Charles Sanders Peirce: Pragmatismo y semiótica
Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo

Universidad “José Martí” de Latinoamérica
rigobertopp3@yahoo.com.mx

Sumario.

I. Especificidad de su filosofía pragmática.

II. Nuevas aportaciones a la semiótica y a la filosofía del lenguaje. Su teoría del signo.

III. La  concepción de la ciencia. 

Charles Sanders Peirce (1839 – 1914), constituye una figura relevante de la filosofía norteamericana y universal. Ha sido considerado como el fundador del Pragmatismo y como uno de los semiólogos más destacados por sus sustantivas aportaciones.

Peirce publicó dos libros, Photometric Researches (1878) y Studies in Logic (1883), y un gran número de artículos en revistas de diferentes áreas. Sus manuscritos, una gran parte de ellos sin publicar, ocupan cerca de 80.000 páginas. Entre 1931 y 1958 se ordenó temáticamente una selección de sus escritos y se publicó en ocho volúmenes con el nombre de Collected Papers of Charles Sanders Peirce. Desde 1982, se han publicado además algunos volúmenes de A Chronological Edition, que aspira a alcanzar treinta volúmenes. 

I. Especificidad de su filosofía pragmática. 

Según Carlos Ortiz de Landázuri: “A partir de la década de los sesenta la influencia de Charles Sanders Peirce (1839-1914) en el pensamiento contemporáneo se ha ido incrementando sin interrupción. Probablemente ha sido Karl Otto Apel (Düsseldorf, 1922) uno de los filósofos que ha protagonizado este proceso de transformación que se ha producido en la cultura contemporánea desde hace ya cien años entre dos modos opuestos de entender el trascendentalismo, similares a los defendidos por Kant y Peirce respectivamente. Por su parte ha propiciado el giro lingüístico que ha tenido lugar en el pensamiento contemporáneo durante estos últimos cincuenta años, heredando las dificultades y paradojas que Peirce ya detectó dentro del pragmatismo.

William James, segundo representante del pragmatismo norteamericano, reconoció a Charles Peirce como fundador del pragmatismo. Su pragmatismo puede entenderse como un método de resolver confusiones conceptuales relacionando el significado de los conceptos con las consecuencias prácticas. Sin ninguna duda, esta teoría no guarda ninguna semejanza con la noción vulgar de pragmatismo, que connota una burda búsqueda del beneficio así como la conveniencia política[1].

“Peirce es también considerado como el padre de la semiótica moderna: la ciencia de los signos. Más aún, su trabajo —a menudo pionero— fue relevante para muchas áreas del conocimiento, tales como astronomía, metrología, geodesia, matemáticas, lógica, filosofía, teoría e historia de la ciencia, semiótica, lingüística, econometría y psicología. Cada vez más, ha llegado a ser objeto de abundantes elogios. Popper lo ve como “uno de los filósofos más grandes de todos los tiempos”. Por lo tanto, no es sorprendente que su trabajo y sus ideas acerca de muchas cuestiones hayan sido objeto de renovado interés, no sólo por sus inteligentes anticipaciones a los desarrollos científicos, sino sobre todo porque muestra efectivamente cómo volver a asumir la responsabilidad filosófica de la que abdicó gran parte de la filosofía del siglo XX[2].

Según Max Fisch, «Peirce no era meramente un filósofo o un lógico que ha estudiado cuestiones científicas. Era un científico profesional con todo derecho, que llevó a su trabajo las preocupaciones del filósofo y del lógico»[3].

Su visión del pragmatismo se diferencia de las concepciones  utilitaristas extremas que se han hecho populares, pues “El pragmatismo de Peirce reviste características especiales que lo diferencian de las versiones populares que se difunden teniendo como base algunos de los trabajos de James y Dewey. Si se tienen presentes las Lectures on Pragmatism (1903) (Conferencias sobre Pragmatismo. En lo que sigue me referiré a este texto bajo la denominación abreviada de Conferencias) y el artículo "What Pragmatism Is" (1905) no es poco plausible pensar que al comenzar el siglo Peirce tenía como uno de sus propósitos filosóficos primarios precisar la concepción de pragmatismo que él había propuesto en los artículos "The Fixation of Belief" (1877) y "How to Make our Ideas Clear" (1878). Los motivos aparentes para este esfuerzo clarificador radicaban en el hecho de que la palabra "pragmatismo" estaba siendo usada por otros pensadores para designar concepciones que eran totalmente extrañas a las que Peirce quería transmitir cuando en los artículos antes señalados hizo la presentación original de su doctrina. Con el objeto de diferenciar su doctrina de las advenedizas, Peirce propone en su artículo de 1905 rebautizar su propia doctrina con el nombre de Pragmaticismo:

"Pero hoy en día la palabra [pragmatismo] comienza a encontrarse ocasionalmente en las revistas literarias, donde se abusa de ésta del modo inmisericorde que cabe esperar cuando las palabras caen en enredos literarios... De modo, entonces, que el que esto escribe, encontrando su naciente "pragmatismo" promovido de tal manera, siente que es hora de dar a su hijo un beso de despedida y liberarlo a su destino más alto; mientras tanto, y para servir el propósito preciso de expresar la definición original, le place anunciar el nacimiento de la palabra "pragmaticismo", la que es lo suficientemente fea para estar a salvo de eventuales raptores" (5.414).

Peirce parafrasea su propia máxima:

"Considera los efectos que tú concibes en el objeto de tu concepción que pudieran tener importancia práctica. Entonces tu concepción de esos efectos es la TOTALIDAD de tu concepción del objeto" (5.422).

De la formulación anterior de la máxima pragmática puede desprenderse o bien que una concepción tiene que ser probada por sus efectos prácticos, o bien que una concepción es significativa porque tiene consecuencias ventajosas, o bien que una concepción cuyas consecuencias sean exitosas será verdadera.

Aunque es posible derivar formulaciones que, como las enunciadas más arriba, exhiben un carácter pragmatista a partir de la máxima temprana de Peirce, hay que reconocer también que tales formulaciones son ambiguas y están abiertas a varias interpretaciones que pueden ser contrarias a lo que Peirce quiso expresar mediante la máxima citada. Para evitar estas interpretaciones confusas, Peirce necesita aclarar tanto como sea posible su concepción del pragmatismo. La intención de llevar a cabo ese trabajo aclaratorio se hace evidente en las Conferencias y en el artículo de 1905. En las Conferencias de 1903 Peirce enfatiza que aquello que él entiende como las consecuencias prácticas de una concepción puede caracterizarse como la tendencia que tiene dicha concepción para evitar sorpresas en el futuro. Las sorpresas se entienden como una súbita crisis de la experiencia. Para Peirce la experiencia se caracteriza por su carácter fluyente. Cuando las cosas en el mundo acaecen como esperamos que acaezcan, entonces el flujo de la experiencia no está en peligro de ser interrumpido y, en consecuencia, no hay sorpresas. Pero el flujo de la experiencia puede interrumpirse por un evento que no esperábamos.

Sin embargo, debe decirse que la originalidad de la visión de Peirce no está en su caracterización del objetivo de la indagación, sino en el modo en que caracteriza el proceso mismo de indagación, esto es, el modo en que se alcanza el objetivo o el propósito de la indagación. Esto (…) no está tan claramente expresado en el artículo de 1905, sino que se presenta en forma más cuidadosa y detallada en las Conferencias. Allí Peirce muestra que los estadios del proceso de indagación pueden caracterizarse siguiendo su clasificación de las partes que, a su juicio componen la filosofía, a saber: la Fenomenología, la Ciencia Normativa y la Metafísica. Teniendo presente que Peirce considera los pensamientos como signos, las nociones provenientes de la semiótica están presentes a través de toda su exposición del pragmatismo. En lo que sigue presentaré una versión simplificada de los estadios de la indagación que él distingue en las Conferencias; a saber, los estadios de la Fenomenología, la Ciencia Normativa y la Fenomenología. Sin embargo, teniendo presente la apelación constante de las nociones provenientes de la semiótica en los tres estadios, la primera sección de este trabajo estará dedicada a explicar algunas nociones básicas de la teoría de los signos de Peirce y a explicar por qué el rol de los signos es de importancia central en la concepción que Peirce tiene del proceso de indagación[4].

La pragmática trascendental de Peirce. Sus aportaciones.

En 1967 Apel dedicó una Antología a Peirce, cuyas Introducciones después se publicaron en 1976 separadamente en forma de una monografía, con el título: La trayectoria intelectual de C. S. Peirce. Una introducción al pragmatismo americano 11. Reconstruyó al detalle el programa de transformación semiótica del transcendentalismo kantiano llevado a cabo por Peirce, sin admitir las interpretaciones habituales de J. von Kempski y M. Murphey en 1952 y 1961 respectivamente. Le consideraron un mal intérprete y un mal seguidor de Kant por pretender alcanzar un "punto aún más alto" de reflexión transcendental sin repetir miméticamente los mismos pasos que él dio 12.

Apel distingue dos períodos en su pensamiento, cada uno subdividido a su vez en otros dos. En el primero es cuando hizo sus aportaciones más interesantes, dedicando el último a rectificar los posibles malentendidos que su obra generó en sus propios seguidores, como fueron William James o Dewey. Esta ambivalencia explica en gran parte los usos tan opuestos que después se han hecho del pragmatismo.

Este a priori es, en Apel, no un rasgo estructural de la razón en cuanto pensamiento y sensibilidad, sino el supuesto previo de la «comunidad ilimitada de comunicación», esto es, una comunidad de hablantes sometidos a unas mismas reglas éticas y epistemológicas que hacen posible, a modo de conditio sine qua non, el lenguaje comunicativo, la comprensión común de los enunciados, la ciencia, el pensamiento específicamente filosófico y, en general, cualquier acuerdo intersubjetivo. A este supuesto llega a través de lo que llama una «pragmática trascendental del lenguaje», o consideración de todo lo que el lenguaje implica para los hablantes desde el momento en que éstos se atribuyen mutuamente una relación pragmática, en cuanto sujetos que intentan ponerse de acuerdo. Naturalmente, esta pragmática lleva a una ética de la comunicación o ética del discurso, que comparte con Habermas, desde el momento que, en última instancia, toda posibilidad de comunicación exige, no sólo una normativa, sino también la actitud moral de aceptar al otro como persona.

La primera etapa del joven Peirce abarca entre 1868 y 1878, entre los 29 y los 39 años. Corresponde a las primeras formulaciones explícitas de la pragmática transcendental con la que Apel se identifica plenamente[5] 

II. Nuevas aportaciones a la semiótica y a la filosofía del lenguaje. Su teoría del signo. 

El signo y el pensamiento. Sus vínculos e interacciones. 

Según Peirce, "no tenemos ningún poder de pensamiento sin signos" (5.206). En principio el proceso de indagación puede caracterizarse como un proceso que opera en virtud de la manipulación de signos (o "pensamientos signos" [5.283]). De acuerdo a Peirce, el pensamiento es continuo, es decir, en la continuidad del pensamiento los pensamientos signos están en permanente flujo. Un pensamiento lleva a otro y éste a su vez a otro y así sucesivamente. Pero en el proceso de indagación, gatillado por la obstaculización del flujo de la experiencia, ejercemos un control sobre la continuidad del pensamiento. Dicho control hace posible constreñir las asociaciones de pensamiento. Es dicho constreñimiento el que caracteriza a la inferencia. Diré más acerca de la inferencia en las secciones siguientes; lo que me interesa enfatizar por ahora es la caracterización que hace Peirce de la inferencia como una asociación de pensamientos signos que está controlada por ciertas normas provenientes de la lógica.

Pero un signo no solamente está asociado a otros signos en el pensamiento. También está conectado con las cosas, las que son caracterizadas por Peirce como los objetos de los signos o el suppositum por el cual está el signo. Sin embargo, un signo no puede estar por un objeto en todos sus respectos, sino solamente por alguno de sus aspectos. Por ejemplo, para utilizar un ejemplo bien conocido, las expresiones "el lucero matutino" y "el lucero vespertino" tienen como su objeto al plantea Venus, pero cada una de estas expresiones está por Venus en algún respecto particular. Este respecto particular es lo que Peirce llama el ground o fundamento del signo. Peirce no concibe el ground como una cualidad existente en el objeto en forma independiente de la mente, sino como un objeto de la conciencia inmediata (véase 5.286) que determina la constitución del signo. Aunque la naturaleza del ground es un problema que todavía es tema de debate entre los estudiosos de Peirce que están especialmente interesados en su teoría semiótica, puede ejemplificarse el rol del ground en la constitución de un signo mediante la situación particular en que alguien formula un juicio perceptivo. El juicio perceptivo actúa en este caso como el signo que se constituye y debe diferenciarse de la aserción de dicho juicio perceptual, la cual implica la emisión de una oración (veáse 5.029 y 5.030). Supongamos que alguien en una noche muy obscura ve con gran dificultad algo con apariencia de animal que parece tener ojos verdes brillantes. A partir de este percepto la persona juzga que lo que está viendo es un gato. El objeto inmediato de su percepto y que sustenta su juicio perceptivo es el ground. El ground es una cualidad o atributo general que es diferente del predicado que usamos en el juicio perceptivo. El juicio perceptivo incluye a un individuo como una instanciación del predicado "gato". La especificación del contenido del percepto implica el reconocimiento de la cosa como encarnando la cualidad abstracta de la gatidad. El juicio expresa una relación lógica, mientras que el percepto reconoce un hecho ontológico.

Peirce caracteriza la noción de signo como sigue: "Un signo o representamen es algo que está para alguien por algo en algún respecto o capacidad. Apela a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o quizás un signo más desarrollado. Ese signo que crea lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está por algo, su objeto. Está por ese objeto no en todos los respectos, sino por referencia a un tipo de idea a la que he llamado algunas veces el
ground del representamen" (2.228).

Es importante enfatizar aquí que la relación triádica entre el objeto, el ground y el representamen es lo que hace posible la creación de otro signo en la mente del intérprete. Este otro signo es denominado por Peirce el interpretante del signo inicial. Al comenzar esta sección dije que la asociación de pensamientos signos en la continuidad del flujo de la mente está de alguna manera controlada en el proceso de indagación y que es este control lo que hace posible la inferencia. La inferencia puede caracterizarse como el tránsito de un pensamiento?signo a otro. Podemos caracterizar ahora la inferencia como el tránsito desde un signo constituido en la relación objeto,
ground y representamen hacia su interpretante.

Hay diferentes signos que se utilizan en la indagación y cada uno de estos diferentes tipos de signos explicitan en diferentes grados la determinación que ellos ejercen sobre la creación de su interpretante correspondiente. Diré mucho más acerca de los tipos de interpretantes y los tipos de inferencia en la sección 4 de este artículo. Lo que me interesa enfatizar por ahora es que el interpretante puede ser concebido como la conclusión de un proceso de inferencia.

Peirce concibe también el interpretante como el significado de un signo. En la indagación la producción de signos tiene como propósito la determinación de su interpretante adecuado; esto es, la determinación del interpretante que cumplirá el objetivo pragmático de posibilitar la superación de la irritación provocada por la interrupción del flujo de la experiencia. De acuerdo a lo dicho, el concepto de significado se usa para expresar el interpretante intentado producto de un signo producido en el proceso de indagación.

Debo señalar que las consideraciones semánticas que anteceden se aplican a los signos especialmente en tanto se usan en el estadio inferencial del proceso de indagación. Sin embargo, para Peirce la noción de interpretante es muy amplia. En 8.832 Peirce explicita la amplitud del concepto de interpretante.

"... el pensamiento que interpreta, siendo él mismo un signo, se considera como constituyendo el modo de ser de un signo. El signo media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando al signo en su más amplio sentido, su interpretante no es necesariamente un signo, obviamente... Pero podemos tomar un signo en un sentido tan amplio que el interpretante de éste puede no ser un pensamiento, sino una acción o experiencia o podemos, incluso, ampliar de tal modo el significado del concepto de signo que su interpretante puede ser una mera cualidad del sentimiento" (8.832).

De acuerdo al fragmento citado, el interpretante puede también concebirse como un signo que hace posible la creación en la mente de otro signo que no se intenta meramente como la conclusión de una inferencia. A modo de ilustración, considérese el siguiente ejemplo. Supongamos que teniendo presente una situación pasada problemática, un agente se está preparando a sí mismo para realizar una acción considerando aquellos aspectos que podrían llevarlo a evitar el sentimiento de autorreproche que ha experimentado en el pasado cuando ha realizado acciones similares bajo similares circunstancias. Supóngase, además, que en la consideración de esos aspectos él llega mediante inferencia a una máxima M (digamos, el interpretante 1) a partir de la cual deriva un esquema particular de acción S (digamos, el interpretante 2). Supóngase que después de ejecutar la acción el agente experimenta el sentimiento de autorreproche en un grado aun más alto del que esperaba originalmente cuando formuló M. Posteriormente, cuando el agente tenga que prepararse para realizar una nueva acción similar bajo circunstancias similares, tomará como punto de partida para su nuevo intento una consideración de las consecuencias de la acción que estuvo determinada por el esquema S. Sobre esta base, además de la utilización de inferencias el agente formula una máxima modificada M? (digamos, el interpretante 3), a partir del cual derivará un nuevo esquema de acción (interpretante 4) y así sucesivamente. Este proceso puede seguir hasta que el agente alcance el estado perseguido de ausencia de autorreproche. Cuando el agente alcance el estado que persigue el esquema de acción que resulte adecuado se convertirá en un hábito; es decir, no necesitará evaluarlo por referencia a expectativas frustradas.

El ejemplo sirve como ilustración de los tres siguientes puntos:

(a) que los interpretantes no son meramente conclusiones de inferencias;
(b) que los interpretantes no son meramente juicios o proposiciones, sino que también pueden ser, entre otras cosas, esquemas de acción y
(c) que la noción de interpretante no denota una función absoluta en el proceso de constituir el significado de un signo; un interpretante puede considerarse como un signo que hace posible la determinación de otro interpretante y así sucesivamente.

La pregunta que surge en este punto es si acaso el interpretante o la cadena de interpretantes guarda la misma relación, o, al menos, una relación similar con el objeto. Para expresar la pregunta de un modo más concreto: ¿Mantiene el esquema de acción utilizado en testear una hipótesis la misma relación con el objeto que la hipótesis a confirmar tiene con ese mismo objeto? Peirce responde a esta pregunta afirmativamente.

"Un signo, por lo tanto, es un objeto que está, por una parte, relacionado con su objeto y, por otra, con un interpretante, de modo tal que hace que el interpretante tenga una relación con el objeto que corresponde a la misma relación que él tiene con el objeto. Podría decir ?similar? a la suya propia, porque una correspondencia consiste en similitud; pero quizás el término correspondencia es más estrecho" (8.332).

De acuerdo al texto citado, el signo original regula la correspondencia entre el interpretante y el objeto. Si es así, entonces el interpretante no es solamente otro signo derivado del signo original, sino que el signo determina una relación con el objeto que corresponde a la relación que el signo original tiene con el objeto. De este modo, cuando tenemos una hipótesis general y derivamos de ella un esquema experimental de acción para testear la hipótesis original, la relación que el esquema de acción tiene con el objeto es similar a la relación que la hipótesis tiene con dicho objeto. Es esta similitud la que nos permite decir que al hacer un experimento particular estamos testeando la hipótesis general correspondiente.

Hay por lo menos dos problemas que surgen de las consideraciones que anteceden. El primero está relacionado con las características del vínculo que existe entre la hipótesis general y el acto particular mediante el cual testeamos la hipótesis. En el fondo se trata del vínculo que valida el paso en el experimento de lo universal a lo particular. Según Peirce ese vínculo está dado en la percepción. Podemos tener percepciones y formular juicios perceptivos en virtud del ground del objeto. Como se dijo más arriba, reconocemos en nuestros perceptos los atributos o propiedades generales (gatidad, rojez, etc.) que están encarnados en los individuos percibidos. Este reconocimiento no tiene una carácter puramente epistemológico, sino que, en lo fundamental se trata de un reconocimiento de carácter ontológico. La generalidad del ground sirve de fundamento al uso de predicados en los juicios perceptivos. El uso de predicados generales en los juicios perceptivos hace posible la derivación de una proposición universal. Si consideramos una proposición universal como una hipótesis que necesita confirmación ulterior, entonces es plausible pensar que podemos diseñar experimentos que pueden testear dicha hipótesis. En tales operaciones transitamos desde proposiciones desde un interpretante experimental hasta juicios perceptivos. Si los juicios perceptivos corresponden a las expectativas prescritas en el esquema de acción (o interpretante experimental), entonces se ha obtenido evidencia para la hipótesis. Además, puede decirse que la hipótesis es operativa en la realidad.

Esta última consideración nos lleva al segundo problema que se anunciara más arriba: la relación entre el signo y la acción. Es plausible afirmar, como Peirce lo hace, que los signos aunque generales son operativos en la realidad. Para visualizar la operatividad de los signos podemos tomar una proposición general que exprese la ley de la gravitación universal (véase 5.094 a 5.096), a saber, "Todos los cuerpos sólidos caen en ausencia de cualquier presión o fuerza que los sostenga". El problema es cómo sabemos que este signo general es operativo en la realidad. Peirce respondería a esta pregunta diciendo que sabemos esto porque podemos derivar a partir de este signo general un interpretante experimental, un esquema de acción, que nos permita actuar sobre la realidad obteniendo algunos resultados que corresponderán a instanciaciones de esa proposición general. El interpretante puede predecir, por ejemplo, que si tomamos una piedra cualquiera bajo ciertas circunstancias y que si la soltamos ésta caerá inevitablemente al suelo. Podemos actuar sobre la base de este interpretante experimental y obtener los resultados esperados. Podemos repetir el experimento una y otra vez y podemos conseguir información de otros que han realizado el mismo experimento obteniendo resultados similares. Lo anterior mostraría, en opinión de Peirce, que un signo resulta ser, en definitiva, causalmente eficiente en la realidad.

El interpretante, concebido experimentalmente, contiene el diseño de un experimento conjuntamente con las consecuencias que podemos esperar de la ejecución de dicho experimento. Si las consecuencias esperadas se obtienen, entonces esto mostraría que el interpretante es causalmente eficiente. En tanto el interpretante se deriva de una hipótesis general, podría decirse que por extensión dicho signo general es también causalmente operativo con respecto a la realidad, puesto que prescribe un comportamiento experimental que tendrá consecuencias en la realidad.

Peirce también quiere mostrar mediante su teoría pragmática que los signos generales ?i.e., las hipótesis? tienen una cierta relación de correspondencia con la realidad. El rechaza la afirmación nominalista de acuerdo a la cual las entidades generales solamente existen en la mente. En su opinión las consecuencias que obtenemos mediante la aplicación de los interpretantes de los signos generales sobre la realidad es el mejor argumento para sustentar la tesis de que hay una relación de cierta correspondencia entre las leyes generales que formulamos acerca del comportamiento de la naturaleza y los principios generales activos que operan en ella. El hecho de que las leyes generales que formulamos tengan consecuencias en la naturaleza a través de su instanciación bajo condiciones experimentales muestra que hay patrones generales que operan efectivamente en el comportamiento de los fenómenos naturales. Sin embargo, ello no significa que al formular una ley estemos indicando de un modo preciso el patrón general que opera en el devenir natural. La ciencia es falible y perfectible. La formulación de una ley cuya aplicación experimental tenga ciertas consecuencias está en una relación asintótica respecto del patrón general activo en la naturaleza que dicha formulación intenta designar. Lo anterior indica un cierto alejamiento de Peirce respecto del realismo científico. De acuerdo a dicha posición los términos teoréticos que figuran en las leyes generales tienen una existencia real o posible. De acuerdo a los planteamientos de Peirce podemos formular otras leyes, diferentes de una ley inicial, y obtener consecuencias similares. Estas otras formulaciones circunscribirían asintóticamente los patrones naturales reales. A pesar de la aparente indeterminación que lo anterior implicaría, el único modo que tenemos de acceder al grado más alto de realidad es mediante los signos generales (veáse 8.327)

De esta revisión de la teoría de los signos de Peirce puede concluirse que:

(1) la inferencia en la indagación es un proceso controlado o guiado por propósitos en el cual asociamos signos con otros signos (interpretantes);
(2) en este proceso de inferencia el interpretante tiene con su objeto una relación similar a aquella que el signo original tenía respecto de ese mismo objeto;
(3) los interpretantes determinados en el proceso de inferencia pueden concebirse en la indagación como signos que producen nuevos interpretantes;
(4) los interpretantes pueden concebirse también como esquemas de acción mediante los cuales es posible el testeo experimental;
(5) si en el testeo de una hipótesis la realidad se comporta de acuerdo a las expectativas previstas en el diseño experimental, entonces puede decirse que la hipótesis tiene ciertas consecuencias;
(6) si la hipótesis tiene consecuencias experimentales, entonces puede decirse que dicha hipótesis representa de algún modo un patrón activo de la naturaleza.

Una consecuencia de los seis puntos planteados más arriba es que la teoría de los signos de Peirce requiere de una teoría inferencial y experimental del significado. Por otro lado, teniendo presente que el ground liga a un signo general (i.e., la formulación de una ley) con el objeto que representa, esa teoría del significado debiera estar fundada en una doctrina metafísica respecto de los signos generales que Peirce denominará realismo escolástico con respecto a los signos generales. 

Concepción triádica del signo

Todo signo es un representamen. Representar es la operación más propia del signo, es estar en lugar del objeto «como el embajador toma el lugar de su país, lo representa en un país extranjero». Representar es «estar en una relación tal con otro que para un cierto propósito es tratado por una mente como si fuera ese otro. Así, un portavoz, un diputado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, una descripción, un concepto, un testimonio, todos ellos representan, en sus distintas maneras, algo más a las mentes que los consideran» (CP 2.273, 1901). Pensar es el principal modo de representar, e interpretar un signo es desentrañar su significado. El representamen no es la mera imagen de la cosa, la reproducción sensorial del objeto, sino que toma el lugar de la cosa en nuestro pensamiento. El signo no es solo algo que está en lugar de la cosa (que la sustituye, con la que está en relación de «equivalencia»), sino que es algo mediante cuyo conocimiento conocemos algo más. Al conocer el signo inferimos lo que significa. El representamen amplía así nuestra comprensión, de forma que el proceso de significación o semiosis llega a convertirse en el tiempo en un proceso ilimitado de inferencias. Por ello los signos no se definen sólo porque sustituyan a las cosas, sino porque funcionan realmente como instrumentos que ponen el universo al alcance de los intérpretes, pues hacen posible que pensemos también lo que no vemos ni tocamos o ni siquiera nos imaginamos.

Las personas o intérpretes son portadores de interpretantes, de interpretaciones. El signo crea algo en la mente del intérprete, y ese algo creado por el signo, ha sido creado también de una manera indirecta y relativa por el objeto del signo. En este sentido, puede decirse que la aportación capital de Peirce consiste en poner de manifiesto que, si se acepta que los procesos de significación son procesos de inferencia, ha de aceptarse también que la mayor parte de las veces, esa inferencia es de naturaleza hipotética («abductiva» en terminología de Peirce), esto es, que implica siempre una interpretación y tiene un cierto carácter de conjetura. Nuestra interpretación es siempre falible, esto es, puede ser siempre mejorada, corregida, enriquecida o rectificada.  

III. La  concepción de la ciencia 

Concepción de la ciencia

Sin duda, algunas de las manifestaciones de su absoluta confianza en el progreso científico resultan hoy en día anacrónicas. Peirce era un hombre del siglo XIX y, en consonancia con el espíritu de su época, tenía una fe casi religiosa en la capacidad de la ciencia para descubrir la verdad. En este sentido, Peirce era un firme defensor de una aproximación científica a la filosofía. Es más, en cierto modo Peirce quería transformar la filosofía en una ciencia estricta, hacer de la filosofía una “filosofía científica”, no sólo en los ámbitos de la lógica y la epistemología, sino de manera más urgente y necesaria en metafísica y cosmología.

Hoy en día esa pretensión puede parecer anticuada, e incluso ridícula, propia de los filósofos del pasado o del positivismo más crudo e intransigente. Esta actitud científica ha motivado que Peirce, a diferencia de otros pragmatistas como William James o F. C. S. Schiller, fuera visto con simpatía e incluso admiración por parte de muchos pensadores de la tradición de la filosofía analítica. Sin embargo, aunque en alguna ocasión denominara al pragmatismo como una filosofía proto-positivista (EP 2:339, 1905), sería más que inexacto decir que Peirce fue un filósofo positivista en sentido estricto. En primer lugar, una de las lecciones que más vivamente aprendió del devoto espíritu unitario de Harvard, —del que su padre, Benjamin Peirce, fue incansable promotor— era la idea de reconciliar ciencia y religión. Este es, efectivamente, un impulso central en toda la obra de Peirce que a menudo ha pasado desapercibido por los autores que sostienen una lectura naturalista de la máxima pragmática y del método científico. De hecho, para Peirce la investigación científica es la actividad religiosa por excelencia, puesto que su objeto es, sencillamente, la búsqueda apasionada y desinteresada de la verdad (CP 1.234, 1901).

Pero esto no suponía reducir, como hacía el positivismo, todos los modos de conocimiento al conocimiento científico, sino que indicaba simplemente la necesidad de abordar los problemas filosóficos con una actitud experimental. Es decir, con un talante comunicativo y abierto a la revisión continua, a la necesaria corrección que implican tanto la discusión pública con los colegas como el contraste con la experiencia en el proceso de investigación científica. Esta actitud, que Peirce denominó falibilismo, era una consecuencia necesaria de su rechazo radical del fundacionalismo característico de la filosofía moderna, que consideraba encarnada de modo prototípico en la figura de Descartes. En concreto, Peirce criticó muy duramente el repliegue de la filosofía moderna hacia el interior de la conciencia, el recurso a la introspección como garantía del conocimiento y la idea de intuición, entendida como aquella cognición no determinada por cogniciones previas. En su rechazo del espíritu escolástico, el cartesianismo había hecho del cogito la fuente última de la certeza, así como el eslabón fundante de todo el edificio del conocimiento, entendido como una cadena de razonamientos que se deducen de ese fundamento o principio necesario. Como consecuencia, el individuo y su conciencia constituían, en última instancia, la única garantía de la ciencia y el conocimiento racional. Para Peirce esto era una "filosofía de sillón", meramente especulativa y alejada del modo en que realmente trabajan los científicos. Para Peirce la ciencia era, en gran medida, el trabajo cooperativo y comunitario de hombres y mujeres trabajando en intercomunicación, corrigiéndose unos a otros en un proceso continuo de revisión de hipótesis, que conduciría a una opinión final encarnada en una comunidad ideal de investigadores.

De igual modo, la duda metódica era para Peirce un modo insincero de acercarse a los problemas del conocimiento, pues no tenía en cuenta que los seres humanos estamos siempre enmarcados en un proceso activo y dinámico de corrección y adquisición de nuevas creencias. En este proceso, la duda es una irritación, una insatisfacción real producida por la resistencia que la realidad impone sobre determinadas creencias previas debido a una situación nueva que desafía el conjunto de hábitos acumulado por la experiencia. La duda es, por tanto, un catalizador para la puesta en marcha de nuevas creencias que permitan controlar esa situación inestable y, por tanto, proporcionan al agente de disposiciones firmes para actuar. Como dice Peirce, no se puede dudar a placer. La duda cartesiana es una duda artificial, una “duda de papel” (CP 5.445, 1905). En definitiva, no podemos pretender dudar en la filosofía de aquello de lo que no dudamos en nuestros corazones (CP 5.265, 1868).

Conclusiones.

Apel también distingue dos fases en el último Peirce. En la tercera fase Peirce se habría distanciado de la interpretación nominalista que el idealismo absoluto de Royce hizo del pragmatismo. En su lugar Peirce defendió a partir de 1885 un realismo crítico cada vez más intersubjetivo que hace posible el desarrollo de hábitos intelectuales cada vez más interactivos. En 1891 este mismo realismo también le exigió la aceptación de una metafísica evolutiva entendida como un marco teórico de dimensiones cosmogónicas muy generales, al modo como después sucederá en Popper. Se determina cómo debiera ser la realidad a partir de un principio antrópico, cómo puede ser el principio de regularidad, que a su vez explica cómo la mente puede llegar a conocer el mundo 32.

Por su parte Apel opina que Peirce nunca advirtió que estas aportaciones se mueven a un nivel semiótico muy distinto al de su primera época. Sus conclusiones se afirman como condiciones de posibilidad de la dimensión técnica, experimental o falibilista que se atribuye a la acción práctica, pero sus propuestas ya no tienen el valor incondicionado de su anterior teoría de las categorías. Se afirman solamente en nombre de una "Law of Mind" o de un simple postulado heurístico a favor de un continuo finitista cuyas aplicaciones prácticas exigen una comprobación experimental33.

La pragmática transcendental propuesta por Apel es solidaria con otras cuatro tesis, que desarrolló paralelamente en esta misma época:

1) La reconstrucción crítica del método de las ciencias sociales. Se evita así el déficit reflexivo e ideológico del que adolecían la antropología del conocimiento de la posguerra y la teoría crítica en la "positivismusstreit", sin que ambas lo pudieran erradicar.

2) La fundamentación última de una filosofía primera. Se reconoce la "autotranscendencia" de la crítica del sentido de Wittgenstein y Heidegger para evitar los sinsentidos que generó en ambos la justificación del uso del lenguaje.

3) La transformación semiótica que acaeció en la filosofía con posterioridad a Wittgenstein y Heidegger  dio lugar a un giro pragmático transcendental similar al señalado por el joven Peirce.

4) La radicalización ética de la pragmática transcendental. Se localiza un fundamento último que a su vez es compatible con un falibilismo aún más consecuente que el de Popper, mediante una radicalización de la ética de la autorrenuncia del joven Peirce.

En fin, los grandes aportes del Peirce, pueden sintetizarse en:

1. Una concepción renovada del pragmatismo, que él llama pragmaticismo, para diferenciarla de la versión subjetivista y utilitarista, fundada en su visión de la verdad como proceso de búsqueda científica, mediado por los signos, pues según él "no tenemos ningún poder de pensamiento sin signos".

2. Fundamentación de la pragmática trascendental a diferencia del a priori  kantiano, en la medida que como bien muestra Apel este a priori, no es un rasgo estructural de la razón en cuanto pensamiento y sensibilidad, sino el supuesto previo de la «comunidad ilimitada de comunicación», esto es, una comunidad de hablantes sometidos a unas mismas reglas éticas y epistemológicas que hacen posible, a modo de conditio sine qua non, el lenguaje comunicativo, la comprensión común de los enunciados, la ciencia, el pensamiento específicamente filosófico y, en general, cualquier acuerdo intersubjetivo. A este supuesto llega a través de lo que llama una «pragmática trascendental del lenguaje», o consideración de todo lo que el lenguaje implica para los hablantes desde el momento en que éstos se atribuyen mutuamente una relación pragmática, en cuanto sujetos que intentan ponerse de acuerdo. Naturalmente, esta pragmática lleva a una ética de la comunicación o ética del discurso, que comparte con Habermas, desde el momento que, en última instancia, toda posibilidad de comunicación exige, no sólo una normativa, sino también la actitud moral de aceptar al otro como persona.

3. Apel reivindica la figura del joven Peirce como precursor del giro semiótico de la filosofía analítica y hermenéutica contemporánea. Influyó en todas las corrientes de pensamiento por igual. Su mérito principal fue introducir una transformación pragmático-trascendental en el modo de entender a Kant, con unos planteamientos muy originales que el paso del tiempo no ha hecho más que confirmarlo, y que ya esbozamos en el acápite anterior.

4. Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Desde sus primeros escritos Peirce rechazó tajantemente tanto el dualismo cartesiano como la tesis de Locke de que todo pensamiento era percepción interna de ideas. El ariete de toda su reflexión es la comprensión de la estructura triádica básica que conforma la relación lógica de nuestro conocimiento como un proceso de significación. La función representativa del signo no estriba en su conexión material con el objeto ni en que sea una imagen del objeto, sino en que sea considerado como tal signo por un pensamiento. En esencia, el argumento es que toda síntesis proposicional implica una relación significativa, una semiosis (la acción del signo), en la que se articulan tres elementos:

1) El signo o representamen (que es el nombre técnico que emplea Peirce), es «algo que está para alguien en lugar de algo bajo algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o quizá un signo más desarrollado. Ese signo creado es al que llamo interpretante del primer signo. Este signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de algo no en todos sus aspectos, sino sólo en relación con alguna idea a la que a veces he llamado la base (ground) del representamen» (CP 2.228, c.1897).

2) El objeto es aquello por lo que está el signo, aquello que representa.

3) El interpretante es el signo equivalente o más desarrollado que el signo original, causado por ese signo original en la mente de quien lo interpreta. Se trata del elemento distintivo y original en la explicación de la significación por parte de Peirce y juega un papel central en toda interpretación no reduccionista de la actividad comunicativa humana. Este tercer elemento convierte a la relación de significación en una relación triádica —frente a todo dualismo cartesiano o estructuralista post-saussureano—, pues el signo media entre el objeto y el interpretante, el interpretante relaciona el signo y el objeto, y el objeto funda la relación entre el signo y el interpretante.

5. Las afirmaciones de Peirce sobre la naturaleza de la actividad científica tienen una sorprendente continuidad con las discusiones contemporáneas en epistemología, metodología y filosofía de la ciencia, sobre todo por el énfasis que puso en el carácter social y comunitario de la ciencia. Peirce adoptó un concepto muy amplio de ciencia que no quedaba restringido a las ciencias entendidas como ciencias de laboratorio. Para él la ciencia no consiste ni única ni principalmente en una colección de hechos o métodos, ni siquiera en un conjunto sistemático de conocimientos; se trata de una actividad social. Esto es, la ciencia es una investigación auto-controlada, responsable y auto-correctiva llevada a cabo por hombres y mujeres reales bajo un mismo principio de cooperación con vistas a un fin muy particular: la consecución de la verdad (CP 7.87, 1902; cfr. EP 2:459, 1911). En otras palabras, la ciencia es un “proceso vivo” encarnado en un grupo de investigadores y animado por un intenso deseo de averiguar cómo son las cosas realmente (CP 1.14, c.1897), por “un gran deseo de aprender la verdad” (CP 1.235, 1902). De hecho, dirá Peirce, “el deseo de aprender” es el más importante requisito de la ciencia y la primera regla de la razón (CP 1.135, c. 1899). Este requisito viene de la mano de otro precepto que, según Peirce, debería escribirse en todas las paredes de la ciudad de la filosofía: “no bloquear el camino de la investigación” (CP 1.135, c. 1899). De acuerdo con su experiencia como científico entrenado en las salas de laboratorio, Peirce quería hacer de la filosofía una ciencia alejada tanto del diletantismo literario como de la filosofía académica tradicional, a la que consideraba animada por un espíritu dogmático y racionalista. Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

1. Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

 Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

1. Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la autonomía moral del individuo.

Bibliografía

· FODOR, J.A. y E. LEPORE 1992. Holism: A shopper?s guide. Oxford: Basil Blackwell.

· PEIRCE, C.S. 1965. Collected papers (8 vols.). Cambridge, MA: Harvard University Press

Barrena, Sara, La razón creativa: crecimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce, Rialp, Madrid, 2007.

Brent, James. Charles Sanders Peirce. A Life, edición revisada y ampliada. Bloomington, IN: Indiana University Press, 1998.

Debrock, Guy. "Peirce, a Philosopher for the 21st Century. Introduction", Transactions of the Ch. S. Peirce Society 28 (1992), pp. 1-18. Un artículo introductorio que explica bien por qué la filosofía de Peirce es relevante para nuestro tiempo.

Hookway, Christopher. Peirce. London: Routledge & Kegan Paul, 1985. Una explicación general muy buena de la obra de Peirce como precursor de la filosofía analítica contemporánea.

Nubiola, Jaime y Fernando Zalamea. "Peirce y el mundo hispánico. Lo que C. S. Peirce dijo sobre España y lo que el mundo hispánico ha dicho sobre Peirce". Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 2006.

Parker, Kelly A. The Continuity of Peirce's Thought. Nashville, TN: Vanderbilt University Press, 1998.

Peirce, Charles S. Collected Papers of Charles Sanders Peirce, vols. 1-8, C. Hartshorne, P. Weiss y A. W. Burks (eds). Cambridge, MA: Harvard University Press. Edición clásica de los escritos de Peirce. Se trata de un trabajo fundamental que, no obstante, adolece de ciertos criterios de selección temática, no cronológica, que dificultan la comprensión de la unidad y la coherencia de la obra de Peirce. Citado en el texto como CP, seguido del número de volumen y parágrafo.

Peirce, Charles S. The Essential Peirce, 2 vols., N. Houser et al (eds.) Bloomington, IN: Indiana University Press, 1992-1998. Una excelente edición de los trabajos filosóficos de Peirce más relevantes. Las introducciones a los dos volúmenes, escritas por Nathan Houser, son la mejor presentación breve de Peirce. Citado en el texto como EP, seguido del número de volumen y página.

Percy, Walker. Signposts in a Strange Land, P. Samway (ed.). New York: Farrar, Straus & Giroux, 1991, pp. 271-291. Una introducción para no filósofos.

Notas:

[1] Carlos Ortiz de Landázuri.  De kant a peirce, cien años después (a través de Karl Otto Apel)

http:// www.unav. Es/gep/AF/Kant.html#nota1#nota1

[3] Citado por Guido Vallejos. Peirce. Pragmatismo, Semiótica y Realismo. http://antroposmoderno.articulo.php?id_articulo1314

[4] Ibídem.

[5] Carlos Ortiz de Landázuri. de kant a peirce, cien años después (a través de Karl Otto Apel) Edición  citada.

 

Prof. Titular consultante Rigoberto Pupo Pupo
Doctor en Filosofía. Doctor en Ciencias.
Pedagogo destacado del siglo XX cubano
Premio Internacional al Mérito histórico, Sociedad de Historia, Geografía y Estadística, NL, 2013
Universidad de La Habana, Cuba
Universidad “José Martí” de Latinoamérica
Multiversidad Mundo Real “Edgar Morin”
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