Sin amor: puro Zvyagintsev Título original: Nelyubovaka (Rusia, Año 2017) por Julio Martínez Molina (Cuba)
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No representa la impugnación al sistema socio-político de su país el elemento preeminente en la narrativa cinematográfica de Andréi Zvyagintsev -cual blande hasta el hastío, en dos de cada tres artículos, parte de una crítica occidental alineada con los poderes hegemónicos en la guerra cultural anti rusa-, sino el análisis de los intersticios de la institución familiar, sujeto argumental dilecto ya prefigurado por el talentoso realizador eslavo en El regreso (2003), León de Oro en Venecia, y que refrendase en El destierro (2007), obra menos conocida por el público mayoritario pero de significación y antecedente más directo en cuanto a líneas de consanguinidad e irrigación temáticas de Sin amor (2017), Premio del Jurado en Cannes de estreno en nuestro país este mes gracia a la gestión de la Cinemateca de Cuba*.
Película a contracorriente del cine fabricado hoy día
en razón de su elevado grado de condensación dramática, tempo
pausado, silencios, carga reflexiva y atención a la belleza del
encuadre; bien dentro de la tradición fílmica rusa, europea y en
especial en la órbita estética de ciertos exponentes bressonianos y
sobre todo tarkovskianos (indicios primos de la gramática de la
cadencia narrativa y fundamentalmente estos personajes en crisis,
sujetos a una presión moral o ética, estaban en la filmografía del
autor de Sacrificio desde La infancia de Iván a
El espejo, pasando por Andrei Rubliov, Stalker,
Solaris o El espejo), El destierro interesaba
casi menos por cuanto dejaba explícito que por todo aquello
sugerido, en virtud de su saludable cruce de hechos visibles e
imperceptibles en el discurso. Bastante más de ese magma subterráneo que en la posterior Elena (2011), la obra menor de Zvyagintsev, y que en la muy subrayada Leviatán (2014), decididamente su filme más abiertamente social, subyace en su por momentos bergmaniana Sin amor, una película de silencios e implosiones, de amarguras no confesadas y otras gritadas, de decisiones incorrectamente sopesadas, dolores mal llevados y trayectorias fracturadas. |
La pareja en descomposición de Zenia y Boris -entidad
dramática cardinal del filme-, sucumbe a su estadio autodestructivo
en cuanto ya comienza a parecer la crónica de una muerte anunciada
desde el principio mismo de la relación, a partir del diálogo en el
cual ella le espeta a él que el de ambos fue un enlace apresurado,
casi pragmático, sin espacio -por ende- a la palabra magna de cuatro
letras que comienza en a y termina en r. No, de cierto no hubo amor
aquí, y la consecuencia principal del desastre romántico no radicará
a la postre tanto en el decurso de la vida de ambos, por cuanto,
aunque sin mucha suerte en cada caso la reconducirán de una u otra
manera, sino en el hijo de doce años resultado de los años en
convivencia de la pareja.
Duro e inclemente de la manera que solo puede serlo
Zvyagintsev, el acá también coguionista le deja escuchar a este
chiquillo unas palabras paternas que ningún crío quisiera oír jamás.
Saberse no querido por sus padres es el dolor más grande que pueda
experimentar un niño y justo a esta altura del relato la huída del
muchacho de la casa (seno familiar no resultaría el término
correcto, porque la suya no es una familia, sino dos personas
compartiendo un techo al lado de un adolescente) punteará el
capítulo más vergonzante del fracaso total que ha significado el
enyunte de estos dos seres tan distintos, tan lejanos, tan
frustrados, que ni siquiera pudieron ser capaces de proteger lo
único bueno que consiguieron en su vida.
A la manera de Paolo Genovese y Álex de la Iglesia en
el original italiano y la versión española de
Perfectos desconocidos,
Zvyagintsev imprime cáusticos apuntes en torno a la anestesia
sensorial y la deshumanización a la cual puede conducir a los seres
humanos el empleo inmisericorde de las nuevas tecnologías (esos
progenitores dopados de móvil, mas sin tiempo ni afectos para
dedicárselos a “el chico”, quien aunque se llame Aliocha ni nombre
tiene para ella y el padre, puesto que no sobrepasa la categoría de
una sombra humana); al tiempo que desgrana plausibles notas sobre la
alienación del sujeto contemporáneo y ese desemboque materialista
que puede interrumpir el alumbramiento de la sensibilidad.
Boris y Zenia, los dos personajes centrales de
Sin amor,
cercanos a la clase media, no están preocupados por qué llevarse a
la boca mañana, no poseen contratiempos económicos. Sus
contingencias son de orden moral, fundamentalmente las de la madre,
en quien se concentran muchos de los defectos de ese ser humano
materialista rampante desligado del corazón y solo acoplado a la
razón hedónica del individualista en su concha. El director plasma
consigo uno de los más demoledores retratos humanos brotados de su
cámara. De no ser por los insultos que le profiere a su pareja,
parecería una muñeca inflable hija del nihilismo y el epicureísmo,
desprovista de cualquier señal de valores y basculante entre la
sumisión total al móvil y a las motivaciones sexuales de su nueva
pareja: un individuo rico quien le duplica la edad y ella intenta
complacer.
La lente recae otra vez en
Sin amor
en manos de un habitual de Zvyagintsev como el director de
fotografía Mijail Krichman,
rotundo articulador de encuadres y atmósferas
visuales, quien busca con insistencia en los rostros de los
personajes y en lo umbrío y gélido del paisaje (desde el mismo
prólogo en el bosque) lazos de analogía obvios con lo relatado.
Maryana Spivak (su
confabulación con el personaje le permite moldearlo a su gusto,
tragárselo y regurgitarlo en forma de bilis) en el rol de Zenia
aporta otro de los aciertos de un filme que, sin echar de lado ni
por dos fotogramas esa solemnidad, esa proyección quirúrgica y ese
naturalismo crudo inherentes al realizador que tienden a alejarlo de
parte de algún tipo de receptor, tiene la fundamental virtud de
rubricar un escenario verosímil de confrontación, alejamiento y
olvido filial dentro de una unidad familiar, calzado por estupendos
perfiles caracterológicos y loables interpretaciones: también las de
Alexei Rozin (Boris) y Matvey Novikov (Aliocha) .
Eso sí, y de forma paratextual a este filme, dejar claro en tanto humilde sugerencia personal que ya Zvyagintsev podría pensar en replantearse la necesidad de desviar sus presupuestos temáticos de ese pertinaz anatema contra modelos clásicos de estructura familiar, los cuales no por ortodoxos han de ser siempre falibles. Probablemente sea una disquisición digna de Perogrullo, pero no sería fútil participarle que la cuestión no estriba tanto en la pauta, del tipo que fuere, como en la naturaleza de algunos seres humanos, su ausencia real de comprometimiento, ternura y fe para enfrentar proyectos de vida de cualquier sesgo. Algo que si es verdad él tiende a sugerir aquí, tampoco desestima el hecho de que no exista de su parte mucha conexión sentimental en la posibilidad de encontrar instancias de redención dentro de la demografía natural de su cine. Por si acaso, mientras él decida lo que vaya a hacer en lo adelante, a ninguna pareja heterosexual que vaya a formar matrimonio dentro de poco este comentarista le recomendaría la visión conjunta de la obra del realizador ruso; especialmente El destierro y Sin amor. Título original: Nelyubovaka (Año 2017) Duración 128 min. País: Rusia - Dirección: Andrey Zvyagintsev - Guion: Andrey Zvyagintsev, Oleg Negin - Música: Evgueni Galperine Fotografía: Mikhail Krichman - Reparto: Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov, Marina Vasilyeva, Andris Keishs, Alexey Fateev - Productora: arte France Cinéma / Why Not Pro - Género: Drama | Secuestros / Desapariciones
*En el Cine Club Orson Welles, presentada por Mario
Naito, al frente de la Asociación Cubana de la Prensa
Cinematográfica. |
Trailer de Sin amor (Loveless — Nelyubov) subtitulado en español (HD)Publicado el 26 may. 2017 |
por Julio Martínez Molina
(Cuba)
Gentileza del blog:
La viña de los Lumiere
https://lavinadeloslumiere.blogspot.com.uy/
Link del artículo: https://lavinadeloslumiere.blogspot.com/2018/06/sin-amor-puro-zvyagintsev.html#more
Cuba, martes, 26 de junio de 2018
Editado por el editor de Letras Uruguay
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