“El hombre, la Actividad humana, la Cultura
y sus mediaciones fundamentales” |
El
tema del hombre, la actividad humana y sus varios atributos cualificadores
(conocimiento, valor, praxis y comunicación), concretados en la cultura,
constituye, en esencia, el objeto de la filosofía de la cultura.
Un objeto en sí mismo integrador y transdisciplinario, en la
medida que la cultura abarca toda la producción humana, en su proceso y
resultado. Por eso el enfoque cultural es rico en condicionamientos,
mediaciones y determinaciones, y asume al hombre en relación
con la naturaleza y la sociedad como un proceso dialéctico –
unitario, donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza., es
decir, no hay lugar para las dicotomías estériles ni las antítesis
absolutas, heredadas de la racionalidad moderna y el paradigma en que se
expresa. Sencillamente, como decía Marx, es necesario “asumir la
realidad subjetivamente. La conciencia no es otra cosa que el ser
consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida real”[1].
Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico –
espiritual, toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta
todo su devenir, y
norma de una forma u otra, toda
su conducta y actuación. El
tema “El hombre, la actividad humana y la cultura” constituye hilo
conductor de las varias aprehensiones heurístico – hermenéuticas,
inmanentes al cauce cultural de búsqueda
con que se asume la investigación científica. El
enfoque cultural, devenido sentido cultural aprehensivo del objeto
investigado o método alumbrador del “edificio” del todo en lo que
tiene de esencial y significativo, descubre inusitadas vías para revelar el devenir humano en sus dimensiones plurales. Pensar la
realidad investigada con “mirada” cultural, posee un valor
extraordinario, desde el punto de vista teórico – metodológico y práctico.
Garantiza su asunción holístico
– compleja, libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones
vacías. En síntesis, es pensar la realidad subjetivamente como alertaba
Marx, en las Tesis sobre Feuerbach, en un proceso dialéctico, mediado por
la praxis, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, en
la construcción del conocimiento y la revelación de valores, en un
proceso intersubjetivo, fundado en la realidad, cuyos resultados se
incorporan a la cultura. Esta
perspectiva de análisis, es decir, asumir la realidad desde el hombre y
su actividad, encarnada en la cultura, posibilita metodológicamente
aprehender con sentido cultural y sistémico una racionalidad integradora
y un lenguaje epistemológico abierto, capaces de develar categorías y
conceptos centrales y operativos, sin perder el elan cultural que propicie
la interacción parte – todo, causa – efecto, esencia – fenómeno,
etc., evitando que “los árboles
impidan ver el bosque,”y viceversa. Así como abordar en toda su
complejidad, categorías como:
hombre, mundo, actividad, cultura, naturaleza, sociedad, objeto, sujeto,
objetividad, subjetividad, conocimiento, valor, praxis, comunicación,
identidad, diferencia, etc., que en ocasiones, imbuidos por la herencia de
la racionalidad moderna, se han asumido dicotómicamente, en relación de
antítesis; sin embargo, sobre la base de la comprensión del
condicionamiento cultural de todo saber, devienen unidad dialéctica. La
cultura, en sus varias aristas, religa, en sí misma, los distintos
atributos cualificadores de la actividad humana y con ello, unifica en lo
diverso las varias dimensiones del hombre en su
quehacer práctico – espiritual, es decir, las expresiones ontológica,
lógica, gnoseológica, valorativa, praxiológica, comunicativa,
identitaria, así como las disciplinas de carácter lingüístico, hermenéutico,
semiótico, histórico, político, ético, estético, jurídico, científico,
económico, etc. Esto es así, porque todas estas producciones del devenir
humano, son zonas de la cultura, y atributos cualificadores de ella. En la
cultura, las funciones integradora y transdisciplinaria
resultan per se, le son inmanentes. Su propio cauce vehicula
integralidad, interacción, vínculos, y con ello,
interdisciplinariedad, multi y transdisciplinariedad para captar
con eficacia el sentido cósmico que debe prevalecer para dar respuesta
a la era planetaria, afincado en la idea
alada, devenida utopía imprescindible de raigal humanismo, “que
es posible un mundo mejor”, como alternativa a la globalización
neoliberal, que aniquila el ser esencial humano, mediante el proceso
progresivo de alienación de la actividad y actividad de la enajenación y
la imposición de modelos culturales extraños de los centros de poder,
que traen aparejados el desarraigo y la dependencia. Una alternativa,
verdaderamente humana, es decir, cultural, parte de las raíces con vocación
ecuménica, como bien enseñó José Martí, en defensa
del ser esencial de nuestra América. El
carácter integrador de la cultura, y el énfasis especial que hace en la
humanidad del hombre y sus relaciones sociales, constituye un elemento
esencial para la conformación del diálogo cultural, de la
interculturalidad, sobre la base de las identidades y las diferencias,
mediadas por la tolerancia, que respeta al otro como ser humano,
independientemente de las diferencias de credos, razas, etc. Lo que no
impide que cada cultura defienda su ser esencial y rehace todo lo que
deshumaniza y enajena. No se puede olvidar que en la cultura misma están
presentes los sentidos de inclusión y exclusión[2],
como medio de garantizar su desarrollo endógeno, y asumir críticamente
lo exógeno. La
integralidad de la cultura y sus infinitas posibilidades heurísticas y
hermenéuticas, no sólo se reducen al contenido objeto de investigación.
Incluye otro momento central, subvalorado por el discurso
cientificista, es decir, la dimensión lingüística del hombre,
que no es sólo objetivación del pensamiento y medio de comunicación. El
lenguaje, en su condicionamiento y aprehensión culturales, es
fuente inagotable de creación. Tanto el lenguaje directo, expresado en
conceptos, juicios y razonamientos, como el tropológico, en sus varias
determinaciones figurativas aprehenden la verdad. Esto
significa que un enfoque fundado en la cultura, es por antonomasia,
incluyente, y su discurso, plural. De lo contrario, resulta imposible
superar los reduccionismos y las abstracciones estériles. Una metáfora
es tan valiosa como un concepto científico, y a veces más eficaz, por su
carácter suscitador y su posible recepción múltiple. Lo
mismo ha ocurrido con los géneros literarios, que
se han reducido en su generalidad al campo de
la literatura, cuando en realidad son expresiones de la cultura y
sus modos expresivos por excelencia, aplicables a todas las disciplinas
del saber humano. El tratado, la monografía, el artículo, no son sólo
las formas genéricas del
discurso científico. ¿Y el
ensayo, la poesía y
la narrativa? No sin razón
se plantea que en nuestro siglo actual, su presencia invadirá los
distintos predios de la cultura, pero
sin absolutizaciones y reduccionismos, para no caer en la misma
trampa de que hemos sido víctima. El
ensayo como literatura de ideas, es en sí mismo, búsqueda y creación.
Es un discurso que busca y crea por su pluralidad aprehensiva, que no
dispone ni impone, sino propone, y hace uso de todas las formas necesarias
del lenguaje en la búsqueda de sentido. No
es posible aferrarse sólo a
la verdad epistemológica del pensamiento, pues la buena
poesía es tan profunda y encauzadora de la verdad como el
pensamiento teórico mismo. Por eso creo en la verdad de la poesía y en
sus conceptos, imágenes y metáforas. Soy
de los que piensa que tanto la filosofía, la ciencia, como la poesía son
hijas de Sofía. No creo que unas expresen pensamiento y la otra,
sentimiento. Tampoco que la filosofía y la ciencia tengan que expresar su
discurso sólo a través de conceptos y categorías y la poesía, mediante
imágenes y metáforas. Todas, como formas aprehensivas humanas, pueden y
en realidad lo hacen, operar con las disímiles formas que la lengua
emplea para expresar la realidad. Esto,
por supuesto, no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las
circunscribe a un discurso unívoco. Es
hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados
del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la
simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La
complejidad de la realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar
el pensamiento y las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la
subjetividad humana, sin subjetivismos enajenantes. La
subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad.
Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos
cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos?
Ciertamente, existe filosofía poética y poesía filosófica. Pero por
ello no dejan de ser filosofía ni poesía. Sencillamente son modos
distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre. Modos que se complementan, amplían y completan para asumir
la realidad con más profundidad y concreción. El
discurso filosófico con elan poético, trabaja con pensamiento alado y
sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí da cuenta de ello.
La poesía en sí
misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al mismo tiempo
pensamiento, sentimiento, acción y comunicación. ¿Quién
puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesía? Tanto
la filosofía, la ciencia, como la poesía, con numen cultural, captan la
realidad como sistema complejo y abren cauces infinitos de aprehensión
humana. Lo mismo ocurre con la narrativa, con la buena novela. En la
radiografía cultural carpenteriana de los paisajes de Nuestra América y
de sus personajes, la creación aprehende la vida del hombre en sus múltiples
mediaciones. Sentimiento y razón compendian una totalidad integral. En lo
real maravilloso, no hay dicotomía conceptual ni conceptos y metáforas
sin vuelo. Lo objetivo y lo subjetivo se convierten recíprocamente para
encarnar en su despliegue una cultura vital que se impone tareas para
mejorar. Con razón justificada la
Filosofía, es un saber
cosmovisivo que da cuenta del hombre en relación con el Cosmos; la
ciencia, actividad cultural humana que tiene como objetivo la constitución
y fundamentación de un cuerpo sistemático del saber. Y el Arte, una
forma aprehensiva de la realidad, en su rica sensibilidad, tan auténtica,
como el pensamiento teórico mismo. Cada uno con sus especificidades,
diferencias y semejanzas, pero integrable a un discurso total, si no
pierde el condicionamiento cultural en
que se encauza, y la razón utópica que señala horizontes. Por
el camino de la cultura, en el futuro
habrá una sola ciencia: la ciencia del hombre, tal y como vaticinó
Carlos Marx, o la ciencia humana, como la llamó Martí. No importa que no
se llame ciencia, pues
siempre y cuando con sentido humanista, parta del hombre
y la actividad humana,
encarnada en la cultura, será un saber integrativo, plural,
ecologizado, que no separa conocimiento, valor, praxis y comunicación
humana. Y su discurso, todo
un cosmos de aprehensiones varias, capaz de “hablar con los colores y
ver con las palabras”, sin
abjurar de la buena lógica que exige todo saber creador. Sin
embargo, se imponen algunas interrogantes: ¿Hay
que repensar el saber y sus formas aprehensivas constituidas, en búsqueda
de nuevos horizontes para dar
respuesta a las exigencias de los
nuevos tiempos? ¿Cómo
encontrar nuevos cauces teórico – metodológicos, en momentos que
claman por grandes ideas, sobre la base de prácticas creadoras que
no separen la ciencia de la conciencia, el conocimiento de los valores, el
oficio de la misión humana, y la razón de los sentimientos? ¿Es
posible realizar estos magnos propósitos sin una reforma del pensamiento
y las mentalidades, que asuma conscientemente el condicionamiento
cultural del conocimiento y las otras formas de aprehender
la realidad en su contexto real? Se
trata de tres preguntas suscitadoras de muchas interrogantes, cuya solución
consagraría ipso facto a cualquier
autor. No
es este mi caso, ni intento realizar una empresa de tal
envergadura. Pero como dijo un gran poeta:
“caminante no hay camino, se hace camino al andar”… Eso he hecho: un
intento de “andar” para hacer camino, o quizás menos: desbrozar
veredas para divisar la luz y encontrar sentido…Porque el sólo hecho de
buscar sentido, conduce al escenario que construye y revela. De
las tres preguntas, en mi criterio, la tercera
deviene “trinchera de ideas sobre la base de una premisa de
partida y un propósito primario. Su
premisa de partida:
El hombre y la actividad humana concretada en
la cultura, para deducir genéticamente el sentido cultural, en
calidad de cauce integrador aprehensivo de la realidad en su integralidad,
y posibilitador de un discurso plural que, sin negar nihilistamente las
formas tradicionales, las fertiliza y alumbra con su asunción incluyente.
El
propósito primario:
Una reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen
y abstraen las infinitas mediaciones y vínculos en que deviene el todo
complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige
transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como
“instrucción del pensamiento… y dirección de los sentimientos”,
según la concepción martiana, deviene cauce central ante la necesidad de
dar respuesta a los desafíos del siglo XXI. Crear
hombres con alta
sensibilidad, que no den la espalda al drama humano, comprometidos con los
destinos de nuestro planeta Tierra, desarrollar
una cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la
globalización neoliberal, siendo, como sujeto, es una tarea que la
educación no puede soslayar. Sin
embargo, caben las siguientes preguntas: ¿Está la educación en
condiciones de ser guía espiritual de la formación humana? ¿Los
paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, en función de
la misión que le corresponde cumplir? ¿Ella misma no está contaminada
por el pensamiento único, los reduccionismos de corte positivistas, el
autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la intolerancia, el
determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles y otros lastres de
la modernidad que han quebrado por su ineficacia heurística, metodológica
y práctica? Este
glosario de preguntas, por sí mismo, da cuenta que estamos abocados a una
crisis universal de la educación, que no puede resolverse desde la
educación misma. El saber educativo no puede cambiar sin transformaciones
profundas en la educación, y
ésta resulta infecunda sin una reforma en el pensamiento y en la praxis
en que encuentra concreción. Por supuesto, la realidad educativa cubana
es otra, como todos conocemos. No
se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones
nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma
con todos sus paradigmas y utopías, históricamente fue conciencia crítica
que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el
estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las
nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como
expresión de la quiebra de
principios que se consideraban invariables. El modelo paradigmático de
la modernidad, caracterizado por la simplificación y concretado en los
principios de disyunción,
reducción, abstracción y el determinismo mecánico tiene que ceder
paso a nuevas perspectivas epistemológicas para aprehender la complejidad
de lo real. Precisamente,
la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus
expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye en mi criterio el fundamento
primario para la solución del problema que encara nuestro siglo y los por
venir. Y es el reto epistemológico más importante a resolver. La
emergencia de nuevos saberes integrados e integrativos (bioético,
ambientalista, complejo, ecosófico), ya constituidos por el consenso, dan
cuenta de ello. En
esta dirección, el enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su
revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí,
Marinello, Carpentier, Medardo Vitier, Hart y otros, exige concebir el
hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y
creación, en unión con la naturaleza y la sociedad. Al
mismo tiempo, la cultura como ser esencial del hombre y medida de ascensión
humana no sólo concreta la actividad del hombre en sus momentos
cualificadores (conocimiento, praxis, valores, comunicación), sino que da
cuenta del proceso mismo en que tiene lugar
el devenir del hombre como sistema complejo: la necesidad, los
intereses, los objetivos y fines, los medios y condiciones, en
tanto mediaciones del proceso
y el resultado mismo. He ahí el por qué de la necesidad de pensar al
hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es
al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica, desde un saber
ecologizado, integrador y cósmico. Un hombre culto, sensible, con riqueza espiritual, es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad. En fin, puede crear con arreglo a la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo, sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices varios y “dar a mares”, siguiendo la ética martiana, porque espiritualmente está lleno. Sencillamente, está preparado para el trabajo creador y la vida con sentido. Referencias: [1] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx, y La Ideología Alemana (1er. Capítulo). [2] “Aprender a ser a ser, ser o no ser, la cultura también está en el centro de la constitución de las identidades, es decir, de las plurales definiciones incluyentes del “nosotros” y excluyentes para nombrar a Los otros. En todos los casos, la cultura también opera como nuestro sentido de la inclusión, de nuestra pertenencia, afiliación o tradición a ciertas construcciones de sentido, sistemas todos ellos que se generan y aprenden en la vida social (…) La cultura es, sin lugar a dudas, el principio de todas “nuestras” esperanzas Vinculada al mundo-real (claramente definido y preinterpredo) y a los mundos-posibles, la cultura es raíz y ligadura con todo lo que hemos venido siendo, haciendo, penando y gozando. Por ello recuerdo selectivo de los pasos caminados, de nuestros orígenes, de nuestros muertos, de nuestros fracasos, de los espacios, los tiempos y los momentos que hicimos -a fuerza de sentido - memoriosamente nuestros. Memoria de lo que hemos sido y de lo que alguna vez pudimos ser, la cultura le da espesor al presente y amanecer al porvenir. Muchos mundos-reales, infinitas memorias copresentes, variados mundos posibles todos trenzados, la cultura jamás tiene sólo eje u origen, es siempre multifocal, mosaico compuesto de muchos “nosotros” sincopadamente múltiples; realidades plurales de sociedades igualmente numerosas y complejas. La cultura es un verbo que se conjuga – necesariamente - en plural. La otra cara de la inclusión es precisamente la de la construcci6 social de los “otros”. En una dialéctica constante, hacer un sentido de pertenencia siempre va acompañado de la elaboración del sentido de lo que no somos” (González, Jorge, A. Culturas(s) y Caber_cultur@...(s). Universidad Iberoamericana, México, 2003, pp. 115 – 116). |
por Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo
Dr. en Filosofía. Profesor Titular, Investigador Titular de la Universidad de La Habana
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