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Globalización
de la cultura, equidad y justicia social. Dr. Sc. Rigoberto Pupo. |
La
globalización[1] es un fenómeno histórico
– cultural objetivo, resultado del desarrollo de la ciencia, la técnica
y la cultura en general. Sin embargo este proceso de planetarización de
las relaciones económicas, políticas y sociales ha devenido infecundo
para las grandes masas del planeta. Más que desarrollo cultural humano,
la globalización neoliberal ha traído como consecuencia que aumenten las
barreras existentes entre los pobres y los ricos, a través del dominio de
las transnacionales y la unipolaridad del imperialismo norteamericano, con
la caída de la URSS y el campo socialista que servían de medio de contención. La
realidad global es presentada y concebida por algunos ideólogos del
mercado y el consumismo, como la apertura del “paraíso”.
Sencillamente, “el abandono de los sistemas económicos, políticos y
sociales fundados en las doctrinas del “socialismo científico”, la
revolución informática ocurrida en las últimas décadas del siglo xx y
la mundialización de la economía son fenómenos que se perciben en los
países por comodidad llamados “occidentales” como pruebas de la
llegada de una época, aparentemente definitiva, en la que se producirán
la homogeneización de las sociedades humanas en todos los confines del
planeta, la adopción cada día con mayor vigor de la forma de vida
occidental, la renuncia a las costumbres, a los hábitos ancestrales de
los pueblos del mundo y en general la desaparición de las culturas vernáculas:
“De aquí en adelante -dice Francis Fukuyama en su ensayo sobre el fin
de la historia- todo va a ser más o menos igual; alternativas al mundo
actual no van a existir’’. Esta
afirmación da por hecho que el mundo actual, aquel que verdaderamente
merecía el nombre de “mundo actual”, es el de los Estados Unidos, de
donde Fukuyama es ciudadano; o probablemente el de los aeropuertos y el de
las vialidades y centros comerciales que siguen la moda norteamericana de
desarrollo urbano- suburbano de las principales ciudades europeas, de
algunas asiáticas y hasta de una que otra de las capitales
latinoamericanas, que en efecto, no se puede negar, se parecen
extraordinariamente entre sí. El mundo, según Fukuyama, serían todos
aquellos espacios sociales en donde la economía de mercado tiene absoluto
dominio; en donde un buen número de quienes los integran adoptan las
modas vestimentarias de tipo occidental y aquél en donde los individuos
tienen acceso a los productos tecnológicos de la industria de la informática[2].
Así, dicen otros autores, el mundo será como una gran aldea global”[3].
Sí, pero una aldea moldeada acorde a los intereses de las grandes
corporaciones industriales y comerciales y de las tecnologías que en el
seno de los propios países han aniquilado la pequeña y mediada empresa
para satisfacer su voraz dominio mundial[4]. Hoy
el mundo vive un momento difícil, pues la globalización neoliberal no sólo
impide el desarrollo del llamado tercer mundo, sino que está poniendo en
peligro la propia existencia de nuestro planeta con su acción
depredadora. Por eso urge una
ecosofía que funde una conciencia de resistencia y de lucha.
Una utopía realista, sustentada en la cultura del ser y la
existencia humana para bien de todos. De lo contrario, no habrá ni
perdedores ni ganadores, sino desaparición del planeta y de toda la
humanidad. En
este panorama sombrío la cultura tiene mucho que decir y hacer, en
defensa de su propia existencia. Como realmente no ha ocurrido una
globalización de la humanidad de la cultura, fundada en la tolerancia, el
diálogo, la solidaridad, la equidad y la justicia social, es necesario,
desde la cultura misma, defender nuestras identidades con espíritu de raíz
y vocación ecuménica. El ensayo de Martí “Nuestra América”, puede
servirnos de guía. Es un manifiesto identitario, que alumbra con luz de
estrella[5].
La identidad nacional
integra en su expresión sintética la comunidad de aspectos
socioculturales, étnicos lingüísticos, económicos, territoriales,
etc., así como la conciencia histórica en que se piensa su ser esencial
en tanto tal, incluyendo su auténtica realización humana, y las
posibilidades de originalidad y creación. Por eso la globalización
neoliberal de la cultura resulta insostenible. La
aprehensión cultural cuando está huérfana de ideas y
propósitos raigales mata la creación humana. Y la globalización
neoliberal de la cultura lo único que puede “aportar” es el
intercambio de actividad y productos enajenados y con ello las crisis de
valores y los vacíos existenciales. La
identidad nacional no es una entelequia a priori que se sitúa por encima
de los pueblos y naciones. Es,
en su realidad concreta, un proceso y resultado de la actividad humana en
su historia particular, como vía de acceso a la universalidad de su ser
esencial. Proceso que
transcurre como afirmación y reafirmación del ser histórico, singular,
en tanto condición imprescindible para participar de la universalidad.
Resultado que encarna y despliega en síntesis lo singular auténtico,
enriquecido, expresado ya como universal concreto.
"Por ello -escribe Alejandro Serrano Caldera-, el
latinoamericano se plantea la identidad como problema previo, y su filosofía,
en lugar de constituirse sobre la reflexión de los universales
tradicionalmente aceptados como sujetos del empeño filosófico, se ha
iniciado en la búsqueda de la especificidad de lo latinoamericano que es
la condición de la universalidad de su ser.
Si la filosofía, -enfatiza el filósofo- como lo señala Leopoldo
Zea, es actividad humana que tiene por objeto resolver problemas humanos,
es claro que en nuestra circunstancia la tarea principal de la filosofía
consiste en plantearse y resolver el más humano de nuestros problemas que
es el de la identidad de nuestro ser"[6]. Esta
tesis, en función de la identidad latinoamericana, es común en cuanto a
su esencia a toda identidad particular.
Además resulta impensable e imposible concebir lo latinoamericano
al margen de las naciones que lo integran y concretan.
Sencillamente lo específico y propio de lo cubano y lo
latinoamericano, determinan y encarnan la dialéctica de lo singular y lo
particular, en un proceso de síntesis hacia lo universal y concreto.
Es precisamente en esta dinámica donde se despliega y toma cuerpo
la cultura cubana y latinoamericana con vocación de universalidad.
Sencillamente "lo universal está contenido en lo particular;
éste es denso precipitado de la universalidad. La búsqueda de nuestra
particularidad como latinoamericano es condición de la búsqueda de
nuestra universalidad como seres humanos; ser latinoamericano es el
principio que nos aproxima al ser..."[7]. La
comprensión de este proceso dimana de la misma realidad histórica en que
se ha ido gestando la identidad.
"Identidad hecha, como todas las identidades, en la historia,
combinando las razas y culturas propias de las razas que se han dado cita
en esta región"[8]. La
identidad no se forja en la imitación de lo extraño, ni con la copia mimética
de las influencias extranjeras ni con patrones homogéneos impuestos. No
es posible homogeneizar la cultura[9].
Es un proceso dialéctico de afirmación, negación y creación que
encarna una realidad histórica concreta por sujetos reales y actuantes.
Es su propia obra objetivada en lo esencial en la cultura nacional
o regional, condensada en una fuerza material y una conciencia histórica
que afirma el ser del pueblo y condiciona su desarrollo. La
cultura, en tanto ser esencial y medida del desarrollo alcanzado por el
hombre en su quehacer práctico-espiritual, representa una categoría
clave para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos de
desarrollo. Su valor teórico-metodológico es evidente, pues con su
ayuda "se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las
formas histórico-concretas de la vida social de la actividad de los
diferentes grupos sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido su
producción material y espiritual, de los aspectos originales y propios de
ese conglomerado social..."[10] así como sus dominios
universal y específico en que se expresa. La
cultura como proceso y resultado de la actividad humana, deviene así
grado cualitativo de universalización del hombre y de su obra, a tal
punto que lo reproduce en calidad de sujeto humanizando la naturaleza y
haciendo historia.[11]
Todo enmarcado en un proceso continuo de producción, reproducción,
creación e intercambio de la obra humana en sus múltiples
manifestaciones. Es un
proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira el pasado,
afianza el presente y proyecta el futuro, a partir, del reconocimiento de
las posibilidades y los límites en que se despliega su energía creadora
en un marco histórico concreto. Al
margen de la cultura es imposible revelar la dialéctica de lo general y
lo particular, lo autóctono y lo foráneo, lo auténtico y lo inauténtico
de un país o sociedad concreta.
Su función integradora dimana del hecho de que "la producción
social, siendo la producción de las condiciones materiales de vida de los
hombres, de sus relaciones y su conciencia es, al mismo tiempo, la
producción por ellos de sí mismos, su autoproducción, lo que existe no
como rama independiente y aislada de la actividad humana, sino como forma
de la propia producción material y espiritual"[12].Cada
cultura, en su proceso dinámico de desarrollo y en la encarnación real
de sus resultados, concreta en síntesis múltiples determinaciones y
mediaciones en que tiene lugar su existencia como tal.
La cultura nacional que sirve de núcleo integrador a la identidad
de un país, resulta de la conjunción dinámica de muchos aspectos y
productos sociales, humanos, de índole universal, particular y singular,
engendrados en la historia como proceso de asimilación y creación, donde
cada país, en función de sus condiciones histórico-concretas y los
hombres que participan en calidad de sujetos históricos, obtiene un
determinado resultado que avala su existencia, y la razón de su ser
esencial.
Un producto nacional, que en la medida que expresa y compendia una
historia real concreta, resulta original y auténtico, a tal punto que se
objetiva y traduce en una base
o fundamento de sustentación de la existencia, y en una fuerza generadora
de sentimientos y conciencia históricas. Sin
embargo, la cultura no constituye una entidad abstracta fuera de las
clases. Si la cultura es producción del hombre sociohistóricamente
determinado, es lógico que las sociedades o naciones divididas en clases
trasciendan sus ideologías a la cultura[13].
La globalización neoliberal de la cultura, en su intento hegemónico,
trata por todos los medios de convertir
a la humanidad en sierva de sus designios. Hace de ella fácil
presa para que asuma acríticamente sus costumbres, hábitos y gustos.
Para ello lo primero que hacen
es desarraigar a los pueblos, “matar” su sentido de identidad, negar
el valor de las tradiciones y las culturas propias. Sencillamente,
arrancar las raíces para que el árbol caiga, y así imponer la cultura
dominante que enajena y envilece, sin resistencia y lucha. La
lógica cultural neoliberal globalizadora es inhumana por excelencia y es
necesario desarrollar una cultura humanista de resistencia, capaz de
subvertirla y plantear nuevas alternativas. Se
requiere de una cultura de la comprensión, fundada en la educación
comprensiva de la tolerancia para asumir con eficacia los obstáculos de
la incomprensión y la comprensión misma, los autoritarismos infecundos,
la ignorancia de los retos que presenta la trama de la vida, tanto
a nivel de conocimiento como a nivel de los valores, fundados en ideas,
argumentos, visiones diferentes, de carácter egocéntrico, etnocéntrico,
sociocéntrico, en detrimento de la individualidad, la socialidad o la
cultura de grupos. Es necesario, entonces, en función de la comprensión
productiva con todos y para todos, asumir una conciencia de la complejidad
humana que presida las acciones con apertura subjetiva incluyente, para
comprender las incertidumbres de lo real, del conocimiento, de los
valores, en fin, la incertidumbre de la ecología y de la acción, en pos de
la humanidad planetaria que requiere el futuro de la supervivencia de
nuestro planeta: La humanidad como destino planetario, es decir, la
sensibilidad de la comprensión para ponerse en el lugar del otro, sin
dejar de ser, y sin atomización ni homogeneidad estériles, por ser
ineficaces e inviables, humana y culturalmente. La
ética de género humano, compendia en síntesis concreta toda la
cosmovisión humanista de la
obra de Edgar Morin, particularmente el contenido de “Los Siete saberes
necesarios para la Educación de futuro”. Su idea pedagógica
rectora se generaliza teóricamente en: Una Cultura del ser
existencial para la convivencia humana, sin autoritarismo e
intolerancias estériles, como prerrequisito para el advenimiento de una
humanidad como ciudadanía planetaria, donde la relación individuo –
sociedad – especie, se aborde en toda su complejidad de mediaciones,
determinaciones y condicionamientos contextuales planetarios. Una ética
que propicie la democracia participativa y se construya en espacio
comunicativos, sobre la base de la razón y la sensibilidad dialógicas[14]. Ante la realidad dramática que impone la globalización cultural neoliberal no podemos cruzarnos de brazo. La razón utópica, consciente que es posible un mundo mejor, capaz de globalizar la solidaridad hace “camino al andar”. “Hoy se impone crear una nueva ética civilizatoria y responsabilidad social mundial para oponer a la injusticia, frustración y desesperanza que ha generado los odios y el terrorismo de los excluidos. Un nuevo orden político mundial sin exclusión y de respeto a la diversidad social, espiritual, cultural y filosófica, un nuevo orden mundial con equidad y tolerancia y donde los Estados nacionales redimensionen y reinventen su papel y su soberanía; en suma, un nuevo orden mundial enfocado a partir de un bien común planetario en donde la participación activa y crítica de la sociedad civil mundial sea uno de los principales protagonistas. Otro mundo es posible, necesario y urgente”[15]. Pero hay que construirlo… Referencias: [1]
Resulta interesante analizar algunas definiciones sobre globalización,
los desaciertos, las manipulaciones ideológicas, las confusiones, las
concepciones apologéticas, así como las actitudes de sospechas ante
dicho fenómeno.:“Globalización, concepto que pretende describir la
realidad inmediata como una sociedad planetaria, más allá de
fronteras, barreras arancelarias (véase Aranceles),
diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías políticas y
condiciones socio-económicas o culturales. Surge como consecuencia de
la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos económicos,
los conflictos sociales y los fenómenos político-culturales. En
sus inicios, el concepto de globalización se ha venido utilizando
para describir los cambios en las economías nacionales, cada vez más
integradas en sistemas sociales abiertos e interdependientes, sujetas
a los efectos de la libertad de los mercados, las fluctuaciones
monetarias y los movimientos especulativos de capital. Los ámbitos de
la realidad en los que mejor se refleja la globalización son la
economía, la innovación tecnológica y el ocio. La
caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista ha
impuesto una acusada mundialización de nuevas ideologías,
planteamientos políticos de "tercera vía", apuestas por la
superación de los antagonismos tradicionales, como
"izquierda-derecha", e incluso un claro deseo de
internacionalización de la justicia. En
todos los países crece un movimiento en favor de la creación de un
tribunal internacional, validado para juzgar los delitos contra los
derechos humanos, como el genocidio, el terrorismo y la persecución
política, religiosa, étnica o social.(Biblioteca de Consulta
Microsoft ® Encarta ® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation.
Reservados todos los derechos). “La globalización también es identificada como la era
de la información ya que implica “La transformación histórica
multidimensional definida por la transformación del sistema
productivo, del sistema organizativo, del sistema cultural y del
sistema institucional sobre la base de una revolución tecnológica
que no es la causa pero si el soporte indispensable.” (Castells en
Calderón, 2004: 19). Hacernos
preguntas sobre lo que queremos conocer es una manera de construir el
conocimiento, “¿Qué es la globalización?, ¿qué elementos nos
permiten definirla, reconocerla, aprehenderla?, Néstor García
Canclini (2000) califica a la Globalización como un objeto
cultural no identificado y esta adjetivación nos permite
introducirnos en un fenómeno complejo que puede ser abordado desde
diferentes perspectivas y sobre las cuales el mismo investigador señala:
“No es cierto mucho de lo que se dice sobre la globalización. Por
ejemplo, que uniforma a todo el mundo. Ni siquiera ha conseguido que
exista una sola definición de lo que significa globalizarse, ni que
nos pongamos de acuerdo sobre el momento histórico en que comenzó,
ni sobre su capacidad de reorganizar o descomponer el orden social.”
(Ob. Cit.: 45), por otra parte, Maffesoli (2004) dice que quienes
hablan de la globalización ignoran una realidad que es sincrética y
mestiza, lo cual nos remite a lo que Morin (1999) llama unidualidad. (
Cornejo, Hugo. Internet y preeminencia del sujeto…( Tesis doctoral) [2] Sólo que las afirmaciones de Fukuyama resultan completamente contrastantes con las relaciones sociales, económicas y políticas que se producen en todos los confines del mundo y en especial con las complejas realidades que se viven en los países de nuestra América Latina. En efecto, las suposiciones del autor mencionado dan por hecho que en el mundo occidental mismo habría una especie de continuum en donde todo es libre competencia, acceso igualitario al consumo y formas de pensamiento y de cultura material homogéneas, cuando todos sabemos que, por el contrario en los propios países occidentales existen fuertes disparidades sociales, fuertes contrastes económicos entre los grupos sociales que constituyen sus poblaciones y hasta profundas diferencias étnicas y culturales no sólo porque cada uno de ellos ha sido integrado conformado por grupos humanos sumamente diferentes entre sí, sino porque además se han visto obligados a integrar a grandes contingentes humanos provenientes de los lugares más distantes del continente europeo, del territorio de los Estados Unidos o del de Canadá o de Australia. Los migrantes son parte de sus paisajes sociales. Como todo el mundo sabe, la tan ponderada mundialización de la economía no es sino la expansión de las empresas trasnacionales más poderosas. Las beneficiarias de la amplia circulación de mercancías producidas en una importante cantidad de países asiáticos, europeos y del norte de América son principalmente corporaciones sin rostros definidos, sin nacionalidades, sin orígenes claros; entidades financieras que cambian sus capitales de un país a otro creando supuestos booms económicos y quiebras de economías nacionales en unos cuantos días. En nuestra América Latina los casos de México, Argentina y Venezuela ilustran muy bien el comportamiento de esos organismos difusos a veces ligados a intereses oscuros que ponen en jaque a los gobiernos del área y a la soberanía de las naciones” (Edgar Samuel Morales. La cultura Latinoamericana en la aldea global. Cuadernos Americanos No. 60. Nov- Dic. Año X. Vol. 6. 1996, p.37.) [3] Edgar Samuel Morales. La cultura Latinoamericana en la aldea global. Cuadernos Americanos No. 60. Nov- Dic. Año X. Vol. 6. 1996, p.37. [4]
No obstante eso, “Parece
algo normal hablar de globalización y, quizás evidente lo que se
entiende por el término, pero no es así, ya que encontramos diversas
conceptualizaciones para hablar de ella a partir del concepto de aldea
global desarrollado por McLuhan, o también Manuel Castells habla
de la sociedad red; otros autores hablan de la sociedad de
la información[4] y de la sociedad de la comunicación (Tedesco,
Galindo), Pensamiento Único (Estefanía), en su caso Armand
Mattelart la llama comunicación mundo. Todas estas acepciones
nos permiten ver que hay una amplia gama de consideraciones para
nombrar a este fenómeno de acuerdo a la ideología de quienes lo
manipulan ( Ver de Hugo Cornejo Internet y preeminencia sel
sujeto…(Tesis doctoral) . Sin
embargo, “debe precisarse el significado de la globalización. La
globalización representa un dato, un contexto, que incide en el
significado de la acción social, pero que está convirtiéndose en
lugar común. No todo está globalizado, pero todo está influido por
la globalización (Garreton, 1994), y es un hecho que este fenómeno
ha sido secuestrado por el capital financiero internacional. Hace
falta la construcción de un pensamiento crítico en torno a la
globalización que considere el conjunto de dimensiones incluidas en
este problema: sociales, culturales, políticas, comunicativas, etc.,
y no sólo económicas o financieras.” (Ramírez Saíz en Reguillo y
Fuentes, 1999: 150), lo cual muestra la complejidad del fenómeno y
que no es posible aprehenderlo desde sólo una perspectiva, como la
económica, que ha sido privilegiada desde la matriz de mercado en que
se desarrolla el pensamiento neoliberal. [5] La obra de Martí, en esencia, síntesis de pensamiento y acción postula un ideario ético-político de raíz humanista que en calidad de paradigma media y trasciende el presente y sirve de base proyectual del futuro. Precisamente por esto, devino modelo para transitar de la nación en sí frustrada por la intervención norteamericana (nación fuera de sí) hacia la nación para sí. [6]
Alejandro Serrano C. Prolegómenos
a una teoría del ser latinoamericano. En Anuario de Estudios Latinoamericanos, No. 17 UNAM. México,
1985, pág. 20. [7]
Ibídem, pág. 18. [8] Leopoldo
Zea. "La Revolución Cubana en la dialéctica de la
historia". Cuadernos
Americanos No. 7 UNAM, México, 1988, pág. 78. [9]
"El hombre americano -escribe
Zea- se pregunta sobre la posibilidad de participar en la cultura
occidental en otros términos que no sean los puramente imitativos.
No quiere seguir viviendo, como decía Hegel, a la sombra de la
cultura occidental, sino participar en ella.
Es esta su participación la que debe ser original ...), la del
hombre que, a partir de unas determinadas circunstancias que le han
tocado en suerte, interviene en la elaboración de la cultura (...),
aportando a la misma las experiencias que ha originado su situación
concreta. Es la
preocupación del hombre que quiere ser algo más que el reflejo o eco
de una cultura; la del hombre que quiere ser parte activa de la
misma". (Leopoldo Zea. "América en la historia".
Fondo de Cultura Económica), (México, 1957, pág. 12).
[10]
Pablo Guadarrama, Nicolai P. Lo
universal y lo específico en la cultura.
Edit. C. Sociales, La Habana, 1990, pág. 65. [11]
Sobre esto ver C. Marx y F. Engels.
La Ideología Alemana, primer capítulo.
Aquí aparece un análisis profundo del devenir histórico del
hombre y su cultura. [12]
V. Mezhviev.
La cultura y la historia.
Edit. Progreso, Moscú, 1980, pág. 116. [13]
Esto no significa en modo alguno
ideologizar en grado extremo la concepción de la cultura y mucho
menos negar los valores culturales universales. [14] En mi criterio, si somos consecuentes con la concepción de Morin, no se debe separar nunca la sensibilidad de la razón como hizo el paradigma de la Modernidad y lo repite la globalización neoliberal de la cultura. [15] Samuel Sosa Fuentes. El reto del nuevo siglo: la cultura global de la violencia y el terror o una nueva ética mundial social y humana. Cuadernos Americanos No. 95. Sep- oct. Año XVI Vo. 5. 2002, p. 32. |
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana.
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