Niña y madre. Intimidad
sonriente y anhelante en la víspera del sol del inframundo.
Niña de luz y casa. Cortinas inquietas de habitaciones
semioscuras donde, de vez en vez, se asoman los infantiles
ojos de luz del sol de mediodía. Niña de silencio y de
mirada. Infancia testimonial que, como tótem inmóvil, casi
de madera, escudriña los recovecos de una familia en franjas
por las que deja pasar su propia luminosidad. Niña del
bestiario que dialoga la mudez de las criaturas domésticas
en una incesante comunicación con la naturaleza. Niña sabia
que anida en la quietud, la escucha y la memoria de aquello
que hacen o dicen sus congéneres ante lo inevitable. Niña
tótem, movediza esta vez, que danza y canta un regalo de
vida, y que grita sigilosamente una visión más allá de su
lugar y de su tiempo. Niña adulta que ha comprendido ese
trozo de infancia que ya no lo es. La certeza de un ciclo
que cierra, con una luz tan brillante como oscura de velas,
y que abre otro con la invasión solar a la habitación de las
presencias invisibles.
Mientras su madre dramaturga (Iazua Larios) trabaja, Sol (Naíma
Sentíes) acompaña a sus tías y primos en la casa de su
familia paterna durante los preparativas para la fiesta de
cumpleaños de su padre: Tona (Mateo García). La niña de
siete años deambula el espacio doméstico en espera de una
oportunidad para entrar a la habitación en la que su papá,
quien enfrenta un cáncer avanzado, recibe atenciones de Cruz
(Teresa Sánchez). En sus vaivenes entre los interiores y el
jardín, Sol acumula encuentros y desencuentros con los
temores de su prima Esther (Saori Gurza), los relatos y
sollozos en el consultorio de su abuelo sicoanalista
(Alberto Amador), los pasteles de la tía Nuria (Monserrat
Marañón), las supersticiones de la tía Alejandra (Marisol
Gasé), las mascotas y una comitiva de animales furtivos.
Ella está en el centro de un sistema viviente, que va más
allá de las personas, cuyas emociones se precipitan conforme
llega la hora del festejo, así como el momento, muy
anhelado, en que resulte posible pasar por la única puerta
que estuvo cerrada todo el día. Para entonces, un acto tan
cotidiano como entrar o salir de un cuarto podría constituir
el descubrimiento de aquello que siempre estará presente.
Lila Avilés Solís (Ciudad de México, 1982) comenzó a idear
su segundo largometraje de manera paralela a la producción
de
La camarista (2018), la cual obtuvo el Premio
Ariel a la Mejor ópera prima (leer
reseña en Atalante 81) y en
Letras Uruguay. Con la colaboración de Gabriela Cartol (actriz protagónica del primer filme), hizo el
casting durante la pandemia y encontró en Naíma Sentíes
y en Saori Gurza dos perfiles ideales para un guion que
focalizaba la atención en las infancias. Uno de sus
propósitos era cuestionar la idea de que éstas no entienden
las situaciones que les rodean. Convencida de que "infancia
es destino", la también directora de teatro propuso un
relato intimista, a partir de una historia muy personal,
situada enteramente en una casa familiar cuyas mutaciones
descubrimos a través de la mirada de Sol. Ese fue el origen
de Tótem que, antes de su estreno en México (30 de
noviembre), recorrió 50 festivales con un entramado visual
que evita caer en el desborde melodramático debido a cierta
anarquía perceptiva que pondera el descubrimiento de
numerosos y variados detalles en la memoria de un día de
infancia.
Es evidente que
La camarista y Tótem tienen varias
semejanzas, pero esto no impidió que la experiencia
cinematográfica de cada una fuera autónoma. Ambos filmes
acuden a una sola locación (hotel y casa respectivamente)
para explorar la intimidad de los microcosmos
(según palabras de la propia realizadora) que tienen lugar
en entornos cerrados e, incluso, delimitados por encuadres
en formato académico (relación 4:3). Además, parten de una
narrativa mínima en la cual hay una serie de encuentros y
desencuentros con personajes y situaciones cotidianas, así
como un encadenamiento entre impresiones realistas y otras
que podrían resultar metafóricas. No obstante, en la segunda
producción, la cámara está en movimiento en casi en todas
las secuencias y la mayoría de las escenas muestran a varios
personajes. En La camarista, los planos eran
austeros y estáticos mientras que en Tótem el
decorado es más copioso y la mirada, con una cámara que,
digamos, se desplaza a la altura de la visión de la
infancia, parece merodear entre las personas y los espacios
tal y como Sol lo hace. Se trata de una visión que no rodea
las circunstancias, sino que se halla en el centro mientras
todo se desplaza como si fuera un sistema solar.
Premio de Competencia del
Jurado Ecuménico en el Festival de Berlín (2023), ciudad en
la que tuvo su estreno mundial, Tótem tiene un
atributo muy singular: causa la impresión de que fue
concebida como una película silente. Esto no significa que
su diseño sonoro sea irrelevante. Al contrario, el trabajo
de Guido Berenblum fue fundamental para amplificar la
impresión de vitalidad y de caos creciente con un conjunto
de situaciones acústicas fuera del campo visual que se
transforman en un paisaje atmosférico invasivo y revelador.
Esto no impidió que Lila Avilés acudiera a mecanismos
predominantemente visuales como las miradas, los
aislamientos gestuales y corporales, las sensaciones
transmitidas por las posturas corporales (“pandéate, pero no
te me quiebres…”) y, sobre todo, la correlación de los
puntos de vista de Sol y Esther como percepciones
fragmentarias de los hechos. Es por ello que el efecto
sensible de la película reside en que su principio de
montaje, a cargo de Omar Guzmán, es como un movimiento de
rotación con sus respectivos eclipses: salimos y volvemos al
punto de vista de las dos niñas, especialmente el de Sol, en
secuencias que hacen converger las impresiones de ambas ya
sea por la presencia testimonial de una u otra en el plano o
por el recorrido de la cámara de una hacia la otra.
Impresiones de lo cotidiano o destellos momentáneos de
dramas incapaces de abrir alas con plenitud, Tótem
va más allá de los microuniversos que se ha
planteado Lila Avilés. Hay un trabajo con gestos y cuerpos
todo el tiempo, con miradas atentas o extraviadas, o, más
aún, con la concepción de la propia casa como portadora de
una fisonomía. Es un ejemplo de idea de la teoría
balazsiana de una mirada antropomórfica sobre lugares y
cosas. Acudimos a una microdramática (término también de
Bálázs), construida con base en viñetas semi-narrativas, en
las que nunca hay tensiones ni clímax definitivos, sino
acciones minuciosas y detalladas, por cotidianas y ciertas,
que anticipan una transformación más completa. Quizás es por
ello que Sol, Nuria (a cargo de una Monserrat Marañón cuyos
ojos aglutinan tristeza) y Tona hallan difícil encontrarse
con los otros en el jardín donde ya ocurre la fiesta. Están
allí, siempre al filo de las puertas, incapaces de pasar a
través de ellas. Hervideros de temores, intuimos por ellos
que, después del cruce, estarán ante circunstancias
definitivas. Por ello son dualidades de luz y sombra que
oscilan entre el sol diurno (Sol) y el nocturno (Tona).
Con experiencia como actriz de cine y televisión, la
ganadora del premio a Mejor Directora en el Festival
Internacional de Cine de Jerusalén suele interesarse más en
el desarrollo de personajes que en el relato. De allí
provino su poética del microuniverso. Busca “ir
adentro de la historia“ para profundizar tanto en los
protagonistas como en los diálogos según expuso en
entrevista (Sopitas, 2023). Tótem acude a
un esquema realista para los personajes. Aunque Sol es el
centro, la película tiene un sustento muy relevante en las
caracterizaciones. Sin embargo, Tona, y también su maestro y
algunos de sus amigos, carecen de una completa
correspondencia con el realismo planteado. Esto se debe,
quizás, a un deseo de sobrepasar los lugares comunes
derivados de la recreación de enfermedades avanzadas en el
cine. El pintor enfermo, cuerpo pandeado en la maternal
habitación semioscura, está siempre al borde de una
inverosimilitud que, a pesar de todo, no se concreta por la
presencia fluctuante de todos los personajes y por las
influencias que ejercen unos en otros de modo que brindan
múltiples identificaciones para el espectador. De allí que
diálogos, atuendos, cosas y gestos posean una cotidianeidad
tan palpable que hace ver a la familia como un todo en el
que resulta difícil no empatizar con alguna de sus partes.
Tótem no fue concebida como un ejercicio
antropológico o sociológico, pero muestra detalles en el
decorado, los parlamentos, las miradas (sobre todo en la
ausencia de diálogos) y el comportamiento corporal de los
personajes que evidencian un proceso de observación
minucioso de ciertos moldes culturales. La idea de evocar
una casa, que ocupó al menos media década de trabajo, es
análoga a un episodio del propio filme: el bonsái del
abuelo, plantado en una maceta de una persona ausente, que
tomó varios años de cuidados. El resultado es casi
antropológico quizás porque el filme partió de una intimidad
establecida por las percepciones de Sol para brindar mayor
sensibilidad al microuniverso y convertirlo en una
impresión de lo cotidiano sin mecanismos adicionales de
dramatización. Ninguna secuencia de conflicto es climática
puesto que, salvo algún debate entre las hermanas que
realizan los preparativos, se trata de viñetas fragmentadas.
Son disputas y afanes inacabados como los pasteles de la tía
Nuria.
En una secuencia inicial, la tía Alejandra acompaña a una
chamana mientras hace una limpia a la casa. La espiritista
se concentra en una pared y su clienta le cuenta que allí
era donde su madre pasaba las tardes. Aunque Tótem
es la evocación de un luto anticipado, o un filme sobre
presencias ausentes y ausencias presentes, también se trata
fundamentalmente de una película sobre relaciones entre
mujeres. Es un relato memorioso del vínculo entre madres
(presentes/ausentes) e hijas, y del diálogo que construyen,
más allá de palabra, con abrazos, ayudas, miradas o
silencios. Es la conexión intergeneracional, más o menos
paralela a la propuesta temática de una Greta Gerwig, entre
Nuria y Ester, y Lucía y Sol, así como entre Alejandra y una
madre cuya ausencia ha transmutado en el hogar mismo. Son
relaciones madre-hija que, ante la incertidumbre de los
adioses, regalan la certidumbre de un acompañamiento que no
desaparece aunque el sol se apague.
Tótem (Ficha técnica)
Año: 2023
Duración: 95 min.
País: México
Dirección: Lila Avilés
Guion: Lila Avilés
Reparto: Naíma Sentíes - Montserrat Marañón - Marisol Gasé -
Lukas Urquijo - Mateo García Elizondo - Iazua Larios
Música: Thomas Becka
Fotografía: Diego Tenorio
Compañías: Coproducción México-Dinamarca-Francia; Limerencia
Films, Laterna, Paloma Productions, Alpha Violet Production
Género: Drama | Infancia. Familia. Enfermedad |