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Identidad, emancipación y Nación Cubana |
Pág Prólogo
.........................................................................................................2 Introducción.................................................................................................
6 I. IDENTIDAD NACIONAL. TEORÍA
E HISTORIA.................................................... 18 1. La identidad como categoría
filosófico-cultural................................................
19 2. Identidad nacional, cultura y pensamiento 3. Identidad nacional, historia y
desarrollo..........................................................
44 4. Identidad, sentimientos y autoconciencia II. FILOSOFÍA DE LA
EMANCIPACIÓN, TRADICIÓN
E
IDENTIDAD EN LA CONTIENDA DE 1868..
62 1. Antecedentes y planteamiento del
problema.....................................................
63 2. Tradición revolucionaria e identidad nacional 2.1
La idea de la Independencia y su devenir 2.1.1. La idea en su expresión teórica............................................................... 78 2.1.2.
La idea de la independencia y sus mediaciones concretas.............................
83 2.2 Independentismo, abolicionismo e identidad Conclusiones...............................................................................................
112 Bibliografía..................................................................................................
131 PRÓLOGO Identidad,
emancipación y nación cubana, el
libro que presentamos del Dr. Rigoberto Pupo Pupo, aparece en muy
oportuna circunstancia histórica, no porque el entremado de vínculos y
categorías con que ha laborado su tesis haya tenido menor relevancia
anterior, sino porque ese constante significado social se presenta en la
actualidad en muy compleja coyuntura nacional e internacional, con
peligro no solo para las identidades nacionales y, en el caso cubano con
la amenaza de pérdida de la emancipación verdadera, solo lograda a
partir del 1ro de enero de 1959 y, consiguientemente de la nación y la
cultura cubanas, sino también, porque esa misma amenaza se cierne, por
razones similares, sobre otros pueblos, a nivel mundial.
Entre
esas razones el autor destaca dos: la crisis, como la medusa mítica con
varios rostros desagradables y fieros, promovida por la universalización
de la informática, con privilegiado lugar, casi hegemónico, de Estados
Unidos; y la unipolaridad del mundo actual, con la aspiración política
de uniformar la cultura de acuerdo a patrones de los propios Estados
Unidos, con lesión y pérdida de las identidades nacionales de los
pueblos del orbe. Una situación que, como puede constatarse leyendo la
prensa diaria, promueve, con la violencia, un rechazo también violento,
de parte de quienes no pueden admitirlo. Violencia que enfrenta a dos
contendientes: al imperio norteamericano con sus transnacionales y su
poderío militar, frente a la “memoria histórica” y los anhelos de
libertad y progreso de las naciones y pueblos.
El profesor Pupo expone cómo, al emerger y conformarse, con la nación, la cubanía, esta se impuso con la emancipación como única alternativa para obtener las libertades a que aspiraba; prioridad excluyente (ni reformismo, ni anexionismo) que define con palabras sentenciosas que subrayan su magno significado socio histórico y cultural al referirse a la identidad nacional del cubano: “la identidad nacional afianza creadoramente nuestro ser social”, “la identidad nacional es premisa de la dignidad nacional” o, aprovechando un sabio proverbio yoruba rescatado por Miguel Barnet que formula que “la memoria es la dueña del tiempo” concluye afirmando a su vez que: ”la memoria histórica garantiza la continuidad cultural” o que “el ser social, en que se afirma y compendia la identidad nacional, es un resultado de la personalidad colectiva y su memoria histórica”. Entre los más preciosos valores de la “memoria histórica” del cubano está, precisamente, la emancipación. Como
puede apreciarse, el libro de Pupo, profesor universitario de la
Facultad de Filosofía e Historia, se interesa por esos dos aspectos del
conocimiento, enlazados armoniosamente para dar cumplimiento a sus
objetivos. No podía ser de otro modo pues la categoría identidad
nacional, por ejemplo, muy dinámica y compleja, le debía servir para
esclarecer un fenómeno social históricamente determinado y
determinante, lo cual puede decirse también de nación, o de cultura
nacional, dificultad que no escapó al ensayista Pupo, que expuso además
que en modo alguno pretendía agotar el tema, sino sólo “abrir
brecha” para el análisis y la polémica creadoras. La
primera parte del libro trata sobre todo de formulaciones teóricas,
previas para las subsiguientes. En el segundo capítulo, con
aplicaciones conceptuales, el autor se propuso “revelar la filosofía
de la emancipación en la contienda del 68 y su relación con la
identidad nacional”: un objetivo principal que puede calificarse como
de “ir a las raíces” de la cubanía, pues fue a lo largo de los
diez años comprendidos entre 1868-1878 que se hizo patente la
existencia de la nación cubana, y de su identidad como pueblo, bajo la
consigna rectora de la emancipación, entonces con un doble significado:
el de eliminar la esclavitud del africano y su descendencia en Cuba y el
de arrojar el colonialismo español del territorio nacional,. En
realidad, Pupo fue mucho más allá de eso, con la inclusión de ideas
que le sirvieron para enlazar la historia del diecinueve cubano con el
veinte, la identidad nacional cubana con la latinoamericana y éstas en
su proyección, mediante su constante enriquecimiento, con la
universalidad. Ese ambicioso contenido, lógicamente estructurado, es
avalado con sintéticas definiciones, como que la diversidad es una de
las formas en que se presenta la identidad: “Es una unidad (la
identidad), que fijando la comunidad presupone la diversidad, la
diferencia y sus vínculos recíprocos, como modo dinámico de constante
enriquecimiento y proyección hacia la universalidad”. Respecto al
nexo Cuba/Latinoamérica, concluye que “lo común de la identidad
latinoamericana es lo común de la identidad cubana”. Como
se observa, ideas generales que pueden –y deben- suscitar la creadora
confrontación de opiniones, a la que estamos seguros aspira Pupo,
quien, por otra parte, tiene ante sí un amplísimo y complejo campo
para nuevos estudios sobre un tema tan apasionante como el que provocó
su interés para la redacción de este valioso libro. Otro
aspecto del ensayo – también objetivo- es la eficaz metodología
utilizada por Pupo para su redacción, así como el valioso recurso del
uso de una amplia y selecta bibliografía sobre filosofía, historia y
sociología. Su aplicación tanto de una metodología eficiente, como de
una bibliografía escogida con acierto, permitieron concluir al autor, y
a nosotros con él, que “si el colonialismo y el imperialismo
constituyen la causa fundamental de la negación de la nación, la lucha
contra ellos (hasta la emancipación) es la reafirmación primaria de la
nación y la expresión más fuerte de identidad”. Para
nosotros, expuestos a presiones y amenazas de todo tipo por el
imperialismo norteamericano, y decididos a no someternos, a no
claudicar, a preservar nuestros valores culturales e identidad nacional,
el libro del profesor Pupo posee un especial valor: constituye, a la vez
que un documento esclarecedor, un arma para enfrentar mejor al
adversario poderoso y tenaz. Enrique
Sosa Rodríguez Ciudad
de La Habana 2/III/2001
En
las condiciones contemporáneas, donde la racionalidad debe imponerse
ante la sombría realidad de un mundo unipolar, el problema de la
identidad ocupa un lugar central que preocupa sobre todo a los llamados
países pobres. Es necesario afianzar los recursos y potencialidades propios
de los pueblos para enfrentar la globalización neoliberal que aniquila
su ser esencial y la memoria histórica que garantiza la continuidad
cultural.[1]
En
los últimos tiempos, tanto en el discurso político, filosófico,
literario, sociológico, científico, etc., la noción de identidad
nacional aparece constantemente. Y
es lógico que sea así, pues no persigue otro objetivo que afianzar
creadoramente nuestro ser esencial, en función del desarrollo presente
y futuro de nuestros pueblos. Desarrollo no sólo en el ámbito económico,
sino cultural y humano, que conduzca a la libertad, la independencia y
el progreso social, sobre la base de la preservación de la identidad
nacional y la afirmación de su personalidad cultural, en tanto alma de
la nación y premisa de la dignidad nacional que debe presidir su
proyecto social. Es
necesario profundizar en el contenido de la identidad y la formación
nacional, para poder descubrir los mecanismos y mediaciones en que tiene
lugar su naturaleza compleja y contradictoria.
La categoría identidad nacional, en tanto expresión conceptual
que refleja una totalidad dialéctica orgánica, es esencialmente
contradictoria y dinámica. Soslayar esta especificidad esencial es convertirla en una
entidad abstracta, en una entelequia a priori que condiciona la realidad
nacional y su conocimiento. Tal
concepción del problema sería estéril y sólo conduce a resultados
quiméricos.
La
identidad nacional, su génesis y desarrollo, en tanto problema social
es histórico-cultural en toda su amplitud y connotación. Un resultado de la actividad humana y toma de conciencia de
su propio yo, en términos de personalidad colectiva y memoria histórica
en que se afirma y compendia su ser esencial, desplegado en la cultura,
la política, la ciencia, etc. Una
comunidad que une y vincula intereses en torno a la patria, a la nación
sobre la base de espacios temporales y contextuales reales, concretos.
Una identidad que en su unidad presupone lo diverso, como condición
de su diferenciación para poder distinguir lo endógeno, propio, de lo
exógeno, ajeno, en el devenir dialéctico de lo general y lo autóctono
en que se encarna y afianza lo propio auténtico y original.
Por eso, refiriéndonos al caso cubano, "...no es a través
de ningún elemento étnico aislado que se puede definir la autoctonía
de la cubanidad, sino en el resultado de la interacción múltiple que
desfigura los elementos originales y crea una síntesis étnico-cultural".2
La
obra de Fernando Ortiz, presenta un material de gran utilidad para
penetrar en los ámbitos etno-culturales y sociales de la identidad
nacional cubana. La
revelación y aplicación en sus investigaciones del concepto de
transculturación, arroja luz a toda investigación, tanto por el
enfoque como por la minuciosidad en que opera con los hechos y
acontecimientos de la dialéctica de la identidad nacional cubana.
Es
imposible develar la esencia de la identidad nacional, y sus
posibilidades de creación social, al margen de un análisis
multilateral que soslaye aquellos aspectos o aristas centrales en que
ocurre el proceso. El
primer capítulo: Identidad nacional. Teoría e historia, sin intentar
en modo alguno agotar tan vasto y rico tema, se propone asumir el
problema en su totalidad sistémica, determinando las causas y
condicionamientos en que transcurre el todo, así como fijando los
momentos esenciales que lo reproducen y explican.
Estos requerimientos condicionan su estructura:
1)
Se aborda la identidad como categoría filosófica, revelando el
sentido y significación que ha tenido en la historia de la filosofía
desde Aristóteles, Leibniz, Hegel, Marx y Lenin. Posteriormente se
trabaja en un plano más concreto del problema, ya referido específicamente
a la categoría sociofilosófica de Identidad nacional.
Conjuntamente se analizan distintas posiciones respecto al
concepto, a manera de planteamiento de problemas, destacando la obra
Identidad Nacional y Culturas Populares, de Esteban E. Mosonyi, en tanto
se realiza un análisis profundo del problema en cuestión, referido
particularmente a Venezuela.
2) La segunda parte "Identidad Nacional, Cultura y Pensamiento Revolucionario, constituye el momento principal del capítulo. Aquí se penetra en el contenido, definición y estructura del concepto en cuestión, incluyendo el lugar de la cultura y el pensamiento político revolucionario en la identidad nacional. Se determina además el contenido de otros conceptos afines al de objeto de estudio, así como sus relaciones y condicionamientos.
3)
La tercera parte se dedica al epígrafe Identidad nacional,
historia y desarrollo. Aquí
se hace un esbozo general teórico sobre el tema, mostrando en la
historia el devenir general del proceso.
En esta parte se aborda brevemente el fenómeno de la colonización,
la composición de la población que habita en la isla, así como
algunos momentos referentes al proceso de transculturación y su
incidencia en la realidad cubana, pues tal y como señala F. Ortiz, la
verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas
transculturaciones. Se hace
énfasis especial en el lugar de la economía de plantación y el fenómeno
de la esclavitud en Cuba, así como su incidencia en la conformación de
la nación cubana. Se
analiza cómo las gestas independentistas y la abolición de la
esclavitud, constituyen hechos trascendentales en la integración étnico-social,
cultural y social de Cuba, así como el papel del ideal democrático
popular y antimperialista de Martí y Maceo, como paradigma de las
sucesivas generaciones en la materialización de una nación para sí,
donde el pueblo devendría verdadero sujeto histórico.
En
la cuarta y última parte del Capítulo Identidad, sentimientos y
autoconciencia nacionales, se exponen los niveles aprehensivos de la
identidad nacional y otras mediaciones inmanentes al proceso mismo. En
este primer capítulo, si bien se hace teoría e historia del problema
objeto de estudio, el énfasis principal recae en la primera.
La historia resulta panorámica y somera en función del
despliegue teórico y la coherencia demostrativa del análisis. Esto determina la asunción de problemas desde su génesis
hasta la actualidad, en función de mostrar el devenir de la identidad
nacional como proceso histórico-cultural que tiene un pasado, un
presente y se dirige al futuro. Con
ello, se crean las condiciones necesarias para comprender el objeto del
segundo capítulo en toda su concreción.
El
segundo capítulo, Filosofía de la emancipación, tradición e
identidad en la contienda de 1868, se dirige a dar concreción a múltiples
presupuestos teóricos expuestos en el primero.
Ahora se trata de mostrar cómo la filosofía de la emancipación,
inaugurada por Félix Varela, su precursor, encuentra cauces efectivos
de realización en la praxis independentista del 68 y su subsiguiente
desarrollo en la conformación de la identidad nacional.
Esto exige retomar aspectos y momentos brevemente esbozados para
su mayor despliegue y desarrollo.
En
su artículo "Varela: transición ideológica en pos del
futuro", Le Riverend capta con acierto la labor precursora de la
obra independentista del Maestro que nos enseñó en pensar.
"Varela -señala el destacado historiador cubano- vio y
previó, se anticipó. No
lo hizo en silencio. Sus
escritos fueron sedimentos de una etapa y una voz señera, cuando se
reveló la quiebra de las estructuras sociopolíticas y económicas
coloniales, (...) aunque para Cuba sus días no eran como los de las
masas lanzadas a la pelea abierta, no ha de separarse de la más noble
tradición de recobro de la dignidad del pueblo cubano.
Las guerras liberadoras de Cuba terminaron con las armas políticas
que el presbítero Félix Varela, previéndolas, tuvo en sus
manos".3
La
filosofía de Varela, sienta una tradición que en el transcurso del
siglo XIX constituye punto de partida del ideal independentista.
Ideal que, fundado en premisas reales, vive, y se despliega
continuamente a formas superiores de concreción. Fija una tradición política revolucionaria independentista,
cuya racionalidad dimana de una concepción del mundo ético-humanista
que siendo expresión de su época la supera en alcance y proyección
social, hasta trascender el pensamiento de las sucesivas generaciones.
Es
necesario, y mucho más en nuestra realidad contemporánea mostrar el
origen, desarrollo y sistematización del ideal independentista,
incluyendo las múltiples relaciones y nexos en que se despliega.4
Penetrar en la misma tradición hasta revelar su estructura, su carácter
sistémico-procesual, constituye una necesidad insoslayable.
Revelar la lógica objetiva seguida por la tradición
independentista, hasta imponerse por su racionalidad y verdad en una práctica
real y concreta, es develar la historia viva del devenir
nacionalidad-nación, con su respectiva identidad cubana, fundada en una
personalidad colectiva y en una memoria histórica que garantiza su
transcurrir futuro y con ello el ser esencial cubano con entidad propia,
en términos de una identidad forjada en la dignidad plena del hombre.
Es
natural -y de ello estamos conscientes- que un trabajo de tal
envergadura es sumamente complejo y siempre resulta incompleto.
Requiere de un trabajo investigativo multidisciplinario, capaz de
descubrir las múltiples expresiones en que se va determinando y
definiendo la idea de la independencia en la praxis social cubana, es
decir, en la historia, la economía, la filosofía, la política, la
literatura, el arte, etc. La idea de la independencia, engendrada en una
realidad histórica social empíricamente registrable, no constituye un
ente hipostasiado de la historia. Conjuga
en síntesis la dialéctica de lo general y lo particular específico, y
en su devenir real se totaliza y concreta hasta encarnar tradiciones
originales y auténticas. Tradiciones que, en tanto reproducen la realidad social, a
través de la actividad humana, forman una estructura que integra
aspectos de carácter gnoseológico cognoscitivo, valorativo y práctico,
que se plasman en la cultura y al mismo tiempo expresan la existencia de
la nación en su plenitud material y espiritual.
Esto
significa que una empresa de esta índole exige revelar el propio
movimiento lógico-histórico en que transcurre y se determina la idea
de la independencia en su génesis y desarrollo.
Para ello se necesita penetrar en las diversas formas en que se
expresa la actividad humana y la cultura, es decir, la literatura, el
arte, la política, la economía, el derecho, etc.
Todas estas manifestaciones de la existencia humana encarnan
aristas, momentos, aspectos de la idea de la independencia.
Por
eso, este capítulo no intenta en modo alguno agotar el problema.
Más que todo constituye una aproximación o vía de acceso al
objeto, pero de gran importancia en nuestro criterio, pues presenta un
enfoque sistémico del asunto y expone consideraciones teórico-metodológicas
y prácticas para el tratamiento del objeto de investigación.
Sobre
la base del objetivo central: revelar la filosofía de emancipación en
la contienda de 1868 y su relación con la identidad nacional, el
segundo capítulo dirige la atención a los siguientes aspectos, que al
mismo tiempo se integran a la totalidad de la monografía. . Antecedentes y planteamiento del problema. . Tradición revolucionaria e identidad
nacional en la gesta de 1868. . La idea de la independencia y su devenir práctico. Independentismo, abolicionismo e identidad nacional. En
la primera parte: Antecedentes y planteamiento del problema, se realiza
un análisis valorativo de la producción teórica existente en torno e
la guerra de 1868, destacando momentos positivos e insuficiencias.
En esta dirección se enfatiza en aquellos autores que intentan o
desarrollan tesis esenciales respecto a la relación intrínseca entre
el ideal independentista del 68 y la tradición anterior que inicia Félix
Varela. Se valora la importancia teórica y metodológica de la
orientación marxista en la historiografía cubana, cuyos análisis se
caracterizan por situar el lugar de la tradición independentista en la
gestación de la nacionalidad y la nación cubana y el tipo de identidad
que le es consustancial. Se
esboza el estado de elaboración del problema, así como los
antecedentes y premisas para desbrozar nuevos caminos en pos de la
sistematización del objeto de investigación.
La
segunda parte: Tradición política-revolucionaria e identidad nacional
en la gesta de 1868, constituye el núcleo central del capítulo, en
correspondencia con el objetivo propuesto.
Aquí se inicia el análisis mostrando la necesidad y
racionalidad que sirven de aval a la contienda libertadora.
Para ello, se asume la fundamentación del Programa-Manifiesto
del 10 de Octubre proclamado por la Junta Revolucionaria, bajo la
dirección de Céspedes. Ya
de antemano, a modo de hipótesis se define el 68 como un primer nivel
de concreción, en la práctica, de la idea de la independencia. Esta hipótesis se prueba en los restantes epígrafes
del Capítulo. En el primero: La idea de la independencia y su
devenir práctico, se trabaja la génesis de la idea de la
independencia, a partir de su precursor.
Antes de entrar de lleno en el asunto, y como modelo teórico-metodológico
que guíe su acceso, se expone brevemente la concepción filosófica de
la idea, en tanto elemento componente de la teoría.
Para ello, se revela su estructura y función, destacando su carácter
sintético-integrador en la aprehensión práctico-espiritual de la
realidad. Posteriormente,
ya ante una forma concreta, la idea de la independencia y su movimiento
real en las condiciones de la Cuba colonial, se convierte en el centro
de la intelección y el análisis.
En esta parte del trabajo, se analiza cómo transcurre la
herencia vareliana, incluyendo las distintas determinaciones,
condicionamientos y mediaciones en que deviene el ideal independentista. En
el segundo epígrafe: Independentismo, abolicionismo e identidad, se
continúa probando la hipótesis que concibe la práctica del 68 como
determinación cualitativa de la herencia vareliana.
Aquí se fijan nuevas determinaciones de la idea, ya devenida
tradición que conjuga orgánicamente el independentismo y el
abolicionismo. Se muestra cómo en los marcos de la contradicción principal
metrópoli-colonia, la especificidad de la economía, ya girando en la
órbita del mercado mundial capitalista, sobre la base de la plantación
esclavista, determina que en un período largo la contradicción
esclavista-esclavo, sea dominante, a tal punto que retrasa el
advenimiento de la revolución independentista.
Sin embargo, cuando las condiciones objetivas y subjetivas están
presentes, el ideal independentista se impone por necesidad.
En
esta parte del trabajo se analiza el valor de la Guerra Grande en la
conversión de la nacionalidad en nación, a partir del proceso de
integración social y etno-racial que trae aparejado la contienda
emancipadora, así como las nuevas formas cualificadoras del ideal
independentista. Proceso que conduce al ascenso de las masas populares y con
ello a la radicalización del proyecto independentista. Se analiza además cómo las categorías libertad e igualdad
se integran a la idea de la independencia en su síntesis, dando mayor
alcance y proyección social.
En
las conclusiones, se hace énfasis en la tradición como herencia
acumulada y como elaboración y creación sobre bases nuevas.
En esta parte se retoman aspectos centrales del objeto de
estudio, pero sobre un nivel superior.
Se
destaca en todo su relieve e importancia el nuevo contenido clasista que
imprimen las masas populares al proceso y la tradición ético-humanista
presente en Maceo y los patricios del 68, en el proceso de concreción y
enriquecimiento de la tradición independentista.
Tradición, que profundiza su contenido en la contienda, en el
sucesivo tránsito de las posiciones liberal-burguesas, al inicio, a
posiciones democráticas burguesas, y de estas bajo el impulso de las
masas populares se dirige a formas más radicales, que encauzarán Martí,
Gómez y Maceo en el 95. En
la totalidad de la monografía se intenta ser fiel a la lógica que
siguen los hechos y acontecimientos, evitando discurrir en los marcos de
un pensamiento separado de la realidad, y al mismo tiempo poniendo de
manifiesto la originalidad y la autenticidad que le es consustancial.
En
la estrategia conceptual-metodológica se ha concebido el discurrir y
concreción de la idea de la independencia en el contexto de la cultura
y su dinámica de desarrollo, estrechamente imbricado con el proceso
formacional nacionalidad-nación y la identidad propia que define a la
nación cubana.
Este
libro no constituye un trabajo acabado.
Es sólo una aproximación al objeto, una incursión panorámica
en torno a la dialéctica que sigue la tradición independentista,
inaugurada por Varela, en su proceso de génesis, desarrollo y concreción,
es decir, en su expresión dinámica para concretar una filosofía
emancipadora y una identidad fundadas en la resistencia, la libertad y
la dignidad. Una identidad,
afincada en las raíces, en la cultura del ser y con una vocación ecuménica,
como brújula orientadora del porvenir de la nación.
Toda
tradición5
-y en este caso la independentista- constituye un proceso, cuya dinámica
de movimiento encarna el ser esencial de sujetos-agentes prácticos
concretos. Ser esencial que
se despliega, sintetiza y expresa en la cultura.
La tradición independentista, en tanto tal, fundada en una
personalidad colectiva y una memoria histórica, no constituye un fenómeno
estático, sino devenir y creación que se actualiza en cada momento
histórico para trascender el todo social y afirmarse como nación con
propia identidad. I. IDENTIDAD NACIONAL.
TEORÍA
E HISTORIA El
acercamiento al concepto de identidad y sus determinaciones histórico-culturales
requiere de la teoría y la historia misma.
El permanente diálogo teoría-historia arroja luz a las
indagaciones científicas. Es
necesario abordar el problema en sus múltiples determinaciones y
condicionamientos, sin perder la perspectiva cultural de análisis. 1.
La identidad como categoría filosófico-cultural La
identidad como categoría filosófica ha tenido varias acepciones en la
historia de la filosofía, destacándose las siguientes:
La
identidad concebida como unidad de sustancia. La
identidad como propiedad de algunos objetos de ser sustituidos (sustituibilidad). La
identidad como convención.
La
primera definición corresponde a Aristóteles, para el cual "en
sentido esencial, las cosas son idénticas del mismo modo en que son
unidad, ya que son idénticas cuando es una sola su materia (en espacio
o en número) o cuando su sustancia es una.
Es, por lo tanto evidente que la identidad de cualquier modo es
una unidad, ya sea que la unidad se refiera a pluralidad de cosas, ya
sea que se refiera a una única cosa, considerada como dos, como resulta
cuando se dice que la cosa es idéntica a si misma".6
En
Aristóteles la identidad esencial presupone la unidad de la sustancia o
su definición en tanto tal. La
segunda definición encuentra su determinación en Leibniz, el cual la
aproxima al concepto de igualdad, es decir, la identidad entre las cosas
está dada en el hecho que pueden sustituirse unas por otras.
Esta concepción la continúa Wolff, en el sentido de que son idénticas
las cosas que pueden sustituirse una a la otra, permaneciendo a salvo
cualquiera de sus predicados.7
Esta
concepción ha sido asumida en general por la lógica contemporánea.
En
la tercera concepción de la identidad, se parte del criterio de
convencionalidad. "Según
esta concepción no se puede afirmar de una vez por todas el significado
de la identidad o el criterio para reconocerla, pero se puede, en el ámbito
de un determinado sistema lingüístico, determinar de modo
convencional, pero apropiado, tal criterio (...) Desde el punto de vista
de esta concepción, lo importante es declarar, cuando se habla de
identidad, el criterio que se adopta o al que se hace referencia."8
Sin
embargo, la concepción de la identidad como unidad de la sustancia,
expuesta por Aristóteles, es continuada por Hegel y desarrollada hasta
presentar la esencia como identidad consigo mismo, y la identidad como
coincidencia o unidad de la esencia consigo misma.
Pero una identidad que presupone la diferencia en tanto le es
intrínseca a ella misma en su mediación.
Para
Hegel la identidad sólo puede definirse por oposición a la diferencia
y viceversa, por lo cual resulta unilateral y abstracto presentarlas
como antítesis absolutas o en relación antitética. "Y más aún
si se considera que todo lo que existe muestra en él mismo que en su
igualdad consigo es desigual y contradictorio y que a pesar de su
diferencia y contradicción es idéntico consigo mismo... al contrario,
aquella identidad que debería estar fuera de la diferencia y aquella
diferencia, que debería estar fuera de la identidad, son producto de la
reflexión extrínseca y de la abstracción..."9
En fin de cuentas Hegel opone a la concepción de la identidad
abstracta y unilateral su intelección de la identidad concreta, en
tanto unidad de la identidad y la diferencia.
De lo contrario la esencia, la realidad, carecería de
fundamento. La realidad en
su esencialidad incluye la semejanza, la diferencia y su devenir recíproco,
como transición de una determinación a otra.
Esta
concepción que Hegel desarrolla en la Ciencia de la Lógica y la
Enciclopedia es asumida y desarrollada por Marx, Engels y Lenin.
En
los Cuadernos filosóficos, Lenin dedica una gran parte de sus
reflexiones al problema de la identidad, destacando la existencia en
ella de la diferencia y la contradicción,10
como momentos intrínsecos a su devenir real y concreto.
La
realidad, en su naturaleza sistémica, en su esencialidad en despliegue
no es estática. Es una
totalidad mediada por múltiples transiciones, determinaciones y
conexiones recíprocas que llevan a cada momento a su contrario dentro
del todo y respecto de él. Presentar
la identidad pura es abstraerse del devenir y de la vitalidad real en
que opera el proceso. Por
eso, "la manifestación singular no puede existir más que dentro
de la conexión universal de la totalidad, y de que ella alcanza su
función, su sentido y su ser, y se vuelve concreta, únicamente por
medio de su inclusión dentro del proceso de la totalidad".11
Concebir
la identidad pura, absoluta, fuera de la totalidad y del contexto en que
transcurre un fenómeno o proceso conduce inexorablemente al error. No es posible poner la realidad, tanto lo material como lo
pensado entre paréntesis, y olvidar las conexiones reales en que
deviene el todo y sus vínculos y transiciones recíprocas.
Lo idéntico, es único, existe porque existe lo diferente, lo
diverso. Se trata de la
realidad, y ella opera como esencia contradictoria que presupone en su
interior tendencias contrarias. "Contradiciendo a la identidad rígida,
la ciencia ha llegado a determinar que todo proceso del Universo se
encuentra en constante transformación y que, por lo tanto, constituye
un conflicto entre lo que ya ha sido y aquello que llegará a ser.
Toda manifestación, -continúa Eli de Gortari- corresponde,
entonces, a una unificación transitoria entre opuestos; y, en primer término,
a la identidad ya lograda con la diversidad en que se está
convirtiendo."12 Lo
único, lo diverso, son dos polos de una misma unidad que los presupone
en movimiento y síntesis: Operar con términos lógicos formales,
perdería de vista que "la diversidad que se acusa en la identidad
es, por sí misma, la falta de
identidad, es
decir, la
desigualdad. Entonces,
-enfatiza el filósofo mexicano- junto con el principio de identidad es
indispensable considerar el principio de diversidad".13
La
identidad, tanto en su expresión filosófica general, como en sus
determinaciones, cuyos fenómenos abarcados sean más restringidos,
requiere ser considerada en su dinámica real y contradictoria.
En su expresión sociofilosófica y culturaL, cuando se refiere a
procesos sociales, resulta necesario abordar la identidad en los marcos
de la dialéctica de lo general, lo particular y lo singular.
De lo contrario el análisis pierde sustantividad y no reproduce
objetivamente el fenómeno o proceso en su devenir real.
Es
necesario pensar el problema de la identidad a partir de una concepción
sistémica que reproduzca lo más aproximadamente posible la realidad en
su dinámica contextual, espacial y temporal.
Pensar la realidad social, y más aún cuando indagamos en torno
a problemas formacionales, ya sea el surgimiento de la nacionalidad, la
nación y su contenido cultural, requiere de un enfoque que incluya las
transiciones y condicionamientos en que transcurre el fenómeno o
proceso, lo que equivale a revelar su movimiento real.
Esto encuentra nacionalidad conceptual si se comprende lo
general..."como una ley o principio de concatenación..."14
como "el vínculo regular de dos (o más) individuos singulares,
que los transforma en momentos de una misma unidad real concreta.
Y esta unidad es mucho más razonable presentarla como una
totalidad de momentos singulares distintos, que en forma de una multitud
indeterminada de unidades indiferentes una con otra".15
Esta perspectiva de análisis permite asumir la historia y la cultura de modo concreto, así como explicar con sólidos fundamentos la identidad nacional en su dinámica específica, sobre la base de la dialéctica de lo general y lo singular en sus formas originarias y en su proceso de desarrollo y enriquecimiento de la cultura.
En
los últimos tiempos, la categoría identidad en su connotación
sociofilosófica y cultural, como identidad nacional ha adquirido gran
importancia. Constantemente
aparecen artículos especializados, donde de una forma u otra se aborda. En algunos casos se vincula con la cultura, en otros con la
conciencia nacional o algún aspecto relacionado con la nación, su
existencia y el modo como se piensa su ser esencial.16
En algunas ocasiones se define el concepto y se determina su expresión
real. Es característico
encontrar una absolutización tal de lo común en la identidad, que no
deja lugar a lo diverso, presentándose su devenir de modo lineal y
abstracto, al margen del proceso vital mismo.
Se encuentra también una ponderación excesiva de lo singular y
autóctono, como si pudiera existir y desarrollarse al margen de lo
general.
Naturalmente,
dilucidar este problema no constituye una empresa fácil.
Es tan complejo como la cultura misma, en tanto resultado de la
actividad humana.
Para
otros autores, la categoría identidad resulta errática, confusa y
presta a instrumentaciones ideológicas,17
independientemente que se asuma, buscando lo común en lo diverso.
Algunos,
incluso, absolutizan tanto las posibilidades de "manipulación
ideológica de su entidad conceptual, que la definen como doctrina
nacionalista.18
Pero, sin revelar la esencia de la categoría identidad nacional,
y al margen de un contexto histórico-concreto, ya de antemano se vicia
el análisis y hace estériles las posibilidades teórico-metodológicas
de dicho concepto. El
nacionalismo extremo no es un fenómeno inmanente a la identidad
nacional y a su conciencia histórica.
Revelar sus causas presupone un análisis concreto, de una
realidad concreta, que incluye las fuerzas sociales que actúan en el
escenario político, así como los intereses y aspiraciones que puedan
condicionar o no la manipulación ideológica de la identidad nacional.
Sin
embargo, existen otros autores que reconocen el valor teórico-metodológico
y práctico de esta categoría, para abordar la realidad nacional.
Según Saúl Rivas: "La identidad alude la especificidad
sociocultural e histórica de cada pueblo, en un constante proceso de
endoculturación y de interculturación.
La identidad -continúa Rivas- como todo concepto histórico
ofrece posibilidades y limitaciones; no es omniabarcante, ni está
basado en un fundamento expansivo..."19
El autor destaca la importancia del concepto para la convivencia y la
liberación y define el chauvinismo y la xenofobia como caricaturización
de la identidad, o expresiones que guardan una relación de antítesis.
Para
el autor, a pesar de que diferencia los conceptos identidad nacional y
cultural, considera que no hay identidad nacional sin identidad
cultural.20
Vincula correctamente la identidad al agente histórico, pues
"de nada vale una identidad si el pueblo que la tiene no es el
sujeto histórico de su gestión y autodeterminación".21 En
la propia obra, Esteban E. Mosonyi, al abordar la dialéctica de la
identidad nacional, lo define como "...el conjunto dialéctico de
especificidades, tanto objetivas como subjetivas, actuantes dentro de
una sociedad, por pequeña que ella sea y por menores que sean sus
diferencias aparentes respecto de otras colectividades".22 En
sus determinaciones conceptuales, al asumir la dialéctica de la
identidad nacional el autor trata de vincular estrechamente los aspectos
objetivos y subjetivos de dicha entidad, así como aclarar y perfilar
algunos problemas de enfoques:
1)
Es falso que un pueblo -refiere a Venezuela- carezca de
identidad. 2)
Es falso que al hablar de identidad e identificación nos remita
a la noción de lo uniforme y de lo inmutable. 3)
La identidad nacional no tiene por qué privilegiar a cualquiera
de sus componentes étnicos. 4)
Pese a la importancia extraordinaria del mestizaje, la identidad
nacional no se agota en ese proceso. 5)
Es falso e inoperante situar la identidad nacional en el plano
del presente con prescindencia del pasado. 6)
Es incierto que la afirmación de la identidad constituya, de por
sí un planteamiento patriotero o chauvinista. 7)
No es verdad que la identidad nacional sea un concepto políticamente
limitante. Por el
contrario, asumirla plenamente es una exigencia impostergable de nuestro
porvenir como pueblo.23
El
tratamiento y enfoque del problema de la identidad nacional por este
autor venezolano, pone de manifiesto la existencia de un estudio
sistematizado, sobre tan importante objeto, a partir de una visión
pancrónica, pues diacronía y sincronía no son planos separados, sino
caras distintas de una misma totalidad dialéctica.24
La
asunción de la identidad nacional en todas sus facetas y
determinaciones, pone de manifiesto la riqueza que encierra dicha
categoría filosófico-cultural, así como las posibilidades teórico-metodológicas
para explicar con fundamentos sólidos la existencia de nuestros pueblos
25
y proyectar su ser existencial hacia la búsqueda de todo lo que nos une
a lo latinoamericano, así como rechazar con fuerza todo lo que nos
divide y aliena frente al enemigo común, pues, "La capacidad
latinoamericana y de cada uno de sus pueblos para determinar su propio
destino depende de su identidad, es decir, de la comprensión de las
tres dimensiones de nuestro ser concreto dentro del continuo:
pasado-presente-porvenir. La
identidad es lo que confiere al cambio la esencia de continuidad,
autodeterminación y razón del sujeto, mientras el cambio le permite a
ello la permanencia de su esencia".26
2. Identidad nacional. Cultura y
pensamiento revolucionario La
identidad de nuestra existencia real y el modo de pensarla requiere de
un análisis histórico del devenir de su realidad en los marcos del
proceso de formación de la nación cubana y su autoconciencia en tanto
tal. Esto presupone indagar
en su historia, así como revelar aquellos conceptos afines con que
opera la literatura especializada, es decir, con conceptos como
nacionalidad, nación, identidad cultural, cubanía así como revelar el
lugar de la tradición política revolucionaria en la plasmación de la
identidad nacional cubana. El
problema de la identidad nacional, su contenido, estructura, y funciones
no ha sido objeto de una investigación profunda.
Es un terreno virgen, por el cual sólo se ha transitado en
determinados aspectos en forma de aproximaciones, que aunque siempre
valiosas, resultan parciales.
Sin
embargo, constantemente el concepto aparece en variadas publicaciones de
una forma tan categórica y "convincente", que da la impresión
que es un problema definido y resuelto.
Lo peor de todo es que no siempre refiere al mismo contenido. ¿Es
que estamos en presencia de una categoría polisémica? ¿O se trata de
un vago conocimiento, aún carente de entidad conceptual propia? ¿O
equivale al concepto de cultura nacional?27 Resulta
claro que las determinaciones conceptuales no siempre son fáciles, y más
aún en conceptos de esta índole, donde la realidad que expresa posee múltiples
aristas de enfoques y criterios. Sin
embargo, la lógica exige definiciones, que sin agotar la realidad
aprehensible, determinen en su esencialidad el contenido o región que
expresa. De lo contrario resulta imposible operar con los conceptos, en
tanto peldaños del conocimiento y formas universales en que se reflejan
las leyes de la realidad.
La
categoría identidad nacional, designa el sistema de rasgos comunes que
definen un grupo social, comunidad o pueblo, devenido determinación
fundamental de su ser esencial y fuente auténtica de creación social. Es una unidad, que fijando la comunidad, presupone la
diversidad, la diferencia y sus vínculos recíprocos, como modo dinámico
de constante enriquecimiento y proyección hacia la universalidad.
La
identidad nacional integra en su expresión sintética la comunidad de
aspectos socioculturales, étnicos lingüísticos, económicos,
territoriales, etc., así como la conciencia histórica en que se piensa
su ser esencial en tanto tal, incluyendo su auténtica realización
humana, y las posibilidades de originalidad y creación.
La
identidad nacional no es una entelequia a priori que se sitúa por
encima de los pueblos y naciones. Es,
en su realidad concreta, un proceso y resultado de la actividad humana
en su historia particular, como vía de acceso a la universalidad de su
ser esencial. Proceso que transcurre como afirmación y reafirmación del
ser histórico, singular, en tanto condición imprescindible para
participar de la universalidad. Resultado
que encarna y despliega en síntesis lo singular auténtico,
enriquecido, expresado ya como universal concreto.
"Por ello -escribe Alejandro Serrano Caldera-, el
latinoamericano se plantea la identidad como problema previo, y su
filosofía, en lugar de constituirse sobre la reflexión de los
universales tradicionalmente aceptados como sujetos del empeño filosófico,
se ha iniciado en la búsqueda de la especificidad de lo latinoamericano
que es la condición de la universalidad de su ser.
Si la filosofía, -enfatiza el filósofo- como lo señala
Leopoldo Zea, es actividad humana que tiene por objeto resolver
problemas humanos, es claro que en nuestra circunstancia la tarea
principal de la filosofía consiste en plantearse y resolver el más
humano de nuestros problemas que es el de la identidad de nuestro
ser".28
Esta
tesis, en función de la identidad latinoamericana, es común en cuanto
a su esencia a la identidad cubana.
Además resulta impensable e imposible concebir lo
latinoamericano al margen de las naciones que lo integran y concretan.
Sencillamente lo específico y propio de lo cubano y lo
latinoamericano, determinan y encarnan la dialéctica de lo singular y
lo particular, en un proceso de síntesis hacia lo universal y concreto.
Es precisamente en esta dinámica donde se despliega y toma
cuerpo la cultura cubana y latinoamericana con vocación de
universalidad. Sencillamente
"lo universal está contenido en lo particular; éste es denso
precipitado de la universalidad. La
búsqueda de nuestra particularidad como latinoamericano es condición
de la búsqueda de nuestra universalidad como seres humanos; ser
latinoamericano es el principio que nos aproxima al ser..."29
La comprensión de este proceso dimana de la misma realidad histórica
en que se ha ido gestando la identidad.
"Identidad hecha, como todas las identidades, en la
historia, combinando las razas y culturas propias de las razas que se
han dado cita en esta región".30
La
identidad no se forja en la imitación de lo extraño, ni con la copia
mimética de las influencias extranjeras.31
Es un proceso dialéctico de afirmación, negación y creación que
encarna una realidad histórica concreta por sujetos reales y actuantes. Es su propia obra objetivada en lo esencial en la cultura
nacional, condensada en una fuerza material y una conciencia histórica
que afirma el ser del pueblo y condiciona su desarrollo. Esto
no significa en modo alguno que la identidad se reduzca a la cultura, a
la identidad cultural. Es
un concepto más amplio, donde la cultura nacional constituye su
contenido fundamental, su núcleo integrador, que no agota toda la
estructura de la identidad nacional.
Desde
el punto de vista lógico, se incurre en graves problemas metodológicos
cuando el núcleo o contenido esencial de una totalidad orgánica -en
este caso la identidad cultural- se identifica con dicha totalidad, es
decir, con la identidad nacional, pues entonces se marginan y soslayan
otros aspectos que no pertenecen a la cultura, o se hace tan extensible
el concepto de la cultura que deviene entidad conceptual vaga y por
tanto propicia a la manipulación subjetivista.
Esto
no significa en modo alguno subestimar el lugar y papel de la cultura en
el proceso de gestación y desarrollo dinámico de la identidad
nacional. La cultura, su
consideración y ubicación como núcleo de la identidad nacional, pone
de manifiesto y explica su papel integrador del todo y la fuerza con que
lo trasciende, define y determina.
Precisamente el status de la cultura nacional como núcleo de la
identidad fija su idea, su concepto y riqueza, en tanto "fuente de
valores, catalizador de creatividad y movilizador de energía para un
desarrollo endógeno y auténticamente humano".32
En
esto se fundamenta el lugar relevante de la cultura, así como el valor
teórico-metodológico de su intelección, para asumir de modo científico
el devenir y condicionamiento de la identidad nacional. Es que la cultura en toda su expresión y determinaciones33
aparece como proceso y resultado de la actividad humana, y con ello
"genio del pueblo... que condiciona la orientación fundamental del
desarrollo, su tipo y estado(...)34
De ahí "que para asegurar un desarrollo auténtico es necesario
restituir la identidad cultural de los pueblos en la plenitud de sus
componentes más representativos, más profundos y auténticos..."35
La
cultura, en tanto ser esencial y medida del desarrollo alcanzado por el
hombre en su quehacer práctico-espiritual, representa una categoría
clave para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos
de desarrollo. Su valor teórico-metodológico es evidente, pues con su
ayuda "se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las
formas histórico-concretas de la vida social de la actividad de los
diferentes grupos sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido
su producción material y espiritual, de los aspectos originales y
propios de ese conglomerado social..."36
así como sus dominios universal y específico en que se expresa.
La
cultura como proceso y resultado de la actividad práctico-espiritual,
deviene así grado cualitativo de universalización del hombre y de su
obra, a tal punto que lo reproduce en calidad de sujeto humanizando la
naturaleza y haciendo historia.37
Todo enmarcado en un proceso continuo de producción, reproducción,
creación e intercambio de la obra humana en sus múltiples
manifestaciones. Es un
proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira el
pasado, afianza el presente y proyecta el futuro, a partir, del
reconocimiento de las posibilidades y los límites en que se despliega
su energía creadora en un marco histórico concreto.
Al
margen de la cultura es imposible revelar la dialéctica de lo general y
lo particular, lo autóctono y lo foráneo, lo auténtico y lo inauténtico
de un país o sociedad concreta. Su
función integradora dimana del hecho de que "la producción
social, siendo la producción de las condiciones materiales de vida de
los hombres, de sus relaciones y su conciencia es, al mismo tiempo, la
producción por ellos de sí mismos, su autoproducción, lo que existe
no como rama independiente y aislada de la actividad humana, sino como
forma de la propia producción material y espiritual".38
Cada
cultura, en su proceso dinámico de desarrollo y en la encarnación real
de sus resultados, concreta en síntesis múltiples determinaciones y
mediaciones en que tiene lugar su existencia como tal.
La cultura nacional que sirve de núcleo integrador a la
identidad de un país, resulta de la conjunción dinámica de muchos
aspectos y productos sociales, humanos, de índole universal, particular
y singular, engendrados en la historia como proceso de asimilación y
creación, donde cada país, en función de sus condiciones histórico-concretas
y los hombres que participan en calidad de sujeto históricos, obtiene
un determinado resultado que avala su existencia, y la razón de su ser
esencial. Un producto
nacional, que en la medida que expresa y compendia una historia real
concreta, resulta original y auténtico a tal punto que se objetiva y
traduce en una base o fundamento de sustentación de la existencia, y en
una fuerza generadora de sentimientos y conciencia históricas.
Sin
embargo, la cultura no constituye una entidad abstracta fuera de las
clases. Si la cultura es producción del hombre sociohistóricamente
determinado, es lógico que las sociedades o naciones divididas en
clases trasciendan sus ideologías a la cultura.39
En este sentido, tal como señaló Lenin, en las sociedades
clasistas existen dos culturas en oposición: la cultura de las clases
opresoras y la de las oprimidas. Esto
no significa que el proletariado niegue nihilistamente los valores
presentes en la cultura burguesa. Precisamente,
"el marxismo ha conquistado su significación universal como ideología
del proletariado
revolucionario -enfatiza Lenin- porque no ha rechazado en modo
alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino por el
contrario, ha asimilado y reelaborado todo lo que hubo de valioso en más
de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura
humanas".40
Es un proceso de negación y creación donde la cultura
revolucionaria, enriquecida con las conquistas de la historia, se impone
e integra a la identidad nacional, con entidad propia, autenticidad y
originalidad. En la medida
que es expresión de su tiempo y sigue la línea del progreso y el
desarrollo deviene universalidad y proyección esencial de realización
humana y nacional. Por eso,
"... en la Cuba del siglo XIX -señala A. Hart- se enfrentaron dos
proyectos de nacionalidad o de patria, es decir, el de Varela y Martí,
de un lado, y el conservador, reformista y autonomista, del otro. Estos
últimos alcanzaron determinados niveles de información y conocimiento
de una importancia especial, pero, sin embargo, no cuajaron nunca en
cultura cubana..."41
El
proyecto patriótico-independentista en correspondencia con las
necesidades e intereses históricos reales, y avalado por una tradición
política revolucionaria que continúa, concreta y enraíza en la
realidad cubana, se convierte en fundamento de la identidad nacional y
la enriquece y afirma.
Las
propias necesidades y su asunción práctica -la libertad- proyectada en
intereses opuestos a la dominación, se traduce en un fuerte sentimiento
nacional, hasta alcanzar un nivel superior en la conciencia nacional, 42
es decir, se trata del movimiento de la conciencia cotidiana a la
conciencia histórica.
Naturalmente
este es un fenómeno complejo. El
proceso de génesis y desarrollo de la identidad nacional, transita por
los mismos peldaños en que se funda y determina la nacionalidad y la
nación cubanas. Existen múltiples
eslabones y mediaciones de carácter étnico-racial, económico, político,
geográfico, lingüístico, etc. que de una forma u otra influyen en la
totalidad del problema. Sin
embargo, el pensamiento revolucionario, ya devenido tradición política
revolucionaria, se inscribe como uno de los fundamentos socioculturales
que más incidencia tiene en la conformación, defensa y preservación
de la identidad nacional. Es algo así, como el eslabón fundamental en
la cadena de acontecimientos, cuyos restantes aspectos del sistema
interaccionan en torno a él, a tal punto de ser determinante su
influencia en la totalidad. La
tradición política revolucionaria, cimentada sólidamente en la obra
de Félix Varela y sus continuadores, medió todo el devenir formacional
de la nación cubana. El
independentismo consecuente, estrechamente vinculado a la abolición de
la esclavitud constituye hilo conductor del pensamiento revolucionario y
premisa integradora de la identidad nacional en proceso de formación y
desarrollo.
El
pensamiento político-revolucionario, expresión de la propia situación
socioeconómica del país, afianza un sentimiento y una conciencia
nacionales, catalizadores de energía creadoras sobre la base de un
ideal independentista que hurgará toda la realidad existente.
Es que Varela simboliza la existencia cubana hecha conciencia y
postula un sentido nuevo de pertenencia sólo lograble con la
independencia absoluta. Una
cubanía sin límites, capaz de penetrar las sucesivas generaciones y
dotarlas de los medios ético-políticos necesarios para la cristalización
y defensa de la identidad nacional.
Sencillamente, el presbítero y maestro que nos enseñó en
pensar, forjó un ideal ético-político auténtico capaz de trascender
su presente histórico y servir de premisa a lo porvenir.
El ideario independentista de la revolución de 1868 lo concreta
y lo desarrolla. Martí lo
afirma, continúa y sintetiza en un nivel superior que refleja y
cualifica nuevas condiciones históricas, donde independentismo y
antimperialismo se imbrican en un solo haz para preservar la identidad
nacional. "Martí,
hombre genial, -escribe J.A. Portuondo- fue más allá de su clase y
puso las bases de la nación para sí." Su
concepción radical de la república futura -"una, cordial y sagaz,
con todos y para el bien de todos,- en la cual la aspiración suprema
había de ser "la dignidad plena del hombre, por encima de las
clases y de las razas, lo enfrentó al egoísmo reaccionario de
autonomistas y de anexionistas, decididos a conservar su dominio de la
tierra y de la economía insulares, aliadas a España o a los Estados
Unidos".43
La
obra de Martí, en esencia, síntesis de pensamiento y acción postula
un ideario ético-político de raíz humanista que en calidad de
paradigma media y trasciende el presente y sirve de base proyectual del
futuro. Precisamente por
esto, devino modelo para transitar de la nación en sí frustrada por la
intervención norteamericana (nación fuera de sí) hacia la nación
para sí,44
donde el pueblo devendría verdadero sujeto histórico.
Es
indudable la existencia de una misma línea de pensamiento en continuo
ascenso y superación. Una
tradición revolucionaria genuina, original y auténtica, penetrada por
una tradición ético-política de base humanista, donde las diferencias
entre Varela, Martí, Mella, Fidel en tantos hombres que sintetizan
dicha tradición en distintas etapas del proceso, sólo se determinan
por las respuestas que han tenido que dar a sus momentos históricos.
Problemas comunes en una historia que no se detiene y es fuente
de contradicciones y nuevas mediaciones en su devenir.
En
esta dirección, es totalmente racional y certera la tesis de J. A.
Portuondo, en el sentido que "la declaración de La Habana,
constituye el manifiesto de la nación para sí, como fuera el de
Montecristi, firmado en 1895 por José Martí y Máximo Gómez, el
manifiesto de la frustrada nación en sí".45
Es
un proceso continuo, ascendente, de acceso y penetración de esencias,
donde identidad nacional, tradición política, en su acción recíproca
se superan y determinan en nuevos niveles de concreción y
enriquecimiento, para potenciarse con nuevas energías creadoras y
nuevos objetivos, en correspondencia con las exigencias de la
contemporaneidad.
Así
el triunfo, desarrollo y obra de la revolución, fundada en raíces
martianas y marxistas-leninistas concreta la existencia de una nación
para sí, y por consiguiente un pueblo libre e independiente, dueño de
su destino histórico. Esto
al mismo tiempo comporta y cualifica una nueva identidad nacional basada
en posibilidades reales de realización humana, pues "... por
primera vez en la historia de las Américas, un poder realmente
descolonizado -señala R. Depestre- un poder dotado de imaginación y
audacia, se da a la tarea de estructurar con vigor las virtualidades de
una identidad fundada sobre la igualdad, la dignidad, la belleza de
todos los hombres. La
creatividad revolucionaria garantiza la liberación socio-psicológica
de negros y blancos, dentro de un proceso de integración cultural que
unifica cada día de manera más perfecta las capas étnicas del país y
humaniza las relaciones interraciales.
La lucha por identificar al campesino, al obrero, al intelectual,
a la mujer, al niño, -en una palabra, por identificar la condición
humana dentro de una historia que ha dejado de ser dolorosa- se lleva a
cabo mediante la implantación de una pedagogía revolucionaria que está
llamada a romper sin ningún género de duda los circuitos emocionales,
los viejos reflejos de animalidad que el egoísmo y el racismo del
sistema capitalista habían sembrado en la conciencia desdichada de la
gente".46
Esta
nueva identidad -pudiera llamarse identidad nacional para sí, siguiendo
la terminología asumida- no es un ente abstracto, al margen de
condicionamiento y contexto histórico.
Es un resultado de más de cien años de lucha.
Un producto de una revolución auténtica que transformó las
estructuras económicas, políticas y sociales, y con ello, la
superestructura de toda la sociedad.
Una identidad forjada en lucha, contradicciones y en la
diversidad compleja de la realidad cubana, como única forma de afianzar
lo autóctono en
indisoluble unidad con lo universal, así como "fundar nuestro ser
individual y social sobre bases históricas que ninguna tempestad
neocolonial podrá jamás destruir".47
Una
identidad nacional, que afirmando creadoramente lo autóctono se
proyecta a lo latinoamericano y universal y adquiere al mismo tiempo
entidad auténtica y universalidad concreta sobre la base de una teoría
y una praxis de principios. Por
eso identidad nacional y revolución han devenido móvil concreto de
creación social humana, y despliegue permanente de patriotismo y
humanidad, en una unidad tal, que patria y humanidad se identifican y
complementan. Su fuerza
"proviene... de que ella se tiene a sí misma por una empresa
moral, y que se ha negado a plantear por su cuenta la antigua separación
de la moral y la política... Es un organismo vivo que lucha sin cesar
en condiciones difíciles, para alcanzar un nivel siempre más alto de
conocimiento, de conciencia y de identificación de sí mismo, consigo
mismo".48
Una
revolución original, que recogiendo lo más revolucionario y valioso de
la cultura cubana, latinoamericana y universal ha fundado una identidad
de nuevo tipo, una identidad desmistificadora y humana, donde el hombre
y el pueblo se proyecten como sujetos de la historia.
Por eso el Che, consciente de la realidad cubana y su devenir
futuro, exigía la necesidad de "tener una gran dosis de humanidad,
una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en
extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las
masas. Todos los días
-enfatizaba el guerrillero heroico- hay que luchar porque ese amor a la
humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que
sirvan de ejemplo, de movilización".49
3. Identidad nacional, historia y
desarrollo La
comprensión de la identidad nacional sólo es posible a partir de un
enfoque que la piense y aborde en su historia, dinamicidad y desarrollo.
Unica forma de comprender el presente en su expresión sintética, así
como delinear el futuro en sus rasgos esenciales.
Se trata de comprender el pasado en toda su riqueza y concreción
a partir de una conciencia crítica que evalúe con sentido histórico
la experiencia de ayer. Esto posibilita conformar una memoria histórica y un
patrimonio cultural, capaz de servir de fundamento al devenir nacional. La
identidad nacional cubana y su contenido esencial -la cultura- tiene una
historia de gestación y desarrollo, cuyo inicio se remonta a la época
en que los habitantes de Cuba, reflexionan
en un sentido de pertenencia propia, diferente al español.
Un comportamiento, primero a nivel de los sentimientos hasta
ascender a nivel de la conciencia histórica, ya como ser autoconsciente.
Proceso que dimana del propio desarrollo económico, cultural y
social que se opera en Cuba en estrecha relación con el acontecer
mundial.
El
proceso de conquista y colonización de Cuba de fines del siglo XV por
España, encontró una población aborigen con un bajo desarrollo
cultural,50
a diferencia de las grandes culturas precolombinas de América.
En el transcurso de la conquista y posteriormente, a través de
un sistema cruel de explotación, prácticamente desapareció la población
indígena, y con ello la posibilidad de desarrollar su cultura.
Se inicia un proceso cuya complejidad impregnará rasgos
peculiares al desenvolvimiento futuro de la identidad cubana.
Un fenómeno contradictorio, donde el impacto de las dos culturas
se tradujo en una "transculturación fracasada para los indígenas
y radical y cruel para los advenedizos. La india sedimentación humana
de la sociedad -continúa F. Ortiz- fue destruida en Cuba y hubo que
transmigrar toda su nueva población, así la clase de los dominadores
como la clase de los dominados. Curioso
fenómeno social este de Cuba, el de haber sido desde el siglo XVI
igualmente invasoras, con la fuerza o a la fuerza, todas sus clases,
razas y culturas, todas exógenas y todas desgarradas, con el trauma del
desarraigo original y de su ruda transplantación". 51
La
población que se asienta en la isla está compuesta por descendientes
de los primeros colonos, los negros africanos traídos como esclavos, así
como los descendientes de españoles con mujeres indias o negras.
Posteriormente la integrarán otras etnias.
Durante
los siglos XVI-XVII en Cuba, predomina el régimen esclavista con rasgos
feudales y capitalistas. Es
una etapa de lento desarrollo de la población, la economía y la
cultura. Se conjugan la economía natural con la mercantil, cuya
producción se basaba en el trabajo de pequeños campesinos y de
esclavos. La producción se
destinaba al intercambio del mercado interno, a la exportación de la
mayor parte a la metrópolis, a través de los monopolios establecidos
por España, y con los corsarios y piratas que se acercaban a las costas
cubanas. Durante esta etapa
la economía cubana y la población estuvo constantemente a merced de
los saqueos de corsarios y piratas.
A
finales del siglo XVI por varias causas que influyen en la colonia, se
observa un crecimiento de la población, que en las postrimerías del
XVII asciende a 50 mil habitantes y hacia mediados del siglo XVIII ya
existen alrededor de 140 a 150 mil.
Ya acercándose la terminación del siglo XVIII, la expansión
demográfica de Cuba -a impulso de las corrientes inmigratorias y de la
introducción masiva de esclavos- se aceleró de modo notabilísimo,52
debido al aumento del cultivo del tabaco, así como a la explotación de
la caña de azúcar. De
todos modos al terminar el siglo XVII, las condiciones de Cuba son
precarias en todos los aspectos, incluyendo la cultura.53
La metrópoli, al no encontrar las riquezas en oro calculadas, ve
a la isla como "una tierra carente de ventajas", y punto de tránsito
en su comercio con las colonias del continente.
La isla, convertida en una factoría colonial, dominada por un
riguroso monopolio comercial, carecía de toda posibilidad de
desarrollo.
Sin
embargo, "en el siglo XVIII antes de la toma de La Habana por los
ingleses, la isla entró en una etapa de más favorable
desenvolvimiento. Pero en el período de 1763-1790 pudo apreciarse no sólo
progreso -señala Sergio Aguirre- sino progreso rápido.
Alcanzó el país un florecimiento colonial muy superior al de
cualquiera de los períodos anteriores",54
Este brusco desarrollo -sin negar la continuidad- resulta de varios
acontecimientos internos y externos, entre los que se destacan por su
relieve e importancia el Despotismo Ilustrado de Carlos III, la Revolución
de Independencia de EE.UU., la Revolución Francesa y la Revolución
Industrial Inglesa. La industria azucarera alcanzó un inusitado
desarrollo, así como la difusión de la ilustración, acompañada de la
creación de organismos o instituciones económicas y culturales.
En
las nuevas condiciones históricas, caracterizadas por un auge y
desarrollo de la economía y la cultura empiezan a profundizarse las
contradicciones que determinarán expresiones concretas de pertenencia.
Según Le Riverend "cubanía se manifiesta vigorosa en el
siglo XVIII, aunque no se constituyera plenamente", aprendió, sí,
-recalca el prestigioso historiador cubano- una lección indispensable:
la de distinguir entre lo ajeno y lo propio, faltándole conocer esto
tanto como aquello. No
existe, propiamente, nacionalidad cubana en el siglo XVIII, pero tampoco
existe hispanía; no existe porque comienza a brotar... no existe cubanía
porque se ignoran experiencias totales, abarcadoras de todas las
manifestaciones normales de un pueblo... El siglo XVIII representa para
Cuba un instante revelador, a partir del cual los criollos van separando
a lo que no responde a sus intereses.55
Ante
la nueva realidad histórica empiezan a aparecer los gérmenes de la
cubanía, aún a nivel de los sentimientos, pero resultante de hondas
contradicciones, cuya autoconciencia devendrá expresión ideológica
con entidad propia en el siglo XIX.
La
última década del siglo XVIII se caracteriza por la prosperidad de
Cuba, bajo la influencia del Despotismo Ilustrado y otros
acontecimientos. Sin
embargo, las contradicciones entre peninsulares y criollos, acentúan el
proceso de diferenciación.
Este
movimiento de identificación y diferenciación alcanza su máxima
expresión en el siglo XIX y está estrechamente vinculado con la economía
de plantación y los efectos que se derivan de ella. Precisamente,
la economía de plantación de la caña de azúcar, la producción de
café y tabaco, ejercen un papel fundamental en la conformación de una
economía nacional, antes invadido el país por economía locales,
dispersas, autosuficientes.
En
esta dirección, la economía mercantil sólidamente afianzada en el
siglo XIX, unido a la construcción de los ferrocarriles, las líneas
marítimas de cabotaje y el telégrafo, determinará la unificación
territorial56
En fin, "...las bases de esta comunidad territorial, de la cual es
reflejo la existencia de una conciencia nacional, quedaron sentadas
definitivamente en la primera mitad del siglo XIX".57
La
economía de plantación, relación económica determinante, en tanto
alrededor de ella giran las restantes relaciones, va a mediar la dirección
histórica de la realidad cubana, tanto en el proceso de gestación de
la cubanidad como en la expresión de su personalidad colectiva y en la
conciencia histórica que sirve de reflexión.
Sencillamente "...el tipo de relaciones económicas que se
establecen, determina la subordinación política y social de amplios
estratos de la población al poder de los dueños de plantaciones.
La comunidad económica de la nacionalidad se funda, por lo
tanto, sobre la hegemonía de los propietarios de plantaciones.
Estas formas de predominio -continúa Ibarra- basadas en la
estrecha vinculación económica, viabilizan la creación de una
conciencia nacional".58
Sin
embargo, los atavismos económicos, políticos, sociales e ideológicos,
propios de la clase dominante, con un sistema de segregación étnica y
marginación total del negro, impedían la cristalización de la nación
y su respectiva autoconciencia.
El
sistema oprobioso de la esclavitud va a constituir un freno al
desarrollo verdadero de una personalidad colectiva que afiance los
intereses genuinamente cubanos. Una
sociedad forjada en la discriminación étnico-racial y social de una
considerable parte de la población no está en condiciones de
constituir una comunidad nacional de cultura,59
tan necesaria en la conformación de la identidad nacional.
No
obstante eso, se trata de un proceso objetivo, regido por leyes, donde
la historia y su devenir se impone y despliega su curso arrollador.
Independientemente de la resistencia a la influencia de la
cultura de los esclavos, se da un proceso de transculturación que hará
del pueblo cubano, un pueblo mestizo, y de la identidad nacional, una
identidad cubana mestiza. Sencillamente,
tal y como afirmó el polígrafo cubano Fernando Ortiz "la
verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas
transculturaciones",60
donde los componentes esenciales, africanos y españoles fusionados
adquieren una entidad y una cultura propias, que no es española, ni
africana, sino cubana. Fernando
Ortiz valora con fuerza este fenómeno, sin restar importancia al factor
económico, pues "en todos los pueblos la evolución histórica
significa siempre un tránsito vital de cultura a ritmos más o menos
reposados o veloz; pero en Cuba han sido tantas y tan diversas en
posiciones de espacios y categorías estructuradas las culturas que han
influido en la formación de un pueblo, que en inmenso amestizamiento de
razas y culturas sobrepuja en trascendencia a todo otro fenómeno histórico.
Los mismos fenómenos económicos, -enfatiza Ortiz- los más básicos
de la vida social en Cuba, se confunden casi siempre con las expresiones
de las diversas culturas".61
El
fenómeno de la transculturación, resulta sustancial para comprender la
génesis de la identidad nacional62
pues los cimientos de la cultura cubana resultan precisamente de la
interacción de diversas culturas, sobre cuyas bases aparece una cultura
autóctona, nueva, que sin negar sus raíces, no se reduce a ella.
En fin, la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores,
pero también siempre es distinta de cada uno de los dos.63 Esta
realidad, conducente al mestizaje de la cultura, hecho consumado y empíricamente
registrable, en la teoría y la práctica encontraba una total
resistencia por el criollismo blanco.
Para el hacendado criollo, la cultura, en toda su expresión era
una empresa de los blancos. Los
negros, en tanto no se les reconocía su status existencial humano, no
eran portadores de cultura.
Mentes
preclaras que contribuyeron al desarrollo de la cultura cubana, sus
intereses de clase los condujeron a abogar por una cultura nacional que
se reducía a los blancos, excluyendo toda asimilación del aporte
cultural africano.64
Estas ideas reaccionarias llegaron al extremo de concebir la solución
de los problemas de Cuba en la eliminación del negro o su traslado a África.
Sin
embargo, la historia muestra cómo la existencia de una personalidad
colectiva, nacional y la conciencia histórica que le es propia no es un
problema quimérico que resuelve una elite gobernante o una clase
predominante, sino se funda en una cultura engendrada en el devenir histórico.
En Cuba no podía cuajar la nación en tanto tal, al margen de la
integración cultural, soslayando un problema central, el problema
negro. Sencillamente porque la existencia cubana en todas sus
manifestaciones culturales y sociales -aunque se le negaba- era parte de
su ser esencial. La cultura
cubana en su génesis se forjó en un proceso de transculturación, cuyo
componente negro es fundamental, en la medida en que se ha insertado en
una totalidad devenida síntesis: la cubanidad.
De ahí que el destino de Cuba, como nación, tenga que
resolverse en la contradicción dominante de la primera mitad del siglo
XIX: La contradicción hacendados plantacionistas-esclavos,65
como base de la integración social y la comunidad nacional auténtica. El
sistema plantacionista, con toda su estructura y superestructura devino
traba al proceso formacional de la comunidad nacional y su expresión en
la identidad nacional cubana. En
primer lugar porque los hacendados criollos ante el peligro de perder su
predominio social y clasista castraba en su esencia toda iniciativa que
condujera a la independencia. El
temor y aversión al negro, en función de la defensa a ultranza de los
intereses de su clase los condujo al conservadurismo,66
a continuar posiciones reformistas después del 68, e incluso traicionar
la patria y la identidad en proceso de formación, con las actividades
anexionistas.
Un
nuevo grado de cualificación adquiere el problema de las Gestas
independentistas de 1868 y 1895 y la abolición de la esclavitud en
1886, en cuanto a integración racial y social se refiere.
En
las guerras de 1868 y 1895 tiene lugar un proceso de ruptura con la
estructura plantacionista-esclavista y la ideología que le sirve de
autoconciencia teórica. Proceso
donde tanto el negro como el blanco en común devinieron sujeto histórico
de la independencia y forjador de la nación cubana en oposición a los
que la niegan por intereses mezquinos y prejuicios ideológicos.
Fundaron la cubanía en la revolución y mostraron cómo racismo
e identidad nacional son entidades en relación de antítesis.
El
ideal popular y antimperialista de Martí y Maceo nutrió la identidad
nacional con nuevas esencias, que aunque interrumpida su concreción por
la intervención norteamericana y la república neocolonial, sirvió de
principio generador de energía en la lucha por la independencia y el
socialismo hasta su encarnación real en la obra de la revolución.
Una revolución devenida hecho cultural, que como toda obra
humana no es perfecta, ni infalible, pero que con humanismo y verdad
encauza la transformación social con el pueblo como agente y sujeto de
la historia y la cultura. 4. Identidad, sentimientos y autoconciencia nacionales La
identidad nacional, vista en su concreción y determinaciones reales actúa
como personalidad colectiva y memoria histórica, en cuyo centro, la
reafirmación de lo propio auténtico y la capacidad de creación social
del pueblo se resiste a todo tipo de enajenación y marginación social
y nacional. Es un encuentro
consigo mismo, en tanto autoconciencia de su ser esencial como nación67
y como sujeto que se sabe agente del acontecer histórico con
posibilidades reales de libertad, independencia, incluyendo sus medios
de realización. En
esta dirección, la reafirmación de la identidad nacional es asunción
plena de un fin patriótico encarnado en normas de conducta y de acción
eficaz por desarrollar y defender lo que se tiene y no dejar de ser en
tanto tal, como existencia histórica concreta y fuente generadora de
creación social. Por eso, el problema de la identidad nacional ha devenido
problema central de las ciencias sociales y humanística.
Tanto el historiador, el sociólogo, el lingüista, el antropólogo,
así como filósofos y culturólogos, etc., han convertido dicha problemática
en objeto de estudio, análisis y reflexión.
Las causas dimanan de las propias posibilidades teórico-metodológicas
y prácticas que encierra este concepto.
La identidad nacional resulta premisa, proceso, resultado y síntesis
de la nación, y como tal, fuente de proyectos y alternativas de
desarrollo de la nación. De
aquí se explica, el por qué un pueblo al cual se le mistifica su
lengua, su cultura y sus formas de vida cotidiana, sea por imposición
directa o por una dominación cultural más sutil, es un pueblo en fase
de desnacionalización, pues se le adulteran los elementos en los cuales
puede reconocerse. Si el
colonialismo y el imperialismo constituyen la causa fundamental de
negación de la nación, la lucha contra ellos es la reafirmación
primaria de la nación y la expresión más fuerte de identidad.68
La
expresión de la identidad se manifiesta en las múltiples formas en que
ella se despliega, y toma cuerpo o encarnación real en la literatura,
el arte, las ciencias, la política, la filosofía, y en fin, en la
cultura. Expresiones concretas donde aparecen como proceso y resultado
lo ideal y lo material, en su síntesis.
Síntesis que en fin de cuenta da razón del devenir humano, como
aprehensión práctico-espiritual de la realidad por sujetos histórico-concretos.
Esto
significa que la identidad nacional, en su entidad real, en su expresión
ontológica, no existe al margen del sujeto.
Es su misma realidad conformada en una unidad orgánica, que
trasciende la totalidad del ser y se identifica con él para
aprehenderlo como totalidad orgánica. La
aprehensión de la identidad nacional, como personalidad colectiva y
memoria histórica, posee dos niveles fundamentales, es decir, un nivel
donde domina la inmediatez, expresiones psicológicas de la vida
cotidiana que encarnan los sentimientos nacionales.
Su fuente u objeto de reflejo lo constituye "las
peculiaridades nacionales de la vida de la nación, o del pueblo
concreto, de su cultura, tradiciones, costumbres, hasta sus prejuicios e
ilusiones",69
como resultado de las vivencias que posee, la percepción del entorno
natural y social, del paisaje, de las propias contradicciones que actúan
en la sociedad.
Un
segundo nivel de reflejo aprehensivo de la identidad nacional es la
autoconciencia nacional. Este
nivel se enmarca en la llamada conciencia histórica, aquí domina la
mediatez, expresándose como sistema teórico que refleja la realidad
nacional en un nivel más profundo, es decir, "la concientización
por la nación de su experiencia social con todas sus peculiaridades
nacionales,... rasgos e intereses comunes.
En la autoconciencia nacional -recalca Kaltajchián- se refleja
todo el abanico de las orientaciones axiológicas y las que rigen el
desarrollo de la cultura y la dinámica de los sentimientos
nacionales".70
Aunque
diferentes por el nivel del reflejo, los sentimientos y la
autoconciencia nacional están estrechamente vinculados, o más
exactamente, constituyen una unidad dialéctica.
Ambas poseen un mismo objeto -las peculiaridades de la nación-
sin embargo, en su aprehensión de la realidad la conciencia nacional
trasciende al todo sobre la base de múltiples mediaciones y
determinaciones, en tanto sistema elaborado que comprende: 1) la
conciencia de la comunidad étnica y la actitud hacia otras etnias; 2)
el apego a los valores nacionales: idioma, territorio, cultura democrática;
3) la conciencia de la comunidad social y estatal; 4) el patriotismo; 5)
la conciencia de la comunidad en la lucha por la liberación nacional.71
Por
otra parte, tanto en los sentimientos nacionales como en la
autoconciencia nacional, se refleja la vida nacional, pero a partir de
los intereses de clases, donde sentimientos, pensamientos y movimientos
volitivos devienen de modo desigual, son heterogéneos, en función de
lo que defienden como clase. Cada
clase a su manera comprende y caracteriza a su nación y sus intereses
nacionales.72
Concebir este problema en su homogeneidad absoluta, soslayando la
diversidad, es abogar por la reconciliación universal, en un mundo
internamente contradictorio.
"Por
los sentimientos nacionales y la autoconciencia nacional pasan todas las
realidades de una nación o pueblo, las que forman su amor patrio".73
En el amor a la patria, expresión sublime e identificación
absoluta con su país, la identidad nacional adquiere su máxima expresión
y las garantías de su preservación, defensa y desarrollo.
El amor a la patria sintetiza en su expresión concreta los
sentimientos nacionales y la autoconciencia nacional, en un nivel tal,
que todo se subordina a un ideal supremo.
Esto encuentra una definición concreta en el pensamiento de Félix
Varela: "Yo no sé callar cuando mi patria peligra y habiéndola
sacrificado todos los objetos de mi aprecio, yo no la negaré este último
sacrificio: su imagen jamás se separa de mi vista, su bien es el norte
de mis operaciones, yo la consagraré hasta el último suspiro de mi
vida."74
El
amor a la patria, el patriotismo consecuente, revolucionario encarna el
ideal social nacional. Se
convierte en fuerza propulsora de la historia y el progreso, y fuente
nutricia de creación social. La
historia de Cuba muestra con suficientes hechos que los hombres mientras
más patriotas han sido, cuando han estado más comprometidos con la
realidad social y su transformación, sus resultados en los distintos ámbitos
de la ciencia, la cultura, la política, han devenido aportes
revolucionarios y originales en cuanto a autoctonía y autenticidad se
refiere. Por eso, resulta
racional la tesis de Torres-Cuevas, según la cual, "si la filosofía
vareliana expresa lo autóctono en forma auténtica, y por tanto,
original, su validez no está dado sólo en la capacidad de ese
pensamiento para interpretar y expresar su realidad, sino que va más
allá: intenta actuar sobre la misma. Ello se deriva del compromiso del
pensador con su realidad; de su comprensión y convicción de que el
pensamiento tiene una función social, y de que la producción teórica
debe aplicarse a la realidad".75
La
tradición política revolucionaria, enraizada profundamente en un
patriotismo sin límites ha constituido el hilo conductor del
surgimiento y desarrollo de la nación y la defensa y conservación de
la identidad nacional cubana. Tanto
ante el colonialismo, como ante el neocolonialismo y el imperialismo la
tradición político-revolucionaria ha nucleado el pensamiento y la acción
social hasta concretarla en programas científicos de lucha.
La obra de Varela, Martí, Mella y Fidel Castro lo atestigua. Es
algo así como una fuerza motriz que trasciende y mantiene vigente una
personalidad colectiva con su memoria histórica como garantía de
existencia, independencia, soberanía y libertad.
Una comunicación, devenida fuerza telúrica que afincada en la
historia recupera la tradición, pero no se queda ahí, continúa hasta
producir la síntesis histórica con el pueblo como sujeto-agente de la
transformación social.
Esto
se explica en el hecho de que la memoria histórica descubre y actualiza
las raíces históricas, pues "... ninguna identidad es la repetición
del pasado... Las raíces redescubiertas sirven para reinventar la
identidad, recrearla y proyectarla hacia el futuro.
En el horizonte -señala Rubén R. Dri- siempre asoma la autopía
creadora, que da alas a la fantasía y fuerzas al ánimo para emprender
no sólo las arduas luchas de liberación en contra del opresor, sino
también para desplegar las dormidas fuerzas creativas que anidan en el
alma de todo el pueblo. El
pasado - la tradición, el presente - las luchas actuales - y el futuro
- la utopía - se anudan dialécticamente".76
Tanto a nivel de los sentimientos como de la propia autoconciencia
nacional, la mediación de la memoria histórica garantiza la existencia
de la identidad en términos de personalidad colectiva.
Por eso el enemigo histórico, llámese colonialista,
neocolonialista o imperialista siempre ha tratado de destruir la
historia nacional, sus tradiciones, héroes, etc., para imponer su
modelo y afianzar su cultura dominadora.
Sencillamente "no es posible la identidad de un pueblo sin
memoria histórica creativa, recuperadora de los arquetipos que lo unen
a sus raíces. No es
posible la lucha por la liberación sin identidad, pero tampoco lo es
sin la apertura hacia el futuro que da una gran utopía",77
en tanto ideal, horizonte siempre soñado y "aguijón que no
permite detenerse".78
En
esta dirección, el ideal cubano emancipador, fundado en una concepción
de principio que integra en síntesis la lucha y defensa de nuestro
socialismo, la revolución y la independencia, en tanto ser existencial
cubano y garantía del desarrollo de nuestro proyecto social, deviene núcleo
central de nuestra identidad y de su preservación. II.
FILOSOFÍA
DE LA EMANCIPACIÓN,
TRADICIÓN
E IDENTIDAD EN LA CONTIENDA DEL 68 Se
ha dicho con razón que la gesta del 68 constituye el laboratorio
experimental del pensamiento cubano.
Es el momento en
que la
filosofía de
la emancipación -autoconciencia cultural con ansias de
modernidad- aguijoneada por la praxis, deviene realidad en cuanto a
concreción se refiere. La
práctica revolucionaria de 1868, abre nuevos cauces culturales de
realización social en el tránsito de la nacionalidad a la nación
cubana. Se trata de un
proceso complejo y contradictorio que abarca múltiples situaciones de
interacción social, con sus respectivos sujetos sociales, en pos de la
independencia, en una sociedad colonial cuya economía depende del
trabajo esclavo.
El
pensamiento independentista, corriente ideológica rectora del proceso
emancipatorio, adquiere nuevos niveles de cualificación en la medida en
que se imbrica indisolublemente con el abolicionismo. La
revolución del 68, como partera de grandes cambios constituye un hito
trascendental de la historia de Cuba, en el camino de su inserción a la
modernidad con propia identidad. Fija
una rica tradición emancipadora de independencia libertad y resistencia
que sirvió de base a Martí y continúa alumbrando nuestra
contemporaneidad con luz de estrellas. 1) Antecedentes y planteamiento del problema Sobre
la guerra del 68 existe una profusa bibliografía,79
que incluye obras de autores cubanos y extranjeros de filiación
separatista, reformista, integrista y anexionistas.
Su contenido se ha expresado en disímiles formas, tales como
libros, folletos, publicaciones oficiales, diarios de campaña, relatos
y episodios, publicaciones periódicas, biografías colectivas e
individuales, etc. Acontecimiento
de tal calibre no ha faltado en obras de carácter literario, artístico
y otras expresiones de la cultura.
Se
dispone de una enjundiosa obra realizada por autores-actores de la
contienda, avalada por la frescura de la subjetividad humana, en tanto
fueron sujetos-agentes de los hechos y acontecimientos que describen o
en torno a los cuales reflexionan: Obras del calibre de "Desde Yara
hasta el Zanjón" (1893), de Enrique Collazo, "Episodios de la
Revolución Cubana" (1893), de Manuel de la Cruz, "Héroes
humildes", de Serafín Sánchez, publicada en "Patria"
(1894), "La Revolución de Yara" (1868-1878), de Fernando
Figueredo (1902), entre otras, están penetrados por un patriotismo y
cubanía sin límites. "Hombres
del 68", de Vidal Morales y Morales, aunque tiene por objeto la
exposición de la vida de Moralitos, despliega una valiosa información
de los hechos más trascendentales de la epopeya del 68. Al decir de Varona "la vida, tan breve como
significativa, de uno de ellos -refiere a Moralitos- da materia a este
libro, escrito con amor a su noble memoria, con escrúpulo y fidelidad
en la información; y que por estas cualidades resulta pábulo excelente
para la reflexión y el sentimiento".80
En esta misma dirección existen obras que reflejan la guerra del 95, ya
muy permeadas por el ideario martiano y el sentido que le impregna a la
historia cubana su humanismo independentista y antimperialista.
En
la etapa de la pseudorrepública aparecen obras que continúan la
tradición patriótica independentista, no obstante eso, "la
idealización, la apología, las exageraciones, el culto a los héroes
con propósitos muy marcados para las clases dominantes que los
apartaban de su pensamiento y su acción, coexistieron con aquellos que
se esforzaban por dar la verdadera historia de los hechos y hombres que
hicieron posible las tres guerras independentistas".81
En
esta segunda dirección de enfoque se inscribe la Obra "Guerra de
los 10 Años", de Ramiro Guerra, la cual presenta nuevas ideas en
pos de la objetividad de los hechos, los acontecimientos y los
personajes, incluyendo sus determinaciones económicas.
Si bien aún se perciben insuficiencias de enfoques, despliega
nuevas exigencias en aras de la verdad y la integralidad del objeto de
análisis. Esto le
posibilita penetrar en las causas y consecuencias de la contienda del
68, así como revelar las tendencias fundamentales y sus determinaciones
reales en los aspectos económicos, político y social.
Lugar
cimero en esta búsqueda de la verdad histórica y con un sentido
antimperialista que recoge la herencia martiana, se enmarca la obra de
Emilio Roig de Leuchsenring. Su
libro "Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos",
publicado por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e
Internacionales, en 1950, constituye un baluarte en la defensa de la
identidad nacional cubana, mostrando cómo "la nación cubana es el
resultado del muy largo proceso evolutivo del pensamiento y de la acción
de los hijos de esta tierra
en busca de normas e instituciones políticas que resolvieron ya de
inmediato, ya para el futuro y de modo permanente, los problemas de toda
índole que en épocas diversas confrontó nuestro pueblo durante los
tiempos coloniales; proceso de formación y plasmación de la conciencia
cubana hacia la integración de la nacionalidad".82
A
diferencia de otros autores, nuestro gran historiador se destaca por
concebir la guerra de independencia como un ideal que encarna todo un
proceso de pensamiento y acción y la independencia como el resultado
conquistado por el propio esfuerzo del pueblo cubano, revelando así
originalidad y autoctomía en la obra cubana, así como "un afán
de legitimar nuestra condición de pueblo libre y de afirmar la
personalidad y el prestigio histórico del cubano".83
En
la década del 40 aparecieron tres obras marxistas que abrieron nuevas
perspectivas de análisis y enfoque, para el tratamiento de la historia
de Cuba, y la guerra del 68. Estas
obras devienen claves interpretativas, en la medida que, fundadas ya en
la comprensión materialista de la historia, reflejan la realidad
cubana. Las
obras "Seis actitudes de la burguesía cubana" (1942) de
Sergio Aguirre, "El marxismo y la historia de Cuba" (1843) de
Carlos Rafael Rodríguez y "Azúcar y Abolición" (1848) de Raúl
Cepero Bonilla, constituyen hitos en la historiografía cubana.
Estos trabajos, penetrados por una cultura martiana-marxista,
asumen con profundidad la realidad cubana, sus hechos y acontecimientos. "El marxismo y la historia de Cuba" expone tesis de
carácter teórico-metodológico y práctico de gran valor para
dilucidar la realidad cubana en su integridad objetiva. Valora los
aportes de la historiografía anterior, destacando los momentos
positivos y negativos, así como las tergiversaciones que tienen lugar
en la línea conservadora, que ubica a un mismo nivel, tanto al forjador
de la nacionalidad cubana, como al anexionista.
Siete
actitudes de la burguesía cubana, devino clave interpretativa de la
realidad cubana, tanto por el enfoque clasista que le es inmanente, como
por su integridad orgánica. "Aunque...
algunas de sus hipótesis pudieran haber sido superada a la luz de
nuevos documentos o ratificada su validez por el tiempo decursado,
pensamos que el acierto mayor radica en la interpretación marxista con
unas perspectivas que diferían de los esquemas establecidos."84
En
el ensayo se pone de manifiesto una nueva metodología que exige
integridad, sistematización y concreción en el análisis de la ideología
burguesa con sus respectivas actitudes en que se expresa y conforma sus
intereses de clases, históricamente determinados.
Esta metodología, que conjuga la objetividad con el análisis
histórico-concreto, conduce al autor, a diferencia de Rafael Soto Paz,
a una visión de conjunto, así como determinar que la "burguesía
cubana juega un papel progresista en gran parte del siglo XIX.
No sólo en lo que toca a su participación en la guerra del 68,
sino a las tres etapas primeras de la corriente reformista.
Para el enjuiciamiento de cada una de sus actitudes, tenemos muy
presente, -enfatiza Aguirre- además el marco histórico en que cada una
de éstas se desenvuelve, las consecuencias últimas que ellos entrañan
en el desarrollo de la nacionalidad cubana. Lo que nos interesa destacar
ahora -continúa el destacado historiador- es que la defensa permanente
y sistemática de sus intereses de clases es el cordón umbilical que da
unidad en el tiempo a las seis actitudes que reseñamos".85
Esta
nueva forma de abordar la historia de Cuba, imprime fuerza conceptual al
análisis y argumentación científica para comprender el carácter
procesual en que deviene la nacionalidad y la nación cubanas.
El autor aprovecha la herencia anterior, se apoya en Ramiro
Guerra, pero continúa el despliegue del fenómeno con nuevos conceptos
e instrumentos de investigación. "Para
nosotros -aquí discrepa de Guerra- no puede hablarse propiamente de
nacionalidad cubana mientras en Cuba no ha aflorado un tipo de cultura
que presente rasgos propios, peculiares, diferenciados de la cultura
española matriz. A fines
del siglo XVIII y principios del XIX, esa cultura cubana ha comenzado a
cuajar, separándose de los tradicionales moldes hispánicos.
Es la época de formación de Zequeira y Rubalcava -"Oda a
la Piña"- de los esguinces iniciales contra la filosofía escolástica
de la introducción -el propio Dr. Guerra lo señala- de la Física, la
Química, la Botánica, la Agricultura. La época en que los principios de la Revolución Francesa y
el enciclopedismo van a marcar para elementos ilustrados de la
nacionalidad naciente, rutas que golpean el cuadriculado dogmatismo de
la Iglesia Católica. La
cultura española de Cuba, -recalca Aguirre- que no era siquiera la que
en España rezumó el gobierno progresista de Carlos III, debió sentir,
indignada, la bifurcación que en la Isla se operaba.
Cuando el sector criollo logró engendrar su comunidad de cultura
propia, se convirtió en cubano".86 Dos
ideas esenciales se despliegan a manera de núcleos conceptuales
rectores en la Introducción a las siete actitudes de la burguesía
cubana en el siglo XIX de Sergio Aguirre.
Primero, el reconocimiento del papel progresivo de la burguesía 87
en gran parte del siglo XIX, y su condicionamiento histórico. Segundo, la comprensión de la identidad cubana como un
proceso, donde la nacionalidad deviene como resultado de la encarnación
de una cultura propia, diferenciada, en su raíz, de la cultura española.
A partir de este momento, ya no sólo se trata de criollos, sino
de cubanos.
Este
proceso de formación nacional, tendrá un momento culminante en la
Guerra del 68, donde el independentismo se impone como alternativa
central. Ya aquí, "...ni el anexionismo ni el reformismo podrán
ser soluciones. La burguesía
cubana probó, con el Grito de Yara, la última vía que le quedaba
disponible: la guerra por la independencia..." "Al capitanear
el movimiento del 68 se juega parte de la burguesía cubana a una sola
carta su destino futuro. A ese gesto ligan su suerte las demás capas
sociales del país."88
Estos
núcleos conceptuales abordados por el Dr. Aguirre poseen una gran
importancia metodológica y práctica.
En su enfoque, el independentismo consecuente del 68 y con él,
el proceso de identificación, autoctonía y originalidad del proceso
cubano no resulta de un aspecto o momento hipostasiado del todo, sino,
un producto de la cultura cubana mediado por la tradición política,
que engarza en su síntesis lo general y específico de la realidad
cubana.
En
esta misma dirección de búsqueda de la verdad científica, a partir de
un enfoque integral que interroga a los hechos y revela su lógica y
devenir, se inscribe la obra "Azúcar y Abolición", de Raúl
Cepero Bonilla. En esta
obra "sin arredrarse, por irreverente, Cepero muestra -apoyado en
testimonios documentales conocidos ya, pero utilizado caprichosamente y
sin crítica- los prejuicios, falsías, oportunismos, y en fin, el egoísmo
clasista de los hacendados cubanos ante el interés nacional enfrentado
al colonialismo español, sus actitudes antirrevolucionarias y su
"nacionalismo" inconsecuente; y las tibiezas, suspicacias,
debilidades de aquellos otros -minoritarios dentro del sector social- de
concepciones liberales y en actitud revolucionaria, pero lastradas por
su origen, prejuicios y relaciones de clases".89
En
la historiografía cubana antes de la revolución, Ramiro Guerra, Emilio
Roig, así como los historiadores y pensadores marxistas se esforzaron
por rescatar la tradición política y revolucionaria.
Estos últimos, ya en posesión de la concepción materialista de
la historia, rechazan toda tendencia subjetivista de la historia y al
abordar la contienda del 68 parten de la consideración de que el factor
económico determina en última instancia, y de que necesidad histórica
y actividad consciente de los hombres constituyen una unidad dialéctica
inseparable. Esto
posibilita una consideración real de la relación existente entre los
factores estructurales y superestructurales, y las mediaciones clasistas
en que funciona el organismo social y los fenómenos en que se
exterioriza y compendia.
Después
del triunfo de la revolución y bajo la influencia de este propio
acontecimiento y los análisis de Fidel Castro90
han aparecido varios trabajos cuya preocupación central es establecer
el hilo histórico que condujo a las guerras de independencia, sobre la
base de una tradición, devenida memoria histórica. "Este mérito
-de la historiografía sobre las guerras de independencia, según
Francisco Pérez Guzmán, ha sido el de la introducción en la sociedad
cubana de una historia viva que se ha convertido en arma de combate por
su carga ideológica, por lo cual la relación pasado, presente y futuro
ha adquirido continuidad para la Revolución."91
En
esta dirección se inscribe la obra de Sergio Aguirre, Julio L. Riverend,
José A. Portuondo, Fernando Portuondo, Hortensia Pichardo, Jorge
Ibarra, Oscar Loyola, Eduardo Torres y otros, así como distintos
trabajos, artículos, etc. de profesores e investigadores cubanos,
especialistas en la materia objeto de análisis. La
obra "Ideología Mambisa", de Jorge Ibarra es reveladora en
esta nueva toma de conciencia del problema y sus contribuciones al tema
son sustanciales. Para el
autor con la guerra del 68 tiene lugar el tránsito nacionalidad-nación
en Cuba. "Mientras no se destruya la regimentación étnica y la
barrera infranqueable de la esclavitud, -afirma Ibarra- mientras no se
establezcan nuevas relaciones sociales entre los diversos grupos étnicos,
no se ha rebasado el umbral de la nacionalidad, ni se ha alcanzado el
grado de cohesión social que fusione en una unidad superior a la nación...
no será sino hasta la Guerra de los Diez Años, en que se rompen los
lazos de la servidumbre esclavista, cuando se creen nuevas relaciones
sociales en la comunidad cubana."92 En
su concepción, Jorge Ibarra impugna el enfoque casuístico y fenomenológico
del examen de la realidad histórica y asume la totalidad dialéctica en
su síntesis para así revelar el panorama real de lo singular en sus
concatenaciones,93
mediaciones y transiciones recíprocas.
En su estrategia conceptual metodológica se preocupa por revelar
la lógica histórica en su devenir real.
Para él, la revolución del 68, y las ideas que sustentan los
sujetos históricos que la encauzan (Céspedes, Agramonte y otros)
continúan la tradición política revolucionaria e independentista que
inauguran y forjan Varela, José María Heredia, incluyendo la preparación
ideológica a través de la enseñanza de Luz y Caballero.
Este
modo de concebir el devenir del pensamiento social cubano como un diálogo
perenne entre el pasado y el presente, mediado por la tradición político-revolucionaria
está presente también en la obra de Le Reverend, Sergio Aguirre, José
A. Portuondo, Torres-Cuevas, Olivia Miranda, en el magisterio de la Dra.
Dolores Breuil, Oscar Loyola, Mildred de la Torre, Francisca López y
otros especialistas cubanos. Naturalmente,
el triunfo de la revolución cubana abrió nuevas perspectivas al
constituir en síntesis concreta una concepción y un método que
imbrica en sus determinaciones reales el ideario martiano y el
marxismo-leninismo, actualizado por el pensamiento y la obra de Fidel
Castro.
En
fin, existe el reconocimiento de una autoconciencia histórica, fundada
en la tradición revolucionaria, en despliegue constante y hacia nuevas
concreciones, porque se sabe libre y reconoce en sus raíces propias, en
el precursor de la independencia,94
que fue capaz de penetrar en la realidad cubana de su época y exponer
una concepción sistémica para la liberación de su pueblo, cuyo status
de fuente precursora deviene de un "...pensamiento en búsqueda
incesante de soluciones a los problemas autóctonos de su realidad.
Hay que reconocer y aceptar -enfatiza Torres-Cuevas- que es en el
pensamiento emancipador de Félix Varela donde se encuentra el
origen(...) del pensamiento revolucionario cubano".95
Origen revolucionario, independentista y emancipador, que forja
una tradición que une indisolublemente el sentido crítico-revolucionario,
los valores político-morales y sus convicciones independentistas en
calidad de principios supremos de un pensador comprometido con su
realidad social.96
Es
incuestionable la existencia de una magna producción teórica en torno
a la guerra de 1868 y al pensamiento de sus máximos representantes; sin
embargo, refiere a aspectos determinados, o está planteada en términos
de esbozos generales. Está por hacerse aún un estudio sistematizado y
multidisciplinario del proceso de génesis y desarrollo del pensamiento
independentista en toda su historia, mediaciones y condicionamientos, así
como revelar la importancia de la práctica social del 68 en el alcance
y significación que adquiere el ideal independentista en el tránsito
nacionalidad-nación y en la configuración de una identidad con
personalidad propia.97 2) Tradición revolucionaria e identidad
nacional en la gesta del 68 En
el devenir, nacionalidad-nación cubana, la gesta de 1868, constituye un
primer nivel de concreción, en tanto se asume la idea de la
independencia y la libertad como principios rectores del pensamiento y
la acción de una gran parte de los hacendados cubanos.
Independientemente de la heterogeneidad clasista,98
sus consecuencias y resultados durante el curso de la contienda, el
levantamiento de la Demajagua y su expresión teórica en el Manifiesto
de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, de Céspedes, dirigido a
sus compatriotas y a todas las naciones, así como el apoyo que recibió
en Oriente y posteriormente en Camagüey y Las Villas, expresan ya la
cubanidad en término de personalidad colectiva, y la existencia de una
memoria histórica que actualizan y dan vitalidad los sujetos de la
empresa liberadora del 68.
Una
tradición política revolucionaria que teniendo como precursor de la
independencia al Padre Félix Varela,99
se renueva y actualiza en defensa de la identidad nacional, a partir de
la existencia de premisas objetivas y subjetivas.100
Sencillamente, "cuando un pueblo llega al extremo de
degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle
que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio.
El ejemplo de las más grandes naciones autoriza ese último
recurso. La Isla de Cuba no
puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos y no puede
consentir que se diga que no sabe más que sufrir... No nos extravían
rencores, no nos halagan ambiciones, sólo queremos ser libres
e iguales..."101
Existe
ya una decisión histórica, subordinada sólo a los sentimientos de
cubanía. Ya se expresa
como ideología que encarna los intereses independentistas en forma de
un programa de lucha por la identidad nacional.
Programa-manifiesto, que bajo la influencia de los principios de
los derechos del hombre proclamados por la Revolución francesa, expone
la necesidad de Cuba de constituirse "en nación independiente,
porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque
estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos
-enfatiza el manifiesto- del franco ejercicio de nuestros
derechos".102
En
las nuevas condiciones históricas, caracterizadas por la asfixia económica
de los hacendados cubanos la revolución resulta tarea inmediata.
España bajo la presión de las crisis económicas del
capitalismo de 1857 y 1867, hace más férrea la explotación de la
colonia a través de los impuestos.
Durante los años 1861-1865 "sobre el presupuesto de la Isla
gravitaron los gastos de las aventuras coloniales de la metrópoli en
Santo Domingo y México. Cuba
financió la contienda contra Chile y Perú durante la guerra del Pacífico,
y fomentaba de forma permanente la colonia africana de Fernando Poo".103
Esta situación encontró su reflejo en el desequilibrio
presupuestario cubano, así como la ruina de los hacendados criollos,
cuyo ideal reformista muere con el fracaso de la Junta de Información. 2.1 La idea de la independencia y su
devenir práctico En
el proceso de conformación y afirmación de la identidad nacional
cubana la tradición político-revolucionaria independentista, deviene
su nervio central. Proceso
cuyo contenido se revela en el devenir nacionalidad-nación, en
tanto momento que cualifica y da entidad específica al ser cubano, en
dos expresiones existenciales concretas.
La primera cuando el criollo se transforma en cubano.
La segunda "cuando el cubano obtiene una enorme consolidación
nacional al abrazar definitivamente las corrientes ideológicas del
independentismo y el abolicionismo".104 Por
tanto, resulta necesario indagar en el proceso que sigue la idea de la
independencia en el pensamiento cubano, es decir, cómo se despliega en
sus diversos grados de determinaciones, hasta afirmarse como práctica. Para
ello, es metodológicamente correcto precisar el lugar de la Idea en los
marcos de la sistematización del conocimiento y el valor, sobre la base
de la práctica. 2.1.1 La idea en su expresión teórica
La
idea, dado su carácter sintético-integrador, cumple un papel esencial
en toda teoría, expresándose como ideal gnoseológico, ideal
valorativo, práctico y comunicativo.
La idea se determina y concreta en los principios, leyes, categorías
y otras formas de aprehensión práctico-espiritual de la realidad por
el hombre en el decursar histórico-social. "La idea -señala
Kopnin- capta la tendencia del desarrollo de los fenómenos de la
realidad, por ello no sólo refleja lo que existe, sino también lo que
debe ser... Podemos decir que el pensamiento habría perdido su calidad
y su función esencial si no fuese capaz de reflejar la realidad en su
necesidad y posibilidad. La
actividad práctica no sólo exige que se refleje el objeto, sino que se
aprehendan las posibilidades implícitas en él y lo que puede ser en
virtud del desarrollo imprescindible
y regulado.
Esta calidad
del pensamiento
-continúa el filósofo- está representado sobre todo en la idea; las
restantes formas discursivas, al desarrollarse, aspiran a convertirse en
idea, y cumplir de este modo, su función".105
Al
mismo tiempo, la idea surge, dimana de las propias necesidades prácticas
y se realiza en su proceso. La
idea deviene ideal gnoseológico, práctico valorativo, y comunicativo
en la medida que es proceso y resultado que preludia lo por venir, lo
futuro. Es que la idea, en tanto forma de asimilación de la
realidad, constituye la síntesis de lo objetivo y lo subjetivo o su
identidad en tanto tal. La
idea como ideal, se constituye en aspecto central del todo, y por
consiguiente "contiene en sí la tendencia a la realización práctica,
a la encarnación material".106
La
idea es aprehensión práctico-espiritual de la realidad. Un proceso complejo y contradictorio que en su devenir se
identifica con la realidad, cuya concreción se realiza en la medida que
supera las mediaciones que le son inherentes y emerge como síntesis de
lo objetivo y lo subjetivo. "La
idea (léase conocimiento del hombre) -escribe Lenin- es la coincidencia
(concordancia) del concepto y la objetividad (lo "universal").
Esto, primero. Segundo:
la idea es la relación de la subjetividad (=el hombre) que es para sí
(=independiente), como se pretende con la objetividad, que es distinta
(de dicha idea) (...) La subjetividad -continúa Lenin- en el impulso de
destruir esta separación (entre la idea y el objeto).
El
conocimiento es un proceso de sumersión (del intelecto) en la
naturaleza inorgánica con vistas a subordinarla al poder del sujeto y
con vistas a la generalización (cognición de lo universal en sus fenómenos)".107 Este
proceso sintético creador en que se determina la idea "(...) como
coincidencia del concepto y el objeto (...) como verdad, a través de la
actividad práctica del hombre, dirigida a un fin",108
constituye el movimiento de ascensión de lo abstracto a lo concreto que
reproduce la realidad en todas sus determinaciones.
Sin embargo, el despliegue de la idea en su reproducción de la
realidad en su esencia no se reduce al conocimiento, es también reflejo
valorativo a través de la práctica social.
Sencillamente "la idea es cognición y aspiración (volición)
(del hombre)... El proceso de cognición (transitoria, finita, limitada)
y de acción convierte los conceptos abstractos en objetividad
acabada".109
En
este sentido la comprensión científica de la idea tiene un gran valor
teórico-metodológico y práctico.
Conocer el proceso mediante el cual tiene lugar la génesis de
una idea, así como su devenir dialéctico, sirve de modelo teórico
para comprender otros procesos semejantes o advertir su presencia en
condiciones históricas concretas.
Sus posibilidades teóricas dimanan del hecho de
que "... la idea es el conocimiento teórico del cual se
deduce directamente un fin práctico... La realización práctica de las
ideas... resuelve definitivamente el problema de su veracidad objetiva.
Cuando la idea se realiza, -enfatiza Kopnin- se hace evidente lo
que había en ella de falso, de aparente.
La realización práctica de la idea, su objetivación, viene a
ser una especie de balance en el conocimiento del objeto y el punto de
partida de su ascensión a una etapa más elevada".110
Su
valor teórico-metodológico y práctico dimana de su propio carácter
dialéctico-procesual. La
idea reproduce la realidad en su integridad, incluyendo sus mediaciones,
vínculos y concatenaciones universales no sólo en su estado presente,
sino también en su deber ser. Preludia
lo por venir. "Si la idea se la despoja del principio creador que
se expresa en el afán de crear en imagen del objeto futuro, ideal, la
actividad práctica carecerá de perspectivas y perderá su designación
fundamental. La idea hace reconocer al sujeto la imperfección del objeto
y de este modo argumenta teóricamente la necesidad de su cambio".111
Es
un proceso de objetivación y subjetivación de la realidad para
recrearla en su expresión sistémica, en correspondencia con las
necesidades prácticas y los intereses de los hombres.
La
idea no constituye un ente hipostasiado de la realidad y la práctica
social. Todo lo contrario,
su fuerza y vitalidad emana de los sujetos históricos, es decir, cuando
se convierte en patrimonio de las masas populares, en los marcos de la
dialéctica necesidad histórica-actividad consciente de los hombres. La
idea es proceso y resultado, una forma del pensamiento humano que
aprehende la realidad en su esencialidad.
Su carácter sintetizador posibilita reproducir la realidad como
un sistema que integra aspectos de carácter gnoseológico valorativo,
práctico y comunicativo. Al
mismo tiempo, devenida expresión sintética, la idea no se detiene,
avanza hacia nuevas síntesis, hacia nuevas determinaciones concretas,
garantizando la continuidad y el sucesivo enriquecimiento hasta lograr
la aprehensión de la realidad en su totalidad sistémica.
Proceso complejo, contradictorio, no exento de zigzagueos,
mediaciones o interacciones y condicionamientos recíprocos entre los
factores actuantes. En fin,
es camino, movimiento y devenir hacia la realización del ideal que
encarnan los sujetos históricos en su quehacer práctico-espiritual.
La
idea en su expresión sintético-integradora, resulta de la unidad dialéctica
de lo general y lo particular y en sus determinaciones reales transita y
trasciende dicha unidad hasta realizarse en tanto tal, en sus
dimensiones gnoseológica, valorativa, práctica y comunicativa.
Realización que en correspondencia con situaciones y condiciones
espacio-temporales específicas y concretas, revela originalidad,
autenticidad y autoctonía propia. En
esta dirección lógica del problema, la idea de la independencia de
Cuba, encarnada en el pensamiento cubano, bajo la rectoría precursora
de Félix Varela, asume creadoramente una herencia universal y
latinoamericana ya devenida teoría y realizada en acciones prácticas
en otros contextos y condiciones. Se
trata entonces de indagar en la situación cubana cómo se revela y
despliega la idea de la independencia en respuesta a necesidades e
intereses concretos dimanantes de una praxis histórica real; o en otras
palabras, cómo la independencia, en tanto idea devenida ideal gnoseológico-valorativo,
práctico y comunicativo, resulta, se sintetiza e integra, en una
totalidad: la dialéctica necesidad histórica-actividad consciente de
los hombres. Totalidad que
en su proceso realiza la contradicción dialéctica entre lo general y
lo específico, incluyendo las mediaciones en que se despliega y
compendia, en las condiciones concreto-particulares de la Cuba colonial. 2.1.2 La idea de la independencia y sus
mediaciones concretas En
las condiciones concretas de Cuba la idea de la independencia germina
como expresión de una necesidad, hecha consciente en un interés
estable; pero no de forma dada, inmediata, sin lucha, contradicciones.
No es un proceso lineal, sino espiriforme con todas sus
mediaciones y condicionamientos, cuyo nacimiento y madurez tiene lugar
en el devenir nacionalidad-nación y con la correspondiente asunción de
una identidad propia que reafirma su ser esencial y sirve de fuerza
catalizadora de energía creadora y baluarte de la defensa de su
existencia como tal.
Los
precursores de la idea de la independencia cubana, vista ésta no como
un acto aislado, sino en su exposición sistémica doctrinal, avalada
por un núcleo conceptual metodológico fue Félix Varela, y en su forma
poética, a través de un sistema de imágenes artísticas de connotación
patriótica, José María Heredia. Sin
embargo, la idea de la independencia no transcurrió a través de un
movimiento lineal, recto, sino mediado por múltiples tendencias ideológicas,112
lo cual se refleja en el proceso mismo de nacimiento y consolidación de
la nacionalidad y con ello de la identidad nacional cubana.
Proceso contradictorio que iniciándose con la conciencia de
pertenencia de los hacendados cubanos de múltiple matiz ideológico, y
ya ante una relación de antítesis con el coloniaje español, deviene
la cubanía y se arraiga y afirma el independentismo, como ideal
supremo, cuya máxima expresión tiene lugar con la contienda de 1868.
Una idea devenida práctica que fructificó porque fue cultivada
durante cuatro décadas anteriores.
Es
necesario ir a la raíz del problema para evitar simplificaciones
innecesarias al asumir el problema del devenir de la idea de la
independencia en el siglo XIX cubano.
El propio precursor que estructura con conocimiento de causa la
teoría de la independencia cubana, llegó a ella después de transitar
por el Reformismo. Mientras Varela creyó que la situación económica, política
y social de Cuba, podía resolverse a través del reformismo, fue su
representante. Después del
fracaso como diputado a las cortes, no encontró otro camino que no
fuera la independencia y "El Habanero lo atestigua", al igual
que posteriormente, el fracaso de la Junta de Información (1867) fue el
detonante que inicia la guerra de 1868 con los hacendados de Oriente.
La
propia corriente ideológica reformista, en su oposición a los
comerciantes españoles, y en defensa del bienestar de la Isla,
contribuyó a la formación de la nacionalidad cubana.
Las demandas de carácter económico, político y social del
reformismo en sus distintas etapas -expresión de la contradicción metrópoli-colonia
pone de manifiesto un sentimiento y una conciencia cubanas, 113
premisa imprescindible para el desarrollo del ideal independentista.
El
Reformismo, antes de 1868, a diferencia del anexionismo, cuyo programa
negaba en esencia la identidad nacional cubana, contribuyó
a la formación de una cultura propia, cubana.
No es posible soslayar la obra y la acción de Arango y Parreño,
José Agustín Caballero, Tomás Romay, José Antonio Saco en el
surgimiento de la nacionalidad cubana, independientemente que se subraye
aquellos aspectos débiles y conservadores que manifestaron algunos de
ellos.114
"Por eso resulta absurdo -enfatiza Aguirre- enterarnos de que
Arango y Parreño, o Saco, o Pozos Dulces fueron reos de villanía
inmutable, independientemente de toda etapa histórica... Cualquier
valoración que se desentienda de nuestra contradicción fundamental
podría pronunciar sentencia condenatoria contra toda la población
blanca cubana de la primera mitad del siglo XIX, por haber sido
discriminadoramente racista. Nadie,
salvo los mulatos y negros, se salva. Y a ello se agrega fijar juicios
históricos en que las superestructuras de ideas conminadas a
divorciarse de sus bases económicas nutricias, podemos escribir una
historia impecablemente subjetiva e idealista".115
Al
margen de la contradicción metrópoli-colonia, así como otras
mediaciones y condicionamientos objetivos es imposible reflejar con
objetividad científica el devenir del pensamiento cubano, su ideología
y la cultura en que toma cuerpo. El
análisis histórico concreto en calidad de método que exija seguir la
lógica especial del objeto especial y las diferencias específicas debe
presidir la asunción de este problema.
Precisamente las advertencias de Sergio Aguirre en "Nación
y nacionalidad en el siglo XIX cubano y de Carlos Rafael Rodríguez, en
"El marxismo y la Historia de Cuba" constituyen claves metodológicas.
"El historiador pequeño burgués -señala Carlos Rafael
Rodríguez- siguiendo los principios del método idealista, enjuiciaría
con el mismo tino condenatorio al esclavista de 1850 que a los de 1790.
El marxista, puntualizando la tendencia reaccionaria en el
sentido social y humano, de los que como Arango y Parreño postularon el
empleo de millares de negros esclavos como vehículos para desarrollar
la industria azucarera, deberá consignar a la vez, los efectos de esas
proposiciones -hijos de una implacable necesidad económica- tuvieron en
el progreso de la burguesía cubana, en el desarrollo industrial del país,
y por consiguiente, en el ascenso nacional.
De ahí que Sergio Aguirre, pueda calificar de positivo por sus
efectos, hechos y actitudes que, examinados aislada y mecánicamente, se
condenarían sin apelación".116 Este
modo de concebir y enfocar el pensamiento y la cultura cubana del siglo
XIX como un proceso internamente contradictorio, incluyendo mediaciones
y condicionamientos reales,117
de cuyos fundamentos dimanan los sistemas ideológicos y las
instituciones en que se apoyan, evita e impide subjetivismo,
unilateralidad en el abordaje y despliegue del objeto de análisis.
Sencillamente, de lo que se trata es de reproducir lo más
aproximadamente el problema, a manera de un sistema, donde génesis,
desarrollo y madurez, dimanan realmente de una historia que devino
fuente nutricia de la nación cubana.118
Por
eso, todo intento que aísle la idea de la independencia y su realización
en tanto tal, del entorno social y el contexto epocal y temporal en que
transcurre, resulta fallido.
El
pensamiento cubano, la ideología y la cultura en que se objetiva
constituye un sistema dinámico, cuyos elementos interactúan recíprocamente. No son relaciones independientes, puras.
Existen mediaciones y condicionamientos, que en cada momento histórico
trascienden la totalidad y le dan un específico matiz.
Soslayar su naturaleza dialéctica-procesual es perjudicial,
tanto desde el punto de vista teórico-metodológico como práctico.
La
idea de la independencia, vinculada estrechamente a la libertad y
fundada en una ética de raíz humanista tiene su historia en dicho
sistema y es consustancial al proceso mismo.119
No surgió de la "nada" ni de la "cabeza
ilustrada" de un hombre. Es
una necesidad histórica hecha conciencia, como resultado de un proceso
contradictorio y complejo.
Posiciones
ideológicas de diversos matices en el devenir nacional, en la medida
que eran parte de la contradicción metrópoli-colonia, o la expresión
ideológica de su polo revolucionario, incidió positivamente en la
conformación de la idea de la independencia.
Esto en varios sentidos, a) en su actividad en pos del bienestar
nacional de su clase, b) en el conocimiento de la esencia de la metrópoli
y su política, c) en la crítica desgarrada a los que oprimían la
patria, y por último, d) mostrando en la práctica que las reformas no
resolvían las necesidades e intereses de la burguesía nativa, y por
consiguiente, la necesidad de aferrarse a otras vías, en especial, la más
consecuente, la independentista. De aquí se deduce que el proceso de formación de la identidad nacional cubana, tiene por contenido un momento, donde nacionalidad y reformismo convergen y otro momento de más previsión y consecuencia, donde nacionalidad e independentismo se imbrican indisolublemente. Momentos que no se han seguido antes de 1868, en orden cronológico o sucesivo de movimiento. Han transcurrido como un proceso que muestra que la identidad se ha forjado en unidad dialéctica con la diferencia.
Sin
embargo, la historia muestra que la idea de la independencia, sin estar
al margen del movimiento total, de la totalidad sistémica del organismo
social y de sus concomitantes influencias, mediaciones y
determinaciones, posee una lógica propia de desenvolvimiento, con sus
correspondientes formas expresivas y modos de despliegue.
No
es posible soslayar el hecho de que antes que Varela hubo brotes
independentistas, tales como la conspiración de "Soles y Rayos de
Bolívar", la de Ramón de la Luz y otras expresiones de rebeldía
separatista, sin embargo, sólo con Varela aparece de forma resuelta un
ideario,120
a modo de un programa político para la revolución que concibió
como una empresa a realizarse por los cubanos.
Proyecto revolucionario devenido teoría de la independencia que
trasciende su presente y proyecta con sus principios el futuro a
transcurrir, sobre bases sólidas.
En fin, una idea que sintetiza una realidad histórica concreta,
integra voluntades en torno suyo, y funda nuevos derroteros por los
sujetos históricos que la aprehenden y hacen realidad en la práctica
revolucionaria de 1868.
La
idea de la independencia, en su devenir procesual, y en la medida que es
asumida por los sujetos, va venciendo escollos hasta afirmarse como tal
y hacerse dominante en la ideología de los hacendados cubanos del
Oriente. Esto lo prueba el inicio y desarrollo de la contienda
liberadora. Se trata ya del
enriquecimiento de una nacionalidad con independentismo y en pos del
abolicionismo consecuente. Una
calidad superior de identidad nacional que implica y comporta nuevas
exigencias a desplegar en la guerra grande.
Proceso que transita múltiples esferas de la obra cubana en sus
máximos representantes: la crítica literaria en las tertulias de Del
Monte, poniendo de relieve la dimensión cubana en las letras, la labor
intelectual de Saco como historiador y estadista, y la poesía
revolucionaria, patriota e
independentista de José María Heredia, así como otras expresiones en
la novelística, y en las restantes formas de la conciencia social,
incluyendo el nivel de la psicología social.
No es posible olvidar además el papel de las Logias Masónicas,
no sólo como lugar de reuniones conspirativas, sino además por el
ideario independentista y revolucionario que enseñaban y divulgaban.
La
obra poética de Heredia, penetrada por un patriotismo independentista
consecuente, desbrozó el camino de la independencia cubana. Según
Enrique José Varona, de Heredia aprendimos el sentimiento de la patria.
Se refería al poeta, como "el creador de la Estrella
Solitaria como símbolo de nuestros más profundos anhelos y el gran intérprete
de nuestro paisaje, "de las bellezas del físico mundo y los
horrores del mundo moral".121 Sus
imágenes poéticas, llenas de contenido revolucionario independentista
y con una fuerza conceptual infinita de humanismo y ética emancipadora,
caló en la historia, desplegando determinaciones de la magna idea de la
independencia y enseñando el camino a seguir con optimismo,122
"(...)aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir,
del dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud".123
En
la obra literaria de Heredia aparece un ideario independentista, donde
libertad, independencia y cubanía se identifican y complementan.
Un sistema de naturaleza cosmovisiva, que con su expresión poética
realiza aristas y definiciones del ser cubano y latinoamericano.
Un ideal cantado que une conocimiento y sentimiento en un solo
haz, cuya fuerza persuasiva en función de una idea, imprime status de
paradigma, por eso para Martí, Heredia es "el primer poeta de América...
sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su
naturaleza. El es volcánico
como sus entrañas y sereno como sus alturas".124
En su poesía brilló como en nadie la naturaleza agreste, la
palma cubana, las montañas, los ríos y en fin el ansia de libertad. El
"padre",125
"(...) es el que a caso despertó en mi alma, como en la de los
cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad".126
Un
verbo poético mediado por el conocimiento profundo de la realidad
cubana, penaba en el extranjero, dos veces condenado por los tribunales
de España",127
pero fiel a sus principios cubanos independentistas. La
poesía de Heredia y el pensamiento político de Varela, reflejado en el
Habanero, devienen precursores de la idea de la independencia, en tanto
sistema. Su transcurrir
inexorable despliega y concreta momentos suyos y fija su esencialidad en
los sujetos-agentes que lo asumen, portan y lo divulgan.
En
la pedagogía, en la labor magisterial educativa la idea de Varela,
encuentra también determinaciones concretas, aseguran su continuidad a
través de otros medios que orientan una educación cívica de raigambre
ético-humanista, una herencia que consecuentemente asume a Varela,
"pues mientras se piense en la Isla de Cuba, -señala Luz y
Caballero- se pensará en quien nos enseñó primero a pensar".128
La
obra pedagógica de Luz y Caballero, sin estar dirigida explícitamente
a dar concreción a la idea de la independencia, implícitamente, en su
contenido, en su concepto, sirve de medio y condición para su realización;
"(...)en un largo período de nuestra historia -señala Sanguily-
fue su grande espíritu, cifra y compendio del espíritu cubano"129
Espíritu cubano que transmitía y forjó en sus estudiantes, a
través de una enseñanza enraizada en la ciencia y en la verdad.
Toda su enseñanza la puso en función del desarrollo científico
y de la formación de una cultura de los sentimientos, sobre la base de
un programa ético-humanista que prepara al hombre para la patria.
"Atendamos de preferencia a esta semilla de plantas tiernas y
delicadas que más reclama nuestro cultivo, -refiere el gran maestro a
los estudiantes-, si queremos ver algún día árboles robustos y
frondosos, bajo cuya sombra pueda tranquila redimirse la Patria".130
Tanto
en Carraguao, como en el colegio del Salvador, el magisterio de Luz se
dirige a la formación moral de las nuevas generaciones que incluye
"no sólo las relaciones entre los hombres, sino también la
actitud ante los problemas de la época, y uno de ellos era la necesidad
incuestionable de fomentar el amor a la patria, la conciencia
nacional".131 La
idea de la independencia cubana, y su encarnación en la práctica
resulta imposible al margen de una cultura de la razón y los
sentimientos. Esta línea vareliana, desarrollada por Luz servirá de
premisa necesaria en la formación de la generación del 68. "Él, el padre; él, el silencioso fundador; -señala
Martí- él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón
con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud
con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus
huesos".132
La
contribución lucista al pensamiento cubano a través de su magisterio
fue determinante. La idea
de la independencia no constituye una expresión a priori al margen de
condiciones y medios necesarios de realización.
Precisamente Luz comprendió que era más importante en tales
condiciones hacer hombres que sentarse a hacer libros; pues, "¿qué
es predicar, en voz alta o baja, la revolución, y no componer el país
desgobernado para la revolución que se predica? Qué es gloria
verdadera y útil, sino abnegarse, y con la obra silente y continua
tener la hoguera henchida de leñas, para la hora de la combustión, y
el cauce abierto, para cuando la llama se desborde, y el cielo vasto y
alto, para que quepa bien la claridad".133 Luz preparó hombres para la revolución de Yara, en la medida en que enseñó e impregnó ideas, sentimientos y convicciones. Educó para la lucha, para el trabajo y para la vida, para el honor y la dignidad plena del hombre, que es educar para la independencia y la libertad. El ideario vareliano, de modo silencioso lo realiza el maestro del Salvador en sus aulas, preparando hombres libres, forjando una identidad basada en una ética humanista de los principios, de la dignidad plena del hombre; "(...) él, que de la piedad que regó en vida, ha creado desde su sepulcro, entre los hijos más puros de Cuba, una religión natural y bella, que en sus formas se acomoda a la razón nueva del hombre, y en el bálsamo de su espíritu a la llaga y soberbia de la sociedad cubana".134
Es
indiscutible que la idea de la independencia, estructurada en sistema,
por Varela, su precursor, cantada en bellas imágenes por Heredia,
encuentra en Luz un pivote necesario, en cuanto a cimentar las
condiciones para su objetivación.
No basta sólo que una idea brote de la necesidad, se
interiorice, y proyecte en fines e ideales. Se requiere una previa
preparación, tanto en el orden objetivo como subjetivo.
Una cultura desmistificadora que comprenda la esencia de la época
y una ideología fundada en tradiciones reales que asuma
el presente y proyecte el futuro.
En esta empresa la obra de Luz hizo época, a tal punto que los
protagonistas del 68, se sintieron sus continuadores y retomaron su
cuerpo doctrinario. Era un
símbolo del independentismo,135
que había señalado a los estudiantes el camino de las virtudes
ciudadanas, que consagró y sacrificó su existencia a "sembrar
hombres", que convirtió un pueblo educado para la esclavitud -como
señaló Martí- en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres
libres".
En este sentido, la lógica del pensamiento cubano muestra todo un proceso de continuidad y ruptura, como momentos inmanentes mismos del desarrollo de la identidad nacional, a tal punto que es imposible concebir la obra de Luz al margen de Varela, al igual que la existencia de un Mendive, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte y José Martí, independiente del pensamiento de Varela, Luz, Heredia. El
proceso de formación de la nacionalidad cubana, en un momento histórico
vinculado al reformismo y al independentismo, posteriormente al
independentismo con abolición de la esclavitud, hasta afirmar la nación
cubana con la gesta del 68, no ha estado exento de contradicción.
Sin
embargo, en el devenir nacionalidad-nación, el independentismo, por ser
la corriente ideológica que expresa la esencia del progreso social,
cuando existen las condiciones necesarias se impone.
La idea de la independencia, en tanto expresión esencial en cada
momento histórico de la clase más revolucionaria, adquiere fuerza y
rectoría del proceso. En
su movimiento transita múltiples formas de concreción y
determinaciones hasta afianzarse en una práctica, que al mismo tiempo
la legitima con entidad propia y con nuevos sujetos históricos que
garantizan su despliegue continuo a formas nuevas y más
revolucionarias.
En
la contienda de 1868, a partir de nuevas mediaciones, condicionamientos
y determinaciones, la idea de la independencia
se concreta en su forma suprema: la práctica revolucionaria
emancipadora, la cual sintetiza todo un proceso de gestación y
desarrollo del ideal independentista y cuyo despliegue fue conformando
una personalidad colectiva y una memoria histórica en calidad de
tradición nacional, que renueva y actualiza el proyecto, en sus
diversas dimensiones.
De
esto se deduce lo estéril que resultan los enfoques esquemáticos que
ven en la guerra de los Diez Años, sólo causas económicas, sociales y
políticas inmediatas, sin tener en cuenta todo el cúmulo de mediciones
en que cristaliza el acontecimiento, incluyendo la herencia ideológica
anterior.
Al
margen de una personalidad colectiva y una memoria histórica, devenida
tradición nacional,136
no es concebible un hecho epopéyico como la gesta del 68.
Por eso con justa razón Sergio Aguirre señala que "la
revolución de 1868 estalló con éxito por la enorme carga de dinamita
nacional existente ya, acumulada desde hacía décadas: carga de cubanía
que ahora resultó apta para aprovechar con energía férrea las
favorables circunstancias objetivas de aquel momento".137
Hecho revolucionario que juntó en un solo haz independentismo y
abolicionismo, como condición imprescindible para el surgimiento de la
nación cubana, y junto con ello, la posesión de una identidad en sí. 2.2 Independentismo, abolicionismo e
identidad nacional La
idea de la independencia, en la guerra del 68 se determina y define en
un nuevo nivel de síntesis, en un momento superior de concreción, en
tanto deviene práctica que consolida, actualiza y sienta una tradición138
de ejemplo patriótico, que rinde culto a la revolución; "aquellos
jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la
fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin
agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne
nuestra y entrañas y orgullo nuestros, raíces de nuestra
libertad".139
Raíces
de nuestra libertad que asumiendo el pasado ideológico independentista
lo enriquecen, superan y forjan una obra para la posteridad.
El
proceso de advenimiento de la nacionalidad cubana, su consolidación y
desarrollo hasta la aparición de la nación en sí, ha transcurrido en
los marcos de la contradicción principal metrópoli-colonia.
Desde el momento mismo en que el criollo se siente cubano y sus
intereses clasistas se ven limitados por España, la contradicción
latente adquiere vida propia con sus respectivas manifestaciones ideológicas.
Luchan por satisfacer las necesidades e intereses de su clase,
que al mismo tiempo eran y expresaban las necesidades de la patria, o su
representación por excelencia. Las
especificidades propias de la plantación esclavista, imprime características
sui-géneris a la clase de los hacendados cubanos, que por miedo a
perder a los esclavos140
o a su sublevación como tal, mantienen una actitud negativa respecto a
la abolición y a la independencia, retrasándose el advenimiento de la
gesta liberadora en comparación con los restantes países
latinoamericanos.
En
tales circunstancias, la contradicción metrópoli-colonia, presente
desde el instante mismo en que aparece la nacionalidad cubana, se atenúa
por la mediación de la contradicción hacendado esclavista-esclavo, a
tal punto que esta última adquiere supremacía hasta convertirse en
elemento retardatario o freno para el logro de la nación cubana.
La
contradicción hacendado-esclavista-esclavo, mediando la contradicción
principal metrópoli-colonia, condiciona las posiciones más
reaccionarias de la burguesía cubana de la primera mitad del siglo XIX,
e impide el despliegue y concreción de la idea de la independencia.
En tales condiciones, independencia, abolicionismo, libertad e
igualdad, entidades conceptuales, cuyos contenidos en situaciones
normales, se presuponen, en las condiciones de la Cuba colonial con una
producción destinada al mercado capitalista141
y basada en la explotación de la plantación esclavista, marchan en
relación de antítesis.
Sin
embargo, "mientras no se produzca una ruptura total con el sistema
esclavista de plantaciones, como totalidad orgánica, con sus
"niveles" o "instancias" económicas, políticas e
ideológicas, no podrá asentar sólidamente el edificio de la nación.
Hasta 1868 -enfatiza Ibarra-, la contradicción dominante de la
sociedad criolla ha sido la contradicción dueños de
plantaciones-esclavos. La
dirigencia política e ideológica del sistema esclavista de
plantaciones ha subordinado sus aspiraciones hegemónicas al
mantenimiento de las relaciones de producción esclavista.
El temor a que una guerra de independencia se transforme en una
guerra civil de esclavos contra amos, ha paralizado a la poderosa clase
esclavista criolla. "Cuba
española, primero que africana, es la consigna del movimiento
reformista".142
El
problema de la esclavitud, dado el lugar e importancia que ocupaba en la
economía la plantación, aglutinó en torno suyo a los representantes
de la ideología de los hacendados plantacionistas.
Sobre este problema giró no sólo el reformismo, sino diversas
expresiones anexionistas.
No
obstante eso, si ciertamente la contradicción hacendado
esclavista-esclavo, se expresó y desplegó como contradicción
dominante, durante un largo período, la contradicción fundamental
propia de los países coloniales: metrópoli-colonia, mantuvo su
vigencia, si bien, mediada por la primera. De lo contrario, carecería de lógica hablar de
independentismo. Precisamente
la idea de la independencia elaborada por sus precursores, y conservada
y enriquecida durante un largo proceso hasta concretarse en una praxis
concreta, tiene su fundamento en la contradicción fundamental metrópoli-colonia.
Naturalmente, resolver una contradicción no es un problema fácil,
su solución implica, resolver los eslabones mediadores que la hacen más
compleja y embrollada. Eslabones intermedios que en determinados períodos
adquieren supremacía a tal punto de rectorear el proceso, pero siempre
son transitorios. Se
subordinan en última instancia al proceso mismo del devenir, y esto por
ley depende de la contradicción fundamental metrópoli-colonia, en
torno a la cual gira la existencia misma de un organismo social, llamado
nación en sí que toma cuerpo en la guerra de 1868.
En
las condiciones concretas de Cuba, bajo la opresión horrenda de la metrópoli,
con una herencia ideológica progresista, independentista, forjada
durante medio siglo, ya estaban creadas las condiciones necesarias para
el estallido de la guerra de 1868.
El anexionismo, consciente o inconscientemente negaba la
identidad nacional y el Reformismo, después del fracaso de la Junta de
información, mostraron su ineficacia teórica y práctica. "Ante
tal estado de cosas -se plantea en el Programa del PCC- el sector más
avanzado de los cubanos ricos tomó conciencia de que la independencia
de Cuba constituía la única solución favorable a sus aspiraciones
patrióticas como integrantes y abanderados de una nueva nacionalidad y
como vía de solución a los agobiantes problemas económicos del país".143
Ahora,
a la idea de la independencia en su totalidad orgánica se unen, el
abolicionismo y los ideales de libertad e igualdad.
Independentismo y abolicionismo devienen unidad inseparable en
función de resolver la contradicción fundamental metrópoli-colonia.
El "sector progresista, en el que se habían desarrollado
profundos sentimientos antiesclavistas, comprende que el desarrollo económico-social
del país era incompatible con el mantenimiento de la esclavitud y que
sin la participación activa de la gran masa de esclavos -que en décadas
anteriores había librado cruentas y heroicas luchas por su libertad-
resultaba imposible sostener una guerra victoriosa por la independencia
nacional".144
Con
la conjunción orgánica del independentismo y el abolicionismo en la práctica
revolucionaria de 1868 se concreta la nacionalidad en nación y la
identidad se cualifica con nuevas determinaciones, dimanantes de la
integración social y étnico-racial, aceleradas en la revolución;
proceso que iniciado por la vanguardia trascendió las masas populares
hasta alcanzar nuevos niveles de profundidad.
Esto se explica en el hecho de que "la praxis política, al
crear nuevas relaciones sociales entre los variados elementos que acatan
las aspiraciones nacionales, es modificada a su vez por las estructuras
que crea",145
en un movimiento ascendente que engendra y produce nuevas mediaciones en
función de la concreción del ideal que preside el proceso.
La
idea de la independencia, ya hecha práctica, en un proceso arrollador
que subvierte la realidad existente, no se despliega y encarna como una
empresa exclusiva de los sujetos que componen la vanguardia, sino además
de las masas populares que realizan el proyecto en los campos de
batalla. Por eso, el
abolicionismo que postula, está integrado a una nueva calidad y como
tal se expresa. No es igual
el abolicionismo reformista, cuyo objetivo se enmarca dentro de la
colonia dominada por la metrópoli, que el abolicionismo de Céspedes y
Agramonte. Existe una
relación de antítesis, pues el abolicionismo del 68,
independientemente que por razones lógicas al inicio se proclama de
forma gradual, se funda no ya en reformas económicas de la clase de los
hacendados esclavistas, sino en una revolución independentista, cuyos
sujetos históricos, no lo componen sólo la burguesía, sino el pueblo
que la realiza. Esto
imprime nuevas exigencias hacia la radicalización del proceso.146
La
idea de la independencia, en su nueva cualificación, tanto en su
esencia como en su espíritu, constituye una totalidad orgánica, donde
el abolicionismo le es inherente a ella, una de sus determinaciones para
realizar el proceso mismo en que deviene.
Su realización es imposible al margen de la solución al
problema de la esclavitud. Para
constituirse y desplegarse con éxito su programa, había que
transformar de raíz las estructuras esclavistas.
De modo análogo ocurre con los conceptos libertad e igualdad. Son determinaciones concretas de la realización de la idea de la independencia. Su propia existencia y trascendencia posible, presuponen e implican la libertad y la igualdad como totalidad del proceso mismo.
En
la guerra del 68, libertad e igualdad en sus cualificaciones
concretas se presuponen, y al mismo tiempo, sirven de condición
de realización de la idea de la independencia.
Es cierto que la gesta emancipadora, fundada en necesidades e
intereses objetivos, su materialización en tanto tal, era una
posibilidad real, sin embargo, en las condiciones concretas de Cuba, al
margen de la libertad de los esclavos y la proclamación de la igualdad
entre todos los hombres, la posibilidad no devendría realidad.
Por eso el Padre de la Patria, en el primer acto de La Demajagua,
asume el problema, dando la libertad a sus esclavos y conminándolos a
integrarse a la lucha en condición de igualdad.
A la realización de la independencia todo se subordina.
"No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones
-enfatiza Céspedes- y sólo queremos ser libres e iguales, como hizo el
Creador a todos los hombres".147
Esta idea se concreta aún más en el Decreto de 27 de Diciembre
de 1868 sobre la esclavitud: "La revolución de Cuba, al proclamar
la independencia de la patria, ha proclamado con ella todas las
libertades, y mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar
aquellas a una sola parte de la población del país.
Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista".148
Libertad
e igualdad, anhelos y hechos, reafirmados en el abolicionismo, imprime
un nuevo nivel cualitativo a la idea de la independencia.
Le otorgan múltiples posibilidades de trascendencia en su
despliegue a formas superiores y le dan entidad propia si la comparamos
con el pensamiento anterior al 68.
"De igualdad no hablaron nunca, o lo hicieron en forma
extraordinariamente discreta -refiere Ramiro Guerra a los reformistas-
sin alcance político ni social. En
el Manifiesto de La Demajagua constan, en marcado contraste, terminantes
y repetidas declaraciones favorables a la igualdad.
Libertad e igualdad -enfatiza Guerra- son términos que se usan
por Céspedes conjuntamente, con su doble alcance político y
social".149
Doble
alcance político y social que se define y concreta en la justicia
social, pues "el hombre negro, libre civilmente, deseaba no sólo
la libertad civil para él y para los esclavos.
Aspiraba también a la igualdad social de los negros todos, con
la población blanca. La
declaración de principios del Manifiesto, y sobre todo, el hecho de
haber pasado el mismo 10 de Octubre los esclavos de Céspedes a la
condición de hombres libres y a la elevada jerarquía de
"libertadores", dejó ampliamente abiertas las puertas a la
raza negra para el logro de la reivindicación total de sus
derechos".150
La
asunción de la libertad y la igualdad en estrecha vinculación y
condicionamiento por el programa de la revolución naciente, no
constituye un hecho casual, impensado, inmediato.
Se trata de la coronación de un ideal que posee historia de
lucha y sacrificio. Se incorpora a la ideología mambisa con status de principio
consustancial a la Independencia y condicionante de ella.
Principio ahora fundado en hechos y "derechos
imprescriptibles del hombre". "El proceder de Céspedes en La Demajagua fue un
factor decisivo de libertad, superación y dignificación del negro, y
de equiparación de éste con el blanco.
La validación formal de la emancipación en el terreno jurídico
podría venir más tarde, por etapas, cuando la nación más ampliamente
representada así lo acordase".151
De todos modos en el transcurrir ideológico, y sobre todo práctico,
de la gesta del 68 se fue desbrozando el camino para ascender a nuevos
peldaños en el camino de la libertad.
El detonante producido por el Padre de la Patria, por la revolución
en sus inicios, ya conformando la sustancia misma de la idea de la
independencia, no se detiene, sino se consolida en la medida que
ascienden las masas populares en el proceso emancipador como verdaderos
sujetos.
La
idea de la independencia, en su estructura orgánica, ya determinándose
como emancipación del hombre cubano, independientemente del color de la
piel, a través de la libertad y la igualdad, conforman un sistema
integrado como cultura que identifica una nación en sí.
Cultura que "es, de hecho, la permanencia y la eternidad del
pueblo,152
pues fija una tradición independentista que resiste ante las
adversidades y las vicisitudes inherente a la lucha.
Una
cultura de la independencia, en calidad de sustancia, sostén y fuente
de la identidad nacional, que renueva e imprime vitalidad al proceso,
hasta conservar y desarrollar la personalidad colectiva y la memoria
histórica que garantiza el devenir del ideal nacional.
El
ideal nacional, basado ya en una memoria histórica y una personalidad
colectiva no estuvo exento de contradicciones.
Si ciertamente el problema de la esclavitud, mediación central
en la dialéctica del proceso de la independencia, fue asumido
positivamente por la dirigencia revolucionaria, por la vía de su
abolición, se presentaron dos posiciones.
La posición de Céspedes (abolición gradual y bajo indemnización
y la de Ignacio Agramonte (abolición total).
Ambas posiciones -sin constituir antítesis ideológicas-
expresaron diferencias político-tácticas.
Generalmente, siguiendo esquemas economicistas se buscan la causa
sólo en la especificidad de las regiones de los líderes y los
intereses que defendía cada uno, sin tener en cuenta otros aspectos que
influyen en las conductas de los hombres.
Un
análisis objetivo, respecto a la actitud de Céspedes y Agramonte, ante
la abolición de la esclavitud, sólo es posible mostrando el lugar que
ocupa cada uno en la guerra, la madurez y experiencia de uno respecto al
otro, influyendo además las posibles influencias que pueda recibir un
abogado recientemente egresado de la universidad.153
Lo más importante es que ambos fueron excelentes patriotas y acérrimos
abolicionistas, como lo demuestran los documentos históricos.
Las discrepancias -no ideológicas, sino político-tácticas- en
torno a la abolición de la esclavitud y otros problemas de la
contienda, fueron limados en el transcurso de la práctica de la guerra,
a tal punto que mientras vivió Agramonte, a pesar de las reservas y
conjuras existentes en la Cámara, el Padre de la Patria no pudo ser
destituido como presidente.
La
historia real de la guerra del 68 evidencia que el ideal independentista
no transitó libre de contradicciones, vicisitudes, etc., que se oponían
a la unidad de acción frente al enemigo.
Una obra que revoluciona la cultura y deviene hecho cultural
emancipador, viose presa del caudillismo, las intrigas políticas, el
arribismo y la indisciplina... No fue fácil -destaca Sergio Aguirre-
construir la unidad sobre determinadas diferencias ideológicas; a las
que se unieron otros como las distancias generacionales, juventud y edad
madura observándose con recíproca desconfianza como los regionalistas
y hasta los temperamentales. Todo
ello rodeado por un marco de inexperiencia política, de inexperiencia
revolucionaria que les ocultaba con frecuencia el límite justo entre la
transigencia y la intransigencia, y que golpeó a todos:
los dirigentes y a los dirigidos.
Y aún así hubo vitalidad rebelde para sacudir a la metrópoli,
casi sin ayuda exterior, durante una década".154
Vitalidad
rebelde que cimenta una tradición de lucha por la independencia,
avalada por un proceso de profundización democrática que inicia Céspedes
con la libertad a los esclavos y su incorporación al ejército
libertador, hasta la ascención de Maceo al grado de General.
Este
proceso muestra cómo las exigencias mismas de la revolución van
conduciendo a un cambio de la dirección de la guerra, de la clase de
los hacendados ricos a un representante de los humildes.
Al
mismo tiempo, en el transcurso de la contienda aparecen dos figuras
intermedias: Ignacio Agramonte y Máximo Gómez.
El primero "de cuna rica como Céspedes, pero veintidós años
más joven que él, se apodera en Guáimaro de la dirección ideológica
de la revolución para derrotar tres de los principios programáticos
conservadores del Cespedismo... Si Gómez no significó una nueva
dirección programática coherente, significó un origen social mucho más
modesto que el de Céspedes y Agramonte, una concepción de la guerra
como inmediata tarea nacional superadora de todo regionalismo".155
Estos
elementos fueron de gran valor para que la guerra, a pesar de las múltiples
vicisitudes, se mantuviera en pie durante diez años, produciendo
cambios radicales en la estructura socioclasista o sentando las
premisas. Precisamente por la orientación popular que fueron tomando
los acontecimientos, incluyendo a sus propios dirigentes, la idea de la
independencia se mantiene incólume.
La protesta de Baraguá es un ejemplo de intransigencia
revolucionaria, que no acepta pacto alguno, que conduzca a una paz sin
independencia y abolición.
El
pacto del Zanjón y su antítesis, la protesta de Baraguá puso
claramente en evidencia que la defensa de la nación cubana, de su
identidad nacional, no era posible bajo la égida de la clase de los
hacendados ricos, sino sólo bajo la dirección de los representantes
del pueblo. "Maceo -señala
con justa razón Sergio Aguirre- reflejo y timón de compatriotas anónimos,
simbolizó en la Protesta la madurez de los estratos cubanos inferiores
para orientar los rumbos de la nación entera".156
Conclusiones La
historia del pensamiento cubano muestra la existencia de la continuidad
de un proceso en la cual todos los valores esenciales del hombre en
función del progreso se han conservado hasta afirmarse como tradición.157
Tradición que garantiza la existencia y permanencia de la
memoria histórica, así como su enriquecimiento, vitalidad y defensa de
la identidad nacional.
En
esta dirección, la defensa de la tradición al servicio del ideal
independentista resulta lógica y racional, pues es depositaria de la
expresión más auténtica de la cultura cubana y elemento estructurador
de la nación en sí. La
tradición independentista cubana, siguiendo la lógica objetiva de su
movimiento, como herencia, trasmisión de un ideal de una generación a
otra, constituye un proceso de concreción y determinación de la idea
de la independencia en la historia cubana, en el devenir
nacionalidad-nación en sí.
Proceso
que discurre en múltiples formas de realización de la actividad
humana. Diversos modos en
que se exterioriza la idea de la independencia en su tendencia
progresiva hacia su encarnación práctica.
En el arte, la literatura, la política, etc., el ideal encuentra
cauce de exteriorización y sujetos portadores.158
La labor educativa, en la medida que forma una conducta cívica y
una cultura de los sentimientos, prepara y crea condiciones para la
realización del ideal. Funda
premisas para comprender su programa político, así como revelar otros
mecanismos y condicionantes necesarios
en los marcos de la producción humana y las relaciones sociales.
Esto
significa que la tradición independentista, siendo resultado de una
necesidad objetiva, no adviene ni deviene sólo en sus expresiones
espontáneas, a través de la comunicación vivencial, y la conciencia
cotidiana, sino posee formas teóricamente elaboradas de la necesidad
e intereses sociales de los hombres.
Existe la ideología que expresa de forma profunda, como
conciencia histórica el ideal de la nación y las clases. Ya
en El Habanero, Félix Varela expresa la idea de la independencia, en término
de un programa político de lucha, que las generaciones posteriores
asumirán como tradición teórico-precursora.
En la obra de Varela está presente una teoría coherente de la
independencia de Cuba, como única alternativa posible ante el fracaso
del reformismo y la ineficacia del anexionismo.
En ella el padre Varela fundamentó las causas en que se fundan
la teoría, los medios y mecanismos para lograr la independencia, así
como los obstáculos a enfrentar. Existe
una teoría, con un objeto específico, así como el método y los
procedimientos de su realización.
En
el ideario político de Varela existe un cuerpo teórico propio, que
asume en síntesis la herencia universal en torno a la idea de la
independencia y lo expone con originalidad y coherencia para las
condiciones de Cuba. Según
Manuel Bisbé, "Varela... crea y defiende la doctrina separatista y
revolucionaria"...159
"Su amor a la libertad, a la dignidad humana, a la justicia,
expresa sentimientos universales, válidos para todos los tiempos y se
vincula a la más hermosa tradición cubana, a la doctrina de la
revolución..."160
Por
su parte Gay-Calbó, caracteriza al presbítero que nos enseñó en
pensar, como el "primero de los revolucionarios, del que inicia la
cruzada redentora con las fuerzas de sus ideas, más perdurables e
invencibles que las razones de la fuerza".161
Esto no niega en modo alguno las posibilidades de desarrollo y
sistematización futura de la teoría vareliana de la independencia. Todo lo contrario, en la dialéctica de la historia, las
nuevas circunstancias sociales, lo presupone.
La práctica revolucionaria de 1868, determina sistematiza y
concreta la teoría independentista elaborada por Félix Varela y otros
patricios cubanos que de una u otra forma contribuyeron a ella.
Es lógico y natural, pues la práctica siempre es más rica que
la teoría. En la práctica
se descubren nuevas mediaciones y condicionamientos que enriquecen la
teoría.
La
teoría independentista desarrollada en 1868, que guió todo el proceso
de la contienda -no refiero sólo el manifiesto de Céspedes- fue
profundizándose en la medida que asumía nuevas realidades.
Su coherencia en tanto teoría, no está en dependencia de las
coyunturas políticas particulares que asuma y enfrente.
Toda teoría -y más aún la independentista- no constituye un
ente a priori que fija normas a la realidad, separada de ella.
En su aprehensión de la realidad está expuesta constantemente a
otras alternativas que debe dar respuesta en la práctica misma.
Es
incuestionable que el independentismo en la medida que asumió e integró
a la teoría el abolicionismo, se cualifica en nuevas determinaciones de
concreción, al igual que en el proceso mismo de radicalización, cuando
la orientación independentista se torna más radical con el ascenso de
las masas populares.
El
independentismo de 1868 como teoría de la transformación y el cambio
de la estructura colonial, expresó, rectoreó y fundamentó la
conciencia nacional. Sin
embargo, el problema no debe plantearse de modo estático, sino en su
historicidad dinámica y valorando la totalidad del fenómeno, a partir
de la heterogeneidad clasista y los resultados que se obtuvieron en el
proceso. Si bien la guerra
de 1868, no dio solución a la contradicción fundamental metrópoli-colonia,
sí logró el tránsito de la nacionalidad a la nación.
Por primera vez independentismo y abolicionismo se imbrican en
unidad dialéctica; segundo, se constituye la estructura jurídica de la
nación, es decir, una República en armas, con sus órganos de gobierno
en la Asamblea de Guáimaro y tercero, aparece otro factor de
consolidación: el orgullo nacional.
El
independentismo del 68 representó la conciencia nacional y con ello
continuó una tradición político-cultural en defensa de la nación.
Sus máximos representantes, que al inicio de la contienda lo
integraron los hacendados azucareros y terratenientes más radicales
sintetizaron el sentir de los intereses de la nación hasta un
determinado nivel y en la medida que la realidad nacional planteó
nuevas exigencias en el contexto de la práctica nacional libertadora,
aparecen nuevos sujetos, nuevas vanguardias revolucionarias, cuyas
necesidades e intereses coinciden con los anhelos de las grandes masas.
Esta nueva realidad encontrará su cauce verdadero en el programa
de José Martí, con objetivos políticos, económicos y sociales de
gran trascendencia. Sin
embargo, el programa de José Martí fue posible sobre la base de la
nación cubana que inaugura y realiza la contienda del 68.
El pensamiento revolucionario y antimperialista en que se asienta
la obra martiana, responde a las
nuevas relaciones sociales engendradas o iniciadas por la guerra del 68,
así como a la labor creadora de las propias experiencias dimanantes de
la guerra grande, la tradición independentista y del contexto social de
su época, incluyendo la práctica latinoamericana y el conocimiento de
la realidad norteamericana y europea. La
comprensión real del devenir del independentismo cubano, resulta
insoluble al margen de la intelección dialéctico-procesual en que
tiene lugar. Desde la primera determinación de la idea de la
independencia de su expresión teórica por Félix Varela, hasta su
concreción en el 68, sintetiza y compendia la dialéctica de lo general
y lo específico. Toda teoría
es tal, en la medida que generaliza y asume una herencia acumulada y es
capaz de concretarse en universos concretos de la realidad.
El iluminismo, la Rev. francesa y otras influencias europeas y
latinoamericanas de la época, sirven de base
nutricia al pensamiento independentista, que unido estrechamente
con la práctica cubana y el conocimiento profundo de su realidad
posibilitan la elaboración de una teoría, capaz de satisfacer las
exigencias histórico-concretas de la Cuba Colonial, en los marcos de la
contradicción metrópoli-colonia.
La
idea de la independencia, síntesis de la dialéctica de lo universal y
lo singular, así como de otras mediaciones y condicionamiento de índole
objetiva y subjetiva, en su proceso deviene tradición y con ello,
fuerza telúrica en defensa de la identidad nacional cubana.
La
tradición independentista cubana, en tanto herencia acumulada posee su
historia. Historia que sin
reducirse a las ideas hipostasiadas de la realidad social o a los
personajes relevantes, posee momentos culminantes con sus respectivos
sujetos-agentes. Es decir,
una tradición en constante desarrollo expresada en un diálogo perenne
pasado-presente, presente-futuro. Un
proceso de negación dialéctica que incluye y presupone elementos de
conservación y formas de superación, para así totalizarse en
determinaciones concretas e imprimir sus huellas a través de la
personalidad colectiva y su correspondiente memoria histórica.
Únicas formas que compendian y garantizan el devenir del ser
esencial cubano, incluyendo la continuidad y sus nuevas cualificaciones.
Momentos-hitos,
culminantes, en el proceso de determinación y concreción de la tradición
independentista, se sintetizan en Félix Varea - Carlos Manuel de Céspedes,
Ignacio Agramonte - Máximo Gómez - Antonio Maceo y José Martí.
Esto no niega los eslabones intermedios que operan en el proceso.
Todo lo contrario, lo presuponen, pues toda síntesis, incluye de
modo superado las múltiples determinaciones y mediaciones de la
totalidad orgánica que refleja y reproduce.
El
ideal independentista, única corriente política del siglo XIX cubano,
capaz de convertir la nacionalidad en nación e insertar la Isla en la
modernidad con personalidad propia, tiene su momento culminante en la
gesta de 1868, tanto por su contenido, como por la forma en que
trasciende todo el organismo social.
Aquí la tradición se enriquece y amplía.
Adquiere nuevos grados cualitativos el fin emancipador que le es
inmanente, en la medida que supera obstáculos y realidades que impide
su ascenso progresivo. La
abolición de la esclavitud, la integración etno-social, con la
correspondiente imbricación y unidad de los conceptos de libertad e
igualdad, fueron resultados de la guerra grande.
Las transformaciones estructurales y superestructurales que trajo
aparejado la contienda libertadora sentaron las premisas para la
existencia de la nación y con ella su identidad propia.
El
papel de la tradición ético-humanista del pensamiento cubano, es
insoslayable para comprender los comportamientos de los patricios del 68
y su lugar en la transformación del pensamiento liberal burgués hacia
formas democrático-revolucionarias, fundadas en las grandes masas.
La eticidad, inherente a la concepción del mundo del Padre de la
Patria, devino patriotismo sin límite, capaz de orientar su actuación
por encima de la clase que representa. Tanto Céspedes, representante de los hacendados orientales,
como Ignacio Agramonte, que reflejaba los intereses de las capas medias,
especialmente a los intelectuales del Camagüey, eran ante todo
patriotas, consecuentes independentistas que supieron sobreponerse a disímiles
problemas en pos del ideal supremo: la independencia absoluta; y en su
comportamiento real, ambos representaron la conciencia nacional.
"Las diferencias -señala Le Riverend- no impidieron la unidad que
se logró en Guáimaro. Es
lo esencial. Y Guáimaro significa que el patriotismo local adquiere
aceleradamente la fuerza de un patriotismo nacional que precisamente,
como subraya Martí, fue uno de los grandes éxitos de esa Revolución".162
Al
mismo tiempo, el ideal independentista, devenido tradición en un
proceso dialéctico complejo de determinaciones, no constituye un ente
fuera de contexto y al margen de las clases, los grupos sociales e
incluso los sujetos históricos que le sirven de portadores.
La tradición -ya Hegel lo dijo- es herencia acumulada, pero no
estática. Ella misma
requiere elaboración, trabajo, en fin necesita de la obra continuadora.
Y la obra continuadora no es un acto espontáneo y homogéneo,
pues posee sus condicionamientos, su necesidad, en función de la época
y de la clase que la protagoniza y otros momentos de carácter objetivo
y subjetivo. El proceso de democratización y alcance mayor del ideal independentista tiene su fundamento en los efectos mismos de la contienda liberadora, en la participación de las masas populares y las nuevas relaciones sociales que ha engendrado. "Si Gómez y Maceo iniciaron la lucha bajo las banderas de una revolución democrática burguesa -señala O. Miranda- a Maceo tocó cambiar el sesgo capitulador del Zanjón por la tregua necesaria bajo las banderas de una revolución que iba mucho más allá de las aspiraciones burguesas que habían encontrado su fundamentación teórica en el ideario de 1789. Lo más radical del pensamiento iluminista representado por las ideas de Rousseau, entroncaba con ideales más avanzados que respondían a los intereses de los explotados... la importancia de Baraguá no está sólo en el mensaje de continuidad de la guerra que expresó, sino en el hecho, además, de que fuera el mulato Maceo quien protagonizara la gesta, anunciando el contenido clasista de la nueva etapa de la lucha".163 Máximo
Gómez y Antonio Maceo, protagonistas de la guerra del 68 y
representantes de las clases más humildes del pueblo, dan cuenta de una
nueva orientación social del pensamiento que guía los cauces de la
revolución. El propio Gómez lo confiesa: "muy pronto me sentí yo
unido al ser que más sufría en Cuba y sobre el cual pesaba tan gran
desgracia: el negro esclavo. Entonces
-reafirma Gómez la esencia de su humanismo- fue que realmente supe que
era yo capaz de amar a los hombres.
Por
mis relaciones con cubanos -continúa el generalísimo- entré en la
conspiración, pero yo fui a la guerra, llevado por aquellos recuerdos,
-refiere al maltrato de los esclavos- a pelear por la libertad del negro
esclavo; luego fue mi unión contra lo que se puede llamar esclavitud
blanca, y fundí en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mi
vida; pero, a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que
acepté al principio la revolución para buscar en ella la libertad del
negro esclavo".164
Antonio
Maceo, exponente máximo en la guerra de 1868, del sentir popular,
representa la asunción de la conciencia nacional en un nuevo peldaño
de radicalización, en correspondencia con el nuevo sentido clasista en
que ha transitado el proceso. Maceo
sintetiza la línea de ascenso de las masas populares y al mismo tiempo
su continuación, que entroncará en unidad indisoluble con el ideario
antimperialista y revolucionario radical de José Martí.
La
obra teórica y práctica de Antonio Maceo tiene como fundamento un
humanismo revolucionario y una cubanía sin límites que encarnan
principios, sobre los cuales se despliega todo su quehacer patriótico-independentista.
Humanismo mambí que compendia en síntesis el proceso de formación
de la identidad nacional y la tradición político-revolucionario en que
se determina y concreta la existencia de la nación cubana.
Su
pensamiento profundo y rico en determinaciones político-sociales
-subestimado en gran parte por la historiografía burguesa antes del
triunfo de la revolución- constituye un programa político de lucha.
En él, la independencia total de Cuba y su constitución en república
libre y soberana para los cubanos, deviene presupuesto central.
En carta a Anselmo Valdés reitera y reafirma su objetivo
primario: "La Patria soberana y libre es mi único deseo, no tengo
otra aspiración. Con la
soberanía nacional obtendremos nuestros naturales derechos, la dignidad
sosegada y la representación de pueblo libre e independiente".165
En
función de este fin supremo, el general Antonio despliega su sistema
concepcional esencialmente humano.
Argumenta con fundamentos sólidos sus posiciones y estigmatiza
todas las conductas tácticas, estratégicas, intereses individualistas,
regionalistas y racistas que se apartan de la verdadera línea
revolucionaria, así como las mezquindades, procederes indignos y
deslealtades que tuvieron lugar en la contienda.
Su
amor a la patria, la defensa de la identidad nacional, devenida
totalidad concreta de la existencia cubana y deber sagrado del pensador
y aguerrido mambí cubano, fue razón de su ser y fuerza motriz en la
lucha emancipadora por la libertad.
Su
rico pensamiento sociopolítico, permeado por un humanismo
revolucionario radical o intransigente que trasciende objetivos
inmediatos, impregna universalidad y vuelo visionario a su obra.
En esta dirección, al asumir el problema de la Patria y su
emancipación, aparecen múltiples ideas esenciales que enriquecen el
concepto y adelantan tesis de una connotación muy profunda para la
reflexión. Así, en sus
comentarios a la carta que dirigió al general Polavieja, señala:
"...pienso que no hay más salvación que la independencia absoluta
de Cuba, no como fin último, sino como condición indispensable para
otros fines ulteriores más conforme con el ideal de la vida moderna,
que con la obra que nos toca tener siempre a la vista, sin atemorizarnos
de ella. Antes tomar mayor
empeño para resolverla con la lealtad del ciudadano que se debe a la
Patria y con la honradez y pureza de motivos del hombre que ante todo se
debe a la humanidad".166
En
la concepción de Maceo, al igual que Martí, la independencia de Cuba,
es prerrequisito necesario para otras realizaciones en correspondencia
con el ideal de la vida moderna, es decir, no sólo constituye un fin en
sí, sino medio y fundamento para lograr superiores metas de la sociedad
cubana. Al mismo tiempo no
existe una concepción estrecha de la obra humana en la redención
social, pues interés patrio y humanidad aparecen indisolublemente
vinculados. "En cuanto
a mí, -escribe Maceo- amo a todas las cosas y a todos los hombres,
porque miro más a la esencia que al accidente de la vida; y por eso
tengo sobre el interés de raza, cualquiera que él sea, el interés de
la humanidad, que es en resumen el bien que deseo para mi patria
querida".167
Humanismo, racionalidad y comprensión objetiva del devenir histórico
en el pensamiento de Maceo, otorgan a su obra fuerza, profundidad y
verdad. Enemigo de la retórica
abstracta y vacía siempre apela a los hechos y al hombre en su entorno
histórico concreto, para de este modo proyectar la estrategia y la táctica
a seguir. Él comprende con
certeza "...que el triunfo de un ideal depende en gran parte de la
conformidad de las ideas definidas en la conciencia pública
transformada con las condiciones en que vivimos, o sea, con el medio
histórico que nos rodea y aunque donde hay que hacer intervenir la
fuerza al momento de la acción se confía a una oportunidad bien
apreciada, no seré yo -afirma Maceo- de los que violente la marcha de
los acontecimientos; no trabajamos principalmente para nosotros ni para
la presente generación, bien al contrario, muévenos sobre todo el
triunfo del derecho de todas las generaciones que se sucedan en el
escenario de nuestra Cuba, y no creemos nunca que por una hora de
vanidad o de egoísmo se debe comprometer la felicidad de muchos
siglos".168
En
su concepción el ideal no existe al margen de la historia, se despliega
y realiza en ella, a través de la acción de los hombres, que con un
sentido moral de la vida devienen sujetos de la Historia.
El
pueblo, según Maceo, se convierte en sujeto superior de la Historia, en
la medida que sea dueño de su destino, libre e independiente,
"para cuyo fin necesita ser unido y compacto", así como
apoyarse en la razón y el derecho.
El
sentido histórico con que piensa la realidad cubana, el profundo
conocimiento de las necesidades de su pueblo y su patriotismo militante
sirven de fundamento a su intransigencia independentista.
Cuando muchos ya estaban "cansados" o confundidos y
firman la paz sin abolición de la esclavitud ni independencia total, la
voz del Titán de Bronce se oye con fuerza en la Protesta de Baraguá.
Hecho que se convirtió en símbolo para las subsiguientes
generaciones de revolucionarios.
Tanto
en la gesta histórica de 1868, como en la de 1895, la intransigencia
revolucionaria de Antonio Maceo se revela en calidad de principio que
media todo el proceso de lucha por la independencia.
Su humanismo revolucionario y cubanía, presuponen una conducta
invariable, frente a todo lo que se oponga, niegue o menoscabe la
identidad nacional cubana, ya sea España o Estados Unidos. "De
España -escribe Maceo- jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado,
y sería indigno que se pensase en otra cosa.
La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide;
mendigar derecho es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos.
Tampoco espero nada de los americanos; todos debemos fiarlo a
nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas
de gratitud con un vecino tan poderoso".169
El
conocimiento profundo de la realidad histórica del continente
americano, mediado por una ideología político-moral consecuente que sólo
reconoce al pueblo como "sujeto de la historia" y no
subordinado a imperio alguno, sienta las bases del antimperialismo del
Titán de Bronce. Su
optimismo revolucionario, su fe en el futuro independiente de Cuba y la
confianza absoluta en los propios esfuerzos de los cubanos para lograr
la libertad y soberanía de la patria, determinan que Antonio Maceo no
conceda importancia al reconocimiento de la beligerancia cubana por los
E.U. así como la rotunda oposición a su intervención en la contienda
cubana. La
obra de Maceo, encarnada en un pensamiento profundo y una práctica
revolucionaria consecuente con las necesidades históricas del devenir
epocal cubano, dejó huellas indelebles en la cultura cubana.
Su independentismo inclaudicable, permeado de un humanismo
revolucionario y cubanía sin par, preservan la identidad nacional y
sientan pautas a las generaciones venideras.
Su ideología mambisa, cimentada en una política de principios
devino autoconciencia nacional del pueblo cubano, y con ello, un
paradigma erigido en bandera de combate.
La
contienda liberadora de 1868, forjó hombres e ideas nuevas para los
tiempos nuevos. Fijó una
tradición que es al mismo tiempo sentimiento y conciencia histórica
con entidad propia: una identidad enraizada en la dignidad plena del
hombre, cuya racionalidad dimana de la propia historicidad en que se
realiza y en la cultura de resistencia en que se funda.
La
guerra del 68 en su génesis y desarrollo preludió una revolución en
el pensamiento político-social. La
idea de la independencia absoluta en su transcurrir arrollador se impone
frente a las manifestaciones anexionistas y de corte reformista, en
tanto expresiones inauténticas de la existencia cubana.
La tradición independentista en la práctica del 68 conmociona y
trasciende la estructura y todo el edificio superestructural de la
sociedad colonial y con ello funda un nuevo independentismo que Martí
cualifica y da nuevos cauces, contenido y proyección político-social.
Proyección sedimentada en una conciencia histórica con nuevos sujetos
históricos que engendraron las transformaciones económicas, políticas
y sociales de la contienda. Maceo
representa el hombre enlace con la obra martiana.
El momento culminante de la ideología mambisa en cuanto a
radicalización clasista se refiere.
Ideología mambisa devenida autoconciencia de las masas oprimidas
por el sistema colonial y baluarte en la defensa de la identidad
nacional.
Con
Maceo, la idea de la independencia, el pensamiento político
independentista, deviene totalidad concreta.
Un pensamiento sólo comprometido con las clases y grupos
sociales portadoras del progreso de la nación en sí.
Esto explica por qué Maceo representa verdaderamente la
conciencia nacional y con ello una totalidad que asume y enriquece Martí.
El propio apóstol de la independencia de Cuba tenía conciencia
del valor y trascendencia del pensamiento de Antonio Maceo, de la
hondura, profundidad y fuerza de sus ideas.
Para Martí, en Maceo, pensamiento y acción se conjugan en
unidad recíproca. Y la Protesta de Baraguá, "una de las páginas más
gloriosas de nuestra historia", un crisol que
sintetiza, compendia, y marca nuevos derroteros al ideal
independentista, ahora protagonizado por las grandes masas.
No
es posible estudiar el programa ultrademocrático del Partido
Revolucionario Cubano de José Martí -así lo llamó Julio Antonio
Mella- al margen de la tradición que inicia Varela y realiza y
enriquece la praxis del 68. El
ideario de libertad, soberanía y democracia, enraizado en una concepción
ética humanista, en calidad de principio estructurador del ideal
independentista, determina una nueva calidad al pensamiento político
revolucionario cubano. Nueva
cualidad que, en el devenir histórico de la contienda va desplegando
determinaciones que expresan un proceso de nivelación clasista, de
democratización y de nuevos sujetos en la rectoría de la lucha.
"La guerra de los Diez Años... tiene un comienzo y un fin
que delatan bien los cambios históricos que han tenido lugar en tan
corto aunque intenso período. Céspedes,
terrateniente esclavista -enfatiza Pino-Santos- es el primero en
iniciarla. Maceo, mulato,
hijo de clase pobre, es el último en abandonarla.
La Demajagua representa la última llamarada histórica de las
clases ricas cubanas. Jamás
volverían a ocupar un puesto de vanguardia en el quehacer nacional.
Los mangos de Baraguá, en cambio, anunciaron al pueblo desposeído
que estrenaba su heroísmo y tenacidad sin límites en la tarea de
constituir el porvenir de la patria".170
El
carácter popular que asume el proceso va permeando el pensamiento político-independentista
hasta imponer nuevas proyecciones y alcance social.
El propio discurso teórico que le sirve de autoconciencia cambia
-Maceo es un ejemplo ilustrativo- y expresa nuevos matices y contenidos
en función de las nuevas realidades y contextos.
El humanismo abstracto, ahistórico y apriorístico, cede
posiciones ante el empuje de las grandes masas.
Los conceptos libertad, igualdad, democracia, adquieren nuevas
determinaciones. En fin,
necesidad histórica-actividad consciente de las masas, siguiendo la línea
del progreso en revolución, imprime un nuevo sello a la política, y en
su totalidad a la cultura, como medida del desarrollo.
La
obra martiana bebe de esta fuente nutricia, asume y supera esta
herencia-tradición. Sus
discursos en homenaje al 10 de Octubre dan cuenta de ello.
Todas sus valoraciones de las experiencias del 68, expresan un
pensamiento en proceso de continuidad y ruptura, una proyección político-social
fundada en una memoria histórica que se sabe cultura cubana y establece
deslinde con el liberalismo burgués, en pos de la revolución necesaria
y una República con todos y para el bien de todos, que garantice el
imperio de la dignidad plena del hombre.
Resulta
estéril desentrañar la esencia del viraje revolucionario que produce
Martí en el pensamiento político-social cubano del siglo XIX si se
soslaya la tradición política anterior, incluyendo la praxis
revolucionaria que durante diez años le otorgó entidad concreta,
forjando una nación con personalidad propia y una memoria histórica
que legitima su identidad y encauza su continuidad.
Al
mismo tiempo un análisis profundo del problema no puede obviar que el
independentismo de 1868, constituye un hecho cultural, que sintetiza el
nivel alcanzado por la cultura cubana.
Cultura que, sin negar las influencias asumidas e integradas a su
contenido, revela autoctonía y autenticidad por ser expresión del alma
de la nación cubana.
El
programa ético-político de Varela y Heredia, enraizado en una cultura
de los sentimientos y un pensamiento creador, continuado por Luz y
Caballero en la preparación de la generación del 68 y enriquecido en
la gesta emancipadora, devendrá premisa inmediata que
Martí asume y elabora creadoramente en las nuevas condiciones
históricas. La generación
del centenario asume este legado y lo convierte en realidad concreta.
Con ello, la nación en sí deviene nación para sí con su
correspondiente cultura del ser y la resistencia, como condición de la
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"La memoria es la dueña del tiempo -refrán yoruba que destaca
Barnet-(...) Hay una amnesia colectiva del capitalismo señaló Barnet,
y el antídoto para rescatar ese gran tesoro es la memoria, de ahí la
importancia de la identidad nacional" (Barnet, M. Memoria dueña
del tiempo. Clausura del Consejo Nacional de la UNEAC, Periódico
Granma, 27 de Febrero/2001, p. 7.)
2.
3
Le Reverend, J. "Varela: transición ideológica en pos del futuro". Rev. Santiago, No. 71, Stgo. de
Cuba, Dic/1988, pág. 22. 4
Ver capítulos I, II y III de la obra Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las
transformaciones estructurales 1868-1898, bajo la redacción de María
del Carmen Barcía, Gloria García y Eduardo Torres-Cuevas, Editora
Política, La Habana, 1996.
5
"¿Qué es la tradición?" -Pregunta M. Vitier, sin intentar hacer definiciones completas que tanto rehuye por ineficaces- Por lo pronto, muchos la entienden mal. No es compromiso total con el pasado para repetir y
perpetuar los criterios de antaño.
Amar la tradición no implica adherirse sistemáticamente a las
normas de períodos que tuvieron sus problemas muy diferentes de los
nuestros. Significa
sentir la continuidad de las altas aspiraciones humanas y reconocer
que ya antes que nosotros hubo quienes se preocuparon por elevar la
condición del país. Significa
sentirnos ligados en el tiempo y en el propósito a
una obra de salvación nacional, aunque con medios distintos, y
significa, en fin, un tributo moral a la virtud de los
antepasados" (Vitier, M. Valoraciones I. Universidad Central de
Las Villas, 1960, p. 246).
6
Aristóteles: Metafísica Política. Inst. del Libro. La Habana, 1968,
pág. 136. 7 Ver Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía. Instituto Cubano del Libro. La Habana, 1963, pág. 640.
8 Ibidem, pág. 641
9
Hegel. Ciencia de la Lógica. Ediciones Solar/Nachete S.A. Argentina. Tomo
II
pág. 362. 10
Ver V.I. Lenin: Cuadernos Filosóficos. Edit. Progreso, Moscú. O.C. Tomo 29 págs.
117-118-122-133-142-143-151-173-179-255.
11 12 Eli de Gortari: Introducción a la Lógica Dialéctica. Publicaciones Di anoia. UNAM, México, 1974, pág. 132-133. 13 Ibidem. 14 E. V. Ilienkov: Lógica Dialéctica. Edit. Progreso, Moscú, 1977, pág. 387. 15 Ibidem. Págs. 386-387.
16
Ver de García M. y Baeza, C. Modelo teórico para la identidad cultural. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura
Cubana Juan Marinello. La Habana, 1996, pp. 54-77. 17 Ver Guadalupe Ruiz Giménez. El problema de la identidad en las sociedades iberoamericanas. Cuadernos americanos 2. UNAM, México, 1987, pág. 81. 18
"Nombrada y proclamada constantemente
la cuestión de la identidad no deja de ser una doctrina nacionalista.
Como credo sobreentendido y sectario, como ideología prefijada
y predestinada en que la nación viene a ocupar el lugar de Dios
supremo, llega a cosificar al hombre y sus capacidades sometidas a ese
valor único." (Teresa Waisman. ¿Identidad nacionalista o
conciencia nacional? En Cuadernos Americanos. UNAM, México No. 1,
1985, pág. 121.
19
Ver Prólogo de Saúl Rivas-Rivas al libro de Esteban Emilio Mosonyi: "Identidad nacional y culturas
populares" Edit. La Enseñanza Viva, Caracas. Venezuela, 1981, pág.
10. 20 Ibidem.
21 22 Mosonyi, E. Identidad nacional y culturas populares. Edit. La Enseñanza viva, Caracas, Venezuela, 1981, p. 277.
23
Esteban E. Mosonyi. "Dialéctica
de la identidad nacional". En
O. Cit. págs. 227-285.
24
"Si partimos de un tiempo histórico en que el pasado vive y actúa bajo distintas apariencias y donde el futuro no se perfila como un ente desarticulado y flotante, sino como el desenvolvimiento de proyectos
históricos íntimamente ligados a etapas anteriores, no
hay dudas de que estamos inmersos en un planteamiento pancrónico".
(Ibidem, pág. 160).
25
"...No existe sujeto individual o colectivo -sea persona, clase social, pueblo o nación- que no tenga
identidad propia, debido a que esta es la visión del
mundo o Weltanschau que le es necesario para conducirse en su
quehacer. Es la brújula
que lo guía a través de los constantes cambios de la realidad en que
vive". (Heinz Dietrich: Emancipación e Identidad de América
Latina: 1492 -1992. En
nuestra América frente al V Centenario. Edit. Joaquín Mortiz/Planeta,
México, 1989, pág. 46. 26 Ibidem. pág. 45. 27
Sobre esto, ver de Esteban Emilio Mosonyi: Identidad nacional y
cultura populares. Edit. La Enseñanza viva. Caracas. Venezuela, 1981,
pág. 10. 28
29 Ibidem, pág. 18. 30
Leopoldo Zea. "La Revolución Cubana en la dialéctica de la
historia". Cuadernos
Americanos No. 7 UNAM, México, 1988, pág. 78. 31
"El hombre americano -escribe Zea- se pregunta sobre la posibilidad de participar en la cultura occidental en otros términos que no sean los puramente imitativos.
No quiere seguir viviendo, como decía Hegel, a la sombra de la
cultura occidental, sino participar en ella.
Es esta su participación la que debe ser original ...), la del
hombre que, a partir de unas determinadas circunstancias que le han
tocado en suerte, interviene en la elaboración de la cultura (...),
aportando a la misma las experiencias que ha originado su situación
concreta. Es la
preocupación del hombre que quiere ser algo más que el reflejo o eco
de una cultura; la del hombre que quiere ser parte activa de la
misma". (Leopoldo Zea. "América en la historia".
Fondo de Cultura Económica), (México, 1957, pág. 12).
32
Huyunh Cao-Tri: Identidad cultural y desarrollo. Alcance y significación. Cuadernos
Americanos No. 1 México, D.F. 1985, pág. 107.
33
Entiéndase la cultura como toda producción humana en su proceso, resultado y síntesis del ser esencial del hombre y que se concreta en la historia, el arte, la literatura, la ética, la filosofía, la economía, el derecho, la ciencia, etc.
Cultura es realidad material y espiritual humana, conocimiento,
sensibilidad, valor, praxis y comunicación. 34 35
Ibidem. 36 Pablo Guadarrama, Nicolai P. Lo universal y lo específico en la cultura. Edit. C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 65. 37 Sobre esto ver C. Marx y F. Engels. La Ideología Alemana, primer capítulo. Aquí aparece un análisis profundo del devenir histórico del hombre y su cultura.
38
V. Mezhviev. La cultura y la historia. Edit. Progreso, Moscú, 1980, pág. 116.
39
40
V. I. Lenin: La cultura proletaria. En Lenin
La Ideología y la cultura socialista. Edit. Progreso, Moscú, 1979, pág.
154. 41 A. Hart: Cultura e identidad nacional. Ministerio de Cultura, La Habana, 1989, pág. 20.
42
"En el sentimiento nacional juegan especialmente las raíces telúricas,
folklóricas, las costumbres, lo que surge de la geografía y de la
Psicología. La conciencia nacional nace de la necesidad del progreso
de la comprensión de las causas económicas, sociales, culturales y
políticas que lo traban, se oponen o lo dificultan". (Leonardo
Paso. Independencia, afirmación nacional y unidad latinoamericana. En
Revista Islas No. 78, Mayo-Agosto 1948, pág. 158. 43
José A. Portuondo: "Cuba, nación para sí".
En la obra del propio autor: Crítica de la época y otros
ensayos. Univ. Central de las Villas, 1963, págs. 51-52. 44 Términos conceptuales que emplea el Dr. J. A. Portuondo para cualificar distintos niveles en el proceso de formación de la nación, y que el autor de este trabajo asume. 45 Ibidem, pág. 73. 46
René Depestre: Los fundamentos socioculturales de nuestra identidad. En Revista "Casa de las Américas" No. 58,
enero-febrero, La Habana, pág. 33. 47
Ibidem, pág. 34. 48 Ibidem, pág. 33 49
Ernesto Guevara: El Socialismo y el hombre en Cuba. En Obras,
1957-1967, Casa de las Américas, T. II, pág. 382. 50
"Primero fue la cultura de los siboneyes y guanajabibes, la
cultura paleolítica... Después la cultura de los indios taínos, que
eran neolíticos. Ya con
los taínos llegan la agricultura, la sedentariedad, la abundancia, el
cacique y el sacerdote. Llegan
por conquista e imponen la primera transculturación... Luego un huracán
de cultura; es Europa. Llegaron
juntos y en tropel el hierro, la pólvora, el caballo, la rueda, la brújula,
la moneda, el salario, la letra, la imprenta, el libro, el señor, el
rey, la iglesia, el banquero... Y un vértigo revolucionario sacudió
a los pueblos indios de Cuba, arrancando de cuajo sus instituciones y
destrozando sus vidas." (F. Ortiz.
El fenómeno de la transculturación y su importancia en Cuba.
Rev. Bimestre Cubana Vol. XLVI No. 2, Sept-Oct, 1940, pág.
275. 51
Ibidem.
52
Oscar Pino Santos: Historia de Cuba. Aspectos fundamentales. Edit. Nal
de Cuba. La Habana, 1964, pp. 326. 53
Ver
Sergio Aguirre. Historia de Cuba. Tomo 1. Edit. Nal. de Cuba. La
Habana, 1968 pág. 125, 149-150. 54 Ibidem. pág. 200. 55
Julio Le Riverend: Síntesis histórica de la cubanía en el siglo
XVIII. Rev. Bimestre Cubana. Vol. SLVI No. 2-Sep-Oct 1940, pág. 179. Este artículo
resulta muy valioso para una comprensión objetiva de la génesis de
la identidad nacional cubana, a partir de los datos que muestra el
autor y el enfoque que emplea.
56
Ver Jorge Ibarra. Ideología Mambisa. Instituto Cubano del Libro. La Habana,
1972, pág. 10-11. 57 Ibidem, pág. 11. 58
Ibidem, pág. 11-12.
59
"No puede hablarse, pues, de una comunidad nacional de cultura, mientras se mantengan al margen de la sociedad civil más de 300 000 africanos sometidos al régimen de la esclavitud.
Se trata nada menos que de un 36% de la población que no ha
sido asimilado culturalmente y cuyo idioma, cultura, psicología,
religión y tradiciones, difieren sustancialmente de la cultura
criolla cuya matriz sigue siendo de factura española". (Ibidem pág.
20). 60
Fernando Ortiz. El fenómeno social de la transculturación y
su importancia en Cuba. Rev. Bimestre Cubana. No. 2. La Habana, 1940,
pág. 273. 61
F. Ortiz: El fenómeno social de la transculturación y su importancia
en Cuba. Rev. Bimestre Cubana. Vol. XLVI, No. 2 Sept-Oct. 1940, pág.
274.
62
"Hoy, cuando tanto se ha especulado acerca de lo que actualmente conocemos bajo el nombre de identidad, es imposible no apreciar la validez y eficacia del estudio del proceso de transculturación en
nuestra cultura, según Don Fernando". (Nancy Morejón.
Fundación de la imagen. Edit. Letras Cubanas. La Habana, 1988, pág.
188.) 63
F. Ortiz: Trabajo citado, pág. 278. 64 "El sacarócrata fue asimilando una a una las nuevas formas de conciencia burguesa.
Pero él no era
un burgués pleno. La
tremenda contradicción de vender mercancías al mercado mundial y al
mismo tiempo tener esclavos se reflejó trágicamente en su mundo
ideológico. Su posición
vacilante con un pie en el futuro burgués y el otro en el lejano
pasado esclavista le llevaron al mismo tiempo a exigir las más altas
conquistas burguesas... y al mismo tiempo conservar las formas de
protección esclavista. Por
eso cuando se apoderan del grito revolucionario la Libertad lo castra
con un apéndice inevitable: Libertad para los hombres blancos".
(Manuel M. Fraginals: El ingenio: Edit. C. Sociales, La Habana, 1978,
pág. 128-129). 65
La especificidad de la Cuba colonial, con una economía capitalista de
plantación esclavista, trae aparejado determinadas mediaciones que
influyen en el proceso de la nación cubana.
Sobre esto, puede consultarse la Tesis de Grado: "Aspectos
teórico-metodológicos de la formación de la nación..." de la
C. Dra. Romelia Pino (Biblioteca del Instituto de Filosofía de la ACC).
66
Los ideólogos de los hacendados criollos no concebían una nacionalidad sobre las bases de la integración racial. "La nacionalidad cubana... y de la única que debe ocuparse todo hombre sensato, es la de la formada por la raza blanca..."
(José A. Saco. Contra la
anexión. T.1., pág. 224). Por
su parte para Del Monte "La tarea, el conato único, el propósito
constante, de todo cubano de corazón y de noble y sano patriotismo,
lo debe cifrar en acabar con la trata primero, luego en ir suprimiendo
insensiblemente la esclavitud, sin sacudimiento ni violencias; y por
último en limpiar a Cuba de la raza africana.
Esto es lo que dicta la razón, el interés bien entendido, la
política, la religión y la filosofía, de consumo, al patriota
cubano". (Domingo del Monte. Escritos. T.1 pág. 231).
67
No es este el momento para establecer las diferencias y similitudes
entre identidad nacional y nación.
Por ahora, en función del objetivo asumido, concebimos ambos
conceptos como nociones de un mismo orden, estrechamente vinculados,
pues toda nación posee determinados elementos comunes en la
diversidad de los fenómenos y procesos objetivos y subjetivos que le
dan entidad propia y la determinan como tal.
Al mismo tiempo la identidad nacional no se refiere a algo
abstracto, sino a una determinada nación, concreta, en espacio,
tiempo y con personalidad colectiva y
memoria histórica definida. 68
Alejandro Serrano C.: Prolegómenos a una teoría del ser
latinoamericano. En
Anuario Estudios Latinoamericanos No. 17, UNAM, 1984, pág. 25. 69
S. Kaltajchián: La teoría marxista-leninista de la nación y la
actualidad. Edit. Progreso, Moscú, 1987, pág. 200. 70 Ibidem, pág. 198. 71
Ibidem, pág. 194. 72 Ibidem, pág. 198. 73 74
Félix Varela: El Habanero. Edit. de la Universidad de La Habana,
1962, pág. 72. 75 Eduardo Torres-Cuevas: La autenticidad del pensamiento de Félix Varela. Rev. Universidad de La Habana No. 235, 1989, pág. 31. 76
Rubén R. Dri. América Latina: identidad, memoria histórica y utopía.
En colectivo de autores: Nuestra América frente al V.
Centenario. Emancipación e identidad de América Latina: 1492-1992.
Edit. Joaquín Mortiz, S.A. de C.V. Grupo Edit. Planeta, México,
1989, pág. 51.
77 78 Ibidem, pág. 59. 79
Ver de Aleida Plasencia: "Bibliografía de la Guerra de los Diez
Años". Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 1968;
Bibliografía de la Guerra de Independencia. 80
E. J. Varona. Prefacio a
"Hombres del 68" de Vidal Morales y Morales. Edit. C.
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p. 45. 85
Sergio Aguirre. Seis actitudes de la burguesía cubana en el
siglo XIX. En "Eco
de Caminos". Edit. de C. Sociales. La Habana, 1974, pág. 78. 86
Ibidem, pág. 81.
87
"Busca la burguesía cubana, como siempre, concesiones que centralmente deben favorecer su interés de clase. Pero con estas luchas, lanza
nuevos pasos, en la ruta nacional de liberación, toda la nacionalidad
cubana." (Ibidem, pág.
90). 88
Ibidem. pág. 91. 89
Carlos Funtanellas. Introducción al libro de Raúl Cepero Bonilla
"Azúcar y Abolición". Edit. de C. Sociales. La Habana,
1971, pág. 10. Sin
embargo en algunos análisis, Cepero Bonilla, haciendo hincapié en
los motivos clasistas logra deducciones muy absolutas, al margen de
otras mediaciones que Sergio Aguirre integra con éxito al tratamiento
del problema. 90
Tanto en el discurso-homenaje a los cien años de lucha, pronunciado
el 10 de octubre de 1968, como en otros, Fidel ha reiterado la
necesidad de conocer la historia de la tradición independentista,
incluyendo conceptos como nación y patria, entre otros. 91
Francisco
Pérez Guzmán. La
historiografía de las Guerras de independencia en veinticinco años
de Revolución. Revista de la Biblioteca Nacional.
Año 86 Vol. XXVII. Ene-Abr-1985.
La Habana, pág.61. 92
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La Habana, 1972, pág. 21. 93 Ibidem, pág. 43. 94
Ver: Miranda, Olivia: Varela, precursor de la independencia en Cuba.
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La Habana, pág. 13. 96 96 Elías Entralgo destaca tres ingredientes del ideario independentista del Padre Varela, que se incorporan a la tradición del pensamiento revolucionario cubano. Según él, Varela "...asienta, (...)los principios políticos en principios morales... Otro aspecto interesante del Padre Varela es el de la crítica, pues no se limita a lanzar ideas favorables a la independencia, sino que también critica la forma en que se está organizando(...), censura, denuncia... al que pasa por patriota y es en el fondo un patriotero... Y tenemos otra característica del pensamiento independentista y revolucionario del Padre Varela: sus arraigadas convicciones..." (Elías Entralgo. Las graves corrientes políticas en Cuba hasta el autonomismo. Rev. Biblioteca Nacional José Martí. Año 56. No. 4 Oct-Dic.1965, p. 15-16). 97
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redacción de los doctores María del Carmen Barcia, Gloria García y
Eduardo Torres-Cuevas, constituye una extraordinaria contribución por
su integralidad, actualización y sentido histórico-cultural de
aprehensión del objeto de estudio. 98 Ver Sergio Aguirre: Problemas de interpretación en la Guerra de los Diez Años. En Eco de Caminos Edit. C. Sociales, La Habana, 1974, pág. 167-170.
99
"Su amor a la libertad, a la dignidad humana, a la justicia, expresa sentimientos universales,
válidos para todos los tiempos y se vincula a la más hermosa tradición
cubana a la doctrina de la revolución..." (Manuel Bisbé: Sobre
el Habanero del Padre Varela. Rev. Universidad de La Habana, No.
136-141, 1958 y 1959, pág. 52.
100
"Tradición no es compromiso con lo pasado, sino raíz y sentido de continuidad histórica, es decir, conciencia de lo que hemos sido, voluntad de perdurar" (Vitier, M. La Filosofía en Cuba. Fondo de Cultura
Económica, México 1948, pp. 55-56) 101 Declaración de independencia. Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba. En Hortensia Pichardo. Documentos para la Historia de Cuba. Edit. Nacional de Cuba. La Habana, 1965. pág. 378-379. 102
Ibidem, pág. 379. 103 Pedroso Xiques, G. Una contienda que no fue estéril. Bohemia Año 81. No. 36, 8/91, 1989, pág. 58. 104
"Si tuviésemos que establecer indicios cronológicos
convencionales -escribe Sergio Aguirre- podría decirse que la
existencia del criollo se hace indudable a partir de 1603; que la
nacionalidad cubana asuma durante el período 1790-1808; que la nación
cubana surge en la década de 1868-1878..." (Sergio Aguirre.
Eco de caminos. Edit. de C. Sociales. La Habana. 1974, pág.
421.) 105
Kopnin P.V. Lógica Dialéctica. La Habana, 1971, pág. 358. 106 Ibidem pág. 361- 107
Lenin V.I. Cuadernos Filosóficos O.C. T. 29 Edit. Progreso, Moscú,
1986, pág. 173. 108 109 110
Kopnin, P.V. O. citada, pág. 393.
111 112
Ver de Francisco López, Oscar Loyola y Arnaldo Silva Las ideas en el
universo de la plantación. En
de los propios autores "Cuba y su historia". Edit. Gente
Nueva, La Habana, 1998, pp. 49-61. 113
Del hecho de que estas demandas sean reflejo de los intereses de los
hacendados cubanos, que respondan a la clase de los esclavistas, no
niega en modo alguno su papel en la formación de la nacionalidad
cubana. 114
"En el conjunto de la cubanía reafirmada y ascendente, va siendo
hora de no regatear un hecho: pasó de modo positivo el
reformismo..."(Sergio Aguirre, Obra citada, pág. 65). Sin embargo,
no comparto el criterio del Dr. Aguirre respecto a la contribución
que pudo hacer el anexionismo, independientemente de la racionalidad
de sus argumentos, pues esta tendencia ya de modo ipso facto se opone
a la identidad nacional. 115 Ibidem, pág. 66-68. 116
Carlos R. Rodríguez: El marxismo y la Historia de Cuba. En Cuadernos de Historia.
Universidad de La Habana, 1963, pp. 30. 117 Las mediaciones y condicionamientos, refieren el proceso mismo en que deviene la naturaleza contradictoria que le es consustancial al todo orgánico, los aspectos de carácter objetivo y subjetivo. 118
Ver de Francisco López, Oscar Loyola y Arnaldo Silva "Población
y cultura nacional". En
de los propios autores "Cuba y su historia". Edit. Gente
Nueva, La Habana, 1998, pp. 61-69. 119
Ver de Vitier, C. Ese sol del mundo moral. Ediciones Unión,
La
Habana, 1995, pp. 38-62. 120
Ver Manuel Bisbé: "Sobre el Habanero del Padre Varela". En
Rev. Universidad de La Habana, No. 1360141, Enero-Diciembre 1958,
1959, pág. 7-54. 121
Ver Sergio Aguirre: Nacionalidad y nación en el siglo XIX cubano.
Edit. de C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 112. 122 Ver Fidel Castro: Discurso del día 29 de enero de 1974. 123 José Martí: Artículo publicado en "El Economista Americano", New York, julio/1888. En Heredia visto por Martí. Edit. Gente Nueva, La Habana, 1978, pág. 19. 124
Ibidem, pág. 15. 125
José Martí: Discurso pronunciado en Hardman Hall, New York, el 30 de
Nov. de 1889. En Heredia
visto por Martí. Edit. Gente Nueva, La Habana, 1978, pág. 17.
126
127
Emilio Valdés y de la Torre. Antología Herediana.
Consejo Corporativo de Educación... La Habana, 1939, pág.
LVIII. 128
Citado por Cintio Vitier en el artículo: "El padre Félix Varela
en el bicentenario de su nacimiento".
Letras Cubanas, enero-marzo-1990, pág. 137. 129 Manuel Sanguily: "Defensa de Cuba". La Habana, 1948. pág. 86. 130 Luz y Caballero. "Informe sobre el proyectado ateneo" en Diario de La Habana, feb. 3 de 1833, pág. 2. 131
Perla Cartaya: José de la Luz y Caballero y la pedagogía de su época.
Edit. C. Sociales, La Habana, 1989, pág. 70. 132 José Martí: José de la Luz, 17 de Nov. de 1894. En O.C. Edit. Nacional de Cuba. La Habana, 1963. Tomo V, pág. 271.
133
Ibidem, pág. 272. Según Martí, Luz "consagró la vida entera, escondiéndose
de los mismos en que ponía su corazón, a crear hombres rebeldes y
cordiales que sacaron a tiempo la patria interrumpida de la nación
que la ahoga y corrompe, y le bebe el alma y le clava los vuelos"
(Ibidem). 134 Ibidem. 135
Luz, sin haberse manifestado como revolucionario de modo explícito,
su obra y enseñanza era de tal envergadura que los españoles lo
tildaban de "gran perturbador". A la semana
del sepelio, el poeta bayamés José Fornaris publicó una Oda suya al
gran educador. En ella comparaba a Luz con Varela y Heredia, "símbolos
cubanos del independentismo..." (Mary Cruz "El Mayor".
UNEAC. La Habana, 1972, pág. 48-49).
136
"En el fondo Varela, a través de su prédica política de El Habanero, no hace otra cosa que preparar la
revolución.
No es solamente el gran doctrinalista de nuestras libertades públicas,
como lo llama Chacón y Calvo con indudable acierto; es también el
forjador del espíritu revolucionario en Cuba.
En Las Guásimas y en Mal Tiempo, está triunfando también el
pensamiento de Varela" (Manuel Bisbé: Ideario y conducta cívicas
del Padre Varela. "En Cuadernos de Historia Habanera" No.
27, La Habana, 1945, pág. 46.)
137 Sergio Aguirre: Nacionalidad y nación en el siglo XIX Cubano. Edit. C. Sociales, La Habana,
1990,
pág. 128.
138 "...el 10 de Octubre no puede ser, como no es hoy, una fiesta amarga de conmemoración, donde vengamos con el rubor en la mejilla y la ceniza en la frente; sino un recuento, y una promesa" (José Martí. Discurso en conmemoración del 10
de Octubre de 1868 en Hardman Hall, Nueva York, 10 de Octubre de
1889. En O. C. T.4. Edit.
Nal. de Cuba, La Habana, 1963. pág. 235).
139
José Martí: Discurso en conmemoración del 10 de Oct./68, 10 de
Oct./1890. En obra
citada, pág. 259-260. 140
Esta actitud responde fundamentalmente a razones de carácter económico,
a la imposibilidad de los hacendados de adquirir mano de obra libre
como fuerza de trabajo. 141
Sobre la especificidad de la economía capitalista de plantación
esclavista. Ver: de
Romelia Pino: Aspectos teóricos-metodológicos de la formación de la
nación cubana. Trabajo
defendido como tesis doctoral (inédito). Instituto de Filosofía. 142
Jorge Ibarra. Ideología mambisa.
Instituto Cubano del Libro. la Habana, 1972, pág. 29-30- 143 Programa del PCC. Edit. Política. La Habana- 1988, pág.2. 144
Ibidem. 145 Jorge Ibarra. Obra citada, pág. 48. 146
"A medida que la guerra avanza, se va borrando la hegemonía
esencial de los sectores ricos. Hombres
del pueblo ganan grados en los campos de batalla.
Y cuando termina la contienda con el Pacto del Zanjón se ha
esfumado el rol dirigente de la burguesía cubana... La Protesta de
Baraguá la encabeza el mulato Maceo y con el mulato Maceo viene a
parlamentar Arsenio Martínez Campos". (Sergio Aguirre. Obra
citada, pág. 36) 147 Carlos M. de Céspedes. Declaración de Independencia. En Hortensia Pichardo "Documentos para la Historia de Cuba". Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1965, Tomo I, pág. 379.
148 Carlos M.
de Céspedes: Decreto sobre la esclavitud. En obra citada, pág. 381. 149
Ramiro Guerra: Guerra de los Diez Años. Tomo 1. Edit. C. Sociales. La
Habana, 1972, pág. 47. 150
Ibidem, pág. 47-48. 151 Ibidem, pág. 52.
152
Sobre la cultura como vida y permanencia del pueblo. Ver: H. Bumedién.
Del primer Festival Panafricano de Cultura. Discurso de
inauguración. En Revista
Casa... No. 58, Enero-Febrero 1970, pág. 6. 153
Sobre esto, no me detengo, pues existe una copiosa bibliografía al
respecto,
sin embargo, los análisis de Ramiro Guerra, Sergio Aguirre y Jorge
Ibarra, resultan muy profundos e interesantes, y aún sin poseer los
mismos criterios.
154
Sergio Aguirre. Eco de Caminos. Edit. de C. Sociales. La Habana,
1974, pág.
169. 155 Ibidem, pág. 169-170. 156
Ibidem. pág. 209. 157
La categoría tradición desde Aristóteles se ha conceptuado como
garantía de verdad, en tanto transmisión de creencias y técnicas de
una a otra generación. Herder
en sus "Ideas para la filosofía de la historia de la
humanidad", concibe la tradición como "La sagrada cadena
que liga a los hombres al pasado y que conserva y trasmite todo lo
hecho por los que le han precedido. Para Hegel "la tradición no es una estatua inmóvil,
sino una corriente viva, fluye como un poderoso río, cuyo caudal va
creciendo a medida que se aleja de su punto de origen... una herencia
acumulada por el esfuerzo de todo el mundo anterior... Este heredar
consiste a la vez en recibir la herencia y en trabajarla". (Hegel.
Historia de la Filosofía. México, 1955, F.C.E. pp. 9-10) 158
Por eso un análisis sistémico e integral del proceso que sigue la tradición independentista en la afirmación y defensa de la identidad nacional cubana, requiere de un estudio multidisciplinario,
donde participan investigadores de las distintas especialidades. 159 Manuel Bisbé: "Sobre El Habanero del Padre Varela". Rev. Univ. de La Habana. No. 136-141 enero-diciembre-1958, pág. 53. 160 Ibidem, pág. 52.
161 Enrique Gay-Calbó: El
ideario
político de Varela. Municipio de La Habana, 1ro. de Marzo de 1936, pág.
35.
162
163
Olivia Miranda: Ecos de la Revolución Francesa en Cuba. Edit. Política,
La Habana, 1989, pág. 136.
164
Benigno Souza - Máximo Gómez, el generalísimo. Edit. de C.
Sociales, La Habana, 1972, pág. 31.
165 Carta a Anselmo Valdés, fechada el 6 de junio de 1884. En José A. Portuondo
"El pensamiento vivo de Antonio Maceo". Edit. de C.
Sociales, La Habana, 1971, pág. 76. 166
Comentarios de A. Maceo a la carta que dirigió al General Polavieja.
En obra citada, pág. 56. 167 Ibidem. 168 Ibidem. 169
Carta al Coronel Federico Carbó.
En obra citada, pág. 113. 170
Oscar Pino-Santos. Historia
de Cuba. Aspectos
fundamentales. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1964, pp. 206 |
Identidad, emancipación y Nación Cubana
Autor: Dr. Sc. Rigoberto Pupo.
Prólogo: Dr. Enrique Sosa Rodríguez
Publicado por la Editora Política, La Habana, Cuba, 2005.
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