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El hombre y la cultura en Alejo Carpentier |
El hombre, la cultura y la historia son temas recurrentes en la obra de Carpentier. Le interesa el hombre en su intrincado y complejo cosmos, y para penetrar en él, la cultura y la historia les son imprescindibles. Su filosofía humanista, desplegada y concretada en la literatura deviene reflexión crítico-analítica del hombre en sus circunstancias temporales y en su constante afán de encontrarse como tal. En
su propia búsqueda hace profesión de fe y confesión de principio. “En
cuanto a mí, a modo de resumen de mis aspiraciones presentes, citaré una
frase de Montaigne que siempre me ha impresionado por su sencilla belleza:
‘No hay mejor destino para el hombre que el de desempeñar cabalmente su
oficio de Hombre’. Ese
oficio de hombre he tratado de desempeñarlo lo mejor posible.
En eso estoy, y en eso seguiré, en el seno de una revolución que
me hizo encontrarme a mí mismo en el contexto de un pueblo.
Para mí terminaron los tiempos de soledad.
Empezaron los tiempos de la solidaridad. Porque,
como bien lo dijo un clásico: ‘Hay sociedades que trabajan para el
individuo y hay sociedades que trabajan para el hombre’.
Hombre soy, y sólo me siento hombre cuando mi pálpito, la pulsión
profunda, se sincronizan con el pálpito, la pulsión
de todos los hombres que me rodean”.[1]
1.
El hombre y la historia como diálogo permanente El
hombre y la historia dialogan constantemente en la producción literaria
de Alejo Carpentier. El
sentido histórico es inmanente a su discurso.
Pero no es un historicismo de corte fenomenológico, mecanicista
teleológico. Es un historicismo, donde el tiempo y el espacio devienen
agentes propios. El hombre en
perenne búsqueda de sí, de su “yo profundo”, de su encuentro en
tanto tal, se dirige a la historia, es decir, rememora el pasado, lo
compara con el presente, e intenta proyectarse al porvenir por cauces
espacio-temporales. Es que
las preguntas ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿hacia dónde voy?,
son interrogantes inmanentes del quehacer humano. No importa las vías de búsqueda, ya sean precientíficas, a
través de mitos y leyendas, fábulas, etc.
“Aquí está Haití –refiere Portuondo a El Reino de este
mundo- aquí la historia viva, de rigurosa base documental, de un rey
haitiano, Henri Christophe, aquí la parábola portentosa de su ascensión
y su caída, vista con los ojos haitianos de Ti Noel, contada en el más
rico español de nuestro tiempo. La
novela nos da la visión de una realidad germinal descrita por una
mentalidad precientífica, subdesarrollada, que apela a la fabulación
mitológica para explicar lo que se le oculta o escapa por vías
racionales. Frente a lo
desmesurado brota la imagen también desmesurada, surge el mito que
justifica sin explicar. Ti
Noel, en el postrer instante, comprenderá, recobrado, vuelto en sí, del
ensueño mágico, de regreso ya de la mitología”.[2] La
unidad indisoluble hombre-historia, en la obra de Carpentier, en mi
criterio, responde a tres razones esenciales: 1.
Cada obra suya es resultado de acuciosas investigaciones históricas. 2.
Su preocupación por la historia del hombre está estrechamente
vinculada a motivos filosóficos en torno al problema del tiempo y el
espacio. En Carpentier, el
tiempo deviene o le interesa en tanto tiempo histórico, como devenir
temporal humano[3],
en sus diversas expresiones. 3.
Como creador latinoamericano comprometido con su región, le
interesa la historia, no sólo desde la perspectiva literaria, sino además
filosófica, y en función de ello, la historia resulta imprescindible: la
memoria que fija y compara sus mitos, leyendas, fábulas, etc.
Una historia donde no se puede soslayar el aquí y el allá, el
pasado, el presente y el futuro de América Latina, realidad negada y
realidad postulada, aprehensión histórica y enajenación en nuestro
mundo, etc. etc. La historia como base identitaria y modo particular de
aprehensión latinoamericana. El
hombre y el tiempo histórico humano (historia)
es una constante en la obra de Carpentier.
Además tratados con imaginación y genio artístico-literario y
cosmovisivo. “A pesar de su
carácter global, su universalidad e incluso su cosmicidad, todos estos
son problemas subrayadamente terrenales, humanos, espacios nuestros en
orden por los hombres y un tiempo que entra en vigor sólo gracias a los
esfuerzos del hombre, a su creatividad, a su trabajo y lucha (...) El
hombre debe retornar una y otra vez a sí mismo, para descubrir en sí
mismo las posibilidades y valores latentes y hallar los medios para
continuar su camino”.[4] Con
su portentosa mente sensible y su magistral oficio artístico-literario,
Carpentier juega con la historia del hombre para expresarla mejor y poder
seguir con eficacia su lógica. Es
que en nuestra América los tiempos se superponen, las historias se
repiten o coinciden en diferentes momentos.
“Esto atestigua directamente –señala con razón Juri Talvet-
la concepción de lo real barroco y maravilloso que es propia del autor:
una realidad en la que siempre existen simultáneamente el pasado, el
presente y el futuro; una cultura de la humanidad cuya grandeza se
manifiesta en su infinita variedad, en la coexistencia renovadora y
enriquecedora de numerosas culturas independientes; una historia en la que
siempre debe haber lugar para el mito y la maravilla, para todo lo que nos
ayuda a dar sentido al presente y abrirnos paso hacia el futuro, hacia lo
desconocido”.[5]
La unión de tiempos no se opera a ultranza, se revela en la propia
vida de la realidad objetiva y subjetiva en que se mueve la trama del
creador y sus personajes.[6]
La
correlación del mito y la historia y a veces la historia hecha de mitos,
le abren vías de acceso insospechadas a la creación.
Pero consciente que a pesar de que el mito, la leyenda y lo
maravilloso son fuentes infinitas de aprehensiones varias para el
conocimiento, no deben convertirse en dogmas anquilosados.
Como parte de la tradición hay que trabajarlos para renovarlaos y
garantizar su vitalidad histórica. En
Carpentier, historia y creación van de las manos, y la riqueza histórica
es aprovechada con extraordinaria maestría. Lo
épico en la historia adquiere en su obra nuevos sentidos.
Si bien se aferra a la definición clásica, no lo reduce a una
acción grande y pública paradigmática.
Lo épico, lo heroico lo descubre, lo devela en el quehacer humano
que trasciende lo común y altera las circunstancias.
“Mi amigo Rubén Martínez Villena –escribe Carpentier- hombre
endeble, enfermo, aparentemente con muy pocas energías, apoyado, desde
luego, por estudiantes y obreros, logró, desde su cama de enfermo, esa
obra maestra de acción revolucionaria que consistió en derribar al
dictador Machado. Ahí hay un
caso de personaje heroico, y hay un caso de epopeya contemporánea”.[7] En
la América nuestra, en su historia, descubre lo épico terrible y lo épico
hermoso, como cosa cotidiana, que aflora constantemente, a través de la
actividad de los hombres. Se
apoya en Martí o continúa su concepción para mostrar que la
independencia de América
y su ser existencial están y vienen de sí misma. Al
mismo tiempo establece un vínculo estrecho entre la historia y la política.
En su concepción “el pasado pesa tremendamente sobre el
presente, sobre un presente en expansión, que avanza quemando las etapas
hacia un futuro poblado de contingencias.
Desde sus guerras de independencia, América toda vive en función
del acontecer político”.[8]
Concepción de la política que sólo la concibe como zona de la
cultura.[9] Para
Carpentier la historia es inmanente al ser humano y a su esencia humana en
tanto tal, y los comportamientos humanos se revelan de modo semejante o
parecido en distintas épocas y tiempos históricos. Ante la pregunta del por qué en su novela, a pesar de ser
eminentemente autobiográfica, la historia juega un papel protagónico,
sin vacilación responde: --“Toda novela es forzosamente un tanto
autobiográfica, puesto que parte de experiencias personales.
En mi primera versión de Los
pasos perdidos el
personaje que narra su historia es un fotógrafo.
Releyendo el manuscrito me di cuenta de que al no haber sido fotógrafo
mal podía expresar los mecanismos mentales de alguien que ejerciera esta
profesión. Así, el
personaje se transformó en músico por el hecho de que yo mismo he
practicado la música y siempre he vivido rodeado de músicos.
En cuanto a lo histórico diré que creo de tal manera en la
persistencia de ciertas constantes humanas que no veo inconveniente en
situar una acción en cualquier momento del pasado puesto que los hombres
en todas las épocas han tenido reacciones semejantes ante ciertos
acontecimientos. Lo que tú
ves como dicotomía yo lo veo como elemento complementario, como partes de
una unidad. Hay
un delicioso sainete de Herondas, el griego decadente, donde se asiste a
la compra de un par de zapatos por una elegante dama de su época... Pues
bien: lo que se dicen la cliente y el zapatero es exactamente lo mismo que se dirían hoy los dos personajes en idéntica
situación... Por eso es que siempre son actuales los epistolarios amorosos, así daten del siglo XVIII, del
Medioevo o de la Antigüedad. Siempre
me he sentido contemporáneo de
los hombres del pasado... En Florencia, en Venecia, me asombro siempre
ante las caras renacentistas o medioevales
de ciertos transeúntes... Éste, tiene cara de Tintoretto... El otro,
narigudo hondamente arrugado, es un “donador” del Quatroccento... Aquélla,
es una princesa de mosaico bizantino... O, como dijo un humorista famoso.
“aunque el hombre vuele a veintitrés mil pies de altitud, a velocidad
supersónica, sigue descansando sobre el trasero de siempre”... Recuerdo
también la pregunta de otro humorista: “¿Conocen ustedes, hoy, un
hombre más inteligente que Platón?...”[10]
La
historia, como huella humana del tiempo en general o tiempo histórico
hecho por la actividad del hombre es recurrente en la creación
carpenteriana. Por supuesto
el tiempo como modo existencial de la realidad natural y la cultura lo
trasciende todo. Y al hombre,
como ser natural, sociocultural, finito y mortal, con necesidades,
intereses y fines, para trascender también, el tiempo se convierte en una
constante preocupación, en obsesión desmesurada.
Es que el tiempo como forma de existencia es inmanente al devenir
del hombre y al modo en que piensa la realidad y se piensa a sí mismo.
“Siendo adolescente me llamó la atención, lo recuerdo, una
novela de Anatole France (Los dioses
tienen sed) donde un mismo capítulo se repite, casi textualmente, en
dos latitudes del relato. Algo
semejante ocurre en dos momentos de mi “Camino de Santiago”, donde el
relato precisa de una recurrencia... El nouveau
roman francés ha especulado mucho con esto del tiempo. Acaso por ello, Nathalie Sarraute considera El acoso como
novela precursora del nouveau roman,.
Volviendo al tiempo, recordemos que el “Viaje a la semilla”
viene a ser una biografía tomada desde el momento de la muerte del
personaje hasta el momento de su nacimiento.
No es enteramente vano el juego si pensamos que una vida al reverso
o al derecho tiene las
mismas características al comienzo como en su término.
En “El Camino de Santiago”, que abre el tomo Guerra
del tiempo, un segundo personaje empieza a vivir su vida, a partir de
un momento dado, con casi las mismas palabras que sirvieron para narrar la
vida del personaje anterior; es decir, que hay un regreso en redondo a la
temporalidad inicial. En
"Semejante a la noche”, el personaje central, en cambio, no se
mueve, y lo que se mueve detrás de él al revés o al derecho es el telón
de fondo de la historia y de las épocas.
En cuanto a Los pasos perdidos, es evidente que el gran río, que es el Orinoco,
en su inmutabilidad, representa el transcurso del tiempo.
Y quiero creer que la especulación no es meramente literaria pues
el personaje central, al remontar el tiempo identificado con el curso del
Orinoco, atraviesa los distintos estadios de la vida humana que todavía
subsisten en América y acaso sólo en América, donde el hombre del siglo
XX puede vivir contemporáneamente con un hombre de provincia que se
asemeja al del romanticismo europeo; con un hombre de poblados sin periódicos
ni comunicaciones, que se asemeja al de la Edad Media, y con un hombre de
la selva que representa lo que era el “civilizado” de hoy en los
albores de su vida en el planeta... En El
acoso, en cambio, hay el intento de encerrar una acción compleja en
un tiempo mínimo, que es el fijado en este caso por los cuarentiséis
minutos de ejecución de la Sinfonía
heroica de Beethoven.”[11] El
hombre y la historia en su permanente diálogo: presente-pasado-futuro se
tematiza con raíces fuertes en la creación carpenteriana y en el
discurso en que toma cuerpo. Algunos
autores, quizás por desconocer el numen filosófico que media su
literatura han querido deducir de su concepción de la historia y el
tiempo, un discurso pesimista, que cierra al hombre y no deja alternativa
de acceso al porvenir. Criterios
enteramente desacertados si se lee la obra siguiendo la lógica particular
del creador al asumir su objeto y sus personajes.
Su intelección del “presente
como adición perpetua”, está permeada de elan dialéctico-cultural en
la comprensión del tiempo y la historia.
“El presente es adición perpetua.
El día de ayer se ha sumado ya al de hoy.
El de hoy se está sumando al de mañana.
La verdad es que no avanzamos de frente: avanzamos de espaldas,
mirando hacia un pasado que, a cada vuelta de la Tierra, se enriquece de
veinticuatro horas añadidas a las anteriores.
No somos –en cualquier tránsito de nuestras vidas- sino hechura
de nuestro pasado. Lo que
hacemos hoy no es, no puede ser, sino consecuencia de lo hecho hasta ahora
–aunque un comportamiento, una decisión, inesperados, operen por
proceso de reacción, negación o rechazo.
Pero sólo puedo rechazar lo que conozco.
Como, igualmente, sólo puedo
seguir en lo que conozco por haberlo aceptado como bueno, después de
conocido... Se ha dicho que mis personajes suelen mostrarse pesimistas
porque nunca parecen completamente satisfechos de lo realizado, de lo
logrado. Pero es que el
hombre totalmente satisfecho de lo
alcanzado y que no busca algo más allá, se inmoviliza. Es
decir: deja de vivir, en el pleno sentido del término.
La grandeza del hombre está en “no dormirse sobre sus
laureles” –para emplear- la expresión popular.
Cada día, al salir del sueño, debe entrar en la vida con ánimo
prometeico, diciéndose: “Hasta ahora nada hice”, por muchos que hayan
sido sus éxitos aparentes... “Hay que mejorar lo que es”, dicen a
menudo mis personajes, aunque lo ya hecho, lo ya visto por ellos, no esté
del todo mal”.[12] Se
trata de un creador humanista, cuya filosofía y su quehacer práctico han
penetrado a profundidad en la naturaleza humana. El hombre es un ser con necesidades crecientes, y por ello
eternamente insatisfecho. Siempre
quiere mejorar. Se impone
tareas para perfeccionar su obra y trascender humanamente.
De lo contrario, estaría aún en su estadio primitivo.
La insatisfacción, el nacimiento de nuevas necesidades –y
Carpentier lo capta con inusitada certeza- en el hombre constituye una ley
del devenir humano y una exigencia de la cultura en que toma cuerpo. 2.
Revelación cultural y naturaleza humana En
gran medida la grandeza insuperable de la obra de Carpentier se funda en
su excelsa sensibilidad para aprehender al hombre y su naturaleza humana,
insertos en la cultura. Excelsa
sensibilidad que no nace por generación espontánea.
Requiere de mucho trabajo y esfuerzo, de mucho saber y cultura[13]
(...) El talento también se cultiva para que dé frutos (...) Y
Carpentier lo cultivó desde su infancia hasta su muerte.
En él, conocimiento y sensibilidad, razón y sentimiento, teoría
y praxis siempre marchan juntas. Su
concepción de la cultura, a diferencia de muchos de sus contemporáneos,
jamás la identificó con la acumulación de conocimiento, con la erudición,
o con la llamada “cultura” artístico-literaria.
En su intelección, la cultura es ante todo encarnación del
devenir del hombre, de su actividad, y al mismo tiempo, y por ello, ser
esencial del hombre y medida cualificadora de su ascensión humana. Para
Carpentier, la cultura es el mundo del hombre en estrecha vinculación con
la naturaleza y el entorno social que ha creado con su actividad.
Por eso en él, la revelación cultural es el modo en que el hombre
aprehende su ser en la vida
del trabajo y de su creación integral, que incluye conocimiento, praxis,
valor y comunicación. “Cultura
–es también en su concepción- el acopio de conocimientos que permiten
a un hombre establecer relaciones por encima del tiempo y del espacio,
entre dos realidades semejantes o análogas, explicando una en función de
sus similitudes con otra que puede haberse producido muchos siglos atrás
(...)[14],
al igual que su llamada “dimensión imaginaria (recurso artístico-literario)
es concebido como” (...) un nuevo yo, un medio de indagación y
conocimiento del hombre de acuerdo con una visión de la realidad que pone
en ella todo y más aún de lo que en ella se busca (...)[15],
en fin, modos creadores de revelación cultural, a partir de la aprehensión
de la naturaleza humana en relación con su contexto histórico y sus
varias mediaciones y condicionamientos. Tanto
el barroquismo carpenteriano, como la teoría de los contextos y lo real
maravilloso, son formas aprehensivas de la cultura, en tanto concreción
del hombre en sus determinaciones varias. La
comprensión real de la carpenterística no puede soslayar que
las distintas teorías y concepciones de su quehacer artístico-literario
están mediadas por un elan filosófico que imprime a su discurso, método
y estilo un cauce holístico, devenido sentido cultural en el abordaje del
hombre y sus circunstancias. Olvidar
o desechar esto, es permitir que los árboles impidan ver el bosque. “La
selva carpenteriana” es de una sola pieza y se accede a ella sólo con
sentido cultural carpenteriano. La
teoría de los contextos constituye un excelente aporte carpenteriano a la
revelación cultural del hombre latinoamericano. No se trata sólo de determinaciones espaciales.
Es mucho más. Refiere a componentes totalizadores que cualifican la
identidad o dan cuenta de ella, “(...) en menos de tres décadas
–escribe Carpentier- el hombre se ha visto brutalmente relacionado,
imperativamente relacionado, con lo que Jean Paul Sartre llamaba los
contextos. Contextos políticos,
contextos científicos, contextos materiales, contextos colectivos;
contextos relacionados con una disminución constante de ciertas nociones
de duración y de distancia (en los viajes, en las comunicaciones, en la
información, en los señalamientos...); contextos debidos a la praxis de
nuestro tiempo (...)”[16].
Todo en los marcos “(...) de un orden establecido por las relaciones”[17]que
ha determinado realidades concretas (contextos) latinoamericanos que nos
cualifican como tales, en la unidad y en la diferencia, pues en su vocación
ecuménica lo latinoamericano a pesar de sus particularidades es una
manifestación de la cultura universal, es decir, una cultura de raíz autóctona
inserta en la universalidad. No
olvidar que para Carpentier, la verdadera universalidad pasa por lo
particular, por lo local. La
teoría carpenteriana de los contextos da cuenta del ser existencial
latinoamericano y el entorno cultural en que se desarrolla: contextos
raciales, económicos, ctónicos, políticos, burgueses, de distancia y
proporción, de desajuste cronológico, culturales, culinarios, de
iluminación e ideológicos. Expresan
múltiples aristas de su propia historia y devenir, como región que se ha
formado en constante actitud de sospecha, resistencia, acecho y
aprehensiones varias. Especificidades
propias que no impide “hallar lo universal en las entrañas de lo
local(...). Es erigir lo inmediato, en la categoría de los mitos
universales”.[18]
En
Carpentier la revelación cultural de la naturaleza humana de nuestros
pueblos pasa por el vínculo de lo local con lo universal, sin caer en
localismos estériles ni en universalismos abstractos. Son mediaciones que se resuelven no tanto en la contradicción
como en la conexión. Se
trata más que todo de un sentido identitario que no soslaya la
universalidad, que “el novelista de América está cobrando, cada día más,
la conciencia de esta verdad”.[19] Exige al
novelista latinoamericano, al mismo tiempo, ser cronista de su tiempo.
“(...) Cada cual ha de estar en su sitio.
Grandes acontecimientos se avecinan (...) y debe colocarse el
novelista en la primera fila de espectadores.
Los acontecimientos traen transformaciones, simbiosis,
trastrueques, movilizaciones de bloques humanos y de estratos sociales.
Un país nuestro puede cambiar su fisonomía en muy pocos años
(...). Ahí en la expresión del hervor de ese plasma humano está la auténtica
materia épica para el novelista nuestro”.[20]
Sencillamente, “para nosotros –enfatiza Carpentier- se ha
abierto en América Latina, la etapa de la novela épica, de un epos que
ya es y será nuestro en función de los contextos que nos incumben”[21].
Y es que lo épico en nuestros países es parte consustancial, a su
existir, vivir y devenir. No hay que construirlo.
Es inmanente a la realidad y encuentra concreción o se revela en
los múltiples contextos en que se expresa.
No hay que buscarlo con “lupa”, está ahí. Igualmente sucede con el barroquismo y lo real maravilloso.
Pero el estar ahí y su revelación no se da por generación espontánea.
Requiere de sujetos con pensamiento alado, de mucha imaginación y
alta sensibilidad aprehensiva. Los
cosmos de misterios y maravillas “acompañados de himnos mágicos”,
emergen a los cosmos espiritualmente ricos.
Por eso Carpentier en su magna novelística no tenía que emplear
recursos externos y artificios. Se
revelaban a sí, porque dentro los llevaba.
Revelación cultural y naturaleza humana de nuestro ser esencial,
fluyen en Carpentier como las aguas cristalinas de un río virgen que sólo
esperan cauces para asomar su lozanía y complicidad con el creador mismo.
Una realidad prodigiosa llena de encantos, de mitos y de leyendas,
donde la mirada humana puede encontrar verdad, bondad y belleza, si une la
razón con los sentimientos, el oficio con la misión y deja que la
realidad cobije su imaginación y la deje volar.
El
descubrimiento de lo real maravilloso, síntesis creadora de una cosmovisión
humanista que une en apretado haz filosofía y literatura, hizo mucho y
dijo más... Referencias: [1]
Carpentier, A. Razón de ser. Obra citada, pp. 27-28. [2]
Portuondo, J. A. Alejo Carpentier, creador y teórico de la
literatura. En Alejo Carpentier. Serie Valoración múltiple. Casa de las
Américas, La Habana, 1975, p. 87. [3]
“En el mundo de la novela de Alejo Carpentier, la semántica del
tiempo y el espacio tiene una importancia primordial; sólo comprendiéndola
podemos acercarnos a su barroco y a “lo real maravilloso”.
Además, aquí el papel del tiempo-espacio, cambia de obra en
obra: ora el autor desarrolla una tensión entre el tiempo de la
narración (o del cuento) y el llamado tiempo contado (o del
“contenido”), ora revela su punto de vista formando lo dominante
en las interrelaciones del espacio y el tiempo del “contenido”.
En unas cuantas novelas Carpentier pone en correspondencia el
desarrollo del contenido con un tiempo musical(...)
En todas las grandes novelas del escritor cubano, el drama y el
tiempo individuales retroceden ante los grandes espacios épicos y
ante el tiempo humano que transcurre en el plano más amplio, ante los
procesos, conflictos y bruscos cambios colectivos. Esto no significa que los héroes no tienen su papel en la
historia: ellos tienen un papel, pero es sólo una parte, un papel que
tarde o temprano será agotado y sólo al precio de la más alta tensión,
de una auténtica autosuperación, del descubrimiento en sí mismo de
fuerzas creadoras, pueden ellas dejar huellas en el tiempo de la
humanidad” (Talvet, J. Algunos aspectos del tiempo y del espacio en
la novelística de Alejo Carpentier. En Coloquio sobre Alejo
Carpentier. Obra cit. pp. 141-142) [4]
Ibídem, p. 149. [5]
Ibídem, p. 150. [6]
“(...) Puede decirse que en nuestra vida presente conviven las tres
realidades temporales agustinianas: el tiempo pasado -tiempo de
memoria-, el tiempo presente –tiempo de la visión o de la intuición-,
el tiempo futuro o tiempo de espera.
Y esto en simultaneidad. La
historia de nuestra América pesa mucho sobre el presente del hombre
latinoamericano; pesa mucho más que el pasado europeo sobre el hombre
europeo” (Carpentier, A. Razón de ser. Obra cit. p. 98).
[7]
Ibídem, p. 97. [8]
Ibídem. [9]
Por eso Carpentier hace tanto énfasis en el ensayo de Martí
“Nuestra América” y lo cualifica como obra barroca.
Con razón, pues, “Nuestra América” es un ensayo cultural,
identitario con alma política, de raíz americana y con vocación
ecuménica. [10]
Carpentier, A. Habla Alejo Carpentier. Obra
citada pp. 23-24 [11]
Ibídem, pp. 25-26. [12]
Ibídem. [13]
¿Qué consejos daría usted a un joven escritor para que se
desarrolle y alcance madurez, en cuanto a técnica y expresión? “¿Consejos?
Trabajar, trabajar, trabajar... Probar con todos los géneros para
saber cuáles corresponden realmente a su sensibilidad.
Hallar el género, el medio de expresión, adecuados.
Eso lo descubre el escritor por sí mismo, sin que tengan que
hablarle ni aconsejarle. Una
mañana, una tarde, una noche, al terminar de ennegrecer una
cuartilla, el escritor siente que aquello que andaba buscando, dando
tumbos y palos de ciego, ha cristalizado.
Ahí apareció un estilo suyo, un enfoque personal, una forma,
que lo satisfacen... Por lo demás, es menester que los escritores jóvenes
dejen de lado toda
impaciencia por ser conocidos o reconocidos.
La carrera literaria es la más larga de las carreras.
Yo calculo que se
necesitan veinte años de actividad para que la firma de un autor...
empiece apenas a ser conocida por el público lector.
Después, es la recompensa, el premio... Cuando el público
reconoce a un autor, lo sigue en todas sus creaciones”. (Ibídem. P.
43) [14]
Carpentier, A. Sobre el meridiano intelectual de nuestra América.
En Ensayos. Edit. Letras cubanas, La Habana, 1984, pp. 155-156. [15]
Carpentier A. “Cervantes en el alba de hoy.
En Ensayos. Edit. Letras cubanas, La Habana, 1984, p. 229. [16]
Carpentier, A. Tientos y diferencias. Obra cit. p. 17. [17]
Ibídem, p. 18. [18]
Carpentier, A. De lo local a lo universal.
En El nacional, Caracas, 27 de febrero de 1955. [19]
Carpentier, A. El escenario y la novela.
En El nacional, Caracas, 10 de abril de 1956. [20]
Carpentier, a. El escenario y la novela.
En El nacional, Caracas, 10 de abril de 21952, pp. 34-35. [21] Ibídem, p. 35. |
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana.
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