Sobre La muerte de Artemio Cruz 
la hora del lector

por José Emilio Pacheco

“La cabeza de Regina se recostó en el hombro de Artemio Cruz” dibujos especial de Carlos FUENTES

Toda renovación temática trae consigo una modificación formal. Cuando la novela se desprende de los temas que hasta ayer la nutrieron, tiene que buscar formas y estructuras que le permitan la expresión de una realidad aún más compleja y contradictoria de la que recrearon (o retrataron) para el orbe literario las novelas naturalistas y psicológicas.

Con este cambio técnico, estilístico, llega lo que un joven critico español, José María Castellet, denomina “la hora del lector”; el momento en que éste tiene que abandonar su pasividad y convertirse, o casi, en el coautor de una novela donde ya nada se le explica, donde ninguna dificultad se le franquea, y para el cabal entendimiento y el goce mismo de la lectura está sólo confiado a sus propios recursos. El desarrollo incesante del arte narrativo ha causado esta situación, verdadera encrucijada de la novelística actual, resumida por Castellet: progresivo oscurecimiento de la expresión y complejidad narrativa. Es decir, la novela comparte ahora una característica común a todo el arte moderno — que encuentra un público poco preparado o reacio a él por consideraciones ajenas a lo artístico.

Hace dos meses apareció La muerte de Artemio Cruz, tercera novela de Carlos Fuentes. Obra en sí valiosa e importante, no lo es menos por la renovación que significa, por los caminos que abre a la narrativa mexicana. Como, además, el libro manifiesta en todo momento la actitud política que Fuentes ha sostenido en un buen número de artículos, nadie pecaría de inteligente si dijese que tales razones explican el porqué una novela bastante más que considerable como ésta ha tenido, salvando como siempre las excepciones, un recibimiento hostil e incomprensivo por parte de la crítica. (En cambio, en venturosa contradicción con las palabras que encabezan esta nota, 'os lectores se han interesado y hasta apasionado, en pro o en contra, por La muerte de Artemio Cruz.) En México, el tú no eres yo parece fundar en su mayoría los juicios que formulamos. Pocos tratan de juzgar, de examinar qué es lo que se propuso un autor y hasta qué punto lo logró. Aprobamos o rechazamos las obras por causas sin relación con el texto a que se hace referencia. Decimos: se aparta de nuestro concepto de la literatura; defiende posiciones ideológicas hostiles a las nuestras; no nos fue fácil leerlo, etcétera. Así, todo libro (o todo cuadro) que pueda sobresalir del nivel común es considerado punto menos que ofensa personal. Como si el arte y la literatura no fueran, para sus creadores y merodeadores, un destino común que hace participar a todos de sus ventajas y sus desventajas, apenas alguien hace algo todo lo discutible que se quiera (pues no se trata de negar la validez del “libre examen”) pero con auténtica calidad y auténtico sentido, tratamos de exterminar cualquier posibilidad de que esa obra sea apreciada: actitud que a la postre se vuelve no contra el pintor X o el novelista Z, sino en contra de todos los pintores y; los escritores mexicanos.

Creo que en el caso de Artemio Cruz, nuevamente, la sorpresa se ha transformado en indignación. Novela densa, compleja, en no pocos pasajes difícil de leer; novela que utiliza todos los registros cíe las últimas técnicas; novela, en fin, que a mayor abundamiento se arriesga a ser enjuiciada no por sus méritos literarios sino |«>r sus ideas políticas, La muerte de Artemio Cruz merece, en todo caso, un intento —¡«ir humilde que sea— de comprensión.

En una entrevista con Kmmanuel Carballo, Fuentes resumió de este modo la historia que cuenta en Artemio Cruz: ‘‘Se relatan aquí las doce horas de agonía de este viejo que muere de infarto al mesenterio, mal que los médicos no descubren sino hasta el último momento. En el transcurso de estas doce horas se interpolan los doce días que él considera definitivos en su vida. Hay un tercer elemento, el subconsciente, especie de Virgilio que lo guía por los doce círculos de su infierno, y que es la otra cara de su espejo, la otra mitad de Artemio Cruz: es el que habla en futuro. Es el subconsciente que se aferra a un porvenir que el Yo —el viejo moribundo— no alcanzará a conocer. El viejo Yo es el presente, en tanto el Él rescata el pasado de Artemio Cruz. Se trata de un diálogo de espejos entre las tres personas, entre los tres tiempos que forman la vida de este personaje duro y enajenado. En su agonía, Artemio trata de reconquistar, por medio de la memoria, sus doce días definitivos, días que son, en realidad, doce opciones. Su biografía espiritual es inás importante que su biografía física. I^as negativas, las traiciones, las elecciones, las presiones a las que su espíritu se somete lo empujan al mundo de los objetos, en el cual él es un objeto más. En el tiempo presente de la novela, Artemio es un hombre sin libertad: la ha agotado a fuerza de elegir. Bueno o malo, al lector toca decidirlo.”

Dentro de este esquema aparente, la composición de la novela es de suma complejidad. Edificada mediante planos que se oponen o complementan, los fragmentos «le intenso lirismo conviven con aquellos estrictamente narrativos: relatos de los pasados días del protagonista, que tienen valor propio y adquieren unidad al encadenarse en la visión total del personaje y de la sociedad en que ha medrado. La tesitura poética (épica y li-rica) de numerosas páginas rompe con estruendo los preceptos que guarda la novela tradicional. De allí que exija del lector una atención constante y un esfuerzo por seguir todas las claves que se le dan en medio de la brillante marea de imágenes, de la invasión de ritmos que es la prosa de Fuentes.

Próximo en ocasiones al tono y amplitud de La región más transparente, en otros el estilo se serena y encuentra la diafanidad del relato que empleó Fuentes en Las buenas conciencias. Tal es el caso del excelente capítulo de Acapulco (11 de septiembre de 1947). En momentos nada escasos el lenguaje desciende a la conciencia del hombre que agoniza, y fragmenta y suspende sus palabras. Al plegarse y al oponerse al tema, la estructura se corresponde con él: la desintegración. Artemio Cruz o la desintegración. De una vida, de una estirpe de dominados dominadores. Mientras Cruz se destruye, mientras el tiempo lo destruye, la novela construye a la novela, borra y dibuja las edades: la narración se engendra conforme avanza su desarrollo. Por eso, inevitablemente, el conjunto resulta desigual y —dentro de sus propósitos ilimitados— el libro no carece de ciertas limitaciones. No obstante, al hacer un balance, valen más los aciertos, cuenta más que los desmayos el poderío del novelista — manifiesto en plenitud al contarnos la vida revolucionaria de Artemio Cruz o la muerte de su hijo en la guerra de España, para citar tan sólo dos ejemplos.

El lenguaje de esta novela (que participa del coloquial y el literario) es más expresivo que alusivo. Fuentes, por naturaleza, es, como Carpentier, un escritor retórico; pero su retórica —esa palabra que en nuestros días ya adquirió connotación peyorativa— es, casi siempre, una retórica eficaz, una utilización de los vocablos que al combinarse dicen lo que su autor quiere decir.

Toda obra literaria está hecha de tradición y de memoria: mejor dicho, de influencias y de nostalgia. Pero las influencias, que todavía en La región más transparente ahogaban a menudo la voz personal del narrador, en La muerte de Artemio Crus están ya incorporadas, asimiladas, personalizadas. Fuentes es dueño de sus recursos y su visión se corresponde con su expresión.

Artemio Cruz, que congrega y simboliza los rasgos de muchos hombres que han “triunfado” en la contemporánea sociedad mexicana, está visto con una mirada que reúne la indignación y la compasión. Es el traidor, el implacable, el que ha llegado adonde llegó gracias a su egoísmo, a su voracidad. Pero es también el hombre que fue capaz de amar y el niño lanzado a un mundo en que —para decirlo con los términos del diálogo mexicano y de esta novela, el que 110 chinga es el chingado— y el odio y la ambición se desatan sin contemplaciones. No podemos ser ajenos a nada. Todos somos culpables o todos somos inocentes.

La muerte de Artemio Crus no ha encontrado la crítica —en el más amplio y en el mejor sentido— que merece. Tal vez sea demasiado pronto; quizá nos falte perspectiva para poder juzgarla, para equilibrar, objetivamente, sus aciertos o sus fracasos. No he tratado (por mera incompetencia) de llenar ese vacío. Me limito a señalar su importancia, su peso real en este momento de nuestra literatura.

Nadie puede “defender” un libro. Un libro se defiende o se hunde por sí solo. Y me atrevo a afirmar que La muerte de Artemio Crus prevalecerá contra el silencio, contra la incomprensión que la ha rodeado.

Carlos Fuentes: "La muerte de Artemio Cruz"

José Emilio Pacheco

 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  Agosto de 1962

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/41852e53-e9dd-43d0-93fb-11940da4c0c7/dos-opiniones-sobre-la-muerte-de-artemio-cruz-i-la-hora-del-lector

 

Ver, además:

Carlos Fuentes en Letras Uruguay

 

José Emilio Pacheco en Letras Uruguay

 

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