valorativo y comunicativo del devenir humano, en su actividad, emergen, se despliegan y se determinan en la cultura[2]. La cultura es al mismo tiempo concreción de la actividad humana y medida cualificadora de su ascensión. El
elan cultural del saber filosófico. No es posible reducir el saber filosófico, y la verdad, su eterno problema, a ninguna de sus formas aprehensivas, es decir, ni a la epistemología, ni a la ontología, ni a la axiología, ni a la lógica u otra forma discursiva de reflejar la realidad por el hombre. Es síntesis integradora de dichos momentos, tanto en su proceso[3] como en su resultado. Esto no niega su status de sistema teóricamente elaborado sobre la realidad en relación con el hombre. Sí afirma su carácter cultural sistémico y sus posibilidades infinitas de enriquecimiento, en la medida que se construye y elabora sus principios, leyes y categorías. Construir en el sentido de producción creadora que tiene lugar en la conversión recíproca de lo ideal y lo material, mediante la praxis. Como todo saber, el filosófico, se construye en espacios comunicativos y no refiere sólo a “esencias puras”. En su proceso constructivo asciende gradualmente de lo sensorialmente concreto a lo abstracto, y de éste, a lo concreto. El saber filosófico comúnmente se ha concebido como una forma especial de aprehensión de la realidad por el hombre. Y no es desacertado en mi criterio, dicho aserto, pues se trata de un saber cosmovisivo que vincula en estrecho haz los momentos varios de la actividad del hombre y posee un sentido cultural y complejo. Pero lo que en pleno siglo XXI, resulta inconsistente, es reducirlo a una forma específica aprehensiva de la realidad por el hombre. Esto, por supuesto no niega su cualidad de ser reflexión teórica de la realidad; pero de ésta en sus diversas mediaciones, formas y comportamientos. Por eso ya se mira con sospecha asumir como objeto de la filosofía sólo el pensamiento a nivel teórico, en tanto es reduccionismo lógico. La filosofía, en tanto saber complejo sobre la realidad en relación con el hombre, incluye en su objeto todas las formas concretas de la cultura[4], en su síntesis, incluyendo el mundo cotidiano del hombre. Es un saber crítico totalizador en perenne búsqueda, que plantea más preguntas que respuestas y soluciones, acorde con la complejidad de la realidad. En correspondencia con la pluralidad de su objeto, deviene su discurso plural. Un discurso incluyente y contextualizado que siguiendo la “lógica especial del objeto especial”, opera con conceptos, categorías, imágenes, metáforas, etc. El lenguaje directo y tropológico como formas aprehensivas de la realidad por el hombre, son inmanentes al quehacer filosófico y al discurso que lo encauza y lo expresa. No es posible continuar haciendo de la tropología un “terreno” vedado al saber filosófico. La narratividad, la metaforización son modos culturales de asimilación de la realidad por el hombre, y con ello, medios insustituibles de la filosofía. ¿Cuánta filosofía hay en una novela que penetre en la naturaleza humana y sea capaz de pensar su subjetividad y la objetividad con sentido cultural? ¿Es posible negar numen filosófico a la poesía “que ve con la palabras y habla con los colores” para denotar la humanidad del hombre en su fuerza y fragilidad? ¿Por qué fragmentar la realidad y convertir el género ensayístico en “propiedad privada” de la literatura, cuando su misma esencia y propósitos, dan cuenta de su elan filosófico? Muchos ejemplos pueden ilustrar cómo la fragmentación que trajo el paradigma de la modernidad con la racionalización de la razón y el reduccionismo epistemológico, desvirtuaron la naturaleza de la filosofía y el discurso que la expresa. Sencillamente, había que hacer de la filosofía un pensamiento único, dado en sí, por sí y para sí, sin contaminación[5], siguiendo el modelo de las “ciencias duras”, con el único recurso de operar como epistemología de corte positivista y “jueza” rectificadora del lenguaje o “metodología universal” del conocimiento y las ciencias. Su función crítico- cosmovisiva, inmanente por antonomasia, se esfumaba como el aire en el vacío. La crisis y el descrédito de la filosofía hacían cátedras. El búho de Minerva dejaba de hacer y de decir… Por supuesto, el marxismo de Marx como filosofía de la praxis, de la subjetividad, inaugurado a partir de las tesis sobre Feuerbach, plantea nuevas propuestas para revertir la crisis. Lenin, Gramsci, Sánchez Vázquez y otros, continúan el camino, pero fuerzas extrañas al marxismo y en nombre de él dogmatizan el legado, hasta despojarlo de su esencia creadora y revolucionaria. El marxismo, o esta versión dogmatizada y positivista de él, soslaya su sentido cultural y complejo hasta convertirlo en un sistema objetivista y cerrado, ausente de vocación humanista, razón utópica y espíritu ecuménico; y su discurso plural, integrador y cosmovisivo, en un monólogo determinista absoluto e impersonal. Un discurso más preocupado por la cosa de lógica que la lógica de la cosa, tras la caza a priorista de principios, leyes y categorías, que debían “aplicarse” a ultranza a la realidad. Así la filosofía devenía “autoconciencia teórica” de la realidad, es decir, una nueva metafísica en nombre del marxismo, lo convertía en su antítesis, con las nefastas consecuencias teórico- metodológica y práctica. VERDAD, CONOCIMIENTO, VALORES, PRAXIS,
COMUNICACIÓN: SABER. El
tema de la verdad históricamente ha sido recurrente[6]
y no deja de serlo en la actualidad. Sin embargo, como en todos los
problemas filosóficos complejos ha primado la unilateralidad de enfoques en su tratamiento. Lo más común ha sido la reducción
del saber al conocimiento y con ello, las interpretaciones
logicistas y gnoseologistas abstractas. Se ha pensado la verdad
como forma de adecuación o identidad del pensamiento con la realidad que el sujeto
convierte en objeto.[7]
A
pesar de los múltiples intentos valiosos de acercamiento al problema, en
mi criterio, aún no se ha logrado un enfoque complejo e integrador de la
verdad, donde conocimiento, valor, praxis y comunicación sean
considerados, como mediaciones centrales en su construcción y despliegue.
Las relaciones sujeto- objeto, y sujeto- sujeto y su eslabón primario en
la conversión recíproca de lo ideal y lo material: la actividad humana,
prácticamente han sido inadvertidas[8]. Igualmente ha prevalecido el reduccionismo en el
reconocimiento lingüístico de la verdad. En algunos casos, absolutizando
en grado extremo el papel del lenguaje en general, y en otros, reduciéndolo
sólo al lenguaje científico, sea de nivel empírico o de nivel teórico.
Las otras formas del lenguaje, incluyendo por supuesto, el tropológico
han quedado marginadas del proceso aprehensivo de la realidad por el
hombre en la búsqueda de la verdad[9]. No
ha faltado tampoco la tendencia acuciante de identificar la verdad sólo
con la verdad científica. ¿Y las otras verdades que el hombre
afanosamente busca apremiado por las necesidades, los intereses y los
objetivos y fines propuestos? En los paradigmas de la verdad y sus
respectivos diseños ha predominado el sentido de exclusión, tanto en su
interior como al exterior de él. Se hace necesario los enfoques
integradores de inclusión, que sin agotar la riqueza de mediaciones de la
realidad – imposible históricamente – abarque la mayor cantidad
posible, en tanto proceso subjetivo – objetivo, mediado por la praxis en
la asunción
constructiva de la verdad. Con razón Marx, en sus Tesis sobre
Feuerbach, al criticar la especulación filosófica, en la consideración
de la verdad, exige concreción en los análisis y aconseja abordar la
realidad subjetivamente. En su concepción, la teoría de la verdad,
adquiere terrenalidad sustantiva, si
se funda en la praxis, como su criterio objetivo de
valoración. Entendida la praxis como esencial relación sujeto –
objeto y sujeto – sujeto, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente.[10]
. Al mismo tiempo Lenin, en
sus Cuadernos Filosóficos, estudiando a Hegel, muestra cómo la
conciencia no sólo refleja el mundo, sino que lo crea, pues, cuando no
satisface las necesidades del hombre éste decide cambiarlo con su
actividad. La
verdad es proceso y resultado del devenir humano. Un producto de la
actividad del hombre (sujeto) en relación con la realidad que convierte
en objeto de conocimiento, de la praxis y de valores que intercambia con
otros sujetos. En tanto proceso histórico es absoluto y relativo. Cada
generación construye verdades limitadas por la historia y la cultura, y
al mismo tiempo participa de lo absoluto. Lo absoluto y lo relativo son
momentos inseparables constitutivos de la verdad, en su unidad y
diferencia. Si
ciertamente la verdad se construye en la actividad humana, y ésta
representa el modo de ser del hombre, a través de la praxis, el
conocimiento, los valores y la comunicación, fundados en las necesidades,
los intereses y los fines del hombre, su revelación ( de la verdad) no es
sólo un producto cognoscitivo, desentrañador de esencias, sino además
de la actuación práctica transformadora del hombre, en correspondencia
con el significado que adquiere la realidad y los deseos de satisfacción
humana. Al hombre no sólo le interesa qué son las cosas, cuál es su
esencia, sino ante todo, para qué le sirve, qué necesidad satisface o qué
interés resuelve. Por eso, praxis, conocimiento y valor, son inmanente al
proceso mismo de develación de la verdad. Son
momentos de su propio proceso. Al igual que los resultados de su actividad
resultan estériles al margen de la comunicación[11],
en tanto intercambio de actividad y
de sus resultados. La
verdad se revela y descubre en las relaciones intersubjetivas, en espacios
comunicativos, donde por supuesto, el consenso desempeña un lugar
especial. Una verdad, fuera de la práctica del consenso, no encuentra
legitimación, y por tanto resulta estéril, humana y socialmente. Lo
mismo que sin riqueza espiritual no hay acceso posible a ella. La creación
subjetiva, humana, plena de sensibilidad, abre caminos a la verdad. Las vías
poéticas del lenguaje, sustantivan las potencias del pensamiento. El
hombre con riqueza espiritual e imaginativa en estrecha comunión con la
naturaleza y la sociedad, se aproxima con más facilidad al conocimiento,
a la verdad. Sencillamente, “las ciencias- escribe Martí- confirman lo
que el espíritu posee (…). Así, son una la verdad, que es la hermosura
en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los afectos; y la mera
belleza, que es la hermosura
en el arte (…). La naturaleza se postra ante el hombre y le da sus
diferencias, para que perfeccione su juicio; sus maravillas, para que avive su voluntad a imitarlas; sus exigencias, para que
eduque su espíritu en el trabajo, en las contrariedades, y en la virtud
que las vence. La naturaleza da al hombre sus objetos, que se reflejan en
su mente, la cual gobierna su habla, en la que cada objeto va a
transformarse en un sonido. Los astros son mensajeros de hermosuras,
y lo sublime perpetuo. El bosque vuelve al hombre a la razón y a
la fe, y es la juventud perpetua (…). La aparición de la verdad ilumina
súbitamente el alma, como el sol ilumina la naturaleza”[12] . Los
caminos poéticos del lenguaje son iluminadores porque alumbran con luz de
estrellas el proceso constructivo de la verdad. Sus posibilidades son
infinitas no sólo por lo que informan, sino por lo que proponen y
suscitan a la creación del hombre, incluyendo a sus dimensiones gnoseológicas
y cosmovisiva. Debe
destacarse además, que el lenguaje tropológico no sólo es propio del
lenguaje literario, pues está presente en todas las acciones humanas. ¿Quién
puede negar que la educación, la cultura, la ciencia no sean metáforas
de la vida? En fin el lenguaje tropológico no puede aislarse del proceso
constructivo de la verdad, como también es imposible negar la existencia
de una verdad tropológica, que por ser representación figurada por
excelencia, tampoco debe absolutizarse sus excelsas posibilidades
creativas. Debe evitarse, reproducir los vicios de otros paradigmas que
han quebrado por su elitismo excluyente. La misión del discurso que busca
la verdad, debe ser su vocación incluyente, abierta, tolerante, crítica,
en resumen, con sentido ecuménico e integrador. La
tropología, y en particular la metáfora, por sus infinitas excelencias
creativas, transita en unidad indisoluble con la teoría del conocimiento,
en la representación del cosmos humano y el Universo que le sirve de
claustro materno, y viceversa. La gnoseología imprime cauces nuevos
expresivos a la sintaxis tropológica. “Pero creo que la intensificación
de la “sintaxis figurada” en el marco de la poesía contemporánea
tiene también sus razones contemporáneas, razones que atañen al
desarrollo del conocimiento en nuestro tiempo. La diversidad tropológica
se afina y se precisa, se hace necesaria al amparo de la noción de que,
el Universo es un infinito de fenómenos interconectados, en movimiento,
unitario en su diversidad; al amparo de esa noción, y por la necesidad de
reflejarla”[13] Unido
a esta valiosa idea de cómo la tropología se enriquece siguiendo el
cauce contemporáneo del desarrollo de la gnoseología, se destacan
algunas ideas importantes de la tropología para la gnoseología en la
revelación de principios sustantivos de carácter epistemológico-cosmovisivo,
tales como:
el
fundar la analogía en las esencias y no en las apariencias.
el
mostrar los opuestos, los contrarios, como unitarios.
desarrollar
el principio de concatenación universal de los fenómenos.
afirmar
la unidad del mundo en su diversidad.
desarrollar
la idea de totalidad como criterio de verdad.[14] Esta
idea última, en mi criterio, resulta interesante
y coincide en parte con una tesis, que no por vieja, deja de ser
sugerente, a pesar de que sobrevalora las posibilidades de la estética y
por tanto, puede repetir enfoques reduccionistas.
Me refiero al filósofo mexicano José Vasconcelos. En su criterio
“(...) llegamos a ella después de agotar las posibilidades del Logos, y
enseguida la verdad se nos revela como armonía, en vez de la verdad como
identidad”[15]
. Propone como método la coordinación y la existencia de un a priori estético,
extremadamente idealizante que opera según ritmo, melodía y armonía.
Además de hiperbolizar una arista del problema objeto de análisis, su
interpretación está permeada de artificios eclécticos que no conducen a
presentar la armonía como integralidad dialéctica
incluyente. En
mi criterio el acceso a la verdad, requiere de una concepción compleja y
flexible que priorice un enfoque de integralidad
incluyente en la aprehensión de la realidad asumida. Creo
que el concepto de saber, con un nuevo sentido hermenéutico, al margen de
su significado histórico tradicional – como conocimiento, valor y
praxis en estrecho vínculo, resulta una alternativa posible. La
intelección del saber con un
nuevo sentido hermenéutico, cuya interpretación se dirija no sólo al
conocimiento, sino que incluya el valor, la praxis y la comunicación,
abre perspectivas heurísticas inagotables. Propicia ante todo que no se
absolutice la razón, entendida como único juez legitimador, y se
incluyan los sentimientos y otras formas aprehensivas humanas en la
construcción de la verdad. Esto posibilita que el logicismo abstracto,
ceda paso a otras formas discursivas lingüísticas
de carácter tropológico, es decir, otros modos, también
discursivos que no operan sólo con las clásicas estructuras categóricas,
que por su objetivismo impersonal, devienen unilaterales y abstractas. Un
enfoque subjetivo- no subjetivista, porque no rechaza la objetividad-
puede asumir la realidad con sentido histórico cultural y garantizar la
integralidad sin a priori absolutos y fundados en la actividad práctica,
que en última instancia condiciona el proceso mismo de la verdad. La
asunción del concepto de saber- y no el de conocimiento como ha sido
tradicional- , comprendido (el saber) como forma integral humana que
incluye todos los medios y resultados que emplea el lenguaje para designar
y penetrar en la realidad, permite vincular estrechamente conocimiento y valor, sobre la
base de las necesidades, los intereses, y los fines humanos. Al mismo
tiempo, ayuda a comprender que la verdad no se descubre espontáneamente,
a través de una relación abstracta sujeto- objeto, sino que se revela en
procesos intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su síntesis:
conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos de la subjetividad
humana, donde el hombre piensa, siente, desea, actúa e intercambia los
productos de su actividad, en una relación dialéctica sujeto- objeto,
mediada por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la
cultura, la historia y por el consenso legitimador. Esto
significa que si el saber del hombre se propone acceder a la verdad, en su
concreción, no puede soslayar el papel importante de la actividad humana
y su estructura compleja, así como la cultura, y como parte de ella, los
caminos del lenguaje, en toda su diversidad, y sentidos, incluyendo la vía
práctica que tanto influye en la creación del hombre, así también como
desechar por ineficaces y estériles las imposiciones “teóricas” y
los autoritarismos intolerantes y excluyentes, expresados como
convenciones lógico-gnoseologistas. Simplemente “(...) urge devolver
los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención
que sofoca o envenena sus sentimientos (…) y recarga su inteligencia con
un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Sólo lo genuino es fructífero”.[16]
Busquemos
la verdad con sentido histórico- cultural humano, imaginación, razón utópica
y vocación ecuménica incluyente. Una concepción del saber, como
integralidad abierta al diálogo, a la crítica y a la comunicación puede
ser una alternativa posible de construcción de la verdad, incluyendo por
supuesto, la propiamente de las ciencias naturales. En
la apropiación de la realidad por el hombre, su pensamiento sigue el
cauce de la ascensión de lo abstracto a lo concreto y este proceso es en
sí mismo incluyente. Para descubrir la realidad en su mayor concreción
tiene que asumirla en sus varias mediaciones. En caso contrario, el saber
resulta unilateral y abstracto, por seguir un cauce excluyente que
absolutiza algunos momentos y pierde el sentido de totalidad y de unidad
en lo diverso y complejo. Con
ello, se incapacita para apropiarse de lo concreto en sus diversas
mediaciones y condicionamientos. La
concepción de la verdad como
saber integral, no puede soslayar tampoco la importancia cognitiva del
lenguaje metafórico[17], capaz de lograr la unidad de la diferencia,
como certeramente señalan Ricoeur y Jakobson. Igualmente no se puede
negar la independencia relativa del conocimiento científico y otras
formas de aprehensión humana de la realidad, pero en los marcos de una
perspectiva o enfoque cultural que vincule razón, sentimiento, ciencia y
conciencia. No se debe olvidar, que la cultura como producción humana en
su proceso y resultado, no se cualifica sólo por su dimensión
cognoscitiva, sino particularmente por la sensibilidad que incita y activa
el saber en su búsqueda integradora de lo que llamamos verdad. Nadie
con sentido común, puede obviar los resultados de la tecno-ciencia en la
época de la globalización contemporánea. Pero sin sentido cultural,
devienen estériles para el hombre, pues enajenan y deshumanizan.
Resulta perjudicial, porque la verdad es vacía de contenido, cuando se
separa de la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce Pitágoras,
[18]
a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y
pensadores, incluyendo a José
Martí. No
es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico del
pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona de
modo a priori y teleológico la realidad existente, para hacer una unidad
o identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier
naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber
profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo
o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso
humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos.[19],
donde participan todas las formas aprehensivas de la realidad de que
dispone el hombre. Una
verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico-
culturales en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la
prueba de la praxis social. Lo mismo que un discurso epistemologista puro,
por parcial y abstracto, deviene especulativo y
se condena per se a “que los árboles le impidan divisar el
bosque”. He
ahí el valor de un discurso plural, libre de prejuicios reduccionistas,
capaz de reconocer también los cauces poéticos del lenguaje como formas
aprehensivas de la realidad en búsqueda de la verdad. Por
eso, soy de los que piensa que tanto la
filosofía como la poesía son hijas de Sofía. No creo que una exprese
pensamiento y la otra, sentimiento. Tampoco que la filosofía tenga que
expresar su discurso sólo a través de conceptos y categorías, y la poesía,
mediante imágenes y metáforas. Ambas como formas aprehensivas humanas
pueden y en realidad lo hacen, operar con las disímiles formas que la
lengua emplea para expresar la realidad. Esto, por supuesto, no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las circunscribe a un discurso unívoco. Es hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la realidad y sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana. La subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos? Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre. Modos que se complementan, amplían y completan para asumir la realidad con más concreción. El discurso filosófico con elan poético, trabaja con pensamiento alado y sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí da cuenta de ello. La poesía en sí misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al mismo tiempo pensamiento, sentimiento, acción y comunicación. ¿Quién puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesía? Tanto la filosofía como la poesía, con numen cultural, captan la realidad como sistema complejo y abren cauces infinitos de aprehensión humana. Referencias: [1] No se puede olvidar que el saber no se reduce a la suma de conocimiento. Su contenido se integra por las múltiples formas de la actividad humana, y su encarnación en la cultura. [2]
Cultura.
El concepto cultura
designa toda la producción humana material y espiritual. Expresa
el ser esencial del hombre y la medida de su ascensión humana. No
debemos reducir la cultura a la cultura espiritual o material, ni a la
cultura artístico- literaria, ni a la acumulación de conocimientos.
Es ante todo, encarnación de la actividad del hombre que integra
conocimiento, valor, praxis y comunicación. Es toda producción
humana, tanto material como espiritual, y en su proceso y resultado.
Por eso la cultura es el alma del hombre y de los pueblos. La economía,
la política, la filosofía, la ética, la estética, etc., son zonas
de la cultura, partes componentes de ella. A
veces, erróneamente se dice que la cultura empieza donde termina la
naturaleza. La naturaleza nunca termina para el hombre, porque es su
claustro materno. La relación hombre- naturaleza, es una relación
donde el hombre se naturaliza
y la naturaleza se humaniza. En
ese proceso se produce la cultura como esencialidad humana. En
su generalidad hay consenso de que la estructura de la cultura la
integran la cultura material y la cultura espiritual. [3]
En esta dirección de comprensión del problema, tiene razón la Dra.
Thalía Fung, cuando se opone a la concepción de considerar la
existencia de un pensamiento prefilosófico que antecedió a la
sistematización del saber filosófico. Antes de la sistematización
ya existía un saber cosmovisivo que incluía los eternos problemas
del hombre que no resta valor a su status filosófico ni lo convierte
per se en prefilosófico. Sencillamente expresaba un determinado nivel
de comprensión del mundo en relación con el hombre. *Dr.
en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la
Universidad de La Habana. [4] Por supuesto esto no soslaya la naturaleza, ya que la cultura es naturaleza humanizada por la actividad del hombre. [5] La filosofía en la posmodernidad, y contra lo que pueda querer el profesionalismo filosófico- académico (…) no puede ser sino un pensamiento contaminado, contaminado por las ciencias naturales, la tecnología, el arte, la crítica de arte, las ciencias sociales, los medios de comunicación, la publicidad, la experiencia en la gran ciudad, el consumismo propio de ella, el ecologismo y el feminismo como nuevos espacios de reflexión. No para lograr la unidad del sistema, sino la de un pensar cuya lógica sea la de la dispersión y diversidad (…), un pensamiento (…) de la mediación total de nuestra experiencia por los medios informáticos (…) Lo que sí puede hacer es no “disciplinar” (…) (Marta López Gil. Obsesiones filosóficas de fin de siglo. Editorial Biblos, Argentina, 1993, p. 81. [6] Sobre la verdad se ha escrito mucho. En la historia de la filosofía existen diversas concepciones y enfoques en torno a dicho problema. Una síntesis valiosa puede encontrarse en Abbagnano, N.- Diccionario de Filosofía. Inst. Cubano del libro, La Habana, Cuba, 1963, p 1180-1185.de Pérez Galindo, A. El devenir de la verdad. Edit. Biblos, Buenos Aires, Argentina 1992. [7] Ver de Parajón, C. El reconocimiento lingüístico de la verdad. Editorial Biblos, Buenos Aires, Argentina, 1986 y del mismo autor “Virtudes de la Imposición Teórica”. Reflexiones sobre la verdad Editorial Biblos Buenos Aires, Argentina, 1989. [8] Ver de Pupo, R. La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990. [9]
“La metáfora es para la mayoría de la gente un artificio de la
imaginación poética y la ornamentación retórica -algo que
pertenece al lenguaje extraordinario, más que al lenguaje ordinario.
Además, típicamente se ve a la metáfora como algo característico sólo
del lenguaje, un asunto de palabras, más que del pensamiento y la
acción. Por esta razón, la mayoría de la gente piensa que puede
arreglárselas perfectamente bien sin la metáfora. Hemos encontrado,
por el contrario, que la metáfora es prevalente en la vida cotidiana,
no sólo en el lenguaje, sino también en el pensamiento y la acción.
Nuestro sistema conceptual, en términos del cual pensamos y actuamos,
es fundamentalmente metafórico en su naturaleza. (Lakoff &
Johnson, 1980:3) Es
una concepción generalizada la de la metáfora como una figura de
adorno. Se piensa en expresiones como "mi cielo", "mi
caramelito", "mi flor", "ojos turquesa",
"boca de fresa", etc. La poesía de Rubén Darío está
llena de estos ornamentos. La metáfora también se asocia al buen
gusto, al uso elogiante, tanto en la poesía como en la prosa poética
y la oratoria pública. Por
otro lado, desde que los tiempos son tiempos, hemos tenido el uso
dislogiante de la misma figura. Recuerdo que el general Leigh, días
después del golpe militar chileno, hablaba del comunismo como
"un cáncer que había que extirpar". Bien conocida es la
metáfora nazi de los judíos como "piojos". La conexión
entre estas figuras y la acción es de la obviedad de los campos de
concentración y recintos de tortura chilenos, como de los campos y
crematorios nazis. Es más, el "problema judío" en la
Alemania nazi estaba en parte a cargo del Ministerio de Salud. Una
conceptualización de orden quirúrgico (con motivaciones de castración,
digamos), en el primer caso, e higiénico (histeria de purificación),
en el segundo. De modo que la relación entre metáfora y acción poco
debería sorprendernos, como tampoco debería sorprendernos que el ámbito
de la metáfora no sea sólo el del adorno, ni su practicante sólo el
poeta o el orador. (Ver Rivano, J., 1986: capítulos 14-18)La percepción
generalizada, sin embargo, es de la metáfora como figura del poeta,
no, por ejemplo, del político o del estadista. Y la percepción
generalizada, además, deja a la metáfora en el plano de lo
innecesario, lo superfluo. Pero más allá de este plano dramático
donde juega la metáfora, el desarrollo de este texto sitúa a la metáfora
en el sistema conceptual ordinario, que es, generalmente,
inconsciente:Si estamos en lo cierto al sugerir que nuestro sistema
conceptual es en gran parte metafórico, entonces nuestra manera de
pensar, lo que vivimos y lo que hacemos a diario es en gran medida
asunto metafórico.Pero nuestro sistema conceptual no es algo de lo
que estemos concientes normalmente. En la mayoría de las cosas que
hacemos diariamente, simplemente pensamos y actuamos en forma automática,
siguiendo ciertas líneas. Cuáles sean estas líneas no es en
absoluto obvio. Una manera de averiguarlo es revisando el lenguaje.
Como la comunicación se basa en el mismo sistema conceptual que
usamos al pensar y al actuar, el lenguaje es una fuente importante de
evidencias para la naturaleza de ese sistema. De modo que la metáfora
va más allá del lenguaje; se encuentra en el sistema conceptual. Se
nos sugiere que una manera de averiguar este sistema conceptual es a
través del lenguaje. Aquí se está filtrando una distinción entre
sistema conceptual y lenguaje, distinción que articularemos a lo
largo de este texto” (C:\Documents and Settings\Pupo\Escritorio\Metáfora
y proposición.htm ) [10] Ver de Pupo, R. La práctica y la filosofía marxista. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, 1986. [11] Ver de Pupo, R. La comunicación como intercambio de actividad. En del propio autor: “La actividad como categoría filosófica”: Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, 1990. [12] Martí, J. Emerson. Obra citada, pp. 25-26 [13] Rodríguez, Rivera, Ensayos Voluntarios.Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1984, p.42. [14] Ibídem, p.16. [15] Vasconcelos, J. Filosofía Estética. Espasa- Calpe. Mexicana, S.A, México.D.F, 1994, p. 12. [16]
Martí, J. Prólogo al poema del Niágara. Obras completas. Tomo 7.
Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 230. [17] Con razón H. Gadamer cree que la capacidad metafórica, es una forma propia lógica y lingüística de construcción de conceptos. ¿ Por qué entonces establecer una barrera infranqueable entre la imagen metafórica y los conceptos y categorías, que generalmente se ven como resultados privativos de la epistemología y del llamado lenguaje científico? Hay que rectificar los prejuicios tradicionales, porque en la praxis histórico- social, han quebrado, por unilaterales y abstractos. [18] Ver Bodei, R. La forma de lo bello. Visor. Dic. S.A, Madrid 1998, pp. 25-46. [19] En la conformación de estas ideas y de otras, presentes en este ensayo influyeron mucho en mí las conversaciones filosóficas sostenidas en la Universidad de Pisa con el destacado profesor italiano el Dr. Carlo Marletti, filósofo del lenguaje, que con vocación humanista defiende la necesidad de un saber integrador en la revelación de la verdad . En su criterio si bien el lenguaje resulta importante, tampoco podemos hacer de él, el único medio generador de verdad. Su sentido cultural humano no separa la lógica, la gnoseología, la herméutica, la historia, la axiología, la filosofía, la estética, etc, etc. Todas son partes del saber integral, que busca y conoce sus límites. |
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana.
Ir a índice de América |
Ir a índice de Pupo Pupo, Rigoberto |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |