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El ideal unitario: Bondad, Verdad y Belleza Por
Rigoberto
Pupo Pupo |
Sumario Introducción Este
trabajo no intenta en modo alguno agotar un tema de tanta riqueza. Sólo
se propone esbozar la historia panorámica de su formación y desarrollo,
así como esclarecer algunos conceptos centrales y operativos en torno al
ideal unitario: Bondad, verdad y belleza. Tres
objetivos fundamentales encauzan el desarrollo y discernimiento del tema
objeto de estudio, a saber: 1.-
Determinar la especificidad de la idea como ideal gnoseológico, práctico,
axiológico y comunicativo. 2.-
Valorar los fundamentos histórico-filosóficos en la determinación del
ideal unitario: bondad, verdad y belleza. 3.-
Relevar la vinculación estrecha que existe entre el desarrollo espiritual
del hombre y el ideal unitario: bondad, verdad y belleza. La
idea como ideal gnoseológico, práctico, axiológico y comunicativo. En
el devenir histórico filosófico, el problema de la idea y su aprehensión
como ideal ha estado presente de modo recurrente. Es parte constitutiva
del hombre, su actividad y la cultura en que toma cuerpo su quehacer práctico-
espiritual. Es que la idea, devenida o engendrada en la praxis histórico-social,
alumbra y guía toda su proyección humana. Por eso no se cualifica sólo
como conocimiento, sino como valor, praxis y comunicación. Se revela en
los atributos cualificadores de la actividad del hombre, en tanto su modo
de ser existencial primario. Sin embargo, bajo la influencia del paradigma
racionalista de la modernidad se ha destacado con particular connotación
la idea como ideal gnoseológico. ¿Qué
es la idea? En
la historia de la filosofía ha tenido dos significados fundamentales: Como
unidad visible, observable, registrable en la multiplicidad de objetos y
fenómenos y al mismo tiempo como su esencia, sustancia (de lo diverso) y
a veces como su ideal, o específicamente como su modelo, su especie,
arquetipo. Para Platón, la idea es la unidad visible de la multiplicidad,
su especie . Así
en el Parménides, señala, refiriéndose a Sócrates: “Creo que tú
creas ser una especie única cada vez que muchas cosas se te aparecen,
grandes por ejemplo, y tu puedes abrazarlas con una mirada: una única y
misma idea se le aparece entonces como estando en todas las cosas , y, por
lo tanto, considero que lo grande es unidad” (Parm., 132 a)[1].
En el propio Parménides, Platón aborda la idea como el ejemplar de las
cosas naturales: “Estas especies – escribe – se hallan como
ejemplares en la naturaleza y las otras cosas se parecen a ellas y son imágenes
de ellas; y la participación de estas otras cosas en la especie no
consiste más que en ser imágenes de la especie”[2] En
el Parménides, ante la pregunta de Platón a Sócrates sobre la
existencia de ideas, responde: Objetos
de los cuales se puede afirmar con seguridad que existen ideas, tales son:
a los objetos matemáticos: igualdad, uno, muchos, etc; los valores: lo
bello, lo justo, el bien, etc. Objetos
de los cuales es dudoso que existan ideas: tales son las cosas naturales
como el fuego, el agua, el hombre. Objetos
de los cuales se tiene la seguridad de que no existen ideas y tales son
las cosas viles o, en general, las que carecen de valor.[3] Estas
concepciones socrático-platónicas han tenido impugnadores y seguidores.
Entre estos últimos: Aristóteles, los escolásticos, Kant, etc. El
segundo significado que ha tenido la idea en la historia de la filosofía:
2) como cualquier objeto del pensamiento humano, o sea, como representación
en general. En esta dirección fue empleada por Descartes, los empiristas
y gran parte de los filósofos modernos. Muy aceptada en las lenguas
modernas. Para
Descartes, la idea es la forma de un pensamiento, por cuya inmediata
percepción tengo conocimiento de este pensamiento. Nota dos realidades de
la idea: 1)
la puramente mental, subjetiva 2) la objetiva, en cuanto representa un
objeto, como “cuadros o imágenes de las cosas” En
Hegel, la idea es lo verdadero en la unidad absoluta del concepto y de la
objetividad. Locke,
al igual que Descartes, concibe la idea como objeto del acto de pensar.[4] Existe
además la concepción muy extendida que diferencia la idea de la
representación y destaca el momento anticipatorio y proyectual. En Dewey,
“una idea es, en primer lugar la anticipación de algo que puede
ocurrir: señala una posibilidad. Esta
intelección posee gran fuerza en la contemporaneidad. Se enfatiza el
valor de las ideas en la proyección utópica del hombre, en la conversión
del ser actual en perenne búsqueda de futuro, en el tránsito del ser al
deber ser. Martí es un paradigma alumbrador de sendas, cauces y
caminos.” Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. No
hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo
ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un
escuadrón de acorazados”.[5] Y
es que las ideas, fundadas en la praxis, anticipan y proyectan las
necesidades y los intereses del hombre hacia el resultado deseado. Se
convierten en ideales de sujetos actuantes que piensan, sienten, valoran y
se comunican para realizar su ser esencial. La
idea como ideal gnoseológico, valorativo y comunicativo resume una
totalidad unitaria. Su elan unitario, armónico y utópico, está
presente, tanto en la dirección socrático-platónico como en la
cartesiana, pasando por Kant, Hegel,[6]
hasta en la concepción contemporánea como fuerza anticipatoria y
proyectora. La
idea, devenida ideal, constituye un todo unitario, perfecto, inagotable e
inaprensible de una vez. Es en sí mismo una meta que se participa de
ella, en la medida que seguimos sus cauces de acceso. Y
el ideal unitario: Verdad, bondad y belleza, no es una excepción. Analicemos,
en su historia lo verdadero, lo bueno y lo bello: nacimiento y desarrollo
de una trinidad, como certeramente lo denomina el filósofo italiano Remo
Bodei.[7] La
unidad: belleza, bondad y verdad. La
belleza. Medida. Orden. Armonía. Cosmos. El
concepto de orden cósmico y la trinidad: belleza, bondad y verdad. Según
Pitágoras (580-500 a.n.e), “Gracias a los números todo se vuelve
bello”. La
escuela pitagórica siguiendo a su Maestro, elaboró las primeras
reflexiones sobre lo bello. El ideal de medida orden, armonía propio del
campo religioso se hace extensible al ámbito filosófico “(...),
tomando como modelo la totalidad de la naturaleza, el universo
considerando en sus fenómenos de carácter absolutamente cíclico y
uniforme. De suerte, mostró a la cultura occidental los criterios más
claros y persistentes de la belleza y su contrario,y ella los ha guardado
y trasmitido durante miles de años”[8] Se
considera que fue Pitágoras quien asume la belleza en una dimensión
global, en su expresión cósmica. De ahí el término Kosmos para
designar el mundo. Concepto que significaba anteriormente ornamentación o
maquillaje de las mujeres, la “cosmética”.[9] Por
su puesto, desde tiempos remotos la medida, el orden, la armonía, se
deduce de la observación de los cuerpos celestes, pues del aparente caos
podía notarse un eterno proceso repetido, cíclico e inmutable e idéntico.
“Debía de transferirse la belleza y la precisión de esta disposición
espontánea (cuya encantadora visión produce incesante maravilla) a la
tierra, a la sociedad de los hombres, para enseñarles a separar en su
mundo lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo.
Se conseguiría así, al final del proceso, alcanzar la obra maestra
suprema: la reproducción, mediante la ardua ciencia de la política, de
un cosmos humano a imagen del celeste, o sea, de una ciudad regida por las
mismas leyes rigurosas que mueven a los astros”.[10] Así,
la idea de la belleza, se deduce de la proporción de las partes (adecuada
disposición), en la magnitud, la calidad y el número de las partes en su
recíproca relación. El
número es esencial en la determinación de la medida, el orden, la armonía.
Pero el número concebido cualitativamente, es decir, como relación. Para
el pitagórico Filolao,sin el número nada puede ser pensado o conocido. Según
Aristóteles “se equivocan los que sostienen que las matemáticas no
dicen nada a propósito de lo bello o del bien”[11]
(Metafísica) Fundamentos
de la unidad: belleza, bien, verdad. El
pensamiento de Pitágoras, constituye la cuna del racionalismo occidental.
De aquí se deduce el ideal unitario: belleza, bondad, verdad ¿Por qué?
Sencillamente, porque, “si el mundo está gobernado por leyes que la
inteligencia y los sentidos son capaces de comprender y traducir recíprocamente,
tales leyes son a un mismo tiempo bellas y verdaderas”, y también
buenas ¿En qué se basan? En medidas calculables, armónicas y simétricas
“Lo que es verdadero es, por ello, bello y, al mismo tiempo justo y
bueno.[12] Según
Diógenes Laercio, lo bueno es bello en la medida en que está regido por
la justa medida, por el equilibrio total, por el término medio
establecido por las leyes exactas de la virtud, que es armonía. ¿Qué
es la virtud? Sencillamente, adecuarse a la forma racional del mundo en
que se vive” “En sentido lato – escribe Bodei, bello es, pues- y
ello vale para toda la civilización clásica, que llega tal convicción a
las épocas sucesivas, hasta casi la nuestra – cualquier actitud moral
que se inspire en el criterio de la medida. Así, por ejemplo para Platón,
en el Hipias Mayor, bello es el carácter o bellas son las leyes, porque,
como se sigue también del Gorgias, la virtud misma procede del orden. Más
clara es la cosa en Aristóteles, para quien cada una de las virtudes en
particular depende de la equidistancia de los vicios opuestos, por exceso
y por defecto, que ella, la virtud, desde su altura descalifica sin mediar
(...)” [13] En
fin, hay un fundamento racional basado en el concepto de orden cósmico,
que deviene modelo de la belleza, de la verdad y de la bondad, que asume
la tradición occidental y la continúa; que cambia sin sustanciales
alteraciones. Para
San Agustín el orden es omnipresente en el Universo y garantiza la conexión
y unidad del todo, que se revela en el número para hacer accesible el
mundo a la razón y orientar al hombre hacia Dios. El
mundo es poema del Universo (música) El
orden y la medida, devienen multiplicidad unificada y con ello la unidad:
bondad, verdad y belleza, como ideal de perfección humana, regida por la
virtud. Esta
concepción de orden, medida, armonía, se funda en paradigma cualificador
de la unidad: bondad, verdad y belleza. Con especifidades propias se
afianza en el Medioevo y en el Renacimiento. En el “Paraíso” de Dante
es empíricamente registrable: (...)
Todas las cosas (...)/ tienen un orden entre sí: es la forma/ (...) A ese
orden toda cosa se sujeta/ más próxima o lejana, en su concierto/ del
principio que tal orden decreta;/ cada uno avanza hacia diverso puesto/
por el gran mar del ser, y a cada una/ ese instinto señala un cambio
cierto”[14] En
la Italia del Humanismo y el Renacimiento la idea del orden pitagórico
neoplatónico- de estrecho vínculo Cosmos-polis-, entre el mundo de los
astros y el de la tierra se afianza. El hombre (microcosmo) como centro
del cosmos, lo reproduce. En
la época del barroco se produce un rechazo relativo al concepto de orden,
considerándose simplista y esquemático. Los descubrimientos de la
Astronomía y de la física, traen consigo una nueva fusión, en el seno
del modelo cósmico, entre Verdad, Bondad y Belleza. Se plantea que la
existencia del mal y de lo feo en la naturaleza no contradice el orden
divino y sistemático del Universo. En
la época moderna esta trinidad fundada en el orden cósmico, sufre
cambios y se incrementa la autonomía de cada una, lo que no significa en
modo alguno que se elimine del todo los fundamentos que unen la bondad, la
verdad y la belleza. En
el arte se reconoce que su objeto no es reproducir miméticamente la
naturaleza. El
papel del sujeto. La revolución
copernicana en la gnoseología, etc. La nueva concepción del hombre, su
actividad y la cultura operó cambios en el paradigma racionalista sobre
un orden cósmico-natural inmutable. 3.
El desarrollo espiritual del hombre y el ideal unitario: belleza,
bondad, verdad. No
es posible olvidar que el ideal unitario: bondad, verdad y belleza, es un
ideal y como tal no se logra de golpe, de una vez y para siempre. Se
participa en él, y en esa medida, se realiza en nosotros. Todo ideal está
permeado de numen utópico y la utopía es inagotable, en tanto suprema
meta. El
desarrollo humano, junto a la riqueza espiritual del hombre, crea las
condiciones necesarias para acceder al ideal unitario: bondad, verdad,
belleza. “Sólo a través de la objetivamente no desarrollada riqueza
del ser esencial del hombre, - dice Marx con razón suficiente – la
riqueza de la sensibilidad subjetiva humana (el oído musical, el ojo que
descubre la belleza de la forma- en resumen, los sentidos capaces de goces
humanos, sentidos que se confirman como potencias esenciales del hombre)
se cultiva o nace. Porque no solamente los cinco sentidos, sino también
los llamados sentidos mentales – los sentidos prácticos
(voluntad, amor, etc) – en una palabra, el sentido humano – la
humanidad de los sentidos- se constituye en virtud de su objetivo, en
virtud de la naturaleza humanizada”[15]
Al mismo tiempo, la realización cultural humana del hombre, Marx
la ubica en cuanto a posibilidad se refiere – en el comunismo. “El
comunismo (...) es la fase de hecho necesaria para la próxima etapa del
desarrollo histórico en el proceso de emancipación y recuperación
humanos”[16] Una
rica espiritualidad humana, plena de cauces culturales, fundada en
condiciones sociales reales, realiza el ser esencial humano y con ello se
superan y suprimen dialécticamente las antitesis de lo objetivo y lo
subjetivo, de la teoría y la praxis. Los contrarios se convierten recíprocamente,
devienen idénticos, en los marcos de la complejidad totalizadora del
devenir del hombre y la sociedad en la naturaleza. Esta
concepción es congruente con el pensamiento de José Martí. “El objeto
de la vida- escribe el Maestro- es la satisfacción del anhelo de perfecta
hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así
los lugar hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los
elementos de la naturaleza: puesto que todos avivan este carácter en el
hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la
verdad, que es la hermosura en el juicio, la bondad, que es la hermosura
en los efectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte (...)
Los astros son mensajeros de hermosura y lo sublime perpetuo. El bosque
vuelve al hombre a la razón y a la fe, y es la juventud perpetua. El
bosque alegra, como una buena acción. La naturaleza inspira, cura,
consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se
halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su
íntima relación con la naturaleza”.[17] Es
que la cultura del hombre es una prolongación de la naturaleza, la
naturaleza creada con su actividad, para realizar su ser esencial. La
naturaleza humanizada y la humanidad de la naturaleza es el campus propio
del hombre en su devenir teórico-práctico, en los marcos de la relación
sociedad-naturaleza. Y el ideal unitario: bondad, verdad, belleza, se
resuelve en estos contextos. La
bondad, la verdad y la belleza, constituyen tres valores esenciales del
hombre. En su devenir histórico(el hombre) siempre ha ido tras ellos. Su
búsqueda como ideal supremo ha constituido una meta perenne. Pero, en
tanto valores, sólo se realizan en la cultura. Sólo en ella alcanzan
vigencia social,[18]se
convierten en valencias sociales. De
aquí se desprende la necesidad insoslayable de la riqueza espiritual del
hombre, pues nadie puede encontrar y revelar lo que no lleva en sí. El
desarrollo de una cultura del ser, resulta impostergable para garantizar
la creación humana. Una cultura que permita el libre desenvolvimiento y
revelación de la rica espiritualidad del hombre. Porque como bien señaló
Martí, en su proyectado libro El concepto de la vida: “(...) La tierra
es hoy una vasta morada de disfrazados. Se viene a la tierra como cera, -
y al azar nos vacía en moldes prehechos, Las convenciones creadas
deforman la existencia verdadera, - y la verdadera vida viene a ser como
corriente silenciosa que corre dentro de la existencia aparente, como por
debajo de ella, no sentida a las veces por el mismo en quien hace su obra
sigilosa.- Garantizar la libertad humana, - dejar a los espíritus su
frescura genuina, - no desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios
las naturalezas (puras y) vírgenes- ponerlas en aptitud de tomar por sí
lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada – he ahí
el único modo de poblar la tierra de una generación vigorosa y creadora
que le falta. Las redenciones han venido siendo formales; - es necesario
que sean esenciales (...), urge, libertar a los hombres de la tiranía, de
la convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y
sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso , ajeno, frío y
falso.- Este es uno de esos problemas misteriosos que ha de resolver la
ciencia humana (...) difícil y oculto a las miradas comunes, – mas no
por eso menos graves – Bueno es dirigir; - pero no es bueno que llegue
el dirigir a ahogar.”[19] Un
hombre culto, sensible, con riqueza espiritual es capaz de aprehender la
verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la
profesión que ejerza. Está preparado para mirar la realidad con ojos
humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una
bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la
Luna y el cielo estrellado. En fin, puede crear con arreglo a la belleza,
a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo y sencillo. Puede
revelar la realidad compleja en sus matices varios y dar” a mares”,
como decía Martí, porque espiritualmente está lleno. Bibliografía
Martí,
J. Obras completas. T. 6,13 y 18. Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1964. Abbagnano,
N. Diccionario de Filosofía. Instituto cubano del libro, La Habana, 1963. Pupo,
R. Aprehensión Martiana en Juan Marinello. Edit. Academia, La Habana,
1995. _______
La actividad como categoría filosófica. Edit. De Ciencias Sociales, La
Habana, 1990. --------Aprehensión
martiana en Juan Marinello. Editorial Academia. La Habana, 1995. Bodei,
R. La forma de lo bello. Visor Dir. S.A. Madrid, España, 1998. Zis,
A. Fundamentos de la Estética marxista. Edit. Progreso, Moscú, 1976. Arregui,
J.V. El papel de la Estética en la Ética. Revista Pensamiento. No 176.
Vol. 44. oct-dic, 1998, Madrid, España. Marx,
C. Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844. editorial Pueblo y
Educación, La Habana, 1975. Citas y referencias [1]
Citado por Abbagnano, N. Diccionario de Filosofía. Edición
Revolucionaria. Instituto Cubano del libro. La Habana, 1963, p. 633. [2] Ibidem [3] Ibidem [4] Ibídem, p. 636 [7] Bodei, R. La forma de lo bello. Visor. Dis, S.A. Madrid, España, 1998. [9] Ibidem p. 28 [10] Ibídem p. 32 [12] Ibídem pp. 35 [13] Ibídem [14] Ibídem , p 38. [16] Ibídem, p,. 120. [17] Martí, J. Emerson. Obras completas. Tomo 13. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp 25-26-. [18] Ver Arreguí, J.V. El papel de la Estética en la Ética. Revista Pensamiento. No 176. Vol 44. Oct-Dic 1988, Madrid, pp,. 439-453. [19]
Martí, J. Notas. Obras completas. Tomo
18. editorial Nacional de Cuba, la Habana, 1964, p, 290. Envíele su comentario por correo-e. a Rigoberto Pupo Pupo |
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana.
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