Junta de sombras
H. G. Wells por José Emilio Pacheco |
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Al cumplirse el primer centenario de Herbert George Wells —nacido en Bromley, Kent, ya entonces parte del Londres suburbano, el 21 de septiembre de 1866— hay varios Wells distintos en la memoria de este instante. Junto al pionero de la science-fiction y el narrador de “atroces milagros” coexisten el enciclopedista, el heredero de Dickens, el industrial de la profecía, el hombre que forjó más de un proyecto de sociedad utópica, el proveedor de conclusions of a very ordinary^ brain, dueño de un sentido común que —así lo presintió un contemporáneo— lo hace perderse en el paisaje de la época, de una época para la cual amonedó muchas ideas que parecen haberse formado solas en nuestro siglo. Casi todas las variantes de la science-fiction se dirían prefiguradas por Wells: el viaje al porvenir o la brusca traslación a una historia futura (La máquina del tiempo, Cuando el dormido despierte); la protesta contra los mecanismos que cosifican la existencia humana (Una historia de los tiempos venideros); el mundo que ocupa el mismo espacio y tiempo que el nuestro pero existe en otra dimen-¡ sión y es incomunicable (The Plattner Story); el choque entre planetas (The Star, The Days í of the Comet); el viaje interplanetario y las aventuras con extraterrestres monstruosos aunque de inteligencia desarrolladísima (Los primeros hombres en la Luna); y sobre todo, la invasión de la Tierra por infernales marcianos que a la postre resultan milagrosamente : vencidos (La guerra de los mundos). Estos : y muchos otros temas de Wells reciben el cotidiano saqueo de la novela popular, el cine, el comic, la televisión, la radio que ya no podrá nunca desatar el pánico adaptando La guerra de los mundos como lo hizo célebremente Orson Welles en 1938. Porque hoy el terror no proviene de marcianos tentacu-lares que serán derrotados por las bacterias sino de precisos instrumentos para la aniquilación organizada. Si la posteridad desprestigió los argumentos de Wells los dotó, en cambio, de nuevas implicaciones. El hombre invisible demuestra el infortunio que el invento acarrea a su inventor. El alimento de los dioses, la sustancia capaz de llevar el crecimiento a sus últimas consecuencias, hace que los gigantes que erigió se rebelen y tengan que ser destruidos por sus propios creadores. Bedford y Cavor, Los primeros hombres en la Luna, llegaron al satélite en una nave de cristal revestida de una materia que anula la gravedad. Son apresados por los selenitas que pueblan el subsuelo lunar. Bedford traiciona y huye. Los selenitas sacrifican a Cavor para que no los contagie de instintos humanos, para que nadie turbe su sosiego con nuevas expediciones. La máquina del tiempo puede apreciarse como una sátira visionaria de la lucha del Tercer Mundo contra los países ricos. Un nuevo Gulliver viaja hasta el año 802, 701 y encuentra a la humanidad dividida en dos castas: los Elois, la vieja clase ociosa, y los Morlocks, los antiguos proletarios, habitantes de las tinieblas subterráneas, que practican el canibalismo con los Elois, a quienes, por otra parte, siguen proporcionando los : alimentos y “todo lo necesario”. El explorador regresa del porvenir con dos flores marchitas: aunque falten la inteligencia y la fuerza, los afectos y la gratitud prevalecerán en el corazón humano. En otras novelas el Wells utopista y el Wells profeta se dan la mano con el maestro del arte de narrar que tuvo el auténtico don del relator: la fuerza necesaria para suspender nuestra incredulidad. En El ensueño hombres del año 4000 hacen una crítica de los malestares de la civilización a principios del siglo XX. Una utopía moderna nos describe un planeta idéntico a la Tierra donde un Estado Mundial totalitario, una tecnocracia socializante, conserva la rígida división en clases al dar “a cada quien según sus capacidades”, y donde la propiedad es transmisible. Wells volvió a exponer sus ideas utópicas en ensayos sin el ropaje de la ficción porque ésta, necesariamente concreta y definitiva, “no permite —según dijo— alternativas independientes: su necesidad de ilusión impide dar una amplitud suficiente a la demostración: de aquí que la profecía moderna debiera ser, por el contrario, una rama de la filosofía y seguir exactamente el método científico. En sí misma, la forma de novela encierra una denegación. En realidad, la ficción del porvenir abandona deliberadamente el género profético, se hace polémica, admonitoria o idealista, como una simple llamada o comentario a nuestras actuales desilusiones”. Menos conocidas son las novelas sociales (Kipps, El amor y el señor Lewisham, Matrimonio, Tono Bungay, Ana Verónica, El nuevo Maquiavelo. . .) en que Wells narra la vida del hombre sin recursos en la sociedad industrial, los problemas del salario insuficiente, las viviendas incómodas, la movilidad social, la lucha de la mujer por escapar a una vida sin otra perspectiva que el matrimonio, las tensiones de la vida conyugal, o bien describe la imagen —después típica— del mundo de los negocios sin principios ni escrúpulos, la avidez de poder, dinero, publicidad. A este ciclo habría que añadir Experimento de autobiografía: descubrimientos y conclusiones de un hombre común que muchos consideran su obra maestra. Perteneciente al último estrato de la clase media, hijo de un jardinero y una sirvienta, Wells comenzó a escribir cuando grandes núcleos ingleses acaban de acceder a la instrucción. Precisaba nutrirlos con revistas y llenar las revistas con ideas. “Periodista de ideas” como él mismo se llamó, Wells expresó la confianza en el porvenir de esa nueva clase al descubrir en el mundo moderno, que la ciencia transforma aceleradamente, el movimiento continuo del progreso. El mundo deja de ser estático, las generaciones comienzan a saberse fugaces. Wells asiste maravillado a todos esos cambios y sus páginas aún nos comunican el azoro. Cree que todo marcha hacia una edad de oro libre de ignorancia y miseria. La Primera Guerra se enciende “para acabar con todas las guerras”, es la dolorosa gestación de un Estado Mundial, de una élite utópica que regirá a las crecientes mayorías. Wells saluda con entusiasmo a la Revolución Soviética. Su fervor decrece cuando visita a Lenin en 1920. Porque Wells creyó en la regeneración del mundo mediante la futura fraternidad de las clases, en el tránsito del liberalismo al socialismo sin un intermedio de videncia revolucionaria. Por eso, entre el advenimiento de los nazis y los fascistas y la agresión a Polonia en 1939, no cejó en su tarea enciclopédica, escribió su trilogía racionalista y materialista —Esquema de la historia, La ciencia de la vida (en colaboración con Julián Huxley), El trabajo, la riqueza y la dicha de la humanidad— la Breve historia del mundo, “perspectiva general de la gran aventura humana”, obra de síntesis que mereció el elogio de Toynbee; descubrió Hollywood y halló en el cine un medie más eficaz que la literatura para difundir sus creencias y anticipaciones. Pero, el interés por todas las cosas, ¿no oculta un desinterés, un escepticismo de base? La desorbitada fecundidad de sus últimos años, ¿no significa el estruendo por ocultar la esterilidad final de su mente creadora? Wells, muerto el 13 de agosto de 1946, alcanzó los ochenta años de Goethe, llegó a ser contemporáneo de Auschwitz y de Hiroshima. En la última edición de la Breve historia se refirió a la locura de toda la especie humana, al hecho de que todos los hombres tenían que perecer o entrar en una fase de esfuerzo y actividad más maduros. “Ningún camino intermedio se abre ante la humanidad: o elevarse o hundirse; lo que no puede hacer es seguir donde está ni en lo que es.” Sus años no le impidieron confesar que “los jóvenes son la verdadera vida y sólo en ellos puede haber esperanza”. Su “testamento” fue decir que nuestro destino se encamina hacia la unidad y la igualdad. Predominio es una idea vacía y prestigio un ideal indigno. Tenemos que acostumbrarnos a la democracia y a la fraternidad mundial para que no nos suceda lo peor. Necesariamente muchas de las cosas establecidas tendrán que ser cambiadas hasta el punto que no las reconozcamos. En nuestros días, aceptamos con Borges que el mejor Wells es el primero, el de El hombre invisible y La isla del Dr. Moreau, cuento filosófico en la mejor tradición del siglo xvm, historia del náufrago Prendrick que llega a una isla perdida donde Moreau y su ayudante Montgomery han humanizado animales mediante injertos y vivisecciones. El terror que Moreau les inspira evita que recaigan en su condición original y todas las noches farfullan una plegaria de sometimiento. Así las instituciones nos torturan al refrenar nuestros instintos, pero en la fábula las bestias humanas terminan por destruir a su creador. Sí, como pudo advertirlo V. S. Pritchett al poco tiempo de su muerte, el mejor Wells es el destructivo, el que previo la violencia y no el orden de nuestro tiempo, el que oscuramente profetizó que la guerra de Vietnam y Speck y Whitmann coincidirían en un mismo momento con los Vósjod y Gemini y el Orbitador Lunar. La isla del Dr. Moreau manifiesta el pesimismo anarquista que yace en el núcleo de la entusiasta naturaleza de Wells. Es la obra de un hombre que ha contemplado el sadismo y la muerte. El novelista que creyó en la alegre necesidad de la evolución es detenido por el pensamiento de los desastres y pérdidas que la evolución provoca. Acaso el hombre no pueda aprender. Wells tiene la honestidad de aceptar que, tal vez. el precio del progreso sean la perversión y el horror. Cree en la magia, en el milagro, en la insolencia y en la rebeldía. Previo las condiciones de nuestro tiempo, predijo su violencia, instaló en nuestra imaginación el bagaje del nuevo medio ambiente. Al leer sus relatos de una guerra futura en que la población civil sufriría tanto o más que los combatientes, nos asombra su exacta visión del porvenir. Wells lo imaginó todo —pero no contó con las costumbres del civilizado, la naturaleza, los recursos morales. Quizá sus narraciones “habrán de incorporarse, como la fábula de Teseo o la de Ashaverus, a la memoria general de la especie y que se multiplicarán en su ámbito, más allá de los términos de la gloria de quien los escribió, más allá de la muerte del idioma en que fueron escritos.” |
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por José Emilio Pacheco
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México 1 / artículos / Septiembre de 1966
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/b51d03dd-45f4-4af9-b9a9-aeaa6b98d6d4/junta-de-sombras-h-g-wells
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