El ensayo y su elan filosófico- cultural y complejo por Dr. Sc.
Rigoberto Pupo Pupo |
Este
trabajo refiere al ensayo como género literario, suscitador de
aprehensiones varias, destacando su elan filosófico – cultural y las
infinitas posibilidades hermenéuticas que posee para asumir la realidad
con sentido complejo, a través de un discurso integrador que
no impone ni dispone, sino propone… La
concepción del ensayo, como el ensayo mismo, tiene su historia.
Como género literario no siempre su definición conceptual[1]
ha coincidido con su contenido real.
Ha primado con frecuencia la superficialidad definitoria y
acomodaticia de encuadrar un concepto, con independencia de su correlato
con la realidad y el espíritu animador del sujeto que piensa, siente y
actúa.[2]
Sencillamente, por tradición lógica hay que definir, aunque se
empobrezca lo definido. ¿Actitud nihilista ante las definiciones lógicas?
Por supuesto que no, siempre y cuando se conciban en su relatividad
aproximativa, como
acercamiento al objeto y a sus diversas mediaciones que lo hacen
complejo. Es
necesario tener en cuenta la especificidad del objeto y el sujeto que lo
aprehende, es decir, en resumen, seguir la lógica especial del objeto
particular y su inserción histórico-cultural.
Por
eso, los grandes espíritus ensayistas y nuestro continente es pródigo en
ello- no rehúyen las definiciones como punto de partida del discurso analítico
y sintetizador, pero las completan con las caracterizaciones, la imaginación
creadora y otras formas aprehensivas, incluidas la hermenéutica, la semiótica
y el psicoanálisis en la configuración del discurso.
No
siempre el rigorismo lógico y los prejuicios formales que le son
inherentes han reinado absolutamente con sus secuelas autoritaristas. Sin
embargo el género ensayístico ha sufrido sus nefastas consecuencias.
Se ha considerado ejercicio intelectual de menor grado.
Medardo Vitier, mente de alta estirpe de Cuba y América, lo
ilustra con fuerza convincente: "(...) Kelly, el hispanista inglés,
que tanto predicamento alcanza a virtud de su Historia, ni siquiera usa la
palabra ensayo en las líneas que escribe sobre D. Miguel de Unamuno.
Es cierto que fija la importancia de la figura, pues dice: "Es
un talento múltiple: erudito, crítico, poeta (...) pero no apunta la
función del ensayista ni se detiene a ese respecto en otros coetáneos de
Unamuno que con sus ensayos dan fisonomía a las letras españolas (...)
Estudia los escritores románticos (...) mas de aquella concepción del
mundo que comunicó tono inconfundible a la época literaria, no hay
noticia (...) El ensayo es en ellos se refiere también a Ortega y Gasset-
y lo ha sido para la sensibilidad española en estos decenios de la
centuria, cosa orgánica, sustantiva, porque ha examinado, del novecientos
acá, los motivos y valores del alma nacional."[3] Esta
tendencia, por suerte, no se impuso.
La concepción de que las fronteras entre los géneros literarios más
que absolutas, son movedizas, inestables y relativas, convirtióse en
convicción y la tesis del grande ensayista martiano, Juan Marinello, de
que el
tratado impone y el ensayo pone, abre cauces de sorprendente valía.[4]
Y es que el ensayo -sin menospreciar los otros géneros literarios
que cumplen sus respectivas funciones en la literatura-, posee
particularidades propias que enriquecen, avivan y vitalizan el pensamiento
creador y la ascensión humana. Su
miraje sociocultural antropológico permeado de espiritualidad
escrutadora, convierte en indisoluble haz la filosofía, la literatura, el
arte, la sociología y todas las ciencias del hombre para desplegarse con
fuerza hacia la naturaleza del cosmos humano en relación con su universo
cultural y social.[5] El
elan filosófico cultural que resume y nuclea al ensayo, en su
esencialidad, posibilita que el discurso que lo encauza vincule en
estrecha unidad las ciencias del hombre.
Evita por su propia naturaleza, la especialización discursiva, que
aunque en los tratados didácticos intente agotar los problemas en
sistemas coherentes, enseña, pero no cultiva.
Y la enseñanza es parte de la cultura, pero no la cultura misma,
que implica por sobre todas las cosas sensibilidad humana, razón utópica
y conciencia crítica. Triada
imprescindible para la formación humana.
¿Aversión a los tratados? Indudablemente que no, pues organizan
la mente, informan, sistematizan los conocimientos y valores heredados. Pero para la flexibilidad dialéctica, la cultura del ser
existencial humano y la búsqueda creadora, el discurso ensayístico es
insustituible. Se trata de
una necesidad de humano propósito, presente en todas las latitudes de la
civilización humana. En
Europa, la tradición ensayística por exigencia cultural, a partir de
Montaigne encuentra desarrollo y concreción.
Grandes mentes excepcionales de las letras y la filosofía, sin
proponérselo, recurren al ensayo para expresar su ser esencial y el
devenir de sus circunstancias temporales, intereses y fines humanos.[6] En
España, la historia del ensayo, como expresión también de la
subjetividad humana, en perenne búsqueda de la creciente espiritualidad y
los problemas del hombre, en relación con la sociedad, encuentra grandes
cultivadores[7]Durante el siglo XIX el
ensayo continúa cultivándose con vigor y se consolida en su forma actual
con la Generación del 98. Larra
publicó numerosos artículos en periódicos y revistas de la época,
posteriormente recopilados en Colección
de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres
(1835-1837, 5 volúmenes) y Angel Gavinet (Idearium español) es el
antecedente más inmediato de la Generación del 98.
Le siguen Unamuno (En torno al casticismo; La vida es sueño) y
Azorín (Los pueblos; Castilla).
La erudición queda representada en la obra de Menéndez Pidal,
autor de reconocido prestigio en Europa.
Los principales exponentes de la corriente
ensayística anterior a la guerra son Ortega y Gasset (España
invertebrada; La rebelión de las masas), Eugenio d'Ors (Glosario) y Gregorio Marañón (Enrique
IV de Castilla; Don Juan). (Ibídem)
que hicieron época e influyeron con fuerza en nuestra América. En
América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural.
Su propia conformación histórica y su ímpetu de resistencia a no
ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crítica
ante su realidad y la alienación que la acompaña[8].
Emancipación humano-cultural, política y social impulsan una
específica actitud. Los
hombres de letras y su producción espiritual se convierten en
autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raíz
americana y espíritu ecuménico. A
todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al
"hombre natural", en el decir de José Martí: su rica
espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser
imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad.
Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única
en sus propósitos. Un ser
pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para revelar realismo
mágico y lo real maravilloso porque está presente en sus propias
circunstancias. Esto y mucho
más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas
latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los
colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de
alto valor cogitativo y numen cosmovisivo.[9]
En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como
totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada.
Porque, según expresa Martí en su magistral ensayo Nuestra América:
"La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol
glorioso el chaleco colorado. La
prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea."[10]
Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural
que lleva dentro el discurso. La
tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado dispone
y el ensayo
pone cualifica
con creces la naturaleza expresiva y la inagotable riqueza
subjetiva de éste. Dos
rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al ensayo: el sello
personal del escritor y el despliegue no sistemático del tema.
Ambos imprimen sentido filosófico-cultural al discurso: por la cósmica
aprehensión del asunto y por la sensibilidad de expresión con que se
asume. Oigamos a modo
ilustrativo el verbo de Martí en su grande estilo ensayístico: "Él
traía su religión -se refiere al magno predicador Henry Ward Beecher-
oreada por la vida. Él venía
del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre le inspiró una
elocuencia sincera y amable. Hacía
tiempo que no se oían en los púlpitos acentos humanos.
Le decían payaso, profanador, hereje.
Él hacía reir; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se
atrevía a arrancar aplausos! Él no tomaba jamás su texto del Viejo
Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y
la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la naturaleza.
En lógica, cojeaba. Su
latín era un entuerto. Su
sintaxis toda talones. Por
los dogmas pasaba como escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las
aves, como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los
hombres experimentaban emociones viriles!"[11] A
los dos rasgos señalados -cualidades esenciales del ensayo-
se derivan otros,[12]
que no
por secundarios, restan valor al género.
Todo lo contrario: emanan de ellos para completarlos: la imaginación,
predominio de los sentimientos, las imágenes, las emociones.
El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con
ello, pleno de aperturas y aprehensiones.
El estilo es dúctil, sugerente y tolerante.
Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo
absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva.[13]
No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero
lo hace por cauces culturales con alto vuelo cogitativo.
Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero
los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas.
Cultiva humanidad y axiología de la acción con nobles propósitos.
Hay pedagogía en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural.
Por eso no es normativo, sino comunicativo.
Parte del yo personal, pero como se dirige a la persona humana y a
sus motivos capitales, respeta al otro.
Fluye con desenfreno el mundo interior del escritor, con
sentencias, frases aforísticas, ideas
grandes por
sus posibles
varias recepciones
e interpretaciones, metáforas, dichos populares, etc. pero no
siempre con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad,
encontrar consenso y lograr empatía. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo, refiere a la
vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre nuestro asunto con
excelsa maestría: “Tiene (...) innegable
objetividad en cuanto
nos va presentando el contenido del Quijote.
Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas personales que
hallaríamos en una historia literaria donde el autor dedicase uno o más
capítulos a la interpretación del famoso libro.
Porque Unamuno se vierte todo él, con su irremediable desasosiego
espiritual en esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero que consigue
inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la vez de humana
universalidad que él sazona con su propia psiquis atribulada. Su libro estudia, sí, el Quijote, y nos guía a verlo en lo
profundo, pero las mejores esencias de este trabajo son de aportación
personal. No es cosa de
erudición sino de sugestión. Ni
es la prosa didáctica que un plan frío ordena en yuxtaposiciones lógicas,
mesuradas, sino el fluir creciente de un lamento que se enciende en profecía
o se quiebra en lágrima viril. El
vasco "fino y fuerte", aclimatado en Castilla es allí la voz
viviente de la España grande. Nos
da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un estudio de riguroso método
filológico."[14] Por
supuesto, aquí nos detenemos en el ensayo literario-filosófico, bueno,
con vuelo de altura. Hay ensayo y ensayo.[15]
Pero imbuido en el espíritu de este género, nos dirigimos a lo
grande, a lo más perfecto, a los que han ganado status paradigmático por
su excelencia espiritual y su trascendencia.
No es posible pensar el ensayo en nuestro idioma sin recordar a
Unamuno, Ortega y Gasset, José Martí, José Vasconcelos, Alfonso Reyes,
José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Juan Marinello, Medardo y
Cintio Vitier, entre tantos que lo han cultivado en España y en nuestra
América, con devoción, talento y oficio. Estos
grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros tipos de prosa, como el
tratado (texto didáctico, manual, etc.), la monografía, la crítica, el
discurso, el artículo, etc. han
convertido el ensayo, más que en un género literario, en una misión de
creciente humanidad y eticidad concreta.
Sus propensiones fundadoras les han permitido develar en el ensayo
infinitos menesteres espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y
conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la formación del
hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no es bueno -enfatiza Martí-
que llegue el dirigir a ahogar (...) Garantizar la libertad humana -dejar
a los espíritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de
ajenos prejuicios las naturalezas (puras y vírgenes)- ponerlos en aptitud
de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía
marcada, he ahí el único modo de poblar la tierra de una generación
vigorosa y creadora que le falta. Las
redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales.
La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure
la libertad espiritual. Urge
libertar a los hombres de la tiranía, de la convención, que tuerce sus
sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un
caudal pernicioso, ajeno, frío y falso.
Este es uno de esos problemas
misteriosos que
ha de resolver la
ciencia humana (...)" [16] Esto
explica por sí solo, el por qué el ensayismo ha formado parte
consustancial de los grandes humanistas, preocupados por el drama del
hombre y por revelar todo lo que contribuya a la ascensión humana.
Explica, además, por qué se relievan y se incrementan con más
fuerza en los momentos de crisis existenciales, en las etapas de cambios y
períodos transicionales que más afectan al hombre, los valores y la
cultura. Es
en sí mismo, el ensayo, una escritura crítica de reflexión y búsqueda
en torno a problemas sensibles del hombre o relacionados con él.
Un discurso, a veces con ribete agónico, en función de las
disyuntivas que presenta la realidad humana y su discernimiento para
elegir lo que humanamente se considera más racional por parte del
escritor. Por eso en su
interior hay una intencionalidad expresa que signa la lógica del
problema, pero ajeno a fórmulas o esquemas preconcebidos.
Hay recursos técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados
por su subjetividad indagadora y su capacidad personal. El
ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez
discursiva. Ante la revisión
de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan
ineficaces y poco atrayentes. La
osadía, la exposición al riesgo y la valentía son atributos
cualificadores del buen ensayista. Como
también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue
Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la
forma y una señal (...) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos
más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto
de su comunicación. Flota en
sus períodos también ese polvo inasible del misterio humano (...)
Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores
ensayos. Dígase gracia estética
si se quiere."[17] Gracia
estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la
elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las
idas. Unido a la coherencia
del discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas.
El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos hace cómplice
y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella
cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos
labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la
pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada,
sierva de amor y al mal, rebelde. Ha
muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto.
Llorarlo fuera poco. Estudiar
sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes
naturalezas y digno de ellas. Trabajó
en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver
morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador! Sus
manos, hechas
a manejar los tiempos,
eran capaces de crearlos. Para
él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los
hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto.
El lo dio a mares (...) Cuando tenía que dar, lo daba todo; y
cuando nada ya tenía, daba amor y libros (...)
Él, que
pensaba como
profeta, amaba
como mujer." [18] Estamos
en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza
ensayística expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo.
La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir
en sus cauces culturales, imprime razón estética.
La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están
insertos a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa
bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por
cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y
la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor con
profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura,
pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad
humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico,
acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del
pasado que sirve de raíz. Por
eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen
ensayo. Todavía más: es su
mediación central. Porque
lo dota
de sentido
cosmovisivo al hacer
centro suyo la subjetividad
en sus
varios atributos
cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al
mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo
funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una
cultura de la sensibilidad y la razón. En
fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica
conciencia crítica, razón utópica realista y cultura de la
sensibilidad. En
los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la
homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que
sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho
que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización?
Por supuesto que no. Es
un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura.
Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayística
fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raíces con
vocación ecuménica. El
ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad, no puede hacer coro
con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural
y la negación de los principios humanistas que propagan algunas
corrientes postmodernistas. No
se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos
verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del
tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vacíos
existenciales. Ante
el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en los albores del
siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer.
Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol
de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas.
Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la
bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados (...)
Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".[19] En resumen, no permitamos que muera la utopía, porque es matar la esperanza. Los síntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el pesimista que también existe. La salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura. La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir. Referencias: [1] [2]
Ver de Vitier, M. Apuntaciones literarias. Edit. Minerva, La Habana,
1935, p. 11. *Dr. En
Filosofía. Profesor Titular. Investigador Titular de la Universidad
de La Habana. [3]
Medardo Vitier: Apuntaciones Literarias. Edit. Minerva, La Habana,
1935, p. 10. [4]
"Si bien algunas obras de escritores latinos como Cicerón, Séneca
y Plutarco pueden considerarse prototipos del género, el ensayo es
fundamentalmente invención del escritor francés Michel Euquem de
Montaigne. El desarrollo
de esta forma literaria es resultado de la preocupación por el ser
humano demostrada durante el renacimiento, que estimuló la exploración
del yo interior en relación con el mundo exterior.
Los Ensayos de
Montaigne (como el propio autor quiso llamar a las breves y personales
meditaciones en prosa que comenzó a publicar en 1580) surgieron en
una época de grandes cambios intelectuales y sociales; un período en
el que los europeos revisaron sus opiniones y valores sobre temas de
muy diversa naturaleza: la muerte y la posibilidad de una vida futura,
el viaje y la exploración o las relaciones sociales.
Temas que todavía hoy son los principales asuntos del ensayo
contemporáneo." (Ensayo. Enciclopedia Microsoft (R) Encarta (R)
1993-1997. Microsoft Corporation. [5]
"Comoquiera el ensayo se presta a la expresión de un
amplio espectro de preocupaciones personales y su estilo no es ni
mucho menos fijo. Ni
siquiera se inscribe en los límites de la prosa, como ponen de
manifiesto los poemas de Alexander Pope, Ensayo
sobre la crítica (1711) y Ensayo sobre el hombre
(1733). El ensayo es
un género flexible que el autor desarrolla y cultiva a su antojo.
Puede ser de carácter formal, como los Ensayos o consejos
civiles y morales (1527-1625) del filósofo y estadista inglés
Francis Bacon; o distendido y coloquial, como Sobre el placer de la caza, del crítico inglés William Hazlitt.
También puede ser lírico, como Los bosques de Maine, de Henry
Thoreau. En ocasiones puede adoptar la forma epistolar, como se pone
de manifiesto en las obras del escritor británico Oliver Goldsmith (Ciudadano
de mundo, 1762). Entre
los más atrevidos experimentadores del siglo XX destaca el escritor
estadounidense Norman Mailer, creador de un estilo que combina la
biografía, el documental, la historia, el periodismo y la ficción en
obras como Ejércitos de la
noche (1968), donde reflexiona sobre las protestas que levantó la
Guerra de Vietnam." (Ibídem). [6] "El ensayo se ha cultivado desde los tiempos de Montaigne en numerosas lenguas. La tradición francesa vive un extraordinario momento con las meditaciones de corte político y social de autores existencialistas como Albert Camus (Resistencia, rebelión y muerte, 1945) y Simone de Beauvoir (El segundo sexo, 1949). El novelista alemán Thomas Mann, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue uno de los ensayistas más prolíficos de su país, como se pone de manifiesto en su voluminosa colección titulada Ensayos de tres décadas (1947). El escritor alemán de origen búlgaro Elias Canetti consagró veinte años de su vida a la monumental investigación Masa y poder, cuyo primer volumen vio la luz en 1960. En Italia cabe mencionar a Cesare Pavese (Diálogos con Leuco; La Literatura norteamericana y otros ensayos), Italo Calvino (Punto y aparte; Colección de arena) y Leonardo Sciascia (Fiestas religiosas en Sicilia; La cuerda de los locos; Crucigrama), que realizaron importantes aportaciones al debate literario y político de la posguerra europea. El ensayo ha gozado de gran popularidad en Polonia con las obras del poeta Zbigniew Herbert y el crítico Jan Kott. Entre los más destacados ensayistas rusos destacan Ivan Turguéniev (Apuntes de un deportista, 1852) y Alexandr Solzhenitsin, que continuó la tradición un siglo más tarde ofreciendo un retrato realista de las injusticias sociales. Al igual que Mailer, Solzhenitsin combinó la ficción con el reportaje y sus ensayos alcanzaron proporciones gigantescas en obras como Archipiélago Gulag (1974-1978)." (Ibídem). [7]
"Al
margen de la figura de fray Antonio de Guevara, considerado un
importante precedente del ensayismo español, los autores más
destacados aparecen en el siglo XVIII, impulsados por la fuerte
corriente europea. Feijoo
Cartas eruditas y curiosas,
1742-1760) realizó una importante labor divulgadora del pensamiento
europeo que contribuyó a elevar el nivel cultural de la época.
Las dos grandes figuras del ensayismo dieciochesco con Cadalso
y Jovellanos. Cadalso
analiza en sus Cartas marruecas
(1789) las causas de la decadencia española, mientras que Jovellanos
dedicó su vida y su obra a ofrecer soluciones prácticas para los
problemas del momento. Algunas
de sus obras más notables son Informe
en el expediente de la ley agraria (1795) y Elogio
de las Bellas Artes (1782)".(Ibídem) [8]
“Los más remotos orígenes del género
en Hispanoamérica se trasladan a la época colonial. Algunas Crónicas
de Indias las podemos considerar como ensayos, sobre todo con las
que se puede establecer cierta relación literaria. Tenemos a Cristóbal
Colón (c. 1451-1506) con sus cartas, diarios de navegación y
relaciones breves, igualmente los Naufragios
y comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca
(1507-155-9) y la Historia verdadera de
la Nueva
España de Bernal Díaz del Castillo (1496-1585), soldado de
Hernán Cortés. Son especialmente importantes Los Comentarios
reales del lnca Garcilaso de la Vega (1539-1616)
mestizo, hijo de un capitán extremeño y de una princesa incaica y la
Nueva crónica y buen gobierno del peruano Felipe Guzmán
Poma de Ayala (c. 1534- ...) entre otros. Haciendo la advertencia que
estas crónicas se escribieron sin propósito literario confesado. Otros
ejemplos importantes de prosa colonial son los escritos barrocos del
colombiano Hernando Domínguez Camargo, también la famosa Respuesta
a Sor Filotea de la Cruz (México, 1691) de Sor Juana Inés de
la Cruz (1648-95), o los escritos también barrocos de Carlos de Sigüenza
y Góngora (1645-1700). En algunos de estos textos no es difícil
percibir ya una clara actitud americanista, que dominará después
todo el siglo XIX y también la primera mitad del
XX. Las
luchas independentistas traen nuevas preocupaciones ideológicas y políticas,
las cuales por supuesto se convierten en el tema fundamental de
la literatura latinoamerericana a partir de 18l0, y el ensayo
por su idiosincrasia reflexiva y concientizadora es el texto más idóneo
para expresar los conflictos y las preocupaciones de este momento histórico
tan convulso. Se levantan voces que hablan de la tolerancia religiosa,
de los derechos individuales, de la libertad intelectual y la sociedad
igualitaria y republicana.. El espíritu de la Ilustración se
muestra en todo su alcance ya que circulaban -aún cuando en
forma clandestina- libros de orientación moderna: la Encyclopédie, obras de Bacon, Descartes, Copérnico,
Gassendi, Boyle, Leibniz, Locke, Condillac, Buffon, Voltaire,
Montesquieu, Rousseau, Lavoisier, Laplace. Pertenece a este momento
nuestros precursores, en primer lugar el Libertador Simón Bolívar
(1783-1830) no sólo por sus proclamas y correspondencia, sino también
por su sentido de lo estético que está reflejado en algunos textos
que le pertenecieron. Muy leídas son las cartas y escritos de don
Francisco de Miranda (1750-1816). Igualmente Simón Rodríguez,
el maestro del Libertador (1771-1854) lo podemos incorporar dentro de
los pioneros del género junto a Andrés Bello (1781-1865) por sus
escritos sumamente reflexivos. Estos son los precursores de los
escritores, pensadores y más específicamente, ensayistas que
buscaban la emancipación mental. Ya que con la independencia no sólo
se quiso cancelar el gobierno colonial sino que estos hombres se
esforzaron por expresar una nueva ideología. Casi todos ellos son
hombres de pensamiento y de acción, fecundos y enormemente
influyentes. Le
continúa un grupo de escritores que hemos deseado reunir en un solo
bloque porque integran cronológica e ideológicamente el momento más
significativo del desarrollo de un pensamiento americanista. Entre los
primeros tenemos a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Juan
Montalvo (1832-89), quien aparte de escribir sobre la realidad
americana, escribe ensayos al estilo de Bacon con títulos como
"De la nobleza", "De la belleza en el género
humano", "Los héroes" (Simón Bolívar), "Los
banquetes de los filósofos". Igualmente debemos destacar a
Eugenio María Hostos (1839-1903) y Manuel González Prada
(1844-1918). Recordemos también a Manuel Ugarte y los hermanos García
Calderón. Va surgiendo la preocupación de una expresión típicamente
americana: elaboración de un pensamiento, que sin desligarse de los
contenidos universales, reflejan un modo de ser, de reaccionar frente
a las cosas, arraigo de ideas”.( Cesia Ziona Hirshbein El
Ensayo en Venezuela Revista Electrónica Bilingüe .Nº 6,
Agosto 1996). [9]
En América Latina, la influencia de la ilustración y las
revoluciones del siglo XVIII, propiciaron la aparición de numerosos
trabajos. La Carta
a los españoles americanos, del jesuita peruano exiliado Juan
Pablo Viscardo, es uno de los primeros de una larga lista de autores:
Francisco Miranda, Andrés Bello, Fray Servando Teresa de Mier, Manuel
Palacio Fajardo y Vicente Rocafuerte, que escribieron a principios del
siglo XIX. Posteriormente
se pueden citar muchos ensayistas más.
Los argentinos Esteban Echevarría, Juan Bautista Alberdi y
Domingo Faustino Sarmiento; los chilenos Francisco Bilbao, Benjamín
Vicuña y Manuel Recabarren; el uruguayo José Enrique Rodó; el
cubano José Martí, y más recientemente, en México, Justo Sierra,
Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Samuel Ramos, Octavio Paz y Edmundo
O'Gosman, ente otros muchos. (Ibídem).
[10]
Martí, J., Nuestra América. O. C. Tomo 6. Editorial Nacional de
Cuba, La Habana, 1963, p. 21. [11]
Martí, J. Henry Ward Beecher. Su
vida y su obra. O.C. T. 13, Edit. Nacional de Cuba, La Habana, p. 64,
pp. 39-40. [12]Ver
Vitier, M. Obra cit. pp. 17-25. [13]
"La mentalidad del ensayista suele ser concentrada.
Emerson, por caso, es un espíritu intravertido, un meditador.
Lo es también Carlyle. Gustan
de espaciar sus contemplaciones en los ámbitos del yo.
Son los ensayistas filosóficos." (Vitier, M. obra citada,
p. 16). [14]
Vitier, M. El ensayo. Apuntaciones Literarias. Editorial Minerva, La
Habana, Cuba, 1935, p. 14. [15]
"(...) hay una tendencia al abuso del término: con
frecuencia se titulan ensayos trabajos de rigurosa economía didáctica
en su vida interna. A
veces es una aportación suelta, pero de pura objetividad, esto es,
carente de rasgos subjetivos sobre un tema cualquiera." (Ibídem,
p. 16). [16]
Martí, J. Libros. Notas. O. C. T. 18. Editorial Nacional de Cuba, La Habana,
1964, p. 290. Las notas
aquí citadas forman parte del plan del libro que Martí soñó
realizar, titulado "El concepto de la vida".
Seguramente hubiera sido un magno ensayo con acuciante elan
filosófico-cultural. Lamentablemente,
su muerte en el campo de batalla, luchando por la independencia de su
patria no le permitió realizar su gran proyecto. [17]
Vitier, M. Obra citada, p. 22. [18]
Martí, J. Cecilio Acosta. O. C. Tomo 8. Edit. Nacional de Cuba, La
Habana, 1963, p. 153. [19] Martí, J. Nuestra América. O. C. Tomo 6. Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 15. |
por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana
rigobertopp3@yahoo.com.mx
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