El ojo, de
Alberto Girri (Losada, Buenos Aires, 1964)
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"Where past and future are gathered ...”
cessent d’étre perçus
contradictoirement.”
no son saltos los que marcan su frágil y dificultoso andar sino opciones, el íntimo,
paralelo proyectarse de
disputas. En “Sin fin, el tiempo’’ se describe la alternancia de los contrarios:
donde el comienzo de la contracción perpetuamente sigue al apogeo de la extensión
De los múltiples poemas que significan contienda de opuestos, el que enfrenta la vigilia al sueño es perfectamente desesperado y hermoso:
como el (...) que tiene hambre y sueña, y le parece que come, y se hallará cansado, sediento, como el que tiene sed y sueña, y le parece estar bebiendo En cambio, en “Res Extensa”, la condena a las opciones se vuelve armoniosa percepción del ritmo binario. Cada estrofa principia con un verbo que expresa asentimiento: Te reconoces; Aceptas; Acoges. Dócil, tal vez irónicamente, se pronuncia un sí al ritmo de las estaciones, al de los fenómenos naturales, al que persuade a los vivientes de que nacer es morir, morir es nacer. La reconciliación es evidente en esta imagen feliz:
la mano que deshoja tu amor por la vida confundiéndose con la mano que te libera de la vida Salvo en este poema, en los demás la reconciliación de los contrarios sólo es posible cuando la idea del yo se aleja. Más que reconciliarse se anulan mutuamente: Ni muerte ni no muerte. Al ignorar cómo decir: yo soy, la ignorancia es abolida: Antes hacia, ahora comprendo. Al ignorar cómo decir: yo soy, el tiempo que es sinónimo de muerte desaparece, y hay un retorno al tiempo original, en donde
fuimos uno y unidad y abrazo: un verbo que carece de tiempos entra en lo que llamo mi persona. Será entonces cuando el ojo, purificado de los
desechos, depositario de la antigua voz del cuervo,
el ojo verá la belleza: ...y verá la belleza luego de que el alma ella misma se haya tornado belleza. Al condenar la separación característica del espíritu occidental, Girri atestigua una nostalgia que comparten los mejores poetas contemporáneos, sean éstos inspirados o extremadamente lúcidos: nostalgia de la unidad y de la abolición del tiempo. Si bien totalmente transfigurado, aquí se formula el viejo lamento: “como las hojas, así nacen los hombres”. Lo tradicional de algunos temas no hace sino acentuar la originalidad de Alberto Girri, cuya aventura poética es una de las más solitarias. Testimonio convincente de esta originalidad es el poema “Relaciones y opuestos”, donde la trama es el amor, es la pareja. Este poema de gran belleza asombra al lector interiorizado en la trayectoria de la poesía occidental (no sólo asombra, sino duele, pues no deja de ser terrible hallar de súbito, transmutadas en poesía, verdades que otros poetas anteriores aún no nos han habituado a que sean materia de canto). Vale la pena detenerse a recordar que, no obstante las vertiginosas diferencias que separan la poesía actual de la poesía del pasado, el tema del amor ha sido preservado y, en cierto modo —en muchos modos—, todavía se sustenta en la concepción amorosa que fundaron los trovadores. Aún dentro de la admirable poesía erótica de los surrealistas, la amada suele ser una suerte de objeto maravilloso ante el cual se prosterna, reverente, el poeta.
“Je suis devant ce paysage féminin Comme un enfant devant le feu”. Eluard. O sea, la amada es la mediadora de la trascendencia para el amante. En “Relaciones y opuestos”, no hay amada-objeto ni amante-sujeto: hay dos que se aman y luego, también son dos los que traicionan por igual al amor. Tanto él como ella, antes del amor estaban ligados a lo
inmodificable a su propio cordón umbilical. Una de las tantas cosas que suceden cuando dos se aman es la liberación: lo inmodificable desaparece en la fusión. Mas apenas fusión y perfección cesan de tener vigencia para los amantes, los dos, él y ella / perjuros, recobran sus ataduras, regresan a su condición de criaturas aisladas, separadas, “discontinuas”. "Toute parole étant idée Rimbaud. Existe en Girri un amer savoir” que lo lleva al repudio de todo sentimentalismo. La tensión del lenguaje de su poesía no es sino la manifestación de una incesante tensión del espíritu. Frente a sus poemas dotados del más extremado rigor estructural pueden surgir estas preguntas: ¿Detrás de tanto orden, de tanta unidad poética, no se oculta, acaso, una puja de contrarios violentamente mitigada pero que, en algún momento, podría desviar el curso seguro e igual de los poemas? ¿Sobre qué doble fondo se sustentan sus frases? Creo que la respuesta es: no hay un detrás en estos poemas, ni tampoco un doble fondo. Y si a veces existe una puja de contrarios, existe como noción —como verdad—, que Girri hace evidente en la unidad de las imágenes en las que palabras e ideas jamás se oponen. Aquí, lo que el poema quiere decir lo dice el poema. No es lo mismo describir contrarios que escribir contradictoriamente. Además, ya se ha dicho que la descripción de los contrarios es complementada por la de los encuentros de fusión y perfección. En general, estamos acostumbrados a una poesía que tenga —digamos— halo, que tenga una subyacencia. En cambio en Girri hay una absorción total por la palabra. Crea una nueva manera de lectura en que la totalidad del poema queda convocada en la palabra, en una suerte de filo horizontal que no permite ningún más allá ni más acá. De este examen se desprende que Girri no sólo no es un poeta oscuro —como se ha dicho— sino que es demasiado claro, y justamente por esto puede parecer oscuro. Aun así es un deber confesar que no he comprendido dos versos de El ojo, dos versos obsesionantes:
en lo bajo, no en lo oscuro, en lo bajo, que no es lo oscuro. Sin duda, hay una complacencia en no comprender algunos versos de un libro de poemas; alegra repetirlos pues misteriosamente nos suelen poner en contacto con lo más puro de la sonoridad del lenguaje. Además, de tanto repetirlos, su sentido acaba por estallar en el espíritu, como quería un gran oscuro, G. M. Hopkins.
Un viejo proverbio asegura que un poema es una pintura dotada de voz y una pintura es un poema callado. De acuerdo con ello, Girri hace hablar y pensar a los cuadros de Breughel en su poema —a mi juicio el más bello del libro— titulado “Ejercicios con Breughel”. El poeta alaba la visionaria caridad del pintor flamenco quien jamás interpuso su pasión moral entre su mirada y lo externo. Una vez más la dualidad es trascendida: en los cuadros de Breughel, dice Girri, ninguna separación / de inocentes y culpables. Su visionaria caridad le permite dar el más límpido testimonio de lo que es, de lo que existe: jamás se le ocurriría / condenar un acto por sí, / sea el del mendigo tras su limosna, / el del soldado / arrastrando a Simón Cirineo, / la multitud que escucha al Bautista / y se pregunta / por qué es ella quien escucha / y el Bautista es el que habla; / sea el ciego guiado por ciegos, / sea el triunfo de la muerte / en el famélico perro que la canta / junto a la sequedad de las bocas, / las temblorosas manos, la densa J e intensa música del postrer segundo / con los que ¿in hablar / palpan en el que agoniza / su personal, idéntica sentencia. / Lo propio y lo común de los que pueblan estos cuadros es la fidelidad a lo que son
...nadie concibe actuar separado de su estigma.... Cada cual es presentado con su crimen y casi todos tienen un crimen que exhibir (de esto ni se salva la naturaleza:
crimen de la nieve por cubrir carros y pastos. Tanta fidelidad permite que se aguarde con impasibilidad a la muerte. Quien es fiel es justo y
en los justos la muerte es simulacro. Y si la muerte ha perdido realidad para los fieles y los justos de Breughel, ya no les será razón de tormento
la imperiosa duda de Nicodemo: ya que morir / es desplazarse hacia el gran vacío, ¿cómo puede uno morir y retornar al útero?, ¿morir y renacer?, ..cómo puede esto hacerse? No importa que la duda sea de Nicodemo. Importa la peculiar carga del verso de Girri, que hace posible que tres preguntas transmitan al lector cierta vibración que suele ser la única garantía de la verdadera comunicación —o, mejor, comunión— poética. Así acontece con todo el libro: “relación nupcial” entre la palabra y la idea que da acceso a esa misma relación entre el lector y el poema. Numerosas son las composiciones de El ojo cuya estructura es interrogativa. Girri pregunta mucho desde sus poemas. Está bien que así sea. No es cierto que la poesía responda a los enigmas. Nada responde a los enigmas. Pero formularlos desde el poema —como hace Girri— es develarlos, es revelarlos. Sólo de esta manera, el preguntar poético puede volverse respuesta, si nos arriesgamos a que la respuesta sea una pregunta. |
Nota bibliográfica de Alejandra Pizarnik
Publicado, originalmente, en: Revista "Sur" Nº 291 Noviembre / Diciembre de 1964
Gentileza de Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Buenos Aires, República Argentina
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Alberto Girri en Letras Uruguay
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Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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